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ASPECTOS PSICOLOGICOS EN LOS VOTOS1

I. LOS VOTOS COMO EXPRESIÓN DE LA CONSAGRACIÓN RELIGIOSA

Si tomamos los votos emitidos en una profesión, en su dimensión más humana


y psicológica, nos aparecen como la respuesta de un sujeto a la llamada
vocacional, esto es, como expresión de su consagración religiosa.

Ahora bien, esto nos plantea dos principales conjuntos de cuestiones, por lo
demás altamente relacionados: el uno referente a las del sujeto y el otro, a su
actitud personal.

1. LOS VOTOS Y LAS MOTIVACIONES DEL SUJETO. Desde que la


psicología profunda nos advirtió de que existía, en todos nosotros, un
inconsciente dinámico, el problema de los motivos de nuestras acciones se
complicó enormemente, puesto que siempre puedo sospechar que a mis
motivos conscientes subyazga alguna motivación inconsciente. En todo caso,
el estudio de la motivación hoy cuenta con una extensa bibliografía aplicada
también a la vida religiosa.

Teóricamente hablando, unos votos religiosos no deberían estar motivados


sino por un deseo de entrega a Dios y un servicio a los hermanos desde la
iglesia. De hecho, sin embargo, es prácticamente imposible que se den estas
motivaciones en toda su pureza. No faltan autores que han hecho interesantes
estudios en esta línea de investigación, llegando, por una parte a listar y
clasificar las distintas motivaciones que, a través de una batería de pruebas
psicológicas, aparecen interviniendo, con mayor o menor grado de intensidad,
en una profesión y vivencia de los votos religiosos; y, por otra parte, a captar la
evolución de dichas motivaciones, en el transcurso de la vida del religioso.

Los resultados parecen indicar que el período que antecede inmediatamente y


sigue a la profesión temporal es donde las motivaciones religiosas se muestran
más transparentes, después de la purificación llevada a cabo en los años de
prenoviciado y noviciado, para descender ligeramente la curva
-estadísticamente considerada- unos cinco a seis años más tarde, cerca de la
profesión perpetua como si el sujeto sufriese una «regresión» -¿tendencia a
«instalarse»?hacia aspectos motivacionales demasiado humanos, que
parecían superados; para volver, en fin, a recuperar el techo, sin duda de forma
cualitativamente más profunda y rica, difícilmente detectable por los
cuestionarios, en los años de madurez religiosa.

Si convenimos en que es prácticamente imposible que a los motivos


conscientes de carácter más positivo no acompañen ciertas motivaciones
inconscientes, más o menos infantiles e inconsistentes con aquéllos, el
1
Diccionario Teológico de la vida consagrada. Publicaciones claretianas. España. Año 2000
problema estaría, a la hora de decidir por ejemplo, sobre la «recta intención»
de un candidato a la vida religiosa, el grado de inconsistencia o de limitación de
la libertad que ello supone, y si, por otra parte, hay esperanzas fundadas de
que se establezca y prosiga un comenzado proceso purificador, como ha
puesto de relieve, entre otros, el P. Rulla, en su conocida investigación sobre
Estructura psíquica y vocación que lleva como subtítulo: Motivaciones de
ingreso y de abandono.

Citando al P. Sovernigo, resume Giordani: «Los signos por los cuales se puede
diagnosticar la presencia activa de motivaciones auténticas» para la vida
religiosa, es decir, para vivir los votos son: capacidad para superar conflictos,
para gozar espiritualmente y soportar frustraciones, inherentes a la propia vida
consagrada y una libre disposición de entrega a los demás.

2. LOS VOTOS Y LA ACTITUD PERSONAL. No sólo es psicológicamente


importante el tema de las motivaciones, tanto conscientes como inconscientes,
a la hora de comprometerse el profeso a observar los votos religiosos, sino tal
vez más el problema, menos estudiado, de su actitud personal respecto al
compromiso mismo.

Tomamos aquí el concepto de actitud más en el sentido fuerte de una


psicología de la personalidad que de una psicología social, entendiendo que en
la verdadera actitud personal madura participa la totalidad del sujeto y, de
algún modo, se expresa en ella. No se trata, pues, de una simple «postura»
periféricamente adoptada, en un momento dado, sino de un modo de ser, de
pensar y de sentir respecto a algo o a alguien, que supone para su formación
un proceso dinámico, generalmente largo, durante el cual, la personalidad hubo
de ser sometida a una profunda y casi siempre dolorosa reestructuración
-cuando se trata de una actitud, sobre todo, religiosa y vocacional-, que se
puede llamar simbólicamente muerte-resurrección.

Entendida así en su sentido positivo, la actitud personal que requiere el


compromiso de los votos religiosos, en la profesión temporal no es
evidentemente la misma que se exige para una profesión perpetua. Es, en esta
última, donde la actitud del religioso debe haber llegado ya a un alto grado de
madurez integradora: habiendo el sujeto asumido su pasado, superado
conflictos defensivos, e identificado con apropiados modelos, se vea
participando activa y gozosamente en la vida de su grupo comunitario y familia
religiosa.

Advierte Rulla que, si comparamos las actitudes con los valores y con las
necesidades, nos encontramos, por una parte, que «las actitudes, igual que los
valores, son tendencias a la acción, pero más específicas y más numerosas
que los valores»: desempeñarían una función expresiva respecto a éstos y
constituirían «el lazo de unión entre éstos y el comportamiento»,
encontrándose configuradoramente unidos en el yo ideal valores y actitudes;
por otra parte, «las actitudes, que por su situación central son como el eje de la
personalidad, pueden provenir de los valores y/o de las necesidades y sirven, a
su vez, para satisfacer y expresar estas necesidades o, al contrario, como
defensas del Yo», tal una «actitud de gentileza» contra una «profunda
necesidad agresiva».

