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V
M
BIBLIOTECA OTRAS EUTOPÏAS
COLECCIÓN INTERDISCIPLINAR DE ESTUDIOS CULTURALES
dirigida por
Luis Puig
Sergio Sevilla
Jenaro Talens
Santos Zunzunegui
VÍCTOR SILVA ECHETO
RODRIGO BROWNE SARTORI
ANTROPOFAGIAS
LAS INDISCIPLINAS DE LA COMUNICACIÓN
BIBLIOTECA NUEVA
UNIVERSIDAD AUSTRAL DE CHILE
Ilustración de portada: «El viaje» (2006) de Carlos Salgado Vázquez, acrílico
sobre lienzo. Diámetro: 73 cm.
www.carlos-salgado.com
ISBN: 978-84- - -
Depósito legal: M- -2007
Impreso en
Impreso en España - Unión Europea
A Amalia, amigamante,
L. M. P.
El anti-edipo lo escribimos a dúo.
Como cada uno de nosotros era varios,
en total ya éramos muchos [...].
Hemos distribuido hábiles seudónimos
para que nadie sea reconocible.
¿Por qué hemos conservado nuestros
nombres? Por rutina, únicamente rutina.
Para hacernos nosotros también irreco-
nocibles.
G. D. y F. G. (1980)
PRÓLOGO
NOTAS
1
Pindorama era la tierra mítica a la que se referían los tupi guaraníes, antes
de la llegada de los europeos, y parte de su territorio era el que ocupa el actual
Brasil. Era una tierra mítica de origen muy antiguo, que era el lugar ancestral de
esa comunidad. El nombre se refería a una leyenda tan antigua, que envolvía la
idea de un diluvio universal que había alcanzado la tierra de las palmeras, que es
lo que significa Pindorama. [N. del T.]
INTRODUCCIÓN
—Toquinho...
—... diga, diga,
—vamos a hacer esta canción que hicimos:
A tonga da mironga do kabulete...
—¿se puede?
—sí, yo creo que sí, es decir, porque parece que
es una expresión que no quiere decir nada de bue-
no...
—sí, yo creo que es una mala palabra ¿no?
—tú conoces la historia ¿no?
—más o menos...
—[...] en África, cuando un africano dice eso a
otro parece que las tribus entran en guerras terri-
bles ¿no? Eh... que se comen el hígado uno al otro.
—¡no sabía!
—sí, [...] todo lo que se sabe es que la última pa-
labra es la palabra kabulete de la expresión [...] pare-
ce que tiene algo que ver con la madre de uno [...]
—vamos a cantarla...
M. de Certeau
16 VÍCTOR SILVA ECHETO Y RODRIGO BROWNE SARTORI
II
III
NOTAS
1
Para Michel de Certeau existe una clara diferencia entre estrategia y táctica.
En su libro La invención de lo cotidiano (1996), el sociólogo francés plantea que la
estrategia (como forma organizada de acción) es el cálculo de relaciones de fuer-
zas que se torna posible desde el instante en que un sujeto de voluntad y de po-
der —como una empresa, una ciudad, una institución científica o militar— está
dispuesta a apartarse o aislarse de un «ambiente» específico. «La estrategia pos-
tula un lugar susceptible de circunscribirse como un lugar propio y luego servir
de base a un manejo de sus relaciones con una exterioridad distinta (los clientes
o los competidores, los enemigos, el campo alrededor de la ciudad, los objetivos
y los objetos de la investigación) [...] La racionalidad política, económica o cientí-
fica se construye de acuerdo con este modelo estratégico.» A su vez, este autor
considera que la táctica (práctica) es un cálculo que no se presenta como un lugar
propio, es decir, se escapa de las lógicas fronterizas que elaboran discursos del
otro como una totalidad visible. «La táctica no tiene más lugar que el del otro. Se
insinúa, fragmentariamente, sin tomarlo en su totalidad, sin poder mantenerlo a
distancia. No dispone de una base donde capitalizar sus ventajas, preparar sus
expansiones y asegurar una independencia en relación con las circunstancias.»
