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PRISIONEROS DEL TIEMPO

María José Romero

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Prisioneros del Tiempo

Cuando miraron hacia arriba, les pareció


imponente; El Gigante sin Cabeza era una mole de
piedra que parecía no tener fin.
Desde hacía mucho tiempo se habían puesto como
desafío escalarlo en un solo día, pero al contemplarlo,
empezaron a dudar. Habían madrugado mucho y, con la
incipiente luz del alba, apenas se distinguía la cumbre
que parecía muy lejana. Pocos montañeros la conocían,
aunque no sabían de ninguno que la hubiera coronado.
- Si lo conseguimos, se nos reconocerá como
pioneros. –dijo Juan, lleno de entusiasmo.

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- No te adelantes a los acontecimientos, si no lo han
hecho otros, es porque está muy complicado. –le dijo
Antonio, con menos entusiasmo– yo ya empiezo a dudar;
tengo los brazos y las piernas agotados, no sé vosotros
cómo estáis, pero a mí me da la sensación de que no
avanzo nada y eso que sólo llevamos escalando dos
horas.
- También estoy al límite. No imaginé que fuera can
difícil subir por la pared de roca. Vamos a intentarlo, por
lo menos podremos decir que hicimos lo posible.
La tarde avanzaba y ellos sudaban
abundantemente, cada vez parecía que la meta se
alejaba más. Veían muy difícil llegar a la cumbre, pero su
fuerza de voluntad y el pundonor era tan grande, que les
impulsaba a continuar.
Cuando pensaban que no podían más, se
encontraron en una meseta que no esperaban; desde
abajo no se veía bien la cima y creían que continuaba
después de aquel escalón, pero no era así.
– Sergio no sé cómo lo haces -dijo Juan, cansado y
jadeante-, no hay manera de ganarte. Siempre eres tú el
que hace la cumbre antes que ninguno.
– Que yo sepa, esta no es una competición; me
esfuerzo y subo como los demás, ya está. La próxima
vez, te espabilas y serás tú el primero...
– Vale, vale; ya sé que contigo no hay quien pueda,
pero no te creas que dejaré de intentarlo.

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En pocos minutos estaban los tres amigos en la
explanada que coronaba la montaña. Era una extensión
de terreno plana, no parecía natural; estaba demasiado
perfecta.
- Creía que sería mucho más complicado, me
extraña que, con tantos buenos escaladores como hay,
no se haya hecho antes. -dijo Sergio a sus compañeros.
- Será porque no figura en ninguna guía, es como
si la hubieran ocultado.
- Lo que no nos has dicho, es cómo la encontraste.
–quiso saber Juan.
- De la forma más tonta. En la casa de mi madre,
que heredó de mis abuelos, estábamos haciendo
limpieza en un armario de la biblioteca de mi abuelo y,
entre un montón de revistas antiguas de diferentes
especialidades, encontré una de montañas y, claro,
enseguida me interesó; venía calificada como de poca
importancia, apenas hablaba de sus características y no
mencionaba que hubiera sido escalada por nadie
conocido. Me llamó la atención el nombre y pensé que
estaría bien que lo hiciéramos nosotros, aunque fuera
una gesta sin importancia, por pura curiosidad.
El Gigante sin Cabeza, era una montaña rocosa de
paredes verticales. Desde la cumbre, mirando hacia
abajo, podía verse el bosque que la rodeaba, como una
gran alfombra color verde lleno de matices, surcado por
un río que parecía, a esa altura, una serpiente brillante y

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azul.
Llegaron exhaustos, hambrientos y helados de frío.
Aunque ya era primavera, a esa altura, el aire todavía
era frío.
Para sorpresa de todos, allí encontraron una
cabaña bajo una gran encina que, con sus enormes
ramas, la cubría como una madre amorosa. Se alegraron,
porque aquella noche no tendrían necesidad de montar
las tiendas. Con el viento que parecía aumentar la
velocidad conforme iba avanzando la tarde, era un
trabajo añadido afianzar las tiendas para que resistieran
sus embates. El cielo blanco amenazaba con descargar
una buena nevada. Se alegraron de encontrar un refugio
más estable que las tiendas, necesitaban descansar sin
preocuparse por su seguridad.
Nadie hubiera imaginado que allí habría una
cabaña de aquellas características. ¿Quién la habría
construido? No era fácil llevar los materiales a semejante
altura con las dificultades de la ascensión. ¿Y las
herramientas?
– Yo creo que sólo han podido hacerlo por aire –dijo
Antonio– de otra forma parece que sería muy difícil y, aun
así, es casi imposible.
– ¿Hacer qué? –preguntó Juan, que siempre
parecía estar en otro mundo, luego cuando le repetían
las cosas, se molestaba y decía que él no era ningún
tonto, que los demás hablaban de forma que él no se

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enteraba. Según Juan, la culpa siempre era de los otros-
¿Qué hay que hacer?
– Traer los materiales para construir esta cabaña. –
le aclaró Antonio- aunque yo creo que han aprovechado
la misma roca que hay aquí y eso ahorra mucho material,
aunque no quita la dificultad de construir.
– Pues vaya capricho. Porque no creo que sea
barato hacer una casa aquí arriba, además, ¿para qué?
¿para pasar el verano? Yo no entiendo nada.
– En lugar de tanto hablar, será mejor que entremos
y nos pongamos a cubierto, no creo que tarde mucho en
nevar. Además, estoy muerto de hambre y, en cuanto
cenemos, me acuesto y hasta mañana, no pienso
moverme.
– Sergio tiene razón, dejemos las divagaciones y
los cálculos. Vamos para adentro y nos preparamos para
pasar la noche.
No hubo dificultad alguna en abrir la puerta. Todo
estaba abandonado, sucio y triste. La luz que entraba por
las ventanas, era escasa, no sólo porque los cristales ya
no eran transparentes por la suciedad, sino porque la
gran encina, le hacía sombra.
Los tres amigos, después de dejar sus pesadas
mochilas, se pusieron a curiosearlo todo. Parecía que
hacía mucho tiempo, había estado habitada. Era una
sola estancia. A la derecha, había tres camas grandes,
en la pared de enfrente, una gran chimenea de piedra y

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al fondo, una cocina. Entre la chimenea y la cocina,
encontraron una puerta que resultó ser un baño
completo. En la cocina había de todo lo necesario,
aunque muy deteriorado por el tiempo y una bomba de
agua, tan antigua como las que se veían en las películas
del oeste, con una palanca que había que accionar para
que saliera el agua. No se molestaron en saber si
funcionaba; una mesa rústica con sillas de pino,
completaba aquel espacio.
Las camas tenían unos colchones llenos de polvo,
pero estaban sin sábanas, ni mantas. Frente a la
chimenea, había un sofá de cuadros rojos y negros y
bajo la ventana a la izquierda de la puerta de entrada,
una mesa rodeada de sillas.
– Aquí hay otra puerta -gritó Juan a los otros que
miraban el baño– es como una gruta dentro de la roca.
Parece un almacén –decía mientras se adentraba
iluminando con su linterna– hay herramientas y
cachivaches, pero se está más calentito que en el otro
lado. Será porque está dentro de la roca.
– ¿Una gruta dentro de la montaña? -dijo Antonio en
voz baja– Qué cosa más rara. Vaya trabajazo que se han
tomado, pero… ¿Para qué?
Encendieron las lámparas de led, sacaron los sacos de
dormir y se dispusieron a comer.
– Qué frío hace aquí -dijo Sergio– si hubiera leña,
encenderíamos la chimenea.

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– Que va, aquí no hay nada, ya lo he mirado yo, por
lo mismo, estoy tiritando como una hoja. –respondió
Juan- Lo que sí hay restos de haber tenido bastante
almacenada, pero no queda ni una astilla. Lo que
podemos hacer es dormir en la gruta, allí se está mejor.
– No, no, es mucho más cómodo el colchón; nos
metemos en el saco y no sacamos ni la nariz para
respirar. Pues acabemos cuanto antes de cenar y
descansamos, que buena falta nos hace.
No pasó mucho tiempo, cuando Sergio terminó de
acomodarse; los demás hicieron lo mismo y apagaron
las lámparas. Todo quedo en una oscuridad y en un
silencio casi absolutos; apenas se escuchaba el viento
que, al poner atención, le recordó las películas de miedo
que veía cuando era pequeño.
A los pocos minutos, los otros dos, empezaron a
respirar relajadamente, como sólo se hace cuando se
está dormido. Sergio en cambio, no conseguía coger el
sueño a pesar de estar tan cansado como sus
compañeros. No entendía por qué tenía la sensación de
haber estado allí antes; era imposible, pero estaba
seguro de que él conocía aquel sitio. Sabía que el sofá
estaba delante de la chimenea y que era de ese color,
las mesas y las sillas... ¿Por qué sabía todo esto? Era
como recordar otra vida. Su mente se volvió un torbellino
y, aunque hacía esfuerzos por no pensar, no conseguía
desechar aquellos recuerdos. Porque, por mucho que su

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mente le dijera que no, su subconsciente le decía que él
conocía todo lo que allí había y lo que sucedió, aunque
fuera vagamente, así que eran recuerdos.
Después de varias horas sin entender lo que le
ocurría, por fin lo vio todo claro: Su madre, Cristina
Jiménez, una famosa escritora, en el primer libro que
había escrito, contaba la historia real, aunque novelada,
de unas personas que habían sido secuestradas y que
su cárcel fue una cabaña en la cumbre de una montaña
de la que no podían salir; por eso la tituló Prisioneros del
aire. Ella no mencionaba el nombre de la montaña,
bueno, es que ningún nombre de los que puso a los
personajes, era auténtico, pero estaba seguro que era
aquella la montaña.
De pronto, como si un resorte le hubiera impelido,
se sentó en la cama y lanzó un grito silencioso. Fue allí,
claro que sí. Sin saberlo, había encontrado el sitio que
no quisieron revelarle a su madre las mujeres que le
contaron su secuestro; tal vez ellas, tampoco conocían
el nombre.
Todo se encontraba envuelto en un secreto que no
podía salir a la luz porque sus vidas estaban en peligro
y, aunque le contaron la historia después de más de
treinta años de lo ocurrido, nunca le dijeron sus nombres
verdaderos, ni de donde habían venido. El miedo seguía
latente en ellas aun después de tanto tiempo.
Ahora entendía la sensación de haber estado allí.

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Debía hacer un esfuerzo por recordar más detalles de
aquel libro que leyó cuando era adolescente. Le
impresionó mucho cuando su madre se lo dejó y no pudo
soltarlo hasta acabarlo; sabiendo que era verdad lo
ocurrido, le había marcado mucho. No le entraba en la
cabeza que hubiera gente tan mala, como para encerrar
a otras personas, sin conciencia, ni remordimientos y
esperar hasta que murieran de hambre y de frío, en la
incertidumbre de no saber por qué les habían
secuestrado. Este hecho había contribuido a que él
odiara a quienes ponían los intereses por encima de los
derechos humanos más elementales.
Las horas se le estaban haciendo eternas, porque
debía comprobar una cosa que recordaba con todo
detalle, pero no quería molestar a sus amigos, ni
tampoco que supieran lo que él había descubierto, no
hasta decírselo a su madre, porque si encontraba lo que
creía que estaba allí, nadie debía saberlo antes que ella.
Por fin se quedó dormido, aunque el sueño era
ligero y tormentoso. En cuanto empezó a entrar un poco
de luz por las ventanas, se levantó con sigilo, temblando
de frío y de nervios.
Con su teléfono hizo fotos de todos y cada uno de
los rincones, muebles y detalles, de aquella cabaña,
luego cogió su linterna y entró en el almacén. Fue hasta
al fondo, retirando algunas cosas que estaban pegadas
a la pared, buscó una roca que se pudiera mover; probó

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con unas cuantas, hasta que una cedió y, ante su estupor,
apareció un hueco que, en el fondo escondía el maletín
que estaba buscando y que, aunque se había creído la
historia, le sorprendió bastante encontrarlo, porque
sabía lo mucho que lo habrían buscado los interesados
en que aquello, nunca saliera a la luz. Pensó que el que
había pensado en guardar allí aquella prueba tan
importante, era un hombre muy inteligente, aunque
nunca llegara a conocer su nombre.
Estaba tan nervioso cuando intentó abrirlo, que le
temblaban las manos, pero la cerradura tenía un sistema
de seguridad que necesitaba una clave y, en aquellos
momentos, no podía perder el tiempo averiguando cuál
podría ser, confió en que su madre, le diera alguna pista.
No se planteó hacer ruido intentando romperla. Metió el
maletín en su mochila y volvió a acostarse, pero la
incertidumbre no le dejó dormirse de nuevo.
La mañana era blanca. El cielo estaba blanco, toda
la superficie que rodeaba la casa, era blanca y la
vegetación, también estaba cubierta de nieve blanca.
Los tres amigos entornaron los ojos ante la luminosidad
de aquel mundo blanco cuando salieron para emprender
el descenso. El viento seguía soplando fuerte; sabían
que sería peligroso y difícil, tal vez más que el ascenso.
Mientras bajaba, el pensamiento de Sergio, no se
apartaba de lo que llevaba en su mochila. Su mente
había traído al presente todos los detalles que había

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leído y sabía que, dentro de aquel maletín, estaban los
discos duros con las grabaciones del tiempo en que
estuvieron secuestradas aquellas seis personas de las
que hablaba el libro.
Quería volver a aquel sitio, pero solo; debía
comprobar si existía todavía el cuarto de control desde
el que se hicieron las grabaciones; mirar el cableado que
acababa en las cámaras y micrófonos con las que
grabaron las vidas de aquella gente.
Estaba tan nervioso ante semejante
descubrimiento, que no colocó bien uno de sus anclajes
y casi se despeña, menos mal que Antonio estaba muy
cerca y le pudo ayudar, si no, allí habría acabado su
investigación. Se recuperó del susto e intentó calmar los
latidos descontrolados de su corazón. Debería tener
mucho más cuidado en no volver a fallar, porque
deseaba más que nada, enseñarle a su madre aquel
increíble descubrimiento
Estaba impaciente por contarle aquel hallazgo,
pero por seguridad, no quería hacerlo por teléfono, así
que le quedaba un largo camino hasta poder verla; su
casa estaba a más de mil kilómetros de allí.
Decidió averiguar todo lo posible antes de
marcharse, pero era complicado ir solo; sus compañeros
estaban allí y él no sabía cómo conseguir librarse de
ellos las horas que necesitaba para volver a la montaña
y buscar lo que había pensado.

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– Sergio ¿qué te pasa? -le dijo Antonio cuando por
fin, llegaron hasta abajo– Te veo como despistado; casi
te matas y ahora tienes la expresión de no estar aquí. Yo
diría que parece que has visto un fantasma.
– No sé. He dormido poco y mal. Debe de ser el
cansancio –pensó que sería una buena excusa– Estoy
pensando que, cuando lleguemos al hotel, me voy a
meter en la cama y hasta pasado mañana, no quiero que
nadie se acuerde de que existo. Vamos, que no me
molesten ni para traerme la comida.
– Qué exagerado eres. -intervino Juan– No digo
que esta escalada sea fácil, pero hemos hecho otras
muchísimo peores y no estabas tan cansado, ni con cara
de enajenado, que pareces otra persona.
– Será que me estoy haciendo mayor. Juan, te lo
digo muy en serio: cuando me meta en mi habitación, ni
se te ocurra llamarme, que te conozco. Te lo pido por
favor.
– Si te encuentras tan mal, a lo mejor estás
incubando una gripe o algo así.
– Puede que tengas razón Antonio, así es como me
siento. Me duele todo el cuerpo y la cabeza me va a
explotar.
Tampoco esa noche pudo dormir. No se apartaba
de su mente todo el itinerario que debía seguir para
lograr hacer lo que quería y volver cuanto antes para no
levantar sospechas en sus amigos. ¿Encontraría el

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cuarto de control? No quería pensarlo, pero... ¿estarían
los restos de las personas que se despeñaron intentando
salir de allí? Habían pasado muchos años y habrían
desaparecido, en los bosques que rodeaban la montaña,
seguramente, habitaban toda clase de animales. Pensó
que, tal vez era mejor no buscarlas. Si encontraba algún
resto, ¿qué iba a hacer con él? ¿Enterrarlo?
¿llevárselo …para qué?
Un poco antes de amanecer, ya estaba en marcha.
Salió casi sin respirar de su habitación que estaba justo
al lado de la de Juan y Antonio, esperando que la puerta
no hiciera ningún ruido. Por suerte, sus amigos no se
habían acordado de pedirle las llaves del todo terreno
que siempre conducía él y, esperaba que no fueran a
pedírselas mientras descansaba, como habían quedado.
A esa hora de la mañana, apenas había tráfico y
pudo salir de la ciudad en menos tiempo del que
pensaba. El camino se le hizo muy largo, pero por fin
llegó a la cara norte del Gigante sin Cabeza, por donde
recordaba, según la narración de las mujeres
supervivientes, estaba el cuarto de control. El sendero
era casi invisible bajo una enorme cantidad de raíces,
plantas y tierra, pero, aun así, pudo recorrerlo. Se alegró
de que estuviera en ese estado, porque eso indicaba que
nadie había vuelto por allí en todos esos años.
El sol ya estaba alto cuando bajó del coche, pero la
espesura de los árboles impedía que sus rayos legaran

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hasta el suelo, por eso la sensación de que era muy tarde
inquietó a Sergio. Se apresuró en buscar algún indicio de
que allí había existido una caseta o algo parecido. La
naturaleza se encargó de cubrirlo todo con un entretejido
de plantas y hojas que hacía muy difícil la búsqueda,
pero él estaba decidido a no irse de allí sin encontrarla.
Después de más de una hora mirando
detenidamente cada recoveco y por detrás de los árboles
que crecían cerca del pie de la montaña, por fin vio
vestigios de una construcción que se adentraba en la
roca. Parecía imposible penetrar en aquella maraña de
vegetación y tierra acumulados durante tanto tiempo,
pero se armó de fuerza y voluntad y, ayudado por unas
herramientas que llevaba en el coche, empezó a limpiar
y a abrirse camino hasta el interior de un espacio en el
que todavía, podían verse trozos de una mesa y
estanterías rotas, así como restos de plástico que él
interpretó que debían ser de los ordenadores. Se quedó
mirando al techo, por si encontraba algún cable que
terminara de confirmar que el sitio era el que buscaba.
La tarea era muy complicada; después de tantos años y,
entre tantas raíces, no era posible distinguir nada
parecido a un cable. Ya desanimado y con prisa, decidió
poner fin a la aventura y, cuando salía, volvió a mirar
entre las muchas raíces y ramas y, ¡oh maravilla!
Encontró un pequeño fragmento de cable rojo y azul que,
sin duda, era lo que buscaba; tiró de él, pero se rompió.

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No quiso entretenerse más, tenía lo que había ido a
buscar y se dio por satisfecho. ¡La historia se confirmaba!
La vuelta le resultó mucho más complicada que su
salida de la mañana, pero comprobó con alivio, que no
era todavía la hora de comer. Se metió en su habitación
sin hacer ruido, se duchó y, al mirar su imagen en el
espejo, sonrió al ver que no se notaba la noche de
insomnio, ni el viaje que acababa de hacer. Tenía un
aspecto fresco y joven.
Llamó a la puerta de sus amigos y estos tardaron
una eternidad en abrir. Todavía estaban durmiendo
– Pero ¿tú qué haces aquí tan temprano? -le
preguntó Juan, que abrió la puerta en calzoncillos,
somnoliento y muy sorprendido de verle– ¿No estabas
tan cansado y con gripe que no se te podía molestar?
– ¿Temprano dices? Son más de las dos de la tarde
y hay que ir al comedor, si no quieres quedarte en ayunas.
-desde dentro Antonio hizo una exclamación de
sorpresa– No os sorprendáis tanto; he descansado bien
y me siento mucho mejor, parece ser que, al final, no era
gripe. Venga, vestiros y vamos a comer, estoy
hambriento.
El viaje de vuelta a casa era largo y cansado.
A Sergio se le hizo eterno, con la impaciencia que tenía
por hablar con su madre y enseñarle las fotos del interior
de la cabaña, como del cuarto de control y, por supuesto,
abrir el maletín y poder ver su contenido; en realidad, era

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lo más importante.
– Yo no sé qué te pasa, pero llevas todo el camino
como ausente –dijo Antonio que era más tranquilo y
observador que Juan– desde que subimos al Gigante sin
Cabeza, estás diferente, es como si te hubieras vuelto
más serio y pensativo.
– Vaya, qué imaginación tienes -contestó Sergio sin
apartar la mirada de la carretera- No sé qué os pasa a
los dos, no paráis de decirme lo mismo. Yo no soy
diferente, creo que los que estáis algo raros, sois
vosotros
– No es que Antonio tenga mucha imaginación. Tú
puedes decir lo que quieras, pero los raros no somos
nosotros.
– Bueno, ya que os preocupáis tanto por mí, os
tranquilizará saber que no me pasa nada, que soy el de
siempre y que mis preocupaciones y mis pensamientos,
sin ánimo de ofenderos, son sólo míos.
– Vale, vale. Tú mismo. -dijo Juan, un poco ofendido,
aunque lo disimuló bastante bien-. Nosotros a callar y
dejar de molestarte.
Los próximos cien kilómetros, los pasaron en
silencio. Pararon a comer en un restaurante que tenía
buena pinta y la tarde transcurrió con normalidad,
hablando de mil temas. Decidieron no hacer noche y
continuar el viaje hasta el final; los tres estaban
deseosos de llegar a casa y descansar.

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Solo les quedaban dos días de vacaciones y
luego tendrían que cumplir con su trabajo. Antonio era
profesor de matemáticas en un instituto, Juan trabajaba
en una empresa de publicidad y Sergio había heredado
la profesión de su madre, era periodista; trabajaba para
una agencia de noticias importante como redactor, desde
hacía varios años, a pesar de ser tan joven.
Eran las dos de la madrugada, cuando Sergio
abrió la puerta de la casa de su madre, con todo cuidado,
no quería despertarla, pero él no contaba con que las
madres tienen un sexto sentido que las hace estar alerta
las veinticuatro horas del día, sobre todo si alguno de sus
hijos está fuera de la casa.
- ¿Sergio, eres tú? -dijo Cristina, completamente
despierta y saliendo de la cama– qué tarde se te ha
hecho, debes estar agotado.
- Buenas noches, mamá. Hemos preferido no parar,
para poder llegar, aunque sea a estas horas.
- Pues me alegro; así descansamos todos. ¿Qué
tal ha ido la escalada? Nunca me acuerdo de cómo se
llama esa montaña.
- Es el Gigante sin Cabeza. Fue todo muy
interesante... pero hablaremos mañana tranquilamente;
tengo muchas cosas que contarte. -le dio un beso y se
fue para su habitación sin más explicaciones.
- De acuerdo, buenas noches, cariño. –se conocían
muy bien; ella supo que Sergio guardaba algo importante

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y deseó que llegara la mañana cuanto antes, para que
se lo contara.
Sergio estaba tan agotado, que por fin durmió toda
la noche de un tirón. Eran las diez de la mañana, cuando
Cristina entró en su habitación con una humeante taza
de café que esparcía un delicioso aroma por toda la
estancia. No fue necesario despertarlo, él solo lo hizo
como atraído por el olorcito a desayuno. Sentado en la
cama, saboreó el café y le dio las gracias a Cristina por
el detalle.
- Estaba impaciente por hablar contigo –le dijo a su
madre, mientras se ponía los vaqueros y una camiseta
gastada que era con la que más cómodo se sentía– he
encontrado algo que te va a sorprender tanto como a mí.
Mientras le contaba todo lo sucedido al llegar a la
cima del Gigante sin Cabeza, le mostraba las fotos que
había hecho desde que se dio cuenta de donde se
encontraba.
Cristina escuchaba en silencio y pensativa. Cuando
terminó el relato de los acontecimientos, fue cuando ella
le hizo una pregunta que él nunca hubiera esperado,
aunque la conociera tan bien.
- ¿Qué piensas hacer con este descubrimiento? -
él no contestó inmediatamente; faltaba ver las imágenes
que creía que estaban en el maletín, que todavía no
había abierto.
- Eso es lo que quería hablar contigo. Esto no me

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pertenece; es más tuyo que mío y se hará lo que
acordemos entre los dos y según se vea en las imágenes,
que serán las que nos digan cómo tratar este tema. Cabe
la posibilidad, de que aquí no haya nada, o que esté tan
deteriorado por el tiempo que no sirva para que se pueda
hacer justicia, aunque hayan pasado tantos años.
- Sin duda, si es cierto lo que me contó doña Paula,
serán muy duras. Me pregunto si tendré la fortaleza de
verlas.
¿Cómo abrir el maletín sin romperlo? Su contenido
era muy frágil después de tantos años guardado y no
sabían si le afectarían los golpes, que, sin duda, tendría
que sufrir. ¿La clave? sería imposible de descifrar. No
conocían a la persona que los había guardado, ni por
donde andaba su cerebro cuando pensó en poner una
clave… pero, en un momento de inspiración, a Cristina
se le ocurrió algo que la persona que lo cerró, tendría
que recordar fácilmente. Ella apenas sabía nada de la
vida de aquel hombre que las salvó, pero casi estaba
segura de que la combinación podía ser lo que pensaba.
Doña Paula le había contado, aunque no de forma muy
explícita, que Albert, quien las había salvado y guardado
los discos duros, se sentía atraído por ella; lo más seguro
es que hubiera pensado en algo que jamás olvidaría
como la clave para abrir las pruebas que, según le había
dicho, eran su seguro de vida.
- Prueba a contar la posición de las letras que

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forman el nombre de LUCIA.
- ¿Por qué Lucía, no será Rosa? -Sergio no
entendía por qué ahora tenía otro nombre la misma
mujer… Rosa, Paula y Lucía.
- No, No, Rosa fue el nombre que yo le puse, y
Paula, el que ella usaba desde que escaparon, pero su
nombre verdadero, era Lucía.
Sergio se quedó un instante pensativo, iba
entendiendo algo más, así que empezó a contar las
letras en el orden que estaban en el alfabeto y escribió
el resultado en un papel: L =12, U = 22, C = 3, I = 9, A =
1. Metió los números de este código: 1222391 y, ante su
sorpresa, el cierre hizo un clic y se abrió sin problemas.
Ante sus ojos estaban los tres discos duros que
esperaban encontrar. Eran grandes y pesados porque,
en aquel tiempo, a pesar de que era lo último en
tecnología, no se podía negar que eran horrorosos;
debieron costar una fortuna, porque los usuarios
normales, no sabían ni que existiera algo así para
guardar datos e imágenes. Al compararlos con los
actuales que eran, poco más que una tarjeta, se veían
muy antiguos y si lo hacemos con las micro tarjetas
SDHC ya eran como dinosaurios. Sergio los cogió, casi
con reverencia. Parecían en buen estado, no tenían ni
siquiera polvo. La conexión USB, ya no se usaba y tuvo
que hacer un arreglo, algo chapucero, con un cable que
empalmó a una conexión que admitieran los nuevos

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ordenadores pero que, ante su sorpresa, funcionó y
consiguió conectar con su portátil. Cruzó los dedos, para
que reconociera un formato tan antiguo. Estaba nervioso.
Miró a Cristina y en su rostro vio reflejada la ansiedad y
la expectativa. No tuvieron que esperar mucho más.
Hubo suerte y el ordenador lo reconoció. Al principio no
se escuchaba nada, pero de pronto, empezaron a surgir
imágenes bastante claras y con buena resolución.
Lo primero que se veía, eran las tres camas con
seis personas dormidas y cómo poco a poco, iban
despertando.
El tiempo pasaba sin que fueran conscientes de
ello; tan grande era la concentración que tenían en la
visión de aquellas vidas, cuando, a las seis de la tarde,
volvieron a la realidad, al escuchar el estridente timbre
del teléfono de la casa, que les hizo dar un salto en sus
asientos.
- Hola Celia. Sí, sí, está aquí, ahora se pone. Un
beso para ti también. -dicho esto, le pasó el teléfono a
Sergio.
Después de una breve conversación, Sergio colgó
el inalámbrico; madre e hijo se miraron y con solo esto,
entendieron perfectamente lo que sentían.
Celia era una buena chica que fue compañera de
estudios de Sergio, pero que, aunque ella tenía
esperanzas de que su relación fuera a más, para él era
una amiga maravillosa en la que podía depositar toda su

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confianza y que le ayudaba en muchos de sus conflictos
existenciales. Aunque la lógica le decía, que no
encontraría otra mejor como compañera de vida, él no
estaba enamorado y, siendo coherente, no debía
fomentar en ella otra cosa que no fuera amistad.
- Quería saber por qué no la he llamado en los
últimos días; estaba preocupada sabiendo lo peligrosas
que son nuestras escaladas. -dijo Sergio con algo
parecido a la culpabilidad, ante la mirada interrogadora
de su madre– Mamá, tú sabes que la quiero, la considero
como si fuera mi hermana, pero no puedo dejar que me
controle cada vez que hago una escapada, una salida
con los amigos o cualquier otra cosa en la que no esté
ella también; ni siquiera tú lo haces y eres mi madre. No
es mi novia. No estamos comprometidos. Así que
desactivé la ubicación de mi teléfono, para que no
supiera ni siquiera, en que montaña me encontraba.
Estoy preocupado porque, no me gustaría que se
sintiera herida por mi culpa, pero esto creo que ha
llegado a un punto en el que, o nos casamos, o nos
distanciamos lo suficiente para que podamos vivir
nuestras vidas libremente. Yo, sintiéndolo mucho,
prefiero la segunda opción. Me resulta imposible verla de
otra manera, ya te he dicho que para mí es sólo una
amiga, una hermana.
-Te entiendo, pero tú mismo has dicho que la
puedes herir mucho. Tampoco tú saldrás indemne; estas

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cosas son dolorosas para todos.
- Sí, estoy completamente de acuerdo, aunque
pienso que vivir con alguien de quién no estás
enamorado, puede ser más doloroso que pasar un
tiempo sintiéndote mal.
-En eso tienes toda la razón. Ya sabes que, tomes
la decisión que tomes, te apoyaré. Lo siento porque yo
también la quiero y aprecio lo que vale, pero los
sentimientos son los que son y no se pueden controlar a
nuestra conveniencia.
Durante la semana siguiente, todas las noches
visionaban los vídeos del secuestro. Eran nueve meses
de imágenes, aunque habían sido editadas por aquel tal
Albert, encargado de la informática; él cortó las horas en
las que no sucedía nada; se veía porque las grabaciones
registraban la fecha, horas, minutos y segundos.
Era impresionante para Cristina, ver a las dos
mujeres que ella había conocido, sufrir de aquella
manera, sin esperanza, habiendo perdido a su familia y
su vida. Ahora veía con sus propios ojos, que doña Paula,
no había exagerado en su relato.
Estaban jóvenes y fuertes; las demás personas,
eran como las había descrito y ella se las había
imaginado. Sí, Tomás era muy grande y muy atractivo;
reconoció que a ella también le habría gustado. El que
resultaba desagradable, era aquel que se llamaba Julio.
Se impresionó terriblemente, cuando lo vio morir. Nadie

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se merece algo así, por muy antipático que sea. Ese fue
el comentario que hizo cuando su vida terminó. Sergio
también estaba de acuerdo en eso.
Cuando llegaron al final, estaban consternados por
los acontecimientos. Apreciaban a algunas personas,
hasta el punto de sentirla como suyas. Otras, a pesar de
ser menos empáticas, se sentían también cómplices de
su desgracia.
Su sentido de la justicia, les hizo enfurecer ante
tanta crueldad; no podían concebir que, personas que se
dedicaban a mejorar la salud de la población, como eran
los laboratorios farmacéuticos, fueran unos desalmados
dispuestos a todo por los beneficios que esto pudiera
generar. ¿Quiénes eran aquellas personas para decidir
la vida o la muerte de inocentes?
Durante varias semanas, tuvieron problemas para
dormir; las imágenes se presentaban en sus sueños y se
despertaban con la respiración agitada y era difícil volver
a retomar el sueño.
- ¿Cómo es posible que una cosa así haya
quedado impune? -decía Sergio, tan emocionado que se
le saltaron las lágrimas.
-Eso me he preguntado yo desde que me contaron
la historia. Entiendo que ellas estaban tan asustadas,
que no podían hacer otra cosa que intentar sobrevivir; lo
que no entiendo, es cómo el hombre que las salvó, no
hizo nada. También estaba asustado, pero creo que

25
podría haber intentado hacer justicia, porque hay que
recordar, que él tenía estas imágenes con las que
demostrar el delito que habían cometido. No acepto la
idea de que fuera un cobarde, porque el hecho de
salvarlas, demostraba que no era así. Él sabía el riesgo
que corría al ir a buscarlas y recorrer tantos kilómetros
escondiéndose como podían y luchando contra el miedo.
- Debemos también suponer que tuviera un
accidente o algún inconveniente muy poderoso, para no
hacer nada. Jamás sabremos qué le pasó, así que
tampoco debemos juzgarle. –ella asintió con la cabeza-
Mamá, conociéndote, me resulta muy raro que no
investigaras y que no encontraras los datos que doña
Paula no quiso revelarte: su nombre completo, su ciudad,
el nombre de la farmacéutica...
- Ya veo que sabes lo que dices. Claro que lo
investigué y lo encontré, no todo lo que me hubiera
gustado, pero sí algo más de lo que me contaron, por
eso sabía que se llamaba Lucía y, gracias a eso, has
podido abrir el maletín - los ojos le brillaban cuando se
clavaron en los del hijo.
- Pues habla. Ya sabes que me parezco mucho a ti
y a ser curioso, creo que ni tú me ganas.
- Bueno, pero me preocupa lo que vayas a hacer
con la información que te dé. No sé por qué, este tema
me da malas vibraciones.
- Por favor. Tú me conoces y sabes que jamás haría

26
nada que pudiera perjudicar a personas inocentes; otra
cosa sería poder denunciar ante la justicia, a la
farmacéutica que llevó a cabo el secuestro y muerte de
las demás personas que fueron sus víctimas.
- Pues en eso no te puedo ayudar, porque nunca
conseguí encontrar nada sobre esos laboratorios; no sé
su nombre, ni donde se encontraban.
- Entonces ¿qué fue lo que averiguaste?
- Busqué en las hemerotecas de los periódicos más
importantes del momento; no era ni de lejos la tecnología
de ahora, se hacía de forma manual, pasando imagen
tras imagen; no existían los documentos informatizados,
por lo menos, en nuestro periódico, no los habían pasado
a los ordenadores, todo era trabajo y, después de
semanas de ver noticias de todo tipo y de un rastreo que
me parecía infructuoso, encontré la verdadera identidad
de Rosa-Paula, por eso te he dicho cuál era su
verdadero nombre y que Albert, sabía. Tampoco Albert
era el nombre de quien las salvó; nunca me lo dijeron.
Encontré el domicilio de Lucía y de su familia, aunque
nunca contacté con ellos, sí supe cómo había
transcurrido su vida después de su desaparición.
- Tienes que contarme todos los detalles. Estoy
dispuesto, con los medios de que disponemos ahora, a
averiguar hasta el final de todo esto. No importa el
tiempo que ha pasado, tengo la esperanza de que,
todavía, se puede hacer justicia

27
- Ya sabes el miedo que tenían a que las
encontraran, porque sabían lo poderosos y peligrosos
que eran. No quisiera que te pusieras tú en peligro, por
una historia que pasó hace tantos años y que, al fin y al
cabo, no nos concierne.
- ¿Que no nos concierne? Pues yo sí que me veo
muy implicado; una vez que descubres una historia como
esta, ya no puedes decir que no te importa. –Sergio
estaba muy excitado, no sabía por qué su madre le había
dicho aquello- ¿Cuántos años hace?
- Por favor, cariño, tranquilízate –le dijo con una
sonrisa- Pues haciendo un cálculo por encima... yo
conocí a Paula y a Concha, cuando tenían unos setenta
años, es decir, treinta desde que las secuestraron y han
pasado veintitrés, la cifra está sobre cincuenta años,
toda una vida.
- Entonces va a ser muy difícil encontrar
información sobre los laboratorios que comercializaron el
Therasmorol.
- Teniendo en cuenta que ese no era el verdadero
nombre del fármaco...
- ¿Cómo que no era su nombre?
- No, ese se lo puse yo, me lo inventé. Ten en
cuenta del peligro que corrían, no se podía dar ningún
dato real. Ya te he dicho, que nunca me los revelaron, ni
siquiera cuando fue publicado el libro y lo leyeron.
- Pues me lo pones peor con cada cosa que me

28
cuentas… o que no me cuentas. Así poco voy a poder
encontrar.
- Lo único cierto, es que era un medicamento que
trataba la depresión, que las seis personas secuestradas,
lo habían tomado y que los efectos secundarios casi les
costaron la vida, por eso, entre otras muchas personas,
denunciaron a los laboratorios...bueno, qué te voy a
contar si has leído el libro.
- A pesar de todo, no creas que me voy a rendir
antes de empezar; me gustan los retos y me dejaré la
piel buscando toda la información que pueda y sacaré
todo esto a la luz, para que sirva en el futuro a la gente
que toma medicamentos sin saber que les puede costar
la vida. Para que se sepa la forma en que los poderosos
se protegen entre ellos y que, al fin y al cabo, lo único
que les interesa es el poder y el dinero, las personas no
significan nada para esa gente, son sólo el medio de
conseguir lo que quieren.

Sergio estaba dispuesto a todo y decidió pedir una


excedencia de un año en su trabajo, para dedicarse por
entero a la búsqueda de los laboratorios y la familia de
Lucía Moreno; su madre le dijo el nombre verdadero de
Paula y la ciudad en la que había vivido: Carlella. Estaba
muy lejos de su casa, por lo menos a tres mil kilómetros
al sur; tenía que cruzar todo el país.
Antes de emprender el viaje, aprovechando la

29
tecnología que había en su periódico, empezó a buscar
todos los archivos relacionados con laboratorios
cincuenta años atrás. Buscaba los que habían
comercializado medicamentos para la depresión y que
habían sido retirados, modificada la fórmula o sustituidos
por otros. Sabía por su madre, que no constaban las
denuncias de los pacientes, pero seguro que sí estarían
los retirados, aunque no dijeran la razón. Pasaba
muchas horas ante la pantalla del ordenador, viendo, uno
tras otro, los artículos que se habían publicado sobre ese
tema; era un trabajo tedioso que se le hizo eterno hasta
que, casi desapercibido, encontró uno que hablaba de
los laboratorios Oldpharm que presentó su tratamiento
estrella contra la depresión: Endorfiral y que, dos años
después, fue retirado para mejorar la fórmula. Lo que le
llamó la atención, es que estos laboratorios, estaban en
Carlella, la misma ciudad donde había vivido Lucia
Moreno. No era mucho, pero ya tenía algo por dónde
empezar.

Después de un viaje en solitario de varios días,


Sergio entraba en Carlella; una hermosa ciudad llena de
luz y de paisajes maravillosos, donde el sol se reflejaba
en un mar azul y transparente. Aquella ciudad tenía fama
de ser muy acogedora, en seguida se sintió como uno
más de sus habitantes. Le gente era amable y alegre; no
le dieron importancia al acento distinto de él, todo lo

30
contrario, lo encontraban precioso, muy dulce y
romántico; eso le dijeron en la inmobiliaria donde fue a
buscar un apartamento. Le proporcionaron uno en el
centro que era, exactamente, lo que quería.
Sentado en el sofá frente a su ordenador, se había
quedado en blanco. Debía buscar a la familia de Lucía,
pero no se le ocurría nada, ¿qué le estaba pasando?
Seguramente era el agotamiento del largo viaje y la
soledad; no tenía con quien compartir sus pensamientos,
tampoco quería que nadie se enterase de sus
investigaciones, por lo menos de momento, porque su
intención era que, cuando hubiera aclarado todo aquello,
lo escribiría y lo publicaría para conocimiento del público.
¡No quedará impune, aunque pasen cien años! Esta era
su decisión y el motivo que lo impelía a comenzar un
asunto tan difícil.
Resultó relativamente fácil encontrar a la familia de
Lucía. Su marido, al que Cristina había puesto su mismo
nombre: Sergio, resultó que se llamaba Miguel Sánchez.
Encontró el edificio en la dirección que le había
dado su madre y llamó a la puerta del 5º A, pero la señora
que la abrió, no conocía a los antiguos dueños y no pudo
darle ninguna pista por donde seguir buscando. Habló
con otros vecinos, pero la respuesta fue la misma;
algunas personas recordaban a la familia, pero no
sabían dónde vivían ahora. Sentía que había perdido el
tiempo, aunque no estaba dispuesto a desfallecer tan

31
pronto.
Al salir del portal, vio que, en los bajos, había una
cafetería; decidió tomar un café en la terraza; hacía una
mañana muy buena. El cielo estaba despejado y brillaba
el sol en todo su esplendor. Todo lo contrario que él
llevaba por dentro después de ver lo difícil que sería
seguir las pistas que no existían.
Sólo había un señor sentado a una mesa junto a la
puerta del establecimiento y, al calcular su edad, más de
sesenta años, pensó en preguntarle.
- Buenos días. ¿Me permite que le haga unas
preguntas?
- ¿Qué pasa? ¿Es que eres de esos que hacen las
encuestas? -parecía receloso- A mí no me interesan tus
preguntas, búscate a otro que esté dispuesto a contestar
y que luego vea que no sale nada de lo que él ha dicho
- No, no, sólo es que estoy buscando a la familia
Sánchez Moreno y casi nadie me ha podido decir nada
de ellos; pensé que usted les habría conocido -puso su
mejor sonrisa mientras le ofrecía su mano– me llamo
Sergio y no hago encuestas. ¿Vive usted por aquí?
- ¿Que si vivo aquí? ¡Pues claro! Desde los siete
años que mis padres compraron el piso, no me he
movido de aquí –hablaba como si Sergio ya lo supiera y
él tuviera que repetírselo– A los Sánchez les conocía
desde entonces; éramos casi familia. ¡Pobre gente!
Tuvieron una desgracia tras otra y mira que eran

32
personas de lo mejorcito que te puedas encontrar en la
vida. Hay que ver las injusticias que se pueden vivir y
más con la buena gente que no se metía con nadie;
siempre serviciales y amables...
- ¿Ah sí? Y ¿qué les pasó? -al ver que aquel señor
estaba dispuesto a contarlo todo, Sergio activó,
disimuladamente, la grabadora de su smartwatch. Era
periodista, así que estaba preparado- pero, antes de
nada, déjeme que le invite a tomar otro café o lo que
usted prefiera.
- Bueno, yo tomo descafeinado con sacarina. –su
expresión era de conformidad, dando a entender que le
gustaba más con azúcar. Después que fueron servidos
los cafés, empezó a contar lo que tanto le interesaba a
Sergio-: Siempre fueron una familia feliz, hasta que pasó
lo de Lucía, la esposa de Miguel; desde entonces todo
se trastornó. Miguel empezó a perder peso y acabó por
parecer una sombra; era solo piel y huesos, -durante
unos momentos, parecía que no continuaría con la
historia, pero sí lo hizo-, yo creo que no se dejó morir por
sus hijos. Lo único que sabía hacer, era trabajar. Dejó de
salir, de hablar y no dejó de respirar por lo que te he dicho:
sus hijos.
- ¿Qué le pasó a su esposa?
- Lo más raro del mundo. Desapareció como una
pompa de jabón en el aire. Nunca se encontró ni rastro
de ella. Simplemente salió de su casa una mañana y

33
nunca más volvió, como si nunca hubiera existido.
- ¿Ni la policía encontró nada?
- Que va. Ahí se estrellaron todos los cerebros. ¡Ni
la Interpol! Ya te digo que fue como si se la hubiera
tragado la tierra. Tenías que haber visto la desesperación
de toda la familia. Cuando ya estaban seguros de que le
había pasado algo, porque no volvió a su casa, al otro
día, empezamos a buscarla. Yo tenía la misma edad que
su hija Sara, quince años y tomé parte de uno de los
grupos que se organizaron para registrar hasta el último
centímetro de la ciudad. No encontramos nada de nada;
nadie la había visto.
– Eso debe de ser terrible.
– ¡Vaya que si lo fue! Ya te digo que él, Miguel, no
volvió a ser el mismo. Los hijos estaban desesperados,
pero los jóvenes se reponen antes y, al cabo del tiempo,
retomaron su vida, sus carreras...bueno, Sara no. Ella se
hizo cargo de la familia y maduró antes de tiempo; era
una chica responsable e inteligente, pero dejó los
estudios. -otra vez, se quedó pensativo recordando-, yo
la quería; me enamoré de ella desde que la vi, pero
nunca me dio esperanzas; desde entonces para mí, no
ha habido otra mujer. Aquí me tienes, soltero y solo
desde que mi madre falleció y con esta diabetes que no
me deja ni comer lo que me gusta... pero bueno, me
estoy yendo por otros caminos que no vienen al caso.
- No importa, me gusta escucharle.