Esta última especie de «formación re activa», que diría un psicoanalista, impide


o dificulta, más o menos, la formación de una auténtica actitud personal, de
acuerdo con la trascendencia del acto que se va a llevar a cabo, por ejemplo,
cuando uno emite su profesión definitiva. Nos referimos no tanto a las distintas
y múltiples actitudes respecto a los tres votos-valores, utilizando el lenguaje de
Rulla, sino a la actitud central referida a la profesión de los votos religiosos, en
cuanto que forman una totalidad, como expresión de un proyecto de existencia
consagrada en una comunidad religiosa.

En este sentido, el peligro nos parece estar hoy -sobre todo, desde que la
iglesia los dispensa incluso a presbíteros concediéndoles la llamada «reducción
al estado laical»- en la dificultad de que el sujeto logre una verdadera actitud de
entrega a perpetuidad, quemando las naves para siempre. En los siguientes
puntos de nuestra exposición no haremos más que iluminar el proceso de
formación de una auténtica actitud personal y sus posibles avatares.

II. LOS VOTOS COMO OPCIÓN LIBRE Y PALABRA PERSONAL

Para salvaguardar la validez misma de una profesión, la iglesia ha insistido


siempre en que el sujeto emita sus votos libremente, sin ningún tipo de
coacción, y los exprese verbalmente y en público ante la comunidad.

Psicológicamente, sin embargo, no es nada fácil llegar a estar uno seguro ni de


la capacidad de libertad efectiva de que dispone, ni de poder sostener, de por
vida, la palabra dada.

1. CAPACIDAD DE VIVIR LOS VOTOS COMO OPCIONES LIBRES. Parecería


inútil este número, si no existiese el hecho, psicológicamente constatado, de
que no es lo mismo la subjetiva vivencia de libertad que la objetiva capacidad
de libertad que posibilita una real opción libre.

a) La libertad como vivencia y como capacidad: En psicología la libertad se


presupone y muestra más que se demuestra, en el mejor de los casos;
admitiendo, por de pronto, que se trata siempre, en e! sujeto humano, de una
libertad «condicionada», relativa, que se ejerce a través de múltiples
condicionamientos y determinismos, de carácter psicosomático y psicosocial.

No es cuestión, por consiguiente, de buscar una libertad absoluta para una


opción plenamente libre, sino aquel grado de libertad que le permita a uno
hacerse cargo de su comportamiento convirtiéndolo así en una conducta
responsable, esto es, de la que es capaz racional y éticamente de responder.

Por otra parte, el que sea también una libertad motivada no quiere decir que
esté necesariamente sometida a los motivos, con tal de que no se trate de
ciertas motivaciones inconscientes, no reconocidas y asumidas por el sujeto.
«Me decido por e! motivo más poderoso -dice bellamente Yela, haciendo, en
parte, eco a Zubiri, “pero ahí está, me decido. ¿Qué significa este me? Significa
que es un acto mío, no de mis motivos; que actúo como sujeto que se
encuentra con un sí mismo al encontrarse con la realidad y que tiene, para
hacerse cargo de ella, que esbozar un proyecto,.. Y en esto reside la libertad
de mi volición…la libertad consiste en ese ir haciéndome mi proyecto... La
decisión se forma al tiempo que los motivos, los motivos no la causan como un
efecto. La decisión se forma al tiempo que los motivos. Los motivos no la
causan como un efecto. La decisión es un acto por el que paso, de estar
determinado a responder a la realidad, a determinar más estrechamente mi
inclinación a una realidad preferida, y al hacerlo voy invocando motivos y
justificando con ellos mi decisión».

La capacidad real de decisión libre es una conquista, pues, que voy


alcanzando al ritmo de mi propia realización y del grado de madurez
conseguido, a partir de mi niñez, pero sobre todo, de mi adolescencia: sólo al
final de ésta tendrá «su comienzo efectivo en tanto que opción fundamental. Y
es que «psicológicamente el acto libre no aparece en discontinuidad con la vida
previa del sujeto. Aparece inicialmente como liberación y se fija después, más o
menos parcialmente, en hábitos. La decisión se apoya primero en las
tendencias orgánicas y sensitivas y sobre ellas, sin anularlas nunca, va
liberando la posibilidad de la acción libre, que asume estas tendencias como
motivos expresivos de valores», cuyo acceso se lleva a cabo a través de las
necesidades vitales. En resumen, «la libertad humana se revela así como finita
y limitada. No crea sus motivos, se funda en ellos. No es siquiera libre decisión
puramente racional, sino libre decisión de un sujeto psicofísico, limitado y
afectado en su acción por dimensiones corporales y de factividad existencial».

Ahora bien, esta complejidad psicológica del acto de decisión personal lleva
consigo una gran dificultad para poder distinguir, a veces, la capacidad real de
decisión libre de un sujeto de su vivencia de libertad. De lo que estamos
seguros es de que no tienen por qué coincidir. Existen ciertos enfermos
mentales de carácter psicótico con un vivísimo sentimiento de libertad; y lo
mismo ocurre con quienes se encuentran bajo los efectos de ciertas drogas. A
la inversa, personas que muestran un evidente grado de madurez personal
pueden pasar por momentos de crisis en los que ya un aspecto de su conducta
ya toda su existencia, en sentido global, se les aparece vivencialmente como
demasiado determinada por factores externos.
b) Hacia unos criterios de discernimiento. ¿Cómo discernir, por ejemplo, un
maestro de novicios, si un determinado sujeto que «se siente» libre para hacer
su profesión, posee efectivamente la capacidad para emitir unos votos como
opción personal libre?