En síntesis, se entiende como un no lugar que brota desde abajo. «Sin cesar, el dé-
bil debe sacar provecho de fuerzas que le resultan ajenas. Lo hace en momentos
oportunos en que combina elementos heterogéneos, pero su síntesis intelectual
tiene como forma no un discurso, sino la decisión misma, acto y manera de
“aprovechar” la ocasión. Caza furtivamente. Crea sorpresas. Le resulta posible
estar allí donde no se le espera. Es astuta» (De Certeau, 1996: 59-63). En este con-
texto y sin dejar de considerar las interesantes reflexiones que acabamos de recu-
perar, estimamos pertinente agregar que la noción de estrategia propuesta por
Foucault, en sus proyectos arqueológicos, y Derrida, desarrollada en el campo de
sus estudios deconstructivos, no se enclaustra en las tendencias que se detienen
en las definiciones de la objetividad, la identidad y la racionalidad, y se sos-
tienen como líneas en crisis que se aproximan a los conflictos de las divergencias,
las nomadologías, los dialogismos y resisten, sin duda alguna, a las «estrategias
de poder» que cuestiona Michel de Certeau.
LA COMUNICACIÓN EN LOS ESTUDIOS
SOBRE LA DIFERENCIA Y LA DIVERSIDAD CULTURAL
CAPÍTULO I
La Comunicación en el debate
sobre la diferencia y la diversidad cultural
La actualidad «[...] es interpretada por
numerosos dispositivos ficticios o artificios,
jerarquizados y selectivos, siempre al servi-
cio de fuerzas e intereses que los “sujetos” y
los agentes (productores o consumidores
de actualidad —a veces también son “filóso-
fos” y siempre intérpretes—) nunca perci-
ben lo suficiente».
J. Derrida
1.1. INTRODUCCIÓN
1.4. CONCLUSIONES
NOTAS
1
El tema de la clausura o, más radical, de la muerte de la representación es
complejo y no puede resolverse en una oración o en un ensayo, aunque sí puede
problematizarse aún más. Prácticamente cruza toda la historia de Occidente y
—aunque teóricos postestructuralistas (Foucault, Derrida, Deleuze y Guattari) lo
plantearon en más de una ocasión como «crisis de la representación» (véase en
Michel Foucault: Las palabras y las cosas, entre otros textos, y en Jacques Derrida:
«Texto, acontecimiento y contexto», en Márgenes de la filosofía)— el debate todavía
está curso. A lo largo del presente trabajo, dicho punto se profundizará, de una u
otra forma, desde la Comunicación.
2
Interesante al respecto es detenerse en la discusión que en torno a la noción
de imperialismo e imperio han sostenido con Michael Hardt y Antonio Negri los
autores latinoamericanos Atilio Boron, Walter Mignolo, Grínor Rojo, Alicia Salo-
mone y Claudia Zapata, entre otros. Atilio Boron es categórico al criticar la pos-
tura de Hardt y Negri que perciben en la multitud una vía de escape frente a los
embates del capitalismo tardío: «[...] Imperio es un libro intrigante, que combina
algunas incisivas iluminaciones respecto de viejos y nuevos problemas con mo-
numentales errores de apreciación e interpretación» (Boron, 2002: 33).
CAPÍTULO II
Comunicación intercultural:
mirada crítica al poscolonialismo
¿Cómo hacer para que el polo Oriente
no sea un fantasma, que reactive de otra for-
ma todos los fascismos, también todos los
folklores, yoga, zen y kárate?
G. Deleuze y F. Guattari
Poscolonialismo e interculturalidad:
afectos y efectos en los 11 de septiembre
NOTAS
1
Said rescata, del año 1907, las siguientes palabras del representante británi-
co en Egipto, quien era considerado como el dueño de esta colonia, Eveling Ba-
ring, más conocido como lord Cromer: «La falta de exactitud, que fácilmente de-
genera en falsedad, es en realidad la principal característica de la mente oriental
[...] El europeo hace razonamientos concienzudos [...] y su diestra inteligencia
funciona como el engranaje de una máquina» (Cromer, en Said, 1990: 61). En sín-
tesis, las aproximaciones que se pretenden acercar a la verdad sobre el Otro lo ca-
talogaban como una persona desordenada —«[...] igual que sus pintorescas ca-
lles...» (ibídem)— que no es capaz de hilar ideas en forma estructurada, carentes
de la lucidez del occidental y, además, unos mentirosos empedernidos.
