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8/2/2021 Bloque temático IV.

Rasgos generales del desarrollo demográfico y económico de distintas civilizaciones a lo largo de la Historia

Bloque temático IV. Rasgos generales del desarrollo demográfico y


económico de distintas civilizaciones a lo largo de la Historia

Sitio: Entorno Open Course Ware (OCW) Imprimido por: Invitado


Curso: INTRODUCCIÓN A LA HISTORIA Día: lunes, 8 de febrero de 2021, 21:58
Bloque temático IV. Rasgos generales del desarrollo
Libro: demográfico y económico de distintas civilizaciones a lo
largo de la Historia

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8/2/2021 Bloque temático IV. Rasgos generales del desarrollo demográfico y económico de distintas civilizaciones a lo largo de la Historia

Tabla de contenidos

1. IV.0. Introducción bloque IV

2. IV.1. Demografía histórica

3. IV.2.Historia económica

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8/2/2021 Bloque temático IV. Rasgos generales del desarrollo demográfico y económico de distintas civilizaciones a lo largo de la Historia

1. IV.0. Introducción bloque IV

Este último bloque el curso se destina a exponer de un modo necesariamente sintético los procesos que las distintas sociedades del
mundo occidental fueron viviendo desde un punto de vista demográfico y económico. La demografía histórica lleva más de medio
siglo acreditando la importancia del estudio de la población y sus variables básicas de desempeño a la hora de comprender los
fenómenos históricos. Del mismo modo, la economía funciona como elemento limitante desde el punto de vista estructural, y
condiciona de manera evidente las posibilidades de desarrollo humano que los distintos grupos han tenido lo largo del tiempo. En los
apartados que siguen se expondrán las claves interpretativas que explican, por un lado, la evolución de la población mundial a lo
largo de la historia, y muy especialmente en los últimos siglos, así como las características básicas de la economía del mundo
occidental desde los lejanos tiempos de la transición del mundo de vida depredador al productor hasta la hipertecnificada sociedad
de nuestros días.

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2. IV.1. Demografía histórica

El estudio de la población mundial supone un reto muy difícil de acometer por parte de los investigadores. Si hay alguna disciplina
de la historia que requiera de una cantidad de datos abundante y significativa esa es la demografía histórica, de la que veremos con
posterioridad algunas de sus claves metodológicas esenciales. Y, como ya sabemos, para un porcentaje muy elevado de la historia
de la humanidad carecemos de fuentes que nos permitan determinar cuánta gente vivió a lo largo del pasado en las distintas
sociedades, así como tratar de determinar, siquiera de modo aproximado, cuáles fueron sus variables de funcionamiento en el plano
demográfico.

Hay una serie de términos manejados por los demógrafos, más vinculados a la geografía humana que a la historia, pero que tienen
un indudable peso en el estudio de las poblaciones del pasado. Es importante tenerlos en cuenta porque condicionan en buena
medida la realidad que se está describiendo. El primero de ellos es el de población humana, que en términos demográficos se
corresponde con el conjunto de personas que vive en un territorio determinado y que está definida por una serie de características,
tales como su dimensión, lo que se denomina también tamaño o volumen, es decir el número total de personas que componen esa
población. Y, la estructura de la población, que se determina por las características sociales y vitales que la definen, del tipo de
edad, sexo, estado civil, nacionalidades que habitan en ella, niveles económicos en su interior, etcétera. Y el último de los términos
relacionados con la población humana es el de su evolución, que se determina por la interacción de variables dinámicas que
modifican, a lo largo del tiempo, el volumen de la población. Estas son la natalidad, la mortalidad, y las migraciones, ya sean de
salida del grupo o de recepción de nuevos habitantes. La interacción entre estos cuatro factores determina el aumento o la
disminución en el tiempo de una población.

Pero hay otros términos que también son importantes a la hora de tener en cuenta, desde un punto de vista histórico, cómo pueden
ser los de esperanza de vida, que se refiere a la cantidad de años que vive de media una población determinada, o la densidad de
población, que implica la toma en consideración del número de habitantes por kilómetro cuadrado que tiene un territorio definido. En
este caso es importante, por la estrecha relación existente entre población y recursos, contemplar esta variable a la hora de poder
entender determinados procesos que afectan a la evolución de la población.

