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“El arte como destreza” tiene su origen en la edad media, momento que privilegió la adquisición

de destrezas, el conocimiento de reglas y procedimientos que debía dominar todo artesano; es de


agregar, que la iglesia como su mayor mecenas veía en el arte su mejor instrumento para legitimar
su poder. Así, la práctica artística se encuentra condicionada por un tipo de ideología propia de un
gremio o hermandad, donde el artesano como “aprendiz” es un receptor capaz de seguir al pie de
la letra instrucciones, mientras que el maestro como experto, tenía la función de trasmitir y velar
por que el producto se diera dentro de las normas establecidas. Esta práctica, aún se encuentra
vigente en algunas instituciones educativas, donde el papel se reduce a la adquisición de
habilidades y destrezas, fundamentalmente a lo que respecta a la enseñanza del dibujo y la
pintura.

En el periodo del renacimiento, la Educación Artística adquiere un sentido Humanista,


desplazando la práctica mecánica y artesanal, por una visión en la que se organizarían sus saberes
como ciencia autónoma, que se encuentran en los ensayos y tratados de Alberti y Leonardo. Esta
tendencia ennoblece el arte y le devuelve el prestigio social al artista. Ésta forma de concebir el
arte como ciencia, generó nuevas formas de instrucción basadas en normas y reglas que
garantizarán su correcto aprendizaje; es así, que la geometría, la perspectiva, la historia, la
mitología, la anatomía, la teoría del arte y la filosofía se convierten en contenidos claves de la
formación en éste campo.

El modelo Academicista, tendrá como base el pensamiento racionalista del siglo XVII, que
caracterizó la organización jerarquizada de las disciplinas del saber y que en el arte, desemboco
por una parte, en la expatriación en la cultura antigua y en el conocimiento de sus producciones
artísticas y por otra, en la adquisición de habilidades técnicas que respondieran al espíritu
humanista e ilustrado y a la cientificidad del arte, satisfaciendo las exigencias del mercado, que
buscaban encontrar en la capacidad selectiva del artista las nuevas transformaciones estilísticas.

Desde esta perspectiva, la formación se orientó a la enseñanza de la historia del arte con un
sentido historiográfico más que como un saber histórico y socialmente construido, se centró en el
saber productivo a través de patrones temáticos o compositivos, en el adiestramiento de los
recursos formales y representativos como criterios claves de la enseñanza academicista.

Esta concepción cientificista del arte en la enseñanza reglada, orienta la concepción pedagógica de
este periodo, que aun permea los criterios actuales en la educación artística, y que responde en
parte a la concepción clasicista del arte en la antigüedad griega, la cual se ha venido
transformando en los discursos, pero como lo advierte Agirre (2005), sigue siendo uno de los
“valores más firmes de nuestro contexto cultural y simbólico”.

La educación artística, busca un espacio en el sistema educativo que busca superar la tradicional
polaridad cartesiana entre el arte, como ámbito de la sensibilidad, y la ciencia, como ámbito de la
razón. Y de paso hacer una propuesta educativa que tenga en cuenta que el arte es un hecho tan
mental como práctico y que puede ser enseñado, o por lo menos aprendido.

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