LA COMUNICACIÓN Y LOS ESTUDIOS
CULTURALES: PROPUESTAS
DESDE LA RESISTENCIA ANTROPÓFAGA
CAPÍTULO IV
N. García Canclini
res. Por tanto, es una diferencia cultural como acción, como prác-
tica situada. Estas ideas ya se encontraban en Raymond Williams
(1997: 68-69), para quien las áreas generales de los chistes y del
chismerío, de «las canciones y los bailes cotidianos», de «los oca-
sionales atuendos de fiesta y los extravagantes estallidos de co-
lor» es «donde persiste la cultura popular». Williams inmediata-
mente se refiere a la absorción de lo popular en lo masivo
(«remedados como anuncios comerciales») y a la imposibilidad
de «reprimir» la cultura popular «porque en el carácter general
de sus impulsos y en sus apegos intransigentes a la diversidad y
la recreación humanas, sobrevivirán, bajo cualquier presión y a
través de no importa qué formas, mientras la vida misma sobre-
viva» y «tanta gente» siga viviendo y procurando «hacerlo más
allá de las rutinas que intentan controlarla y reducirla».
Así las cosas, las lecturas de la obra de Williams en las Améri-
cas fueron claves para que surgieran los estudios culturales en
este continente. Sobre la recepción de los trabajos de Williams,
por parte de los jóvenes intelectuales latinoamericanos en los
años 70 y 80, Beatriz Sarlo (2000: 309), una de las impulsoras de la
lectura de su obra en Argentina y una de las primeras traductoras
de sus textos, escribe: «esa recepción tuvo como destinatarios a
un grupo de intelectuales, entonces relativamente jóvenes, prove-
nientes de la izquierda revolucionaria que adivinaban, por así de-
cirlo, el horizonte de los estudios culturales». Partían «de pers-
pectivas sociológicas sobre el hecho literario», conocían «bien las
posiciones marxistas sobre cultura y literatura (Adorno, Lukács,
Gramsci)», creían «que se podían construir nuevos objetos y que,
en ese proceso», sus «perspectivas teóricas cambiarían sustancial-
mente o, incluso, serían completamente revisadas».
Lo popular comienza a asumirse como parte de la memoria
constituyente del proceso histórico, «[...] presencia de un sujeto-
otro hasta hace poco negado por una historia para la que el pue-
blo sólo podía ser pensado» como un número y un sujeto anóni-
mo (Martín Barbero, 1987: 72). En definitiva, la redefinición de lo
popular está en el centro de la reflexión tanto de los primeros Cul-
tural Studies como de los estudios culturales latinoamericanos y
esa redefinición parte del concepto de mediación. Así, la antigua
noción de mediación que ya se encontraba en autores como He-
ANTROPOFAGIAS 71
gica, porque como pregunta Carlos Rincón (2000: 70), «[...] ¿no re-
sulta absolutamente anacrónica una metáfora proveniente de la
doctrina decimonónica de la herencia para pretender descifrar-
los?». Los intentos de responder a esta pregunta quizás sea una
de las tareas fundamentales de un nuevo programa teórico de los
estudios culturales, en el contexto de las ciencias humanas, ya
que como expresa el mismo Rincón, «[...] la promesa del cambio
es tal vez, en últimas, lo que se echa de menos en los estudios cul-
turales». Más adelante, volveremos a esta cuestión, cuando se for-
mulen las críticas que, actualmente, se le hacen a los estudios cul-
turales...
NOTAS
1
Fernando Ortiz (1973: 134-135) entendía que la transculturación expresaba
mejor las diferentes fases «[...] del proceso transitivo de una cultura a otra», por-
que no consiste sólo en adquirir una cultura, «[...] que es lo que en rigor indica la
voz anglo-americana aculturation», sino que el proceso implica también necesa-
riamente la pérdida o desarraigo de una cultura precedente, «[...] lo que pudiera
decirse una parcial desculturación, y, además, significa la consiguiente creación
de nuevos fenómenos culturales que pudiera denominarse neoculturación». Para
Fernando Coronil, la transculturación no debe concebirse sólo en términos de in-
tercambio cultural entre seres humanos, sino también de mercancías como el ta-
baco y el azúcar. «La transculturación aporta así vida a las categorías reificadas,
sacando a la luz intercambios ocultos entre pueblos e historias enterradas en
identidades supuestamente inmutables» (Coronil, en Mignolo, 2003: 281).
2
«América, continente de simbiosis, de mutaciones, de vibraciones, de mes-
tizajes, fue barroca desde siempre» (Carpentier, 1981: 123).
3
«Yo no soy aculturado: yo soy un peruano que orgullosamente, como un
demonio feliz, habla en cristiano y en indio, en español y en quechua» (Argue-
das, 1974: 282).