No poseemos, a mi entender, fórmula alguna que nos permita «medir» dicha


capacidad, pero sí existen ciertos indicios que, por el método de convergencia,
pueden dar al formador o formadora una mayor o menor probabilidad que, en
ocasiones, puede llegar a certeza, al menos moral. Expondré algunos de estos
criterios que me parecen más fiables, sobre todo cuando concurren o
convergen.

Coincidencia entre la autoapreciación y el Juicio de formadores y compañeros.


Cuando el sujeto se siente libre y los que lo tratan ordinariamente, como son la
comunidad formativa y sus propios compañeros, no tienen duda alguna sobre
su capacidad es muy difícil que este juicio coincidente no responda a una
capacidad 'objetiva. Por tanto, se convierte en un criterio muy positivo. Será
negativo, por el contrario, cuando el sujeto tiene una fuerte vivencia de libertad
interior y, en cambio, sus formadores o sus compañeros tienen serias dudas
sobre ello: lo más seguro es que se trate de un caso más o menos patológico.
Y ¿qué decir, en fin, cuando el sujeto duda de su capacidad y los formadores y
compañeros, no? Lo juzgaría, en general, menos grave que el anterior; pero,
de todos modos, mientras continúe la duda no deberá el sujeto emitir sus votos,
al menos si se trata de una profesión perpetua. Lo más conveniente será acudir
a la ayuda de un psicólogo clínico.

La convergencia de un grado de madurez afectiva propio de su edad con el del


vector ético-religioso. Se supone naturalmente un cociente intelectual normal o
superior, que va implicado en este criterio positivo. Sería criterio negativo, por
el contrario, aquel grado de infantilismo afectivo de carácter narcisista, que
impediría, más o menos gravemente, al sujeto la entrega de sí mismo; como
también una falta de valores ético-religiosos debidamente personalizados.

La consistencia entre un constatable progreso en el cumplimiento externo de


los votos y un gozoso sentimiento de realización personal. Cualquiera de estos
dos términos que faltase convertiría este criterio en negativo.

2. LOS VOTOS COMO PALABRA PERSONAL. Los votos religiosos se emiten


verbal y explícitamente, según cierta formulación oficial, codificada en las
constituciones del Instituto, pero que debe servir de cauce expresivo para la
palabra personal del sujeto y, a través de ella, de su actitud interior y
compromiso.
Ahora bien, la adquisición del lenguaje, para la criatura humana, es uno de los
factores constituyentes de su propio ser de sujeto personal, de esta gran
aventura de llegar a ser un hombre o una mujer que tienen una palabra propia
que decir y decirse... hasta ser capaces de recibir la Palabra de Dios y dirigir a
Dios su palabra como oración.

a) El acceso a sujeto-de-palabra. Este interesante proceso lo ha estudiado


especialmente la psicología profunda, en la que nos inspiraremos para la
aplicación a nuestro tema. Bástenos con decir aquí que se requieren una serie
de condiciones para que la criatura humana en desarrollo, y a partir de
temprana edad, pueda salir de Universo imaginario en que están envueltos sus
deseos pulsionales y pasar al mundo simbólico, propiamente humano, siendo
este paso verdaderamente constituyente de su status de sujeto.

Pues bien, en dicho proceso, uno de los factores esenciales sería esa creación
cultural, eminentemente simbólica y simbolizante que es el lenguaje, capaz de
configurar la informe e ilimitada pretensión del deseo, sosteniéndolo a la vez y
haciéndolo apto para una convivencia humana. Se trata de la posibilidad de
una palabra verdadera, dicha en primera persona y en contextos
interlocucional, cuya estructura tríadica sigue el modelo de advenimiento del
sujeto en el acontecimiento de la verdad testimonial, haciendo nuestra la
magnífica exposición de Vergote, de inspiración lacaniana.

«El testimonio -afirma- es una relación dialogal donde la verdad se instaura por
la palabra asumida por el hombre solo ante otro. Pero esta relación de palabra
no es acontecimiento de verdad más que en virtud de su estructura triangular:
e! sujeto en primera persona adviene allí a sí mismo en la palabra dirigida en
segunda persona, porque él se deja requerir por un Otro, el Testigo invisible
ante el cual se sitúa.

b) Los votos, palabra personal. Tal vez un modelo paradigmático de


advenimiento de un sujeto por una palabra personal en la antedicha
triangularidad estructural, sea una profesión perpetua donde un hombre o una
mujer pronuncia sus votos, en primera persona, como testificación viviente de
su verdad más íntima, esto es la llamada vocacional, dentro de un contexto
locucional con el superior que la recibe en nombre de la comunidad y de la
iglesia y ante la presencia de Dios, como el gran Testigo o Verdad
personificada y trascendente, al que se entrega y consagra.