A continuación realizaremos una breve aproximación a la demografía histórica a partir de dos apartados. En el primero veremos la
evolución que a día de hoy suponemos que tuvo la población mundial, mientras que en un segundo apartado, de corte más
metodológico, veremos cuáles son las fórmulas utilizadas por los investigadores dedicados a estos temas para llegar a las
conclusiones presentadas.

1. Evolución de la población mundial a lo largo de la Historia

El estudio de la evolución demográfica de las poblaciones del pasado tiene que tener una doble perspectiva de análisis. De un lado
ha de analizarse el volumen total de la población del planeta, mientras que por otro lado ha de tenerse en cuenta su distribución en
el espacio.

Las cifras totales estimadas para la población mundial nos indican un cálculo de en torno a un millón de individuos de la especie
Homo sapiens sapiens en el conjunto del planeta en torno al momento en que se produce la revolución neolítica y la transición del
modo de subsistencia depredador al productor. A partir de ese momento se comienza a producir un aumento de población
exponencial a lo largo del tiempo. De este modo se calcula que para el año 8000 a.C. podría haber en torno a ocho millones de
habitantes, que llegarían hasta los cincuenta millones en torno al año 1000 a. C., y para el cambio de era se calcula que ya se
distribuían a lo largo y ancho del planeta doscientos millones de habitantes. Nuevamente esta cifra crece más de un cincuenta por
ciento hasta la finalización del primer milenio de nuestra era, llegando a una cantidad estimada de poco más de trescientos
millones de habitantes, y para los inicios de la Revolución Industrial, a mediados del siglo XVIII, habitarían el planeta Tierra un total
de casi ochocientos millones de habitantes.

Hasta ese momento, pese a que el crecimiento sea continuo y evidentemente marque una tendencia clara en cuanto a la variable de
tamaño en el conjunto de la especie humana, existían aún una serie de elementos limitantes al crecimiento, basados
fundamentalmente en las limitaciones estructurales para la producción de alimentos destinados a alimentar a la población, junto con
otros relacionados con los conocimientos sanitarios y los hábitos higiénicos, que hicieron que las posibilidades reales de crecimiento
de la población hasta mediados del siglo XVIII tuvieran unos márgenes relativamente limitados.

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Sin embargo, esos límites estructurales saltaron en pedazos con el desarrollo de la Revolución Industrial, que hizo que primero en
Inglaterra, y posteriormente en el resto del mundo, el crecimiento de la población se multiplicará por diez en apenas doscientos
años. Los cambios producidos en los medios de producción y el extraordinario avance del conocimiento sobre la salud e higiene
más adecuadas para la especie humana provocó una revolución demográfica, que se empieza a ver con claridad en el siglo XIX
pero que adquiere una dimensión inimaginable en el siglo XX, en el que se produce el doble fenómeno de la disminución hasta
límites hasta ese momento impensables de la mortalidad, especialmente la infantil, unido a un sostenimiento, y en algunos casos
incluso un aumento, de la natalidad. Esta doble realidad generó un aumento de la población de enormes proporciones y con
repercusiones en todos los órdenes de la vida. Este proceso histórico se conoce como la transición demográfica, y se estudia en
términos numéricos en distintas fases, en las que se pasaría de un antiguo régimen demográfico a un régimen demográfico
moderno, con características diferentes en cuanto a natalidad y mortalidad en función de la época concreta a la que nos refiramos.