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– ¿Ah sí? Pues muchas veces me digo que no
debería hablar tanto, porque se hace uno cansino a los
demás, pero tampoco tengo nada que hacer. A todo esto,
no te he dicho ni mi nombre, se pone uno con la edad,
como un tonto. Me llamo Francisco, pero aquí, que es
como un pueblo en miniatura, me refiero al barrio, como
me conoce todo el mundo y vivo en el primero,
empezaron llamándome, Paco el del primero, pero ha ido
la cosa acortándose y he acabado siendo Pacoprim. Ja
ja ja. Me hace gracia el dichoso nombre.
– Es un nombre muy original, pero continúe con lo
que les pasó a sus vecinos.
– ...y ¿qué interés tienes tú en saber lo que le pasó
a esta gente? -otra vez parecía desconfiado.
– Yo no les conozco, pero mi madre era amiga de
alguien de la familia y, al decirle que venía a Carlella, me
ha pedido el favor de que averigüe qué ha sido de ella;
perdieron el contacto hace mucho tiempo.
– ¿De Sara?
– Sí.
– Pues tengo malas noticias. Sara, mi Sara, murió
hace unos años.
– ¡Oh, cuanto lo siento! ¿Y no queda nadie con
quien pueda hablar?
– Sí, está su hija Lucía, aunque todos la llamamos
Uchy; le pusieron el nombre en recuerdo de su abuela,
como ves, aquí somos muy aficionados a poner

35
diminutivos a los nombres. Los hermanos de Sara, se
fueron a trabajar a otras ciudades y de ellos no tengo
ninguna noticia. Hace mucho tiempo, cuando murió su
padre, Miguel, vendieron el piso; me dijo que no tenía
ánimo de seguir en esa casa, pero no sé a dónde fueron.
Creo que su nueva casa estaba cerca de la universidad.
Alguna vez ha pasado por aquí Uchy; ya es toda una
mujer; está estudiando medicina, como a su madre se la
llevó el cáncer, ella dijo que quería curar a otras
personas y, en lo posible, evitar tanto sufrimiento como
el que pasaron ellas. Después de tantas desgracias,
estaban muy unidas y, perder a su madre, supuso para
la niña, un duro golpe y, mira, ahora está sola en el
mundo, como yo.
- Le agradezco mucho el tiempo que me ha
dedicado y el haberme contado todo esto; se lo diré a mi
madre. –Sergio se dio cuenta de que abusaba
demasiado de la conversación con aquel desconocido
que, aunque era amable y le había ayudado, no debía
continuar.
– No hay nada que agradecer. Ya sabes dónde
estoy por si quieres saber algo más. Si no me ves, pues
preguntas por Pacoprim y no habrá problemas para
encontrarme.

Sergio se fue con un sabor agridulce en la boca;


sabía que no podría encontrar a Miguel Sánchez por la

36
edad, pero que Sara, su hija, también hubiera muerto, lo
dejó desconcertado. Sólo ella podría haberle contado
detalles de la desaparición de su madre de los que su
nieta, no tendría conocimiento; aun así, decidió buscarla.
Había otro inconveniente: sólo sabía el nombre y
segundo apellido de la chica: Lucía … Sánchez, pero
para buscar, era imprescindible saber el primer apellido
de la persona. Pacoprim, no le había dicho quién era el
padre de Uchy, por lo tanto, no sabía cuál era el primer
apellido. Pensó en que, si no la encontraba, volvería a
hablar con él y le preguntaría, así sería más fácil.
Se fue a su apartamento dispuesto a intentarlo.
Abrió su ordenador y buscó el anuario de la universidad,
en la facultad de medicina del curso anterior y, cruzó los
dedos, deseando tener suerte. En la pantalla, apareció
la foto de la orla en la que figuraban, como en todas,
profesores y alumnos con los nombres bajo su foto.
Empezó a mirarlas detenidamente, ampliando la pantalla,
para no perder ningún detalle, sin saber qué aspecto
podría tener la nieta de Lucía Moreno, ni si habría más
chicas con su nombre.
La suerte estaba de su lado y, al fijar su mirada en
una de las primeras fotografías, casi se quedó sin aliento.
Con el nombre de Abad Sánchez Lucía, se encontró
frente al rostro joven de la Lucía Moreno que él ya
conocía después de verla durante horas, en las
grabaciones del secuestro. ¿Cómo podía haber dos

37
personas tan parecidas? No conocía a Sara y no sabía
si se parecía a su madre, pero los genes se habían
reproducido exactamente en su nieta; sólo encontró una
diferencia: la chica no tenía los ojos castaños de su
abuela, los tenía muy claros; no se podía apreciar cuál
era su color, pero llamaba la atención el contraste del
pelo oscuro con los ojos tan claros.
Ahora, el problema era otro. ¿Cómo contactar con
ella? ¿Sabría algo de lo sucedido a su abuela, como para
interesarle lo que él quería sacar a la luz? ¿Le contaría
desde el principio su intención de hacer justicia dentro,
claro está de sus posibilidades? ¿Ella estaría dispuesta
a colaborar? ¿y si no quisiera remover el pasado? ¿Le
tendría que enseñar las imágenes del secuestro de su
abuela? ¿Cuál sería su reacción? ¿sería una chica
sensata o una frívola? Estas preguntas lo estaban
volviendo loco. Tenía que serenarse y planificar bien su
estrategia para no asustarla; por lo tanto, en principio,
decidió que no le diría nada de su investigación.
En las páginas de información telefónica, metió en
el buscador el nombre: Lucía Abad Sánchez; enseguida
apareció su número y su dirección. Suspiró con alivio,
por lo menos encontrarla había resultado fácil. No
conocía la calle, pero como todo está en Internet, abrió
el mapa de la ciudad y, efectivamente, aquella calle
estaba muy cerca de la Universidad, como le había dicho
Pacoprim, por lo tanto, no podía ser otra persona.

38
También buscó los horarios de las clases en la facultad
de medicina y decidió que, al día siguiente, esperaría en
la calle para vela salir y así, decidiría la forma de
acercarse a ella.
Mientras tanto, se centró en buscar los laboratorios
Oldpharm, los que comercializaron el Endorfiral. No
encontró nada en las primeras páginas de búsqueda.
Decidió poner la fecha de salida del fármaco y
entonces sí, apareció el nombre de la farmacéutica.
Durante horas fue abriendo páginas y páginas hasta que
le quedó claro que aquella empresa había desaparecido
tres años después del secuestro de Lucía Moreno. No
había más información. No estaban los nombres del
presidente, ni de gerentes, ni los directores, ni
accionistas. ¿Cómo podría encontrar más información?
De momento, decidió aplazarlo hasta el día
siguiente, tenía la cabeza colapsada con tantas cosas
como le había contado Pacoprim y con lo que había
descubierto de Uchy y de los laboratorios. No había
comido en todo el día y se encontraba exhausto y
hambriento; así que bajó a la calle, sin tener ni idea de
donde podría encontrar un sitio para cenar; caminó
bastante hasta una zona donde había toda clase de
establecimientos. Encontró un restaurante con
apariencia de limpio y tranquilo.
Dio buena cuenta del menú y cuando salía, se
detuvo para dejar pasar a unas chicas que entraban en

39
ese momento. Su corazón se detuvo unos instantes
eternos, cuando se encontró, cara a cara, con un rostro
conocido y con unos ojos impactantes que le perforaron
el alma. ¡Era ella, Uchy!
- Perdón, ¿me permites pasar? -dijo ella, con la
sonrisa más hermosa que había visto en su vida.
– Sí, sí, por supuesto, disculpa. -fue todo lo que
pudo articular. Estaba pálido y sin aliento.
– ¿Te encuentras bien? -le dijo ella.
– Sí, bueno, no, no sé –qué torpe se encontró.
– Ven con nosotras y tomas un poco de agua hasta
que te recuperes –dijo otra chica del grupo.
Las siguió hasta una mesa, con mucha dificultad,
pensaba que se desmayaría de un momento a otro y se
dejó cuidar por ellas, ya algo recuperado, intentó
justificarse.
– No sé qué me ha pasado, acabo de cenar y puede
que algo no me haya sentado bien. Muchas gracias por
vuestra ayuda -dijo algo atropelladamente y se odió por
eso también. ¡Qué impresión tan mala le había causado
a Uchy! ¿cómo se acercaría ahora a ella? - Habéis sido
muy amables sin conocerme. Me llamo Sergio, acabo de
llegar a Carlella y vivo muy cerca de aquí.
Fueron presentándose:
- Yo soy maría.
– Yo Isabel.
– Yo Nines.

40
– Yo Uchy, bueno, Lucia, pero se me conoce mejor
por Uchy.
– ¿De dónde eres? Tienes una forma de hablar muy
musical. –le dijo Isabel.
– Soy de Los Valles, una ciudad muy al norte; está
bastante lejos de aquí.

Después de todo, la noche se desarrolló de


maravilla y, cuando se despidieron, ya habían quedado
para verse a la tarde siguiente. Ni en sueños podía
Sergio haber imaginado semejante desenlace, con lo
mal que había empezado y las dudas que tenía de cómo
iba a presentarse a Uchy.
Fueron pasando los días y la amistad entre las
chicas y Sergio se fue haciendo más grande, aunque a
nadie le pasó desapercibida la atracción que sentían
Uchy y él; fueron blanco de bromas, pero no se dieron
por aludidos. Lo que sí hicieron, era quedar para verse
sin las demás chicas.
Sergio estaba acostumbrándose a los
maravillosos ojos de Uchy; al principio, no podía dejar de
mirarlos, los rasgos de su cara pasaban desapercibidos
ante la luminosidad de su mirada; nunca había visto una
transparencia igual; no podía definir si eran azules,
verdes o grises, sólo que parecían hechos de agua que,
según la luz, cambiaba de color. Ella no era consciente
del efecto que causaba a quien la miraba por primera vez.

41
Era una chica, responsable, amable, inteligente y seria;
muy educada y con una elegancia natural, imposible de
aprender. Sin darse cuenta, estaba fascinado ante
aquella chica tan sencilla y enigmática a la vez.
Aún no le había dicho nada del interés que tenía
en su familia, sí le comentó que, como periodista, estaba
llevando a cabo una investigación sobre los laboratorios
Oldpharm que habían comercializado un antidepresivo
llamado Endorfiral, hacía más de cincuenta años. Ella no
le preguntó por qué tenía interés en algo tan antiguo; le
dijo que nunca había oído hablar de ellos, pero le
prometió preguntar en la facultad por si alguien podía
darle alguna información.
Uchy era una chica inteligente que meditaba
mucho las cosas, así que pensó que, lo más probable,
sería encontrar el medicamento en los Vademécum que
había en la biblioteca de la facultad. En cuanto consiguió
un descanso entre clase y clase, se fue a la biblioteca y
preguntó a doña Remedios, la bibliotecaria de siempre,
una señora pequeña y delgada, que parecía tener más
años que los libros que allí se guardaban.
- ¿Para qué quieres un Vademécum tan antiguo? -
le preguntó extrañada.
– Estoy reuniendo información sobre los
antidepresivos. Quiero hacer un trabajo sobre ellos.
– ¿Cuál es exactamente el que te interesa? -ella
tenía en su memoria todo cuanto se hallaba en la

42
biblioteca.
– Se llamaba Endorfiral y era de los laboratorios
Oldpharm.
Doña Remedios, se quedó mirándola
detenidamente; su expresión amable de siempre, se
tornó seria y pensativa.
– No sé si te puedo ayudar; creo que no hay nada
sobre eso. -dejó zanjada la conversación y le volvió la
espalda.
– Pero... no entiendo qué ha pasado, ¿le he dicho
algo que la moleste? -Uchy no entendió la reacción de
aquella mujer y, como ella era siempre muy directa, no
dudó en preguntárselo.
– No, no, pero ese tema es mejor que no lo toques,
hazme caso. -dijo volviéndose despacio, sin detenerse.
Uchy se quedó mirando cómo se alejaba por el
pasillo que formaban los enormes estantes llenos de
libros, sin saber qué hacer.
Su cabeza era un torbellino de pensamientos y,
entonces entendió por qué Sergio estaba investigando
aquel tema que a ella le había parecido raro en un joven
periodista. Había algo oscuro y ella no podía dejarlo
pasar. Sin perder más tiempo, se fue a la sala de
ordenadores de la biblioteca; allí estaban todos los
documentos informatizados y sería mejor que
preguntarle a doña Remedios; ella, por su edad, no
dominaba la tecnología. Buscó los archivos

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relacionados con los laboratorios y el medicamento.
Increíblemente, no figuraban en ningún archivo. Buscó
en las fechas que le había dado Sergio, pero no había
nada, buscó en años anteriores y posteriores, sin ningún
resultado. Esto bastó para que su interés fuera en
aumento.
- Te he dicho, por tu bien, que no busques más
nada relacionado con ese tema, pero veo que no me has
hecho caso…Tú sabrás lo que haces. -Doña Remedios
se encontraba justo de tras de ella y le dio un sobresalto,
que casi se ahoga.
No necesitaba más para tener que averiguar todo
lo que pudiera sobre el medicamento desaparecido; pero,
por supuesto, debía pedirle a Sergio que le contara todo
lo que sabía
Asistió a las clases que le quedaban ese día, pero
el misterio no se apartaba de sus pensamientos. Nada
más salir de la facultad, llamó a Sergio y le dijo que
tenían que verse cuanto antes, esa misma tarde.
Quedaron en la cafetería donde solían ir, media hora
más tarde, el tiempo justo para llegar; estaba muy
impaciente por preguntarle de qué iba todo aquello.
- Quiero que me cuentes de qué va todo esto –le
espetó en cuanto se sentaron a la mesa– aquí hay gato
encerrado y te lo estabas callando.
– Pero... ¿Qué te pasa? No me has dicho ni buenas
tardes, y me interrogas como un bólido casi sin aliento.

44
– Bueno, vale. Buenas tardes. He preguntado en la
biblioteca por el Vademécum del año que me dijiste y
doña Remedios, me ha dicho que no sabe nada del
asunto y que es mejor que lo deje pasar. -hablaba en voz
baja– me ha parecido muy siniestra su mirada y su tono
de voz, como advirtiéndome de algún peligro. Me ha
dado un susto de muerte, cuando estaba consultando la
base de datos y me ha vuelta a decir que lo deje.
– Me parece que le estás dando demasiada
importancia.
– Espera que no he terminado –tomó un sorbo de
su refresco y continuó-: He buscado en los archivos
digitalizados y no hay ni rastro del medicamento, ni de
los laboratorios; he mirado en años anteriores y
posteriores y tampoco hay nada; eso es lo que me ha
parecido más sospechoso, así que ya puedes empezar
a contarme todo lo que sepas, porque uno no se pone a
investigar un asunto tan inocente a primera vista, a más
de tres mil kilómetros de su casa.
Sergio la escuchaba pensativo, no sabía si sería
conveniente contarle la historia de su abuela y enseñarle
las imágenes que llevaba en una micro tarjeta de
memoria. Creía que todavía no la conocía lo suficiente
como para saber cuál sería su reacción ante aquello que
le afectaba tan directamente. Decidió que no era el
momento.
- Mira, no hay mucho más que contar; solo te puedo

45
decir que ese medicamento se retiró del mercado por sus
efectos secundarios y, a mí que me gustan las cosas
difíciles, me dio por investigar, no sólo ese, también hay
otros más –estaba admirado por lo bien que se le daba
mentir, así que continuó-: el venir hasta tan lejos, fue
porque esta parte del país no la conocía y siempre
soñaba con visitarla, así que aproveché que Oldpharm,
había estado aquí; era la excusa perfecta.
– Yo creo que estás un poco loco.
– Puede que tengas razón, pero los periodistas
somos así.
La tarde acabó como si nada hubiera pasado y se
despidieron hasta la próxima, sin concretar cuándo sería.
Sergio pasó toda la noche preocupado; lo que le
había contado Uchy, lo dejó perplejo ¿Cómo era posible
que no hubiera ni rastro en los archivos de la facultad?
Como ella dijo, allí había algo oculto que tenía que
destapar... pero ¿cuál debía ser el siguiente paso? Lo
único que tenía eran los nombres que encontró en la
hemeroteca de su periódico, y ahí acababa todo. No, eso
no podía ser. Volvió a buscar por Internet sin ningún
resultado; era desesperante. Sólo le quedaba una vía de
información y no estaba seguro de encontrar algo.
Mañana iré a los juzgados y pediré ver los archivos
de las denuncias de aquel año.
Apagó la luz sabiendo que le costaría mucho poder
dormir. Decidió que no le diría nada a Uchy, hasta tener

46
el trabajo acabado con todas las pruebas que pudiera
reunir; por supuesto que debía contarle la historia de su
abuela, creía que ella tenía derecho a conocerla, pero
todo a su tiempo.
Le dolía la cabeza porque durmió poco y mal; bajó
a la calle dispuesto a ir a los juzgados. Cuando se iba
acercando a su coche, supo que algo no estaba bien; ¡le
habían pinchado las cuatro ruedas! Lo que le faltaba
para completar la mala noche pasada.
Esperó a la grúa que tardó en llegar más de una
hora; en el taller también esperó otras dos horas hasta
que le pusieron los neumáticos nuevos, que le costaron
una fortuna, porque aquello no lo cubría su seguro. Se le
quitaron las ganas de seguir con el plan que tenía al
levantarse, de todas formas, ya era muy tarde.
Desanimado y de mal humor, se fue al restaurante
donde siempre iba a comer. Se planteó dejar de hacerlo
porque, después de lo que le habían costado las ruedas,
debía tener cuidado con los gastos, así que salió sin
llegar a sentarse y se fue hasta un supermercado,
compró de todo para tener la cocina bien provista; le
gustaba cocinar y, mientras lo hacía, se le fue pasando
el enfado.
Estaba tranquilamente en el sofá después de
haber acabado con el plato de pasta que se preparó y
empezaba a sentir un agradable sopor, cuando le
sobresaltó el teléfono. Lo cogió con malos modos, pero

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al ver que era Uchy, se calmó.
- Sergio, perdona que te moleste a estas horas,
pero es muy importante que nos veamos, estoy en la
puerta de tu casa, ¿puedo subir?
– Me estás alarmando. Sube, por supuesto. -
mientras ella llegaba, tenía la mente trastornada, no le
gustó el tono asustado de su voz.
– Perdona otra vez -volvió a decirle– pero es que
me ha pasado algo muy extraño y tenía que contártelo.
– Pasa, pasa. Tranquilízate. ¿Quieres un poco de
agua?
– Sí, por favor – se dejó caer en el sofá y se tomó
todo el vaso de una vez.
– Dime, me tienes preocupado; si puedo ayudarte…
– Esta mañana a primera hora, tenía clase de
patología con el doctor Arguelles. Nadie lo quiere porque
es muy duro y antipático. Al acabar, cuando ya se habían
ido casi todos me ha dicho: señorita Abad, venga
conmigo a mi despacho. - cerró los ojos un momento y
continuó-: Se ha sentado detrás de su mesa y no me ha
dicho que me sentara, eso ya me puso más nerviosa de
lo que estaba. “Señorita Abad, ha llegado hasta mí que
anda haciendo averiguaciones sobre un fármaco en
concreto. ¿Quién le ha mandado hacerlo? Usted no tiene
ningún trabajo sobre ese tema, así que dígame, como ha
sabido de ese producto y qué interés tiene en saber
sobre él.

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- No puedo creerlo. Primero no hay información en
ningún sitio y ahora está pasando todo esto –Sergio se
sentó junto a Uchy y le animó a continuar- ¿tú qué le has
dicho?
– No puedes hacerte una idea de lo mal que lo
estaba pasando, pero se me ha encendido una luz y le
he dicho que tengo un conocido que lo tomó hace mucho
tiempo y al saber que estaba estudiando medicina, me
ha pedido que lo busque y que le diga por qué se
encontró tan mal cuando lo tomó. Nada más. Entonces
me ha vuelto a preguntar quién es ese conocido, yo me
he puesto en mi sitio y le he contestado que el nombre
no tenía importancia, que no entendía por qué me estaba
haciendo esas preguntas, parece que se ha dado cuenta
de que estaba sacando aquello de sitio, ha cambiado el
gesto y me ha pedido disculpas. Cuando ya salía, me ha
dicho: “Señorita Abad, espero que no siga con este tema,
se lo digo por su bien.”
– ¡Qué extraño es todo esto! No sé por qué hay
tantos inconvenientes en saber de un medicamento que
se dejó de fabricar hace tanto tiempo.
– Eso mismo me pregunto yo y el único que puede
contestar a esa pregunta, eres tú – lo miró directamente
a los ojos – sé que no me has dicho la verdad y no estoy
dispuesta a que me sigas mintiendo. Lo he pasado muy
mal esta mañana y es la segunda vez que me advierten
que no siga con el tema, por mi bien.

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– Pues no sé qué es lo que tengo que contarte, todo
te lo he dicho ya.
– ¡Vamos, Sergio, que no soy tonta!
– Pues claro que no; tu eres de las personas más
inteligentes que he conocido – le dijo con toda sinceridad
– pero ya ves que no hay más información y sería bueno
que siguieras el consejo que te han dado la bibliotecaria
y el doctor. Te estoy muy agradecido de que hayas
buscado en la facultad, de verdad. Lo demás... es mi
trabajo.
– En otras palabras: que no me meta en tus asuntos.
Vale. - estaba muy molesta y Sergio no sabía cómo
tratarla.
– Por favor, no quiero que te enfades conmigo; te
prometo que, si encuentro más información, te lo contaré
todo, pero ahora, ya ves que no hay nada por donde
seguir.
– No estoy enfadada, perdona que me haya
comportado como una niña caprichosa, pero los
misterios me encantan y pensé que aquí había uno de
verdad. Entiendo que es tu trabajo y que no debo insistir...
pero si encuentras algo interesante, me has prometido
contármelo.
Siguieron hablando de otras muchas cosas. Al cabo
de una hora, Uchy se levantó para irse, tenía clase.
Quedaron el fin de semana, para ir con todo el grupo de
amigos a hacer senderismo.

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Cuando Sergio se quedó solo, suspiró de alivio.
Había conseguido convencerla de que no siguiera
preguntando y así podría evitar, no sabía qué, pero por
si acaso, era mejor que no supiera nada.
Esa mañana, Sergio no demoró más el ir a la
Ciudad de la Justicia para informarse de cómo podría
consultar las denuncias interpuestas a Oldpharm hacía
cincuenta años. No tenía ni idea de qué pasos seguir.
Al llegar a información y preguntar, la persona que
le atendió, lo miró como si fuera un extraterrestre; en
todos los años que llevaba allí, que era media vida, nadie
se había presentado solicitando semejante cosa, así que
lo derivó a su supervisor.
– ¿Es usted familiar directo de quienes hicieron la
denuncia?
– No, yo soy periodista y estoy haciendo una
investigación.
– Pues entonces no puedo ayudarle.
– ¿No hay ninguna forma de acceder a los archivos,
sin ser familiar de los denunciantes? Es muy antiguo lo
que quiero consultar, ya no vive ninguno de los
interesados...
– No se moleste, las normas son estas y, diga lo que
diga, no se pueden saltar. - Sergio tenía el cerebro a cien
por hora intentando encontrar una solución; sólo había
una, pero no quería ni pensar en ella, de todas formas,
quiso saber los pasos a seguir.

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– Si viene un familiar directo, ¿qué es lo que hay
que hacer para poder consultar los archivos?
– Tiene que hacer una solicitud al Decanato,
demostrando la persona, con documentos legales, ser
heredera directa de quienes interpusieron la denuncia,
declarando interés legítimo.
– Muchas gracias por su información. Buenos días.
– A su disposición. Buenos días.
En el interior de Sergio, se desarrollaba una batalla
incruenta: No quería contarle nada a Uchy, no ahora; le
parecía muy pronto, no la conocía lo suficiente. No
estaba seguro si le podría traer problemas... pero, por
otro lado, era imprescindible consultar los archivos de la
justicia para poder continuar con su plan y que no
quedaran impunes los delitos que se cometieron, aunque
hiciera tantos años.
El sábado se encontraron, como estaba previsto,
para hacer una ruta bastante dura y que suponía un reto
para él que nunca lo había hecho; él era escalador, no
senderista.
Después de los últimos días en los que no había
podido ni comer, ni dormir como es debido, a causa de
su preocupación, lo único que le interesaba en esos
momentos, era hacer un buen papel ante los amigos,
pero sobretodo, ante Uchy, que era realmente, quién le
importaba. Intentó desechar cualquier pensamiento que
no fuera el presente y se dispusieron a caminar después

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de dejar los coches en el aparcamiento que había al
inicio del sendero.
El grupo estaba formado por tres chicos y cuatro
chicas, bien equipados con todo lo necesario para pasar
el día que, parecía ser caluroso ya a esas horas tan
tempranas. Estaban muy animados y se podían
escuchar sus risas y comentarios desde bastante lejos.
Poco a poco, se fueron haciendo dos grupos; a él se le
acercaron Isabel y Diego.
- Se te ve en buena forma ¿Practicas algún deporte?
-le preguntó Diego.
– Sí, soy muy aficionado al montañismo –mirando a
su alrededor– aquí eso es difícil, todo es muy llano.
Desde que he llegado, no he visto montañas por ningún
sitio.
– Claro, por eso aquí casi nadie es alpinista. ¿A qué
te dedicas? -ahora era Isabel la que hablaba– me ha
dicho Uchy que eres periodista.
– Sí, te lo ha dicho bien. Trabajo en una agencia de
noticias bastante grande en Los Valles.
– ¡Pero eso está lejísimos!
– Ya, pero estoy de vacaciones y, como no conocía
esta parte del país, me he venido a pasarlas aquí.
En ese momento se unió al grupo, Uchy y
continuaron hablando sobre el trabajo y los estudios,
hasta que sonó el teléfono de Sergio.
- Hola Celia... sí muy bien ¿y tú? -procuró

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apartarse un poco para hablar con más intimidad– Estoy
con unos amigos haciendo una ruta de senderismo...
perdona, pero he estado un poco ocupado y… no, no es
una excusa, lo que pasa es que aquí todo es diferente y
estoy un poco desconectado de allí; no he llamado ni a
mi madre... lo entiendo...ya te contaré cuando vuelva...
ahora tengo que colgar. Un abrazo.
Definitivamente, tenía que dejar clara su relación
con Celia, volvió a decirse. Se reincorporó al grupo y
siguieron avanzando hasta el mediodía; estaba
reventado, los pies le ardían y agradeció en silencio,
aquel descanso. Buscaron un lugar con una amplia
sombra de pinos y eucaliptos que llenaban el aire de
perfume, y se pusieron a comer; el calor era insoportable,
el sudor les chorreaba por todo el cuerpo.
- No hemos visto ni un riachuelo donde poder
darnos un baño. El calor es horroroso. – les dijo a los
demás que parecían tan frescos; sudaban, pero no le
daban importancia y seguían tan animados.
– No te preocupes –le dijo el otro chico, Rafa- un
poco más allá, como a dos kilómetros, hay un río bien
grande donde refrescarnos.
– ¿A dos kilómetros? –a Sergio se le antojaron dos
mil; le ardía todo el cuerpo, pero los pies, era demasiado.
– Sí, no es tanto, parece que se te ha antojado una
barbaridad. -volvió a decir Rafa.
– Para el calor que hace, sí que lo es.

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– Hay que comprender que Sergio viene del norte y
que no está acostumbrado a estas temperaturas como
nosotros –dijo Uchy, echándole un cable.
– Gracias por comprenderlo y explicarlo. -le dijo
Sergio con una sonrisa.
Mientras regresaban, también volvieron los
pensamientos a la mente de Sergio y la decisión que
debía tomar. Tenía que reconocer que había pasado un
día muy agradable y que, a pesar del calor y el cansancio,
había merecido la pena. Le parecieron muy majos Diego
y Rafa, a los que no conocía y las chicas fueron tan
simpáticas como siempre, pero Uchy destacaba por su
inteligencia, su educación y su saber estar en cada
situación y eso, le descolocaba porque no sabía si debía
meterla en su investigación, después de convencerla de
que era mejor que estuviera al margen.
Otra noche más de desasosiego y poco descanso,
le decidió a contárselo todo. Si no lo hacía, sería mejor
dejarlo así y volver a su casa con las manos vacías y
desmoralizado.
Quedaron en verse en el parque esa tarde, porque
Uchy no tenía clases y podrían estar tranquilos sin
pensar en la hora; tenían mucho de qué hablar, le dijo
Sergio.
Ella se quedó muy intrigada y ansiosa todo el
tiempo que quedaba para verse. Ya intuía que le contaría
algo de lo que hubiera descubierto, pero jamás llegaría

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a imaginarse todo lo que le esperaba por saber.
Él empezó por decirle que, la historia que tenía que
contarle, era dura y que debía ser fuerte porque le
concernía directamente. Ante este preliminar, ella sentía
aumentar la ansiedad de conocer lo que tenía que decirle.
Esperó a que él comenzara, fingiendo serenidad, para
no asustarlo y que decidiera callarse.
Todo empezó hace cincuenta años, cuando tu
bisabuela sufrió una depresión muy profunda y le
recetaron Endorfiral, un nuevo medicamento que había
sido presentado como algo extraordinario y que sería la
solución definitiva para la depresión que tanto estaba
haciendo sufrir a una parte muy importante de la
población mundial. Al poco tiempo de tomarlo, empezó a
sentir trastornos importantes, como pérdida de visión,
mareos y vértigos. Después de un tiempo en el que su
estado iba empeorando, su médico decidió que debía
dejar de tomarlo. Los casos de afectados por los efectos
secundarios de este medicamento, se multiplicaron
hasta tal punto, que fue necesario formar una plataforma
de enfermos afectados que denunciaron a los
laboratorios Oldpharm; consiguieron ganar el juicio y que
retirasen el medicamento. Esto supuso unas grandes
pérdidas a la farmacéutica que les hizo idear un plan
para recuperar el dinero y así evitar la ruina y el
desprestigio mundial; a la vez, llevarían a cabo una
venganza ejemplar con algunas de las personas

56
responsables de las denuncias. Como tu bisabuela era
una mujer muy mayor para formar parte del grupo,
decidieron que sería su hija Lucía, tu abuela, la que
sufriera su venganza junto con otras cinco personas
más... así continuó narrando la terrible situación que
vivieron en la cabaña del Gigante sin Cabeza durante
nueve meses. Su intento de fuga y sus terribles
consecuencias; cómo se salvó su abuela junto con una
compañera y cómo la vida, de alguna manera, las
recompensó.
Uchy escuchaba en silencio sin apenas demostrar
emoción alguna. Estaba metida en sí misma
absorbiendo cada palabra que pronunciaba Sergio.
- Te he traído el libro que escribió mi madre, en el
que relata la historia que le contó tu abuela en persona;
en él podrás leer con más detalles, cuál fue la vida de
aquellas personas. - Metió la mano en su mochila y sacó
un ejemplar muy viejo, de aquella historia que le había
contado resumiéndola todo lo que pudo.
– Y ¿qué te ha hecho venir hasta aquí y averiguar
todo lo que pasó, después de tanto tiempo? Todo estaba
escrito, según me has dicho, antes de que tú nacieras. -
fue la pregunta que menos esperaba.
– Sí, tienes razón. La vida es impredecible y, sin
buscarlo, me encontré en mi última escalada, en el
Gigante sin Cabeza y con la cabaña; al principio no la
relacioné con esto, pero luego...-así continuó contando

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lo que faltaba para contestar a sus preguntas.
– Entonces, ¿tienes las imágenes? -Uchy estaba
alarmada ante la posibilidad de que su respuesta fuera
afirmativa.
– Sí y he traído una parte de ellas para que, cuando
tú te encuentres con suficiente ánimo, las puedas ver y
así conocerás a tu abuela. Era una mujer muy hermosa
y tú eres igual que ella. -dejó pasar unos segundos y le
contó para qué necesitaba su ayuda– He ido a la Ciudad
de la Justicia para informarme de lo que necesito para
consultar los archivos y poder tener la prueba de las
denuncias, pero me los han negado porque no soy
familiar directo de los interesados, por eso es
imprescindible que tú los solicites.
Las emociones eran tan fuertes que, la chica que
había demostrado tanta entereza mientras escuchaba el
relato que Sergio le contaba, estalló en un mar de
lágrimas incontenible. Temblaba y sudaba. Sergio temió
que fuera un ataque de ansiedad, pero, pasados unos
minutos, Uchy logró contener sus nervios y, suspirando,
empezó a serenarse.
La tarde iba cayendo, aunque ellos no eran
conscientes del paso del tiempo y la bajada considerable
de la temperatura. Un escalofrío sacudió el cuerpo de la
chica que llevaba una camiseta de tirantes nada más.
Sergio pasó su brazo por los hombros de ella para darle
algo de calor.

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- Será mejor que nos vayamos, estoy muerta de frío.
– Te invito a cenar en algún sitio que te guste.
– De acuerdo, me vendrá bien, porque hoy no he
tenido ganas de hacerme nada, la cocina no es mi fuerte.
¡Gracias!
Después de cenar, no sabían cómo despedirse; era
difícil quedarse solos con tantos pensamientos dando
vueltas por sus cabezas.
– Creo que esta noche, ni tu ni yo, vamos a dormir
–dijo Sergio– qué te parece si te vienes a mi casa y
compartimos el insomnio.
– Pues me parece una buena idea, porque tengo
algunas cosas que contarte de lo que mi madre
comentaba de la suya. -No se atrevió a decirle que no
quería separarse de él.
Se prepararon una jarra de té y se acomodaron en
el sofá, tapándose las piernas con una mantita para
recuperarse del frío pasado. Estaban un poco cohibidos,
pero aquellos momentos, no los hubieran cambiado por
nada.
– Quería decirte que, en mi casa siempre se
hablaba de mi abuela; mi madre la recordaba a cada
momento. Nosotras vivíamos solas con mi abuelo,
porque mi padre... bueno, es mejor que ese tema lo
dejemos para otra ocasión, vale con decir que se
divorciaron al año de casados y que nunca le volvimos a
ver; en realidad, yo no le he conocido; el único recuerdo

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que tengo de él, es el color de mis ojos. Eso es lo que
siempre me ha dicho mi madre y una foto que ella nunca
quiso guardar y la tenía en un marco sencillo, sobre un
mueble en su habitación; siempre me paraba a verlo, la
verdad es que era muy guapo.
Mi abuelo era un hombre callado y taciturno que
pasaba desapercibido; nunca participaba en nada, solo
hablaba lo imprescindible, nunca jugó conmigo. Mi
madre me decía que, desde que su mujer, mi abuela
Lucía, había desaparecido, él también dejó de existir en
este mundo. Mientras trabajaba, se dedicó en cuerpo y
alma al trabajo y después, se quedó esperando la muerte,
sin más. ¡Pobrecito! Siempre estaba con la mirada en
algún punto lejano.
Quería decirte, que mi madre guardaba muchos
recuerdos de la suya y que todavía tengo un baúl lleno
de esos recuerdos y de un montón de documentos que,
tal vez, te puedan servir. Cuando los veas, tú decides si
te valen. Otra cosa interesante, es que un vecino de toda
la vida, al que llamamos cariñosamente Pacoprim,
también tomó ese medicamento y puede que él nos
pueda ayudar.
- Sí, conozco a Pacoprim, es todo un personaje.
– ¿Le conoces?
– Claro, cuando vine, no sabía por dónde empezar
y lo primero que hice fue ir a vuestra antigua casa y
preguntar por la familia Sánchez Moreno. Nadie me dijo

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nada interesante, así que, desanimado, me paré en la
cafetería que hay al lado con la idea de tomar un café
y… allí me encontré con Pacoprim que me hizo toda una
semblanza de los habitantes del edificio y de vuestra
familia.
– Entonces ¿no fue casualidad que nos
encontráramos? Podías habérmelo dicho, no sé por qué
te lo has callado. -dijo algo recelosa.
– Sí fue casualidad y te explico por qué: él me dijo
que os fuisteis de la casa cuando murió tu abuelo, pero
no sabía a donde os cambiasteis, solo que estaba por la
zona de la universidad. Aquello se complicaba, así que
busqué por internet, tu nombre en la orla del año pasado,
pero el problema es que no sabía tus apellidos, lo que
me ayudó a encontrarte, fue tu enorme parecido con
Lucía. Ya sabiendo cómo eras, pensé en esperarte en la
puerta de la facultad para poder hablarte, pero el destino
quiso que nos encontráramos por casualidad, en el
restaurante aquella tarde.
- Vale, vale.
– Por eso casi me desmayo y me puse enfermo,
cuando tus amigas me socorrieron.
– ¿Fue por eso? ¿No fue una indigestión?
– No, que va; el impacto de encontrarme frente a
Lucía, pero joven, era demasiado para mí. Me entró un
mareo que no pude controlar, menos mal que no me
tomasteis por un loco, si no, me habría caído allí mismo.

61
– Entonces, tenemos que buscar en el baúl de mi
madre y hablar con Pacoprim, mañana mismo.
– Dirás dentro de unas pocas horas, son las cuatro
de la madrugada.
– Pues habrá que hacer un esfuerzo y dormir un
poco, si no vamos a estar mañana como zombis. -
diciendo esto, se acomodó mejor y se tapó hasta la
cabeza; a los pocos minutos, Sergio se dio cuenta de
que estaba profundamente dormida. El hizo lo mismo,
poco después.
Les despertó la luz que entraba a raudales por el
ventanal que quedaba justo frente al sofá. Estaban un
poco tímidos por haber pasado la noche juntos, aunque
fuera de aquella manera, sobre todo Uchy, estaba muy
incómoda y su mirada huidiza.
– ¿Qué te pasa? ¿no te encuentras bien? -le
preguntó Sergio, al ver que ella era otra persona
diferente a la de unas horas antes.
– Sí, estoy bien, pero me siento incómoda porque
me he acordado de que, tal vez tú tengas novia y yo no
quiero si ella se entera, parecer que intento meterme
entre vosotros. ¿Qué pensaría ella al saber que hemos
estado juntos esta noche? No se creería que no ha
pasado nada. Por lo menos, yo no lo haría.
- Espera, espera. ¿De dónde has sacado tú que yo
tengo novia? Vamos a dejar las cosas claras desde
ahora mismo y evitaremos malos entendidos.

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– Es que el sábado, cuando te llamó por teléfono
Celia, creo recordar el nombre que dijiste, tú te retiraste
para hablar con ella y… yo pensé que sería tu novia.
– Pues no lo es, pero si lo fuera, no tiene nada que
ver con lo que estamos investigando; este tema está al
margen de nuestras vidas privadas.
– De acuerdo. Te pido disculpas por confundir las
cosas.
Estas palabras le dejaron un amargo sabor a
la chica; su relación era, para él, sólo una investigación,
nada más, lo había dejado bien claro. No entendía por
qué le había dolido tanto que él le dijera aquello. Ella no
tenía el menor interés en él, o por lo menos, eso creía,
pero todo cambió al sentirse tan poco importante como
persona, solo era un medio de conseguir lo que estaba
buscando.
Aunque no quería admitirlo, todavía sentía sobre
sus hombros el brazo de Sergio y el calor que emanaba
de su pecho reconfortándola cuando sintió frío en el
parque. El bienestar de la noche anterior, con la taza de
té caliente, la mantita y hablando de cosas interesantes,
era una sensación que no había vivido con ningún otro
chico con el que había salido antes.
Sacudió la cabeza como si de esta forma, pudiera
deshacerse de los pensamientos que se empeñaban en
estar presentes y que ella pensó que debía desecharlos,
eso lo había dejado claro Sergio.

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Uchy se fue a la facultad con ojeras muy marcadas
por la falta de descanso, además de lo desanimada que
se sentía. Hubiera preferido decir que estaba enferma y
no asistir esa mañana, precisamente, a la clase de
Patología con el doctor Arguelles, siempre le habían
temido ella y sus compañeros, por lo duro y, a veces, lo
demasiado directo que era, pero ahora le daba más
miedo que nunca. Ella no estaba acostumbrada a mentir
y con el doctor Arguelles, lo había hecho sin pensarlo
mucho; no podría mirarle a la cara, tenía una conciencia
demasiado sensible.
Sergio le había aconsejado que debía seguir con
su rutina para no levantar sospechas entre quienes la
rodeaban. El, mientras tanto, se quedó dándole vueltas
a la visita que le iban a hacer a Pacoprim esa tarde.
¿Debían contarle todo? ¿Le preguntarían sólo lo
referente a su depresión? ¿Con qué argumento
justificarían esas preguntas? ¿Hasta qué punto era fiable
este hombre? Él había comprobado por sí mismo, lo
mucho que le gustaba hablar de la gente y estar al tanto
de la vida de todos. Parecía una persona frívola que solo
vivía para los chismes de los demás. ¿Sería capaz de
callar algo tan comprometedor? No había respuestas
para tantas preguntas, tendrían que ir con cuidado y
medir las palabras, según vieran cómo reaccionaba con
la información que le dieran.
Llegaron hasta su antigua casa y, como era de

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esperar, Pacoprim estaba en la terraza de la cafetería. A
pesar de la hora tan temprana de la tarde, allí se estaba
muy bien bajo el gran toldo que derramaba su sombra
acogiendo las mesas de la terraza.
Aparcaron casi en la misma puerta, pero cuando se
acercaban, vieron un movimiento extraño en el hombre
que les aguardaba con una sonrisa.
– ¡Pero qué habré soñado yo esta noche para que
me visite la chica más guapa del mundo! -diciendo esto,
le pasó un papel disimuladamente a Sergio, mientras él
abrazaba a Uchy.
Al leerlo, se quedó pálido: “Os han seguido y
pueden escuchar todo lo que digamos. Seguidme la
corriente.”
– ¡Hombre, ya veo que la encontraste! -le estrechó
la mano con mucha fuerza mientras le pasaba el papel a
la chica.
– Contarme cómo os habéis conocido –dirigiéndose
a Uchy con ojos de pillo– ya sabes que me gustan estas
historias, no lo puedo remediar; me aburro y la lectura
me marea; tantas letras juntas, me cansan los ojos y
terminan por bailarme todas a la vez, además, prefiero
las de primera mano…y no me llames cotillo.
– Ya sé lo que te gusta, que nos conocemos,
Pacoprim. Te cuento como nos conocimos. Aunque
parezca una tontería, fue una casualidad. -Así entre los
dos le contaron su primer encuentro. Tenían tanto miedo,

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que medían las palabras para que no se les escapara
nada que pudiera comprometerlos, no sabían a qué,
pero por si acaso, ya que Pacoprim les había prevenido.
– Me alegro mucho, sois una pareja preciosa;
seguro que a tu madre le alegrará que hayas conocido a
la hija de su amiga, ya que, por desgracia a ella ya, no
es posible.
Así, hablando de cosas intrascendentes, pasó un
buen rato; se estaban despidiendo cuando Pacoprim les
dijo-: ¿No me digas que no has llevado a Sergio a la
playa? -luego dirigiéndose a Sergio- Es lo mejor que
tenemos en Carlella; es famosa en todo el mundo por
sus maravillosas vistas y su agua calentita, donde viven
un montón de especies tropicales, muy raras en esta
latitud. Eso hay que remediarlo cuanto antes y, como
tienes un buen coche, donde se puede meter mi silla,
luego me dicen que no me fijo en los detalles, lo que hay
que aguantar a la gente. -dijo señalando la silla de
ruedas que había pasado desapercibida a Sergio; se
sorprendió mucho y entendió por qué pasaba tanto
tiempo en la cafetería. No quiso preguntarle si había sido
un accidente o la diabetes; ya habría tiempo de saberlo-
me apunto a hacer una excursión con vosotros este
sábado, si podéis, claro. Hace media vida que no he ido
a la playa, con lo que siempre me ha gustado el mar.
– Sería estupendo. ¿Cómo no lo he pensado antes?
-dijo la chica– menos mal que estás tú para remediar mi

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mala cabeza.
– Pues quedamos para el sábado. -mientras
hablaban Pacoprim escribía algo en una servilleta que
les dio.
– Os lo he escrito para que os acordéis y no me
dejéis plantado; yo soy viejo y me gusta escribir, es lo
mejor para la memoria.
Sergio se guardó el papel y cuando ya estaban en
el coche, lo leyó: “Un coche gris os sigue, no habléis
nada importante, ni siquiera en vuestra casa y mucho
cuidado con el teléfono. Ya os contaré en la playa, donde
no se puede escuchar nada.”
Se miraron en silencio y en sus ojos se veía la
preocupación. Qué cosa tan rara, ¿por qué los seguían,
tan importante era lo que estaban buscando, como para
escuchar sus conversaciones? ¿Desde cuándo lo
estaban haciendo? Sergio empezó a preocuparse
seriamente y a arrepentirse de habérselo dicho a Uchy,
¿la estaba poniendo a ella, en peligro? Se sentía
agobiado, pero no sabía cómo dar marcha atrás.
– Qué simpático es Pacoprim. Se nota que te quiere
mucho –dijo Sergio, para que pareciera que todo era
normal.
– Yo también lo quiero; él siempre ha estado en mi
casa y ha formado parte de mi familia. Cuando murió mi
madre, me ayudó mucho con su cariño. -después de
unos instantes de silencio, dijo-: Desde que perdió a su

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madre también, se ha quedado muy solo; era una mujer
muy buena, callada, seria, pero inteligente y cariñosa, se
dedicó a su hijo en cuerpo y alma. Para mi madre, fue
siempre un apoyo y se entendían con una mirada; fíjate
la confianza que se tenían. Aunque él parece un poco
descuidado y cotillo, es una persona estupenda; me
siento un poco culpable porque no le visito con la
frecuencia que se merece, pero con los estudios estoy
muy liada, además, venir a esta casa me trae recuerdos
muy tristes; me da la sensación que voy a encontrarme
con mi madre y luego...
– Seguro que él lo comprende, además, te quiere
mucho y se siente orgulloso de que estudies medicina,
eso fue lo que me dijo cuándo nos conocimos; así que
tranquila. Te dejaré en tu casa, ¿vale?
– Sí, muy bien, te lo agradezco.
Después de dejar a Uchy en la puerta del edificio
donde estaba su casa, Sergio continuó su camino sin
dejar de darle vueltas a lo que les había dicho Pacoprim.
Estaba observando que, efectivamente, el coche gris les
seguía discretamente y ahora le podía ver a una
prudente distancia de su coche.
Estaba entrando a su calle, cuando sonó el teléfono.
Era Uchy que gritaba con desesperación y apenas podía
entender qué le estaba diciendo.
– Por favor, serénate un poco, no entiendo nada de
lo que dices.