Más allá de la dimensión jurídica, como una especie de atestado judicial, con
las firmas del que profesa, del que recibe la profesión y de otros testigos, en el
libro de profesiones, o incluso sellado con el sello propio del Instituto, hay como
en el acto del pacto matrimonial, algo mucho más profundo y trascendente.
¿No se trata también aquí de un pacto amoroso con Dios y de entrega a la
iglesia, realmente esponsal?
Como la palabra declarativa y constituyente de cada uno de los esposos
configura su deseo fusional, perdido antes en la fascinación y ensueños
imaginarios del enamoramiento, de modo semejante, la profesión de los votos,
como palabra personal auténtica consagra el deseo de ser religioso,
regulándolo, definiéndolo y orientándolo, según la Regla y las Constituciones
del Instituto. Es decir, instituyéndose el sujeto religioso, en su ser carismático,
como trascendente, en el momento mismo en que desaparece y muere
simbólicamente, renunciando a las posibilidades de realización carnal y
pasando a formar parte de una comunión fraterna con sus hermanos de
comunidad.

Y es que el propio matrimonio «es una institución, no en primer lugar, porque


sea una regulación social de la sexualidad, sino porque e! amor se instituye
-subrayamos nosotros- allí por una palabra que quiere ser fiel a la verdad del
amor». Y si fue necesario previamente que el deseo erótico invistiese el cuerpo
vivido de los futuros cónyuges y se manifestase en la desconcertante
experiencia del enamoramiento, para que el pacto amoroso encontrase una
«sustancia corporal» donde inscribirse, sin la palabra, «el deseo no sería más
que la movilidad de un cuerpo que resuena a signos todavía significativamente
no integrados y arcaicos. También aquí la palabra confiere significación al
deseo en su trascendencia, dialogal y temporal. Asume el reconocimiento de
otra singularidad y da sentido al pasado desde un amor que hay todavía que
construir».

Todo el pasado, más o menos oscuro, del caminar vocacional -que es la propia
biografía íntima del sujeto, esto es, de su deseo- es ahora asumido en esta
palabra personal y declarativa de un sujeto que, en primera persona, con su
nombre y apellidos, se dice a sí mismo y se compromete totalmente y sin
reservas en la palabra dada y bajo voto o juramento. Es decir, ante la
Presencia de la Verdad que lo requiere.

III. LOS VOTOS Y LAS RENUNCIAS POR EL REINO

La capacidad de pronunciar unos votos como, palabra personal verdadera y


auténtica, testificando que uno se encuentra bajo el poder de la Verdad que lo
requiere y, a la vez, gozosamente libre en su decisión, trascendiéndose a sí
mismo en el propio momento en que muere y nace o se recobra perdiéndose,
supone también otra capacidad, nada corriente, de renuncia no sólo a deseos y
objetos más cercanamente pulsionales o instintivos, sino, además, a ideales y
valores humanamente valiosos y dotados de gran poder de fascinación, como
pueden ser e! proyecto de fundar una familia, de llevar a cabo una obra
económico-social o de disponer libremente de su persona en un estilo de vida
hecho a su medida.
1. CAPACIDAD DE RENUNCIA PERSONAL. La posibilidad de vivir unos votos
de consagración religiosa, desde una perspectiva antropológica, depende
indudablemente de la capacidad de renuncia personal que tenga el sujeto. .

Vamos más explícitamente aquí a contraponer, en primer lugar, la renuncia a


un deseo pulsional a la represión inconsciente, con la que la confunden más de
uno, siendo así que mientras ésta es un peligroso proceso defensivo que
puede conducir fácilmente a una neurosis, aquélla es la condición básica de la
emergencia de la cultura, del acceso al universo cultural y de su desarrollo
creativo puesto que posibilita una auténtica sublimación.

Si bien para Freud, existirá un tipo de renuncia a la pulsión de carácter más


bien defensivo un autor como el profesor Villamarzo que ha estudiado
críticamente este tema, nos ofrece una definición, en sentido positivo,
compuesta de media docena de citas de Freud: se trataría de una función
constructiva del yo adulto, llevada a cabo conscientemente por exigencias del
principio de realidad, de la que se sigue un efecto económico parcialmente
liberador, con una eventual derivación de energía en forma socioculturalmente
valorada y psicodinamicamente creativa.

Es, además, muy importante tener en cuenta que la represión inconsciente


impide el posterior proceso sublimador, mientras que la renuncia será una de
sus condiciones facilitadoras.

Ahora bien, además de estos aspectos, digamos «básicos», del proceso de


renuncia personal, hay otros a niveles más elevados de la personalidad aquí
implicados, como son los intereses y valores apropiados por el yo, en sentido
allportiano, y las actitudes personales, dentro de un contexto de mayor o menor
maduración del sujeto.

En las renuncias personales que conllevan los votos o, si se prefiere los votos
religiosos en cuanto renuncias, implican la totalidad de la persona. Sería
erróneo considerarlas como simples y puros actos de voluntad sin más. Se
trata, por el contrario, verdaderos procesos que, afectando a la personalidad
total, conmueven profundamente todos los factores y resortes dinámicos de la
misma, desde los más pulsionales y arraigados en la corporalidad, hasta los
más elevadamente cognitivos y sentimientos más espirituales, pasando por la
afectividad profunda y las motivaciones que se hunden en las oscuridades
inconscientes.

Sería, asimismo, equivocado considerarlas en un 11 sólo o predominantemente


en su aspecto negativo, aunque tampoco se entendería nada de ellas,
incrementando negarlo. La expresión evangélica de «eunucos por el I Reino»,
por ejemplo, es una metáfora bien expresiva de esa pérdida, mutilación o
incluso muerte simbólicas que opera toda renuncia personal, y en este
consagrada la renuncia al amor humano y al matrimonio, por la castidad
consagrada. Ahora bien, esa dimensión negativa constituye sólo un primer
tiempo o condición necesaria, para el advenimiento de una nueva realidad
perteneciente a un orden distinto. Esta realidad nueva no viene a sustituir a la
renunciada, ni a rellenar su hueco, sino a proporcionar al sujeto una capacidad
nueva para un nuevo tipo de posibilidades de realización personal, al servicio
de los hermanos. Desde el punto de vista psicológico la distinción es clara
entre la vivencia de un celibato por una persona frustrada o que tiene reprimida
su sexualidad, y la de aquélla que ha renunciado libre y gozosamente,
sintiéndose ahora no amargada, sino liberada para un tipo de amor de entrega
más universal y pleno.