Para entender el impacto valga el ejemplo del ámbito artístico. Para los historiadores del arte es un fenómeno sin el cual serían
inexplicables todos los procesos de desarrollo urbanístico que se producen en la segunda mitad del siglo XIX en las ciudades
industrializadas, que deben crecer a un ritmo vertiginoso para poder acoger a toda la población que está emigrando del campo a la
ciudad en busca de sustento, que se suma a todas las personas nacidas en los entornos urbanos, en esos matrimonios con un
número muy elevado de hijos que una vez independizados requieren de viviendas en las que formar sus nuevos núcleos familiares.
Esta pequeña muestra ejemplifica bien a las claras lo que condiciona la demografía todos los procesos históricos. No se trata de
realizar explicaciones deterministas, en las que las condiciones estructurales de vida de la población mundial expliquen por sí solas
todas las acontecimientos que se van desarrollando en una sociedad determinada, sino de contemplar esta variable como
característica y condicionante para poder entender el funcionamiento estructural de una sociedad.

Pero, como comentábamos con anterioridad, la demografía histórica no se ocupa únicamente de estudiar cómo ha evolucionado
esta población mundial sino que resulta igualmente interesante conocer cuál ha sido su distribución en el espacio lo largo del tiempo.

2. La demografía histórica como disciplina

El interés por el estudio de la población tiene una larga tradición en el ámbito de los estudios sociales. Thomas Robert Malthus, a
finales del siglo XVIII, publicó su libro Ensayo sobre el principio de la población, en el que exponía su temor a un colapso de la
especie humana, que el pronosticó para finales del siglo siguiente. Según sus cálculos la población, que en aquel momento había
comenzado a crecer a una velocidad mucho mayor que la que venía haciéndolo hasta el momento, y que presentaba una
progresión exponencial, no podría ser alimentada por la progresión aritmética de la producción de comida, que de este modo nunca
podría llegar a cubrir las necesidades de esa cantidad cada vez más numerosa de población.

Obviamente, las previsiones malthusianas, que han dado lugar a un concepto clave en demografía y economía, el de límite
malthusiano, no se cumplieron. La población mundial no colapsó y los problemas derivados de la diferencia entre población y
recursos nunca llegó a producirse. Pero este temprano interés en la población puso el foco en un elemento de extraordinaria
importancia en la configuración del estudio científico de las sociedades del pasado. Desde este momento la población, entendida en
su perspectiva numérica, tiene una importancia cada vez mayor en la comprensión de los procesos históricos.

El siglo XIX asiste a un desarrollo de la demografía en el marco de los estudios geográficos, al calor del progresivo desarrollo de los
aparatos burocráticos de los estados nación que se van consolidando en dicha centuria, y que tratan de racionalizar y conocer con
mayor precisión todas las estadísticas de sus habitantes. Se generalizan a partir de ese momento los padrones destinados a
registrar el conjunto de la, y en ellos se comienzan a recabar datos cada vez más variados, que dan pie a análisis más complejos.

Ya en el siglo XX se produce una intensificación de los estudios de demografía histórica, al calor de las nuevas preocupaciones en
torno a la reproducción de la sociedad que se iba andando en plena ebullición del baby boom. En ese momento la demografía, que
se había ido desarrollando como una subdisciplina de la geografía humana, comienza a aplicar los métodos de análisis de
reproducción de familias a sociedades del pasado, intentando ya no sólo descubrir el volumen total de las poblaciones a lo largo del
tiempo, sino también todas las demás variables que la demografía podía conocer de las sociedades del presente. Así, los
historiadores comenzaron a interesarse, para las sociedades del pasado, por la edad a la que las personas contraen matrimonio, el
intervalo intergenésico entre hijos a la hora de poder establecer las tasas de fecundidad y tratar de dilucidar pautas culturales de
interés para el conocimiento de esas sociedades, la esperanza de vida, etcétera. El problema para el desarrollo de este tipo de
propuestas viene determinado por la dificultad de la localización de fuentes susceptibles de ser utilizadas para este tipo de análisis.

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Únicamente a partir de finales de la Edad Media y comienzos de la Edad Moderna, con la explotación masiva de los libros de
registros parroquiales en los que los párrocos registraban los nacimientos, las defunciones y los matrimonios que se producían en su
parroquia, se pueden empezar a hacer estimaciones con cierta solvencia al respecto.

