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Ahora bien, esto nos plantea dos principales conjuntos de cuestiones, por lo
demás altamente relacionados: el uno referente a las del sujeto y el otro, a su
actitud personal.
Citando al P. Sovernigo, resume Giordani: «Los signos por los cuales se puede
diagnosticar la presencia activa de motivaciones auténticas» para la vida
religiosa, es decir, para vivir los votos son: capacidad para superar conflictos,
para gozar espiritualmente y soportar frustraciones, inherentes a la propia vida
consagrada y una libre disposición de entrega a los demás.
Advierte Rulla que, si comparamos las actitudes con los valores y con las
necesidades, nos encontramos, por una parte, que «las actitudes, igual que los
valores, son tendencias a la acción, pero más específicas y más numerosas
que los valores»: desempeñarían una función expresiva respecto a éstos y
constituirían «el lazo de unión entre éstos y el comportamiento»,
encontrándose configuradoramente unidos en el yo ideal valores y actitudes;
por otra parte, «las actitudes, que por su situación central son como el eje de la
personalidad, pueden provenir de los valores y/o de las necesidades y sirven, a
su vez, para satisfacer y expresar estas necesidades o, al contrario, como
defensas del Yo», tal una «actitud de gentileza» contra una «profunda
necesidad agresiva».
En este sentido, el peligro nos parece estar hoy -sobre todo, desde que la
iglesia los dispensa incluso a presbíteros concediéndoles la llamada «reducción
al estado laical»- en la dificultad de que el sujeto logre una verdadera actitud de
entrega a perpetuidad, quemando las naves para siempre. En los siguientes
puntos de nuestra exposición no haremos más que iluminar el proceso de
formación de una auténtica actitud personal y sus posibles avatares.
Por otra parte, el que sea también una libertad motivada no quiere decir que
esté necesariamente sometida a los motivos, con tal de que no se trate de
ciertas motivaciones inconscientes, no reconocidas y asumidas por el sujeto.
«Me decido por e! motivo más poderoso -dice bellamente Yela, haciendo, en
parte, eco a Zubiri, “pero ahí está, me decido. ¿Qué significa este me? Significa
que es un acto mío, no de mis motivos; que actúo como sujeto que se
encuentra con un sí mismo al encontrarse con la realidad y que tiene, para
hacerse cargo de ella, que esbozar un proyecto,.. Y en esto reside la libertad
de mi volición…la libertad consiste en ese ir haciéndome mi proyecto... La
decisión se forma al tiempo que los motivos, los motivos no la causan como un
efecto. La decisión se forma al tiempo que los motivos. Los motivos no la
causan como un efecto. La decisión es un acto por el que paso, de estar
determinado a responder a la realidad, a determinar más estrechamente mi
inclinación a una realidad preferida, y al hacerlo voy invocando motivos y
justificando con ellos mi decisión».
Ahora bien, esta complejidad psicológica del acto de decisión personal lleva
consigo una gran dificultad para poder distinguir, a veces, la capacidad real de
decisión libre de un sujeto de su vivencia de libertad. De lo que estamos
seguros es de que no tienen por qué coincidir. Existen ciertos enfermos
mentales de carácter psicótico con un vivísimo sentimiento de libertad; y lo
mismo ocurre con quienes se encuentran bajo los efectos de ciertas drogas. A
la inversa, personas que muestran un evidente grado de madurez personal
pueden pasar por momentos de crisis en los que ya un aspecto de su conducta
ya toda su existencia, en sentido global, se les aparece vivencialmente como
demasiado determinada por factores externos.
b) Hacia unos criterios de discernimiento. ¿Cómo discernir, por ejemplo, un
maestro de novicios, si un determinado sujeto que «se siente» libre para hacer
su profesión, posee efectivamente la capacidad para emitir unos votos como
opción personal libre?
Pues bien, en dicho proceso, uno de los factores esenciales sería esa creación
cultural, eminentemente simbólica y simbolizante que es el lenguaje, capaz de
configurar la informe e ilimitada pretensión del deseo, sosteniéndolo a la vez y
haciéndolo apto para una convivencia humana. Se trata de la posibilidad de
una palabra verdadera, dicha en primera persona y en contextos
interlocucional, cuya estructura tríadica sigue el modelo de advenimiento del
sujeto en el acontecimiento de la verdad testimonial, haciendo nuestra la
magnífica exposición de Vergote, de inspiración lacaniana.
«El testimonio -afirma- es una relación dialogal donde la verdad se instaura por
la palabra asumida por el hombre solo ante otro. Pero esta relación de palabra
no es acontecimiento de verdad más que en virtud de su estructura triangular:
e! sujeto en primera persona adviene allí a sí mismo en la palabra dirigida en
segunda persona, porque él se deja requerir por un Otro, el Testigo invisible
ante el cual se sitúa.