4
En ciertas «circunstancias, surgieron las primeras células de una cultura la-
dina que se esforzaba por adecuarse a las circunstancias presentes. Estas células
híbridas, a medias neoindígenas y neoeuropeas, actuarían sobre el contexto trau-
matizado, tomando de él partes cada vez mayores, a fin de instaurar un nuevo
modo de ser y de vivir. Se sumergían de continuo en la cultura original, para
emerger de ella cada vez más diferenciadas, tanto de la tradición antigua como
del modelo europeo» (Ribeiro, 1985: 100).
5
Formulamos esta separación, aunque con puntos en común, entre las cien-
cias sociales y las ciencias humanas considerando que hay perspectivas de los es-
tudios culturales que han estado más cercanas a las ciencias sociales (la variante
anglosajona) y otras a las humanidades (las latinoamericanas). En el primer caso,
se han acercado más a los estudios empíricos en contextos específicos, mientras
que en el segundo se ha intentado responder a las crisis post de los metarrelatos,
de los paradigmas, de las teorías filosóficas, antropológicas, históricas, literarias
o lingüísticas. Es decir, en este último, las preocupaciones han estado más cerca-
nas a la metafísica en plena crisis metafísica.
92 VÍCTOR SILVA ECHETO Y RODRIGO BROWNE SARTORI
6
Grínor Rojo, Alicia Salomone y Claudia Zapata aclaran que se refieren al
Tercer Mundo «[...] a falta de otra» expresión «mejor». «Pueblos subdesarrolla-
dos, periféricos o del Sur nos parecen opciones más malas todavía» (2003: 25). En
los 60 también se intentó revalorizar el concepto de Tercer Mundo, cargándolo de
connotaciones políticas y libertarias. Y hasta surgió en Uruguay un cine militan-
te bajo el alero de la Cinemateca del Tercer Mundo.
7
«Los estudios culturales no son necesariamente sinónimo de los estudios
poscoloniales, aunque ambos movimientos suelen mezclarse en ocasiones acota-
das [...] Moore-Gilbert siente, a pesar de su admiración casi incondicional por
ellos, que dos de los autores canónicos del postcolonialismo más o menos vincu-
lados con los estudios culturales (Gayatri Spivak y Homi Bhabha) están produ-
ciendo textos “decepcionantes” o “reciclados”, y que tienen poco que agregar a lo
que ya aportaran en sus producciones de principios de los años noventa» (Rey-
noso, 2000: 31, 44-45).
8
«[...] el marco contra el cual ofrezco contrastar los estudios culturales es el
de las ciencias sociales en general y la antropología en particular, sin que esté en
juego ninguna teoría concreta» (Reynoso, 2000: 13). Entendemos, por tanto, que
el punto de vista de Reynoso es disciplinario, desde la antropología. Para enfati-
zar lo anterior, podemos decir que su libro se denomina: Apogeo y decadencia de los
estudios culturales. Una visión antropológica (2000).
9
Jacques Derrida (1997) comienza Mal de archivo, una experiencia freudiana se-
ñalando: «Este ensayo designa discretamente el horizonte de esta cuestión, hasta
tal punto quema su evidencia. Los desastres que marcan este fin de milenio son
también archivos del mal; disimulados o destruidos, prohibidos, desviados, “re-
primidos”. Su tratamiento es a la vez masivo y refinado en el transcurso de gue-
rras civiles o internacionales, de manipulaciones privadas o secretas. Nunca se
renuncia, es el inconsciente mismo, a apropiarse de un poder sobre el documen-
to, sobre su posesión, su retención o su interpretación. ¿Mas a quién compete en
última instancia la autoridad sobre la institución del archivo? ¿Cómo responder
de las relaciones entre el memorándum, el indicio, la prueba y el testimonio?
Pensemos en los debates acerca de todos los “revisionismos”. Pensemos en los se-
ísmos de la historiografía, en las conmociones técnicas a lo largo de la constitu-
ción y el tratamiento de tantos “dossiers”. ¿No es preciso comenzar por distin-
guir el archivo de aquello a lo que se lo ha reducido con demasiada frecuencia,
en especial la experiencia de la memoria y el retorno al origen, mas también lo ar-
caico y lo arqueológico, el recuerdo o la excavación, en resumidas cuentas la bús-
queda del tiempo perdido?»