La iglesia, finalmente, ha insistido mucho, a los formadores especialmente a la


hora de discernir acerca de un sujeto dudoso, sobre el motivo, esto es, si sus
renuncias son por el Reino. Efectivamente, siempre se puede correr el riesgo
de que piense el sujeto que renuncia a todo lo que sus votos implican por amor
a Dios y a la iglesia, cuando, en realidad sus motivaciones profundas, no
menos reales por ser ignoradas, son demasiado humanas. En ese caso, habría
que dudar si se ha tratado, en realidad, de auténticas renuncias personales: lo
más probable es que hayan sido sólo imposibles intentos, a base de actos de
voluntad racional y defensivamente configurados.

2. PRINCIPALES RENUNCIAS DE CADA VOTO. Si bien los tres votos de la


consagración religiosa forman una perfecta unidad en función del agape o amor
cristiano, vivido por el sujeto religioso de forma muy inmediata y concreta en la
comunión fraterna de la vida en comunidad, que posibilitan los tres conjuntos
de renuncias, nos vamos a referir más explícitamente a las implicadas en cada
voto por razones de exposición y claridad didáctica.

Por «voto» entenderíamos también la correspondiente virtud, utilizando el


lenguaje de la vieja teología moral, sin quedarnos en lo puramente jurídico:
para nuestro punto de vista psicológico, forman un todo inseparable en la
actitud personal del profeso.

a) Voto de castidad Tal vez el que mejor expresa la consagración del


religioso, por referirse directamente al centro mismo de su ser, representado
por el amor. Así pareció entenderlo el Vaticano II, cambiando el orden
tradicional de enumeración y situándolo significativamente en primer lugar; de
acuerdo, por otra parte, con el título mismo del documento dedicado a las
personas consagradas en la iglesia: Del perfecto amor.

En éste, como en los restantes votos, me vaya limitar casi únicamente a una
simple enumeración de las que me parecen principales renuncias o aspectos
de una renuncia única multidimensional.
· A todo ejercicio voluntario de la sexualidad genital y a la aceptación o disfrute
del consiguiente placer.

· Al consentimiento en cualquier tipo de relación sentimental de carácter


erótico, homo o heterosexual, aun faltando las manifestaciones explícitamente
sexuales a nivel somático.

· A todo intento de matrimonio y de fundar un hogar; lo cual conlleva, en el caso


de un sujeto femenino, la renuncia a ser ama de casa, sentimiento casi
desconocido en los varones y muy fuerte en algunas mujeres.

· A la maternidad y paternidad biológicas y sociales, en e! sentido de la


adopción legal: se renuncia, por una parte, a todo deseo de verse como
prolongado en e! hijo, incluso después de la muerte, y, por otra, a toda
esperanza de un amparo y cuidado en la enfermedad y vejez por parte de un
hijo o de una hija.

En estas dos últimas dimensiones, hay elementos que distinguen el voto de


castidad del sujeto religioso del celibato del diácono o presbítero secular.

b) Voto de pobreza. Siempre generalmente ocupando un lugar intermedio en


el enunciado de los votos no deja de tener, como la castidad, un referente con
raíces que se hunden en la instintividad humana, como parece mostrado, por
un lado, el fuerte instinto de propiedad de muchos animales según la moderna
etología, y por otro, la fascinación que ejerce el dinero y los demás bienes
materiales en los humanos. Pero no se quedan limitadas a ese nivel las
renuncias, sino que incluyen otros niveles superiores más típicamente
humanos.

· A toda propiedad o, al menos, administración de dinero y bienes


económicamente valiosos, en nombre propio.

· A todo acto de reserva para sí u ocultamiento de lo percibido por el propio


trabajo, por donación de otro o de cualquier manera recibida,
comprometiéndose a ponerlo todo en común, incluidas sus cualidades
corporales, e incluso espirituales, en una total des posesión en servicio de los
hermanos.

· A todo acto de disposición libre en dar, aceptar, retener o administrar sin los
debidos permisos, y rindiendo siempre cuenta de su administración ante la
comunidad, sabiendo que se trata de bienes de los pobres.

· A todo confort de vida, instalación y apego a las cosas que tenga la apariencia
de vivir como los ricos de este mundo. Se incluirá aquí, como recuerda el
Vaticano Il, la renuncia a vivir de rentas, optando, en cambio, por los pobres
que viven de su trabajo y sintiéndose solidario con ellos.
c) Voto de obediencia. Tradicionalmente, ocupaba el primer lugar por referirse
más directamente a los niveles juzgados superiores de la persona: su
capacidad de opción libre o libre arbitrio. En realidad, también existe aquí un
fuerte fondo pulsional, como deseo de dominio y que en muchos animales se
traduce en la lucha por la primacía en la llamada por los etólogos «jerarquía de
grupo». Ahora bien, según el Evangelio, tendríamos que transformar en deseo
de servicio a los hermanos.

· A hacer la propia voluntad y contar siempre con la voluntad de los superiores


y de la comunidad, convertidos ahora, para el sujeto religioso, en signos y
transmisores de la voluntad divina.