Más allá de la dimensión jurídica, como una especie de atestado judicial, con
las firmas del que profesa, del que recibe la profesión y de otros testigos, en el
libro de profesiones, o incluso sellado con el sello propio del Instituto, hay como
en el acto del pacto matrimonial, algo mucho más profundo y trascendente.
¿No se trata también aquí de un pacto amoroso con Dios y de entrega a la
iglesia, realmente esponsal?
Como la palabra declarativa y constituyente de cada uno de los esposos
configura su deseo fusional, perdido antes en la fascinación y ensueños
imaginarios del enamoramiento, de modo semejante, la profesión de los votos,
como palabra personal auténtica consagra el deseo de ser religioso,
regulándolo, definiéndolo y orientándolo, según la Regla y las Constituciones
del Instituto. Es decir, instituyéndose el sujeto religioso, en su ser carismático,
como trascendente, en el momento mismo en que desaparece y muere
simbólicamente, renunciando a las posibilidades de realización carnal y
pasando a formar parte de una comunión fraterna con sus hermanos de
comunidad.
Todo el pasado, más o menos oscuro, del caminar vocacional -que es la propia
biografía íntima del sujeto, esto es, de su deseo- es ahora asumido en esta
palabra personal y declarativa de un sujeto que, en primera persona, con su
nombre y apellidos, se dice a sí mismo y se compromete totalmente y sin
reservas en la palabra dada y bajo voto o juramento. Es decir, ante la
Presencia de la Verdad que lo requiere.
En las renuncias personales que conllevan los votos o, si se prefiere los votos
religiosos en cuanto renuncias, implican la totalidad de la persona. Sería
erróneo considerarlas como simples y puros actos de voluntad sin más. Se
trata, por el contrario, verdaderos procesos que, afectando a la personalidad
total, conmueven profundamente todos los factores y resortes dinámicos de la
misma, desde los más pulsionales y arraigados en la corporalidad, hasta los
más elevadamente cognitivos y sentimientos más espirituales, pasando por la
afectividad profunda y las motivaciones que se hunden en las oscuridades
inconscientes.
En éste, como en los restantes votos, me vaya limitar casi únicamente a una
simple enumeración de las que me parecen principales renuncias o aspectos
de una renuncia única multidimensional.
· A todo ejercicio voluntario de la sexualidad genital y a la aceptación o disfrute
del consiguiente placer.
· A todo acto de disposición libre en dar, aceptar, retener o administrar sin los
debidos permisos, y rindiendo siempre cuenta de su administración ante la
comunidad, sabiendo que se trata de bienes de los pobres.
· A todo confort de vida, instalación y apego a las cosas que tenga la apariencia
de vivir como los ricos de este mundo. Se incluirá aquí, como recuerda el
Vaticano Il, la renuncia a vivir de rentas, optando, en cambio, por los pobres
que viven de su trabajo y sintiéndose solidario con ellos.
c) Voto de obediencia. Tradicionalmente, ocupaba el primer lugar por referirse
más directamente a los niveles juzgados superiores de la persona: su
capacidad de opción libre o libre arbitrio. En realidad, también existe aquí un
fuerte fondo pulsional, como deseo de dominio y que en muchos animales se
traduce en la lucha por la primacía en la llamada por los etólogos «jerarquía de
grupo». Ahora bien, según el Evangelio, tendríamos que transformar en deseo
de servicio a los hermanos.
d) Cuarto voto. Los institutos cuyos miembros emiten un cuarto voto que suele
tener como objeto algo muy íntimamente relacionado con su fin carismático,
presentan a sus candidatos unas suplementarias exigencias de renuncias.
Estas pueden ir tan lejos, en la línea evangélica de autorrenuncia para el
seguimiento radical de Cristo, que lleve, de hecho, a renunciar a la propia vida.
Tal es el caso, por ejemplo, de los religiosos de la Orden de la Merced, que se
comprometen, en favor de los cristianos cautivos, a «estar alegremente
dispuestos a entregar su vida, si fuere necesario, como Cristo la entregó por
nosotros».
Podríamos afirmar que cuanto más «personales» han sido las renuncias tanto
más se facilita, en igualdad de condiciones, el proceso sublimador de las
energías pulsionales. Por el contrario, cuantos más elementos represivo-
defensivos hayan intervenido más se dificulta o impide la sublimación, así como
el consiguiente goce espiritual de la existencia consagrada, en el trato con
Dios, vida comunitaria y actividad apostólica.
No pueden, en efecto, quedarse las energías instintivas y los deseos del sujeto
en suspenso frustrante tras las renuncias, sino que han de encontrar cauces
reorientadores de carácter sublimador y expresivo-conductual.
Pero ¿de qué procesos o mecanismos psíquicos dispone el hombre para llevar
a cabo este tipo de transformación sublimadora para que lo pulsional se haga
apto a colaborar en una existencia religiosa? Destacaría los tres que siguen.
