Está en la página 1de 8

UNIVERSIDAD FRANCISCO DE PAULA SANTANDER

FACULTAD DE INGENIERÍA

PROGRAMA DE INGENIERÍA CIVIL

ECONOMÍA Y FINANZAS

DOCENTE JEAN MARCELL MARQUEZ ALVAREZ

MARCELO ANDRES BACCA VELASQUEZ 1113408

CÚCUTA
2021
REVOLUCIÓN INDUSTRIAL 4.0

A finales del siglo XVII fue la máquina de vapor. Esta vez, serán los robots
integrados en sistemas ciber-físicos los responsables de una transformación
radical.
Los economistas le han puesto nombre: la cuarta revolución industrial.
Marcada por la convergencia de tecnologías digitales, físicas y biológicas,
anticipan que cambiará el mundo tal como lo conocemos.
¿Suena muy radical? Es que, de cumplirse los vaticinios, lo será. Y está
ocurriendo, dicen, a gran escala y a toda velocidad. "Estamos al borde de una
revolución tecnológica que modificará fundamentalmente la forma en que vivimos,
trabajamos y nos relacionamos. En su escala, alcance y complejidad, la
transformación será distinta a cualquier cosa que el género humano haya
experimentado antes", vaticina Klaus Schwab, autor del libro "La cuarta revolución
industrial", publicado este año. Los "nuevos poderes" del cambio vendrán de la
mano de la ingeniería genética y las neuro-tecnologías, dos áreas que parecen
crípticas y lejanas para el ciudadano de a pie.
Pero las repercusiones impactarán en cómo somos y nos relacionamos hasta en
los rincones más lejanos del planeta: la revolución afectará "el mercado del
empleo, el futuro del trabajo, la desigualdad en el ingreso" y sus coletazos
impactarán la seguridad geopolítica y los marcos éticos.

Después de la Segunda Guerra Mundial, la comunidad internacional aunó


esfuerzos para construir un futuro compartido. Hoy en día, debe hacer esto de
nuevo. Debido a la lenta y desigual recuperación durante la década tras la crisis
financiera mundial, una parte sustancial de la sociedad se ha visto atrapada por la
insatisfacción y la amargura; y, no sólo con respecto a la política y los políticos,
sino también con relación a la globalización y todo el sistema económico que esta
sustenta. En una época de inseguridad y frustración generalizadas, el populismo,
se ha tornado como una opción cada vez más atractiva, como una alternativa
al status quo.
Sin embargo, el discurso populista elude – y a menudo confunde – las distinciones
sustantivas entre dos conceptos: globalización y globalismo. La globalización es
un fenómeno impulsado por la tecnología y el movimiento de ideas, personas y
bienes. El globalismo es una ideología que prioriza el orden global neoliberal sobre
los intereses nacionales. Nadie puede negar que estamos viviendo en un mundo
globalizado. No obstante, afirmar que todas nuestras políticas deberían ser
“globalistas” es muy discutible.

Al fin y al cabo, este momento de crisis ha planteado preguntas importantes sobre


nuestra arquitectura de gobernanza global. Teniendo en cuenta que cada vez más
y más votantes exigen “recuperar el control” de las manos de las “fuerzas
globales”, el desafío que se enfrenta es la restauración de la soberanía en un
mundo que necesita de la cooperación entre partes. En lugar de cerrar las
economías a través del proteccionismo y la política nacionalista, debemos forjar un
nuevo pacto social entre los ciudadanos y sus líderes, para que todos se sientan lo
suficientemente seguros dentro de su propio país como parar permanecer abiertos
al mundo en general. Si esto falla, la continua desintegración de nuestro tejido
social podría, en última instancia, provocar el colapso de la democracia.

Además, los desafíos asociados con la Cuarta Revolución Industrial (4IR)


coinciden con el rápido surgimiento de restricciones ecológicas, el advenimiento
de un orden internacional cada vez más multipolar y una creciente desigualdad.
Estos sucesos integrados están marcando el comienzo de una nueva era de
globalización. Si esta nueva era va a mejorar la condición humana dependerá de
si la gobernanza corporativa, local, nacional e internacional se puede adaptar a
estos sucesos, a tiempo.