10
«No hay archivo sin un lugar de consignación, sin una técnica de repetición
y sin una cierta exterioridad [...] No olvidemos nunca esta distinción griega entre
mnéme o anámnesis por una parte, hypómnema por la otra. El archivo es hipomné-
mico. Y señalemos de pasada una paradoja decisiva sobre la que no tendremos
tiempo de volver, pero que sin duda condiciona todo este propósito: si no hay ar-
chivo sin consignación en algún lugar exterior que asegure la posibilidad de la
memorización, de la repetición, de la reproducción o de la re-impresión» (Derri-
da, 1997: 19).
ANTROPOFAGIAS 93
11
Para Derrida (1997) al archivo se lo ha reducido con demasiada frecuencia
al «retorno al origen, a lo arcaico» y al recuerdo o la excavación: «en resumidas
cuentas la búsqueda del tiempo perdido».
12
Hablamos de una resistencia a los modelos imperialistas modernos y de
otra resistencia, posterior, a los modelos imperiales posmodernos. Hablamos, en-
tonces, de la resistencia de la resistencia (Browne, 2006).
CAPÍTULO V
W. Shakespeare
Fernández Retamar (1995: 30) precisa que «no sólo Floro era
amigo personal de Shakespeare, sino que se conserva el ejemplar
de esta traducción que Shakespeare poseyó y anotó». En La Tem-
pestad, además, hay fragmentos literales de los Essais de Mon-
taigne que acababa de traducir al inglés Giovanni Floro, lo que
confirma la tesis mencionada2. Hay que considerar que si en
Montaigne nada hay de bárbaro y de salvaje en la descripción
de esas naciones; en Shakespeare Calibán/Caliban es un esclavo
salvaje y deforme digno de ser sometido a calumnias y degrada-
ciones.
José Enrique Rodó al terminar el siglo XIX, en cambio, plantea-
ba que el símbolo de América Latina era Ariel y el de América del
Norte Calibán/Caliban. La obra se sostiene, tal como lo señala
Carlos Real de Azúa (2001: 28), «en un clima de cultura, en una si-
tuación: la situación ariélica».
Rodó escribió este texto en los últimos años del siglo XIX y lo
publicó en 1900. Se sabe que lo concibió a raíz de la intervención
de Estados Unidos en Cuba en 1898. La obra de Rodó ha sido un
símbolo para los latinoamericanos que se han enfrentado al im-
perialismo estadounidense. Implícitamente, en Ariel a los nortea-
mericanos se los presenta como Calibán/Caliban, apenas nom-
brado en la obra; mientras que Ariel vendría a encarnar lo mejor
de América3.
«La calibanización», por su parte, como la describe Carlos
Real de Azúa, era sinónimo de «la desespiritualización» (Real de
Azúa, 2001: 12), producto de «la sed de bienestar» que se impo-
nía, del maquinismo y de la industria. En un contexto donde ha-
bía triunfado la clase media, el estado constitucional y la concep-
ción democrática —«verdadera fe secularizada»— apoyada en la
revolución científica, en la autonomía individual y en la naturale-
za. Estos aspectos, motivaron —también— que se difundiera cier-
to conformismo, un culto a la felicidad, «[...] el afán de lucro, un
incontrastable materialismo utilitario y práctico como tono de la
conducta, una sana, pero prosaica y fea, vulgaridad en todas las
manifestaciones de la existencia» donde predomina lo cuantitati-
98 VÍCTOR SILVA ECHETO Y RODRIGO BROWNE SARTORI
NOTAS
1
«Si al nacer fue llamado por su prodigioso inventor Cáliban, con acento en
la primera a, ello se debe a que es anagrama del inglés cannibal. En francés, debi-
do a similar razón, de la palabra cannibale, ya presente en Montaigne, se derivó
Calibán, acentuada desde luego en la segunda a [...] Y en español, por contagio
100 VÍCTOR SILVA ECHETO Y RODRIGO BROWNE SARTORI
Antropofagia cultural/iconofagia:
planteamientos desde la resistencia
Caliban.—Me habéis enseñado a hablar,
y el provecho que me ha reportado es saber
cómo maldecir. ¡Que caiga sobre vos, la roja
peste, por haberme inculcado vuestro len-
guaje!
W. Shakespeare
Su fuerte deseo por llegar a las tierras del Gran Kan lo lleva
a una serie de interpretaciones de la lengua de los lucayos que
resultan, por lo general, bastante chuscas. Colón escucha la pa-
labra «cariba» que los lucayos emplean para designar a los ha-
bitantes antropófagos de las Antillas Menores, pero afirma, ter-
co, que la palabra es «caniba», la cual significa, a su parecer,
«habitantes de las tierras del Gran Kan». También entiende que
dichos canibas tienen cabeza de perro (can) con las cuales se co-
men a sus víctimas, lo que le hace pensar que estos hombres
«debían ser del señorío del Gran Can» [...] Colón ya no dudó ni
un ápice que había llegado al país del Gran Kan cuando oyó de-
cir que tierra adentro de Cuba, o «Cubanacán», había oro (Re-
ding Blase, 1992: 36-37).
