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La Promesa de La Tierra
La Promesa de La Tierra
de la tierra
1. La elección
2. La fe
3. Las promesas
4. El éxodo
5. La alianza
6. La ley
7. El pueblo
8. La tierra
La promesa de la tierra
Las narraciones del Génesis no son una crónica sobre los orígenes, sino un relato
fundamentalmente religioso. Este relato forma parte integrante del "material de fe" de todo
creyente. En el encontramos ciertas categorías básicas de su personalidad creyente que
merece al pena tratar:
1. LA ELECCIÓN
Abraham aparece como escogido por Dios de entre una familia que sirve a otros
dioses (Jos 24,2), le hace salir de Ur (Gn 11,10-31). La elección de Dios está en el origen
de Abraham y los patriarcas, y recorre toda la historia de la salvación. Es un destino
diferente al de los demás pueblos, una condición singular debida no a unas circunstancias
favorables, o al propio esfuerzo humano, sino a una iniciativa soberana y deliberada de
Yahweh. Esta circunstancia, ¿no introduce en el plan de Dios una discriminación injusta
entre sus elegidos y los que él rechaza? ¿Cuál es el auténtico sentido de toda elección?
Es sobre todo la teología deuteronomista la que ha determinado un vocabulario preciso
sobre la elección:
- bahar: de Abraham (Ne 9,7), de la semilla de los patriarcas (Dt 4,37; 10,15), de Israel (Dt
7,7; Is 44,1), de los levitas (Dt 18,5; 21,5; 1 Cro 15,2; 2 Cro 29,22), de David (1 Sam 10,24;
16,8.9.10. y otros), el lugar del sacrificio (Dt 12,11.18; 14,25; 16,7.15), el lugar donde
reside su Nombre, o la morada de su nombre (Dt cap. 12-16), Jerusalén (1 Re 11,13; 2 Re
21,7). Dios llama también a individuos concretos: los profetas, los reyes.
- laqah: Jos 24,3: "Yo tomé a vuestro Padre Abraham... ".
La elección tiene por características:
a) La iniciativa divina. No es el hombre quien elige a Dios, sino al revés. Es
totalmente gratuita e inmerecida, e incluso a veces en contra de la lógica
humana (cfr. 1 Cor 1,27: Dios ha escogido lo necio del mundo). La única
explicación que se da es el amor (Dt 7,7). Y se realiza a pesar de los planes
humanos. Incluso a veces Dios desbarata los planes humanos, para que se vea
que la elección se realiza por su cuenta, y no por cuenta de los hombres (¿se
refiere esto más bien a la promesa?)
b) El fin de la elección es constituir un pueblo santo, entregado al servicio del
verdadero Dios, un pueblo que tiene a Dios cercano, que guarda su alianza
fielmente.
c) Implica una misión de cara a los demás pueblos. La elección no supone
rechazo o desgracia de los "no elegidos" (Gn 9,29; 27,29; 27,40). La elección
de Dios supone una bendición para toda la tierra ( Gn 12,3; 22,218; 26,4;
28,14).
A menudo entraña misteriosamente la sospecha de que Dios haya podido
revocar su elección, en el momento de la desgracia. A Dios se le pregunta si ha rechazado
al pueblo (Jr 14,19: ¿Por qué has rechazado del todo a Judá? 31; 33). La elección no es un
privilegio gratuito; exige un compromiso, una respuesta coherente (parábola de los
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2. LA FE
Como señala el Catecismo de la Iglesia Católica (n. 143) siguiendo Dei Verbum 5,
la Biblia llama a esta actitud: "obediencia de la fe". La expresión es propiamente paulina
(Rm 1,5; 16,26), y con ella se quiere señalar que la fe es la entrega total que el hombre
hace de toda su persona ante Dios que se revela. Es lo que san Ignacio de Loyola
expresaba en su famosa "Contemplación para alcanzar amor" de los Ejercicios
Espirituales:
"Tomad, Señor, y recibid toda mi libertad, mi memoria, mi entendimiento y
toda mi voluntad, todo mi haber y mi poseer; Vos me lo disteis; a Vos,
Señor, lo torno; todo es vuestro, disponed a toda vuestra voluntad; dadme
vuestro amor y gracia, que ésta me basta".
Retomando Hb 11, el CEC traza el recorrido de la fe de Abraham:
145. La carta a los Hebreos, en el gran elogio de la fe de los antepasados insiste particularmente en
la fe de Abraham: "Por la fe, Abraham obedeció y salió para el lugar que había de recibir en
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herencia, y salió sin saber a dónde iba" (Hb 11,8; cf. Gn 12,1-4). Por la fe, vivió como extranjero y
peregrino en la Tierra prometida (cf. Gn 23,4). Por la fe, a Sara se otorgó el concebir al hijo de la
promesa. Por la fe, finalmente, Abraham ofreció a su hijo único en sacrificio (cf. Hb 11,17).