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– Han entrado en mi casa, está todo destrozado –
sollozaba– lo han tirado todo por el suelo, estoy muerta
de miedo, ¡no sé qué hacer!
– Voy para allá ahora mismo, mientras, llama a la
policía.
Aceleró sin pensar que estaba en la ciudad;
necesitaba llegar cuanto antes. ¿Qué había pasado?
¿Tendría algo que ver con los que les seguían? Pobre
Uchy, menudo susto tenía.
Cuando llegó, ya estaba allí la policía. Le estaban
preguntando si le habían robado algo.
-No lo sé, está todo por el suelo y no estoy en
condiciones de saber si falta algo. –Lloraba temblorosa,
pero los agentes, parecían no darse cuenta de lo mal que
estaba la chica y seguían preguntando lo que ella no
sabía.
Al ver a Sergio, se abrazó a él volviendo a llorar
desconsoladamente. El la reconfortaba diciéndole que
ya había pasado, que lo importante era que ella estuviera
bien y que le ayudaría a ordenarlo todo para saber si le
faltaba algo, que no estaba sola. Entonces, en el oído le
preguntó sobre el baúl de su madre.
– ¿Qué tiene que ver eso ahora? -dijo separándose
un poco para verle la cara. El volvió a estrecharla.
– Creo que es lo que vinieron a buscar; no creo que
me equivoque mucho. Ya ves que nos estaban
escuchando.

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– No está aquí.
– Vale, mejor.
Llegó un policía para decirles que se marchaban,
que cuando supiera lo que le habían robado, que pasara
por comisaría y le aconsejó que no se quedara esa
noche en la casa.
– Por supuesto que no, te vienes conmigo.
Subieron al coche y llegaron en silencio hasta el
apartamento de él. Sergio no quiso decirle que el coche
gris, todavía les seguía; ya estaba bastante asustada
como para meterle más miedo. Aunque parecía ya más
tranquila, él se daba cuenta de que las piernas le
temblaban.
La sorpresa fue mayúscula al subir al apartamento
de él, cuando vieron que la puerta había sido forzada y
que habían entrado a registrarlo todo. Inmediatamente,
Sergio se dio cuenta de que faltaba su portátil y su Tablet
y que habían destrozado su maleta buscando un doble
fondo. Volvieron a llamar a la policía. La tarde resultó ser
de pesadilla. Les dijeron que buscaran un hotel para
pasar la noche y que por la mañana debían ir a hacer
una declaración a la comisaría.
Los acontecimientos se estaban precipitando y
ellos no sabían qué hacer, ni a quién acudir. Ella escribió:
“Lo mejor será ir a casa de Pacoprim.”
- ¿Crees que es de fiar como para sentirnos
seguros allí?

70
- Por supuesto, lo sé muy bien, cuando lo conozcas
mejor, se te quitara la desconfianza.
Idearon un plan para despistar a los perseguidores.
Llegaron hasta el centro donde había varios hoteles,
aparcaron el coche en una calle estrecha y Sergio le hizo
una foto.
- ¿Por qué le has hecho una foto al coche?
– Es una costumbre que tengo para saber dónde lo
dejo, siempre lo hago cuando no conozco una ciudad.
– Bueno, pero yo sí la conozco.
– Es verdad, no lo había pensado.
Fueron andando y al pasar por unos grandes
almacenes, Sergio dijo que tenía que comprar algo y
entraron. Se dirigieron hasta una tienda de telefonía y allí
compró un teléfono con el que poder hablar con más
tranquilidad.
- Como te dije antes, ahí está la salida que da a la
otra avenida, si vamos por allí, los despistamos y
podremos coger un taxi hasta la casa de Pacoprim –le
susurró al oído, aunque con el ruido ambiente, puede
que no les pudieran escuchar.
Eran más de las diez cuando llamaron a la puerta
de Pacoprim; tardo mucho en abrir, mientras, Sergio se
asomó a la calle con mucho sigilo, para ver si les habían
seguido, parecía que no.
Cuando Pacoprim abrió la puerta, la sorpresa se
reflejó en su rostro.

71
- Pero... ¡¿Qué hacéis aquí?! -se apartó
apresuradamente para hacerles pasar y miró con
recelo antes de cerrar la puerta.
Le contaron en voz baja y resumiendo, lo que les
habían hecho a sus respectivas casas y cómo habían
conseguido escabullirse de sus perseguidores, hasta
llegar allí.
- Lo que me gustaría saber es cómo se dio cuenta
de que nos seguían –le dijo Sergio – También he
pensado que, como nos dijo que nos podían escuchar en
cualquier sitio, ¿cómo es posible que pusieran
micrófonos en todas partes? ¿Incluso en el coche? Eso
no lo entiendo.
- Antes de nada, quiero que me tutees, somos
compañeros en una aventura peligrosa y hay que
dejarse de formalidades, no por eso me vas a respetar
menos. -esperó a que Sergio asintiera con la cabeza-
Mira, cuando llegasteis ayer, vi que se paró detrás de tu
coche, el gris y que, en la ventanilla brilló un pequeño
receptor. La tecnología es maravillosa y sirve para bien
y para mal, como todas las cosas y esos pequeños
receptores, tiene un alcance muy grande, de cientos de
metros y se pueden seleccionar las voces y los sonidos
que interesen; por eso estés donde estés, siempre que
el coche gris esté cerca, podrán escuchar todo lo que
hables, incluso por teléfono oirán lo que te contesten.
- Qué barbaridad. Me dan escalofríos solo de

72
pensarlo. -dijo Uchy, estremeciéndose.
–¡Venga! Antes de empezar a hablar de todo lo
interesante, tenéis que cenar y así os tranquilizáis un
poquito. - Empezó a moverse en la cocina que la tenía
completamente adaptada – Me tenéis que disculpar,
pero yo soy vegetariano y tampoco tengo pan, pero
bueno, algo os pondré.
Mientras tanto, Sergio llamó a su madre.
Estaba muy preocupado por ella, dándole vueltas a
cómo solucionar el problema. Dadas las circunstancias,
el que ella tuviera los antiguos discos duros, le podía
traer muchos problemas; lo mejor es que los guardara en
un lugar seguro. No sabía si a ella le habían intervenido
el teléfono, así que le habló en unos términos que
sorprendieron a los demás.
- Hola Cris, soy yo.
– Hola cariño, ¿cómo estás? Me alegro de
escucharte.
– Mira, tengo poco tiempo, pero quería darte un
recado. ¿Te acuerdas del paquete que me dio Albert? -
hubo un silencio al otro lado.
– Sí, sí, ya sé a qué te refieres.
– Pues es que me ha dicho que lo meta en una caja
y se lo lleve a su madre, la señora Muñoz –ese era el
apellido del director del banco que era amigo de su
familia– yo le he dicho que, como no estoy allí, que te lo
diría a ti, por si quieres hacerme ese favor.

73
– Claro, cómo no.
– Pues eso era todo. Te lo agradezco mucho.
Cuídate. Un beso.
– Igualmente, para ti.
– ¿Tú crees que tu madre ha entendido bien el
mensaje? -le preguntó Uchy.
– No conoces todavía a la gran Cristina Jiménez; mi
madre es excepcional.
– ¿Cristina Jiménez? ¿La escritora es tu madre? -le
dijo Pacoprim abriendo mucho los ojos.
– Sí, esa es mi madre, la mejor del mundo en todo
lo que hace.
– Yo he leído muchos de sus libros y me encanta su
forma de relatar las historias que cuenta; te hace sentir
protagonista y parece que te lee el pensamiento cuando
alguno de sus personajes, expresa sus ideas.
Con una increíble habilidad, preparó una buena
ensalada, unas aceitunas, patatas fritas, frutos secos y
un sin fin de cosas más. Los jóvenes estaban admirados
ante la capacidad de aquel hombre que, a primera vista,
parecía un viejo casi inútil y chismoso; luego pudieron
comprobar, que era un personaje que él se había
inventado para sobrevivir.
Acabada la cena, les llevó hasta un cuartito interior
y pequeño, donde les dijo que sería más difícil espiarlos,
como no tenía ventanas a la calle, no se vería la luz
encendida y podrían hablar todo el tiempo que quisieran.

74
Antes, Sergio volvió a mirar la calle desde la ventana,
pero no había ningún movimiento, ni coches que no
estuvieran cuando llegaron.
Se disiparon las dudas que Sergio había tenido
respecto a Pacoprim, al ver cuál era su verdadera
personalidad, así que se decidió a contarle toda la
historia.
Era muy interesante ver las reacciones que iba
experimentando con cada una de las cosas que le
contaba Sergio; era muy expresivo, se llevaba las manos
a la cabeza, se quitaba el sombrero que llevaba siempre
y se alborotaba el abundante pelo blanco que la cubría,
se daba golpes en las rodillas y hasta se le saltaron las
lágrimas.
Cuando acabó el relato, Sergio estaba agotado;
eran demasiadas emociones en tan pocas horas, pero
Pacoprim dijo que ahora le tocaba a él contarles su parte.
- Mi padre se quedó ciego a causa de la diabetes,
cuando yo tenía once años, por eso, cuando con quince,
me la diagnosticaron a mí, me entró tal depresión, que
no quería ni salir a la calle; entonces mi madre me llevó
al médico y me recetaron el Endorfiral, pero cuando se
lo comenté a tu abuela, ella me contó lo mal que le había
ido a su madre y que había tantas personas afectadas
con el mismo problema, que hasta se había hecho una
plataforma para conseguir que lo retiraran del mercado.
Después de esto, dejé de tomarlo, pero no me hice socio

75
de la plataforma, era sólo un chaval y mi madre tampoco
quería meterse en complicaciones. Al poco tiempo fue
cuando desapareció Lucía y nos reunimos para buscarla;
allí me hice amigo de algunos socios de la plataforma y
ellos me advirtieron que tuviera mucho cuidado porque
esa gente, era muy poderosa y que sospechaban que
estaban detrás de lo que le había pasado a Lucía,
porque tenían noticias de más desapariciones en otras
ciudades.
Yo era muy joven y no le di mucha importancia a
sus advertencias, así que no me cortaba cuando hablaba
de lo malas que eran esas pastillas y de cómo las habían
tenido que retirar del mercado... hasta que una tarde,
cuando volvía del instituto en mi moto, un furgón, que
llevaba tiempo siguiéndome, me arrolló y me dejó tirado
en la calle dándose a la fuga. A nadie le dio tiempo a ver
la matrícula, así que me dejó al borde de la muerte y salió
impune.
Estuve en el hospital muy grave y, al haberme
pasado las ruedas por encima de la pierna derecha, fue
imposible salvarla; la tenía tan destrozada, que no
pudieron recomponerla. Me recuperé bien de las
fracturas de la cadera y del otro fémur.
Mi madre, que era una mujer muy inteligente,
aunque pasaba por sencilla y callada, supo muy bien
cómo debíamos afrontar aquello para que no nos
volvieran a atacar. Dijo a todo el mundo que me había

76
dado un bajón de azúcar y que me caí de la moto y que,
por eso me habían tenido que amputar la pierna. Todo el
mundo se creyó esa explicación y hasta nosotros
también. El que no pudo soportarlo fue mi padre, que
murió al poco tiempo de un infarto.
La farmacéutica quebró a los tres años de la
desaparición de Lucía y la absorbió una multinacional
que se hizo con todo el mercado y lo amplió, de manera
que ahora, prácticamente, es la dueña de todo y está en
todas partes. Se llama: Medic-Inc. Todos los directivos y
ejecutivos de la anterior Oldpharm, se integraron en la
nueva compañía, así que son, prácticamente los mismos,
pero mucho más ricos y poderosos. No es extraño que,
si piensan que existe una amenaza de sacar a la luz, el
escándalo que les hizo fracasar, se defiendan con todo
su poder. ¡Habrá que hilar muy fino!
- Por supuesto, en el hospital universitario, todos
los medicamentos y material médico, es de esa marca, -
dijo Uchy– ahora entiendo las advertencias que me
hicieron. Todo son intereses. Qué asco.
Poco a poco, se iban colocando las piezas del
puzle.
- ¿Funciona bien ese ordenador? -preguntó Sergio
al ver que era algo antiguo.
– Sí, perfectamente, pero no te recomiendo que
hagas ninguna búsqueda, porque lo tienen todo
controlado; según las palabras que pongas, se les

77
dispara la alarma, por eso te han perseguido desde el
principio, ¿Quién crees que os ha registrado la casa?
– No, no es para buscar nada en Internet, es que
tengo una micro memoria donde gravé unos minutos de
las muchas horas que había en los viejos discos duros y
quisiera enseñároslas. Creo que esto es lo que han ido
a buscar a mi casa.
– Me dijiste que tenías las imágenes, pero no donde,
menos mal -dijo Uchy que había estado muy callada
escuchando el relato de Pacoprim; tampoco ella lo
conocía de verdad, hasta ese momento- por eso se han
llevado tu portátil y tu Tablet.
– Yo creo que sí.
Con expectación casi reverente, esperaron que
Sergio metiera la tarjeta de memoria en el ordenador y
que éste la reconociera, pero hubo suerte y pronto
surgieron las imágenes de una estancia con varias
personas alrededor de una mesa, parecía que estaban
desayunando. Pacoprim, no pudo reprimir un grito,
cuando vio de cerca a Lucía que servía el café a los
demás. Estaba exactamente como la recordaba, solo
eran diferentes sus ojos, que reflejaban una inmensa
tristeza y las sombras oscuras que tenía alrededor de
ellos; signos del tremendo sufrimiento por el que estaba
pasando.
Uchy estaba muy atenta y como hipnotizada; no
daba crédito al verse en aquellas imágenes, porque su

78
abuela, era una copia de ella misma o, al contrario.
Pensó: Así seré yo cuando tenga cuarenta años.
Sergio había escogido fragmentos en los que
parecía que la convivencia entre aquellas personas era
buena; no sabía, cuando salió de su casa, a quién
mostraría las imágenes, por eso prefirió que no fueran
demasiado impactantes. Después de quince minutos, se
acabaron y los sentimientos empezaron a aflorar.
- Nunca me hubiera imaginado una cosa así –dijo
Pacoprim, secándose las lágrimas que le corrían por la
cara- Quién me iba a decir que volvería a ver a Lucía.
Me revela que se hiciera una cosa tan terrible con ella,
que era la mejor persona que he conocido.
- Para tu tranquilidad te diré, que ella consiguió
escapar con otra mujer y que vivió el resto de su vida,
por lo menos, con paz, ya que no creo que se pueda
decir que fuera feliz. Ella siempre recordaba a su familia,
pero tenía tanto miedo a que la encontraran, que nunca
intentó buscarles.
– ¡Somos iguales! Siempre me lo dijeron, pero yo no
acababa de creérmelo –dijo la chica, temblando todavía
ante aquella revelación–ahora entiendo por qué el
abuelo no me miraba nunca. Yo pensaba que no me
quería y es que el pobre no soportaba verme porque era
igual que su mujer. También mi madre, algunas veces me
besaba y me acariciaba, pero lo hacía de una forma que
yo sabía que no era a mí. Pobrecita, echaba de menos a

79
su madre.
La noche avanzaba y el agotamiento les hizo
pensar en que debían descansar. Los jóvenes se miraron
sin saber a dónde ir.
- Ya me he dado cuenta de que necesitáis dormir
tranquilos y, si os vais de aquí, no hay garantías de que
lo podáis hacer –les dijo Pacoprim– como podéis
imaginar, esta casa es demasiado grande para mí; yo
tengo mi habitación, pero hay cuatro más, así que podéis
elegir. Yo me acuesto que estoy derrengado.
Por la mañana les despertó el aroma del café y el
tarareo de una canción antigua que les hizo sonreír,
cuando se encontraron en el pasillo; ella iba al baño, él
a la cocina.
– No me fío nada de esa gente que os persigue;
creo que, aunque no sepan que estáis aquí, es muy
posible que tengan la casa vigilada. Ese era el mensaje
que les había escrito Pacoprim, mientras esperaba a que
se levantaran. Cuando les vio venir, les hizo callar con
su dedo en los labios- No os preocupéis, tengo algo que
os ayudará; mientras lo busco, desayunar antes de que
se enfríe. -volvió a escribir.
- Sé que os vais a reír, pero yo he usado todo esto
en muchas ocasiones –les dijo por escrito. Sacó de unas
bolsas, pelucas, vestidos, gafas y bigotes– no os lo he
dicho, pero puedo andar como cualquiera; tengo una
pierna biónica que me va a las mil maravillas y no se me

80
nota el cojeo, así que puedo ir a donde quiera sin que
me reconozcan. Hay que protegerse como se pueda. -
volvió a escribir.
Uchy y Sergio le miraron con una interrogación en
los ojos.
– “Ya os contaré mi vida secreta cuando podamos
hablar. Ahora, vestiros y salir con total libertad, como dos
buenas amigas.”
Uchy se puso una peluca rubia de pelo corto, unos
pantalones apretados y gafas de sol; tenía que disimular
el color espectacular de sus ojos. Por su parte Sergio, se
vistió de chica de larga melena morena, escondiendo su
pelo rubio y largo; se pintó los labios de un brillante color
rojo, se puso unos vaqueros gastados y unos zapatos de
tacón que le causaron vértigo, pero que, después de
unos paseos por el pasillo, los pudo dominar.
- No estoy muy seguro de poder andar por la calle
con naturalidad subido en estos tacones ¿no sería lo
mismo con unos zapatos planos?
- No, no, tú tienes que ser una chica espectacular y
con zapato bajo, se elimina el glamour -fue las razones
que le dio Pacoprim para que se convenciera de que era
mejor llevar los tacones.
Salieron con toda la naturalidad de que fueron
capaces y, sin que se notara, miraron a su alrededor para
ver si estaba el coche gris, o alguno que les hiciera
sospechar. No vieron nada. En la terraza de la cafetería,

81
estaba como siempre, con su descafeinado con sacarina,
Pacoprim que, al ver a las chicas, les dijo: Buenos días,
señoritas. Ellas pasaron sin dirigirle siquiera una mirada.
Dieron una vuelta más larga de lo que era
necesario, se metieron en una cafetería, de donde
salieron con su personalidad recobrada y una bolsa con
su disfraz. Ella tenía el tiempo justo de llegar a su primera
clase y él se fue a por su coche.
A pesar de que recordaba perfectamente donde lo
había dejado la noche anterior, no pudo encontrarlo. Miró
la foto que había hecho y comprobó que no se había
equivocado de calle. Simplemente, su coche había
desaparecido. Se temía lo peor y decidió ir a la policía y
denunciar su robo.
Después de las revelaciones de la noche anterior,
empezaba a entender en el gran embrollo que se estaba
metiendo. Jamás pensó que aquella gente pudiera ser
tan peligrosa y tener tantos recursos.
Al llegar a la comisaría y decirle a un policía qué
era lo que venía a denunciar y que también tenía que
hacer una declaración por el asalto a su casa, éste le
pidió que esperase, que le recibiría un inspector. Al cabo
de un cuarto de hora, apareció un hombre relativamente
joven, de aspecto corriente, pero de ojos profundos que
parecían traspasarlo todo, como si se trataran de rayos
x; lo llamó desde la puerta de un despacho y le pidió que
se sentara. Después de contarle todo lo que les había

82
pasado la tarde anterior y la desaparición de su coche,
esperó que el inspector le hablara.
- Antes de nada, debo pedirle disculpas por no
presentarme como es debido –se levantó y le estrechó
la mano– Víctor Fuentes, a su disposición. Su caso me
parece muy interesante y extraño, siendo que usted no
vive aquí y que, por lo tanto, se podría decir que no tiene
enemigos. ¿Por qué cree que le están atacando de esta
manera?
Sergio pensó un instante en decirle cualquier cosa
que justificase lo que estaba pasando, pero no sabía por
qué, este hombre le causó una sensación de confianza
y seguridad, que decidió contarle parte de la verdad.
– Soy periodista y estoy haciendo una investigación
sobre unos laboratorios que desaparecieron hace unos
cincuenta años; me está costando mucho encontrar
información sobre este tema y creo que todo esto, es una
advertencia para que no saque a la luz algo que les
perjudique.
Le dijo el nombre de los laboratorios y el de la
empresa que los había comprado cuando quebraron.
- ¡Ajá! Ahí tenemos el motivo, pero ¿la chica qué
tiene que ver con todo esto?
– Pues solamente que ella está estudiando
medicina y ha buscado en la biblioteca de la facultad
información y allí ya le han dicho que no se meta en
problemas.

83
– Esto es muy interesante y si me lo permite, voy a
hacer algunas averiguaciones y ya le tendré al tanto -dijo
el inspector– Por supuesto que buscaremos su coche.
Ah, y si me permite darle un consejo: sean muy discretos
en todo lo que hagan, parece ser que hay gente
dispuesta a todo.
– Claro que tendremos mucho cuidado, ya nos han
asustado bastante. Gracias por su consejo y por su
interés.
– Le mantendré informado respecto a su coche y
sobre los laboratorios, haré lo posible por encontrar algo,
no le aseguro nada.
Salió a la calle con algo de tranquilidad, le gustó
aquel hombre, parecía muy dispuesto a ayudarles y eso
le hacía sentir que no estaban solos, que por lo menos,
un policía estaba de su parte, aunque no supiera toda la
historia.
Llamó a Uchy y quedaron para comer juntos donde
siempre. Sabía que lo más seguro es que ya les
estuvieran siguiendo, así que, mientras esperaba a que
ella apareciera, escribió un mensaje: No quiero que te
asustes, pero me han quitado el coche; seguramente
siguen buscando y creen que está allí.
He ido a la policía a denunciarlo y a hacer la
declaración sobre el asalto a mi casa. He conocido a un
inspector que me ha gustado y le he dicho una pequeña
parte del asunto que nos tiene así; me ha dicho que

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investigará y que me tendrá informado.
Si cuando tú vayas a declarar por lo de tu casa, te
preguntan algo sobre el tema, tú no sabes nada, solo que
preguntaste en la facultad por un medicamento antiguo,
nada más. Es mejor así. Yo no le he dicho mucho más al
inspector.
Ah, se me olvidaba, esta noche dormiremos en el
mismo sitio de ayer y te pones igual de guapa. ¿Ok?
Cuando Uchy llegó, se saludaron con normalidad y
él le dio el mensaje; mientras lo leía, se sentaron en una
mesa frente al ventanal desde donde podían ver la calle;
de momento no había rastro del coche gris, pero, puede
que hubieran cambiado de coche para despistarles.
Al acabar de leer, ella le miró con sorpresa y
preocupación, pero no comentó nada.
- Tengo que ordenar mi casa para saber si falta algo
–le dijo– las chicas, Diego y Rafa, han quedado en que
me ayudaran esta tarde. ¿Vendrás tú?
– Por supuesto, cómo no voy a ayudarte. Eso sí,
luego, mañana si puedes, tendrás que ayudarme tú en la
mía –le sonrió– pero no hace falta decirle nada al grupo;
es mejor que no sepan que a mí me ha pasado lo mismo.
– Lo entiendo. -dijo ella– Después tendré que ir a
comisaría. Qué poca gracia me hace.
– También lo entiendo.

En el departamento informático de Medic-Inc, saltó

85
la alarma de búsqueda; el joven que estaba trabajando
en ese momento, llamó inmediatamente a la Directora
del Departamento de Seguridad Nina Arenas.
- ¿Cuál es el problema? -preguntó ella.
– Ha sido hecha una búsqueda de Oldpharm y de
Endorfiral.
– ¿Desde dónde y por quién?
– Ha sido desde Carlella por un equipo a nombre de
Sergio Jiménez, periodista redactor de la Agencia
Independiente de Noticias, A.I.N. residente en Los Valles
–dijo el chico mirando la pantalla donde estaba la
información– ha hecho varios rastreos abriendo muchas
páginas, aunque no ha encontrado nada, porque no hay
ninguna información. Ha intentado consultar en la
Ciudad de la Justicia las denuncias hechas por los
afectados del Endorfiral, pero se le ha negado el permiso.
También querían buscar en un Vademécum en la
facultad de medicina, pero tampoco allí se encuentra
información. De hecho, no existe nada que se pueda
consultar sobre ese tema.
- ¿Quién ha consultado el Vademécum?
– Una estudiante de cuarto de medicina: Lucía Abad.
– Bien, pásamelo todo.
La directora Nina Arenas, entendió que ese tema
correspondía al jefe del grupo S. Plus. Con toda la
información dio orden de actuar para detener a los
intrusos que podían poner en peligro la organización,

86
sacando a la luz unos acontecimientos del pasado que
no beneficiarían en el presente, dadas las leyes de
transparencias vigentes y los controles de calidad.
Medic-Inc estaba completamente limpia y, en la fecha
actual, nadie relacionaba la empresa con los antiguos
laboratorios Oldpharm, y debía continuar así.
Unos días después, recibió al jefe del grupo S. Plus,
Diego Hernan, para que le informara sobre los resultados
de las acciones para detener la investigación del
periodista.
– Os habéis vuelto locos. ¿Cómo es posible que se
haga un trabajo tan tosco y majadero que más bien
parece de la edad media? -la mujer era una furia– No
puedo creer que hayáis entrado a registrar los
apartamentos de esas personas que, naturalmente, han
hecho denuncias ante la policía. Esto es lo último que
necesitamos, una investigación policial. ¿Habéis robado
el coche de una persona que no es de aquí? Parecéis
una panda de novatos.
El de seguridad se justificó hablando de los
supuestos documentos que la chica dijo tener de su
madre relacionados con las denuncias que tanto
interesan al periodista y también de las imágenes que
Sergio le quería mostrar de unas personas,
supuestamente secuestradas por los hombres de los
laboratorios Oldpharm y que, una de ellas, era la abuela
de la joven. Pero no encontraron nada; ni siquiera en los

87
discos duros del portátil y la Tablet del chico. Son gente
sin importancia.
– Esos son los más peligrosos. ¿Es que no sabes
que la tecnología nos puede ayudar de una forma
invisible, sin tener que llamar la atención? ¡Es posible
que sea yo quien se lo enseñe al jefe de seguridad de la
empresa más importante del país!
– Ya lo hemos hecho. Les seguimos con un
dispositivo de escuchas de larga distancia.
– ¿Habéis sacado algo importante de esas
escuchas?
– No, todavía no.
– Pues quiero resultados urgentemente. No
escatimes medios, ni esfuerzo y acaba cuanto antes con
este problema. Ah, y tenme informada de cada paso que
den.
– Sí, señora.

Durante tres horas, estuvieron ordenando,


limpiando y desechando las cosas inservibles. Acabaron
cansados y preocupados. Los amigos, porque no tenían
ni idea del porqué de aquel registro y los interesados,
porque no sabían qué les esperaba los días siguientes.
Cuando Uchy hubo despedido a sus amigas y a los
chicos, lo que más necesitaba era una buena ducha y
descansar... pero tenían que ir a casa de Pacoprim para
poder dormir sin miedo. Le escribió un mensaje a Sergio:

88
Como no tienes coche, he pensado sacar el de mi madre
que está abajo, en el garaje; no lo he sacado desde que
ella murió, así que es completamente seguro.
Él le contestó: De acuerdo. Te espero en la puerta
de la avenida del centro comercial. Esta vez, vístete de
chico, yo seguiré siendo la morena del otro día.
- Espera, tienes un bicho en la camiseta -dijo la
chica, intentando quitárselo, cuando ya se iba– parece
una polilla, pero se ha enredado en el tejido y no puede
volar.
– A ver. -Sergio se quitó la camiseta con cuidado, no
quería hacerle daño al animal- Vaya, qué sorpresa -lo
miró detenidamente y le pidió a Uchy que trajera un
recipiente para poder meterlo. Ella buscó uno de cristal
y se lo dio.
– ¿Pero qué haces metiéndolo en el armario?
– No es un insecto cualquiera, es un Cybug –le dijo
muy cerca del oído.
– ¿Que?
– Es un espía. Cuando el insecto está incubándose
en el huevo, le implantan un nano chip que puede
mandar imágenes y localización; está dirigido y nos
puede seguir sin ser advertido. Menos mal que te has
dado cuenta.
- Eso es terrible. ¿Es que no nos podemos librar de
esa gente?
– No te preocupes, este animal es muy caro y no

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creo que tengan muchos más. Me sorprende que
dispongan de algo así; he leído que solo lo tienen los
espías de los gobiernos.
De momento, con mucha cautela, seguiremos con
nuestra vida sin darles nada que les interese.
Sergio se fue a su casa a ducharse y vestirse como
habían quedado. Una hora después, aparcaron dos
calles por detrás de la casa de Pacoprim y fueron
andando, cada cual por una distinta y entraron al portal,
también por separado. Siempre mirando a su alrededor
y, ahora también, pendientes de los bichos voladores.
Todas las precauciones, eran pocas.
Esa tarde, decidieron que había llegado la hora de
que Pacoprim les contara lo que siempre decía que
tenían que saber. Para tener la completa seguridad de
que nadie les seguía, volvieron a bajar cada cual, con su
disfraz, pero esta vez, la chica morena iba acompañada
por un señor alto, elegante y sofisticado, que la llevaba
del brazo como si fuera un señor de otros tiempos.
Pacoprim, en realidad Francisco Torres, Francisco
es como le gustaba que lo llamaran quienes sabían
quién era de verdad, tenía una altura que no se
apreciaba cuando estaba sentado en su silla de ruedas;
era un hombre maduro, delgado y muy atractivo, con una
abundante cabellera blanca que siempre llevaba tapada
por un sombrero, ya fuera de día o de noche, cuando se
trataba de Pacoprim.

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Con todas las precauciones, llegaron hasta el
coche de la madre de Uchy y Francisco les fue guiando
hasta un paraje desconocido por la chica, pero de unas
vistas maravillosas, donde podía verse el mar hasta el
infinito y las montañas verdes y lejanas, que parecían
resguardarles de todo lo malo.
Allí, sentados en un mirador, escucharon lo que
todavía desconocían de la historia de Francisco.
- Como ya os dije la otra noche; después del
accidente, sufrí la depresión más fuerte que os podáis
imaginar; aunque han pasado muchos años de aquello,
el trauma sigue dentro de mí; reconozco que no he sido
capaz de quitarme el miedo, porque sé lo poderosos que
son. Es por eso, que me inventé el personaje de
Pacoprim, el pobre desgraciado que se quedó en la edad
de quince años y que, aunque la ciencia puede
devolverle la movilidad, él sigue pegado a su silla de
ruedas del siglo pasado; que ha dependido por completo
de su madre hasta que se quedó solo y que se dedica a
cotillear y meterse en la vida de todo el mundo, porque
no tiene fuerza, ni voluntad para sobreponerse a su
desgracia. Tengo mi casa adaptada a mi silla, como si no
pudiera ponerme de pie; le he hecho creer a todos los
vecinos, que vivo de la humilde pensión que me ha
quedado por la invalidez. Sin embargo, hace muchos
años que un tratamiento alternativo, porque no me fío de
la medicina, me curó la diabetes, mi vida es activa y

91
tengo un buen sueldo. Soy asesor técnico de una
empresa que me permite hacer mis trabajos en casa y
que, una vez al mes, llevo personalmente hasta la central
que está en Vesca, una ciudad a sesenta kilómetros de
aquí. No tengo la necesaria confianza para hacerlo por
Internet; ya sabéis que todo está controlado en la red y
si quiero que sigan creyendo en mi invalidez, no puedo
trabajar por Internet. De todas formas, este juego
terminará muy pronto, voy a jubilarme dentro de unos
meses.
He tenido siempre contacto con la plataforma de
afectados por el Endorfiral, aunque por desgracia, ha ido
desapareciendo poco a poco, porque sus miembros, han
sido víctimas de accidentes, desapariciones y
enfermedades raras y los pocos que quedamos,
tenemos tanto miedo que ya casi no nos comunicamos.
Desconocíamos por completo la historia del
secuestro de algunos afectados y que dos mujeres
hubieran sobrevivido; esto lo cambia todo y si me
permitís el consejo, si hay que hacer algo, lo haremos
nosotros, no la plataforma que, como os he dicho, está
casi desmantelada y sus miembros son muy mayores -
los jóvenes asintieron en silencio– vosotros tenéis algo
muy valioso, que son las imágenes que testifican que el
secuestro fue real. Ahora lo más importante, es hacerles
creer que os habéis dado por vencidos y que, al no
encontrar ninguna información sobre el tema, dejáis de

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estar interesados.
Vivir vuestras vidas como si nunca os hubierais
enterado de nada y, si tú, Sergio, quieres seguir aquí,
debéis hacer como que tenéis un romance y de esta
manera se justificaría que siempre se os vea juntos.
Los jóvenes se miraron y luego a Francisco.
– Francisco, si tienes una vida ordenada y un
trabajo que te permite disfrutar de ella, -le preguntó la
chica- ¿por qué no tienes una familia? No estarías tan
solo, ni tendrías que fingir que eres otra persona.
– ¡Ah! Ese tema es muy delicado. Ya os he dicho
que el accidente me rompió la vida, pero lo que más me
dolía, era que Sara, tu madre, no me quisiera. Ella era
muy cariñosa conmigo y siempre me trató muy bien, pero
cuando le dije que la quería, la pobre pasó un mal
momento, porque no sabía cómo decirme que ella no
sentía lo mismo que yo, sin herirme; era así de
considerada. He estado enamorado de Sara toda mi vida,
porque todavía lo estoy. Para mí no ha habido ni habrá
otra mujer a la que pueda querer como a ella, ni que sea
tan maravillosa como ella...bueno, es que nadie resiste
las comparaciones. Por eso estoy solo y me alegro,
porque así tengo el silencio necesario para recordarla.
– Me gustaría saber -dijo Sergio, pensando todavía
en el tema que le había llevado hasta allí– después de
tantos años, ¿qué es lo que ha hecho la plataforma,
aparte de denunciar y conseguir que se retirase el

93
medicamento, que no es poco? ¿No han conseguido
demostrar que los accidentes o las desapariciones
tenían algo que ver con los laboratorios?
– Pues no. Ten en cuenta que, posteriormente a las
denuncias, los laboratorios cerraron poco más de unos
tres años después y desapareció toda la información que
pudiera haber de ellos, no quedó ni rastro; como has
podido comprobar.
– Pero la policía que se hizo cargo de las
desapariciones y los accidentes ¿no encontró ninguna
conexión con las denuncias? -dijo Uchy– ¿La plataforma
no les hizo ver esa relación?
– La policía se tapó los ojos, o se los taparon;
cumplieron con lo que debían ante la opinión pública y
no sacaron nada a la luz. Ya os digo que eran muy
poderosos y el dinero y los chantajes, hacen de los más
honrados, delincuentes. Por lo menos en aquellos
tiempos, ahora no lo sé, parece que hay nuevas leyes
que no toleran la corrupción y tienen más controlados a
los poderosos. -se pasó una mano por la cara, con gesto
de impotencia-. Lo que pasa es que nos hemos dado por
vencidos; todos los delitos han prescrito después de
tantos años.
– Sí, eso es verdad –dijo Sergio con un tono algo
más enérgico– pero lo que no puede prescribir, es el
escándalo que va a formarse cuando la prensa de todo
el país, publique, por todos los medios, el pasado de los

94
prestigiosos laboratorios Medic-Inc. Y se puedan ver los
vídeos de las personas que sufrieron un secuestro
asesino. Porque os recuerdo, que allí murieron cuatro
personas inocentes.
– Eso es, porque los otros accidentes, no se pueden
demostrar como provocados por ellos, pero esas
muertes de la montaña, sí se podrán demostrar. -Uchy
se había levantado y se dirigió a ellos convencida de su
razón-. Espero que un día se haga justicia con esa gente.
- Francisco, no te hemos contado lo último que nos
han hecho.
Así le fueron diciendo lo de la desaparición del
coche de Sergio, el Cybug que les seguía; lo que
sorprendió mucho a Francisco, porque nunca había oído
hablar de semejante espía. También le contaron el
encuentro con el inspector Víctor Fuentes que pareció
muy interesado en ayudar, investigando por su cuenta.
Se les estaba haciendo tarde y estaban muy
cansados, así que volvieron a casa de Pacoprim y éste
volvió a sentarse en su silla y a ponerse el sombrero.
Tanto Uchy como Sergio, siempre que iban a casa
de Pacoprim, se dejaban sus teléfonos en sus
respectivos apartamentos; sabían que, aunque
estuvieran apagados, podían ser rastreados y conocer
su ubicación. De esta manera, no sólo se protegían ellos,
también lo hacían a Pacoprim.
Cuando esa mañana, Sergio encendió su teléfono,

95
encontró varias llamadas perdidas de un número que,
por sus muchos dígitos, debía ser de un organismo
oficial. Pensó que sería de la policía dándole noticias de
su coche y, efectivamente, cuando devolvió la llamada,
le contestaron diciendo que habían encontrado el coche
y que debía personarse en la comisaría para ir a
recogerlo. También le dijo el oficial, que el inspector
Fuentes, quería hablar con él.
Después de ducharse y recuperar su personalidad,
dejando para otro momento su otro yo de mujer morena,
se fue a la comisaría. Nada más llegar, le dijeron que el
inspector le esperaba en su oficina; a Sergio le pareció
algo raro ese interés por parte de este señor, pero no se
imaginaba todo lo que iba a descubrir ese día.
- Pase, pase, señor Jiménez -dijo el inspector,
levantándose de su sillón detrás de la mesa y
estrechándole la mano– lo primero es informarle de que
hemos encontrado su coche, si se le puede llamar así.
– ¿Qué quiere decir con eso?
– Pues que no queda de él, nada más que el chasis;
lo han desguazado completamente. Espero que usted
me diga por qué le han hecho eso.
– ¿Se lo tengo yo que decir? Pensé que serían
ustedes los que podrían averiguarlo.
– Mire, señor Jiménez, tengo veinte años de
experiencia en la policía y he visto muchas cosas. Es
deducible que, si entran en su casa, lo revuelven todo y

96
hacen lo mismo en su coche, es que están buscando
algo.
– Pues, no sabría qué decirle.
– Yo creo que sí, que lo sabe perfectamente y, si me
permite aventurar algo, tiene que ver con su interés en lo
que me contó el otro día.
– Qué quiere que le diga, no veo la relación.
– Venga, acompáñeme –se levantó y empezó a
andar por un largo pasillo mal iluminado– no se asuste,
pero quiero que podamos hablar con total seguridad de
que nadie pueda interrumpirnos.
Abrió una puerta metálica que necesitaba una
buena mano de pintura, encendió unos fluorescentes
muy antiguos que le daban un brillo siniestro a la mesa y
dos sillas que había en aquel cuartucho sin ventanas y
con olor a moho.
Sergio estaba asustándose más con cada
momento que pasaba; pensaba que se estaba metiendo
en la boca del lobo sin haberlo sospechado. Allí, en el
fondo de un edificio donde, estaba seguro, no se oirían
los gritos de nadie por más que se esforzara, estaba a
merced de un desconocido que podría justificar cualquier
cosa por ser policía y él no tendría ninguna oportunidad
de defenderse.
Empezó a sudar y la sensación de su ropa pegada
al cuerpo, le ponía mucho más nervioso y la angustia se
apoderaba de su cerebro temiendo no ser capaz de

97
escapar de aquella encerrona. Qué tonto se sentía por
haber pensado que se podría confiar en un policía. Las
redes del poder, eran muy grandes y de todos era sabido
que no se escapaban de ellas ni siquiera los cuerpos de
seguridad que, en principio, estaban para proteger a los
ciudadanos de los delincuentes, pero dentro de ellos,
también se podían encontrar con más frecuencia de lo
que se esperaba.
- Siéntese Sergio, ¿puedo llamarle por su nombre?
-le preguntó, mientras cerraba la puerta y le echaba el
cerrojo.
– Sí, sí claro. -respondió con un hilo de voz. Casi se
estaba mareando, aunque quería que no se le notara el
miedo, le era imposible respirar sin jadear.
– Vamos a ver –dijo el inspector, sentándose frente
a él– ahora es imposible que nos escuchen; este cuarto
está insonorizado, se usaba para los interrogatorios más
difíciles hace muchos años, cuando no se quería que se
oyeran los gritos y lamentos de los detenidos cuando
eran interrogados de una forma brutal; ahora eso ya no
está permitido, se respetan los derechos humanos, ante
todo.
Sergio se sujetaba una mano con la otra para
detener el temblor incontrolado que se estaba
apoderando de todo su cuerpo. Rogaba desesperado,
que no se desmayara, sería terrible estar indefenso y
darle vía libre a aquel hombre para hacer con él lo que

98
quisiera.
– Sergio, tranquilícese; le veo nervioso y no hay
motivos para eso. Sé que tiene miedo porque imagina
que se ha equivocado conmigo, pero yo le voy a contar
algo que le va a quitar esas sospechas. Usted está
investigando unos hechos de hace mucho tiempo, pero,
no sé por qué razón, le interesan mucho, tanto que está
dispuesto a continuar, aunque le hayan destrozado la
casa y el coche. ¿Me equivoco?
– No, es verdad.
– Pues le voy a dar una información de primera
mano que, tal vez pueda servirle. A cambio, quiero que
me cuente sus motivos para haber venido hasta aquí
desde tan lejos y meterse en una trama que, poco más
o menos, podemos calificar de mafiosa. Me arriesgaré a
decirle cosas que no he contado a nadie, pero, si de algo
me sirve la psicología que estudié, creo que puedo
confiar en usted.
Yo soy hijo de una afectada por el Endorfiral; no he
conocido a mi madre, porque desapareció cuando yo era
poco más que un bebé; me han cuidado mis abuelos y
mis tíos, pero siempre me hablaron de mi madre que era
una chica preciosa; con dieciocho años tuvo un
accidente que la dejó parapléjica; aun así ella supo vivir
como una chica cualquiera de su edad, estudiaba y se
divertía con su grupo de amigas; conoció a mi padre y
fruto de esa relación, nací yo, luego él, no se