Estos estudios de demografía histórica dieron lugar, en conjunción con otras líneas relacionadas con la historia social, a otro campo
específico del estudio histórico, el de la historia de la familia, en la que se entremezclan toda una serie de análisis relacionados con
el volumen total de la población con la posibilidad de reproducción de las sociedades a partir de sus núcleos básicos, incluso de
variables económicas o culturales que también tienen relación con las familias.

En conjunto, el estudio de la población permite estudiar las dimensiones de las sociedades del pasado y sus fórmulas de
reproducción. Lamentablemente, depende para su profundidad explicativa de la existencia de fuentes que recojan abundantes datos
y, sobre todo, aparqué en el conjunto de la población, algo que no suele ser habitual en todos los testimonios que se nos conservan.
En cualquier caso, queda claro que su estudio aporta informaciones muy significativas a la hora de conocer la caracterización de
una sociedad concreta.

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3. IV.2.Historia económica

La historia económica es la subdisciplina dedicada al estudio de los sistemas económicos del pasado, así como al estudio del
pasado a través de la economía. Aunque en la actualidad el término sugiera automáticamente la existencia de algunos de los
elementos indispensables en nuestra economía actual, como puede ser el dinero, lo cierto es que la historia económica parte de un
concepto de la economía más amplio. Entiende por tal el modo en que una sociedad obtiene los recursos necesarios para su
subsistencia y su reproducción. Esta definición permite atender los distintos formulaciones que la economía ha ido teniendo lo largo
del tiempo, desde fórmulas depredadoras a productoras, o post-productoras, como la que vivimos en nuestros días.

Con esta definición de economía resulta ineludible comenzar una síntesis sobre la evolución de la historia económica mundial por la
economía del mundo prehistórico. Las sociedades cazadoras recolectoras tenían unos condicionantes económicos estructurales
muy evidentes, y por esa razón el crecimiento durante milenios fue muy lento. Sin embargo, la revolución neolítica y el paso en
determinados lugares del planeta de esa economía depredadora a una de base productora implicó una serie de cambios en los
modos de organización de las sociedades que llevaron a formas de organización social complejas. Con ellas comienza la
aceleración del cambio social que llega hasta nuestros días. Esta agricultura intensiva, que genera por primera vez excedentes y
que requiere de una serie de elementos logísticos de almacenaje, mantuvo sus condiciones estructurales hasta bien avanzado el
mundo moderno.

Hasta el siglo XVIII la tecnología utilizada en el mundo agrícola no difería en demasía de la que se utilizaba en el mundo neolítico. Y,
sin embargo, es evidente que la economía del Antiguo Régimen era mucho más compleja y permitía la reproducción social de
grupos humanos mucho más numerosos y complejos que los de la última etapa de la prehistoria. Ello es debido a la existencia de
otra de las variables esenciales en el mundo económico, la del intercambio. El intercambio está documentado en sociedades
depredadoras, pero es evidente que es en las sociedades productoras, en las que se genera el excedente del que estamos
hablando, susceptible de ser intercambiado por otros bienes que provengan de otros grupos, y que propician una progresiva
especialización productiva que permite una mayor escala de la economía.

No debemos perder de vista, por otra parte, que la economía es un elemento indisolublemente unido a la sociedad. A pesar de que
en nuestros días dé la impresión, cuando se asiste a la exposición de análisis económicos en cualquier telediario, que el
funcionamiento de la economía obedece a leyes naturales, cual si fuera el ciclo del agua o la rotación de la tierra alrededor del sol, lo
cierto es que las condiciones en las que una sociedad se organiza determinan en buena medida también su economía.

De este modo, la economía de escala que se comienza a dar en el mundo antiguo no habría sido posible sin la existencia de la
esclavitud. Aunque hoy sabemos que el modo de producción esclavista que definió Karl Marx no fue tal en toda su extensión, ya
que coexistieron a lo largo de toda la antigüedad fórmulas de producción esclavista con trabajo libro semilibre, no es menos cierto
que esta figura jurídico-social permitió la utilización intensiva de mano de obra que permitía garantizar los niveles de producción
necesarios para el sostenimiento de unas sociedades jerarquizadas y con unas demandas notables de bienes de consumo por parte
de las elites.

