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CULTURA DE LA POBREZA Y CORONAVIRUS.

José Vásquez Romero

INTRODUCCIÓN.
En este breve ensayo, aspiro estimular la reflexión, acerca de las consecuencias generales,
asociadas a pandemias como el CORONAVIRUS, en contextos de pobreza, como los que
predominan en República Dominicana. Además, reflexionar sobre la “mistificación” del
origen de la pobreza y de la pandemia, y la “mitificación” del origen del virus, que ha
originado una crisis sanitaria mundial de dimensiones espantosas. No han faltado quienes –
sin conocimientos de causa- atribuyan el virus a una estrategia conspirativa, de las élites
político-económicas mundiales, para tras el caos establecer un nuevo orden. Esta es una
teoría aventurera, toda vez que, el virus está atacando indiscriminadamente a pobres y a
ricos. Otros piensan que, es un castigo de Dios, enojado por nuestros pecados. Otros lo
atribuyen, entre los que me incluyo, a la posibilidad de un escape accidental, desde
laboratorios experimentales, o un origen fortuito, relacionado con el proceso tecnológico e
industrial.
Ahora bien, si se analiza desde una mirada antropológica, la trivialización social del
problema de la pobreza, y la cultura de la pobreza, puede ser tan nociva, como interpretarla
en tanto, predestinación teológica, frente a la cual todo esfuerzo humano sería inútil.
Observar el fenómeno de la pobreza y las respuestas culturales que esta prohíja, como
simples cuestiones fortuitas o del azar, no contribuye a captarla en su esencia, impidiendo
elaborar soluciones estructurales a un flagelo, tan antiguo como las clases sociales. De ahí
que, abordar esta problemática desde una perspectiva antropológica, permite responder
mediante formulaciones científicas, a los problemas generados por la pobreza, la que a su
vez, engendra una “subcultura” en el seno de las comunidades oprimidas. Las alternativas
a las que -desde la marginalidad económica, política y social- recurren distintas sociedades,
pueden estar dotadas de factibilidades, en el marco de sus propios recursos materiales, o
remitirlas al ámbito mesiánico, donde lo escatológico representa un camino hacia la
redención del grupo social, víctima del sufrimiento, ante la imposibilidad de satisfacer sus
necesidades existenciales. Es en este terreno ideológico, donde fecunda y florece el
personalismo, el autoritarismo o el caudillismo, como expresiones terrenales del
mesianismo. En un segundo renglón se analiza, el impacto de la pandemia, en el sistema de
costumbres y prácticas tradicionales, sobre todo en los estratos marginados, permeados por
los valores que definen y distinguen la cultura de la pobreza, de la cultura general.

ASPECTOS TEÓRICO-CONCEPTUALES
Una noción aceptable de cultura, la define como el conjunto total de hábitos creencias,
costumbres, tradiciones, conocimientos, normas y valores aprendidos, en contextos sociales
específicos, y transmitidos de generación en generación. A raíz de la actual pandemia, la
noción “cultura de la pobreza”, acuñada por el antropólogo cultural estadounidense, Oscar
Lewis, adquiere especial trascendencia. En este nuevo escenario, el aludido concepto, que
sirve de título a una de las principales obras del célebre antropólogo, también viene a
explicar el impacto, que sobre la vida de las distintas sociedades afectadas, tienen los
hábitos, costumbres y prácticas relacionadas con la pobreza. Bajo este drama de impacto
socio-sanitario a escala mundial, los postulados de Lewis, respecto al sistema de vida de los
sectores carenciados, representan guías teóricas para comprender los factores de
perturbación, que obstruyen la efectiva aplicación de respuestas racionales, a la crisis que
abate a las poblaciones empobrecidas. En esa perspectiva, es preciso establecer la
diferencia entre los conceptos “Pobreza” y “Cultura de la pobreza”, dado que no describen
la misma realidad. La pobreza se define como la carencia de recursos para satisfacer las
necesidades básicas de existencia. Esto comprende, la falta de alimentación, salud,
educación, empleo, y la imposibilidad de acceder a la recreación, al esparcimiento y a la
diversión. No obstante, estas limitaciones no determinan por sí mismas, la pertenencia a la
“cultura de la pobreza”, dado que, la actitud, la voluntad, la disciplina, el respeto, el espíritu
de empresa y otros atributos individuales establecerán la diferencia. Aunque desde el punto
de vista del materialismo histórico, que Marvin Harris, -antropólogo estadounidense- lo
traduce como materialismo cultural, sentencia que, las condiciones materiales determinan la
existencia del ser social, la voluntad –que fue mejor estudiada por filósofos como Friedrich
Nietzsche o Arthur Schopenhauer, también representa un activo clave del desarrollo social.