99
responsabilizó y como he dicho, mis padres fueron mis
abuelos.
Mis tíos siempre relacionaron la desaparición de mi
madre, con el hecho de haber denunciado a la
farmacéutica que comercializó el Endorfiral que mi
madre había tomado para superar la depresión que le
produjo el abandono de mi padre. Ellos han formado
parte de la plataforma de afectados y han intentado, por
todos los medios, que se hiciera una investigación que
relacionara la desaparición de mi madre y de otras
personas más, pero no consiguieron nada.
Ellos ya murieron y yo, que me hice policía para
hacer todo lo posible para que las injusticias no acaben
impunes, tampoco he conseguido nada. El otro día,
cuando me dijo lo que había venido a hacer aquí, vi una
puerta abierta para conseguir saber algo más.
Mientras iba escuchando el relato del policía, se le
iba poniendo un nudo en la garganta. Ya no temblaba y
el miedo se había esfumado ante la certeza de que
estaba ante el hijo de Laly, o como se llamaba de verdad:
Elisabeth o Ely, una de las secuestradas en la montaña.
Sin ser consciente, se le llenaron los ojos de lágrimas.
– Sergio ¿Qué le pasa? ¿Por qué está llorando? Ya
puede ver que he tomado todas estas precauciones para
evitar cualquier escucha, no para meterlo en una
encerrona.
– Sí lo sé y se lo agradezco, porque nos han estado

100
siguiendo con un dispositivo de larga distancia para
escuchar todo lo que decíamos. Lo que pasa es que
tenía miedo de que usted fuera uno de ellos y todo
acabara en este cuarto.
Ya sin reservas, Sergio le contó todo y, cuando le
dijo que tenía imágenes de su madre, también Víctor
Fuentes lloró sin poderlo evitar. También le dijo que era
eso, precisamente, lo que estaban buscando al
registrarlo todo. Le dijo que las llevaba en una micro
memoria siempre con él. Le contó la relación que había
con la otra víctima del asalto de su apartamento, la chica
que había intentado sacar información de la facultad de
medicina.
Conforme iba escuchando el relato de Sergio,
Víctor Fuentes, sentía una euforia desconocida en él;
sabía que, gracias a aquel encuentro, podría hacer más
que en todos sus años de policía, siempre alerta a
cualquier signo que le llevara a encontrar un camino que
le quitara la incertidumbre de su vida.
Lo primero que debían pensar, era en buscar un
sitio donde reunirse y que fuera seguro. A Víctor le
extrañó que Medic-Inc, pudiera disponer de un Cybug;
eso quería decir que estaban dispuestos a defenderse,
costara lo que costase. Sí, eran poderosos y peligrosos.
Se imaginaba el enfado que tendrían al ver que Sergio
les había descubierto y que tenía secuestrado su
“juguetito” en un frasco de cristal. Por una parte, les

101
había dado un pequeño margen de maniobra, pero lo
que tenían que temer, eran las próximas medidas que
tomarían que, dado el trabajo que ya habían hecho, se
suponían muy violentas. Estaba muy preocupado, sobre
todo por Sergio y la chica, pero también estaba dispuesto
a continuar; ya habían pasado demasiados años
impunemente y era hora de que, por lo menos, se
supiera la verdad, si es que no se podía hacer nada más,
porque, esos delitos, habrían prescrito.
– Yo creo que lo mejor es continuar yendo a la casa
de Pacoprim –le dijo Sergio– hasta ahora no nos han
descubierto.
– Sí, pero eso ha sido hasta ahora. Ten en cuenta
que van a redoblar los esfuerzos y, conociendo un poco
sus métodos, os van a encontrar, aunque os metáis
debajo de las piedras.
– Entonces ¿qué podemos hacer?
– La idea de que os deis por vencidos, es la única
que parece más sensata. Hablar entre vosotros y decir
que ha sido una pérdida de tiempo...etc. A ver si cuela. Y
lo del romance, está muy bien pensado. Tengo ganas de
conocer a Pacoprim, creo que por lo que me has contado,
es un personaje digno de admiración.
– Lo es.
– Buscaré Prisioneros del aire, tengo mucho interés
en leerlo, pero lo que de verdad me gustaría, es conocer
a tu madre; pensar que ella pudo hablar con las personas

102
que vivieron el secuestro, es realmente impresionante.
Víctor Fuentes era un hombre de cincuenta y un
años, serio, de estatura media y de ojos profundos; no
era guapo, pero tenía un atractivo importante, que no se
apreciaba al primer golpe de vista, pero cuando se le iba
conociendo mejor, resultaba irresistible; era inteligente,
sagaz y tenía el don de conocer a las personas a los
pocos minutos de hablar con ellas; eso le había sido muy
útil en su profesión.
Hacía diez años que su mujer había muerto en un
accidente de avión y, como no habían tenido hijos, él
estaba solo; eso le había hecho meterse de tal manera
en el trabajo, que se podía decir que no tenía otra vida.
El encuentro con la historia de su madre, le estaba dando
nuevas ganas de luchar. Cuando Sergio le dijo que podía
verla, el impacto fue tremendo; su corazón se disparó y
no se veía capaz de esperar al momento oportuno para
poder conocerla, escucharla hablar, reír, llorar... era
urgente encontrar el sitio seguro donde poder poner las
imágenes.
Decidieron seguir el plan de darse por vencidos,
pero esa tarde irían a casa de Pacoprim, cada uno por
su lado y Sergio y Uchy, disfrazados.
El joven estaba dándole vueltas a todo lo que le
había contado Víctor Fuentes. Parecía que el mundo era
muy grande, pero por casualidad o no, hay quien dice
que la casualidad no existe, se había encontrado,

103
precisamente, con el hijo de Ely. Le pareció ver la cara
de sorpresa que pondría su madre cuando se lo contara
todo. No habían podido comunicarse, no era seguro,
pero estaba convencido, conociéndola, de que la
impaciencia se apoderaba de ella cada día que pasaba
sin saber cómo iban las cosas...y cuando viera a Uchy,
eso sí que sería impactante para ella que había conocido
a su abuela. Tendrían que tener paciencia, tanto él como
su madre, porque, según estaban las cosas, su estancia
en Carlella, iba para largo.
Sergio fue a recoger a Uchy a la puerta de la
facultad; cuando la vio llegar, se acercó a ella y la besó.
– Tranquila, ya te contaré -dijo mientras la abrazaba.
Ella se dejó hacer algo reticente, pero ya no sabía
cómo debía actuar, con tantas cosas que le estaban
pasando últimamente, sólo le quedaba seguir el juego.
Fueron andando hasta la casa de ella, cogidos de la
mano.
– Pobrecito. He pensado que no hay derecho a
tener encerrado a este bicho -le dijo, mientras sacaba el
tarro de cristal donde revoloteaba la polilla, del armario
donde lo había dejado– desde que era pequeño, siempre
quise tener uno, pero mi madre me decía que no era de
chicos buenos maltratar a los animales, sean del tamaño
que sean, así que nunca pude tenerlos. Me ha tentado
este, pero la conciencia no me ha dejado tranquilo, así
que lo voy a soltar. -todo esto lo decía poniendo cara de

104
bueno e inocente.
– Haces bien. A mí me dio mucha pena que lo
metieras ahí.
Abrió la ventana y lo dejó salir; el pobre estaba algo
aturdido, pero en cuanto sus alas sintieron el aire, se fue
con mucha rapidez.
– ¿Estarán en la calle con el coche escuchándonos?
-preguntó Uchy, abrazada a Sergio para poder hablarle
al oído y esperando que él le dijera que no.
Él había mirado bien, mientras soltaba el bicho y no
vio nada, pero tampoco podía estar seguro. Como le
había dicho Víctor, la reacción que tendrían los
perseguidores al ver que se habían quedado sin el
Cybug, podía ser temible.
– Te invito a comer y, como hoy no tienes clase,
podríamos ir a la playa, ¿qué te parece la idea?
– Estupenda, así no tengo que preparar nada, ya
sabes que eso de cocinar, no me gusta mucho, además,
tengo ganas de bañarme en el mar, creo que hace mil
años que no lo he hecho.
Mientras ella se cambiaba de ropa, Sergio le contó
cómo se había encontrado su coche; eran solo hierros
inservibles y lo peor de todo es que le cobraron una
buena pasta por sacarlo del depósito municipal y luego
por llevárselo con una grúa al desguace. Desde que
estaba allí, le había tenido que cambiar las ruedas y
ahora, no le quedaba ni el coche. Acabó por decirle que

105
no le quedaba otro remedio que comprar otro, con la
esperanza de que los gamberros que la habían tomado
con él, lo dejaran en paz.
Intentaban hablar con naturalidad sin mencionar
para nada el tema de los laboratorios; era como si nunca
les hubiera interesado.
Una vez que se instalaron en la arena de una playa
paradisíaca, bajo una sombrilla enorme, ya estaba
Sergio preparado para contarle a Uchy, todas las
novedades de la mañana.
- Tenemos una ayuda estupenda para poder seguir;
un policía siempre tiene más credibilidad y
oportunidades para llegar a donde nosotros nunca
podremos, además, está al cien por cien con nosotros,
le interesa tanto como a ti, porque se trata de conocer a
su madre –aunque era más seguro hablar en la playa,
como les había dicho Pacoprim, lo hacían con las
cabezas juntas y en susurros- ¿qué piensas de hacer
como que tenemos un romance?
– Es buena idea, así, como dice Pacoprim,
podemos justificar el que siempre estemos juntos –decía
ella, con un tono impersonal que dejó a Sergio un poco
decepcionado– también estoy de acuerdo en fingir que
ya no estamos interesados en el tema. Esperemos que
se lo crean.
– Es que, cuando he soltado la polilla, tenías una
cara de desconfianza tremenda y yo no quería decirte

106
nada por si acaso.
– Bueno, pero ya ves que no he hablado porque me
imaginaba algo así.
– Perdona por dudar.
– No hay nada que perdonar. Estamos en una
situación que a cada momento cambia, así que se puede
esperar cualquier cosa.
Esa tarde, cuando Sergio les presentó a Víctor, las
reacciones fueron muy diferentes a como él las había
imaginado. Uchy le estrechó la mano con mucha frialdad;
sin embargo, Pacoprim estaba encantado del nuevo
miembro del grupo y, en pocos minutos, se trataban
como amigos de siempre.
Víctor se quedó muy impactado ante Uchy; sus ojos
eran maravillosos, pero le recordaban a alguien que no
supo relacionar. La chica era muy guapa; su larga
melena de un negro intenso, sus facciones perfectas y
su piel como la porcelana; era alta, de piernas largas y
bien formadas, había que reconocer, que era preciosa,
pero le pasaba como a mucha gente cuando la veía por
primera vez: sólo importaban sus ojos.
Ella no sabía por qué, pero sintió un enorme
rechazo al ver a Víctor. Conforme la noche avanzaba y
la conversación se hacía más interesante, ella seguía en
silencio; sabía que no era eso lo que se esperaba de ella,
pero no podía quitarse de la cabeza la fobia que sentía
por Víctor Fuentes... ¿Fuentes? ¡Fuentes! ¡Eso es! -

107
pensó. Así que, para que no se dieran cuenta los demás
de la tormenta que había dentro de su cabeza, se levantó
y dijo que iba a por agua.
Uchy no conocía a su padre porque, cuando sólo
tenía unos meses, él se fue con una mujer que conoció
en uno de sus viajes de negocios, o eso es lo que le
decía a su madre y nunca más se puso en contacto con
ella; esto le causó un enorme sufrimiento a Sara que la
educó, la cuidó y le dio todo cuanto necesitaba, sin la
ayuda, ni la presencia de su padre. Ella lo conocía por
las fotos que había en su casa y porque siempre le
decían que había heredado sus ojos. Ahora tenía cerca,
en aquella habitación, una versión mayor y de ojos
oscuros, de aquellas fotos que le enseñaba su madre.
Esa era la razón por la que sentía aquel rechazo hacia el
nuevo miembro del grupo que, por otro lado, parecía ser
una excelente persona.
Se decidió a aclarar las cosas con Víctor y así se
quedaría tranquila. Ella era directa cuando la ocasión
merecía la pena, si no, prefería callar y seguir su vida.
– Me gustaría hacerle una pregunta –le dijo a Víctor,
en cuanto tuvo una oportunidad- ¿Hay en su familia
alguien que se llama Arturo Abad Fuentes?
– Sí, mi primo. ¿Lo conoces? -diciendo esto, él
mismo se respondió– Es tu padre. Me ha sorprendido el
que me parecieras tan familiar, pero esos ojos no podían
ser de otra persona. -dirigiéndose a los demás, les

108
explicó-: Mi primo se casó con una chica estupenda Sara,
que él no supo apreciar en todo lo que valía y al poco
tiempo de casarse, la dejó por otra y se fue a vivir al
extranjero, nunca más volvimos a verle y no tenemos
noticias suyas, lo que no sabía es que tenía una hija.
Ante aquella revelación, Pacoprim se sintió muy
afectado; le dolía recordar lo mal que lo había pasado
Sara con la traición de aquel hombre del que estaba tan
enamorada y, como habían comentado antes, al conocer
a Víctor, el mundo era muy pequeño y de nuevo, les
sorprendía encontrando a otra persona relacionada con
ellos.
– Dicen que mi primo Arturo y yo, nos parecemos,
pero como pasa en muchas ocasiones, él es la versión
guapa y yo la otra. -después de una sonrisa se despidió-
Tengo que irme. Ha sido un placer conocerte Pacoprim.
Me voy contento de saber que ya no estoy solo, que
tengo una sobrina maravillosa que forma parte de unos
nuevos amigos que comparten mi ansia de justicia y con
los que voy a trabajar con todas mis posibilidades –
dirigiéndose a Uchy y Sergio- mañana tienes que venir a
declarar por el asalto de tu casa y, como estáis juntos, la
acompañaras tú, entonces os estaré esperando porque
quiero que nuestro informático, os instale en vuestro
teléfono una aplicación que detecta si hay escuchas,
sean de audio o de imagen; es una herramienta que sólo
está permitida a los agentes de policía, pero yo os la

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facilitaré para que podáis saber en cualquier momento,
si estáis vigilados y de qué forma.
– Esa es la mejor noticia que me han dado en estos
últimos días de miedo que hemos vivido –dijo la chica
acercándose a él y dándole un beso– y pensar que al
principio no me caías bien. Gracias, tío Víctor.
– Si te parece bien, mañana podemos mostrarte los
vídeos de la montaña en el cuartito donde estuvimos los
dos solos –dijo Sergio– Uchy se puede llevar su tableta
plegada en el bolso, y sin levantar sospechas.
– Es una idea magnífica; ya sabes la impaciencia
que tengo por ver a mi madre.
Por la mañana, todo fue como estaba planeado.
Después del papeleo, el informático les instaló la
aplicación y pudieron irse al cuartito insonorizado, donde
por fin, Víctor, vio a su madre y a las demás personas
que formaban el grupo de la montaña. Le resultó muy
emocionante escucharla hablar, él sólo la había visto en
fotos; le pareció muy joven y muy linda, según fueron sus
palabras. La emoción estaba al límite y se renovaron las
ganas de hacer justicia al ver aquellos sufrimientos por
los que habían pasado, siendo gente inocente. Para
acabar con aquel encuentro con su historia, le dijo Uchy:
– He leído esta noche de un tirón, el libro que
escribió la madre de Sergio en el que mi abuela, le
cuenta todo lo que se vivió allí; me he dado prisa para
poder traértelo y que conozcas en su totalidad, las

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atrocidades por las que pasaron esas seis personas y el
triste final de algunas de ellas, incluida tu madre. Yo he
llorado una barbaridad y lo siento mucho, pero tú
también lo harás, porque es inevitable.
– Ahora tendrás la oportunidad de leer la historia,
pero en un futuro, espero que no muy lejano, -dijo Sergio,
ya dirigiéndose a Uchy también- podréis verla con todos
los detalles, aunque sean muy duros, en los discos
originales que tiene mi madre a buen recaudo.
Cuando salieron de nuevo a la calle, parecía que el
cielo tenía otro color, estaba más luminoso que antes y
todo se debía al gran alivio que sentían al saber que sus
teléfonos, vibrarían si les estaban espiando. Ahora no lo
habían hecho, por lo tanto, podían hablar sin miedo...o
por lo menos, algo de tranquilidad les daba.
Sonó el teléfono de Sergio y se miraron con pánico,
pero era una llamada, no una vibración.
– Hola Sergio, soy Pacoprim –dijo la voz demasiado
fuerte del hombre– te llamo para recordarte que
habíamos quedado mañana para ir a la playa.
– ¿Qué? -en ese momento el chico no era capaz de
reaccionar, hasta que se dio cuenta de la estrategia del
otro– Ah sí, ya me acuerdo, pero no va a poder ser.
– No me lo digas. Y yo que estaba preparando un
montón de cosas. Pero ¿qué ha pasado? ¿Habéis hecho
otros planes?
– No, no, es que me han robado el coche y cuando

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la policía lo ha encontrado, ya ni se sabe cómo era; lo he
llevado al desguace, con eso se lo digo todo.
– Vaya hombre, qué lástima, con lo hermoso que
era. Y ahora ¿qué vas a hacer?
– Si quiero poder moverme por aquí, tendré que
alquilar uno, después, cuando vuelva a mi casa,
compraré otro. Me voy a quedar sin blanca. Me llevaré
un buen recuerdo de cómo me trataron en Carlella. No
me refiero a las personas que, como usted, han sido muy
buenas conmigo.
– Te he entendido. No te apures, un amigo mío,
tiene un negocio de coches y te hará un buen descuento
si voy contigo.
– Estupendo. ¿Qué tal le viene si lo miramos esta
tarde?
– Ya ves que yo, por desgracia, no tengo nada que
hacer, así que, cuando tú quieras, aquí estoy. Ah y tráete
a Uchy, esa niña es una delicia.
– ¿De verdad te ha dicho eso? ¿qué me lleves
porque soy una delicia? -Uchy no sabía si tomárselo en
serio o en broma– Por mucho tiempo que pase y por
todos los esfuerzos que, desde hace dos siglos llevamos
haciendo las mujeres, tan solo porque se nos vea como
a personas iguales, seguirán algunos hombres
tratándonos como cosas de su propiedad a las que se
les pueda llevar y traer a su antojo, para regocijo de los
ojos de otros, si es que somos bonitas, si somos feas, no

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nos quieren para nada.
– Mujer, no te lo tomes así, ya sabes cómo es
Pacoprim, un poco antiguo. Estoy seguro de que te
quiere y sabe apreciarte como persona, ya no igual a él
o a cualquiera, sino superior en muchas cosas.
– Sí, lo sé, pero el lenguaje es muy importante para
que las ideas no se manipulen y se tergiversen.

Sergio estaba pensado que lo mejor, para que los


que les perseguían creyeran que se había dado por
vencido en su investigación, era hablar con su madre,
porque estaba seguro de que la llamada sería
escuchada, ya que en su teléfono estaba la señal roja
que le indicaba que así era.
– Hola mamá, ¿cómo estás?
– Hola hijo mío, por fin tengo noticias tuyas. Parece
que te has tomado las vacaciones bien completas, hasta
de tu madre estás descansando.
– No digas eso, tú sabes que te quiero mucho y que
pienso en ti, pero es que he estado un poco liado esta
semana.
– Espero que todo te esté saliendo bien.
– Por eso mismo te llamaba. La investigación que
vine a hacer, la he tenido que dejar.
– ¿Y eso por qué?
– Porque no encuentro nada en ningún sitio; no
queda información alguna de aquellos hechos y tampoco

113
hay ya personas que me puedan hablar sobre eso
porque, o se han muerto o son tan mayores que no
recuerdan nada, así que he dado por concluido el trabajo.
– Entonces eso quiere decir que te vienes pronto.
– Bueno, de eso también quería hablarte...es que
he conocido a una chica y…es estupenda; está
terminando medicina, es una persona maravillosa,
inteligente, seria y...
– No sigas; te has enamorado.
– Sí mamá, del todo.
– Pues me alegro, ya era hora.
– He pensado que, cuando haga sus exámenes
finales, dentro de dos semanas, podía invitarla a que se
viniera conmigo a casa para que la conozcas. Estoy
seguro de que te va a gustar y tú a ella.
– Es una idea magnífica; ya estoy impaciente.
– Te mandaré una foto ahora, para que la vayas
conociendo. Mamá, un beso muy grande. También yo
estoy impaciente por verte.
– Un beso igual de grande para ti.
Uchy había escuchado la conversación y no sabía
qué pensar; si era un mensaje a los que les vigilaban o
era de verdad que se había enamorado de ella. No
quería que él notara la impresión que le habían causado
sus palabras, así que prefirió hacer como que todo era
estrategia y no comentó nada.
Sergio era consciente de la declaración que le

114
había hecho, aunque de aquella forma tan impersonal;
esperaba una reacción en ella, pero al no haberla, se
quedó un tanto desilusionado. Estaba dispuesto a
confesarle lo que sentía y que para él no era fingido el
romance que habían acordado, pero al ver que ella se
mantenía indiferente, prefirió no decirle nada en aquel
momento.
Le hizo una foto de primer plano, con la intención
de que Cristina, pudiera ver con todo detalle, el parecido
que tenía con Lucía Moreno, al no poderle decir que era
su nieta. Su madre lo entendería perfectamente.
Por su parte Cristina Jiménez, se quedó muy
pensativa cuando se terminó la llamada de Sergio.
Pensó que algo no iba bien, porque la anterior, la que le
hizo desde un número que no era el suyo, entendió que
el mensaje que tenía que darle, para que guardase los
discos en una caja de seguridad en el banco, debía tener
la máxima seguridad, pero la llamada de ahora, le
parecía que no era tampoco natural; si Sergio había
desistido de lo que le llevó hasta allí, se lo habría dicho
con un tono muy diferente, no tan resignado y los
argumentos, tampoco eran creíbles, puesto que tenía los
mismo inconvenientes de cuando salió de su casa, es
decir: no había información sobre el tema.
Estaba preocupándose más a cada momento; estar
sin saber de verdad lo que ocurría, la ponía muy nerviosa.
Temía por su hijo y hasta llegó a pensar que, tal vez no

115
merecía la pena el riesgo que estaba pasando, por algo
que ya no tenía solución. Porque, no poder comunicarse
con ella y hablar casi en clave, quería decir que no se
sentía seguro, que estaba en peligro.
En ese momento, sonó la llagada de un mensaje en
su teléfono. Sus ojos se quedaron fijos en la imagen que
acababa de llegar; ahora entendía mejor lo que su hijo le
había querido decir con invitarla a su casa para que se
conocieran. El corazón le dio un vuelco, al ver la cara de
Lucía, aunque más joven. Se imaginó que debía ser su
nieta, porque ese parecido no podía ser una casualidad.
También entendió que estuviera enamorado, por eso, al
escucharle hablar de ella, le había quedado claro de que
no era falso; sólo la expresión de la mirada de aquella
chica, le decía muchas cosas, eran ojos de mujer sabia,
a pesar de lo joven que era. Se alegró de que su hijo
supiera apreciarlo y no fuera solo por lo guapa que era.

Había pasado una semana desde que surgió la


alerta de búsqueda en el departamento de informática de
Medic-Inc.
- Estoy esperando un informe del seguimiento de
Sergio Jiménez y Lucía Abad –le dijo muy seria, la
directora del departamento de seguridad, al jefe
responsable de su equipo- y todavía no lo tengo sobre
mi mesa, ¿qué está pasando?
- Disculpe, pero es que es un poco confuso...

116
- ¿Cómo que confuso?
- Es que, en los últimos días les hemos perdido en
varias ocasiones; le enviamos un Cybug y, cuando lo
descubrieron, no sabían lo que era y lo metieron en un
frasco de cristal, pero luego les dio pena del pobre
animalito, y lo soltaron. Desde hace unos días, cuando
conseguimos escucharles, lo que hablan es de dejarlo
todo como está, que es perder el tiempo porque no hay
nada de información y están muy entretenidos con un
romance que ha surgido entre ellos.
- ¿Y no hay contactos con nadie que pertenezca a
la plataforma de afectados?
- No que sepamos; con el único que hay contacto
es con un pobre hombre discapacitado, que ha sido
vecino de la familia de la chica, pero todo lo que hemos
escuchado de sus conversaciones, no tiene ninguna
relación con nosotros. Ese hombre ha sido seguido
durante mucho tiempo, porque en su juventud tomó el
Endorfiral, tuvo un accidente con quince años en el que
perdió una pierna y, desde entonces, no ha sido capaz
de llevar una vida normal; siempre dependió de su madre
hasta que murió y ahora, se limita a ser un parásito de la
sociedad.
- Bien, todo esto lo quiero por escrito. No dejéis la
vigilancia todavía, pero ser muy discretos, mucho más
que hasta ahora; puede que si se creen que están sin
vigilancia, se confíen y podamos descubrir algo.

117
- Es que no estamos seguros si son conscientes de
que están vigilados.
- Bueno, tener más prudencia si cabe, por si acaso.

Víctor por su parte, tenía la ventaja de poder


investigar mediante los cauces reservados de la policía,
sin dejar rastro. En los archivos de la ciudad de la justicia,
pudo ver que sí existían las antiguas denuncias. Lo que
los laboratorios habían conseguido, es que no se
pudieran consultar por parte del público. A la policía no
se le permitía entrar en ellos y usarlos, si no era con una
orden del juez. Lo importante, es que los archivos no
habían sido destruidos. La manera de poder consultarlos,
ya se estudiaría. Él tenía amigos jueces que, con un
buen argumento, no tendrían inconveniente en darle esa
orden.
Víctor recordó que Uchy tenía documentos que su
madre había guardado y que ese fue el motivo, o por lo
menos, eso creían, de haber entrado en su casa.
Se puso en contacto con ella por medio de un
teléfono seguro.
- Hola querida sobrina; me encantaría que
pudiéramos tomar un café. ¿Quedamos donde la última
vez?
– Sí, claro -contestó ella, con cuidado, a pesar de
que, en ese momento, no había escuchas- Yo también te
he echado de menos y quería pasar un rato contigo.

118
Cuando termine mis clases, esta tarde, nos vemos. Un
beso.
- Hasta luego.
Así se volvieron a reunir en casa de Pacoprim,
tomando todas las precauciones a las que ya se estaban
acostumbrando.
Víctor les explicó que, si tenían documentos u otras
pruebas que justificaran las denuncias, tal vez un juez,
no sólo les daría una orden para poder acceder a los
archivos, incluso se podría reabrir el caso...pero bueno,
eso estaba por ver.
– El baúl que mi madre me dejó, está aquí en el
sótano, en un trastero que no vendimos cuando nos
fuimos de esta casa; -les dijo Uchy- ella decía que no
sabía dónde iba aponer tantas cosas, así que no lo
vendió y allí además hay un sin fin de cachivaches que
algún día tendré que ponerme a revisar.
– No me digas que está aquí, tan cerca. -exclamó
Pacoprim– entonces, vamos ¿a qué esperáis? Traerlo.
Bajaron Sergio, Uchy y Víctor. El sótano estaba
muy abandonado, se notaba que ya los inquilinos de
aquel edificio eran muy mayores y se habían descuidado
del mantenimiento. Apenas iluminaban las viejas
lámparas llenas de polvo; el aire estaba enrarecido y olía
a humedad.
Con esfuerzo, porque resultó ser muy pesado,
sacaron el baúl de entre varios muebles y cajas y lo

119
metieron en el ascensor. Pacoprim les esperaba con la
puerta abierta y vigilando que no lo vieran los vecinos de
su rellano; ya se sabe que, cuando hay un movimiento
fuera de lo normal, siempre salen a ver lo que pasa.
Cuando cerraron la puerta suspiraron de alivio y se
secaron el sudor; nadie había salido de sus casas y no
habían tenido que dar explicaciones.
Estaban impacientes por ver el contenido del baúl.
Empezaron sacando ropas y cuadros con fotografías
antiguas que les hubiera gustado mirar con más
detenimiento, sobre todo a Sergio, porque eran de la
familia de Lucía Moreno, su marido, sus hijos... pero lo
prioritario eran los documentos y se centraron en eso. Al
fondo, se encontraron con un gran sobre amarillo,
bastante abultado. “¡Este es!” dijeron al unísono.
Mientras lo abría a Uchy le temblaban las manos.
- Yo también tengo algo que os va a sorprender. –
dijo Pacoprim y se fue a su dormitorio y volvió con una
pequeña caja metálica de seguridad. Empezó a sacar
papeles, pero de pronto, cayó al suelo una cajita que
tenía un nombre muy llamativo: ENDORFIRAL. Se
miraron sorprendidos y expectantes.
- Si dentro hay alguna pastilla, tenemos medio
camino hecho -dijo Víctor– porque será la prueba
definitiva.
Efectivamente, dentro de la caja, había un blíster
completo. Le felicitaron por el hallazgo y continuaron con

120
los documentos, algunos ya deteriorados que
demostraban que habían sido manipulados muchas
veces. Allí estaban las denuncias que Lucía había
presentado en nombre de su madre. Figuraban todos los
datos: Certificados médicos, fecha, comisaría, causa,
con sus correspondientes números de entrada y registro.
- Tenemos todo lo necesario para ponernos a
trabajar –dijo Víctor- En la policía disponemos de
archivos secretos donde figuran todas las denuncias; al
tener los números de entrada y registro, además de la
fecha, podemos encontrarlas sin ningún problema y con
la ventaja de que, al ser archivos secretos, nadie puede
rastrear la búsqueda. Ya no necesitamos la orden de un
juez para verlos en el juzgado. En resumidas cuentas,
nuestros amigos de Medic-Inc, no sabrán que los hemos
encontrado.
- Ahora que tenemos todos los datos, ¿es posible
reabrir el caso? -a Uchy se le venían a la mente muchas
preguntas y las hizo en voz alta- ¿para qué volver a
hacer un juicio? Ya casi nadie de los que sufrieron estos
abusos, está vivo y los que quedan, ya ni se acordaran.
¿qué consecuencias nos puede traer? ¿qué vamos a
solucionar? ¿cuánto puede costar?
- Me dejas perplejo –dijo Sergio– no esperaba esta
reacción en ti, precisamente en ti. Mi única intención, y
tú lo sabes, es hacer justicia. Lo primero que pensé, era
en publicar la historia para que se supiera en todo el

121
mundo, porque teniendo las imágenes, las denuncias y
el medicamento, se puede demostrar el crimen que se
cometió y que ha quedado impune, por eso, lo legal y
justo, es reabrir el caso y que se vuelva a juzgar, esta
vez, con nuevos delitos y pruebas.
- Yo no sé nada sobre leyes, pero lo único que sé,
es que nos puede costar muy caro, y no me refiero al
coste económico, el mover todo esto –volvió a hablar la
chica– ya ves que, sin haber encontrado nada, ya nos
han fastidiado a los dos, que tenemos que andar
disfrazándonos y siempre escondiéndonos y mirando
que no nos escuchen; por no mencionar lo que te han
hecho con el coche.
- Creo que tienes mucha razón, querida sobrina –
dijo Víctor– este asunto es muy delicado y debemos
meditarlo muy seriamente: Sergio y tú, estáis acertados,
aunque sean posturas distintas; por un lado, no sacamos
nada con remover el pasado, tal vez, solo nos traiga
contratiempos; por otro, nuestro sentido de la justicia nos
dice que hay que conseguir que se sepa lo ocurrido,
aunque sea tantos años después y aunque sólo sea en
memoria de nuestros seres queridos.
- Vamos a ver –esta vez, fue Pacoprim el que
habló– esto es lo que yo me pregunto: Si tenemos todas
las pruebas y la oportunidad de que el mundo sepa lo
que ésta organización de mafiosos hizo, aunque sea
hace tantos años; si hemos vivido, no solo yo, otras

122
personas con el miedo de que terminen con nosotros en
un accidente, o desapareciendo o, como algunas
personas de la plataforma que, de la noche a la mañana,
se han encontrado con un cáncer terminal, ¿qué nos
impide ponerlo todo en manos de un juez y que él sea
quien decida si se puede reabrir el caso o abrir otro
nuevo? Después de todo, ya estamos asustados, ya nos
tenemos que andar escondiendo, ya no somos libres de
vernos entre nosotros; puesto que estamos sufriendo las
represalias de esa gente, sin que sepan lo que tenemos,
lo que venga, ya será con todas las de la ley y se nos
podrá proteger, digo yo.
- Eso lo tendría que disponer un juez si se
demuestra que se está en peligro a causa de ser
testigos en un proceso –dijo Víctor– pero antes, hay
que demostrar ante el juez, que hay motivos para abrir
un juicio.
- Si hay que tener más pruebas -dijo Pacoprim– yo
puedo aportar todos los documentos de mi accidente;
cuando me atropelló aquel furgón, hubo muchos testigos
que declararon cuando llegó atestados y el juez, lo que
pasa es que nadie pensó en tomarle la matrícula, por eso
no se pudo saber de quién era. También se pueden
aportar los de las víctimas de la plataforma de afectados;
aunque tampoco se podrá demostrar que fueron ellos,
los de Oldpharm, no hay que ser muy listo para deducir
que aquello no eran casualidades, porque todos están

123
relacionados con ellos.
- Yo no soy jurista, pero imagino que cuantos más
casos se conozcan, mejor. - dijo Sergio.
- Me encargaré de buscar todo lo que esté
relacionado con este tema, en nuestra base de datos;
también consultaré a un juez que es amigo de hace
muchos años y él me dirá si hay caso o no.- dijo Víctor y
luego se dirigió a Uchy – Entiendo perfectamente tu
postura; al fin y al cabo, tu relación es más lejana, era tu
abuela, para mí, en cambio, se trata de mi madre. Si los
demás están de acuerdo, puedes retirarte y ya no
figurarás en los pasos que debamos dar; así te quitarán
de su punto de mira y te dejarán en paz.
- No, no; si vosotros seguís, yo también. Aunque
era mi abuela, la he visto y me ha llegado al alma, como
si fuera mi madre. Siento mucho haber tenido un
momento de debilidad. Tienes razón Pacoprim, cuando
dices que ya estamos sufriendo, aunque no sepan
hasta donde hemos descubierto. Tampoco creo que me
dejaran en paz si no continúo con vosotros.
- Estoy pensando que, para que todos conozcáis lo
que realmente pasó en la montaña, deberíais ver todos
los vídeos, por muy duros que sean. Así que habrá que
planear la forma en que todos nos podamos reunir con
mi madre, en Los Valles de manera segura. Uchy y yo,
no tenemos problema porque ya nos han escuchado
cuando he hablado con mi madre y me ha dicho que

124
quiere conocerla, así que, cuando terminen sus
exámenes, nos iremos. Vosotros ya buscaréis como
hacerlo; si estáis de acuerdo, claro.
- Sí, creo que es una buena idea –a Víctor se le
iluminó la cara- quiero verlo todo, además que, esta
misma noche leeré el libro que me has dejado y… por
supuesto, también me gustaría conocer a Cristina
Jiménez. Aprovecharé para tomarme las vacaciones que
no he disfrutado en los últimos años.
- Pues yo tendré que usar la imaginación para
justificar ante mis vecinos una ausencia larga, porque ir
hasta tan lejos, no es para dos días. -dijo Pacoprim.
Se despidieron de Víctor y decidieron que cada uno
se iría a su casa. Sergio no estaba muy conforme con
que Uchy estuviera sola, pero, como ella no dijo nada, él
tampoco lo hizo.
Comprobaron, antes de salir, si estaban siendo
vigilados y el resultado fue negativo, así que ella cogió
un taxi y él se fue andando, aunque estaba bastante lejos,
así tenía tiempo de pensar en todo lo que había pasado
en tan solo poco más, de una semana que llevaba en
aquella ciudad.
Al entrar por su calle, vio un movimiento dentro de
uno de los coches aparcado, no era el gris que ya
conocía, pero por si acaso, miró su teléfono que, en ese
instante, empezó a vibrar indicándole que había
escuchas cerca. Se decidió a pasar frente al coche como

125
distraído y sin darse cuenta de que había alguien dentro,
pero estaba nervioso, ¿quién sabe a lo que estaban
dispuestos a hacerle por conseguir lo que tanto habían
buscado? No pasó nada y cuando llegó, se sentó en el
sofá agotado. Tenía que saber si a Uchy también la
estaban esperando cuando llegó. Por eso decidió
llamarla.
- Hola preciosa. ¿Qué haces? ¿Estás sola o tienes
visita? Estaba pensando en ti, como siempre.
- Yo también pensaba en ti. Estamos igual –Uchy
se dio cuenta de que la conversación iba dirigida a las
escuchas más que a ella– Estoy cenando y luego tengo
que estudiar, no sé hasta qué hora; me estoy agobiando
con los últimos temas.
- Si puedo ayudarte, me lo dices y me pongo allí en
dos minutos -él entendió que a ella también la vigilaban.
- Ojalá, pero esto lo tengo que hacer yo sola;
además, si vienes, lo último que haríamos sería estudiar.
- Calla, no insinúes nada, que entonces voy,
aunque me digas que no.
- Pues me callo. Buenas noches. Hasta mañana.
Que duermas bien.
- Buenas noches. Estoy seguro de que no vas a
tener que estudiar tanto como crees, eres una chica muy
inteligente y no necesitas tantas horas. Mañana nos
vemos. Te quiero.
- Y yo a ti.

126
Cuando acabó la llamada, Uchy no pudo
contener las lágrimas; debía llorar en silencio, ni siquiera
para eso podía ser libre. -Ha dicho te quiero, pero yo sé
que es sólo porque sabe que nos están escuchando. ¿Y
si fuera verdad? Yo sería tan feliz. No acabo de creer que,
en tan poco tiempo, me haya enamorado de esta manera
de alguien que, en realidad, apenas conozco. Me siento
tan desgraciada. Si al menos no tuviera que estar
siempre con él, yo podría sobrellevar esta pena de no ser
correspondida, pero tengo que hacer como que no siento
lo que siento cuando me besa, cuando me abraza. -estos
pensamientos hacían que no pudiera dejar de llorar- ¿se
habrá dado cuenta de que, cuando le he dicho: ¿Y yo a
ti, me temblaba la voz de emoción? Espero que no,
porque jamás podría mirarle a la cara, sabiendo que yo
le quiero y él no a mí. Qué vergüenza. Tendré que ser
más cuidadosa. ¿Por qué ha tenido que encontrar esos
discos? Para complicarnos la vida a todos y ponernos en
esta situación tan peligrosa y a mí, con lo tranquila que
estaba centrada en mi carrera, ahora no puedo apartar
de mi cabeza su imagen.
Por su parte, también Sergio reflexionaba sobre las
palabras de ella. -Y yo a ti, y yo a ti. Ojalá fuera verdad,
pero ella está a años luz de sentir nada por mí. Está
como ausente, muy diferente del interés que tenía al
principio y ha dicho que no quería seguir con el tema,
aunque luego haya rectificado, ha quedado bien claro lo

127
que piensa. Después de saber esto, si le ocurriera algo,
jamás me lo perdonaría, porque todo esto lo he
empezado yo. Tal vez ella tenga razón y no merezca la
pena y el riesgo, seguir insistiendo en sacar a la luz algo
tan antiguo y que no va a cambiar nada de lo que pasó,
aunque se reconozca la injusticia.
El viaje que vamos a hacer, puede que nos aclare
las ideas a todos y podamos tomar una decisión sobre
cómo continuar. Mi madre puede que nos ayude a ver las
cosas desde otra perspectiva.
Lo que sí tengo claro, es que debo hablar con ella
y decirle lo que siento, aunque me rechace; así no puedo
continuar, porque me siento un cobarde mintiéndole
fingiendo que, cuando la acaricio, lo hago porque nos
vigilan. Correré el riesgo de que ya no quiera volver a
verme.”
Dos semanas después, cuando salía de su última
clase de Patología, el doctor Arguelles, la llamó.
- Señorita Abad, puede quedarse un momento,
quisiera hablar con usted –le dijo cuando ella ya salía del
aula.
- Por supuesto –en ese momento el corazón se le
paró. Siempre le había tenido un poco de miedo, pero
desde que sabía que fue uno de los que la asustó con lo
del medicamento y su advertencia, le temía mucho más.
- Quería felicitarla por su trabajo durante todo el
curso, ha sido usted la mejor alumna que he tenido en

128
mucho tiempo –le sonreía con expresión de abuelo
bonachón– le deseo que pase unas buenas vacaciones.
-le tendió la mano y mientras se la estrechaba, le
preguntó, como sin darle importancia: ¿Sigue usted
investigando aquello? -ante la pregunta, se le
encendieron todas las alarmas; ahora su corazón
galopaba sin control y su cabeza buscó
desesperadamente una respuesta.
- Perdone, pero no sé a qué se refiere –consiguió
decir con bastante naturalidad.
- Ah, ya veo que no es así. Buenas tardes. -la
despidió sin más.
Cuando Uchy se volvió para salir, temía que sus
piernas se doblaran y le dejaran en evidencia. Logró
dominar el temblor y, aparentemente, salió airosa sin
mirar atrás. No la había llamado para felicitarla, sólo
quería averiguar algo más o que ella se delatara con
alguna respuesta atropellada, pero no fue así.
Cuando respiró el aire de la calle, empezó a
calmarse su corazón, pero no duró mucho esa
tranquilidad; en la puerta la esperaba Sergio. Era muy
alto, su pelo largo y de un tono rubio oscuro con mechas
más claras que le daban luminosidad, sus ojos negros,
sus labios carnosos, su sonrisa...bueno, a ella le parecía
perfecto, puede que no lo fuera, pero ella no le
encontraba ni un defecto.
Se acercó sonriendo y, sin que ella lo esperara, la

129
besó en los labios con una pasión que la dejó sin
respiración. No sabía cómo reaccionar; ya le había
avisado su teléfono de que estaban vigilados. El volvió a
abrazarla y, muy quedamente, le susurró en el oído: es
el coche negro y volvió a besarla.
Se fueron andando cogidos de la mano. Llegando
a su calle, el smartswatch de Sergio, le avisó de que ya
no había escuchas, la luz estaba verde. Entraron al piso
de Uchy y, cuando cerró la puerta a su espalda, dejó los
libros y se volvió sin darse cuenta de que él estaba muy
cerca y que la miraba de una forma que la paralizó. La
acercó a él y la besó dulcemente, sin prisa, con tanto
amor, que ella no lograba entenderlo; tampoco podía
pensar con claridad. Cuando necesitaron respirar, se
miraron a los ojos y no fue necesario hablar; no existían
palabras para expresar aquello tan grande que llenaba
sus corazones. Todo había cambiado; se respiraba
felicidad y les dejaron de importar las escuchas, las
persecuciones, los miedos...hasta la justicia. Ahora
veían el mundo maravilloso: estaban juntos, eran
jóvenes y se querían.