En el mundo antiguo el sistema económico, por lo tanto, se basa en una combinación entre producción agraria con una fuerte
presencia de trabajo esclavista y unas redes de intercambio que garantizaban el flujo de los bienes de consumo entre los grupos
sociales acomodados. Y todo ello sin olvidar otro de los elementos fundamentales a la hora de mantener determinados sistemas
económicos, la guerra. El ejemplo paradigmático lo puede constituir Roma, la cual en sus más de seis siglos de continua expansión
territorial alimentaba su economía a partir de la introducción masiva de esclavos y bienes obtenidos en las capturas más allá de sus
fronteras.

Pero, como ya se ha indicado, las condiciones productivas eran básicamente las mismas que varios milenios atrás, y por esa razón
cuando la fragmentación política del Imperio Romano eliminó una parte significativa de las rutas comerciales que hasta ese
momento habían dinamizado la economía europea, el resultado en términos económicos fue la constitución de numerosos reinos
que fueron basando su economía, al menos en los primeros siglos de la Alta Edad Media, en la producción agraria. Ello dio origen a
otro sistema económico definido ya desde la obra de Karl Marx, el feudalismo, pasado en la sujeción del campesinado a la tierra y
la posibilidad de los señores de obtención de rendimientos extraeconómicos, en forma de trabajos varios o de obligaciones para el
uso de las instalaciones del señor, que determinaban unas condiciones de servidumbre muy claras.

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El feudalismo como sistema económico pervivió, especialmente a ojos de los historiadores de corte marxista, hasta el final del
Antiguo Régimen. Pero lo cierto es que ya desde la segunda mitad del siglo XIV, tras la crisis demográfica vivida por el continente
europeo provocado por la gran peste negra, comienza a intensificarse la actividad comercial en los entornos urbanos de la Europa
del momento, generando un protocapitalismo que paulatinamente irá desarrollando herramientas y técnicas de cambio y préstamo
qué aún hoy utilizamos.

Por tanto, entre los siglos XVI y XVIII coexisten las fórmulas tradicionales de producción agraria con unas cada vez más complejas
relaciones comerciales y una mayor reflexión acerca de la economía y su influencia en el desarrollo de los estados. Se empiezan a
desarrollar estudios vinculados con estos aspectos económicos, como pueden ser los que calificamos dentro del mercantilismo,
que tratan de influir en las políticas económicas de los distintos reinos. Serán la base del pensamiento económico que se
desarrollará en el siglo XVIII, y del que Adam Smith y su célebre obra La riqueza de las naciones constituye una de sus muestras
más importantes, especialmente desde la perspectiva del liberalismo.

Pero en este siglo XVIII se van produciendo una serie de cambios, como ya se ha comentado en otros apartados, que romperán
definitivamente los límites productivos que se venían dando desde prácticamente el comienzo de la producción de alimentos por
parte de los humanos. A partir del desarrollo derivado de la Revolución Industrial la capacidad productiva y la racionalización de
los procesos económicos permiten hacer crecer exponencialmente las producciones necesarias para la alimentación de las distintas
sociedades. Ese fue el fallo de cálculo de la teoría de Malthus, no tener en cuenta que la capacidad de producción de alimentos de
los humanos también podía crecer exponencialmente, y de este modo garantizar la producción insuficiente de alimentos para
abastecer al conjunto de la población. Incluso hoy, para una cantidad de población significativamente más numerosa que la que vivía
en tiempos del demógrafo y economista británico, nadie duda de la capacidad productiva del conjunto de la humanidad para
alimentar a toda la población que vive sobre la faz de la tierra. Es evidente que el hambre en el mundo no es una realidad derivada
de una insuficiencia técnica, sino que hay otra serie de factores estructurales, relacionados con el reparto de la riqueza o con
cuestiones de índole política, que son los verdaderos causantes de que una parte importante de la población mundial no esté
suficientemente alimentada.