Esto supone, además, que antes los ha descubierto él mismo, como tales
valores, de algún .modo «supremos» para él, por los cuales bien merece la
pena renunciar a los que ahora se la presentan como pertenecientes a un nivel
apreciativamente «inferior».
A esto parece aludir el Vaticano Il cuando afirma que «Los consejos, abrazados
voluntariamente... son capaces de asemejar más ~subrayamos~ al cristiano
con el género de vida virginal y pobre que Cristo Señor escogió para sí y que
abrazó su Madre, la Virgen». El secreto de una gozosa y liberadora existencia
consagrada por unos votos, cuyas renuncias despojan al sujeto de toda
seguridad en la vida y le lanzan al riesgo de una aventura en que se lo juega
todo, no está en ningún tipo de ideologías, ni de ascesis, sino en el
descubrimiento y encuentro personal de la figura viviente de Jesús de Nazaret.
Sólo quien encuentra este tesoro y piedra preciosa es capaz de venderlo todo
por conseguirlo. Este es el secreto de que todavía hoy hombres y mujeres
psicológicamente normales y con un porvenir social halagüeño sean capaces
de asumir libremente el compromiso de tres votos que parecen desafiar las
posibilidades humanas.
Y sólo desde aquí cobran sentido las renuncias absolutas de los votos.
Solamente quien ha descubierto a Jesús como el único Amor de su vida, su
único Tesoro y su único Querer, puede renunciar, sin reprimir, al encanto del
sexo y del amor humano, a la fuerte atracción del dinero con el que se puede
conseguir casi todo y a la fascinación de la libertad, entendida como
independencia autosuficiente e incluso deseo de dominio.
No se piense, sin embargo, que dicho encuentro identificador con Cristo viene
a sustituir lo renunciado o a rellenar los huecos humanos del deseo pulsional.
Sería psicológicamente una lectura errónea del «ciento por uno» evangélico.
Es precisamente sobre esa figura abierta, de desinstalación mundana, de
despojo de los poderes que dominan al hombre, de descentramiento de sí
mismo y de riesgo e inseguridad existencial donde adviene el nuevo y renacido
sujeto consagrado, que ya no se pertenece a sí mismo, sino a Dios y a sus
hermanos; que ya no tiene un lugar de asiento fijo, ni un hogar, ni un dinero ni
siquiera una voluntad propia: desnudo anhelo de santidad, con un deseo no
obturado, sino abierto como una herida o como la boca del sediento que cuanto
más bebe de la plenitud divina -aquí vivenciada siempre como relativa e incluso
frustrante- más sed tiene de Él.
Si dejamos a parte estos casos más bien raros, ¿qué garantías tiene un sujeto
que va a emitir sus votos perpetuos, después de sus años de formación, de
que no se arrepentirá, un día, de lo que va a hacer? No conozco, por el
momento, medida alguna de predicción fiable, desde el punto de vista
psicológico. El P. Rulla resume así las conclusiones de sus detenidos estudios
sobre el tema: «hemos descrito dos conjuntos complejos de fuerzas que
pueden influir en la entrada y en el abandono de la vida religiosa. El primer
conjunto consiste en los valores y las actitudes. El segundo consiste en el
equilibrio o desequilibrio entre consistencias e inconsistencias que existen entre
necesidades y actitudes y/o valores... El primer conjunto tiene una importancia
mayor en la entrada...Por lo que se refiere al abandono parece lo contrario; los
valores y, en menor grado, las actitudes no ayudan a diferenciar los
perseverantes de los no perseverantes; pero la capacidad previsible de
internalización, calculada a partir de la psicodinámica del momento de entrada
como expresión del equilibrio/desequilibrio entre consistencias/inconsistencias,
es útil para la diferenciación entre PreNpr... En el momento de la entrada los
futuros no perseverantes tienen una capacidad previsible de internalización
inferior a la de los futuros perseverantes... Finalmente, más adelante
perseverantes y no perseverantes se distinguen también por las actitudes
vocaciones; y, finalmente, llegan a cambiar los valores. Valores y actitudes son
importantes, pues, para el abandono de la vocación».
Hay que contar siempre, sin embargo, con un fenómeno bien conocido ya por
los autores místicos, como santa Teresa, llamado ahora regresión: en cualquier
proyecto de existencia o vocacional emprendido por un sujeto, siempre hay el
peligro de vuelta atrás, por muy adelante que se haya llegado, si no se tiene la
precaución de poner los medios adecuados que sostengan la dinámica de
dicho caminar. En el caso del religioso, hay dos de máxima importancia: la
fidelidad en la oración y el cultivo de las relaciones afectivas y comunicativas
en comunidad. Quizá se le podía añadir una tercera: abrirse a tiempo a un
director espiritual en momentos de crisis.