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INTRODUCCIÓN.
En este breve ensayo, aspiro estimular la reflexión, acerca de las consecuencias generales,
asociadas a pandemias como el CORONAVIRUS, en contextos de pobreza, como los que
predominan en República Dominicana. Además, reflexionar sobre la “mistificación” del
origen de la pobreza y de la pandemia, y la “mitificación” del origen del virus, que ha
originado una crisis sanitaria mundial de dimensiones espantosas. No han faltado quienes –
sin conocimientos de causa- atribuyan el virus a una estrategia conspirativa, de las élites
político-económicas mundiales, para tras el caos establecer un nuevo orden. Esta es una
teoría aventurera, toda vez que, el virus está atacando indiscriminadamente a pobres y a
ricos. Otros piensan que, es un castigo de Dios, enojado por nuestros pecados. Otros lo
atribuyen, entre los que me incluyo, a la posibilidad de un escape accidental, desde
laboratorios experimentales, o un origen fortuito, relacionado con el proceso tecnológico e
industrial.
Ahora bien, si se analiza desde una mirada antropológica, la trivialización social del
problema de la pobreza, y la cultura de la pobreza, puede ser tan nociva, como interpretarla
en tanto, predestinación teológica, frente a la cual todo esfuerzo humano sería inútil.
Observar el fenómeno de la pobreza y las respuestas culturales que esta prohíja, como
simples cuestiones fortuitas o del azar, no contribuye a captarla en su esencia, impidiendo
elaborar soluciones estructurales a un flagelo, tan antiguo como las clases sociales. De ahí
que, abordar esta problemática desde una perspectiva antropológica, permite responder
mediante formulaciones científicas, a los problemas generados por la pobreza, la que a su
vez, engendra una “subcultura” en el seno de las comunidades oprimidas. Las alternativas
a las que -desde la marginalidad económica, política y social- recurren distintas sociedades,
pueden estar dotadas de factibilidades, en el marco de sus propios recursos materiales, o
remitirlas al ámbito mesiánico, donde lo escatológico representa un camino hacia la
redención del grupo social, víctima del sufrimiento, ante la imposibilidad de satisfacer sus
necesidades existenciales. Es en este terreno ideológico, donde fecunda y florece el
personalismo, el autoritarismo o el caudillismo, como expresiones terrenales del
mesianismo. En un segundo renglón se analiza, el impacto de la pandemia, en el sistema de
costumbres y prácticas tradicionales, sobre todo en los estratos marginados, permeados por
los valores que definen y distinguen la cultura de la pobreza, de la cultura general.
ASPECTOS TEÓRICO-CONCEPTUALES
Una noción aceptable de cultura, la define como el conjunto total de hábitos creencias,
costumbres, tradiciones, conocimientos, normas y valores aprendidos, en contextos sociales
específicos, y transmitidos de generación en generación. A raíz de la actual pandemia, la
noción “cultura de la pobreza”, acuñada por el antropólogo cultural estadounidense, Oscar
Lewis, adquiere especial trascendencia. En este nuevo escenario, el aludido concepto, que
sirve de título a una de las principales obras del célebre antropólogo, también viene a
explicar el impacto, que sobre la vida de las distintas sociedades afectadas, tienen los
hábitos, costumbres y prácticas relacionadas con la pobreza. Bajo este drama de impacto
socio-sanitario a escala mundial, los postulados de Lewis, respecto al sistema de vida de los
sectores carenciados, representan guías teóricas para comprender los factores de
perturbación, que obstruyen la efectiva aplicación de respuestas racionales, a la crisis que
abate a las poblaciones empobrecidas. En esa perspectiva, es preciso establecer la
diferencia entre los conceptos “Pobreza” y “Cultura de la pobreza”, dado que no describen
la misma realidad. La pobreza se define como la carencia de recursos para satisfacer las
necesidades básicas de existencia. Esto comprende, la falta de alimentación, salud,
educación, empleo, y la imposibilidad de acceder a la recreación, al esparcimiento y a la
diversión. No obstante, estas limitaciones no determinan por sí mismas, la pertenencia a la
“cultura de la pobreza”, dado que, la actitud, la voluntad, la disciplina, el respeto, el espíritu
de empresa y otros atributos individuales establecerán la diferencia. Aunque desde el punto
de vista del materialismo histórico, que Marvin Harris, -antropólogo estadounidense- lo
traduce como materialismo cultural, sentencia que, las condiciones materiales determinan la
existencia del ser social, la voluntad –que fue mejor estudiada por filósofos como Friedrich
Nietzsche o Arthur Schopenhauer, también representa un activo clave del desarrollo social.