De manera paralela, un nuevo marco para la cooperación público-privada global


ha ido tomando forma. La cooperación público-privada consiste en aprovechar el
sector privado y los mercados abiertos para impulsar el crecimiento económico
para el bien público, teniendo siempre en cuenta la sostenibilidad ambiental y la
inclusión social. Sin embargo, para determinar lo que comprende el bien público,
primero debemos identificar las causas de la desigualdad.

Por ejemplo, si bien los mercados abiertos y la mayor competencia ciertamente


producen ganadores y perdedores en el ámbito internacional, también pueden
tener un efecto aún más pronunciado sobre la desigualdad a nivel nacional. Es
más, la creciente brecha entre quienes forman parte del precariado y los
privilegiados se está reforzando con los modelos de negocios de la Cuarta
Revolución Industrial (4IR), que a menudo hacen que las ganancias sean para
quienes son dueños del capital o de la propiedad intelectual.

Cerrar esa brecha requiere que reconozcamos que estamos viviendo en un nuevo
tipo de economía impulsada por la innovación, y que se necesitan nuevas normas,
estándares, políticas y convenios globales para salvaguardar la confianza del
público. La nueva economía ya ha perturbado y recombinado innumerables
industrias, y ha desplazado a millones de trabajadores. Esta nueva economía
desmaterializa la producción a medida de que aumenta la intensidad del
conocimiento en la creación de valor. A su vez, también aumenta la competencia
dentro de los mercados nacionales de productos, capitales y trabajo, así como
entre los países que adoptan diferentes estrategias de comercio e inversión. Y,
aviva la desconfianza, en especial con relación a las empresas de tecnología y la
forma como estas administran nuestros datos.

El ritmo sin precedentes del cambio tecnológico significa que nuestros sistemas de
salud, transporte, comunicación, producción, distribución y energía – sólo para
nombrar unos pocos – se transformarán completamente. Gestionar ese cambio
requerirá no sólo de nuevos marcos para la cooperación nacional y multinacional,
sino también de un nuevo modelo de educación, complementado con programas
específicos para enseñar nuevas habilidades a los trabajadores. Recurriendo a
avances en robótica e inteligencia artificial en el contexto del envejecimiento de las
sociedades, tendremos que pasar de una narrativa de producción y consumo a
una de compartir y cuidar a las personas.
La tecnología ha revolucionado la agricultura a intervalos regulares, desde la
invención del arado tirado por bueyes en el antiguo Egipto, hasta el  primer tractor
a gasolina de principios del siglo XX. En la década de 1960, la Revolución verde
consistió en la siembra de variedades de semillas de cereales de alto rendimiento,
fertilizantes químicos y pesticidas.

La Cuarta Revolución Industrial no es diferente. En 2017, una granja robótica en el


Reino Unido hizo su primera cosecha totalmente a máquina. Vehículos autónomos
sembraron, fertilizaron y cosecharon cinco toneladas de cebada. En los próximos
dos o tres años, las tecnologías digitales en la agricultura tendrán una cobertura
de mercado considerable en todo el mundo, según las estimaciones.

En enero, un informe del Foro Económico Mundial desarrollado en colaboración


con McKinsey & Company identificó 12 sectores de tecnología emergentes que
tienen el potencial de tener éxito en varias dimensiones del sistema alimentario.
Podrían cambiar la forma de demanda de alimentos, a través de proteínas
alternativas y nutrición personalizada; por ejemplo, promover los vínculos a lo
largo de la cadena de valor de los alimentos, a través de servicios móviles, Big
Data, Internet de las cosas y trazabilidad habilitada con cadena de bloques; y
crear sistemas de producción efectivos, mediante sensores de agua, modificación
genética y otros avances científicos que hacen que la agricultura sea más precisa
y de mayor rendimiento.

