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Otro Triángulo despuntando en la alborada

(Las primeras luces de Triángulo) o


Duró lo que duran tres «peces» en un parque a alborear

No pudo imaginar Amado Del Pino, que dos de sus textos serían estrenados en la
ciudad de Sancti Spíritus, plaza con una ceñ ida tendencia teatral. El grupo Cabotin
Teatro estrena en el 2008 Tren hacia la dicha, espectá culo que contó con la
aceptació n de la crítica especializada y tuvo una extensa temporada de seis meses
en cartelera. Para su estreno el dramaturgo asistió a la sala del vetusto Teatro
Principal de la ciudad, y declaró haber quedado entusiasmado con la interpretació n
que este director y los jó venes actores hicieron de su obra. En ese momento decidió
que les cedería Triángulo, obra por la cual Laudel De Jesú s, director de Cabotin
Teatro, había mostrado cierto interés. Para la temporada del 2009 ya Cabotin Teatro
estrenaba Triángulo, y pronto comenzó a recorrer los escenarios.
Ya cuando el pú blico habanero casi perdía el gusto de aquel sobrio espectá culo de
Triangulo que Alejandro Palomino estrenara en el 2004 con Vi-tal Teatro, apareció
en la cartelera de la sala Argos Teatro, en Ayestará n y 20 de mayo, la relectura
escénica del texto por los cabotines.
En medio de la madrugada coinciden en una misma esquina tres transeú ntes, que en
el empeñ o inverosímil de evadir sus duras realidades caen por impulso en el
desahogo. Confesiones incisivas y, en ocasiones, calculadas permiten comprender
las frustraciones má s vulnerables de estos personajes. Apenas sirvió la quieta
madrugada en un parque de La Habana que fue testigo, para que Cuquito, Pablo y
Miriam -tres entes extrañ os- reevaluaran mediante refranes, la lírica del texto,
canciones infantiles y boleros, los rígidos pasajes de sus vidas.
En el texto Del Pino le da un giro a su frecuente estructura de encuadrar la historia
relatada. Complica el desarrollo de la trama y entreteje las historias evocadas de
manera que el receptor, sea a la hora de la lectura o ante la puesta en escena,
deberá estar atento a los disímiles có digos y subtextos que de ella se originan.
La sinfonía compuesta por Laudel De Jesú s para Triangulo -y me refiero a su
discurso escénico- aspiró a una comunicació n vital desde la intertextualidad
concentrada en la psiquis de los actores y en la verdad con que fueran intimadas las
escenas. Estos criterios, por supuesto, van trenzados con la límpida y lograda
gestualidad, ademá s de un evidente training físico del actor. El director es cuidadoso
a la hora esbozar las escenas con la sobriedad necesaria, mérito que en efecto es
determinante en el texto, y sin ostentaciones escenográ ficas o de vestuario. Casi que
los actores y sus penas está n solos en este cruce con la realidad; a la que
evidentemente De Jesú s quiere seguir retornando en sus montajes. Lo cierto es que
el director ha creado cierta mañ a de pautar la realidad que le circunda en la
intimidad del espacio-tiempo, personajes-entes, texto-puesta en escena; y extraer
actores la esencia de lo que quiere lograr con ellos.
Miriam ha llevado una vida difícil o "errada" sería la justa definició n. Carente de una
familia por su propia incapacidad de generarla, cuando ya el tiempo le pasa por
encima y no la perdona. En el momento en que transcurre la acció n viene de la
funeraria, desalentada y atiborrada por la prepotencia, al darse cuenta que malgastó
añ os de su vida cuidando a una anciana con la esperanza de beneficiarse con su casa
y todo fue en vano. Cuquito enfrenta una crisis de pareja, y sale a tomar aire –
quizá s- para reencontrarse y recuperar el equilibrio. Como si tomar el aire de la
madrugada, en un parque de La Habana, fuera a solventar sus fracasos. Un Pablo que
se debate la sobriedad, y que volver a la bebida es como un suplicio que le place. Un
suplicio por las pérdidas, un placer que es una enfermedad y que no debe
permitirse. Estos y otros pretextos nos deparan el texto y la puesta en escena. Los
personajes –extrañ os entre sí- nos convidan a un concierto teatral de soledades,
agobios, de vacío existencial, y toman a la madrugada como plataforma; de temas
medulares de la cotidianidad del hombre cubano en sus luchas contra el
alcoholismo, la pérdida de parejas, los refritos machistas, la bú squeda de la utó pica
felicidad, la insidiosa miseria humana…
Laudel De Jesú s es fiel al texto, y ha sido consecuente a la hora de elegir para su
repertorio dos obras de Del Pino. Existen puntos de contacto entre estos creadores,