Es decir, pese a nuestra inclinación hacia el materialismo histórico, evadimos el
esquematismo, reconociendo la relación complementaria de los sistemas de pensamiento
aludidos, para una adecuada comprensión de los fenómenos sociales.
Ahora bien, según Lewis, la pobreza está asociada a la incapacidad de ciertos segmentos
poblacionales para ser sujetos de crédito por parte de las instituciones bancarias. De modo
que, “la gente pobre es… obligada a organizar sistemas de crédito informal sin interés”
(respuesta cultural positiva). No obstante, la cultura de la pobreza está asociada al
pesimismo, a la desesperanza, a la desidia a la abulia, a la falta de fe, al sentimiento de
abandono, a la envidia y al resentimiento social. Debe quedar claro que, cultura de la
pobreza no es sinónimo de pobreza. Individuos de clase alta poseen comportamientos
asociados a “Cultura de pobreza”, dado que, esta responde a una mentalidad, fertilizada en
un sistema “anómico”, institucionalmente colapsado, reflejo de la pobreza estructural,
colectiva e individual de repercusiones espirituales. Por ejemplo, los espectáculos de hijos
de jefes militares, irrespetando el toque de queda, ilustran ese tipo de “subcultura”. Lewis
destaca el “Odio a la policía y al gobierno”, entre los principales factores que caracterizan
la Cultura de pobreza. Difiero de esta caracterización dado que, la misma es relativa; el
rechazo a instituciones policiales o gubernamentales corrompidas, expresan actitudes
racionales, propias de todo sujeto social correctamente orientado a producir los cambios y
las transformaciones que demanda la sociedad. Pero este rechazo debe ser canalizado
institucionalmente. En un análisis clasista esta apreciación de Lewis, puede definirse en
términos ideológicos, dado que, la impugnación a un sistema de opresión social, trasciende
la noción de cultura de la pobreza. Naturalmente, la cultura de la pobreza opera como una
especie de “Panclatismo” (enemiga de todo el entramado de poder).
Algunos tratadistas caracterizan a los pobres como seres benditos, virtuosos, ingenuos,
serenos, independientes, autosuficientes, honestos, generosos y felices. Mientras que,
desde el lado opuesto, son descritos como seres malvados, perversos, violentos,
irracionales y criminales. Estas contradicciones revelan distintas concepciones de clases,
entre los sectores que protagonizan la definición de estrategias, para enfrentar la pobreza,
en el marco del actual sistema capitalista que, por su naturaleza, está desautorizado e
inhabilitado, para formular soluciones válidas sobre la erradicación de la pobreza. Algunos
insisten en las virtudes y las potencialidades de los pobres, para la autogestión y la correcta
conducción y organización de sus comunidades. Mientras otros, atribuyen a la clase media,
condiciones políticas y emocionales más aptas para dirigir, lo cual manifiesta un pugilato
no solo político, sino también clasista. Lewis reconoce que, “parte de la confusión deviene
del fracaso para distinguir entre la pobreza per-se y la cultura de la pobreza y de la
tendencia de examinar a la personalidad individual con preferencia al grupo, esto es, la
familia y la comunidad del barrio bajo”. Lewis acierta al describir algunas características
propias de “Cultura de pobreza”, identificadas en la sociedad dominicana: No se organizan
en gremios o sindicatos, ni en partidos políticos, no participan, por lo regular, en centros de
bienestar nacional, y acuden, escasamente a instituciones financieras, hospitales, tiendas,
museos o galerías de arte. Tienen una actitud crítica hacia muchas de las instituciones
básicas de la clase dominante. Destaca Lewis que, quienes pertenecen a este segmento
poblacional, pese al lastre negativo que pesa sobre su imagen, poseen ventajas
significativas en países desarrollados como los Estados Unidos, dado que, reciben
recompensas económicas, institucionalmente establecidas, sin las cuales los pobres no
podrían vivir. Por ejemplo, muchas familias de origen hispano, ingresan a los EEUU con el
deliberado propósito de procrear hijos para ser beneficiarias de los programas de asistencia
gubernamentales. La cultura de la pobreza es a la vez un esfuerzo constante por adaptarse al
estatus quo y, una reacción de los pobres ante su posición marginal, en una sociedad
capitalista, y por ende, de estratificación clasista e individualista.