146. Abraham realiza así la definición de la fe dada por la carta a los Hebreos: "La fe es garantía de
lo que se espera; la prueba de las realidades que no se ven" (Hb 11,1). "Creyó Abraham en Dios y le
fue reputado como justicia" (Rom 4,3; cf. Gn 15,6). Gracias a esta "fe poderosa" (Rom 4,20),
Abraham vino a ser "el padre de todos los creyentes" (Rom 4,11.18; cf. Gn 15,15).
Pero Abraham vive esta confianza a menudo en medio de la oscuridad. Su fe se ve
sometida a menudo a prueba. La misma historia por la que Dios le guía parece a veces
defraudar su esperanza. Son precisamente los momentos en los que la fe se fortalece:
"Creyó contra toda esperanza" (Rm 4,18), y por eso Dios lo bendice (Gn 22,15-18). Por
eso la fe se parece a un camino, a una "peregrinación"; como dice Pablo: "Caminamos en
la fe y no en la visión" (2 Cor 5,7). Juan Pablo II lo sintetiza en la expresión
"peregrinación de la fe" (cf. Lumen Gentium 58): "La peregrinación de la fe indica la
historia interior, es decir, la historia de las almas. Pero ésta es también la historia de los
hombres, sometidos en esta tierra a la transitoriedad y comprendidos en la dimensión de
la historia" (Redemptoris Mater 6).
En Ga 3,6-18 y Rm 4,1-25, Pablo demuestra que Abraham obtuvo la justificación
no por las "obras de la ley", sino por la "fe". Y concluye que la verdadera posteridad de
Abraham no son ya los que son hijos suyos según la carne (Rm 4,1), sino los que le siguen
en ese camino de fe (4,11.23).
3. LAS PROMESAS
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Cristo" (cf. Jn 8,56) a través de las bendiciones de su propia existencia. El que la promesa
al final se concentre en uno solo, en Cristo, no es una reducción, sino la condición del
verdadero universalismo, según el designio de Dios (Ga 4,21-31: Rm 9-11). Todos los que
creen en Cristo, circuncisos o incircuncisos, israelitas o gentiles, pueden tener participación
en las bendiciones de Abraham: "Todos sois uno en Cristo Jesús. Y si todos sois de Cristo,
luego sois descendientes de Abraham, herederos según la promesa" (Ga 3,28-29).
4. EL ÉXODO
5. LA ALIANZA
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Dios establece con Israel una alianza. El se compromete a ser su Dios, e Israel será
su pueblo. No existe Israel sin esa referencia radical a Dios. A partir de entonces Israel
puede hablar de Yahveh como de nuestro Dios.
Dios se mantiene fiel a esta alianza, y manifiesta una continua voluntad de alianza:
Con Noé (Gn 9,9) ya estableció una primera alianza.
Con Abraham, establece una alianza unilateral (Gn 15,18): se compromete
a darle la tierra en herencia; posteriormente establece otra alianza bilateral
(Gn 17,10), el pacto de la circuncisión.
En el Sinaí (Ex 24), establece la alianza que constituye a Israel como
pueblo de Dios, una sangre ratificada con sangre (cf. Ex 24,8)
Los profetas denuncian la continua quiebra de la alianza por parte de
Israel, de tal manera que cuando llega el destierro se interpreta como una
señal de que la alianza está totalmente anulada. Sin embargo, Dios nunca se
olvida de sus promesas, y promete una nueva alianza (Jr 31)
Esta nueva alianza llega con Cristo, mediador de la nueva alianza (cf. Hb
8,6; 9,15). El ha inaugurado el ministerio de la nueva alianza (cf. 2 Cor
3,6). Y en la última Pascua que celebra con sus discípulos, declara que el
cáliz contiene su sangre de la alianza (cf. Mc 14,24).
6. LA LEY
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7. EL PUEBLO
8. LA TIERRA
1. LA EXPERIENCIA PATRIARCAL
Entre Mesopotamia (tierra extranjera y amenazadora, de donde Dios saca a
Abraham; cf. Gn 11,31 – 12,2) y Egipto (tierra tentadora y lugar de esclavitud, de donde
saca Dios a su pueblo; cf. Ex 13,9) se encuentra la tierra de Canaán, tierra “que mana
leche y miel” (Ex 3,8), la tierra que Dios ha prometido dar a Abraham y su descendencia.
En esa tierra viven los patriarcas como extranjeros: sólo les guían las necesidades
de sus ganados. Pero antes que pastos o pozos, en esta tierra encuentran el lugar donde se
les manifiesta el Dios vivo. Los robles (Gn 18), los pozos (Gn 26,15), los altares erigidos
(Gn 12,7), son testigos que guardan el recuerdo de estas manifestaciones. Algunos de estos
lugares llevan el nombre de Dios: Betel, que es “casa de Dios” (Gn 28,17-19), o Penuel,
que es “rostro de Dios” (Gn 32,31)
Con la gruta de Macpelá, comprada por Abraham a Efrón el hitita para enterrar
allí a su esposa Sara (Gn 23), inaugura Abraham la posesión jurídica de una parcela de esa
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tierra prometida; Isaac, Jacob y José querrán reposar en ella, haciendo así de Canaán su
patria.