NOTAS
1
Oswald de Andrade ingresó en el Partido Comunista brasileño en 1931 y
permaneció en él hasta 1945. En esos años, «quizás no sea erróneo atribuirla a su
sarampión comunista» (Fernández Retamar, 1995), se produjo la escisión del mo-
vimiento antropófago y un paréntesis entre Oswald y la antropofagia. Sin embar-
go, vuelve a reivindicarla en sus últimos años. Así, en su libro póstumo de 1966,
114 VÍCTOR SILVA ECHETO Y RODRIGO BROWNE SARTORI
La marcha de las utopías (serie publicada en 1953 en O Estado de São Paulo), se re-
encuentra con sus tesis culturales sobre la brasilidad y, aunque no en forma ex-
plícita, con la Antropofagia.
2
Para Eduardo Peñuela Cañizal (2004), la identificación de formas iconográ-
ficas amerindias en la pintura de Frida está relacionada con sus conocimientos de
la historia de México. Además de su penetración en la especificidad de los suje-
tos, en los vestuarios, la naturaleza, los rostros... Ya en los años 70, diversos artis-
tas chicanos en las exposiciones realizadas en San Francisco divulgaron los vínculos
de la pintura de Frida Kahlo con las culturas indígenas mesoamericanas.
COMUNICACIONES INDISCIPLINADAS
CAPÍTULO VII
Charles Taylor
«es» todo aquello que no es... Por ello la comunicación son y so-
mos muchos: «El anti-edipo lo escribimos a dúo. Como cada uno
de nosotros era varios, en total ya éramos muchos [...] Hemos
distribuido hábiles seudónimos para que nadie sea reconocible.
¿Por qué hemos conservado nuestros nombres? Por rutina, úni-
camente rutina. Para hacernos nosotros también irreconocibles»
(Deleuze y Guattari, 2000: 9). Esta reflexión con la que Deleuze y
Guattari sentencian las rizomáticas planicies de Mil mesetas (Capi-
talismo y esquizofrenia) (1980) ilumina el ejercicio de dicho devenir
(no)comunicacional que se desprende desde la comunicación ce-
rrada, limitada y sedentaria para abrir paso a nómadas navega-
ciones comunicacionales, nómadas contrapensamientos que des-
afían la tendencia de definir a la Comunicación con mayúscula.
Se trata de «[...] no llegar al punto de ya no decir yo, sino a ese
punto en el que ya no tiene ninguna importancia decirlo o no de-
cirlo. Ya no somos nosotros mismos. Cada uno reconocerá los su-
yos. Nos han ayudado, aspirado, multiplicado» (ibídem).
El nomadismo de creaciones comunicativas es parte de esa
dispersión, del movimiento constante que la activa en y de las
multitudes, que busca pensamientos-otros y no negocia con pen-
samientos puros o identitarios, subjetivaciones producidas en la
encrucijada del entre-lugar y el entre-tiempo. En tanto, multitu-
des contrapensantes que juegan dialógicamente con la diferencia
y no, necesariamente, con la diversidad. Operaciones que cues-
tionan la versión racista (sin razas) del multiculturalismo, surgido
de los imperios posmodernos y (contra) piensa desde opcionales
pasajes intersticiales y desde el intermedio de la entridad (in- bet-
ween).
En este ámbito, es vital estudiar la comunicación desde un
proceso de mixtura, como un juego mezclado e impuro, sin pri-
meros ni últimos, sólo entre tantos, entre muchos. Accionar que
descabece a los círculos cerrados y habilite espacios intermedios,
entridades clandestinas que se relacionan con el rizoma y la trans-
versalidad que abre puertas pero sin cerrarlas, que conduce a las
encrucijadas y no a los caminos de y en una única dirección.
Como se puede apreciar, la iniciativa no tiene desperdicio. La
invitación está servida: antropofagicemos la comunicación desde,
por supuesto, un ejercicio indisciplinado.