· A todo proyecto que no cuente con la aprobación de los superiores legítimos,


sea de estabilidad en un lugar, de emprender una obra o de dedicarse a algo,
debiendo estar siempre en una actitud de disponibilidad plena sin más
limitaciones que las del código constitucional.

· A no pretender siguiera buscar en solitario la voluntad de Dios, sino que,


aceptando las mediaciones humanas de sus superiores y comunidad, junto con
ellos tendrá que buscarla y reconocerla, incluso en casos en que le parezca
que sus superiores no obran con rectitud, pero sí legítimamente.

d) Cuarto voto. Los institutos cuyos miembros emiten un cuarto voto que suele
tener como objeto algo muy íntimamente relacionado con su fin carismático,
presentan a sus candidatos unas suplementarias exigencias de renuncias.
Estas pueden ir tan lejos, en la línea evangélica de autorrenuncia para el
seguimiento radical de Cristo, que lleve, de hecho, a renunciar a la propia vida.
Tal es el caso, por ejemplo, de los religiosos de la Orden de la Merced, que se
comprometen, en favor de los cristianos cautivos, a «estar alegremente
dispuestos a entregar su vida, si fuere necesario, como Cristo la entregó por
nosotros».

3. LAS RENUNCIAS COMO PROCESO LIBERADOR. Ya hemos indicado


antes que las renuncias asumidas libre y responsablemente por cada profeso,
como una especie de despojo del hombre viejo o muerte simbólica, en el
instante mismo de su nacimiento al nuevo ser de sujeto consagrado, es sólo el
primer tiempo negativo de un proceso liberador. Es decir, en lo que los teólogos
califican de realización del misterio pascual, a través de una muerte y
resurrección con Cristo, el psicólogo ve una realidad humana donde se inscribe
el contenido de gracia, revelado por la fe: sólo quien se desprende de su
narcisismo y egocentrismo desde los fondos pulsionales e instintivos hasta los
espiritualmente elevados, no por represiones, sino por verdaderas renuncias
personales y libres" puede abrirse un camino de acceso a otro universo de
valores, donde el sujeto se siente realmente liberado para consagrar a ellos su
existencia personal en comunión con los hermanos.
a) Capacidad sublimadora. Las renuncias a los más básicos aspectos
pulsionales, con sus correspondientes implicaciones biológicas, en algunos
casos, constituye una indispensable condición para que se lleve a cabo un
proceso simbolizador y humanizante, según la capacidad sublimadora de cada
sujeto, cuestión ésta ya planteada por el propio Freud.

Podríamos afirmar que cuanto más «personales» han sido las renuncias tanto
más se facilita, en igualdad de condiciones, el proceso sublimador de las
energías pulsionales. Por el contrario, cuantos más elementos represivo-
defensivos hayan intervenido más se dificulta o impide la sublimación, así como
el consiguiente goce espiritual de la existencia consagrada, en el trato con
Dios, vida comunitaria y actividad apostólica.

No pueden, en efecto, quedarse las energías instintivas y los deseos del sujeto
en suspenso frustrante tras las renuncias, sino que han de encontrar cauces
reorientadores de carácter sublimador y expresivo-conductual.

También aquí, a nivel psicoanalítico, me parece muy completa la definición


ampliamente descriptiva que nos ofrece Villamarzo de sublimación, como: «el
más importante de los destinos pulsionales, en el que una parte de la pulsión
-sexual agresiva o narcisística-, previamente frustrada y no reprimida, se
desvía de sus fines y objetos directamente pulsionales y se dirige
espontáneamente hacia nuevos fines socialmente más elevados (...), a fin de
transformarse en las grandes realizaciones del espíritu humano, especialmente
en las de orden artístico, científico y ético-religioso».

Pero ¿de qué procesos o mecanismos psíquicos dispone el hombre para llevar
a cabo este tipo de transformación sublimadora para que lo pulsional se haga
apto a colaborar en una existencia religiosa? Destacaría los tres que siguen.

b) Experiencia de gozosa opción vocacional. Es condición indispensable para


presentar un cauce sublimador, por una parte, el que el sujeto se sienta sin
ningún tipo de coacción en el nuevo proyecto vocacional en el que va ahora a
emplear sus mejores energías personales, esto es, instintivo- espirituales, los
dos polos, según Jung, de toda energía psíquica; y, por otra parte, que tenga la
suficiente capacidad de goce a nivel del espíritu, para que en la propia
corporalidad y afectividad profunda encuentren resonancia los altos valores e
ideales de la consagración religiosa, evitando todo posible «complejo de
angelismo», ajeno por lo demás, al misterio de la Encarnación.

¿No pedía Freud que se conservase cierta dosis de «satisfacción»? Si bien es


cierto que él se refería a satisfacción directa de la pulsión a sublimar. En todo
caso, creemos que lo esencial no está en la mayor o menor «cantidad»
energético-pulsional que ha de quedar sin sublimar y debe ser directamente
satisfecha, sino en que el sujeto encuentre un suficiente techo de goce
personal en el nivel en que ha situado libremente su existencia, respondiendo a
la llamada vocacional.

c) Capacidad de apropiación de valores evangélicos, Lo hemos tratado más


arriba y allí remitimos al lector para sus aspectos más generales. Nos
limitaremos aquí a una aplicación al tema de los votos.

No es posible psicológicamente sublimar el rico contenido pul si anal del


conjunto de renuncias antes descrito sin que el sujeto se haya apropiado, esto
es, interiorizándolos, asimilándolos y haciéndolos suyos, los valores
evangélicos de los llamados «consejos» de castidad, pobreza y obediencia por
el Reino. .