A estas alturas del curso ya sabemos, porque lo hemos ido viendo en varios de los apartados anteriores, cómo los cambios
operados en la segunda mitad del siglo XVIII tienen un impacto en la aceleración de los procesos de cambio social y tecnológico que
se dan en la edad contemporánea. Y, como no podía ser de otro modo, el ámbito de la economía es un espacio privilegiado para
esta valoración. El siglo XIX se muestra como la centuria en la que el ser humano evoluciona tecnológicamente a una velocidad
cada vez mayor, lo cual va teniendo consecuencias cada vez más drásticas en lugares progresivamente más alejados. Son los
tiempos del colonialismo europeo, ávido de materias primas cada vez más necesarias para la producción de bienes de consumo.
Que, a su vez, son comercializados a lo largo y ancho del planeta.

Pero, como ya vimos en apartados anteriores esta realidad desemboca en la Primera Guerra Mundial, consecuencia directa de las
crisis coloniales, y que desde el punto de vista económico implica la intensificación de maquinarias productivas destinadas al
conflicto más grande vivido en el planeta hasta ese momento. Este aumento productivo continuó tras el fin del conflicto,
especialmente en las zonas de los vencedores, como por ejemplo los EE.UU. Esa década de los años veinte vive un proceso
paralelo de desarrollo intenso de la producción y de pauperización de la clase trabajadora, que continuaban subsistiendo en unas
condiciones de vida precarias. El modelo vivió además un momento crítico tras el crack del 29, que implicó una reacción en cadena
desde el punto de vista económico y una serie de consecuencias políticas, que determinaron el estallido de la Segunda Guerra
Mundial.

En paralelo a todo este proceso hay que reseñar que, por primera vez, se había experimentado, a partir de la revolución rusa, una
fórmula de producción económica basada en una interpretación ya determinada en los trabajos de Karl Marx y que se planteaba
como alternativa económica al capitalismo liberal que triunfaba en el resto del planeta.

El final de la Segunda Guerra Mundial implicó el triunfo definitivo, en una parte importante del planeta, del sistema económico
capitalista, con la creación además de algunas entidades internacionales aún hoy vigentes, como el Banco Mundial y el FMI, así
como la utilización del dólar como moneda de cambio internacional. Por su parte, en el otro bloque que se conforma a partir de esa
época, bajo la supervisión de la Unión Soviética, otro grupo de países practicó la vía económica socialista, logrando tasas de
crecimiento económica muy significativos.

La crisis del petróleo de 1973 provocó por su parte una serie de cambios muy notables, especialmente en el campo de las
economías liberales, que paulatinamente fueron adoptando políticas más neoliberales frente a las alternativas de inversión estatal
que habían tenido éxito hasta ese momento. En el plano de la economía de los países socialistas la crisis se fue agudizando hasta

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desembocar, finales de la década de los 80, en la implosión de la Unión Soviética y en el fin del modelo político soviético.

Todo este proceso económico que se desarrolla en el siglo XX transcurre paralelo a la continuación el progresivo abandono del
mundo rural hacia el mundo urbano, que a su vez comienza a diversificar su oferta laboral y ya no se centra exclusivamente en el
sector secundario, sino que en él el sector terciario va adquiriendo cada vez más importancia.

Hoy en día una parte muy significativa de la población mundial vive del sector servicios, mientras que los sectores productivos que
abastecen de alimentos y bienes de consumo apenas ocupan a la cuarta parte de la población mundial. Desde un punto de vista de
evolución histórica es un dato sumamente significativo, toda vez que en las primeras sociedades productoras la práctica totalidad de
sus integrantes debía participar en las labores agrícolas. Por tanto, la historia económica de la población humana es, en definitiva,
una historia de la terciarización, que evidencia además que para producir los bienes necesarios para cubrir las necesidades
básicas de la población mundial hay recursos y población suficientes. Ahora bien, el propio concepto de necesidades básicas tiene
un fuerte carácter cultural, y no se entiende igual para todos los periodos de la historia.

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