130 VÍCTOR SILVA ECHETO Y RODRIGO BROWNE SARTORI
NOTAS
1
En uno de sus últimos cursos en el Collège de France, Roland Barthes recu-
pera el concepto de lo neutro como la posibilidad de desbaratar lo binario del pa-
radigma. Así, lo neutro como la entridad, producen una crisis radical en nociones
binarias como las que se formulan desde las ecuaciones: identidad/alteridad o
masculino/femenino o comunicación e información.
2
Entre irónicas alusiones al estructuralismo y al postestructuralismo francés,
Charles Taylor señala que entre aquellos que se consideran a sí mismos los críti-
cos de la tradición epistemológica, «[...] hay un grupo de pensadores que se han
definido a sí mismos a partir de una determinada lectura de Nietzsche» (Taylor,
1997: 38). Para Taylor, «[...] el más importante de ellos es Foucault [...] Algo aná-
logo, pero a un nivel mucho más frívolo, parece animar a algunos de los pensa-
dores posestructuralistas, como Derrida, por ejemplo» (ibídem).
CAPÍTULO VIII
Vicente Huidobro
Las tesis de Benveniste, en las que precisa que las únicas refe-
rencias de persona son yo/tú, se resiste a convalidarla Ricoeur
(1990: 82), quien marca como ejemplo el artificio de la cita, de las
palabras puestas entre comillas, a través de los cuales se les pue-
de atribuir a la tercera persona pensamientos en primera o pen-
samientos y palabras dirigidos a la segunda persona. Más com-
pleja es la literatura contemporánea y el periodismo, que
abandona las comillas y obtiene un «discurso indirecto libre».
Aquí es donde el sujeto, ya no como primera persona (funda-
mento originario), sino como función variable del discurso se mo-
viliza (subjetivación) y se transforma. La identidad y la alteridad
como conceptos estáticos y binarios se desarticulan en el sí mismo
o, en términos hebreos, en el ipse. El ipse es el indicador de la res-
puesta a toda pregunta por el ¿quién?, la sustantivación de sí
como forma del pronombre reflexivo «se».
Otra línea de pensamiento que implicó opacar al sujeto fue el
estructuralismo y, posteriormente y derivada de ésta, la filosofía
postestructuralista1 de Jacques Derrida, Gilles Deleuze, Félix
Guattari y Michel Foucault, quienes señalaron la imposibilidad
de encontrar el fundamento y el origen en el sujeto. Esa imposibi-
lidad, por ejemplo, se formulaba en la muerte del autor, tal como
la plantearon Roland Barthes y Michel Foucault y como lo des-
arrollamos en páginas anteriores.
Se trata de deconstruir la subjetividad y criticar la idea según
la cual el sujeto y su representación son el punto de partida y el
fundamento de todo ser. En Gilles Deleuze se aborda una nueva
forma de pensar, en tanto que se trata de pensar lo no pensado y
velado por la lógica de la identidad. Deleuze afirma que lo que
136 VÍCTOR SILVA ECHETO Y RODRIGO BROWNE SARTORI
detalle. «Al igual que el muerto virtual que soy prosigue su curso
en la otra vertiente, en su existencia que se superpone a la mía, así
el nacimiento es esta línea divisoria en la que de un lado existo
como yo, pero del otro lado empiezo en ese mismo momento a
existir como otro» (Baudrillard, 1988: 86).
NOTAS
1
Aclaramos que no concebimos al postestructuralismo como un bloque ho-
mogéneo de pensamientos, sino que utilizamos la nominación para referirnos a
aquella fractura que se produjo con la filosofía moderna desde los años 50 y que
ubicó a pensadores como Michel Foucault, Jacques Derrida, Gilles Deleuze y Fé-
lix Guattari, quienes produjeron un desgarrón en el pensamiento occidental, frac-
turando la certeza universalista y subjetivista.
2
«La última teoría de la historia de Benjamin se considera alternativamente
como un intento chapucero o acertado de materialismo histórico o de mesianis-
mo teológico, y algunas veces como una síntesis productiva o debilitante de los
dos. Esta serie de oposiciones banales se ha convertido de hecho en la tradicional
interpretación benjaminiana» (Cochran, 1996: 24). Preferimos, en ese sentido, el
planteamiento de Mosès (1997: 103) que en lugar de mesianismo se refiere a una
etapa teológica en Walter Benjamin. Señala que la primera etapa de la historia
humana, «[...] marcada por la pérdida del lenguaje adámico y la caída en los di-
ferentes idiomas comunicativos, se desarrolla en su totalidad desde la perspecti-
va de la teología. El lenguaje, que forma el tema de esta historia se concibe como
un médium casi abstracto que no especifica ningún contenido».