CULTURA DE LA POBREZA Y, EFECTOS DEL CORONAVIRUS, EN REPÚBLICA


DOMINICANA.
En el país prevalecen importantes rasgos de cultura de pobreza, situados en segmentos
poblacionales, correspondientes a estratos marginados. Estos se caracterizan por la
desesperanza inducida y/o aprendida, que genera sentimientos de autocompasión colectiva.
Es el caldo de cultivo donde fecunda la política clientelar y las dádivas gubernamentales,
germinadas y robustecidas en el marco de una extraña complicidad,
gobernantes/gobernados; clase dominante/marginados, por efecto de la alienación. De igual
modo, el pesimismo, asociado al conformismo de factura religiosa, que fomenta la oferta de
un mundo de felicidad y bienestar, después de la muerte, constituye un potente factor de
postración y resignación al estatus quo, dejando en manos de las oligarquías tradicionales
las decisiones sobre el rumbo económico, político y social del país. Por tanto, ciertos
segmentos poblacionales amortiguan sus desesperanzas, incorporándose a distintas sectas
religiosas que, en la República dominicana “abundan como la verdolaga”. A través de ellas,
canalizan la solución de problemas básicos de subsistencia, al tiempo que “garantizan” la
salvación del alma. Además, el conformismo, desde el Medievo, ha apadrinado con
eficacia la “consigna” alienante de la “bienaventuranza”, con la cual se ha logrado la
mansedumbre de inmensos “rebaños humanos” a través de la historia del dominio clerical
-casi absoluto de la Iglesia- sobre el resto de la sociedad. De manera que, dicha estrategia
ha fertilizado en el terreno fecundo de la ignorancia, a través de varias “consignas”:
“Bienaventurados los pobres, porque de ellos será el reino de los cielos”. “Es más fácil
pasar un camello por el ojo de una aguja, que un rico entrar al reino de los cielos”. Todas
han obrado como antídoto eficaz, contra la rebeldía de los pueblos, que han intentado
cambiar sus destinos. Claro, no siempre han sido recetas válidas, no obstante, en una
proporción cuantiosa, han surtido los efectos de condicionamientos psicosociales, a fin de
que los pobres se enamoren de su condición, y renuncien a luchar por el bienestar terrenal.
Además, en el refranero popular yace la frase de que, “Dios amó la pobreza”. Esta
representa una manipulación clasista e ideológica, de la fe. A lo sumo, interpretando las
mejores intenciones divinas, se infiere que, Dios amaría a los pobres, pero no sus miserias,
como de niños se nos enseñó.
También, la superstición ha estado presente en la determinación del origen sobrenatural del
CORONAVIRUS. “Es un castigo” se afirma, “producto de nuestros pecados”, porque Dios
necesita hacer una profilaxis, y dar un escarmiento para que se sepa que él existe. Son
adoctrinamientos de factura colonialista, que sustentan el florecimiento de la “Cultura de la
pobreza”. También el pánico y el sentimiento de culpabilidad son actitudes aprendidas,
primero mediante el legado colonialista, y segundo, mediante las innovaciones, a través de
las cuales se ha perpetuado este sistema mitológico (sectas religiosas) que configura la
idiosincrasia dominicana. Otra variable de notoria repercusión cultural consiste, en la
imposibilidad de que los familiares realicen los tradicionales ritos funerarios a los
fallecidos, a causa del virus. Los sentimientos tienen poderosa categoría antropológica e
histórica y, en ese sentido, tal inhibición reviste un impacto psicosocial estremecedor. Se
observan escenas desgarradoras de niños que, desde que sus padres enfermaron no los
volvieron a ver. Ni en su lecho de enfermos, ni después de fallecer, dejando un legado de
dolor difícil de curar, lo cual repercute colectivamente.