Habían quedado en el aeropuerto con Víctor y


Francisco. Los vieron aparecer de lejos y sonrieron al
contemplar lo diferentes que eran. Francisco muy alto,
delgado y, aunque pasaba de los sesenta, su porte era
erguido y elegante; todo lo contrario, se apreciaba en

130
Víctor; era un hombre no tan alto, de constitución fuerte
y de andares más amplios y contundentes. Pasaron por
su lado y no se miraron, como desconocidos. Sabían que
estaban vigilando a los jóvenes y, hasta asegurarse que
nadie se subía con ellos al avión, no se podrían saludar.
El vuelo fue cómodo, porque se sentían seguros al
no tener avisos de escuchas. Hicieron escala en
Queravia, donde bajaron a dar un paseo por las
instalaciones del aeropuerto, llenas de comercios y
lugares donde tomar comida de diferentes países.
Estaban contentos como niños en vacaciones. Los
jóvenes les descubrieron su idilio real y Francisco se
emocionó visiblemente, dijo que él pensaba que eso
ocurriría tarde o temprano y que se alegraba de que
hubiera sido tan pronto, porque así, podrían disfrutar
más de estar juntos. Víctor les felicitó con sinceridad en
la mirada que le brillaba un poco más de lo
acostumbrado.
Llegaron a Los Valles ya de noche. El cambio de
temperatura les sorprendió; aunque era verano, allí al
atardecer, refrescaba bastante y Uchy sintió un
escalofrío al salir del avión; no necesitó decir nada,
cuando Sergio le pasó el brazo por los hombros y la
acercó a él para darle algo de calor.
Al entrar por la puerta de llegadas del aeropuerto,
les esperaba Cristina Jiménez, con impaciencia por
abrazar a su hijo, por conocer a la chica de la que se

131
había enamorado y por saber cuánto tuviera que contarle
y el por qué no lo había podido hacer por teléfono; eso
se adivinaba por los paseos de un lado a otro, las
constantes miradas al reloj, al panel de llegadas y a la
puerta por donde los vería aparecer.
Los saludos fueron cordiales, cuando Sergio le
presentó a sus nuevos amigos, a los que ella no
esperaba y cariñoso con la chica que le presentó como
su novia. Tuvo que hacer un esfuerzo para apartar sus
ojos de la cara de la chica, cuánto le recordaba a doña
Paula o, mejor dicho, a Lucía Moreno.
El abrazo con Sergio duró, tal vez algo más de lo
normal, pero es que siempre habían estado muy unidos
y la separación, aunque no había sido muy larga, se les
hizo eterna.
- No sé si habéis reservado en algún hotel –les dijo
Cristina– pero eso se puede cancelar, porque en mi casa
hay espacio para todos, sin problemas.
- Tiene razón mi madre; la casa es enorme.
- No queremos molestar de ninguna manera –dijo
Víctor– es muy amable de su parte, pero...
- No, no, no diga nada más, hasta que vea la casa;
además, para mi es una alegría recibir a los amigos de
mi hijo.
- Pues a mí me parece muy oportuna su invitación
–dijo Francisco, dirigiéndose a Cristina– tenemos mucho
de qué hablar y así lo podemos hacer sin

132
desplazamientos.
Cristina tenía un gran coche en el que viajaron
cómodamente los más de cuarenta kilómetros que
separaba su casa del aeropuerto.
Se instalaron en las habitaciones que dispuso
Cristina en el piso de arriba, donde estaban los seis
dormitorios de la casa. En la planta baja, había un gran
salón con enormes ventanales que se abrían al jardín,
en el que abundaban los grandes árboles, las flores y el
césped, que llamó la atención en los viajeros al
contemplar la hermosa gama de verdes que rodeaban
toda la casa. La cocina también era exagerada;
recordaba a las de hacía muchos años, en las casas de
campo, con una gran mesa en la que se podían disfrutar
de largas conversaciones de sobremesa.
No necesitaron mucho tiempo para sentirse como
amigos de toda la vida; Cristina era una mujer de
carácter abierto, muy simpática, de mente rápida,
inteligente y sencilla, cualidades que le gustaron mucho
a Francisco y a Uchy, pero al que más le gustó, fue a
Víctor, que se sentía subyugado por aquella mujer tan
dispuesta y segura de sí misma.
Cenaron ligeramente, porque ya era muy tarde,
pero no pudieron resistirse a contarle todo lo que había
pasado desde que Sergio llegó a Carlella.
Ella escuchaba con la máxima atención; cambiaba
la expresión de su cara conforme se iban desgranando

133
los acontecimientos, pero no les interrumpió en ninguna
ocasión. Su mente iba registrando cada una de las cosas
que le contaban para, en cualquier momento que fuera
necesario, acudir a sus recuerdos, ella era así, por eso
podía escribir con tanta facilidad, gracias a aquella
memoria tan bien entrenada.
Cuando acabaron de contarle todo entre todos, que
a veces se atropellaban unos a otros para explicarle lo
que habían pensado o hecho para despistar a sus
perseguidores, eran las cinco de la mañana, pero a nadie
le importó. El ambiente era tan familiar y cálido, que no
se daban cuenta de las horas que hacía que no dormían,
hasta que Sergio se frotó los ojos.
- Aunque hay mucho más de qué hablar –dijo- creo
que deberíamos dormir un poco; yo estoy cansado.
- Yo también; tengo mucho sueño y ya no sé ni lo
que pienso. -dijo Uchy disimulando un bostezo.
- Bueno, pues a dormir –Cristina se levantó dando
por terminada la velada– mañana, o, mejor dicho, dentro
de unas horas, iré al banco a por los discos para que los
podáis ver al completo.
- No va a hacer falta, tengo una copia. La hice antes
de irme, para poder verla en un formato más moderno.
- ¿Cómo que hiciste una copia? Entonces ¿por qué
me hiciste ir con tanta urgencia a guardar los discos al
banco? Y con tanto misterio que no he podido pegar ojo
desde entonces, imaginando mil y una aventuras en las

134
que corrías peligro. Tú no sabes todo lo que me ha
pasado por la cabeza después de tu llamada en clave,
sin decirme ni siquiera mamá.
- Perdóname por favor, pero no quise decírtelo,
porque no sabía cómo iban a salir las investigaciones en
Carlella y, por si acaso, era mejor que no lo supieras. La
llamada fue así, porque ya sabíamos que nos espiaban
y que podían escuchar lo que hablábamos. El guardar
los discos antiguos, es porque no quisiera que los
robaran, al fin y al cabo, son una reliquia que hay que
proteger.
- Hiciste bien –dijo Víctor– espero que la copia esté
a buen recaudo, conociendo como se las ingenian los de
Medic-Inc.
- Está muy bien guardada a la vista de todos, así no
se imaginarían, en caso de buscarla, que pudieran verla
todo el tiempo.
Se acercó a la librería que ocupaba toda la pared
del fondo del salón y, en una de esas bandejitas en las
que se van poniendo los pequeños cachivaches de los
bolsillos, las monedas de poco valor y algunas llaves en
desuso, cogió una mini tarjeta de memoria.
- Aquí está. Mañana la veremos. Buenas noches.
Se fueron despidiendo y a los pocos minutos, la
casa quedó en silencio. Nadie se imaginaba que pocas
horas después, volverían a ser objeto de vigilancia.
Los teléfonos de los jóvenes, que dormía cada uno

135
en su habitación, les despertó con una vibración que ya
les resultaba familiar; con los ojos cargados de sueño,
miraron la pantalla y, allí estaba la luz roja que indicaba
que estaban siendo escuchados. Al unísono, se sentaron
en la cama, desapareciendo el sueño, como por arte de
magia.
Sergio se levantó y empezó a escribir: Estamos
vigilados de nuevo, nos han seguido hasta aquí, hay que
hablar lo más naturalmente posible, sin hacer referencia
a nada que les pueda interesar. Voy a decírselo a los
demás. Se fue a la cocina donde su madre preparaba el
desayuno para todos; había dado el día libre a Carmen
que le ayudaba en la casa, para poder tener libertad con
sus invitados. Aunque Carmen llevaba casi media vida
con ella, le parecía demasiado para su edad conocer
todo aquel asunto que sería una preocupación añadida
a las que ya se buscaba ella sola.
Al entrar, lo primero que hizo, fue pedirle silencio
con el dedo en los labios y le enseñó lo escrito. Cristina
abrió los ojos desmesuradamente por la sorpresa, pero
no dijo nada. En ese momento, llegó Uchy con la cara
pálida por el miedo y leyó lo que Sergio había escrito,
asintiendo con la cabeza y enseñándole la pantalla de su
teléfono. Por señas, Sergio dijo que iba a decírselo a
Francisco y a Víctor.
- Buenos días. ¿Qué tal has dormido? - Cristina
saludó a Uchy con un sonoro beso, cosa que sorprendió

136
a la chica, que no esperaba tal demostración de cariño –
no podía seguir en la cama y he pensado preparar algo
para desayunar juntos.
- Buenos días. He descansado perfectamente, la
cama es muy cómoda. Qué bien huele. La verdad es que
tengo hambre.
– Mamá, no me habías dicho que estaban aquí
Francisco y Victoria, su mujer –Sergio le hacía señas
para que le siguiera el juego– casi me tropiezo con ellos
por el pasillo.
– Lo primero es saludar con educación –le
reprendió como si fuera un niño pequeño- Bueno, es que
cuando llegamos del aeropuerto, ellos ya se habían ido
a dormir y no me pareció bien despertarlos para que los
saludaras –luego dirigiéndose a Uchy– son unos amigos
muy queridos que han venido a pasar unos días; la pobre
Victoria, ha tenido problemas de garganta y solo puede
hablar en susurros.- Se miraron muertos de risa, por la
ocurrencia de Cristina para que no se le notara la voz de
hombre a Víctor.
– ¡Buenos días! -se acercó a su madre y la besó,
luego hizo lo mismo con Uchy, pero el beso fue muy
diferente. -Pues Victoria estará desesperada, con lo que
le gusta hablar.
– No seas malo, ten cuidado porque no quiero que
te oigan y se molesten. -le reprendió de nuevo.
Todos se habían sentado alrededor de la mesa de

137
la cocina y degustaban el café y el bizcocho que había
hecho Cristina y, aunque estaba todavía caliente, les
supo a gloria. Se miraban y se entendían con señas,
pero procuraban hablar de cosas intrascendentes. A
pesar de todo, estaban impacientes por ver los vídeos de
la montaña, pero antes, les dijo Cristina, tenían que ir a
comprar el disfraz de Víctor; era imprescindible que
vieran a la pareja salir todos juntos a ver la ciudad. Todo
esto lo dijo por escrito, naturalmente. Todos estaban de
acuerdo.
– Si vas a ir de compras, me gustaría acompañarte
–dijo Uchy, luego le enseñó el teléfono y le dijo que así
podían saber si las seguían, o si se quedaban a espiar a
Sergio en la casa.
– Parece que me has leído el pensamiento; en este
momento te lo iba a proponer. Vamos andando; el centro
comercial, está muy cerca, además hace una mañana
preciosa.
Efectivamente, cuando llegaron a la puerta del
jardín, como a media calle, estaba aparcado un coche
azul en el que vieron un destello de algo brillante en el
cristal. Andaban conversando, pero pendientes de si las
seguía el coche azul; no se había movido cuando ellas
doblaron la esquina que les llevaba al centro comercial.
Al entrar, la luz que le indicaba las escuchas, se volvió
verde; ya podían hablar sin problemas. Buscaron ropa
apropiada a la talla de Víctor que, resultaría una mujer

138
bastante corpulenta, y una peluca de pelo gris, debía
parecer de la edad de Francisco. Las dos se reían al
pensar cómo le quedaría todo eso, al serio y macizo
inspector de policía.
–Un vestido. ¿Cómo voy a ponerme un vestido? Y
esos zapatos de tacón -por primera vez vieron a Víctor
fuera de sus casillas- Os habéis vuelto locas.
–Vamos a ver; no es posible que te vean tal como
eres, te reconocerían; ya sabes cómo es esta gente, -
Uchy intentaba ser persuasiva– enseguida sabrán tu
nombre, tu profesión, el parentesco que tenemos y tu
relación con el caso; eso nos pondría en peligro a todos.
–Si todo eso lo sé, pero no quiero afeitarme las
piernas, ni ponerme esos zapatos, me voy a matar con
ellos.
–Entonces ¿qué quieres, llevar un vestido con los
pelos en las piernas? Llamarías más la atención que con
un cartel diciendo tu nombre.
–No es para tanto; el pelo volverá a crecer; los
zapatos tienen muy poco tacón y no tardarás nada en
acostumbrarte –Cristina se acercó a él con una sonrisa,
intentando tranquilizarle– nosotras nos encargaremos de
arreglarte, no tienes que preocuparte, solo dejarte hacer
y verás que bien sale todo.
Uchy se dedicó a pasarle la máquina de afeitar por
las piernas y los brazos; cuando terminó, se le veían
limpios y suaves. Mientras tanto, Cristina lo maquilló lo

139
mejor que pudo; tenía una barba espesa y negra y,
aunque se había afeitado bien, se le transparentaba una
sombra oscura. Las cejas eran otro problema; como no
podían depilárselas, porque por ahí no pasó, optaron por
unas gafas que se las taparían algo. La peluca le
quedaba perfecta, le daba un aire de señora respetable
y hasta interesante.
Lo mejor vino cuando se puso el vestido y los
zapatos, pero ya no pudieron hacer comentarios, ni
reírse, porque saltó la luz roja que indicaba que les
estaban escuchando.
Los primeros pasos de Victoria fueron terribles; se
torció el tobillo varias veces y casi se cae de cabeza,
pero ayudado por Sergio y Francisco, consiguió ponerse
de pie y dar unos pasos vacilantes; con un poco más de
práctica, ya andaba con soltura.
- No creas que estás tan mal, yo he sido una chica
morena de larga melena y tacones mucho más altos que
esos, en varias ocasiones -escribió Sergio– Cuando te
veas en el espejo, te sorprenderás para bien.
- Estás impresionante, casi me enamoro de ti –
escribió Pacoprim.
- Tú puedes reírte todo lo que quieras, como a ti
solo te han puesto perilla y bigote...

Por las tardes, las tres parejas salían a dar una


vuelta. Iban también de compras, al cine o simplemente

140
a pasear. Victoria, siempre iba del brazo de Francisco,
porque, a pesar de que se estaba acostumbrando a los
tacones, no se fiaba mucho por si se desestabilizaba y
se rompía un hueso.
Si no hubiera sido por el miedo a ser descubiertos,
las vacaciones estaban siendo estupendas; Cristina era
una anfitriona excelente y sabía hacer que sus invitados,
no estuvieran nunca aburridos.
Aunque estaban en el norte, el tiempo era templado
y apenas hubo unos días de lluvia, que aprovecharon
para leer, escuchar música y hacer postres. No podían
hablar de según qué cosas, pero se entendían a las mil
maravillas.

–Creo que estamos perdiendo el tiempo y gastando


una fortuna para nada –dijo Diego Hernan, a su jefa– No
han vuelto a mencionar el tema nunca más. Lo más
seguro, es que se asustaran con el registro de los
apartamentos y la desaparición del coche. Se están
pasando unas vacaciones envidiables, mientras
nosotros vamos de aquí para allá, detrás de todo el
mundo y sin resultado alguno.
–Bien, pues retira los efectivos y cuando vuelvan,
que hagan un informe completo de cada minuto que han
estado allí; me lo traes y lo estudiaré antes de dar por
terminada la operación.
–A sus órdenes.

141
–Espera, mejor deja a un hombre que no les pierda
de vista, aunque no tenga los dispositivos de escucha.
En cuanto note algo raro, que lo comunique.
–De acuerdo; así lo haré.

Llevaban una semana esperando la oportunidad de


poder ver los vídeos sin que los escucharan. Al ver que
los días pasaban y la vigilancia seguía, Sergio pensó en
comprar unos cascos para todos y poder escuchar los
vídeos, sin que los pudieran detectar; era un problema
porque la pantalla donde los iba aponer, sólo tenía salida
para uno, así que pensó en hacerse de una mesa de
mezclas para poder enchufar los cinco que eran
necesarios.
Estaba pensando en este problema, mientras
corría junto a Uchy, como todas las mañanas. Al entrar
en la calle de su casa les llamo la atención no ver el
coche azul, como siempre, aparcado a media calle; sus
teléfonos tampoco les habían vibrado para alertarles de
las escuchas.
–Parece ser que nuestros amigos se han tomado
un descanso.
–Ya era hora, me estaba cansando de hacer como
que no pasa nada, mientras hay tanto de qué hablar -dijo
la chica– me encantaría preguntarle a tu madre muchas
cosas de mi abuela; que me contara todo lo que hablaron
y que no puso en el libro.

142
–Yo también estoy deseando que podáis ver todo y
que tomemos una decisión definitiva sobre lo que vamos
a hacer. Me va a doler mucho cuando Víctor vea a su
madre, porque el momento en el que ella decide tirarse
por el precipicio, es muy duro; aunque lo haya leído, no
es lo mismo que verla de verdad.
–También yo lo he pensado; no es lo mismo porque
mi abuela que, aunque sufrió mucho, por lo menos se
salvó.
Entraron en la casa cuando los demás ya estaban
alrededor de la mesa, dispuestos a desayunar.
–Tenemos buenas noticias –dijo Uchy- no estamos
vigilados, de momento, así podremos hablar tranquilos
durante el desayuno.
–Estupendo. Ducharos rápido que no quiero que se
enfríe el café.
–Vale mamá, ahora mismo venimos.
Para sorpresa de todos, las escuchas se acabaron;
llevaban ya cuatro días sin alarmas, así que empezaron
a pensar que eran libres.
Una semana después, a primera hora de la
mañana, decidieron que había llegado el momento de
ver los vídeos. El ambiente era tenso; Cristina y Sergio,
porque sabían lo que les aguardaba y los demás, por la
larga espera y no saber cómo reaccionarían ante
aquellas imágenes. Les esperaban muchas horas de
visionado, así que se pusieron lo más cómodamente

143
posible y Sergio le dio al play.
Eran las dos de la tarde, cuando pararon para
comer algo.
Carmen, la empleada de Cristina, era una mujer
grande y de aspecto potente que llevaba toda la vida en
su casa y estaba considerada una más de la familia, pero
a pesar de esto, ella era prudente y sabía mantenerse al
margen de la vida social de su jefa y nunca se interesaba
en los temas, ni en las personas que ella trataba; por lo
tanto, el ver las imágenes del secuestro, no fue un
problema ante la presencia de Carmen.
Aunque podían hablar libremente, durante la
comida, el silencio se había apoderado de todos.
Víctor tenía una expresión más grave de lo
acostumbrado. Salió al jardín para despejarse un poco y,
sin poder evitar un acto reflejo fruto de su profesión, salió
hasta la calle, para estudiar el panorama. No estaba muy
seguro de que les hubieran dejado de vigilar
definitivamente. Justo en el momento que él miraba a su
derecha, vio a un hombre que paseaba de arriba a abajo
por la acera de enfrente; supo enseguida de qué se
trataba, así que se escondió antes de que pudiera verlo,
porque no estaba vestido de Victoria. Sintió impotencia
cuando entró para decirles a los demás, que no había
acabado todavía la persecución; que tenían que seguir
mirando por encima de su hombro para ver si les seguían,
que no eran libres.

144
La tarde pasó mientras seguían viendo la vida que
transcurría en la cabaña del Gigante sin Cabeza. El
ambiente había cambiado; en los rostros de todos, se
notaba la preocupación de tener que seguir cuidando
cada paso que daban.
Las imágenes, según iban pasando las horas, eran
cada vez más tristes y eso también afectaba al ánimo de
todos. Llegó el momento que habían temido Cristina y
Sergio, en que Víctor viera cómo su madre perdía la vida.
Nunca hubieran pensado que, un hombre de aspecto tan
sólido y tan curtido en ver las miserias humanas, como
un policía con más de veinte años de experiencia,
pudiera llorar de aquella forma. A todos les había
causado una gran impresión y también había lágrimas
en sus ojos, pero sintieron una gran ternura ante las de
Víctor. Cristina se acercó a él y le abrazó, quería darle
algo de consuelo. Se hizo un silencio recogido, casi
reverente en el salón; en los corazones se abrió una
congoja difícil de describir.
–Una cosa así, definitivamente, no puede quedar
oculta; la gente debe conocer las practica criminales que
llevaron a cabo estos delincuentes –Francisco fue el que
rompió el silencio, con las palabras que todos estaban
pensando– yo no entiendo de leyes, pero si un juez viera
estos vídeos, no dudaría en abrir una causa.
–Cuando volvamos, hablaré con mi amigo, a ver
qué opina él –dijo Víctor, ya repuesto de la emoción– no

145
estoy muy seguro, después de tantos años... Nosotros
no podemos juzgar nada porque somos parte interesada
y hablamos con los sentimientos.

–Nuestro hombre en Los Valles, ha encontrado


algo que puede ser interesante –dijo Diego Hernan, el
encargado de la operación de vigilancia, a la jefa de
seguridad– en una librería de viejo, ha encontrado un
libro que escribió Cristina Jiménez hace más de veinte
años, se titula: Prisioneros del aire, es una pequeña
edición que su distribución fue solo a nivel provincial, no
estatal.
–¿Y eso que tiene que ver con nosotros? –Nina
Arenas, escuchaba, pero seguía inmersa en sus papeles.
–Mucho. Lo ha leído; cuenta con todo detalle, la
historia de un secuestro llevado a cabo por unos
laboratorios; es un hecho real que le contó una persona
que pudo escapar de ese secuestro. Los nombres son
ficticios, pero todo lo demás, es verdadero.
A Nina Arenas, se le dispararon todas las alarmas
al escuchar lo del libro encontrado por el hombre de S.
Plus. Levantó la cabeza de su trabajo y se quedó
mirando, sin ver, al hombre que le hablaba. Aunque le
había dicho unas cuantas cosas que figuraban en él,
sabía que era la historia que tanto había preocupado a
Felipe Cantero, el dueño de los laboratorios, durante lo
que le quedaba de vida, porque, como él decía, si queda

146
alguien que sabe lo que pasó, nunca estaremos seguros;
hay que atar bien todos los cabos. En esa ocasión, se
revelaba que habían quedado dos personas que lo
contaron y, aunque era un libro de poca importancia y
olvidado, después de que el hijo de la autora empezara
a investigar y dijera que tenía imágenes, las cosas
estaban poniéndose muy complicadas. Su trabajo sería
acabar con todo y de una forma definitiva.
Diego le contó que, en unas páginas de la novela,
estaba la descripción de dónde había escondido los
discos duros, el tal Albert que salvó a las dos mujeres.
Inmediatamente, le dio la orden de que Alberto Aguirre,
el hombre de S. Plus que encontró el libro, le hiciera una
copia a las páginas donde se hablaba del escondite y
que se las enviara lo más rápido posible.
- Diego, quiero que prepare el helicóptero cuanto
antes; pretendo ver con mis propios ojos, dónde se
escondieron los discos que hemos estado buscando
durante todos estos años. Según consta en las páginas
del libro, están en la cabaña del Gigante sin Cabeza.
- ¿No le parece muy arriesgado ir hasta allí? –
Diego no sabía que la voluntad de Nina Arenas, era
inquebrantable– nosotros lo verificaremos, no es
necesario que usted se moleste. Viajar en helicóptero,
no es que sea muy cómodo.
- No le he pedido su opinión, le he ordenado que
prepare el helicóptero y punto. Saldremos en cuanto.

147
Nos den permiso para despegar.
- Entendido, le avisaré cuando esté todo dispuesto.

Quince minutos más tarde, Nina Arenas, vestida


con un pantalón, una camiseta y el pelo recogido, subió
hasta el helipuerto de la azotea del edificio de los
laboratorios. Nunca se le había visto así vestida; ella
siempre iba impecable con modelos exclusivos y muy
sofisticados. Con aquella ropa, parecía mucho más joven,
aunque ya pasaba bastante de los sesenta años.
- Nos esperan dos horas de viaje. –le informó
Diego– así que póngase lo más cómoda posible.
- Ya lo sé. Estamos a unos mil quinientos kilómetros.
- Veo que está bien informada.
- Ese es mi trabajo. La información, es el poder.
- Si me permite una pregunta… ese tal Albert del
que habla la novela, usted lo habrá conocido bien,
puesto que trabajaba como piloto e informático en la
empresa desde hacía tiempo. ¿Cómo se llamaba de
verdad?
- No quiero hablar de ese personaje, para mí, los
traidores, no merecen ni que se mencione su nombre.
Ahora si me lo permite, quisiera estar tranquila. –Se
acomodó en su asiento y cerró os ojos.
- Por supuesto, discúlpeme. –no recibió
contestación alguna, aunque él sabía que lo había
escuchado perfectamente; pensó que, por muy jefa que

148
fuera, no dejaba de ser una de las personas más
estúpidas que conocía.

Algo más de dos horas después, aterrizaba el


helicóptero en la explanada que había delante de la
cabaña. Diego paró los motores y, cuando las hélices,
dejaron de rotar, bajaron y se dirigieron a la casa.
Al entrar, Nina recibió un impacto que la dejó
clavada en el suelo. No sabía qué le estaba pasando,
pero no podía moverse; sentía como si una fuerza
invisible, la rechazara. Era imposible saber el tiempo
transcurrido durante el que vio cómo su vida pasaba sin
que ella fuera consciente. Los años en el orfanato, el
maltrato recibido por las mujeres que, supuestamente,
estaban allí para cuidarlas. Eran cueles, sin compasión
por aquellas criaturas que habían llegado allí sin el
amparo de una familia donde crecer y ser queridas.
Sufrió toda clase de vejaciones porque, en invierno, con
poca ropa y una sencilla manta gastada, con la que se
tapaba en una dura colchoneta, se hacía pipí algunas
noches. Cuando las cuidadoras se daban cuenta, le
ponían un cartel en el que se leía: MEONA y que debía
llevarlo todo el día colgado para que las demás niñas se
rieran de ella.
En cuanto cumplió los dieciséis años, le dijeron que
ya no podía quedarse más tiempo, que tenía que
buscarse la vida por ella misma. Se alegró de ser libre y

149
no volver a ver a aquellas que tanto le habían hecho sufrir,
pero no sabía que la libertad se paga con mucho más
sufrimiento, cuando no tienes experiencia, ni nadie que
te ayude.
Pasó hambre, rechazo, frío… hasta que entró a
trabajar como limpiadora en unos laboratorios que eran
muy grandes y famosos. Allí pronto se dieron cuenta de
su talento para organizar, sus dotes de mando y sus
pocos escrúpulos y fue subiendo de categoría hasta que
conoció al jefe; para ella fue como el padre que nunca
tuvo, el héroe al que admirar; casi un dios. Así terminó
siendo quien era… ¿pero qué fuerza le impedía
reaccionar? era algo negativo al extremo de impedirle la
respiración y que le recordaba quién era en realidad. Ella
se había esforzado en olvidar de dónde venía y se había
construido un pasado falso del que presumía cuando lo
creía conveniente. Allí había una energía que no la
dejaba continuar con lo que la había llevado allí: estar
segura de que ya no estaban los discos que habían
estado buscando durante veinticinco años.
Diego no se dio cuenta del estado catatónico en el
que se encontraba Nina Arenas y pasó decidido a entrar
en la parte del almacén que describía Cristina Jiménez,
en aquellas páginas del libro. Alumbrándose con una
potente linterna, llegó hasta la zona que se metía en la
roca y allí, descubrió la piedra que tapaba el escondite
del que hablaba la novela.

150
- Señora Arenas, lo he encontrado. Venga antes de
abrirlo. –pero Nina Arenas, seguía inmóvil y no
escuchaba lo que le decía. Entonces, Diego fue hasta la
puerta y se asustó al ver la expresión de terror en la cara
de la mujer. Parecían estar en otra dimensión, muy lejos
de allí, pero en un estado de pánico que él, nunca había
visto. Se acercó despacio a ella.
- ¿Se encuentra bien? Señora Arenas. ¿Qué le
está pasando? –por fin reaccionó y fue como si
despertara de una pesadilla; estaba pálida y algo
confusa.
- Estoy bien. Déjeme, no me agobie –suspiró y
volvió a tomar aire, así se empezó a despejar - ¿Qué
quiere usted, por qué me está gritando?
- He encontrado el escondite y quería que usted lo
viera antes de abrirlo.
- Pues vamos, no quiero estar aquí mucho tiempo.
Con un gran esfuerzo, dio unos tímidos pasos,
hasta que su cuerpo empezó a obedecerle.
Sí, aquello confirmaba el relato de Cristina Jiménez.
La investigación que habían llevado a cabo sobre la vida
de Sergio, su hijo, les había revelado que estuvo allí no
hacía mucho tiempo, con unos amigos; probablemente,
fue entonces cuando cogió el maletín con los discos
duros. Las huellas dejadas en el polvo acumulado de
tantos años, eran la mejor prueba de que no se había
llevado los discos aquel traidor que ayudó a las dos

151
mujeres a escapar; había sido muy reciente. Ya no
cabían dudas y tenían que ponerse en marcha. El que
alguien pudiera publicar aquellas imágenes, era
sumamente peligroso para la seguridad de Medic-Inc.
Nina Arenas, salió, literalmente, corriendo de la
cabaña, como si unas manos largas y siniestras, la
intentaran coger por la espalda y llegó al helicóptero,
jadeando, mucho antes que Diego Hernan. Éste se
extrañó mucho de aquella reacción, pero, conociéndola,
prefirió no preguntarle nada.
Tenía el corazón desbocado, la piel fría, las manos
temblorosas y una sensación de opresión en los
pulmones que le hacía difícil la respiración.
Ella no creía en aquellos rollos sobre las energías
positivas o negativas, que influían en las personas;
siempre pensó que eran engañabobos, pero ahora, las
había experimentado en sus propias carnes. Se le
representaron las seis personas que sufrieron y las que
perecieron en aquel lugar; se acercaban a ella, con un
interrogante que le heló la sangre: ¿Por qué? ¿Por qué?
- Dile a Alberto Aguirre, que no pierda más el
tiempo con los jóvenes y que me traiga a esa mujer,
Cristina Jiménez, cuanto antes. –Una vez en su oficina,
con su traje elegante y peinado impecable, volvía a ser
la dueña de la situación y daba órdenes precisas, como
siempre-. Los medios que emplee, no me importan; la
quiero aquí para que me de todos los detalles de esa

152
historia. Ah y con el máximo secreto. Que nadie sepa lo
que ha ocurrido; simplemente que desaparezca. Luego
ya veremos lo que hacemos con ella… y con los demás.

Después de muchos días sin vigilancia, aparente,


se estaban relajando. Ya no estaba el hombre que Víctor
había visto y que pensó que era uno de los
perseguidores, pero ahora, no había nadie que levantara
sospechas.
Las reflexiones sobre el camino a seguir, eran
continuas, pero también había tiempo para disfrutar del
verano en una tierra diferente a la de las tres visitas de
Carlella, donde la temperatura era mucho más alta y los
paisajes más desérticos; en cambio, en Los Valles era
todo verde, con tupidos bosques de pinos, eucaliptos,
líquenes, hortensias y agua que brotaba de cualquier
roca; todo ello alfombrado por la hierba que parecía
cubrirlo, como si de una gran alfombra se tratara.
Las playas también eran diferentes a las del sur;
las mareas dejaban la arena, empapada de agua,
brillante como un espejo, en la bajamar, donde se
reflejaba el sol poniente dejando una rica gama de
colores que pasaba desde el amarillo, al rojo. En la
arena, se podían ver pequeños crustáceos y toda clase
de diminutos seres que se quedaban atrapados y que no
llegaban hasta el agua. Los visitantes no estaban
acostumbrados a semejante espectáculo, se

153
sorprendían al ver los barcos varados en la arena,
bastante lejos del mar.
Muchas veces, la pleamar, hacía que tuvieran que
recoger las toallas y todo lo demás, porque se mojaban
con cada ola que avanzaba hasta casi dejar la playa bajo
el agua. Entonces, los barcos, volvían a flotar.
Paseando descalzos por la orilla, iban despacio
respirando el aire con olor a mar. Sus manos estaban
unidas, como era su costumbre siempre que se
encontraban. De frente vieron una persona que
caminaba por la arena; al principio, Sergio no la
reconoció, pero conforme se iba acercando, vio que era
Celia, su amiga de siempre.
- Qué sorpresa. –dijo Sergio con toda sinceridad–
No esperaba verte por aquí, pero me alegro mucho.
¿Cómo estás? Te veo estupenda, como siempre.
- Hola Sergio. Yo tampoco esperaba encontrarte
esta mañana. –hablaba con él, pero sus ojos no se
apartaban de Uchy- ¿no vas a presentarme?
- Es verdad, perdona. Ella es Uchy, mi novia. Nos
hemos conocido en Carlella. Uchy te presento a Celia,
es mi amiga desde que íbamos a la guardería. Ella es la
persona con más paciencia que puedas imaginar; me ha
aguantado de todo, pero siempre he sabido que me
ayudaba en lo que podía.
- Me alegro de conocerte, Sergio me ha hablado de
ti. –Uchy hizo un movimiento para darle un beso como

154
saludo, pero al ver que ella no se movió, rectificó
enseguida y pasó desapercibido.
- Espero que haya sido bien.
- Por supuesto. –con un saludo muy indiferente, sin
tener nada más que decir, cada cual siguió su camino.
Sergio se quedó muy pensativo al ver la frialdad de
Celia; sabía lo que ella sentía por él, pero tenía la
conciencia tranquila porque nunca le había dado ni la
más mínima oportunidad de pensar que le correspondía;
todo lo contrario, le aconsejaba que buscara un hombre
del que se enamorara de verdad, porque él, sólo era un
amigo muy querido y que podía haber confundido sus
sentimientos.

Estaban todos reunidos después de la cena, en el


jardín trasero, relajados bajo un cielo lleno de estrellas y
oliendo el frescor de las plantas y los árboles que
rodeaban la casa. Esos eran los momentos que tanto les
gustaban; todo era paz y tranquilidad.
- Sergio ven, tengo que hablar contigo de un asunto.
– le dijo Cristina. Cuando se encontraron a solas, se dio
cuenta de que su madre estaba muy seria.
- ¿Qué pasa? ¿Ha habido algún problema?
- Hasta cierto punto, sí. Me ha llamado Celia, con
un disgusto enorme. Me ha dicho que os habéis
encontrado esta mañana y que, como no le habías dicho
nada de que tenías novia, se ha quedado muy

155
desconcertada y dolida.
- Puede que no lo haya hecho bien, pero con tantos
acontecimientos, ni me he acordado de ella en todo este
tiempo. Lo siento mucho, pero esto tenía que pasar de
un momento a otro; yo tengo derecho a vivir mi vida sin
la obligación de darle cuentas a ella de todo lo que hago,
creo y decido. Ya hemos hablado de esto un sinfín de
veces y sabes perfectamente, lo que pienso.
- Es verdad, pero me ha dado pena. Tiene una
depresión terrible, no hace más que llorar. No sé por qué,
depende tanto de ti.
- Pues espero que se vaya haciendo a la idea y que
empiece a pensar en otras cosas que no sean
controlarme. –sabía que su madre lo encontraba muy
duro, pero no quería que, por la lástima que le daba,
estuviera siempre recordándole cuanto sufría Celia.
Volvieron al jardín haciendo un esfuerzo por
parecer alegres como si nada hubiera pasado. Eran
cosas suyas que no debían estropear la velada.
–Cristina, nunca nos has hablado de tu marido –le
dijo Uchy– no quiero ser indiscreta, pero es que Sergio
no me ha contado nada de su padre.
–No es indiscreción; no tengo secretos para nadie
y menos para ti, ni para vosotros –aclaró, mirando a los
otros dos hombres– Yo siempre he sido un alma libre y
jamás se me pasó por la cabeza casarme.
Mi madre fue una esclava de su marido que la

156
trataba como si fuera la última de sus propiedades; le dio
seis hijos y nunca hubo una queja, ni una exigencia por
su parte; yo la veía y no entendía cómo era posible que
aguantara tanto aquella situación, cuando empecé a
darme cuenta de cómo era su vida, así que decidí que
eso a mí no me pasaría.
Entiendo que hay parejas muy felices y que
merece la pena tener a alguien a quien amar, con quién
compartir muchas cosas y estar acompañada, pero no
estaba por atarme para toda la vida; lo que sí deseaba
más que nada, era tener un hijo. Para eso no era
necesario tener una relación, más o menos seria con un
hombre, así que decidí hacerme una inseminación y el
fruto es Sergio. Él ha sido todo en mi vida, pero no he
sido dependiente de él, ni él de mí; siempre he respetado
su libertad y él la mía; nos queremos, nos entendemos;
no se puede pedir más.
–Puestos a preguntar –dijo Pacoprim– yo sé que
eres periodista y escritora de éxito, de hecho, yo te
conocía porque he leído gran parte de tu obra que, como
ya sabes, me encanta; todo esto yo sé que no da para
tener una casa tan grande, con este maravilloso jardín y
en una urbanización de lujo como esta.
- No tengo inconveniente en contaros cómo acabó
siendo mía. Mi padre apartó a mi madre de su familia,
como hacen muchos maltratadores, le decía que no era
bueno para ella tener contacto con una gente tan

157
estirada que solo le metía tonterías en la cabeza.
A mi abuela, que se quedó muy mal cuando perdió
a mi madre, su única hija, nunca la habíamos visto.
Supimos que había muerto y nos llevamos una gran
sorpresa, cuando nos convocaron a todos mis hermanos
y a mí, en el despacho de un notario para la lectura del
testamento. Mi madre ya nos había dejado unos años
antes, pobrecita. Nunca supimos que su familia, ella que
era tan humilde, pudieran ser multimillonarios; así que,
entre otras cosas, a mí me tocó esta casa y su contenido.
Al principio me pareció demasiado grande para mi hijo y
para mí, pero me acostumbré, sobre todo por el jardín,
que era lo que siempre había deseado; que la casa sea
grande, tiene la ventaja de poder acoger en ella a mis
amigos y los de mi hijo.
- Es increíble las historias que se esconden en las
vidas de personas que, aparentemente, son normales;
aunque en tu caso, seas alguien excepcional. –dijo Uchy
- ¿Nunca has escrito algún libro basado en tu vida? Debo
confesarte que sólo he leído un libro tuyo, el de
prisioneros; tengo pendiente leerlos todos, cuando todo
esto acabe y podamos concentrarnos en algo que no sea
el mismo tema.
- No, nunca he escrito nada sobre mi vida o la de
mi familia, pero, como todas las personas que escriben,
siempre hay algo nuestro en cada historia, aunque no
sea exactamente fiel a la verdad.

158
Unos días después de encontrarse en la playa con
Celia; Sergio recibió la llamada de la madre de ella,
diciendo que Celia había intentado suicidarse y que
estaba en el hospital.
- Por favor, Sergio, te pido que vayas a verla, está
muy mal psicológicamente. Los médicos no saben cómo
va a evolucionar después de este intento. Creo que tú
podrías ayudarle de alguna manera.
- Señora Cortés, siento muchísimo lo ocurrido, pero
yo no sé si será conveniente que me vea. Lo que sí tengo
claro, es que se ha obsesionado conmigo y es una
situación muy incómoda para mí. Parece que soy
culpable de algo y eso no es así. –dejo un momento de
silencio, pero al ver que la señora no decía nada,
continuó-: Usted sabe perfectamente, que sólo hemos
sido amigos, que nunca nos hemos considerado como
pareja. Ella lo decía así, pero no sé qué le ha pasado
últimamente, que ha estado controlando todo lo que
hago.
- Sí, sí, lo sé, no te culpo de nada; sabes que te
quiero como a un hijo, pero yo pienso que le será de
consuelo que te intereses por ella. Por favor
- Está bien, iré a verla, pero no estoy seguro si esto
le va a ayudar, o la pondrá peor.
Esa misma tarde, Sergio fue al hospital, iba solo
porque, Uchy y él, pensaban que la presencia de la otra

159
chica, sería perjudicial. La encontró inmóvil en la cama,
con las muñecas vendadas y muy pálida. Tenía los ojos
cerrados y no los abrió, cuando notó la presencia de
alguien en su habitación.
- Hola, Celia. ¿Cómo te encuentras? –no hubo
respuesta, perecía que dormía, pero él se dio cuenta de
que estaba fingiendo– Me ha dicho tu madre, que has
hecho una tontería; me ha extrañado mucho, porque
siempre te he tenido como una persona inteligente.
Tienes un futuro increíble por delante y lo quieres echar
a perder por una ilusión que tú sabes, perfectamente,
que no tiene fundamento. Estoy seguro de que vas a
reflexionar y te darás cuenta de que tengo razón, así que
no hagas más estupideces, porque lo único que
conseguirás, es matar a tu madre de un disgusto. ¡No
seas tan egoísta y piensa un poco en los demás! –Sergio
se alejó de la cama, ante el silencio de ella, pero vio
como entreabría los ojos; no esperó respuesta alguna,
dio media vuelta y salió sin mirar atrás.

Todos los días, llamaba a la señora Cortés, para


saber cómo evolucionaba Celia. La última vez que habló
con ella, le dijo que, desde que fue a visitarla, había
cambiado y que estaba mejorando cada día más. Le dio
las gracias por devolverle a su hija; cosa que a Sergio le
pareció que era una exageración, pero se alegró de las
buenas noticias.

160
Estas y muchas otras cosas, se comentaban por la
noche, entre todos y así pasaban las veladas, hasta que
llegaba la hora de irse a dormir. Cada noche, Cristina
tenía la rutina de dar una vuelta por el exterior y cerrar la
verja de entrada al jardín, con una llave que colgaba
detrás de la puerta de madera maciza, principal de la
casa.
Ella ignoraba que había un hombre que observaba
esa costumbre y que podía aprovecharla.
Salió como cada noche, dio una vuelta por el jardín,
recogió la manguera de regar que se había salido de su
soporte, quitó alguna hoja seca del rosal que había cerca
del sauce y se dirigió, ya más tranquila por haber dejado
todo ordenado, hasta la puerta. No había terminado de
sacar la llave del bolsillo, cuando unas manos la
agarraron con una fuerza descomunal y sintió un agudo
pinchazo en el brazo. Todo se volvió negro. Pero fue en
silencio total; la tranquilidad de aquel jardín, no se vio
rota por un suceso tan violento.
Nadie escuchó nada, cada uno se fue a su
habitación pensando en sus cosas, o en lo que habían
comentado durante la velada, pero no se dieron cuenta
de que Cristina no estaba.
- ¿Y mi madre? Desde que me he levantado no la
he visto –dijo Sergio a Francisco y Víctor que esperaban
en la cocina a que se reunieran todos para desayunar,
como siempre. Les había extrañado que no estuviera el

161
café hecho y la mesa puesta, como todos los días.
Siempre lo hacía Cristina, porque Carmen, llegaba
después de hacer la compra diaria.
- Nosotros ya hace un rato que estamos aquí y
tampoco la hemos visto.
- Miraré a ver si está en el jardín.
- Hola, buenos días. - saludó a los dos hombres que
estaban en la cocina, una somnolienta Uchy - ¿dónde
están los demás?
- A Cristina no la hemos visto y Sergio ha ido a
buscarla al jardín.
- Voy a ver yo también.
Pasados unos minutos, volvieron algo extrañados
al no encontrarla.
- Se habrá ido a comprar algo –dijo Sergio, no muy
convencido.
- Pues no creo que se vaya sin su bolso; está en la
percha de la entrada.
- ¿Ah, ¿sí? Qué raro, ella no sale a ningún sitio sin
su bolso; siempre ha sido muy cuidadosa de no perder
las llaves y las lleva en su bolso. -diciendo esto, Sergio
cogió el bolso y buscó las llaves– Están aquí; entonces
¿dónde ha podido ir?
- Miraré con más detenimiento –dijo Víctor,
visiblemente preocupado.
- Yo también voy a mirar en su dormitorio- dijo
Sergio.