CAPÍTULO IX
I. L.
activa en busca de una respuesta del Estado frente a esta crisis so-
cioambiental. La autoridad —representada por las fuerzas estata-
les reducidas a la figura de una «política» Comisión Regional del
Medio Ambiente (COREMA) que ignora un informe científico
que comprueba la intervención de la industria— decide no hacer
caso a la fluidez de las multitudes y anuncia la no paralización de
la planta. En contradicción con la política estatal, y en un acto
«corporativo» de reconocimiento de los errores cometidos, la mis-
ma planta de celulosa es quien decide, tiempo después, autopa-
ralizar sus actividades (8 de mayo de 2005). Esta decisión se debe
a las propias irregularidades (tanto medioambientales como polí-
ticas) cometidas por la industria y no consideradas por el Estado
después del diagnóstico solicitado por la COREMA y realizado
por especialistas en el tema. Sin escuchar, por supuesto la autori-
dad, las voces anónimas de la multitud que, sin cesar, acusaban
estas anomalías.
En síntesis, dicho fenómeno delata la inconsistencia del Esta-
do en la propia postura medioambiental. Por lo visto, es más
oportuno replantear la región como polo de desarrollo industrial
(contaminante) en desmedro de un Santuario de la Naturaleza1:
ésa es una de las sentencias de la muerte del Estado2.
Esto llevará a habitar sin Estado por parte de una ciudadanía
que no le necesita y que puede convivir con la naturaleza sin in-
termediarios estatales-nacionales que impongan la normativa le-
gal, favoreciendo sus intereses y obligaciones políticas, sociales y
económicas... Es la diferencia flusseriana entre comunicación na-
tural (no codificada) y comunicación artificial (codificada). Para
Lewkowicz, sin duda, esto sería sintomático del pensar sin Esta-
do, es decir, la multitud chilena está en condiciones de aclamar:
que se vayan todos...
Las revueltas en Ecuador («Rebelión de Quito», abril de 2005)
también activaron a las multitudes y acuñaron el que se vayan to-
dos. Hastiadas de sus gobernantes que desarticulaban un país en
nombre de sus subjetividades (yo-ego), las multitudes (de las
subjetivaciones) se apoderaron del gobierno y cuestionaron el
mal funcionamiento de quienes decían defender la patria hasta
las últimas consecuencias. El cometido de estos revolucionarios
era transgredir un sistema político «contaminado» por las lógicas
144 VÍCTOR SILVA ECHETO Y RODRIGO BROWNE SARTORI
NOTAS
1
Mayor información sobre este conflicto en http://raluya.org, http://www.
accionporloscisnes.org/ http://www.sociedadcivil.cl, http://www.agenciapul-
sar.org, http://www.portalciudadano.cl http://www.conama.cl, http://www.
celco.cl, http://www.eula.cl y http://www.bio.puc.cl/caseb/ (Agradecemos
esta información al Magíster en Comunicación por la Universidad Austral de
Chile-Valdivia y académico del Instituto de Comunicación Social de esta misma
casa de estudios, Víctor Hugo Valenzuela Sepúlveda).
2
Para el científico de la Universidad Austral de Chile (UACh), Dr. Eduardo
Jaramillo y coordinador del equipo que investiga el desastre ecológico en el San-
tuario de la Naturaleza «Carlos Anwandter», «El Comité de Fiscalización reco-
mendó evaluar ciertos elementos químicos y la Corema no hizo nada. Incluso au-
torizó a Celco a tirar 43 veces más sulfato de lo que trae el río naturalmente. El
comité dice una cosa y la Corema dice otra, ¿y todos ellos votan de forma unáni-
me? ¿Entendieron el problema o les dijeron “voten todos tal cosa”? Creo que la
mayoría no ha tomado en cuenta los estudios de la Universidad Austral. Y po-
dría estar en peligro la calidad del agua y la salud de las personas que viven en
la cuenca [...] La planta tiene que seguir funcionando porque les conviene a to-
dos, incluso a la Conama; si no, reconoce que cometió un tremendo error»
(www.lanaciondomingo.cl/5 de junio 2005).
3
Inspirado por los trabajos arqueológicos y genealógicos de Foucault, Lew-
kowicz indica que «el problema carcelario» se aproxima a un dispositivo que es
atributo del poder, «una máquina de disciplinamiento y aplastamiento» (1996: 7).
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