Es decir, pese a nuestra inclinación hacia el materialismo histórico, evadimos el
esquematismo, reconociendo la relación complementaria de los sistemas de pensamiento
aludidos, para una adecuada comprensión de los fenómenos sociales.
Ahora bien, según Lewis, la pobreza está asociada a la incapacidad de ciertos segmentos
poblacionales para ser sujetos de crédito por parte de las instituciones bancarias. De modo
que, “la gente pobre es… obligada a organizar sistemas de crédito informal sin interés”
(respuesta cultural positiva). No obstante, la cultura de la pobreza está asociada al
pesimismo, a la desesperanza, a la desidia a la abulia, a la falta de fe, al sentimiento de
abandono, a la envidia y al resentimiento social. Debe quedar claro que, cultura de la
pobreza no es sinónimo de pobreza. Individuos de clase alta poseen comportamientos
asociados a “Cultura de pobreza”, dado que, esta responde a una mentalidad, fertilizada en
un sistema “anómico”, institucionalmente colapsado, reflejo de la pobreza estructural,
colectiva e individual de repercusiones espirituales. Por ejemplo, los espectáculos de hijos
de jefes militares, irrespetando el toque de queda, ilustran ese tipo de “subcultura”. Lewis
destaca el “Odio a la policía y al gobierno”, entre los principales factores que caracterizan
la Cultura de pobreza. Difiero de esta caracterización dado que, la misma es relativa; el
rechazo a instituciones policiales o gubernamentales corrompidas, expresan actitudes
racionales, propias de todo sujeto social correctamente orientado a producir los cambios y
las transformaciones que demanda la sociedad. Pero este rechazo debe ser canalizado
institucionalmente. En un análisis clasista esta apreciación de Lewis, puede definirse en
términos ideológicos, dado que, la impugnación a un sistema de opresión social, trasciende
la noción de cultura de la pobreza. Naturalmente, la cultura de la pobreza opera como una
especie de “Panclatismo” (enemiga de todo el entramado de poder).
Algunos tratadistas caracterizan a los pobres como seres benditos, virtuosos, ingenuos,
serenos, independientes, autosuficientes, honestos, generosos y felices. Mientras que,
desde el lado opuesto, son descritos como seres malvados, perversos, violentos,
irracionales y criminales. Estas contradicciones revelan distintas concepciones de clases,
entre los sectores que protagonizan la definición de estrategias, para enfrentar la pobreza,
en el marco del actual sistema capitalista que, por su naturaleza, está desautorizado e
inhabilitado, para formular soluciones válidas sobre la erradicación de la pobreza. Algunos
insisten en las virtudes y las potencialidades de los pobres, para la autogestión y la correcta
conducción y organización de sus comunidades. Mientras otros, atribuyen a la clase media,
condiciones políticas y emocionales más aptas para dirigir, lo cual manifiesta un pugilato
no solo político, sino también clasista. Lewis reconoce que, “parte de la confusión deviene
del fracaso para distinguir entre la pobreza per-se y la cultura de la pobreza y de la
tendencia de examinar a la personalidad individual con preferencia al grupo, esto es, la
familia y la comunidad del barrio bajo”. Lewis acierta al describir algunas características
propias de “Cultura de pobreza”, identificadas en la sociedad dominicana: No se organizan
en gremios o sindicatos, ni en partidos políticos, no participan, por lo regular, en centros de
bienestar nacional, y acuden, escasamente a instituciones financieras, hospitales, tiendas,
museos o galerías de arte. Tienen una actitud crítica hacia muchas de las instituciones
básicas de la clase dominante. Destaca Lewis que, quienes pertenecen a este segmento
poblacional, pese al lastre negativo que pesa sobre su imagen, poseen ventajas
significativas en países desarrollados como los Estados Unidos, dado que, reciben
recompensas económicas, institucionalmente establecidas, sin las cuales los pobres no
podrían vivir. Por ejemplo, muchas familias de origen hispano, ingresan a los EEUU con el
deliberado propósito de procrear hijos para ser beneficiarias de los programas de asistencia
gubernamentales. La cultura de la pobreza es a la vez un esfuerzo constante por adaptarse al
estatus quo y, una reacción de los pobres ante su posición marginal, en una sociedad
capitalista, y por ende, de estratificación clasista e individualista.