162
Buscaron en la parte de atrás, donde habían
pasado la velada la noche anterior; no había nada que
les pudiera dar una idea. Su cama estaba sin tocar,
parecía que no se había acostado en ella.
Víctor se adelantó hasta la verja de entrada y, como
policía de experiencia, enseguida vio unos indicios que
eran inequívocos.
– Por favor, no piséis por aquí –les dijo y se pararon
cerca de la verja– se ven unas marcas de hierba
aplastada como si hubieran arrastrado algo pesado
hasta la calle. La verja está abierta y las llaves las he
encontrado entre el césped. -diciendo esto, llamó a la
policía, les dijo quién era y que sospechaba que habían
secuestrado a la dueña de la casa. Esta idea, causó una
gran impresión en los demás.
– ¡Por favor, Víctor! Espero que estés equivocado –
dijo Sergio– puede ser cualquier cosa, pero no digas que
han secuestrado a mi madre. Dentro de nada, vendrá tan
alegre como siempre y todo se aclarará.
– Ojalá que sí, es lo que más deseo. Siento haberte
alarmado así. -Víctor se disculpó, pero la sospecha de
un secuestro, le martilleaba en el cerebro.
Llegaron varias patrullas y un coche sin el logo de
la policía. Se bajó de él un hombre que tendría la misma
edad que Víctor y se presentó como el inspector, Luis
Vázquez. Estuvieron hablando entre ellos y a los pocos
minutos, los otros policías, examinaban cada centímetro

163
del jardín.
La espera se les hizo eterna a Sergio y
acompañantes; se tuvieron que ir dentro de la casa, para
dejar trabajar a los expertos. Por sus mentes, pasaban
todas las imágenes de los secuestrados en la montaña y
cerraban los ojos, como si así, pudieran borrarlas. Era
inútil; las peores sospechas se abrían paso entre todas
las conjeturas que se hacían de los posibles motivos que
pudiera tener Cristina, para haber salido sin su bolso y
sin decírselo a nadie.
– Seguro que es una tontería y luego nos reiremos
de lo preocupados que estamos –dijo Uchy, casi con
lágrimas temblando en sus ojos– Cristina siempre se va
a correr temprano, a lo mejor le ha dado pena llamarme
para ir juntas, como nos acostamos tan tarde...
– Pero no se ha llevado las llaves, eso es lo raro –
dijo Sergio.
– Sí que es muy raro. En los días que llevamos aquí,
nunca ha hecho nada sin decirlo –ahora era Francisco el
que reflexionaba en voz alta– por muy duro que nos
parezca, creo que Víctor tiene razón.
Cuando se fueron los coches de la policía, Víctor
entró en el salón y, en su expresión todos leyeron que
las noticias que traía, no eran buenas.
–Siento deciros que, todas las evidencias apuntan
a lo que nos temíamos desde el principio: se la han
llevado. No hay ningún indicio que nos ayude a identificar

164
a quien lo ha hecho, pero ha dejado sus huellas
marcadas en el césped, donde se escondió a esperar la
oportunidad de cogerla; creemos, que estaba detrás del
árbol, donde hace esquina la valla; allí está muy
aplastado. También creemos que era solo una persona.
Fue todo rápido y limpio.
Yo he hecho varios vídeos del coche azul cuando
estaba apostado cerca de la casa y se ve con toda
claridad la matrícula, hemos buscado en la base de
datos; sabemos que fue alquilado y vamos a ver las
imágenes de las cámaras de seguridad de la agencia, en
el momento en que recogieron las llaves del coche. Esta
tarde he quedado para verlas. No os preocupéis, no
perderemos el tiempo; me ha asegurado el inspector
Vázquez, que le dará prioridad a este caso; también se
va a encargar de que me permitan investigar con él,
aunque no es mi jurisdicción. Vosotros podéis quedaros
aquí por si se ponen en contacto con vosotros o hay
algún movimiento de vigilancia o escuchas.
–Eso no lo veo muy probable, ya tienen lo que
buscaban -dijo Sergio con expresión triste– mi madre es
quien conoció a las supervivientes, ella puede
informarles mejor que nosotros.
–No estés tan desanimado Sergio, yo no conozco
mucho a Cristina Jiménez, pero creo que es una mujer
muy inteligente con recursos, que no se va a acobardar
y les va a plantar cara. -Francisco hablaba convencido y,

165
tal vez, tuviera razón.
Víctor recibió la llamada del inspector Vázquez, en
la que le informaba que tenía el permiso para colaborar
en el caso y que, inmediatamente, pasaría a recogerle
para ir a la agencia donde se había alquilado el coche.
Las imágenes no eran lo que esperaban; solo se
veía a un hombre con gorra y gafas oscuras, que
procuraba no estar frente a la cámara, así que era
imposible identificarle. Ya muy desanimados, se
disponían a marcharse del cuarto de control de
seguridad, cuando uno de los guardas, les dijo que
tenían otra cámara, que pasaba desapercibida, justo en
el portón de salida, que recogía al conductor de frente
con una calidad de imagen mayor que las otras. Las
buscaron y vieron cómo se acercaba el coche y el
conductor, ya creyéndose a salvo, se quitaba la gorra y
las gafas dejando su rostro al descubierto. Les hicieron
unas copias y se marcharon con algo más que cuando
llegaron.
En la jefatura de policía, iban siguiendo el itinerario
del coche alquilado, porque las compañías propietarias
de estos vehículos, les ponían un dispositivo GPS, para
poder encontrarlos en caso de que no fueran devueltos.
Así supieron que se dirigía hacia el sur y dedujeron que
irían a Carlella. Inmediatamente prepararon todo lo
necesario para hacer un seguimiento. El inspector
Vázquez y tres agentes, irían delante con un coche

166
normal y detrás de ellos, irían Víctor y Sergio en el todo
terreno de Cristina. No había riesgo de perderles, puesto
que sabían exactamente donde se encontraba el coche
azul en todo momento; donde se detenía y cuánto tiempo
pasaba parado.

Cristina despertó con una sensación de mareo que


casi no le dejaba abrir los ojos; no entendía que le estaba
pasando, hasta que percibió que se movía el lugar donde
estaba tumbada de cualquier manera; tenía el hombro
derecho de mala postura, intentó moverse, pero no podía
separar las manos ni los pies. Poco a poco fue tomando
conciencia de que estaba atada y amordazada y que iba
en un coche a gran velocidad. Abrió los ojos, pero no
pudo ver nada, la oscuridad era total: Debía estar en el
maletero y cubierta por una lona que le impedía, no solo
ver algo de luz, sino que le dificultaba la respiración. No
quería ponerse nerviosa, porque eso sería mucho peor y
se arriesgaba a tener un ataque de ansiedad, que podría
costarle la vida, ya que nadie la escucharía para
ayudarle. Intentó serenarse lo mejor que pudo,
respirando pausadamente. No sabía cuánto tiempo
llevaba viajando, ni a donde se dirigía; el por qué, sí
podía imaginarlo; ella sabía mucho sobre el secuestro
que tanto interesaba a quienes les vigilaban.
Cuando Sergio quiso seguir investigando, ella
sabía que sería difícil y, hasta peligroso, pero nunca

167
imaginó que llegarían hasta ese punto. ¿Qué esperaban
de ella que ya no supieran? ¿Después de que les
contara todo, porque pensaba contar lo que sabía, qué
harían con ella? Y con Sergio y los demás que eran parte
del mismo tema ¿qué harían? ¿los secuestrarían
también? ¿les harían desaparecer? Su cabeza daba
vueltas a todas estas preguntas y se angustiaba más y
más. ¡Por favor, que no les hagan nada malo a mi hijo y
a sus amigos! Rogó en voz alta. De lo que sí estaba
segura, es de que jamás diría donde se encontraban los
discos duros originales; tal vez, como antes, serían su
seguro de vida y el de los demás. La copia que tenía
Sergio, no les serviría porque era en un formato moderno
y podía manipularse, pero los auténticos, eran los que
les valían.
No podía aguantar más el dolor del hombro; se le
estaba durmiendo el brazo y creía que acabaría por
perderlo. Notó que el coche empezaba a aminorar la
marcha; no sabía si tener algo de esperanza o aumentar
el miedo al pensar que allí acabaría todo.
De pronto la luz la cegó; no conseguía abrir los ojos,
pero no hizo falta que se esforzara mucho, porque
inmediatamente, le pusieron un trapo tapándolos, sí que
volvió la oscuridad.
–Venga, camina –la obligaron a ir para adelante por
un terreno desigual y escabroso, después de soltarle las
ligaduras de los pies; imaginó que sería un bosque,

168
porque el olor a pinos era muy penetrante. No sabía
cuántos eran, pero a ella solo le hablaba uno– te voy a
soltar las manos para que hagas tus necesidades, pero
si se te ocurre hacer alguna tontería, te arrepentirás.
Obedeció, aunque le costó mucho esfuerzo
conseguir que su brazo derecho, volviera a sentir la
sangre fluyendo y pudiera moverse. Volvieron al coche y
la hicieron sentarse en el borde del maletero. De un tirón
sin compasión, le arrancaron la cinta adhesiva que le
cubría la boca y sin contemplaciones, le obligaron a
beber algo que no era agua; sabía muy mal, parecía una
bebida energizante, pero ella no la había probado nunca;
le dio mucho asco, pero no la rechazó, sabía que
necesitaba estar fuerte; no se resignaba a dejar que la
llevaran donde ellos quisieran.
Todo volvió a la normalidad; le ataron las manos y
los pies, le amordazaron y le quitaron la venda de los
ojos, pero no pudo ver nada, no le dieron tiempo, cuando
ya tenía la lona encima y estaba tumbada en el duro
suelo del maletero del coche. Por lo menos, cayó en una
postura algo más cómoda, que le daba la oportunidad de
pensar en otras cosas que no fuera el dolor del hombro.
El coche reanudó la marcha a una velocidad que a
Cristina le daba vértigo; temía acabar en un hospital, o
en el cementerio. Ponía la máxima atención en escuchar
alguna voz que le orientara para saber cuántos eran,
quienes eran, qué intenciones tenían o por donde iban;

169
pero no hubo suerte, no se hablaban; lo único que
escuchaba, era una lejana música aburrida y repetitiva
que le inducía al sueño, pero no quería perder la
atención por si escuchaba algo que le sirviera para
hacerse una idea de lo que podría pasar.
Perdió la noción del tiempo, no sabía cuántas horas
llevaban andando, cuando volvió a detenerse el coche.
Se repitió la misma escena de la vez anterior; cuando
volvió al coche, la sentaron en el maletero, le quitaron la
mordaza y le dieron algo de comer, era un bocadillo de
queso bastante seco que le costó bastante tragar.
–Por favor, ¿puede darme un poco de agua? -pidió
en voz baja.
Sin responder, la dejó y se fue a la parte delantera
del coche, para coger una botella. Ella se dio cuenta de
que podía levantarse la venda de los ojos, aprovechó
que él se había ido sin haberle atado ni los pies ni las
manos. Vio que no había nadie más en la autovía, así
que, a la velocidad del rayo, pensó en escaparse. Era
una buena corredora y en dos segundos, cruzó los tres
carriles, saltó el guarda raíl y se escondió entre las
adelfas que había en la mediana. Allí, agachada,
observó al hombre que ya conocía y descubrió que
estaba solo; no había nadie más con él, esto le dio algo
de confianza. Observó cómo el hombre se dirigía a la
parte trasera del coche con la botella de agua en la mano;
cuando él se dio cuenta de que no estaba, ya no la

170
encontró por ninguna parte. Salió corriendo a la
desesperada buscando por el bosquecillo; iba
desorientado de un lado a otro, hasta que se cansó y
volvió al coche. Empezó a dar golpes en el capó y en las
ruedas con desesperación; se subió y recorrió todo el
borde del bosque, mirando por si la descubría; no la
encontró y la angustia se apoderó de él; sabía las
consecuencias que le podría acarrear el fracaso de
aquella misión.
Todavía seguía escondida hasta que perdió por
completo de vista el coche azul. Entonces,
aprovechando que no venía ningún coche cerca, volvió
a cruzar la autovía y esperó al primero que pasara para
pedir ayuda.

El corazón le palpitaba angustiosamente y la


respiración era tan agitada que temió desmayarse en el
momento que apareció un automóvil, éste no hizo el
menor caso a las señales que, con un inmenso esfuerzo,
hizo para que parase. Creía no poder más, cuando, vio
que venía otro y volvió a hacerle señas; este sí que
redujo la velocidad y, cuando estuvo cerca, no podía
creer lo que sus ojos veían: era su coche y lo conducía
Sergio, su hijo, que al lado tenía a Víctor. Pensó que eran
alucinaciones producidas por la adrenalina.
Los coches que seguían al secuestrador, llegaron
al punto en el que Cristina se había fugado. El GPS les

171
decía, que el coche azul continuaba por la autovía de
camino a Carlella, después de haber estado quince
minutos parado en aquella zona. No se detuvieron y
continuaron con el objetivo de llegar hasta él y detenerle
antes de que llegara a la ciudad.
Solo hacía unos minutos que habían pasado por el
bosquecillo, cuando una mujer salió de entre los árboles,
pidiendo ayuda. Los policías no quisieron entretenerse
en recogerla. En cambio, Víctor y Sergio, que iban detrás
de ellos, dieron un grito de alegría cuando la vieron bien
y la reconocieron.

Cuando Víctor abrió la puerta, le dio justo el tiempo


de cogerla en sus brazos, porque se había desmayado.
Fue un encuentro maravilloso para todos; ella
jamás se habría imaginado que pararía a quienes la
estaban buscando; ellos, que creían que encontrarla
sería muy complicado, se habían topado con ella por
casualidad.
Decidieron continuar la persecución, porque el
delito se había cometido, aunque la secuestrada se
hubiera escapado. Le comunicaron al inspector Vázquez
y a los policías que lo acompañaban, que la mujer que
habían recogido era Cristina y Sergio llamó a su casa de
Los Valles con el teléfono de Víctor, para tranquilizar a
Uchy y a Francisco que se habían quedado muy
preocupados, sintiéndose inútiles por no poder hacer

172
nada más que esperar. Recibieron la noticia con alegría.
Cogerían un vuelo a la mañana siguiente para reunirse
con ellos, darle un abrazo a Cristina y enterarse, con
todo detalle, de lo que había pasado.
Cristina despertó; estaba agotada. Durante más de
veinticuatro horas, había permanecido de mala manera
con las piernas encogidas, en el maletero del coche azul,
sin poder moverse ni cambiar de postura; había pasado
sed y hambre, pero lo peor, era la incertidumbre de no
saber qué sería de ella y siendo consciente de la
angustia que estarían sintiendo, tanto su hijo, como los
demás. Las fuerzas que había derrochado en su fuga, le
estaban pasando factura; se sentía como una muñeca
de trapo.
La mimaron todo lo posible, dadas las
circunstancias. Sergio le dio agua y unas chocolatinas
que parecieron animarla un poco; no tenían nada mejor.
Víctor le preparó una especie de cama en el asiento de
atrás y la tapó con su chaqueta. Cuando vieron que se
había dormido, no hicieron ningún comentario para que
pudiera dormir tranquila sin el murmullo de sus voces. Se
turnaban para conducir; lo hacían sin brusquedad, no
querían sobresaltarla.
Las horas pasaban con lentitud desesperante,
parecía que el viaje no acabaría nunca; siempre con la
adrenalina a punto, porque no sabían cuál sería el
siguiente movimiento del coche azul, cuando llegaran a

173
su destino.
Víctor había alertado a sus hombres de la jefatura
y, cuando estuvieran seguros de a donde se dirigía el
secuestrador, les daría la orden de personarse allí con
los refuerzos necesarios para detenerle.
Faltaban pocos kilómetros para entrar en Carlella,
cuando el coche azul, se detuvo y se ocultó entre unos
árboles; los policías se pararon cerca y bajaron sin ser
vistos. Al observar unos movimientos extraños, el
inspector Vázquez, ordenó hacer un vídeo de todo lo que
el sujeto hiciera, pero que no se le molestara; quería
dejarle tranquilo, que creyera que estaba solo, para tener
más pruebas en su contra.
Empezó a sacar todo lo que había en el maletero;
lo envolvió en la lona que había cubierto a Cristina y lo
dejó en el suelo, luego limpió el suelo del maletero con
un cepillo bien a fondo; cuando pensó que estaba lo
suficientemente limpio como para que no quedara rastro
de ella, recogió la lona y se adentró más entre los
arbustos con intención de quemarla; en ese momento el
inspector Vázquez dio la orden de detenerlo. Todo fue
rápido y eficaz; al principio se retorció e intentó soltarse
de los brazos de hierro de los agentes que lo
inmovilizaron, pero luego se dio por vencido y no opuso
más resistencia.
Cristina, Sergio y Víctor, eran observadores lejanos
de lo que estaba sucediendo. Ella se ocultó, tenía miedo

174
de que la viera el hombre, cuando lo metieron en el
coche de la policía.
–Creo que el sitio más seguro donde podéis estar
tranquilos y descansar, es en mi casa –les dijo Víctor,
cuando volvieron a ponerse en marcha– Os dejaré allí.
Yo tengo que ir a la jefatura y después, recogeré a Uchy
y a Francisco en el aeropuerto, su vuelo llegará dentro
de dos horas. ¿Os parece bien?
–Por supuesto; no nos podemos fiar de esta gente
y de sus redes, ¿quién sabe si ese tipo les avisó de que
íbamos detrás de él? -Sergio habló emocionado-
muchas gracias, Víctor por tu ayuda.
–Por favor, no digas nada más. -cambiando de
tema, porque se sentía incómodo- Dejaré este coche en
el aparcamiento de mi edificio; será mejor que no se vea
por la calle, así evitaremos problemas. Seguramente, los
que nos vigilaban, habrán dado una descripción de él y
la matrícula a los de arriba.
Llegaron en pocos minutos y subieron en el
ascensor desde el sótano donde dejaron el todo terreno
de Cristina, hasta la séptima planta, donde vivía Víctor.
El piso era grande y luminoso; al abrir la puerta, les
sorprendió gratamente.
En un momento en el que se encontraron solos,
mientras Sergio entraba en el salón, Víctor atrajo hacia
sí a Cristina y la abrazó con fuerza.
–¿Cómo estás? –le preguntó, con los labios

175
pegados a su pelo.
–Muy cansada y preocupada– le contestó, en voz
baja y casi rozándole el cuello con los suyos– pero me
siento agradecida porque viniste a buscarme.
–No ha sido mérito mío, lo hemos hecho entre
todos.
–Lo sé, pero a los demás se lo agradeceré en otro
momento, ahora es a ti a quien te lo digo: Gracias.
–Ha sido terrible descubrir que no estabas, pero
bueno, todo ha acabado bien –la separó un poco para
mirarle a los ojos– no he de parar hasta que esos tipos
tengan su merecido.
En ese momento llegaba Sergio y se separaron, tal
vez, con demasiada rapidez, como si les hubiera cogido
haciendo algo raro.
–Tengo que marcharme ya. Estáis en vuestra casa;
hay tres dormitorios, coged el que más os guste y
procurar dormir –dijo Víctor, un poco nervioso todavía–
en la cocina y el frigorífico, tenéis comida –luego se
dirigió a Sergio– prepara algo y asegúrate de que tu
madre come bien, está desfallecida...ah y cuídala mucho.
Ya sé que no hace falta que te lo diga, pero me voy más
tranquilo...
–Venga, vete ya, que se te hace tarde. -Después
que hubo salido, Sergio cerró la puerta asegurándose de
que estaba bien y se fue a preparar algo de comer.
Cristina se quedó sentada en el sofá, pero cuando él

176
llegó con una bandeja, se la encontró dormida.
Como si fuera una niña, Cristina era de estatura
bajita, delgada y frágil; la cogió en brazos y la dejó en la
cama de uno de los dormitorios. Pensó que era mejor
dejarla dormir, que despertarla para comer. Con sigilo,
entornó la puerta y se puso a devorar lo que había
preparado; también necesitaba alimentarse; desde que
supieron que Cristina había sido secuestrada, no había
podido ni pensar en la comida.
Víctor le había dicho que hicieran como que no
había nadie en la casa; que no abrieran la puerta ni
contestaran al teléfono; si él tenía que hablar con ellos,
daría tres toques, colgaría y volvería a llamar. Se había
llevado su teléfono, para que el departamento de
informática de la policía, lo hiciera invisible. Aunque lo
tuviera apagado, se podía rastrear y localizar donde se
encontraba; era necesario hacerlo, para estar más
seguros; también lo harían con los de Uchy y Francisco.
–Vosotros os podéis ir, yo recojo mi silla, ya sabéis
que la dejé en consigna, me pongo el sombrero y vuelvo
a ser Pacoprim –dijo Francisco cuando Víctor y Uchy se
dirigían al coche– tengo que hacer mi entrada en el
edificio para que los vecinos vean que estoy repuesto y
en mi casa; les dije que iba a hacerme una pequeña
operación.
–Ten mucho cuidado, no te confíes, ya sabes cómo
es esta gente -le dijo Uchy, abrazándose a él– no quiero

177
pasar por lo mismo otra vez.
–Tranquila hija mía, he sobrevivido todos estos
años, porque he estado siempre alerta.
–De todas formas, no bajes la guardia –dijo Víctor–
te haré llegar tu teléfono cuando esté listo. Hasta la
próxima, amigo. -Se abrazaron y salieron por puertas
distintas.
Uchy quería saber todos los detalles del rescate de
Cristina y de la detención del hombre que la había
secuestrado. Durante el camino a casa de Víctor, este le
fue contando lo sucedido y le dijo que era conveniente
que permanecieran en su casa, hasta que se cumplieran
las vacaciones que habían sido interrumpidas por la
desaparición de Cristina; todo tenía que parecer normal,
por si les seguían vigilando, aunque no había saltado la
alarma del teléfono avisando que eran escuchados, eso
no aseguraba que no les estuvieran siguiendo.
A pesar de lo ocurrido, el hecho de estar juntos, les
daba una alegría que no podían explicar; eran una
familia que pasaba unos días de vacaciones, tranquilos
y con tiempo de hablar, reír, comer y amarse; sí, amarse,
porque todo llegó sin apenas darse cuenta.
Cristina y Víctor, después de la angustia que
pasaron al pensar en la posibilidad de no volverse a ver,
habían descubierto que se sentían muy felices cuando
estaban juntos; que no concebían la vida el uno sin el
otro, que, a pesar de su edad, estaban ilusionados como

178
dos adolescentes con su primer amor. Sergio y Uchy,
eran espectadores sonrientes de aquel idilio inesperado;
estaban contentos porque ahora sí que eran familia de
verdad; sobretodo ella, que estaba tan sola desde que
murió su madre; había encontrado a su tío y ahora tenía
lo más parecido a una madre en Cristina.
Víctor y el inspector Vázquez, llevaron a cabo el
interrogatorio al sujeto que resultó ser empleado de una
empresa de seguridad que trabajaba, casi
exclusivamente, para Medic-Inc; algo que no les
sorprendió, lo que sí llamó mucho su atención, fue el
silencio férreo que guardó; no hubo manera de sacarle
ni una palabra, perecía mudo; de su boca no salió ni un
sólo sonido en las muchas horas de interrogatorio al que
le sometieron. Sus ojos permanecían fijos en un punto
indeterminado, casi sin pestañear. Se le veía muy
cansado, casi a punto de desmayarse, sin agua ni
alimento, pero no consiguieron nada de él, ni
ofreciéndole descanso y comida. Les resultó un caso
extraño, como no se habían encontrado nunca en su
carrera, los dos experimentados policías.
Mandaron que se le hiciera un examen médico para
determinar si es que no podía hablar, o es que no quería.
El resultado fue que todo estaba en perfecto estado para
que pudiera hablar; entonces es que no quería, pero
¿Por qué? ¿Tenía miedo? ¿De qué? Sí, había cometido
un delito por el que sería juzgado, pero esa no era una

179
razón suficiente como para quedarse en aquel silencio
aterrador que se podía leer en sus ojos.
–Mira, sabemos que trabajas para una empresa
muy importante –Víctor pensó en que, tal vez por ese
lado, conseguiría que dijera algo– que, seguramente, te
habrán amenazado si no llevabas a cabo con éxito la
misión que te encomendaron; si te sientes mejor, te diré
que tu declaración nos puede servir de mucha ayuda
para acusarles de otros delitos; tú, si colaboras con
nosotros, serás un testigo protegido, además de rebajar
la pena que te imponga el juez por el secuestro. A tu favor
está el buen trato que le has dado a la víctima y que ella
no haya sufrido ningún daño. Por otro lado, no es tuya
toda la culpa de que saliera mal el trabajo que te
encomendaron; tus jefes, podían haberte puesto un
compañero para evitar lo que ha pasado. De todo esto,
nosotros somos conscientes. Ya ves que, si nos ayudas,
todo son ventajas para ti.

Diego Hernan, el jefe del grupo S. Plus, encargado


de la vigilancia contratada por Medic-Inc, estaba muy
preocupado; desde hacía una semana, no tenía noticias
del hombre que traía a Cristina Jiménez por encargo de
Nina Arenas, la jefa de seguridad de Medic-Inc.
Hizo las oportunas averiguaciones con la empresa
de alquiler del coche azul, para saber dónde se
encontraba; la respuesta lo dejó desolado: desde hacía

180
tres días, habían perdido la señal GPS del automóvil. La
última parada, fue a veinte kilómetros de Carlella, pero
allí se acababa la información; no sabían cuánto tiempo
había estado detenido en ese punto.
El teléfono de su hombre, también estaba muerto,
porque no lo pudo localizar de ninguna manera.
Desesperado decidió ir, personalmente, hasta el punto
en el que se había detenido por última vez. Allí no
encontró absolutamente nada. Registro minuciosamente,
palmo a palmo, la calzada, cada piedra, cada arbusto,
removió la tierra de las inmediaciones de la carretera. No
había ni rastro de que allí se hubiera detenido un coche.
Regresó en peor humor del que se había ido,
sobretodo porque tenía que hacer un informe y
entregárselo a Nina Arenas. La verdad es que esa mujer
le intimidaba más de lo que quería reconocer; era dura,
fría y exigente.
Tener que admitir que la misión había fracasado, le
costaba mucho; sabía que se confió al dejar solo un
hombre vigilando a los jóvenes, claro, él no se imaginaba
que las cosas se precipitarían al recibir la orden de traer,
inmediatamente a Cristina Jiménez ante la jefa de
seguridad de los laboratorios. Él tenía que haber enviado
a otros dos hombres y, tal vez, no tendría el problema
que lo acuciaba ahora.
Se presentó ante Nina Arenas, con toda la entereza
de que fue capaz.

181
–¿De verdad es lo que estoy leyendo, o es una
broma? –dijo ella, sin levantar la cabeza, para no mirarlo.
–Siento decirle que es muy en serio. He intentado
averiguar qué es lo que ha ocurrido, pero no he
encontrado absolutamente nada, ni con la empresa de
alquiler del automóvil, ni sobre el terreno; es como si se
lo hubiera tragado la tierra. Hasta ese momento, mi
hombre me informó de que todo iba como estaba
planeado, sin ninguna complicación.
–No quiero entretenerle más, -dijo con aquel tono
tan desagradable que ponía cuando estaba muy
enfadada- Póngase a trabajar y más pronto que tarde,
quiero que me explique, con todo detalle, lo que ha
pasado y me diga que están aquí, sin problemas. – era
muy raro que Nina Arenas, elevara la voz; solía dar
órdenes concisas en un tono bajo y algo siniestro que los
demás obedecían sin rechistar.
Nina Arenas estaba preocupada, no sólo por la
desaparición del automóvil que le traía a Cristina
Jiménez, con todo lo que eso significaba de información,
y al hombre de seguridad; su mayor contrariedad era
tener que presentar un informe negativo, ante la mayor
responsable de los laboratorios Medic-Inc, Carolina
Cantero. Nunca le había defraudado en los muchos años
que llevaba trabajando para ella; aquello era un fracaso
inimaginable, no poder decirle que todo estaba bajo
control y con la solución en sus manos, como

182
acostumbraba a hacer siempre que le presentaba un
informe.
Carolina Cantero, hija del que fuera presidente de
los laboratorios Oldpharm, era en la actualidad, la
presidenta del Consejo de Administración de Medic-Incy
la mayor accionista. Una mujer a la que le gustaba tener
la organización en perfecto orden y no había detalle que
se le pasara por alto. Era temida por los responsables de
las diferentes áreas a quienes les exigía entrega
absoluta.
Leyó detenidamente el informe que le había
entregado Nina Arenas, del que, hasta ese momento, no
tenía noticia. Su gesto se frunció conforme iba
avanzando en la lectura. Se tomó su tiempo, para
entender bien aquella torpeza que había sido
inconcebible en Nina Arenas; siempre perfecta en su
trabajo. Mientras ésta esperaba que acabara, ya podía
imaginar su reacción. Estaba nerviosa, como pocas
veces se había sentido; ella era una persona exigente y
difícil de contentar ante sus subordinados, por eso, verse
en aquella situación a la inversa, la desconcertaba y la
irritaba hasta un punto inimaginable.
- ¿Por qué no he sido informada antes sobre este
tema? –le preguntó Carolina Cantero, taladrándola con
su mirada.
- Creí que era un tema sin importancia que tenía
controlado. Como puede ver, los jóvenes no tienen nada

183
que nos pueda per…
- ¡Basta! Quién tiene que valorar si es importante o
no, no es usted.
- Desde luego.
- A partir de éste momento, todo lo que tenga que
ver con este tema, me lo pasará directamente a mí; usted
no tiene que decidir nada, ni opinar nada. ¿Entendido?
Páseme con el jefe de S. Plus.
- Por supuesto, señora Cantero.
A Nina Arenas, le temblaban las manos y todo el
cuerpo por dentro, cuando salió del despacho de la jefa.
No era de miedo, era de impotencia por no poder
estrangularla en ese mismo momento. La había
ninguneado y humillado como si ella no fuera nadie en la
empresa. Tenía que haberle recordado de cuantos
problemas se había ocupado ella para que no le
arruinaran el negocio; cuantas veces se había
arriesgado para que la seguridad fuera completa; las
noches sin dormir ideando el mejor sistema para
proteger los secretos que debían estar bien guardados
de unos laboratorios que, solo ella, sabía cuáles eran y
la importancia que tenían. Por un fallo, que ni siquiera le
correspondía a ella, la había tratado como a una inepta.
Aunque creyera que la conocía, Carolina Cantero,
puede que estuviera muy equivocada y algún día, se
enteraría de con quién se las estaba jugando.
Diego Hernan, relató con todo lujo de detalles, el

184
trabajo que habían llevado a cabo sus hombres y él,
desde que recibieran la orden de vigilar a las personas
indicadas por Nina Arenas. Carolina Cantero, ya conocía
los detalles gracias al informe que le había entregado
Nina, pero quiso saber de primera mano, como se había
hecho el trabajo y si su jefa de seguridad, había omitido
algo que le interesara ocultar. Reconoció que no
encontró ningún error y decidió seguir con la idea que
tuvo al leer el informe.
- Señor Hernan, desde éste momento, soy la única
persona a la que tiene que informar de su trabajo
respecto a éste tema. Encuentre a Cristina Jiménez y,
con discreción y cuidado de no perjudicarla en ningún
aspecto, infórmeme de donde se encuentra. Que quede
completamente claro, que no le estoy pidiendo que la
vuelva a secuestrar, todo lo contrario. Este encargo no
significa que deba hacer daño a nadie, ni a nada de lo
que posean. Solamente quiero conocer a esta mujer y
hablar con ella; así que, cuando la localice, seré yo quien
la invite a tener una entrevista conmigo.
- Sí señora, como usted desee.
- Y dejen en paz a su familia. Me imagino el miedo
que habrán pasado cuando registraron sus
apartamentos ¿y lo del coche…? Esta no es una misión
de espionaje, como parecía después de saber cómo lo
han hecho. ¡Hasta habéis llegado a secuestrar a una
persona inocente! Las consecuencias que este trato

185
traiga con la justicia, las asumirán ustedes, sobre todo
Nina Arenas.
Diego Hernan cerró con sigilo la puerta del
despacho de la señora Cantero, con una sensación de
impotencia terrible; no sabía por dónde empezar a
buscar a Cristina Jiménez; el coche azul y sus ocupantes,
parecían haberse volatilizado en la atmosfera. Aunque lo
peor era enfrentarse a la acusación de secuestro, como
había dicho la señora Cantero, por otro lado, si juzgaban
también a la Arenas, se daría por satisfecho.
Estaba desorientado. Tal vez lo único que podía
darle alguna pista de lo ocurrido, sería, precisamente, lo
que más temía: la acusación de secuestro. Sólo le
quedaba esperar, aunque la señora Cantero le
presionara.
Carolina Cantero, se acercó a la pared de cristal
desde donde podía disfrutar de una maravillosa vista de
la ciudad, pero lo que a ella más la impresionaba, era la
perspectiva que tenía de la bahía de Carlella. Aquella
inmensidad de agua, unas veces azul, otras veces gris,
tranquila o furiosa, siempre parecía influir en sus
emociones. Sus pensamientos volaron hasta su padre.
¿Qué sabía él de aquella historia de la que ella nunca
había oído hablar? ¿Un secuestro como represalia por
las denuncias de pacientes perjudicados por uno de sus
medicamentos? No, eso era imposible. Su padre era una
persona buena que había dedicado su vida a darle amor,

186
cuando se quedó sin su madre y a mejorar la salud de
muchos millones de personas que se curaban o
mejoraban gracias a su trabajo. Por otro lado, estaban
aquellos informes que, por fuerza, tenían una base de
verdad.
- Nina, por favor, tráigame, lo antes posible, todo lo
referente al Endorfiral sin dejar ningún detalle por
pequeño que sea. –cuando le dio esta orden, nunca
podría haber imaginado, lo que pronto tendría en sus
manos.
- Desde luego, voy inmediatamente.
En unos minutos, Nina llamaba a la puerta. Se
acercó con paso decidido dejando ver su estilizada figura
enfundada en un elegante traje de chaqueta azul, a la
mesa y dejó en ella una tarjeta de memoria en la que dijo,
estaban todos los archivos referentes al caso del
Endorfiral.
- Toda la información se encuentra aquí, pero los
originales en papel y en CD, los tenía su padre.
- Está bien, gracias.
- Alvaro, no me pase llamadas en dos horas y anule
o aplace mis citas durante este tiempo. –le dijo a su
secretario, cuando Nina Arenas, hubo salido de su
oficina–. Ah y búsqueme un ejemplar de la novela:
Prisioneros del aire, de Cristina Jiménez. Me gustaría
tenerla cuanto antes.

187
El edificio que albergaba todo el complejo de
Medic-Ind, era impresionante. En el semisótano, estaban
los aparcamientos, en el primer sótano, todos los
laboratorios; en el segundo sótano, era donde se
fabricaban los medicamentos con la más sofisticada
maquinaria que producía millones de fármacos al día:
pastillas, cápsulas, sobres, viales, jarabes…y un sinfín
de fórmulas que se distribuían a todo el mundo.
En la planta calle, estaba la recepción, la cafetería
y un enorme restaurante donde comían las más de
doscientas personas que trabajaban allí. El primer piso
estaba dedicado a los ensayos clínicos con animales y
con personas. Era como un hospital, con todo el
equipamiento y el personal médico necesario.
La segunda planta, estaba dedicada a la
administración…así, sucesivamente, las diferentes
plantas hasta llegar al ático, donde se encontraban las
oficinas de la dirección de los diferentes departamentos
y, por supuesto, la de Carolina Cantero.
Aquel impresionante edificio de acero y cristal que
refulgía con los rayos del sol, era de reciente
construcción y ella se sentía muy orgullosa de haber sido
la creadora de semejante logro.
Sentía pena al pensar que su padre no pudiera ver
hasta dónde había conseguido llevar a la empresa por la
que él había trabajado tanto. Hacía doce años que había
muerto, pero ya llevaba más de diez años retirado de

188
toda actividad. Sabía que dejaba su empresa en las
mejores manos. Su única hija, se había preparado muy
bien para poder sustituirle.
Estudió medicina y farmacia en las más
prestigiosas universidades extranjeras y, por expreso
deseo de su padre, administración y dirección de
empresas. Tenía un cerebro privilegiado, una memoria
prodigiosa, hablaba cinco idiomas y era una mujer activa
y valiente; no se le podía pedir más.
Empezó, se puede decir, desde abajo y pasó por
todos los departamentos, por lo que tenía un
conocimiento a fondo de cómo funcionaba cada uno de
ellos. Su memoria era tal, que conocía a cada empleado
o empleada, de los más de doscientos que trabajaban
allí, por su nombre y les saludaba amablemente cuando
se cruzaban por alguna dependencia del edificio.
También conocía a todos sus clientes y les trataba como
a amigos; esto hacía que la tuvieran en gran estima.
Carolina dedicó las dos horas que había previsto, a
leer y visionar todo el material que contenía la tarjeta de
memoria que le había traído Nina Arenas.
Estaba anonadada al descubrir que, su tan
admirado padre, no sólo no era aquella persona
entregada al bien de la humanidad que ella tanto
admiraba, sino que su único interés era el poder y el
dinero.
Era un hombre cruel al que no le importaba el

189
sufrimiento de la gente inocente, siempre que
consiguiera un beneficio. Era injusto e insensible, temido
por sus empleados y más parecía una mafia que una
empresa dedicada al descubrimiento de nuevas
fórmulas de curación para tantas enfermedades.
No quería llorar, pero la decepción era demasiado
grande para no dejar su corazón dolorido.
Sabía que no podría continuar con su trabajo aquel
día; llamó de nuevo a su secretario y le dijo que anulara
todo, porque no se encontraba bien.
Cogió su ascensor privado que la dejó justo al lado
de su coche. Sabía lo que tenía que hacer. Se dirigió
hasta el chalet que su padre había construido en uno de
los parajes más hermosos de la ciudad, donde ella había
nacido, pero en el que no vivía, le resultaba demasiado
grande para una persona sola, porque, aunque ya
pasaba de los cincuenta años, Carolina Cantero,
permanecía soltera. No había tenido tiempo de pensar
en formar una familia, ni conocido a ningún hombre con
el que le hubiera gustado formarla, así que se buscó un
precioso apartamento en un lujoso edificio del centro; lo
decoró con simplicidad, ella no tenía los gustos tan
recargados de su padre; era sencilla y cercana a la gente
y su casa reflejaba fielmente su forma de ser.
Se dirigió a la biblioteca, donde sabía que estaba la
caja fuerte, detrás de una estantería que se abría y
dejaba al descubierto la enorme caja de seguridad que

190
ella solo había abierto en una ocasión, cuando recibió la
herencia a la muerte de su padre. Allí había muchos
documentos sin revisar y que parecían muy antiguos, por
lo que iba dejando el tiempo pasar sin detenerse a
estudiarlos, pero hoy, todo era distinto; sentía una
enorme curiosidad por saber el contenido de aquellos
archivos tan celosamente guardados por su padre.
Cuando empezó a hojearlos, encontraba que eran
los mismos que había en la tarjeta que ya conocía, pero,
en una caja aparte, encontró otros muchos más
interesantes que dejaban constancia de la persecución
que habían sufrido las personas que integraban la
plataforma de afectados por el Endorfiral, las que habían
denunciado y sus familiares que fueron objeto de
accidentes, desapariciones y que les obligó a vivir en un
constante miedo.
Allí había informes exhaustivos de cada persona
que había sido tratada con el medicamento, hubiera
denunciado o no. Se conocían hasta los nombres de
todas las familias de dichos pacientes; era como una
persecución en toda regla.
Junto a todos estos documentos, ya amarillentos
por el paso de tantos años, había toda una colección de
CDs que contenían imágenes inéditas y que
corroboraban la historia de aquel terrible secuestro. Se
preguntó si su padre disfrutaría viendo el sufrimiento de
aquella gente; de ser así, ya no se sorprendería de nada.

191
Carolina era una mujer de negocios y sabía que no
siempre se puede jugar limpio, para seguir triunfando;
también ella tenía muchas sombras que ocultar, pero
nunca de la índole de aquellas que estaba conociendo.
Se sentía sucia al haberse beneficiado, aunque no
directamente, del sufrimiento de aquellas personas y de
sus familias rotas.
Decidió que ella no era como su padre y que tenía
que hacer lo que estuviera en su mano para resarcir, en
lo posible, a las víctimas o a sus familiares que todavía
vivieran.
Tenía sus nombres y domicilios, no sería difícil
encontrar a la mayoría, así que tenía que hacer un plan
para conocerles e indemnizarles, pero sin que saliera a
la luz, porque la prensa podía ser muy cruel y daría una
mala imagen de los laboratorios Medic.Inc.
Tomada esta decisión, fue consciente de las horas
que había pasado delante del viejo ordenador de su
padre y leyendo todos aquellos antiguos informes.
Estaba agotada y hambrienta.
Eran las seis de la mañana. Decidió irse a su casa,
tomar un baño reparador y volver a la oficina para hacer
todo lo que había pospuesto el día anterior. Con un buen
café, se olvidaría de que no había dormido nada. Lo que
no podría apartar de su mente, era toda aquella
información que había conocido y que, desde entonces,
cambiaría su vida. Nunca más volvería a pensar en su

192
padre como lo había hecho hasta ahora.

El interrogatorio del hombre de S. Plus, no


avanzaba. Los inspectores Vázquez y Víctor, estaban
agotando sus métodos de disuasión.
Mientras, el equipo que investigaba el caso,
encontraron, en la base de datos, el nombre del detenido
y toda la información de su vida; ante este argumento, el
hombre no pudo continuar guardando silencio. Pensó
que no tenía sentido callar todo lo que sabía de la
empresa para la que trabajaba, porque, estaba seguro,
se lavarían las manos y lo dejarían a su suerte.
Alberto Aguirre cantó sin necesidad de orquesta;
cuando terminó, se le veía tranquilo, descansado, se
había quitado un gran peso de encima y, además, tenía
la palabra de la policía de que la pena que le impusiera
el juez, se vería reducida por su colaboración.
Víctor estaba muy satisfecho con el resultado de la
confesión de aquel hombre, porque tenía más que
suficiente, para cerrar S. Plus y meter en la cárcel a todos
sus empleados, cómplices de una gran cantidad de
delitos. En lo personal, se quitaría la espinita de los
sufrimientos que les habían causado a Uchy y a los
demás, especialmente a Cristina, su querida Cristina.
- No os puedo dar mucha información, pero sí que
os puedo decir que hemos detenido a todos los
empleados de S. Plus y a sus jefes, que han estado

193
implicados en este asunto; esto significa que sois libres
y que podéis estar tranquilos de que nadie os va a seguir,
ni a escuchar. –se le veía la satisfacción que le producía
darles esta buena noticia– No obstante, vuestros
teléfonos seguirán estando invisibles y con la aplicación
que detecta si sois escuchados, toda precaución es poca
y eso no cuesta nada tenerlo.
- Entonces ¿nos podemos ir a casa sin problemas?
–dijo Uchy.
- Sí, con toda seguridad.
- No sé si me acostumbraré a andar por la calle, o
a hablar por teléfono, sin mirar atrás esperando ver un
coche sospechoso. –dijo Sergio– Aunque es una buena
noticia el saber que no tengo que volver a ser una chica
morena con tacones altos.
- El Inspector Vázquez, vendrá esta tarde a
despedirse; el caso está resuelto y ya no puede
continuar fuera de su comisaría por más tiempo. –miró a
Cristina y dijo-: creo que estaría bien invitarle a cenar, ha
sido muy amable y nos ha ayudado mucho.
- Por supuesto, le haremos una cena que no
olvidará nunca.
- Tampoco quiero que te molestes, había pensado
ir a algún buen restaurante…
- Nada de eso, lo mejor es hacerlo en familia. ¿Qué
os parece a vosotros?
- A mí me gusta la idea. –dijo Sergio.

194
- A mí también y además creo que deberíamos ir a
buscar a Francisco; sin él no sería lo mismo. –dijo Uchy.
- Tienes toda la razón. –dijeron al unísono Cristina
y Víctor.
- Pues manos a la obra, no creáis que tenemos
mucho tiempo; hay que ir a comprar y empezar a
prepararlo todo. Uchy y Sergio, os quedaréis aquí para
acondicionar el comedor; Víctor y yo, iremos a comprar.
La cena transcurrió como estaba previsto y
disfrutaron de una velada en la que se sacaron muchos
temas de conversación interesantes y otros divertidos,
hasta que llegó la hora de la despedida y fue bastante
emotiva porque se habían cogido mucho aprecio. Víctor
se comprometió con Luis Vázquez, a contarle todo lo
referente al juicio que pondría fin a aquel caso que los
había llevado hasta conocerse.

