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De la historia y su belleza.

Jamer Arango O.

La historia como ciencia que estudia el pasado tiene la función y utilidad de buscar en el

pasado, es decir, en la experiencia una legitimación, por lo tanto, la historia es todo lo

que se ha visto modificado por el accionar humano. En este sentido, todo vestigio del

pasado conocido o descubierto es susceptible de ser estudiado por el historiador. En su

misión reivindicadora, la historia vista como musa, como esa mujer bella, como Clío

debe ser atractiva, atrevida, diversa, exótica, debe tener todos esos atributos que se le

atribuyen a las musas, la razón de su inspiración.

La historiografía en ese sentido es el estudio de la evolución de esta increíble musa, de

cómo se habla, cómo se escribe, cómo se percibe, quién la conoce, quiénes la crean, a

quiénes beneficia y a quiénes condena. La historia es sin más el arte del discurso de los

hombres, la historia es lo más humano que hay, como discurso es diverso y dependerá

del sujeto que practique el arte de historiar, sus convicciones, sus experiencias, su

formación, en síntesis, su misma historia. Es por ello que la historia no es objetiva,

siempre tiene una intencionalidad, una razón y un porqué, es por ello que la crítica de

fuentes es un factor fundamental del arte de historiar, ser críticos ante ese discurso le da

el carácter de veracidad a los discursos que, aunque no dejan de ser discursos, son

limitados por las fuentes documentales, la academia y los hechos históricos. Aunque la

historia no dé respuestas absolutas y verdades irrefutables no debe desanimarse el

historiador, pues en ello está su belleza y su esencia. La historia es hija de su tiempo,

cambia, permea, muta, intriga y puede llegar a provocar guerras, pero como se use y se

vea depende de nosotros. La historia es una dama que puede volver locos a los hombres

cuerdos, pero también dar luces y guiar a los perdidos.

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