el uno desde su condició n de director y el otro de dramaturgo. Del Pino es há bil a la
hora de trazar en sus originales los paisajes habituales de su Tamarindo, en Ciego de
Á vila, có mo vive su gente, có mo habla, có mo viste, cuá les son sus costumbres, cuá les
sus penurias, etc. De Jesú s las considera como tal porque las entendió en la gente
con la que se cruza en la cotidianidad, con las que trabaja, con la que conversa.
Ambos apalean a una naturalidad poderosa a la hora de presentar nuestra realidad
desde un matiz reflexivo e inaplazable, en el aquí y ahora. La obra sucede en un
triá ngulo que apunta a distintas direcciones: al mar, a la oficina de intereses de los
Estados Unidos y a la funeraria, cada uno de estos tres individuos se apuntalan en
estas esquinas y deciden acompañ arse toda la madrugada mientras hablan de sus
infortunios. Cuando amanece todo habrá acabado, y tal vez nunca má s se verá n. Si
en Tren hacia la dicha Del Pino acomoda la acció n en la brevedad de un viaje sobre
un tren en movimiento, aquí en Triángulo utiliza como estadio espacio-temporal la
aparente quietud de un parque del Vedado en avance de la noche a la madrugada y
hasta las primeras luces de la alborada. Se altercan insatisfacciones y confusiones,
recuerdos vitales de sus vidas rurales y nostalgias, unos del campo donde vivieron,
otro del campo al que no quiere volver o sí quiere, no está seguro. El autor pone en
funció n de la palabra evocada una extensa multiplicidad de mañ as dialogantes,
como, por ejemplo, la recreació n de otros espacios que ú nicamente está n en el
imaginario y en el archivo de vivencias de estos personajes; y que el diseñ ador de la
puesta en escena logra traducir con exactitud. Nunca divorcia los ambientes
verdaderamente dramá ticos de estas evocaciones a los de la realidad física en que
estos seres extrañ os por entero se confiesan, de hecho, y creo que es uno de los
logros del director y de su elenco, lo entienden tan bien que en la re-presentació n el
espectador nunca divorcia ambos escenarios.
En el orden actoral descansa el mayor acierto del espectá culo. Este criterio va
notoriamente contrastado por el despojo de escenografías, donde el lenguaje
expresivo de los actores cobra protagonismo si tenemos en cuenta que solo tienen
su estrato corporal y su verdad interna. Elementos funcionales como el juego de
dominó y un reloj de arena vienen, por momentos, a aportarle a la puesta en escena
un sentido sensorial má s variable y simbó lico.
Anna García está en la piel de Miriam y recíprocamente se entremezclan entre sí
para lograr un dramatismo impresionable, muy a tono con las mutaciones y los
matices personoló gicos del personaje. Imponente en su proyecció n fisioló gica en el
lujuriante sensualismo que le atribuye a Miriam. El Pablo de Andy Á lvarez fue
mesurado en sus movimientos, en el enunciado de los textos y en la limpieza de los
gestos. Á lvarez descartó los bocetos esquematizados de un alcohó lico, y le dio una
innegable sobriedad a su interpretació n. Alexander "Piqui" Quintana realizó su
papel má s convincente. Cuquito, en la usanza sobre las tablas de Quintana, concibió
las má s diversas tonalidades emocionales que a un personaje se le pudieran extraer.
Y estoy de acuerdo con Amelia Duarte, "me pareció especialmente gratificante el
desempeñ o de Quintana en el rol de Cuquito. En su interpretació n entusiasma,
retrata al campesino con un acento peculiar, a ese personaje de sabiduría popular
que con un fuerte arraigo por sus raíces viene y va, pero regresa a su interior".
Triángulo es, en efecto, un espectá culo que recurre a los desplazamientos y a un
sistema de gestualidades contenidas, hasta pudiera decirse discretas, pero con una
enorme cabida de sugerencia y de vitalidad. Es una representació n sincera y amena
de los cabotines, desde donde el teatro confronta en su artificialidad con los có digos
má s elementales de la realidad. Estamos ante una puesta en escena que produce
intimidad, cercanía y que es objeto del universo delirante de Miriam, Pablo y
Cuquito.
Una vez rotas las barreras –que en forma de triangulo asfixiaban a estos personajes-
en esta alucinació n iconoló gica que duró hasta el amanecer y concluida la re-
presentació n; todos salimos airosos de la sala. Igualmente agradecidos por el
retorno de Laudel De Jesú s y Cabotin Teatro a la dramaturgia de Amado del Pino,
con la convicció n de que este dual vuelva a explorar juntos, para fortuna del pú blico,
nuevos horizontes escénicos.

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