2. EL DON DE LA TIERRA
De Egipto, tierra extranjera, Dios hace salir a su pueblo. Sin embargo, para entrar
en la tierra prometida se requiere primero el abandono, la “asombrosa soledad del
desierto” (Dt 32,10). Israel debe experimentar en el desierto que no debe tener otra
posesión que a Dios. Entonces, una vez purificado, podrá entrar a conquistar Canaán,
“lugar donde no falta nada de lo que se puede tener en la tierra” (Jc 18,10).
Yahveh interviene en esta conquista: él es quien da la tierra a su pueblo (cf. Sal
135,12). La tierra se obtiene sin fatiga (cf. Jos 24,13), es un regalo gratuito, una gracia,
como la alianza de la que ella es expresión (cf. Gn 17,8; 35,12; Ex 6,4.8).
Israel se entusiasma con la tierra que Dios le ha dado, porque Dios no lo ha
decepcionado. “Es un país bueno, muy bueno” (Nm 14,7; Jc 18,9), que contrasta con la
aridez y la monotonía del desierto. A este “dichoso país de torrentes y de fuentes..., país
de trigo y de cebada, de viña, de higueras, de granos, país de olivos, de aceite, de miel,
país donde no está medido el pan” (cf. Dt 8,7-9), el pueblo se apega sin dudar.
La tierra y sus bienes son recuerdo permanente del amor y de la fidelidad de
Dios a su alianza. Quien posee la tierra posee a Dios, porque Yahveh no es sólo el Dios
del desierto, sino que la tierra de Canaán ha venido a ser su residencia. Tan ligado está
Dios con la tierra, que David no cree posible adorarlo en el extranjero, tierra de otros
dioses (cf. 1 Sm 26,19), y Naamán se lleva a Damasco un poco de tierra de Israel para
poder dar culto a Yahveh (2 Re 5,17).
Pero una vez que Israel esté asentado en la tierra, una vez que se haya vuelto
sedentario y empiece a explotarla, la misma tierra se convertirá en prueba y tentación.
Israel, pueblo pastoril y seminómada, peregrino de un país a otro, tendrá que aprender a
vivir en la tierra. Al mismo tiempo que aprende de los habitantes del país las leyes de la
vida agrícola, adoptará también sus costumbres religiosas, idolátricas y materialistas. En
vez de ver en Yahveh el Dios santo, fiel, que exige correspondencia a la alianza, estará
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tentado a ver en él un Baal, señor del país, protector y garante de la fertilidad (cf. Jc 2,11;
Os 2,18). Los profetas pondrán en guardia contra los peligros de la sedentarización y de
la propiedad (cf. Is 5,8), en la que verán una fuente de robos (cf. 1 Re 21,3-19), de rapiñas
(cf. Mi 2,2), de injusticias, de diferencias de clases, de enriquecimiento que provoca la
soberbia y la envidia (cf. Jb 24,2-12).
¿Por qué la tierra, el signo más claro del amor de Dios hacia su pueblo, que debía
recordarle continuamente este amor fiel, se ha convertido en piedra de tropiezo para la fe
de Israel en Dios? Porque el pueblo ha olvidado Quién se la ha dado. La amonestación
continua de Moisés en las estepas de Moab, en las mismas puertas de la tierra, era
constante: “¡Guárdate de olvidar aYahveh tu Dios1” (Dt 6,12; 8,11; 11,16), “porque
Yahveh amó a tus padres... Te ha hecho entrar en este país” (Dt 4,37-38; 31,20). ¿De qué
valdría haber vivido como extranjeros en tantos países, anhelando un país donde vivir en
paz y prosperidad, gozando de la experiencia del amor de Dios, si cuando ya se tiene
posesión de él la alianza queda en el olvido?
“Acuérdate de las marchas que te hizo Yahveh durante cuarenta años por el
desierto para humillarte... y para conoce el fondo de tu corazón” (Dt 8,2). De Dios es la
tierra. Es un Dios celoso, exigente. El hombre debe mantenerse humilde, fiel, obediente
(cf. Dt 5,32 – 6,25). Si obra así, recibirá en recompensa las bendiciones: “Benditos
serán los productos de tu suelo... y las crías de tus ovejas” (Dt 28,4), pues “Yahveh tiene
cuidado de este país... sus ojos están fijos en él desde el principio del año hasta el fin” (Dt
11,12). Si no obra así, vendrán las maldiciones sobre Israel (cf. Dt 28,33; Os 4,3; Jr 4,23-
28). Se entrevé incluso la peor de las amenazas: la pérdida de la tierra: “Seréis
arrancados de la tierra en que vais a entrar” (Dt 28,63). Esta amenaza, que los profetas
precisan con vigor (cf. Am 5,27; Os 11,5; Jr 16,18), se cumple finalmente como un duro
castigo divino en medio de las angustias de la guerra y el exilio.
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