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Un hombre que acaso se llamaba Schulz

Ugo Riccarelli
POR RAFAEL NARBONA - 20 diciembre, 2000

Traducción de Carlos Gumpert. Prólogo de Antonio Tabucchi. Maeva, 2000. 188 páginas

Autor de dos libros libros de cuentos, Bruno Schulz murió asesinado por un oficial de las S.S. Al igual que
sus relatos, las circunstancias de su muerte son algo grotescas. Su condición de judío en la Polonia
ocupada le auguraba un porvenir fatal, pero sus dotes de artista (era profesor de dibujo en el Instituto de
Drohobycz) le salvaron provisionalmente del Lager. Tuvo la mala suerte de que su protector, un capitán
con fantasías de mecenas, asesinara al judío de otro oficial alemán. éste respondió disparando contra
Schulz. Riccarelli (1954) ha reconstruido su historia, fundiendo datos objetivos con peripecias oníricas. El
resultado es una biografía fantástica donde la historia de Europa central se confunde con el mundo
interior de un hombrecillo atrapado por su infancia.

Hijo de un comerciante de telas, las primeras experiencias de Schulz transcurren en una casa que, ante
los ojos de un niño, se perfila como un espacio mítico, sin explorar. Este aprendizaje se completará con la
figura asombrosa de su padre, un personaje excéntrico embarcado en descabelladas investigaciones
científicas.

La vocación de Schulz se revelará a través de los lápices. Sus dibujos no se ajustan al canon académico,
pero muestran una fuerza asombrosa. Crean universos, prefiguran destinos, repiten pasados. Los trazos
de sus lápices son líneas del mundo, una urdimbre que lejos de reproducir lo real, lo va engendrando.
Novela lírica, Un hombre que acaso se llamaba Schulz no aspira a la objetividad de la biografía, sino a la
sinceridad del diario íntimo. La prosa de Riccarelli se pliega a esta pretensión, explotando un lirismo en el
que ambos acontecimientos se muestran en clave alegórica. La imagen de Emram, un jorobado atado a
un palo “como un Cristo a la Cruz”, es una síntesis terrible de la crueldad de un siglo que finalizó con el
naufragio de las ideologías.

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