Esto supone, además, que antes los ha descubierto él mismo, como tales
valores, de algún .modo «supremos» para él, por los cuales bien merece la
pena renunciar a los que ahora se la presentan como pertenecientes a un nivel
apreciativamente «inferior».

d) Identificación con Cristo y otros modelos. Remito al lector sobre la


importancia de la identificación con un modelo para la realización personal del
sujeto humano y del religioso en particular; y también ahora, debo añadir un
complemento imprescindible para comprender el desencadenamiento y
efectividad de la sublimación, en el proceso liberador, segundo momento
positivo de una profesión religiosa.

En el fondo el descubrimiento de los consejos evangélicos como valores y su


interiorización apropiadora y personalizante, no se lleva simplemente a cabo, a
través de la lectura del evangelio y del cuidadoso estudio del código
constitucional, aunque todo ello sean «medios», tal vez imprescindibles. La
realidad más profunda, Sin embargo, aquí presente es que la lectura
evangélica y las propias constituciones del instituto son más bien una especie
de «espacio privilegiado» para el encuentro vivo con la persona de Jesús
casto, pobre y obediente. Y es justamente este encuentro personal al que nos
referimos, en su dimensión psicológica, con el nombre de modelo de
identificación que ejerce su eficacia transformante y sublimadora a través del
proceso de identificación con el modelo.

A esto parece aludir el Vaticano Il cuando afirma que «Los consejos, abrazados
voluntariamente... son capaces de asemejar más ~subrayamos~ al cristiano
con el género de vida virginal y pobre que Cristo Señor escogió para sí y que
abrazó su Madre, la Virgen». El secreto de una gozosa y liberadora existencia
consagrada por unos votos, cuyas renuncias despojan al sujeto de toda
seguridad en la vida y le lanzan al riesgo de una aventura en que se lo juega
todo, no está en ningún tipo de ideologías, ni de ascesis, sino en el
descubrimiento y encuentro personal de la figura viviente de Jesús de Nazaret.
Sólo quien encuentra este tesoro y piedra preciosa es capaz de venderlo todo
por conseguirlo. Este es el secreto de que todavía hoy hombres y mujeres
psicológicamente normales y con un porvenir social halagüeño sean capaces
de asumir libremente el compromiso de tres votos que parecen desafiar las
posibilidades humanas.

Y sólo desde aquí cobran sentido las renuncias absolutas de los votos.
Solamente quien ha descubierto a Jesús como el único Amor de su vida, su
único Tesoro y su único Querer, puede renunciar, sin reprimir, al encanto del
sexo y del amor humano, a la fuerte atracción del dinero con el que se puede
conseguir casi todo y a la fascinación de la libertad, entendida como
independencia autosuficiente e incluso deseo de dominio.

Otros modelos de identificación secundarios, como la Virgen María -que


ocuparía, de todos modos, un lugar excepcional- y el de los santos fundadores,
especialmente, vienen a matizar y concretar, en una cercanía histórica mayor,
ciertos aspectos de este complejo proceso.

No se piense, sin embargo, que dicho encuentro identificador con Cristo viene
a sustituir lo renunciado o a rellenar los huecos humanos del deseo pulsional.
Sería psicológicamente una lectura errónea del «ciento por uno» evangélico.
Es precisamente sobre esa figura abierta, de desinstalación mundana, de
despojo de los poderes que dominan al hombre, de descentramiento de sí
mismo y de riesgo e inseguridad existencial donde adviene el nuevo y renacido
sujeto consagrado, que ya no se pertenece a sí mismo, sino a Dios y a sus
hermanos; que ya no tiene un lugar de asiento fijo, ni un hogar, ni un dinero ni
siquiera una voluntad propia: desnudo anhelo de santidad, con un deseo no
obturado, sino abierto como una herida o como la boca del sediento que cuanto
más bebe de la plenitud divina -aquí vivenciada siempre como relativa e incluso
frustrante- más sed tiene de Él.

IV. ANOTACIONES PSICOPEDAGÓGICAS

Terminamos nuestra exposición con un par de anotaciones de carácter más


bien psicopedagógico.

1. VOTOS, INFANTILISMO Y MADUREZ PERSONAL. Aparentemente los


votos, desde el punto de vista de una psicología del comportamiento, pueden
parecer infantilizantes en cuanto que el sujeto no asume una serie de
situaciones y conductas típicas de la persona adulta, que ha llegado a un cierto
grado de madurez: la formación de un hogar, la maternidad o paternidad
responsables, la utilización del dinero y el libre uso de su libertad para
proyectar su vida, día a día.
No se puede negar que existe un cierto riesgo de vivir los 'votos de forma
infantil. La castidad se convierte entonces en un comportamiento más o menos
narcisista y egoísta, defendiéndose el sujeto de las frustraciones amorosas, de
asumir su sexualidad, de compartir su vida con el compañero o compañera
sexual en el siempre difícil dialogo del amor y de tener, en fin, que Criar unos
hijos. La pobreza, en el cómodo refugio de una vida comunitaria en que tiene
uno asegurado alimento y habitación y unos hermanos que te cuiden si caes
enfermo o llegas a la ancianidad. La obediencia en fin, te libera de tener que
asumir responsabilidades, bastando con obedecer a los superiores, como en la
niñez a los padres, para ser «bueno» y Vivir libre de preocupaciones, haciendo
prácticamente lo que quieras, con tal de que logres los debidos y fáciles
permisos.

