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En contra del control poblacional

Los principales defensores del control de la población de hoy en día ofrecen un apoyo
total a los derechos reproductivos y subrayan la feliz coincidencia de que la libertad de
las mujeres de poner límites a la maternidad sea también una solución clave para el
cambio climático. Estas propuestas en las que todo el mundo sale ganando son
intrínsecamente atractivas, pero debemos mostrarnos escépticas ante las soluciones que
exigen poca cosa a los causantes del problema.

Las mujeres de todo el mundo coincidirán en que el acceso a la atención médica, la


planificación familiar, los métodos anticonceptivos y el aborto siguen siendo necesidades
críticas insatisfechas. La verdadera justicia reproductiva, tal y como la conciben
las mujeres que durante tanto tiempo han sido el objetivo del control de la población ,
incluye la opción de elegir cuántos hijos tener y criarlos en un entorno seguro y
saludable, pero los que tratan de instrumentalizar estos derechos básicos como
soluciones frente al cambio climático pasan demasiado rápidamente a hacer hincapié en
los beneficios para la reducción de emisiones que hay en que las mujeres tengan menos
hijos: no cualquier mujer, sino las mujeres pobres negras y latinas a las que siempre se
ha culpado de “tener demasiados hijos”.

Cualesquiera que sean sus fundamentos políticos, los enfoques frente al cambio climático
basados en lo poblacional están impregnados de tres falsedades.

Una es que la población mundial se ha disparado. En realidad, el ritmo de crecimiento ha


ido disminuyendo desde los años sesenta; de 1990 a 2019, la tasa de fecundidad mundial
se redujo de 3,2 nacimientos por mujer a 2,5.

Otra es que la principal amenaza a la que nos enfrentamos es la escasez de recursos,


cuando en realidad el problema no son los números en sí mismos, sino la distribución
desigual de las necesidades básicas. El planeta no puede albergar a 7.500 millones de
personas que se dediquen a explotar los recursos al ritmo de los más ricos, pero podría
albergar a muchas más si los más ricos se quedaran con una parte más justa y las
políticas públicas permitieran a las comunidades más pobres poner fin a su excesiva
dependencia respecto de los ecosistemas frágiles.

Por último, existe el mito de que las poblaciones más grandes aceleran el cambio
climático, cuando no pueden extrapolarse las emisiones de carbono de un país solo a
partir del tamaño de su población. Estados Unidos tiene menos del 5% de la población
mundial, pero es responsables del 15% de las emisiones. Mientras tanto, los países de
África subsahariana, a los que a menudo se señala como los principales candidatos para
las políticas de control demográfico, se encuentran entre los que menos emiten carbono.

Eso resulta obvio cuando se recuerda que el caos climático es una consecuencia directa
de la política industrial, pero reconocer esa verdad conduce a un conjunto de estrategias
muy diferente que al de animar a las mujeres pobres a tener menos hijos. El uso de
mujeres como chivos expiatorios desvía la atención respecto a los verdaderos culpables
de nuestra catástrofe climática: las empresas de combustibles fósiles y de energía y el
escandaloso éxito que tienen al evitar la regulación gubernamental con subsidios y
vericuetos fiscales. Ello desvía la atención respecto a la necesidad de cambiar un sistema
económico que exige la explotación ilimitada de los recursos y la búsqueda de beneficios.
Los políticos deben aprovechar el cambio para rechazar la idea de que el control
poblacional es una solución al colapso climático. Además, podrían aprender de las
mujeres que están en la primera línea del cambio climático a lo largo de todo el mundo,
cuyas innovadoras soluciones y sus llamamientos en pos de la justicia económica mundial
son la verdadera respuesta al colapso del clima.

A favor del control poblacional

Aumento de población
El último gran cambio tuvo lugar hace unos 14.000 años, cuando el 30% de la superficie
terrestre perdió la capa de hielo que la cubrió durante el último periodo glacial. Esa edad
de hielo había durado unos 100.000 años y el periodo de transición se prolongó unos
3.300 años.

Desde entonces, el planeta ha mantenido unas características más o menos estables


hasta la aparición y desarrollo de la humanidad. Sin embargo, actualmente, las personas
están provocando una serie de cambios que podrían conducir "a un nuevo estado
planetario", advierte el investigador de la Estación Biológica de Doñana Jordi Bascompte.

Dichos cambios, alteran la química de la atmósfera y de los océanos, y causan grandes


trastornos en los flujos de energía que van "desde el principio hasta el final de la cadena
alimentaria", puntualiza.

El origen de todos esos cambios es el aumento de la población que conlleva un mayor


consumo de recursos y energía, y la transformación y fragmentación del paisaje, unas
alteraciones que modifican las condiciones atmosféricas, oceánicas y terrestres y que
amenazan la supervivencia de la biodiversidad actual.

La tasa de crecimiento anual de la población es de unos 77 millones de personas, casi mil


veces más que la experimentada hace entre 10.000 años y 400 años, cuando rondaba las
67.000 personas.

Ese aumento poblacional ha transformado casi la mitad (43%) de la superficie terrestre en


áreas urbanas y agrícolas.

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