El juicio se celebró unos meses después. Los


abogados de Nina Arenas, se aseguraron de que los
hombres que iban a ser juzgados por el secuestro, no
mencionaran la persecución y vigilancia que ejercieron
sobre los jóvenes; de eso no se habló, ni de la razón por
la que se hizo.
Los dos hombres habían perdido la memoria
totalmente. A cambio de esa amnesia, se les ofreció una
sustanciosa cantidad de dinero. Ante las preguntas del
fiscal y de los abogados de Cristina, sobre las razones

195
por las que habían sido objeto de vigilancia, ellos
aseguraban desconocer esos otros temas. Sólo decían
que habían cometido un error porque no entendieron
bien las órdenes, así que, al no saber nada de otras
cuestiones, sólo se hablaba del secuestro.
Entre las personas que fueron citadas para
declarar, estaba Nina Arenas. Ella se limitó a decir, que
la única orden que le dio a Diego Fuentes, fue que
buscara a Cristina Jiménez, por un asunto de seguridad
interna de la empresa, que ella no podía revelar en ese
momento, pero que, jamás le dijo que la secuestrara, ni
que la maltratasen de ninguna manera. Ella supo del
secuestro cuando Diego Hernan, le presentó un informe
en el que figuraban las dificultades que se habían
encontrado para hacerse con la mujer y que, muy cerca
de Carlella, le había perdido la pista, contaba la forma en
que había secuestrado a esta mujer. No hubo cargos
contra ella, porque no se encontraron pruebas.
Tampoco Cristina Jiménez contó nada de las
razones que tenían para secuestrarla; se limitó a decir
que no conocía a ninguno de los acusados, ni a la señora
Arenas y que desconocía las razones por las que tenía
interés en hablar con ella. Sabía que no convenía que
saliera a la luz, el tema de los discos duros, porque no
estaban preparados para que se conociera la verdad.
Todo esto resultaba confuso; nadie sabía nada, no
habían hecho nada, ni conocían a nadie. No había más

196
responsables que aquellos dos hombres. Así que, por
falta de pruebas, se acabó el juicio.
Los acusados Alberto Aguirre y Diego Hernan,
fueron sentenciados a penas de tres años de prisión y
una indemnización a Cristina Jiménez de diez mil euros,
por detención ilegal.
Todos los demás empleados de S. Plus, salieron
absueltos y, por supuesto, Nina Arenas, quedó como
simple testigo. Una vez más, las injusticias formaban
parte de la vida de esta mujer, que pasaba por una
ciudadana ejemplar a la que sus empleados temían y las
demás personas, admiraban. En la soledad de su
despacho, sonrió orgullosa de haberse salido, de nuevo,
con la suya e impune, como tantas otras veces. Pero
Nina Arenas, nunca olvidaba a quienes la perjudicaban
y, esa ocasión, no iba a ser distinta; tarde o temprano,
ganaría ella, tenía mucho tiempo para pensar en otro
plan que fuera infalible.
Pasado ya el juicio y reemprendiendo su vida con
normalidad, los jóvenes se fueron a vivir juntos a la casa
de Uchy; creían que era una tontería estar separados,
cuando todo el tiempo que pasaban juntos, les parecía
poco, además, estar pagando el alquiler del apartamento
de Sergio, si en realidad, nunca estaba allí, era un
desperdicio.
La relación de Cristina y Víctor, continuaba
maravillosamente y él le rogó que se quedase un tiempo

197
más; claro, ella cedió encantada, aunque dijo que le
daba pena tener su casa cerrada y que no tenía a nadie
que le cuidara el jardín, ya que, cuando se fueron
precipitadamente, a causa del secuestro, le dijeron a
Carmen, que se tomara unas vacaciones y que ya la
llamarían cuando volvieran a Los Valles, así que ésta, se
fue a visitar a unos familiares en una aldea perdida de
donde era oriunda.
La cosa se solucionó contratando una empresa que
lo hiciera.

Un día, todas las personas que formaron parte de


la plataforma de afectados por el Endorfiral, recibieron
una carta en sus domicilios, citándoles para una reunión
con la presidenta de Medic-Inc, Carolina Cantero. Sería
para el jueves de la semana siguiente en un centro de
reuniones muy conocido; resultaría fácil llegar hasta allí.
No todas las personas que fueron citadas, vivían en
el mismo sitio de hacía tantos años, otras ya habían
fallecido, pero las que quedaban, se conocían y se
encargaron de que las demás fueran informadas de la
reunión. En la carta, no se hablaba sobre el motivo de
dicha cita, así que estaban muy intrigadas.
Fueron de las primeras en llegar. Cristina y Uchy
también se preguntaban la razón de aquella
convocatoria y sospechaban, si no sería una trampa para
conseguir de ellas lo que tanto habían perseguido. No

198
era probable que lo hicieran delante de los demás y, por
supuesto, estaba Francisco que las defendería en caso
necesario. Para más seguridad, le pidieron a Víctor y a
Sergio que las acompañara; al fin y al cabo, ellos
también estaban relacionados con el asunto.
Conforme pasaban los minutos y se acercaba la
hora, iban llegando varias personas, todas muy mayores,
acompañadas de familiares que les ayudaban a moverse.
Otras eran hijos e hijas de las que ya no estaban. Se
saludaban entre ellas y todas las conversaciones se
referían al misterio de aquella reunión.
Con puntualidad escrupulosa, se detuvo un coche
impoluto, en la puerta del centro y bajó de él, una mujer
que pasaba de los cincuenta años, elegantemente
vestida y de expresión seria; saludó a cuantas personas
se encontraban a su paso y entró decidida a la sala de
reuniones; inmediatamente, se abrieron las puertas y
todas las personas citadas, se acomodaron en los
asientos de una sala bastante acogedora.
- Buenas tardes, mi nombre es Carolina Cantero y
soy la presidenta de Medic-Inc. Todo esto ya lo sabían
ustedes por la carta que les enviamos, pero no saben
cuál es el motivo de esta reunión. –dejó un instante de
silencio, para luego continuar– procuraré ser lo más
breve posible. Mi padre trabajó en una empresa que,
después dirigió y, que seguramente, ustedes conocen
bien: Los laboratorios farmacéuticos Oldpharm. Hace

199
unos cincuenta años, comercializaron un producto
destinado a mejorar la depresión, entre otras
indicaciones: Endorfiral, pero no se hicieron todos los
estudios que marca la ley para conocer bien cuáles eran
sus efectos secundarios. Por medio de contactos con
gente importante y chanchullos, se introdujo en el
mercado con gran éxito, dando unos beneficios
importantes a la empresa. Unos meses después,
empezaron a llegar las primeras quejas de enfermos que
habían tenido serias complicaciones. – las personas
presentes movieron la cabeza asintiendo, porque
conocían bien de lo que hablaba – Lo que una persona
con sentido y conciencia hubiera hecho, sería retirar el
producto inmediatamente y compensar en lo posible a
los afectados, pero mi padre no tenía conciencia, esta
afirmación, seguramente, les habrá cogido por sorpresa,
pero la verdad es la que es y no hay que vestirla de otra
manera; como saben, lo que hizo fue vengarse de
aquellas personas a las que tanto había perjudicado y
que le denunciaron, ganando el juicio; se dedicó a
perseguirlas, a hacerlas desaparecer, algunas murieron
en accidentes muy sospechosos y las que quedaron, han
vivido con miedo desde entonces.
Después del descalabro que sufrió Oldpharm,
decidió desmantelarla y, con otros socios, fundó la que
hoy se llama Medic-Inc. Esta historia, no la he conocido
hasta hace unos meses. Para mí, mi padre era un ser

200
maravilloso, admirado y querido. Cuando él decidió dejar
la empresa en mis manos, he trabajado con mi mejor
voluntad, para no defraudarle. Murió hace doce años y lo
he llorado mucho, hasta que he encontrado los archivos
que guardaba en su casa y he conocido quién era mi
padre de verdad. –la gente estaba en silencio total, solo
se miraban unos a otros, sin dar crédito a lo que estaban
escuchando-. Quiero que sepan que yo no soy como él
y que, en cuanto he conocido esta historia, he pensado
que debía hacer lo que él no hizo en su momento; es
decir, en el juicio, que gracias a sus contactos, se libró
de la cárcel, se le condenó, entre otras cosas, a pagar
una indemnización a los afectados, nunca lo hizo. Hoy,
aunque sea muy tarde, yo lo voy a hacer con las
personas que están aquí todavía o con los familiares de
las que ya no lo están.
- Y para cobrar esa indemnización ¿qué hay que
hacer? -preguntó un señor de avanzada edad.
- Sólo deben traer la denuncia que hicieron en su
tiempo y justificar el parentesco, si es el caso.
- Después de tantos años, la cantidad resultará
ridícula ¿qué nos va a solucionar con eso? A mí me
parece una tontería habernos hecho venir. Esta es una
mentira para que nos estemos callados como siempre.
Pero yo ya no tengo miedo de que me atropelle un coche
o que me entre una enfermedad, como antes que nos
tenían atemorizados, ahora estoy sola y no tengo por

201
quién sufrir. –dijo una mujer.
- Entiendo lo que usted cree, pero mi intención, es
actualizar esa cantidad añadiendo los intereses de todos
estos años, entonces sí creo que merecerá la pena
haber venido. No quiero que piense, en que esto se
parecerá al pasado, creo que he sido bastante clara, al
contarles cuales eran las prácticas de mi padre y que yo
no soy como él. De todas formas, el tiempo me dará la
razón, cuando ustedes vean cómo su cuenta bancaria,
aumenta considerablemente.
Acabada la reunión, la gente salía comentando
todo lo que se había dicho aquella tarde.
- Jamás me hubiera imaginado que se trataba de
esto. –dijo Francisco, que había ido con su disfraz de
Pacoprim– la verdad es que parecía sincera.
- Investigaré sobre esta mujer y se verá hasta qué
punto llega su honestidad. -fue lo que dijo Víctor.
- Si no es un engaño, que no lo creo, va a
compensar, en cierto modo, a mucha gente que lo ha
pasado muy mal y lo sigue sobrellevando. –dijo Uchy,
recordando el sufrimiento de su familia.
- Disculpen ¿usted es Cristina Jiménez? -Carolina
Cantero se había acercado sin que se dieran cuenta.
- Sí, soy yo.
- Acabo de leer su libro, el que habla de un
secuestro y me ha parecido muy interesante. –mientras
hablaba, Cristina sentía escalofríos recordando su

202
reciente secuestro y la razón por la que lo habían hecho–
Me encantaría cambiar impresiones con usted; por
supuesto, no deseo hacerle sufrir como los hombres de
S. Plus; mis razones son completamente distintas.
- Y ¿Cuáles son?
- Por lo que he visto en los archivos de mi padre,
creo que tienen mucho que ver con la historia que usted
cuenta, por eso la perseguían, para hacerla callar, pero
a mí eso no me importa porque, como ha visto, he sido
muy clara al exponer mis razones para intentar mitigar
en algo el daño hecho. Mi interés reside en que me
cuente como conoció a las mujeres supervivientes, como
eran, qué impresión le causaron…
- De eso hace mucho tiempo y no sé hasta qué
punto es importante. Ya ha leído la novela y en ella está
todo lo que sé de aquellas mujeres; no hay nada más
que decir.
- Entonces, debo entender que no quiere que
hablemos.
- Por lo menos, de momento; ya sabe por lo que he
pasado, necesito perder el miedo que todavía siento;
olvidar la mala experiencia que he tenido y recuperar mi
confianza. Espero que lo comprenda.
- Desde luego; le pido disculpas por no haberlo
pensado mejor antes de importunarla. Estaremos en
contacto. Ha sido un placer conocerla.
- Gracias.

203
Carolina Cantero, había puesto mucho interés en
que la prensa no supiera nada de la reunión con los
antiguos afectados por el Endorfiral. A pesar del tiempo
pasado, cuando surgía un escándalo, podía llegar a
tener unas dimensiones enormes, según quisiera la
prensa que se dedicaba a fisgar y enardecer a la gente
con sus exageraciones; no es que el caso fuera pequeño,
pero ya había pasado y ella estaba haciendo lo posible
por ayudar a las personas que todavía quedaban. Quería
que todo aquello pasara desapercibido para no dañar la
reputación de su empresa. Lo que ella no sabía, es que
en el salón donde se celebró aquella cita, había una
persona infiltrada que espiaba por encargo de Nina
Arenas.
Ésta quería saber de qué se trataba aquella reunión
de la que no había sido informada. Se sentía ninguneada
por su jefa desde que leyó el informe del seguimiento de
los jóvenes que se habían interesado por el tema que
destruyó Oldpharm, que terminó con el secuestro de
Cristina Jiménez y después, cuando le pidió los viejos
archivos. Ella pensaba que estaría de acuerdo en la
forma que había llevado el caso, para salvaguardar la
seguridad de la empresa, pero resultó que la reacción
fue todo lo contrario; desde entonces, no le permitió que
supiera nada de lo que estaba haciendo y eso no se lo
perdonaría jamás.

204
Sabía muy bien donde darle para que le doliera
más, así que llamó a una cadena de televisión muy
conocida y les dijo que tenía una exclusiva que iba a ser
del interés de mucha gente. Sin ningún apuro, les dio el
teléfono personal de Carolina Cantero. Rápidamente
una redactora de los informativos, hizo la llamada que
menos podía esperar Carolina.
- Señora Cantero, soy redactora de los informativos
de la noche y quería que me contestara a algunas
preguntas sobre un tema que ha llegado a nuestra
redacción y que, creemos, es de sumo interés.
- No sé de qué me está hablando; no tengo ninguna
noticia que darles, esto es un error.
- Esta tarde ha tenido usted una reunión con
afectados de un fármaco que hace años distribuyó la
farmacéutica Oldpharm, propiedad de su padre. Es un
asunto oscuro que el público tiene derecho a conocer,
tratándose de la salud de la población.
- Ese tema está zanjado, la justicia se pronunció en
su momento y esa empresa desapareció hace cincuenta
años, no sé en qué puede eso amenazar a la salud
pública.
- Si usted no quiere dar su versión de los hechos,
nosotros buscaremos información y lo haremos sin su
colaboración.
Carolina pensó que no le interesaba que hurgaran
en los archivos que poseía Nina Arenas; se había dado

205
cuenta de que todo esto venía de su parte. En décimas
de segundo, decidió que le convenía más ser ella la que
diera la cara y contara lo que menos podía perjudicar a
su empresa y a ella misma.
- Está bien, cuente conmigo.
- Le haremos una entrevista en directo para que
pueda responder a las preguntas de Marta Arquero, que
es la presentadora de esa sección. –esta periodista, era
famosa por sus preguntas incisivas y arriesgadas; tenía
una gran audiencia y fama de ser muy dura.
- De acuerdo. ¿Cuándo será?
- Mañana. Los informativos empiezan a las nueve y
la entrevista será a las diez menos cuarto; así que debe
estar aquí, como muy tarde, a las ocho. Si lo desea
podemos mandar un coche a recogerla.
- No, gracias. Estaré allí a la hora prevista.
Carolina estaba muy preocupada; con la intención
de hacer justicia, había conseguido poner en peligro su
buen nombre y el de su empresa. Debía prepararse bien
todo lo que quería decir, para que Marta Arquero, no
pudiera acorralarla, cosa por la que era tan temida. No
sabía hasta qué punto estaría enterada del asunto, pero
ella tendría que ser más rápida que la otra y atajar los
temas más escabrosos, antes de que los sacara de
contexto, como solía hacer. No debía dudar en ninguna
respuesta; de esta seguridad, dependía su credibilidad.
Cuando se acostó, se llevó a la cama todas las

206
ideas que tenía para la entrevista; su cabeza no dejaba
de darle vueltas a todo lo que había estado preparando.
No quería llevar nada escrito, porque era más
convincente, contestar dominando el tema.
Sabía que no podría dormir, así que se acomodó lo
mejor que pudo y siguió con el pensamiento puesto en la
entrevista. Después de varias horas, se dio cuenta de
que estaba sonando el despertador y que debía
levantarse para ir a trabajar; se había dormido de puro
agotamiento, sin darse cuenta.
El día se le hizo eterno y corto a la vez. Estaba
ausente en las distintas reuniones programadas para
ese día y, sin embargo, las horas pasaban muy deprisa.
Como era su costumbre, llegó a la hora en punto al
edificio donde estaba la cadena de televisión. En la
entrada, la seguridad le preguntó su nombre y enseguida,
vino una azafata que la acompañó hasta la sala de
maquillaje. Después de peinarla y ponerle una gran
cantidad de maquillaje, al que ella no estaba
acostumbrada, porque solía llevar la cara lo más natural
posible, la condujeron a una sala de espera donde se
veía en una enorme pantalla, lo que se estaba emitiendo
en ese momento. Llegada la hora, la hicieron entrar en
el plató, mientras hacían una pausa para la publicidad.
Dos sillones, una mesita y el fondo verde, era todo lo que
había. Ella sabía que la imagen que se vería, sería otra
proyectada en aquel fondo tan chillón. Le habían

207
advertido que no llevara nada de ese color, porque se
vería transparente.
Entro Marta Arquero con expresión seria y la saludo
dándole la mano. Era mayor de lo que creía;
extremadamente delgada y mucho más pequeña de lo
que parecía en la pantalla.
Buenas noches. Hoy tenemos una invitada muy
especial; seguramente, muchas personas que nos están
viendo, no han escuchado nunca el nombre de Carolina
Cantero. Es una mujer que ha destacado por ser pionera
en un sector muy importante para la sociedad, como la
actual presidenta de la farmacéutica Medic-Inc. Pero
antes, quiero ponerles en antecedentes con estas
imágenes que nos cuentan algo de su antecesor: su
padre Felipe Cantero.
En los monitores que había frente a ellas, empezó
a verse cómo su padre, Felipe Cantero, entraba a la sala
de la Audiencia, entre los gritos de la gente que le
llamaba asesino y estafador; cómo contestaba a las
preguntas de los abogados y del fiscal, mientras un
narrador, contaba el motivo de aquel juicio. Terminado el
reportaje, Marta Arquero, con su sonrisa algo cruel, le
empezó a dándole la bienvenida.
- Señora Cantero, bienvenida a nuestro programa,
le agradecemos su amabilidad al querer venir para
hablarnos del tema que hemos empezado a tratar.
- Gracias a ustedes por invitarme.

208
- ¿Le ha pesado mucho llevar el apellido Cantero?
–fue la primera y demoledora pregunta. Daba por hecho,
de que debía sentirse avergonzada por eso.
- No. Siempre me he sentido orgullosa de él. Debo
aclarar que, cuando ocurrieron los hechos que hemos
visto, yo era muy pequeña y a los pocos meses perdí a
mi madre. Sólo era consciente de que ella ya no estaba
para cuidarme.
- ¿Quién se ocupó de usted? Según hemos visto,
por los testimonios de quienes le conocieron, su padre
era un hombre duro y muy temido.
- Se equivoca. Mi padre fue la persona más dulce,
cariñosa y atenta a la más mínima de mis necesidades,
que se pueda imaginar. Él hizo que la ausencia de mi
madre, no me doliera tanto. Sacaba tiempo de donde no
lo había para estar conmigo en los acontecimientos
propios de la niñez: cumpleaños, navidades, vacaciones,
programas del colegio donde yo tuviera algún papelito…
No, el Felipe Cantero que yo conocía, era maravilloso.
- No sé si hablamos del mismo hombre. Según
sabemos, es el que no tuvo escrúpulos en envenenar a
miles de personas, con un fármaco que no había pasado
los controles legales; del mismo hombre que no pagó las
indemnizaciones a sus víctimas, a las que tenía
aterrorizadas por las represalias que podían sufrir y que
se libró de la cárcel por sus contactos en el poder. Hemos
podido investigar en su pasado y, discúlpeme si le

209
parezco demasiado explícita, pero su organización se
parecía mucho más a la mafia que a la farmacéutica.
- Sí, hablamos del mismo. Yo sólo he conocido al
padre, no al empresario. Como padre, ya se lo he dicho,
era el mejor. Como empresario, lo he conocido hace
unos pocos meses, cuando han llegado a mis manos,
unos documentos que lo retrataban como usted lo ha
hecho.
- ¿Está diciendo que no sabía nada?
- Sí, estoy diciendo eso mismo.
- ¿Quién va a creer eso, cuando usted ha heredado
la nueva empresa que hizo después de extinguida
Oldpharm?
- Lo que crean quienes están viéndonos, no está en
mis manos, solo puedo decir que me hice cargo de la
empresa cuando mi padre se jubiló y que nunca ha
habido irregularidades en ninguno de nuestros
departamentos. Eso es muy fácil de averiguar. Nuestra
trayectoria es irreprochable.
- Entonces ¿no se siente responsable de lo que
hizo su padre?
- Usted misma lo ha dicho: lo hizo mi padre. Yo sólo
puedo responsabilizarme de mis actos.
- Hemos sabido que se ha reunido con las víctimas
que todavía viven ¿con qué intención?
- Como le he dicho, he conocido este tema hace
unos meses y, como no está en mi forma de ser, las

210
injusticias me superan. Me he entrevistado con esas
personas, para cumplir lo que mi padre no hizo:
indemnizarles, actualizando las cantidades con sus
correspondientes intereses.
- Eso es mucho dinero. Por pequeñas que fueran
las cantidades a indemnizar, son cincuenta años de
intereses.
- Sí, pero lo puedo asumir.
- ¿Su empresa es tan solvente?
- No lo haré con los fondos de la empresa; esto es
un tema personal, lo haré con la herencia de mi padre y,
como ha dicho usted, es mucho dinero y si no puedo
afrontarlo con mi patrimonio, pediré a los bancos
financiación. –Marta se quedó sin palabras; no esperaba
aquella respuesta. Con algo de torpeza, impensable en
ella, despidió el programa, dejando a la gente que
esperaba mucho más de ella, sorprendida.
- Hasta aquí nuestro tiempo. Le reitero mi
agradecimiento por su presencia en nuestro programa.
Encantada de conocerla.
- Gracias a ustedes.
Cuando Carolina, salía del plató, sabía que todo
había ido bien; dudaba si aquel tema se quedaría ahí o,
si quienes lo habían filtrado, seguirían alimentándolo con
nuevos detalles que, por supuesto, no interesaban a su
persona, ni a su empresa, aunque fueran tan viejos. Los
medios de comunicación estaban ávidos de noticias lo

211
más escabrosas posible, por eso no estaba segura si
todo había acabado con aquella entrevista. La sensación
que tenía, es que Marta Arquero, no estaba satisfecha
con aquella conversación y que, según decían quienes
la conocían, le gustaba hurgar en los temas más
hirientes, así que no sería de extrañar, que volviera a
hacer otros programas con el mismo tema. Tendría que
ejercitar su paciencia y el dominio propio.
Al llegar a su casa, se sentía cansada y preocupada,
pero tenía una idea que debía poner en práctica a la
mañana siguiente sin más dilación.
Aquella noche, de verdad que no durmió ni un
segundo; su cabeza estaba llena de los argumentos que
podían convencer a la persona responsable de la
filtración, para que no continuara nutriendo el morbo de
la gente.
- Alvaro, búsqueme una inmobiliaria de prestigio y
póngame en contacto, por favor.
- Enseguida, señora Cantero.
- También dígale a Nina Arenas, que quiero hablar
con ella cuanto antes.
Puesto que tenía ante sí, un reto de mucho dinero
con las indemnizaciones, estaba decidida a vender todo
el patrimonio heredado de su padre, no sólo era el chalet
de Carlella, también estaba el de la montaña donde iban
a esquiar en las vacaciones de invierno, varios edificios
en la ciudad y, por supuesto, la gran colección de obras

212
de arte que su padre había acumulado durante su vida.
Con todo esto, no tendría necesidad de pedir
financiación a ningún banco, ni se vería menguado su
propio patrimonio.
- Adelante. –dijo cuándo se oyeron unos suaves
toques en la puerta de su oficina– Buenos días. Pase
Nina, siéntese por favor. –como siempre, iba bien
maquillada y vestida con mucha elegancia; su porte, a
pesar de que estaba cerca de la jubilación, era altivo y
enérgico.
- Buenos días, señora Cantero.
- Con Carolina está bien. ¿Vio anoche la entrevista
en televisión? –por la expresión de los ojos de Nina, la
pregunta la había cogido por sorpresa.
- Sí, la vi; siempre me ha gustado Marta Arquero.
- ¿El tema le pareció atrayente, como para que la
gente se interese por él?
- Eso es algo peligroso; ha estado oculto durante
muchos años porque podía perjudicar seriamente a la
reputación de nuestra empresa; pero sí que puede
interesar a la gente el que los medicamentos que, se
supone que son para curar o aliviar sus dolencias, sean
fiables.
- Entonces ¿por qué y quién ha filtrado la
información sobre la reunión con los afectados?
- Esa pregunta no la puedo responder, porque no lo
sé.

213
- Nina, nuestra empresa, como usted la ha llamado,
es lo más importante, más que nosotras y nuestros
desacuerdos. Sé y le pido disculpas, que no fui oportuna
al hablarle de la forma que lo hice al leer el informe sobre
la actuación de S. Plus, responsabilizándole de aquel
desatino y quitándole autoridad. Creo que no hay
motivos suficientes, para llegar a cometer el delito de
secuestro. También sé que no fue usted quién lo ordenó.
Es un tema que ha sido juzgado y los responsables han
sido condenados. Su nombre ha quedado limpio, por lo
que me alegro.
- Acepto sus disculpas y que reconozca que no he
tenido nada que ver con esos delincuentes. –aunque sus
palabras eran las adecuadas, su mirada las desmentía,
en el fondo, tenía miedo y ese sentimiento, es el más
peligroso de todos. Carolina se dio cuenta.
- Bien. Lo que quiero es saber todo lo que hay de
este tema; usted trabajó muchos años con mi padre y sé
que él confiaba totalmente en usted, como he seguido
haciendo yo misma desde que me responsabilicé de la
empresa. He visto los documentos que él guardaba en
su casa y por eso decidí que debía hacer justicia con
aquellas personas que habían sufrido y que no recibieron
ninguna compensación.
- Sí, lo escuché anoche cuando lo dijo en televisión.
- Según lo que he leído y visto, se han tenido
vigilados a muchos de los integrantes de la plataforma

214
de afectados por el medicamento; sé de qué forma se
llevó a cabo una venganza contra las víctimas, pero
necesito más información y estoy segura de que usted
me la puede dar.
- Todo lo que tenía se lo he dado ya.
- Sí, lo sé, pero hay muchas cosas que no están en
los informes y es el conocimiento de hechos que se han
vivido. Usted estaba allí cuando se hizo desaparecer a
varias personas; durante años, han estado controlando
cada paso de esta gente y las han tenido asustadas
hasta el terror.
- Bueno, el señor Cantero, era muy meticuloso y
decía que no se debían dejar cabos sueltos que,
después, se convertirían en verdaderos problemas. Yo
era muy joven cuando entré en la empresa; enseguida
me dieron responsabilidades, porque su padre creyó que
tenía un talento especial para controlar situaciones
comprometidas, por eso, en un año, ya era responsable
de la seguridad.
No crea que fue fácil conseguir el respeto de los
hombres, porque eran todos hombres; era una chica con
aspecto frágil y tímida, pero pronto conseguí que
supieran que no todo es lo que parece, que era una
mujer joven, pero dura y segura de mí misma.
Para cortar la iniciativa de la plataforma, había que
actuar con mano firme. Teníamos la ventaja de muy
buenos contactos con el poder, en todos los estamentos,

215
que le debían a su padre muchos favores y que él
conocía sus debilidades, por lo que les convenía tenerle
contento y callado.
Me pareció brillante la idea de sacar un beneficio
extra, vendiendo las imágenes del secuestro de algunas
de las personas que denunciaron; era una manera de
paliar las pérdidas que todo aquello ocasionó a la
empresa. No salió del todo bien, porque tuvimos un
traidor que se apiadó de dos mujeres que estaban
destinadas a morir igual que sus compañeros. -Carolina,
intentaba que no se notara el horror que le estaba dando
escuchar, de aquella manera tan fría, hablar de la muerte
de personas inocentes– Consiguieron escapar y les
perdimos la pista; nunca las pudimos encontrar, pero
tampoco bajé la guardia y al mínimo detalle sobre ese
tema, se disparaban las alarmas; por eso, cuando Sergio
Jiménez, empezó a hurgar en internet, buscando
información sobre la antigua empresa y el medicamento,
decidí poner vigilancia para saber los motivos de ese
interés y atajarlo cuanto antes. Todo lo he hecho, por la
seguridad de la empresa. Por eso puede estar
completamente tranquila. Intento seguir todo lo que su
padre me enseñó y procuro que no me tiemble la mano
a la hora de atajar los posibles problemas.
- Por supuesto que lo estoy y aprecio enormemente
su dedicación y su trabajo. Los métodos de disuasión,
son diferentes según el criterio de cada persona. Para

216
mí, resulta mucho más efectivo, comprarlos con dinero;
ya sé que es una cantidad importante, pero el
agradecimiento y la admiración, en personas que han
estado asustadas tanto tiempo y que ya son muy
mayores, son factores que nos garantizan el silencio y el
desinterés en remover el pasado. Por eso, creo que no
debemos airear nuestras miserias en los medios de
comunicación. Está bien que aceptara la entrevista de
anoche, para que el tema tenga una apariencia de
transparencia y justicia. La gente que la vio, pensaran
que la hija es mejor que el padre y que la empresa que
dirige, es totalmente fiable. ¿Está de acuerdo con este
planteamiento?
- Viéndolo desde su perspectiva, creo que es
acertado.
- Nina, los tiempos han cambiado y usted sabe muy
bien a los protocolos que estamos obligados; ya no se
pueden hacer esas cosas y quedar impune como quedó
mi padre. No les demos oportunidad de seguir
averiguando nada más; que piensen que está todo claro,
que nuestra intención es resarcirles de su sufrimiento,
dentro de lo posible y les tendremos siempre de nuestra
parte.
- Sí, estoy de acuerdo.
Cuando Nina cerró la puerta tras de sí, Carolina
dejó escapar un suspiro de alivio. La había convencido
de que dejara en paz a la gente, que no volviera a filtrar

217
información a los medios y que viera con buenos ojos la
decisión de indemnizar a las víctimas, en lugar de
mantenerlas asustadas lo que les quedaba de vida.
Era consciente del poder que tenía esta mujer y de
lo peligrosa que podía llegar a ser; había tenido un buen
maestro y ella aprendió como alumna aventajada.

- Me siento incómoda por haberle dicho a la señora


Cantero que no quería hablar con ella. –Cristina estaba
sentada en la cocina del piso de Víctor, con una taza de
té entre las manos– parecía sincera y fue muy educada.
- No te preocupes; creo que ella lo entendió.
Mañana buscaré en nuestros archivos para saber algo
más sobre esta mujer y así podrás decidir si la ves o no.
- Si te digo la verdad, creo que ha tenido un gesto
muy importante con las víctimas de su padre y no se ha
cortado en decir lo que pensaba. Después de ver la
entrevista de la televisión, me ha convencido de su
buena intención.
- Yo estoy dándole vueltas a la idea de que
Francisco no tendrá derecho a la indemnización, porque
él no presentó la denuncia y, según ha dicho, es el único
requisito que pide.
- Pues yo creo que se la merece como el que más;
le destrozaron la vida y siempre ha tenido que fingir para
protegerse.
- Puede que, presentando la caja que conserva de

218
las pastillas, sea suficiente.
- Esto me ha ayudado a decidirme a ver a esta
señora. Le hablaré de lo que ella quiera, pero tendrá que
escuchar también el caso de Francisco.
- Sí, pero lo que no sería conveniente, es que sepa
que tenemos los discos originales; no hay que tentar a la
suerte.
- Claro, tienes mucha razón.

Los abogados de Carolina Cantero, trabajaban en


la preparación de las indemnizaciones y no tardarían
mucho en tenerlo todo dispuesto para ir pagándolas.
Mientras tanto, la inmobiliaria estaba frotándose
las manos ante el gran negocio que suponía el encargo
recibido. Las propiedades que se ponían a la venta, eran
muy codiciadas en el mercado, alcanzando precios
desorbitados; desde su salida, había unos cuantos
compradores interesados.
Una galería de arte y varios museos, ya estaban
pujando por la colección de obras de arte. Pinturas,
grabados y esculturas de un valor incalculable. Incluso
se interesaron en la compra de la biblioteca.

- Cristina, soy Carolina. ¿Cómo se encuentra? No


quisiera molestarla, pero tengo verdadero interés en
charlar con usted.
- Hola. Me encuentro mucho mejor y no me molesta

219
en absoluto. –en el momento más insospechado, llegó la
llamada que estaba esperando con impaciencia. Sólo
pensaba en ayudar a Francisco.
- Sería para mí un placer invitarla a cenar y así
estaría más tranquila para hablar en un lugar público.
- Es una estupenda idea. –pensar en no estar a
solas, la tranquilizó mucho.
- ¿Qué le parece mañana?, mi chofer irá a buscarla
a las ocho. ¿De acuerdo?
- Sí, me parece bien.
- Entonces nos vemos mañana…Ah, me llevaré el
libro para que me lo firme.

- Mamá ¿de verdad has quedado con esa mujer?


Yo no me fiaría mucho, teniendo en cuenta todo lo que
nos han hecho.
- Mira hijo, no me pongas más nerviosa de lo que
ya estoy. Vamos a cenar en un restaurante, no creo que
me hagan nada en un sitio tan concurrido.
- Como te dije ayer, he hecho unas cuantas
averiguaciones sobre ella y su empresa –dijo Víctor– y el
resultado no puede ser más satisfactorio; tiene una
trayectoria intachable y su empresa ha tenido varios
reconocimientos internacionales como ejemplar. Sus
empleados están bien pagados y darían la vida por ella.
- Bueno, eso me tranquiliza. Pensaremos que lo
que os han hecho, fue cosa de los de la empresa de

220
seguridad que actuaron por su cuenta.

Aunque no quería reconocerlo, estaba nerviosa. No


paraba de darle vueltas a lo que Sergio le había dicho.
Iba en el asiento de atrás de un coche grande y brillante,
mirando la espalda del conductor que no apartaba la
vista del tráfico. En su ofuscación, no reconocía las
calles por donde pasaban, sin acordarse de que, aquella
era una ciudad extraña para ella. Sin quererlo, empezó
a imaginarse que se desviaba por calles desconocidas y
que ya estaban a las afueras de la ciudad. No quería
averiguar si las puertas estaban bloqueadas, el cristal
que separaba al conductor, estaba subido, por lo que,
aunque gritara, no la podría escuchar. No sabía qué
pensar, ni controlar el miedo. ¿Dónde la llevaba? Sólo
tenía en la cabeza su reciente secuestro. Le costaba
trabajo respirar y se le llenó la frente de sudor y notaba
que la ropa se le pegaba al cuerpo. Cuando creía que se
moriría de asfixia, el coche se detuvo en la puerta de un
lujoso restaurante.
Le costó un esfuerzo reponerse y bajar mientras el
hombre le sujetaba la puerta. El aire fresco de la tarde le
ayudó a recuperarse y, al ver a Carolina que la esperaba
en la entrada, pudo sonreírle como si nada.
- Gracias por venir.
- La agradecida soy yo. Este sitio es precioso.
En cuanto las vieron entrar, se acercó un camarero

221
y las condujo a un rinconcito discreto y elegante.
Después de elegir los platos, Carolina le pidió
permiso para tutearla, ya que, según dijo, serían casi de
la misma edad, aunque ella, estaba segura de que era
un poco mayor.
- La forma en que conoció a las mujeres
protagonistas de su novela, ¿es como lo cuenta o fue de
otra manera? Aunque no me lo ha dicho, sé que es una
historia real y que me concierne directamente.
- Sí, fue tal como lo escribí; en realidad, es todo,
punto por punto, tal como pasó; por eso el otro día,
aunque sonó algo grosero por mi parte, le dije la verdad.
- Y… ¿en ningún momento te dijeron nada que te
orientara para saber los nombres reales de las personas
y sitios?
- No; ellas eran muy cuidadosas y, aunque habían
pasado muchos años, seguían teniendo miedo, de
hecho, sólo una de ellas aceptó contarme la historia, la
otra nunca me dijo nada; parecía que tenía mucho más
miedo que Lucía, es decir, doña Paula que es el nombre
con el que la conocí, se limitaba a ser amable y correcta,
pero jamás me habló de lo que había sufrido o de su vida
en general. Para serte sincera, te confesaré que, como
yo trabajaba en un periódico, aproveché que podía
consultar la hemeroteca y busqué, durante días hasta
encontrar un anuncio de la desaparición de una mujer;
enseguida la reconocí, aunque era mucho más joven,

222
claro. Entonces supe en qué ciudad vivía, y hasta su
dirección. Por ahí empezó a buscar Sergio, mi hijo.
Cuando terminé el libro, lo leyeron y me dieron su visto
bueno; eso era lo que más me importaba, teniendo en
cuenta que era mi primera novela. Luego nos hicimos
muy amigas; para mí, eran mis tías. Las quise mucho,
pero jamás conseguí averiguar nada más.
- Tu hijo vino aquí buscando información y eso
disparó las alarmas del departamento de seguridad, lo
cual, siento mucho por todos los perjuicios que le han
causado, a él a su novia, por cierto, esa chica es preciosa.
- Ella es nieta de Lucía Moreno, la protagonista de
mi libro y se parece muchísimo a ella; cuando la vi, me
quedé sin respiración.
- Sí, lo sé. Pero ¿por qué vino Sergio hasta tan lejos?
- A veces a los jóvenes no hay quien los entienda.
Acababa de terminar periodismo y, aunque tiene un buen
empleo en una agencia de noticias, pensó que esta sería
una buena manera de demostrar lo bueno que es como
investigador. Pidió un año de excedencia y se vino hasta
aquí. No pude convencerlo de que perdía el tiempo, de
que no sabíamos nada de nadie, ni sus nombres
verdaderos, ni si quedaba alguien de entonces que
pudiera contarle algo, pero no me hizo caso y se puso a
buscar en la hemeroteca, en internet y encontró la noticia
de que se había retirado un fármaco que coincidía con
las características del Endorfiral, que la empresa que lo

223
fabricaba había desaparecido… se entusiasmó y no
pude conseguir disuadirlo. Lo que sigue, ya lo conoces.
- Pero él le dijo a la chica, que tenía imágenes del
secuestro y que podía ver a su abuela.
- ¡Por favor! ¿De dónde habrá sacado eso? Lo diría
para convencerla, porque le negaron los documentos de
las denuncias, si no demostraba el parentesco directo
con el denunciante, eso me dijo; yo de estas cosas no sé
mucho, porque nunca he pedido información de esta
clase.
- Ya, comprendo. Cristina, creo que tu hijo no te ha
dicho la verdad.
- ¿No? ¿Qué verdad? -Cristina sintió como se le
aceleraba el corazón y, de nuevo, le resbalaba el sudor
frío por la espalda; no sabía cómo salir de aquel lío;
mentir siempre se le había dado muy mal.
- Pues que existen esas imágenes de las que habló
y que, no sé cómo, se ha hecho de ellas. Yo las tengo,
las encontré en los archivos que guardaba mi padre.
- ¿Y qué se ve en esos archivos? –preguntó de
forma casual, no podía disimular lo nerviosa que estaba.
- Son un resumen del día a día del secuestro; cómo
vivían, lo que hablaban, el sufrimiento por el que
pasaron… es algo terrible. Te voy a decir que es lo que
pienso.
- Sí, por favor.
- Creo que la misma persona que filtró a la

224
televisión lo de la reunión con los afectados, al saber que
tu hijo era periodista y lo que buscaba, le proporcionó
algunas de esas imágenes. –le hablaba en voz baja. Era
un secreto que no podía conocer nadie más. Cristina,
puso cara de sorprendida y, parece ser que funcionó.
- ¿Y tú sabes quién es esa persona?
- Sí, trabaja para nosotros y es mala, vengativa y
peligrosa; por lo tanto, no moveremos nada; estuve
hablando con ella y conseguí ponerla de mi parte. No le
digas a Sergio que lo sabemos; es mejor dejarlo pasar.
- Sí, es mejor dejarlo pasar, tienes toda la razón. –
la pobre Cristina suspiró levemente, pero se sentía
mucho más aliviada.
La cena continuó, aunque Cristina no recordaría
después ni lo que comió. Hablaron de muchas cosas y
quedaron en verse otro día porque empatizaron de tal
forma, que parecía que se conocían de siempre.
- Carolina, quería contarte una historia, si me lo
permites. –estaban ya tomando el postre y aprovechó
que habían llegado a una confianza que le resultaba muy
ventajosa para lo que quería conseguir.
- Por supuesto.
Le hablo de Francisco Torres; de todo lo que había
pasado, de su discapacidad, de cómo se había
escondido detrás de ella, por miedo a las represalias y
que no había denunciado, ni era miembro de la
plataforma de afectados, porque estaba aterrorizado; era

225
muy joven cuando le ocurrió aquello.
- Es un amigo muy querido y, aunque no lo pueda
probar por medio de los documentos que dijiste, él es
una víctima también, como las otras que si los tienen. Te
pido que lo tengas en cuenta.
- Dile que haga la solicitud y que solo ponga en ella
su documento de identidad. Yo me ocuparé
personalmente.
- Te lo agradezco más de lo que te imaginas. Es un
hombre maravilloso.
- Pues tienes que presentármelo.
El mismo coche dejó a Cristina donde la había
recogido antes, pero ahora ella no sintió el pánico de la
otra vez. Estaba satisfecha porque había conseguido
que Carolina se interesara por Francisco.
Los trámites legales, habían acabado y se
volvieron a reunir, en el mismo salón que la primera vez,
todas aquellas personas que tenían derecho a la
indemnización. También estaban Uchy Abad, Francisco
Torres y Víctor fuentes.
Cada persona, recibió un cheque, con la cantidad
que había fijado el juez en su momento, más la
compensación por el tiempo pasado y los intereses.
Cuando el acto acabó, las caras de las personas
que iban saliendo del salón de actos, eran de felicidad,
muchas lloraban de emoción, pero sobretodo, lo que se
adivinaba, era la falta de miedo, la confianza con la que

226
salían a la calle, sin mirar a un lado y al otro, como
habían estado haciendo tantos años. Además, aquel
cheque, les cambiaría la vida y sería mucho más fácil,
porque les ofrecía una tranquilidad económica, como
nunca habían tenido.

- ¿Sabéis lo que voy a hacer? –les dijo Pacoprim–


voy a vender mi piso, la silla de ruedas y el sombrero y
no permitiré a nadie, que me vuelva a llamar Pacoprim.
- Muy bien dicho. Eres un hombre muy atractivo y
creo que le has causado muy buena impresión a
Carolina. –Cristina se sentía satisfecha por haber
conseguido presentarles, pero quería que se vieran sin
la dichosa silla de ruedas, para que Carolina pudiera
apreciar al hombre que era de verdad.
- Tampoco ella está nada mal. –dijo Francisco, con
aquella mirada pícara que siempre les recordaría a
Pacoprim, aunque nadie lo mencionara jamás.
Estaban todos alrededor de la mesa del comedor
de Víctor, celebrando que todo había acabado.
Uchy podría hacer el máster que tanto deseaba y
que, por falta de dinero, no habría podido conseguir.
Víctor dijo que se tomaría unas vacaciones como nunca
antes y que, por supuesto, serían en compañía de
Cristina. A Sergio le habían compensado la pérdida de
su coche, su portátil y su Tablet. Todos estaban
satisfechos de cómo había terminado una aventura que

227
parecía ser muy peligrosa y que el final, no pintaba nada
bien.
Los jóvenes, planeaban casarse cuando ella,
acabada la carrera, hiciera la residencia y el máster, eso
suponía unos años. Mientras, Sergio buscaría en
Carlella, una agencia de noticias o un periódico, que le
brindara el trabajo que él soñaba.
- Víctor, cariño, no te ofendas, pero ya me conoces
un poquito y sabes que yo no soy mujer que quiera un
matrimonio. Eso no significa que no te quiera, de hecho,
creo que es la primera vez en mi vida, que me he
enamorado de verdad. –lo dijo en presencia de todos,
ella era así, tan sincera como espontánea y, con ellos,
tenía toda la confianza que se puede tener– Viviré
contigo mientras nos queramos, no hacen falta papeles,
ni ceremonias. ¿Estás de acuerdo, amor?
- Cómo no voy a estarlo. Será como tú desees. De
ahora en adelante, mi vida estará dedicada a hacerte
feliz.
- Igual que la mía para ti.