Aunque el incremento de la tierra agrícola y la productividad laboral ayudaron a


que millones de personas en países como China y Vietnam aumentaran sus
ingresos para salir de la línea de pobreza, esta sigue siendo claramente un
problema rural. Alrededor del 80% de las personas pobres extremas del mundo
vive en áreas rurales y el 65% de los adultos pobres que trabajan se ganan la vida
con la agricultura, según un análisis del Banco Mundial de 2016. Paradójicamente,
las mismas personas que se pasan la vida produciendo alimentos son las que
menos seguridad de obtener alimentos tienen en el mundo. A nivel mundial, el
hambre aún afecta a 815 millones de personas.
La investigación en inteligencia artificial (IA) siempre ha consistido en intentar
construir máquinas que piensen, al menos de alguna manera. Pero la cuestión
de lo parecidas que la inteligencia artificial y la biológica deberían ser ha dividido a
los expertos durante décadas. Los primeros esfuerzos para construir modelos de
IA involucraron procesos de toma de decisiones y sistemas de almacenamiento de
información vagamente inspirados en la forma en la que parecía que los seres
humanos pensábamos. Y las redes neuronales profundas actuales en día
también se inspiran un poco en la forma en la que las neuronas interconectadas
se activan en el cerebro. Pero esa inspiración generalizada tiene sus limitaciones.

A la mayoría de las personas que se dedican a la IA no les preocupan demasiado


estos detalles, afirma el neurocientífico y emprendedor tecnológico Jeff Hawkins, y
es algo que quiere cambiar. Hawkins lleva casi 40 años a caballo entre la
neurociencia y de la IA. En 1986, después de trabajar unos años como ingeniero
de software en Intel, se fue a la Universidad de California en Berkeley (EE. UU.),
para empezar su doctorado en neurociencia, con la esperanza de descubrir cómo
funcionaba la inteligencia. Pero su ambición se chocó con una pared cuando le
dijeron que allí no había nadie capaz de ayudarle con un proyecto tan
grande. Frustrado, cambió Berkeley por Silicon Valley (EE. UU.) y en 1992 fundó
Palm Computing, donde desarrolló el precursor de los teléfonos inteligentes
actuales denominado PalmPilot.

Pero su fascinación por los cerebros nunca desapareció. Quince años después,


regresó a la neurociencia y creó el Centro Redwood de Neurociencia
Teórica (actualmente en Berkeley). Hawkins también dirige Numenta, una
empresa de investigación en neurociencia en Silicon Valley. Allí, su equipo y él
estudian la neocorteza o neocórtex, la parte del cerebro responsable de todo lo
que asociamos con la inteligencia. Después de una serie de avances en los
últimos años, Numenta cambió su enfoque centrado en el cerebro hacia la IA,
aplicando lo que había aprendido sobre la inteligencia biológica a las máquinas.
Las ideas de Hawkins han inspirado a grandes nombres de la IA, incluido Andrew
Ng, y han recibido elogios de personas como Richard Dawkins, quien escribió el
entusiasta prólogo del nuevo libro de Hawkins A Thousand Brains: A New Theory
of Intelligence, publicado el 2 de marzo.

Tuve una larga charla con Hawkins por Zoom sobre lo que su investigación sobre
el cerebro humano significa para la inteligencia de las máquinas. No es el primer
emprendedor de Silicon Valley que cree que tiene todas las respuestas, y es
probable que no todos estén de acuerdo con sus conclusiones. Pero sus ideas
podrían revolucionar la IA.  

¿Por qué cree que la IA actual va en una dirección equivocada?

Es una pregunta complicada. A ver, yo no critico la IA actual. Creo que es


genial; es útil. Simplemente no creo que sea inteligente.

Mi principal interés es el cerebro. Me enamoré de los cerebros hace décadas. He


tenido esta opinión durante mucho tiempo. Consiste en que, antes de crear la IA,
primero tenemos que descubrir qué es realmente la inteligencia, y la mejor manera
de hacerlo es estudiando el cerebro.

En 1980, o por ahí, me pareció que los enfoques relacionados con la IA no iban a
llegar a una verdadera inteligencia. Y llevo pensado lo mismo en todas las
diferentes fases de la IA; no es algo nuevo para mí.

He visto el progreso que se ha logrado recientemente con el aprendizaje profundo


y es espectacular, es bastante impresionante, pero eso no quita el hecho de que
resulta fundamentalmente deficiente. Creo que sé lo que es la inteligencia; creo
que sé cómo lo consigue el cerebro. Y la IA no está haciendo lo que hacen el
cerebro.

También podría gustarte