Para revertir este proceso, se precisa de medidas a corto, mediano y largo plazo, que
garanticen un cambio social y cultural, orientado a descontinuar las prácticas tradicionales,
que perpetúan la pobreza como mentalidad que, subyace al inconsciente colectivo de las
masas desposeídas. La mortalidad por coronavirus supera en términos porcentuales y
absolutos a la mayoría de países de América Latina. A la fecha somos el sexto país con
mayor número de fallecidos y contagiados del continente. Varios factores causales,
vinculados a la cultura y a las necesidades de supervivencia, explican estos resultados
desastrosos.
Primero, falta de disciplina. Se observa tanto en la población llamada a cumplir con las
medidas adoptadas oficialmente, para frenar el contagio, como en las autoridades,
incapaces de hacer respetar dichas disposiciones (cuarentena y toque de queda). Esas
debilidades institucionales se han puesto de manifiesto, a los largo de esta crisis, en la falta
de sistematicidad para imponer el toque de queda a todos los ciudadanos. Hay ejemplos
caricaturescos de autoridad policial: El Sujeto, quien negándose a respetar el horario
establecido, profirió palabras obscenas contra policías, fue dejado en libertad; lo mismo que
el teniente Ramírez Pujol, hijo del general Ramírez Ferreras, ex Director de la DNCD, e
hijastro de Alvarito Arvelo. Segundo, la prohibición de balnearios, a propósito de semana
Santa, fue ampliamente irrespetada: multitudes en ríos de San Pedro de Macorís y en La
Vega, ilustran mi afirmación. Tercero, los apresamientos generan hacinamiento en las
cárceles, que a su vez, exponen a los sanos al contagio; con la agravante de que, si no pagan
elevadas multas, permanecen en prisión, bajo condiciones peores que las que tenían antes
de ser detenidos. Cuarto, el gobierno fomenta el contagio, a través de formación de filas
masivas para recibir los “beneficios” del plan Social de la Presidencia, donde se producen
estampidas, que dejan como saldo atropellos y lesiones físicas, al generarse los habituales
conflictos que caracterizan estas aglomeraciones. Quinto, en el vecindario, los ciudadanos
se reunen a jugar dominó, barajas, celebrar cumpleaños, etc., asumiendo que, al cumplir la
prohibición de salir a la calle, en el horario establecido, están libres de enfermarse. Sexto,
visitas a familiares que, por ser tales no se les considera peligrosos, en la cadena de
contagio; estas visitas provocan la incontinencia del abrazo, el beso y el apretón de manos,
propios de nuestra cultura. Séptimo, el fanatismo religioso. Las ceremonias religiosas
suelen congregar a cientos de devotos que al parecer confían en las bondades divinas para
protegerlas del flagelo, hay pastores que han llegado a ofertar inmunidades del virus, si el
creyente entrega o deposita el correspondiente diezmo (claro, estos son evidentes
estafadores, que deberían ir a la cárcel, no solo por traficar con la fe, sino por exponer a su
fanatizada feligresía a la muerte). Octavo, ofertas de servicios de belleza y peluquería.
Noveno, Organización de fiestas privadas en las que, los bailes, por consiguiente
representan un efectivo mecanismos de transmisión del “pegajoso” virus.
Entonces cabe preguntarse: ¿Si en verdad se quiere prevenir morbilidad (enfermos) y
mortalidad, a causa de este agente infeccioso, por qué no se aplica una real cuarentena?
¿Estiman las autoridades que, además del aprovechamiento de la crisis sanitaria para
sobrevaluar hasta en un 600 por ciento los bienes alimenticios y los insumos de salud,
también pueden sacar provecho del estado mórbido de la población? Urge la aplicación de
medidas drásticas, que detengan la escalada exponencial de contagios, porque es posible
hacerlo, de lo contrario, vamos camino al protagonismo en el número de muertos, en el
concierto de naciones, que se enfrentan a la que se proyecta como una catástrofe. Albergo
mi esperanza de que, la ciudadanía, se coloque positivamente por encima de sus
autoridades y, aunque nos veamos conminados a comer solo una o dos veces diarias, nos
quedemos confinados en nuestras casas.

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