Naturalmente que a esta caricatura de vida religiosa, difícilmente soportable por


una persona infantil, suponiendo que hubiera pasado el noviciado y juniorado
normales, se contrapone la auténtica experiencia de los votos, que supone
precisamente todo lo contrario: haber adquirido el sujeto un no pequeño grado
de madurez personal; y es que la vivencia de la castidad consagrada no se
parece nada a un narcisismo o egocentrismo infantil en cuanto que supone un
alto grado de amor de entrega para ser capaz de entregarse a Cristo y a la
iglesia, con una maternidad y paternidad espirituales, como aparecen en los
auténticos apóstoles. ¿Cómo se explicaría, si no, la entrega de tantos religiosos
y religiosas dedicados a obras asistenciales o a misiones, por ejemplo? Y la
experiencia de un auténtico amor esponsal sublimado respecto a Cristo más
bien en la mujer y a la iglesia, en el varón.

La pobreza voluntaria, en un mundo de confort y de posibilidades como el


nuestro, supone también un no pequeño grado de madurez, siendo uno capaz
de compartir lo que es y lo que tiene con los demás. Y el consentir libremente
en obedecer en lugar del deseo de mandar, para mejor servir a los otros,
asumiendo al mismo tiempo, la responsabilidad de lo encomendado, implica
más bien que un infantilismo una supermadurez.

2. PERÍODOS DE FORMACION y GARANTÍAS DE PERSEVERANCIA. Se ha


formulado frecuentemente esta pregunta, no sólo refiriéndose al pacto
matrimonial, sino también al de la profesión religiosa: ¿Es posible
psicológicamente que el sujeto humano se comprometa de por vida?

Juzgo que, además de degradante, no será objetivo negarle al hombre y a la


mujer, que hayan logrado un cierto grado de madurez, esta capacidad, Pues a
pesar de que el futuro es físicamente un por-venir, yo puedo adelantarme
intencionalmente y asumir personalmente ese futuro previsto en una libre
opción de mi presente actual, con valor prospectivo real, responsabilizándome
de mis futuras opciones, gracias a una palabra dada, que prometo sostener
pase lo que pase.
Existen, sin embargo, cierto tipo de acontecimientos, excepcionalmente
traumatizantes, que pueden «transformar» Ia personalidad del sujeto, haciendo
Imposible una vivencia de continuidad histórico-biográfica, esto es, de personal
identidad.

Si dejamos a parte estos casos más bien raros, ¿qué garantías tiene un sujeto
que va a emitir sus votos perpetuos, después de sus años de formación, de
que no se arrepentirá, un día, de lo que va a hacer? No conozco, por el
momento, medida alguna de predicción fiable, desde el punto de vista
psicológico. El P. Rulla resume así las conclusiones de sus detenidos estudios
sobre el tema: «hemos descrito dos conjuntos complejos de fuerzas que
pueden influir en la entrada y en el abandono de la vida religiosa. El primer
conjunto consiste en los valores y las actitudes. El segundo consiste en el
equilibrio o desequilibrio entre consistencias e inconsistencias que existen entre
necesidades y actitudes y/o valores... El primer conjunto tiene una importancia
mayor en la entrada...Por lo que se refiere al abandono parece lo contrario; los
valores y, en menor grado, las actitudes no ayudan a diferenciar los
perseverantes de los no perseverantes; pero la capacidad previsible de
internalización, calculada a partir de la psicodinámica del momento de entrada
como expresión del equilibrio/desequilibrio entre consistencias/inconsistencias,
es útil para la diferenciación entre PreNpr... En el momento de la entrada los
futuros no perseverantes tienen una capacidad previsible de internalización
inferior a la de los futuros perseverantes... Finalmente, más adelante
perseverantes y no perseverantes se distinguen también por las actitudes
vocaciones; y, finalmente, llegan a cambiar los valores. Valores y actitudes son
importantes, pues, para el abandono de la vocación».

Por tanto, la capacidad de interiorización de valores evangélicos, mostrada en


los años de formación, parece ser uno de los mejores criterios de que no
existen graves inconsistencias interiores y se puede pensar que el sujeto puede
seguir sosteniendo con gozo su proyecto vocacional. Así lo han hecho y lo
siguen haciendo gran número de personas consagradas.

Hay que contar siempre, sin embargo, con un fenómeno bien conocido ya por
los autores místicos, como santa Teresa, llamado ahora regresión: en cualquier
proyecto de existencia o vocacional emprendido por un sujeto, siempre hay el
peligro de vuelta atrás, por muy adelante que se haya llegado, si no se tiene la
precaución de poner los medios adecuados que sostengan la dinámica de
dicho caminar. En el caso del religioso, hay dos de máxima importancia: la
fidelidad en la oración y el cultivo de las relaciones afectivas y comunicativas
en comunidad. Quizá se le podía añadir una tercera: abrirse a tiempo a un
director espiritual en momentos de crisis.

Y, en fin, buscar un equilibrio compensatorio entre extraversión e introversión,


activismo apostólico y cultivo de la interioridad personal. Esto, como el
tradicional «apartarse de las ocasiones» de peligro, pertenece a ese conjunto
único de circunstancias que forman la singularidad personal y su modo
particular de conducirse; para lo cual no existen normas generales, sino sólo el
principio evangélico para todo cristiano, pero que tiene un acento particular
para las personas consagradas: «estáis en el mundo pero no sois del mundo».

A la búsqueda de garantías ¿no sería preferible sustituir un confiado abandono


en Cristo, el «sí del Padre», y su Testigo fiel, ante el cual hemos dado nuestra
palabra de hombres, poniéndolo a él también como Testigo de nuestro propio
testimonio?

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