Habían pasado algo más de tres años, en los que


los planes de futuro que hicieron, se fueron cumpliendo
casi, como los habían imaginado.
Uchy acabó sus tres años como médico residente
en la especialidad de Oncología, que era la que siempre
deseó. Aprobó con una nota excelente y, mientras hacía

228
el máster que tanto le interesaba, iban planeando la boda.
Sergio acabó por ser el director y presentador de
un programa semanal de televisión, en el que abordaba
temas muy interesantes, con un formato distinto a los
que estaba acostumbrada la audiencia y que le
proporcionaba una satisfacción inmensa. Las
personalidades que él invitaba, solían ser las que nunca
aceptaban ser entrevistadas, pero Sergio tenía un
carisma irresistible y siempre lograba lo que se proponía.
Cristina y Víctor, seguían juntos y felices. Ella
continuó escribiendo y sus dos últimos libros tuvieron tal
éxito, que no daba a vasto con las firmas, las ferias de
libros y las entrevistas en los medios de comunicación;
por no mencionar la gran cantidad de ventas que le
supusieron unos ingresos cuantiosos.
Víctor, cansado de investigar las miserias humanas,
decidió pedir una excedencia para poder disfrutar un
poco de la vida, acompañando a Cristina en todos sus
actos de presentación de sus libros, como en todos los
viajes que estas presentaciones, les obligaban. También
pasaban temporadas en Los Valles, disfrutando de la
hermosa casa de Cristina.
Francisco, como anunció en su momento, vendió
su antiguo piso y se compró un chalecito, pequeño y
acogedor, rodeado de jardín, donde pudo, por fin, tener
un perro y dos gatos, que era el sueño de su vida y que,
en el piso y fingiendo estar discapacitado, no los pudo

229
tener nunca. Dejó su trabajo; ya no lo necesitaba, porque,
con la pensión de jubilado, la indemnización y la venta
de su piso, tenía suficiente dinero con el que le quedó
después de comprar el chalecito, para llevar una vida
tranquila y sin preocupaciones económicas.
Se reunían con asiduidad, en los cumpleaños y en
las fiestas importantes; disfrutaban de los momentos
más dulces y se querían mucho, incluyendo a Carolina
Cantero, que se hizo amiga inseparable del grupo, donde
la aceptaron sin problemas. Aunque, para Cristina
hubiera sido la culminación de sus fantasías, el que
Carolina y Francisco se enamoraran, no fue así. Tanto
ella como él, eran personas acostumbradas a su soledad
y la idea de compartir su vida con otra, no les atraía lo
suficiente como para plantearse perder la libertad. Se
llevaban muy bien y se querían; jamás sabremos si hubo
algo más, pero ante nosotros, nunca pasó de ahí.

- ¿Diego Hernan?
- Sí, soy yo ¿quién es?
- Aquí Nina Arenas, la antigua directora del área de
seguridad de Medic-Inc.
- ¡Ah sí! Ya la recuerdo. ¿En qué puedo servirle? –
estaba muy sorprendido ante aquella llamada y más al
escuchar la voz de la mujer que les había traído tantos
problemas, a la vez que mucho dinero.
- Quiero hablar con usted personalmente ¿le

230
parece bien vernos en mi casa esta tarde? Quiero tratar
un tema con usted que, creo que le va a interesar.
- Por supuesto que estaré allí ¿a las cinco? –la
curiosidad hizo que aceptara la entrevista.
- Bien, nos veremos a esa hora.
Nina Arenas era una persona paciente que no se
apresuraba cuando quería conseguir sus metas. Era
como la leona que acecha a su presa, sin prisa,
esperando un momento de descuido y, sigilosamente, se
acerca hasta que se abalanza sobre ella y la víctima no
tiene oportunidad de escapar. Carolina Cantero creyó
que la había convencido de que dejara la persecución de
los afectados por las malas prácticas de su padre, pero
estaba muy equivocada. Ella sólo había esperado a que
los hombres de S. Plus, cumplieran su condena; sabía
que podía confiar en ellos, cuando en el juicio, no la
delataron contando la persecución que, por orden de ella,
habían sido víctimas los jóvenes que se atrevieron a
investigar. Ahora debía contratarlos de nuevo a título
personal, puesto que ella ya no trabajaba para Carolina,
ni ellos para S. Plus. Así sería mucho más difícil
rastrearlos.
No podía consentir que nadie se burlara de ella.
Les haría pagar su desfachatez.
Sabía perfectamente, que tenían las imágenes
originales; ella sólo había tenido una copia, pero no
completa, igual que la que guardaba Felipe Cantero en

231
su caja fuerte. Las auténticas eran las más
comprometedoras, las que fueron escondidas por aquel
traidor. Ella tenía que conseguirlas.
Lo que más la animaba a continuar, era vengarse
de Carolina; hacerle saber que, con Nina, nadie quedaba
impune después de denigrarla. ¿Quién se creía que era
para pensar que podía pasar por encima de la que fuera
la mano derecha del gran Felipe Cantero? Destaparía
todas las vergüenzas y delitos cometidos con los
desgraciados que los denunciaron; vería el mundo, cómo
se las gastaba el papá de Carolina, la que se mostraba
ante la gente, como la más buena y honrada; la que
había hecho justicia por los delitos de su padre, la que
presumía de que su empresa estaba limpia de toda
sospecha. Pues ahora, no podría levantar tanto la
cabeza, porque su empresa era la misma que fundó su
padre, aunque le lavara la cara cambiando el nombre y
a algunos de sus socios. Las sospechas de que ella era
una más en la trama, no se podría borrar, así como así,
de la opinión pública.
El mundo podría ver en los vídeos originales,
porque los conseguiría costase lo que costase, las
imágenes del secuestro y muerte de personas inocentes
represaliadas por haber denunciado un delito. El
escándalo sería tan grande, que su querida empresa, se
hundiría en la miseria, sin remisión y la arrastraría a ella
en la caída. ¡Qué satisfacción tan grande!

232
- Mis órdenes son, que encuentre los vídeos
originales de la montaña El Gigante sin Cabeza; no me
importa los medios que utilice, ni los gastos que surjan.
–la cara de Nina, estaba desencajada; tan grande era el
odio que sentía– necesito tenerlos en mi poder, para
acabar con quien me ha hecho daño.
- ¿Eso quiere decir, que hay que continuar lo que
dejamos a medias? -Diego no acababa de entender por
qué aquella orgullosa mujer, le deba explicaciones de las
razones que tenía para continuar con su plan
interrumpido tres años atrás. Tiempo después, lo
entendería.
- Exactamente, sabía que usted era la persona
indicada. Lo que sí tengo que advertirle, es que no
permitiré un fallo tan grande como el del secuestro de
Cristina Jiménez. Eso le costaría muy caro, o si se
libraba de mi ira, le llevaría a la cárcel para lo que le
queda de vida.
- Por supuesto; los errores nos ayudan a aprender.
No debe preocuparse por nada. Yo sé hacer mi trabajo.
-diciendo esto, Diego se quedó pensando que aquella
mujer, no estaba bien del todo, pero si pagaba bien, a él
no le importaba nada más.
- Lo primero es traer a Cristina Jiménez, como
rehén; así obligaremos a su hijo, porque él es el que sabe
dónde están los discos, a confesar. Va siendo hora de

233
recuperar lo que llevamos cincuenta años buscando,
porque nos pertenecen.
Advierta a su familia que, si se les ocurre llamar a
la policía o intentan, por el medio que sea, averiguar
dónde está, ella morirá.
- De acuerdo.
- Te proporcionaré una droga extraordinaria, mucho
más efectiva que la que usó tu compañero la primera vez
que la secuestramos. En menos de cinco segundos, la
hará dormir profundamente.
- ¿Una droga? ¿qué clase de droga?
- Sí, ten en cuenta que he trabajado en los
laboratorios casi toda mi vida y sé muy bien cómo
manejarme con esas sustancias. Te daré una jeringuilla
con una aguja tan fina, que no notará el pinchazo, pero
debes estar muy atento, porque, inmediatamente, se
dormirá. Cuando esto suceda, la llevarás hasta la
dirección que te daré. Lo demás, lo iras conociendo
conforme sea necesario.
- Haré lo que usted desee.
- Bien. Sé que necesitarás ayuda y no puede ser
otro que el mismo que metió la pata la otra vez, Alberto
Aguirre; no podemos confiar en alguien nuevo, por lo
menos este sabe de qué va el tema y, por la cuenta que
le trae, hará un trabajo impecable, le va la vida en ello. –
al decir esto, sus ojos brillaron con un brillo siniestro que
sorprendió a Diego.

234
- De acuerdo, hablaré con él y me aseguraré de que
entiende la importancia de no cometer ningún otro fallo.
Nina Arenas tenía una casita, heredada de sus
padres, a las afueras de la ciudad, en una calle estrecha
y poco transitada, donde todos los edificios eran muy
antiguos y poco habitados. Nunca le había importado
mucho y, después de que la dejaran los últimos inquilinos,
no se había molestado en ir a verla ni saber en el estado
en que se encontraba.
Pensando en dónde iba a meter a Cristina cuando
la trajeran dormida, se acordó de la casa y le pareció el
lugar ideal; nadie pensaría que podría estar allí. Lo
dispuso todo esperando el acontecimiento. Estaba
impaciente por recuperar los discos y ver la totalidad del
secuestro, pero, sobre todo, lo que más placer le hacía
sentir, era la destrucción de Carolina y su empresa. Se
alegró al pensar que Felipe Cantero, no lo sabría nunca;
era como una traición al hombre que le ayudó a ser quién
era…o ¿tal vez estaría de acuerdo con sus planes? De
él se podía esperar todo, lo admiraba por su falta de
escrúpulos.

Víctor y Cristina, salían cada noche aceptando un


sinfín de invitaciones porque, en las fiestas de la gente
de la alta sociedad, quedaba muy bien tener a alguien de
la cultura, sobre todo, si acababa de obtener algún
triunfo importante que le había subido a la fama.

235
Ese ambiente frívolo, no iba muy bien con su forma
de ser, pero se veían en la obligación impuesta por la
editorial; era una forma perfecta para promocionar sus
libros y se lo tomaban como un trabajo más.
Había que reconocer, con sinceridad, que también
tenía su lado bueno; estar entre personas de clase
diferente y conocerles en su mundo, esto ayudaba a
Cristina en el desarrollo de sus personajes y entorno
para sus próximas historias.
Por las mañanas, si no habían trasnochado mucho,
salían a correr por el parque; luego desayunaban en la
cafetería de la esquina; se duchaban y, unas veces no
volvían a salir, y otras se dedicaban a hacer las compras
necesarias; era raro el día que no tenían alguna visita
que se quedaba a comer en su casa. Eran así, gente
acogedora y bien pensada que les gustaba ver el lado
positivo de la vida.
Por desgracia, no pensaban así los dos hombres
que les vigilaban, tomando nota de sus costumbres y
hábitos diarios, para estudiar el momento más adecuado
para llevar a cabo su plan. Esto les estaba tomando
mucho tiempo, en opinión de Nina, que se impacientaba
un día tras otro, sin recibir la llamada que le anunciara
que estaban de camino a su antigua casa.
- Señora, entiendo su impaciencia, pero sus
órdenes han sido muy claras. –Diego le hablaba como a
una niña pequeña que quiere ver los regalos antes del

236
cumpleaños– no nos podemos permitir el lujo de
volvernos a equivocar y para eso, se necesita
preparación y saber el terreno que pisamos. Todo esto
se lleva su tiempo. Nadie mejor que usted, sabe cómo
funciona nuestro trabajo.
- Lo sé, lo sé. Está bien. Podéis seguir con vuestro
encargo y aseguraros de que nadie vea nada, que
piensen que se la ha tragado la tierra. Por lo menos, las
primeras horas, después se enterarán con todo detalle,
de lo que podemos hacer con ella.

Después de haber pasado tanto miedo, de vigilar


cada coche y sus teléfonos, para saber si les seguían o
les escuchaban, Cristina, Víctor, Sergio, Uchy y
Francisco, se estaban acostumbrando a la tranquilidad y
la seguridad de que podían salir, entrar y vivir una vida
libre, como cualquiera. ¿Hasta qué punto eso era
prudente? No tenían ninguna duda; la principal
interesada era la dueña de los laboratorios y era una de
sus mejores amigas, apreciada y querida por todo el
grupo. Jamás podrían imaginar que Carolina les llegara
a traicionar. No, esto estaba descartado de la mente de
todos; es que ni se lo habían planteado.
Su prioridad ahora, era la organización de la boda
de Uchy y Sergio. Carolina se ofreció a encargarse de la
recepción y la cena; ese sería su regalo. Les pareció
excesivo, pero después de su insistencia, decidieron

237
aceptarlo.
Cristina y Uchy se pusieron manos a la obra de
buscar el vestido adecuado para una chica tan hermosa,
para la madrina, para el novio y el padrino. Ellos no eran
muy partidarios de salir de compras; como todos los
hombres, se aburrían de ver un traje tras otro, más que
nada, porque no tenían claro qué era lo que estaban
buscando. Para no tener que escuchar sus quejas, ellas
se encargarían de ver los trajes y luego, ellos se los
probarían y darían su visto bueno.
Fueron unos días de locura; parecía que, cuantos
más vestidos veían, menos les gustaban. Hasta que una
mañana, nada más entrar en una tienda del centro, lo
vieron. Era el vestido de novia más bonito que pudieran
imaginar. Sencillo, sin grandes brillos ni escotes; parecía
ligero como una tela de araña. Uchy se lo probó y ya no
hubo que seguir buscando; le quedaba como un guante,
parecía hecho a medida para ella. A Cristina se le
llenaron los ojos de lágrimas cuando la vio aparecer; era
como un sueño. Esta chica se le había metido en el
corazón y ya la consideraba su hija.
Mientras tanto, los hombres se ocupaban de la
reforma que estaban haciendo en el piso en que había
vivido Uchy desde que vendieron el antiguo. Era grande
y estaba en una calle céntrica, ancha y tranquila, con
árboles y bancos; por eso decidieron no comprar otro, si
no renovarlo. Las obras estaban casi terminadas, el

238
tiempo se les echaba encima.
Todo eran entradas y salidas. Los hombres que les
vigilaban, se estaban volviendo locos. Cristina nunca
estaba sola y siempre iban deprisa. Por otro lado, Nina
seguía presionándolos.
- ¿Sabes qué te digo? Que, si llego a saber lo
complicado que se está poniendo este asunto, no lo
hubiera aceptado. –dijo Diego a su compañero Alberto-
me estoy cansando de que nos esté metiendo prisa la
señora y no sé hasta qué punto merecerá la pena lo que
nos pague por el trabajo.
- ¿Cuánto es?
- No lo sé, pero creo que mucho dinero, tanto que
nos puede solucionar la vida, ten en cuenta que, desde
que salimos de prisión, nadie nos quiere dar un empleo
en condiciones. No sé a ti, pero a mí se me está
acabando lo que nos dieron por tener la boca cerrada en
el juicio. Espero que, por este trabajo, la cantidad sea
mucho mayor.
- Tú fíate mucho de esa mujer, yo creo que está
loca de remate.
- En eso te doy la razón, pero siempre nos
podemos aprovechar de ella. Ya veremos cómo nos las
arreglamos; al fin y al cabo, es sólo una mujer vieja, por
muchos aires que se dé. Si no nos gusta el pago, ya
buscaremos la forma de sacárselo.

239
- ¿Ya has pensado quién quieres que oficie la
ceremonia? –Carolina le había preguntado a Uchy, unas
semanas atrás.
- Pues tenemos que ir al ayuntamiento y solicitar a
algún concejal o concejala, para ese día. Tienes razón,
ya deberíamos haberlo hecho, pero con tanto jaleo de la
reforma del piso, los muebles, los trajes… y tantas otras
cosas, se nos ha ido de la cabeza.
- Bueno, no os preocupéis porque yo soy muy
amiga del alcalde y le pediré que sea él el que os case.
- ¿De verdad? Eso es estupendo. Qué categoría.
¡Oh Carolina! eres maravillosa y una amiga como no
podía esperar. Sin ti, esto no hubiera sido posible;
siempre estás dispuesta a ayudar. Te lo agradezco de
todo corazón. –la abrazó hasta dejarla sin aliento.
- No seas tan exagerada; lo hago porque os quiero
y porque me encantan estos embrollos. Ten en cuenta
que no tengo una hija con la que gastar mi dinero y mis
energías y que nunca podré organizar su boda. Te ha
tocado a ti, que eres lo más parecido a ella. Así que se
lo dices a Sergio y os despreocupáis del tema.

Llegó el gran día. Una mañana de primavera


espléndida, les dio la bienvenida. La boda sería a las seis
de la tarde. Había tiempo de sobra para la peluquería, el
maquillaje y el vestido; aun así, todo eran nervios,
carreras y desconcierto. La única que estaba serena, era

240
Uchy. Todo aquello lo observaba como a distancia y no
llegaba a entender, que se armara tanto revuelo por un
acontecimiento tan sencillo como unirse para siempre
con la persona que quieres. Tampoco es que hubiera
muchos invitados; sus compañeros de facultad, algunas
amigas de siempre y ya está; por su parte, quitando a
Victor, no tenía más familia. Por parte de Sergio, la cosa
era parecida; vinieron sus amigos de Los Valles y algún
que otro familiar, pero entre todos, no llegaban a las cien
personas; por eso no entendía que hubiera tanto agobio.
Le parecía que Cristina y Carolina, estaban demasiado
preocupadas y nerviosas; seguramente, sería la edad,
que les jugaba estas malas pasadas.
Cristina y Carolina, ultimaban los detalles de la
ceremonia y la cena. Sería en los jardines de un
restaurante muy exclusivo, amigos de Carolina. Era
como el paraíso; todo cubierto de verde y salpicado con
miles de flores de todos los colores. Arboles inmensos
que daban una sombra fresca y agradable. Carpas de
telas blancas que parecían salidas de las Mil y Una
Noches, estaban preparadas con mesas donde se
pondría el coctel que precedía a la cena. Todo estaría
amenizado con música en vivo por una orquesta que
Carolina había contratado; decía que la música debía
escucharse de verdad, aunque en acontecimientos
como aquel, casi nadie ponía atención a la música que
quedaba en un segundo plano, después de las

241
conversaciones de los invitados.
Mientras sonaba una dulce melodía, no como en
otras bodas que era una marcha, fue cuando apareció el
novio acompañado por su madre. Hacían una pareja
muy hermosa, él era alto, guapo, llevaba el pelo largo,
rubio oscuro, con mechas claras; iba muy elegante y su
madre estaba radiante, con un traje discreto pero
precioso.
Después les siguieron, la novia y Francisco, que
había aceptado ser el padrino después de rogarle mucho;
él decía que le correspondía a Víctor, no a él que no era
de la familia, cosa que rebatió Uchy, diciendo que él era
lo más parecido a su familia, porque les conocía de
siempre y porque le querían como si lo fuera. Él lucía su
largo pelo blanco, bien peinado, su porte de rey,
enfundado en un traje negro que le quedaba perfecto.
Ella era un sueño hecho realidad; más hermosa no se
podía estar. Cuando se reunieron con el novio, el amor
que reflejaban sus ojos, los iluminó de tal manera, que la
luz que irradiaban, se pudo contemplar en todo el jardín.
La ceremonia fue muy emotiva; el alcalde hizo un
discurso gracioso y lleno de ternura, la gente y la pareja,
lo mismo reían que lloraban. Hubo música en los
momentos oportunos y se interpretaron las canciones
que significaban algo para los jóvenes, esto también les
emocionó mucho. Al terminar, los invitados se quedaron
paseando por los jardines y el nuevo matrimonio, se fue

242
a hacerse las correspondientes fotos. Poco después, se
sirvió el coctel y todo se volvieron conversaciones, risas
y buena energía. Estaban felices por tanto bueno como
estaban viviendo y el futuro se les presentaba,
igualmente extraordinario.
Cristina se sentía algo mareada después de tantas
emociones; viendo que los invitados estaban formando
corrillos entre los conocidos, que las conversaciones
eran muy animadas; decidió dar un paseo a solas por el
jardín; necesitaba reponerse un poco, porque la noche
sería larga y ella no sabía si lo podría aguantar hasta el
final. Estaba segura de que, en esos momentos, nadie la
necesitaba y estaba realmente cansada. Contemplando
la hierba tan verde y mullida, tan fresca, de buena gana,
se hubiera tumbado a descansar.
Desde que vio el Jardín, una de las cosas que más
le llamaron la atención, fue el lago; estaba bordeado de
sauces llorones y las aguas eran tan mansas, que
parecía más una pintura que algo real; pensó que,
aunque sólo fueran unos minutos allí, le reconfortarían lo
suficiente como para disfrutar lo que quedaba de noche.
Cuando ya se dirigía hasta la orilla del lago, se
acercó un hombre alto y corpulento, maduro, muy
elegante y bien parecido. No le pareció desconocido del
todo, pero había visto tanta gente promocionando sus
últimos libros, que ya no estaba segura si recordaba las
caras de tantas personas como le eran presentadas.

243
Tampoco sabía con exactitud, quiénes eran los amigos
de Uchy, ni sus familiares; con el ajetreo, le había
saludado a algunos, pero no a todos. De éste, seguro
que se acordaría, era un hombre que no pasaba
desapercibido, pero no recordaba quién podía ser.
- Disculpe, usted es Cristina Jiménez ¿verdad? –
comprobó que su sonrisa era muy atractiva.
- Sí, en que puedo ayudarle. -contestó ella
pensando que era alguien que se había despistado.
- Comprendo que no es el momento más oportuno,
pero es que me tengo que marchar y quería pedirle un
favor.
- Usted dirá. – ya estaba algo intrigada.
- Mi madre es una lectora, casi compulsiva y sus
libros le encantan; los dos últimos, se los he comprado
esta misma mañana, los tengo en el coche. –su
expresión era de buena persona y su mirada suplicante–
sólo la entretendré unos minutos, comprendo que está
muy ocupada, pero es que, para ella no podría encontrar
un regalo mejor, sus libros y firmados por la autora, nada
menos.
- Por supuesto, lo haré encantada. –Cristina había
vivido situaciones parecidas, un millón de veces y en los
momentos más extraños. Así que no le pareció nada
insólito lo que le pedía aquel hombre.
- ¿Quiere acompañarme al coche? Está aquí
mismo. Es aquel blanco. -dijo señalando un coche a

244
apenas unos metros de donde se encontraban.
Cristina lo siguió con paso ligero, no quería
entretenerse más de lo imprescindible, porque los novios
estaban a punto de llegar y habían preparado un
recibimiento muy bonito, que ella no se quería perder.

Llegaron los novios, sonó una música escogida


para darles la bienvenida y unas niñas vestidas como
salidas de un cuento de hadas, les llenaron el camino de
pétalos de flores. Quedó precioso. Todo era alegría y
felicidad; la gente aplaudía encantada. Cada cual, se fue
sentando en la mesa correspondiente y los camareros
empezaron a servir la cena.
- ¿Has visto a Cristina? –le preguntó Víctor a
Carolina que estaba a su izquierda en la mesa de los
novios, a su derecha, se encontraba la silla vacía de
Cristina– hace mucho rato que la busco y no la veo por
ninguna parte.
- Pues yo tampoco la he visto y la he estado
buscando también. Me resulta muy raro que no esté aquí,
ella es la madre del novio y se supone que debe sentarse
junto a él. –sin pensarlo dos veces, se levantó de la
mesa-. Voy a buscarla
- Te acompaño.
- No, no, tu, en este momento, es como si fueras el
padre y tienes que estar aquí, sobre todo, porque no está
la madre. No te preocupes, en unos minutos estaremos

245
de vuelta.
Buscó en los lavabos, en los salones donde había
otras celebraciones, pensando que podía haberse
encontrado con alguien conocido y se le pasó el tiempo
sin darse cuenta. La verdad que, pensando en esto, no
le pareció del todo posible porque, para Cristina, lo más
importante y por lo que se había esforzado tanto, era la
boda de su hijo, así que no cabía la posibilidad de que
se hubiera entretenido de ninguna manera.
Preguntó al personal, a los camareros y camareras,
a los invitados, recorrió todo el jardín, que era muy
grande. Miró el agua del lago que parecía un espejo,
pero no vio nada que pudiera revelarle que alguien podía
haberse caído en ella. No estaba, había que admitirlo.
Cristina había desaparecido.
Cuando volvió a la mesa, Carolina no sabía cómo
decirle a Víctor que no la había encontrado. Él la miró
interrogándola con sus ojos ansiosos; ella creía que no
tendría fuerzas para contarle que no había rastro de ella
y que nadie la había visto.
- No sé dónde puede estar. –fueron las únicas
palabras que pudo articular.
- ¿Qué dices? ¿has preguntado a la gente?
- Sí, he preguntado a mucha gente, he buscado por
todos sitios y nadie la ha visto, ni sabe dónde está desde
hace varias horas que la vieron por última vez.
- No puedo creer que esté reviviendo el secuestro

246
que ya sufrimos. Tengo que llamar a mis compañeros y
que se pongan inmediatamente a buscarla. Cuanto antes
lo hagamos, más posibilidades tendremos de
encontrarla.
- No te pongas en lo peor, puede que, de un
momento a otro, aparezca con una explicación sencilla y
que nos hayamos asustado sin motivo. No les digamos
nada a Uchy y a Sergio. ¿Para qué asustarlos? Tampoco
te precipites con la policía; solo faltaba que se armara un
escándalo en el día más importante de los jóvenes.
Esperaremos un poco más.
- Víctor ¿sabes dónde está mi madre? Hace mucho
rato que no la veo. –Sergio se acercó al oído de Víctor;
la música y las conversaciones de la gente, hacía casi
imposible hablar y que se escuchara.
- Eso mismo estábamos comentando nosotros. –
dijo señalando a Carolina– la hemos buscado, pero sin
resultado.
- Pues habrá que hacerlo mejor.
Dio un salto de la silla, habló algo con Uchy, que se
quedó muy sorprendida y les dijo por señas que le
siguieran. Ya en un sitio más tranquilo, podían hablar sin
gritar.
- Vamos a ver, ¿vosotros cuando la visteis por
última vez? -tenía el rostro demudado y le temblaba
ligeramente la voz.
- Yo la vi que se dirigía al salón, pensé que iba al

247
lavabo, pero ya no la he visto más.
- Yo la he echado de menos, cuando habéis
entrado; esperaba que estuviera allí, porque me había
dicho que estaba impaciente por ver cómo reaccionabais.
–dijo Víctor.
- La he buscado por todas partes, incluso en el lago.
No hay ni rastro de ella; además he preguntado a mucha
gente y tampoco nadie la ha visto.
Sergio no pudo contener las lágrimas, su mente le
traía recuerdos de la otra vez y no quería ni pensar que,
en un día tan feliz, pudiera ocurrir aquello de nuevo.
Además, ya hacía mucho tiempo que estaban seguros
de que no les vigilaban y se habían convencido de que
eran libres.
En ese momento, le vibró el teléfono en el bolsillo
de la chaqueta. Lo miró, casi sin verlo, estaba tan
preocupado que estaba perdiendo la concentración. No
sabía quién le llamaba porque era un número oculto.
Pasaron unos segundos mientras se decidía a contestar.
- Cógelo ¿a qué esperas? Puede ser importante -
dijo Vítor, por no mencionarle que podían ser los
secuestradores para darle instrucciones de como paga
el rescate.
- Diga. –su voz casi era inaudible.
- Sergio, tenemos a tu madre y te estamos vigilando
–se puso pálido y la mano que sujetaba el teléfono,
temblaba al escuchar aquella voz distorsionada– si te

248
importa su bienestar, vas a hacer lo que yo te diga, sin
interrumpirme y sólo lo diré una vez, así que pon toda tu
atención: No vas a llamar a la policía, ni vas a intentar
buscarla; seguirás las instrucciones que yo te daré en su
momento; ahora debes continuar la celebración de tu
feliz boda y si te preguntan, diles que se ha mareado un
poco, pero que no es nada, solo está descansando un
rato. Nadie puede sospechar nada. ¿Entendido? Si lo
haces bien, no habrá ningún problema, pero si te piensas
que eres más listo que nadie y que nos puedes engañar,
tu madre morirá.
Cuando se acabó la llamada, seguía llorando y
temblando. Como pudo, les dijo el mensaje de los
secuestradores.
- Pero ¿te han dicho qué es lo que quieren?
- No, solo que me lo dirán en su momento.
- ¿Qué podemos hacer? –dijo Carolina– tú eres
policía, ahora sí es cuando tienes que llamar a tus
compañeros y que se pongan a trabajar inmediatamente.
- No, no, lo único que me han dicho es que, si
llamamos a la policía o intentamos buscarla, la mataran.
También hay algo más; tenemos que fingir que no pasa
nada y participar en la fiesta como si disfrutáramos y, si
alguien pregunta por ella, decir que está indispuesta y se
ha ido a descansar un poco.
- Esa gente es sádica, hacernos esto es querer
fastidiarnos, pero bien. –dijo Carolina- ¿Con qué ánimo

249
vamos a hacer el paripé de que estamos tan felices y
contentos?
Haciendo un gran esfuerzo, volvieron a la mesa
para continuar la cena. Sergio intentó no mirar a Uchy,
pero ella le habló en cuanto se sentó a su lado.
- Sergio ¿qué pasa? ¿Y tu madre dónde está?
- No te preocupes, no pasa nada. Mi madre se ha
mareado un poco y la hemos convencido para que
descanse un rato; tú tranquila.
- Claro, es que estos días estaba muy nerviosa. ¿A
dónde la habéis llevado? En cuanto pueda, me pasaré a
ver como está.
- Está en una habitación un poco lejos de este ruido,
no te molestes, en cuanto se recupere, estará aquí con
nosotros.
La cena acabó y empezó el baile que debían abrir
los novios; a Sergio le supuso un esfuerzo enorme, hacer
como que estaba contento. Cuando acabó el vals de los
novios, Francisco le pidió bailar con la novia, él se fue a
un sitio tranquilo a llorar, no podía evitarlo; tenía los
nervios a flor de piel y el esfuerzo por disimular el miedo
que sentía, le resultaba agotador. Víctor, que vio cómo
se iba, le siguió por si necesitaba ayuda.
- Vamos hombre. Ya sé que es difícil, pero tienes
que hacer un esfuerzo y seguir con la farsa, por lo menos
hasta que se vayan los invitados, después tendremos
que contarles a los nuestros lo que ha pasado.

250
- Es que no puedo. No se me va de la cabeza qué
le estarán haciendo, lo mal que se sentirá, mientras
nosotros estamos bailando, riendo y poniendo buena
cara, como si lo que le está sufriendo a ella, nos fuera
indiferente.
- Lo sé, pero no podemos cambiar las cosas y, por
su seguridad, hay que hacer lo que sea. Para mí es tan
difícil como para ti, teniendo en cuenta, que podría llamar
a mis hombres y rastrear la ciudad palmo a palmo, hasta
encontrarla. Estamos, por el amor que sentimos por ella,
con las manos atadas y hay que esperar a que nos digan
qué quieren y lo que debemos hacer para recuperarla.
Cuando despidieron al último invitado, eran las
cuatro de la mañana, y estaban cansados de repetir que
Cristina se había indispuesto y que estaba descansando.
Era de esperar que toda la gente preguntara por ella;
Cristina era una escritora muy famosa y, para la mayoría
de personas que habían asistido a la boda, el saludarla
era uno de los alicientes de aquella invitación.
Se reunieron, por fin, en casa de Víctor, todavía
vestidos de boda. Allí contaron lo sucedido y cada cuál
reaccionó según su forma de ser.
- Esto es indignante. -dijo Uchy– Cuando parecía
que estábamos libres de ellos, resulta que estaban
esperando para darnos el golpe más duro. Es que los
estrangularía sin piedad. ¿Es que no hay forma de
quitarnos a estos tíos de encima? ¿Es que no hay una

251
autoridad a la que podamos acudir sin temor a que se
enteren?
- Cálmate niña, con esa gente la violencia no da
resultado. –dijo Francisco.
- ¿Entonces qué da resultado, aguantar todo lo que
ellos nos quieran hacer? –la chica estaba desesperada;
Cristina se había convertido en su madre y no podía
asimilar que estuviera sufriendo lo que ya había
conocido antes.
- Por su bien, sí. Ya nos han advertido y no
podemos hacer nada que la ponga en peligro. Por
experiencia, sabemos de lo que son capaces de hacer y
no vamos a consentir que hagan con ella, lo mismo que
con otras muchas personas, así que, si hay que aguantar
y obedecer, lo haremos.
- Cariño, tenemos que ir a casa, cambiarnos de
ropa y cancelar el viaje –Sergio casi no podía hablar,
tenía la garganta paralizada, pero hizo el esfuerzo de
cambiar la conversación, para que Uchy se tranquilizara.
Cuando estaban abriendo la puerta para irse, sonó
su teléfono. Sergio se puso tan nervioso que no sabía
cómo coger la llamada, mientras seguía sonando aquella
melodía que, desde entonces, odiaba.
- Diga.
- Queremos los discos originales. Sabemos que los
has encontrado. Tienes cuarenta y ocho horas para
entregárnoslos. –aquella voz no dejaba espacio para

252
hablar, pero consiguió decirle algo que sí escuchó.
- ¡Pero eso es imposible! Están en Los Valles y sólo
el viaje se lleva ese tiempo.
- Pues setenta y dos, ni un minuto más.
- ¿Cómo está mi madre? Quiero hablar con ella… -
Sergio habló de prisa, pero ya se había cortado la
llamada.
- ¿Qué te han dicho? ¿Cómo está Cristina? –
preguntaron a la vez.
- No me han dejado hablar con ella, ni me han dicho
cómo está, sólo que tengo que entregarles los discos en
setenta y dos horas.
- ¿Los discos? ¿a qué discos se refieren? –
preguntó Carolina con los ojos muy abiertos.
- Los originales de la cabaña del Gigante sin
Cabeza. –dijo Sergio, con la cabeza baja y la voz tan
queda, que casi no se escuchaba.
- Entonces ¿era verdad las sospechas de Nina
Arenas? ¿Por qué no me lo habéis dicho? ¿Es que no
teníais confianza conmigo?
- No, no es falta de confianza, solo es que hemos
sufrido tanto por tenerlos, que preferíamos no hablar del
tema nunca más. –le explicó Sergio- Por favor Carolina,
no te enfades con nosotros; sólo queríamos olvidar.
- Está bien, lo entiendo. Además, no es el mejor
momento para recriminaros nada. –se hizo un silencio
tenso, entonces ella les hizo una propuesta-: Lo que

253
puedes hacer es cambiar los billetes de avión que ya
teníais y así será más rápido que comprar unos nuevos.
–Carolina era muy práctica y sabía lo que se podía hacer.
- Tienes razón. –Sergio dijo en voz baja, parecía
que ya nunca podría hablar de otra manera.
Con el ánimo por los suelos, la pareja salió
dispuesta a hacer todas las gestiones para llegar, cuanto
antes, a buscar los dichosos discos que les habían traído
tantos sufrimientos.
Anularon también la reserva del hotel donde iban a
pasar su luna de miel y salieron camino del aeropuerto
sin apenas equipaje. Al ver sus caras, nadie diría que
eran unos recién casados; tanta tristeza y preocupación,
no era lo natural.
Durmieron algo durante el vuelo, por puro
agotamiento; llevaban muchas horas sin descansar, pero
fue un sueño inquieto, lleno de pesadillas.

Diego Hernan, acompañó a Cristina hasta el coche


y abrió una de las puertas de atrás, en ese instante y sin
que ella se diera cuenta, Cristina recibió una dosis de
droga que la hizo quedarse dormida al instante.
Rápidamente la empujó hasta dejarla tumbada en el
asiento trasero, se metió en el coche y Alberto arrancó.
Todo sucedió en unos segundos y nadie vio nada.
Al llegar a la puerta del garaje de la casa que Nina
Arenas les había ordenado ir, su compañero se bajó,

254
este la abrió, el coche se metió dentro y la volvió a cerrar
sin ruido; tampoco allí nadie vio nada.
En el interior, estaba todo dispuesto. Había una
camilla herrumbrosa, al fondo del garaje, donde
depositaron el cuerpo inerte de Cristina, la cubrieron con
una manta y la dejaron allí.
- ¿Cómo ha ido el trabajo? ¿Os habéis asegurado
de que nadie ha visto nada? –preguntó Nina Arenas, con
aquella expresión que Diego, después de haber
trabajado para ella durante muchos años, nunca había
visto en sus ojos; era inquietante.
- ¿Cuánto tiempo durará el efecto de la droga?
preguntó Diego.
- Unas dos horas, aproximadamente, pero le
repetiremos la dosis con otra de más larga duración;
hasta que lleguen los discos, estará dormida, así no se
escapará, como la otra vez. Las cosas hay que hacerlas
bien. –dijo clavando sus ojos con aquella mirada
extraviada en Alberto.

- Si los discos están en una caja de seguridad que


abrió tu madre, ¿podrás sacarlos tú sin una autorización
firmada por ella?
- Sí, mi madre me dio la llave y las claves; de todas
formas, el director del banco es muy amigo nuestro, creo
que no pondrá ningún inconveniente en dármelos a mí.
- Esperemos que no; sólo faltaba que hubiera algún

255
problema.
- Calla. Eso ni lo menciones, porque entonces
estamos perdidos.
Las cosas no todas pueden salir mal y no hubo
inconvenientes en sacar el maletín de la caja de
seguridad. Mientras caminaban por el gran hall del banco
con él en la mano, no se atrevían a mirar a su alrededor;
parecía que, cada persona que se cruzaba con ellos, les
miraba sabiendo lo que contenía el maletín.
Tenían el tiempo justo de coger el vuelo que les
devolvería a Carlella. Estaban tan nerviosos que no
pudieron descansar y en sus rostros podía verse la
palidez y las ojeras del sufrimiento, el poco descanso y
que no habían podido comer; el estómago se les había
cerrado y no admitía nada.
Francisco, Víctor y Carolina, les estaban esperando
con el mismo semblante demudado que ellos tenían. Se
abrazaron con fuerza, estaban unidos por el sufrimiento
y ese vínculo es muy fuerte.
- Tenéis que descansar y alimentaros. –dijo
Carolina– se os ve agotados y eso no puede ser. Hay
que estar en plenas facultades porque no sabemos lo
que nos aguarda.
- Estamos esperando la siguiente llamada y, hasta
que no sepamos lo que hay que hacer, por lo menos yo
–dijo Sergio– no puedo ni comer, ni dormir.
- A mí me pasa lo mismo. –dijo Uchy.

256
- Y a nosotros también, pero, aunque sea un zumo,
hay que esforzarse en tomarlo, nos jugamos mucho,
como para llegar sin fuerzas. –esta vez fue Francisco el
que les animó a tomarlo.
Lo tomaron en silencio, luego se tumbaron en la
cama obedeciendo como buenas criaturas, pero no
pudieron ni cerrar los ojos.
Puntuales, a la misma hora que la última vez, sonó
el teléfono de Sergio.
- ¿Sí? - dijo apresuradamente.
- ¿Los tienes?
- Sí, sí.
- Mañana a las doce, en la calle del álamo, número
5. Abriremos la puerta del garaje y entraran con el coche;
tienen que venir usted, su esposa, Víctor, Francisco y
Carolina. Sin trucos, porque sabremos si han puesto
algún dispositivo de rastreo.
- Por favor. ¿dígame como está mi madre?
No hubo respuesta, habían colgado. Sergio se
sintió tan frustrado que volvió a llorar; ya no le importaba
que lo vieran. Luego se dio cuenta de que también
lloraban los demás. Eran momentos muy tristes pero,
asimismo, la impotencia hacía que muchas de aquellas
lágrimas, fueran de rabia.
- Me ha dicho que vayamos todos y ha mencionado
los nombres uno por uno, para que no haya confusiones.
- Y me pregunto ¿Si lo que pretenden son los

257
discos, para qué tenemos que ir todos? -dijo Víctor– me
da a que esto es una trampa y nos quieren tener juntos
para… no quiero imaginarlo.
- ¡Por favor, no me asustes más de lo que ya estoy!
-dijo Uchy.
- No es mi intención hacerlo, pero me resulta muy
sospechoso ese deseo; es como si quisieran atajar el
problema de una vez por todas.
- Llamarme mal pensada, pero creo que detrás de
todo esto, está Nina Arenas. –Carolina no había hablado
en unos minutos, porque estaba pensando en lo que dijo
después-: Creo que me porté como una pardilla, cuando
pensé que la había convencido; eso es imperdonable por
mi parte, porque, después de tantos años trabajando con
ella, tenía que conocerla mejor y no me habría confiado
al decirme que estaba de acuerdo conmigo. Es de
admirar la paciencia que tiene para conseguir sus fines,
porque esto no es por la empresa, como cuando
trabajaba para nosotros, esto es una venganza personal
contra mí, no le ha importado esperar varios años hasta
dar el golpe definitivo que consiga hundirme para
siempre.
- Creo que está trabajando otra vez con los mismos
de S. Plus, que ya han cumplido condena. –volvió a decir
Víctor– No parece posible que haya contratado a otros
hombres que no conoce.
- Tienes razón; ella siempre va a lo seguro y a esos

258
los conoce desde hace mucho, porque han trabajado
para nosotros. Nunca hemos tenido ningún problema
con S. Plus. Ni con ninguno de sus hombres. Para mí fue
muy sorprendente cuando se descubrió que eran los
secuestradores de Cristina. Claro, también conozco a
Nina lo suficiente, como para saber hasta qué punto
tiene poder de persuasión.
- ¿Y de qué nos sirve saber quiénes son, si no
podemos hacer nada contra ellos? ¿para qué
calentarnos la cabeza? –Sergio tenía los nervios a flor
de piel.
- Te doy la razón, cariño. -Uchy le cogió la mano y
se la acarició con ternura.

- Quiero que pongáis mucha atención a las


instrucciones que os voy a dar para mañana, que es
cuando he citado a la gente que tiene los discos. –les
dijo Nina Arenas– Vendrán todos, porque les he
ordenado que comparezcan los cinco que están metidos
en esto y que siempre van juntos.
- ¿Cómo ha citado a tanta gente? ¿Qué vamos a
hacer con ellos, cuando nos entreguen los discos? ¿Qué
planes tiene?
- Eso os lo voy a decir ahora, si es que dejas de
interrumpirme. –dijo señalándole con el dedo– Les he
citado a las doce, para esa hora, quiero que estéis
preparados con vuestras armas a punto. Abriréis la

259
puerta del garaje, para que el coche entre dentro, así no
habrá testigos que puedan decir que lo vieron aparcado
en esta calle. Todas las precauciones son pocas.
Haréis que bajen apuntándoles con las pistolas y
que se arrodillen delante de mí; una vez que me hayan
entregado los discos, a una señal mía, los liquidáis a
todos, y aseguraros de que están bien muertos, no
quiero que quede nadie que lo pueda contar; eso es lo
primero que hay que plantearse para que nadie pueda
ser testigo de nuestros actos. Como ya os he dicho
muchas veces, mi maestro lo tenía muy claro. –al
escuchar esto, los dos hombres sintieron un escalofrío
que les recorría toda la espalda– Felipe Cantero,
siempre decía que no hay que dejar cabos sueltos.
Mientras vosotros os encargáis de los que vienen, yo me
encargaré de que Cristina no vuelva a despertar. Ella
tendrá más suerte que los demás, porque se morirá sin
darse cuenta y sin pasar miedo, como estoy segura que
pasaran los demás y lo voy a disfrutar hasta el último
instante, de eso podéis estar seguros –dijo señalando
una jeringuilla que había encima de la camilla donde
dormía Cristina. Parecía que se había transformado en
algo monstruoso; sus ojos despedían fuego y su cara
estaba como distorsionada–. Después, desnudaréis los
cuerpos, los amontonaréis y, por capas para que no
quede ningún hueco, los cubriréis con la cal que hay en
esos sacos, luego cerraremos esta casa y, para cuando

260
encuentren los cadáveres, quedará muy poco de ellos;
nosotros ya estaremos muy lejos y nunca se nos podrá
relacionar con el crimen. –se quedó mirándoles con una
sonrisa- ¡Ah! Las ropas, las llevaréis a algún
descampado, las quemáis y que el viento se encargue
de que se pierdan. Ahora quiero enseñaros algo que os
va a gustar. –se levantó y sacó de un armario, dos
maletines idénticos– estos son para vosotros, lo que
contienen, os va a solucionar la vida; espero que hagáis
un buen trabajo.
Los dos hombres, estaban conmocionados con las
órdenes que les había dado aquella mujer que, sin
ninguna duda, había perdido la razón. ¡Matar a cinco
personas! ¡Luego cubrirlas con cal! … Decidieron que no
harían nada de lo que les dijo; ellos no eran asesinos y
menos, a sangre fría con personas indefensas. Tomaron
una decisión que les podía costar muy cara o les salvaría.
No había dinero suficiente para llegar a ese extremo. En
eso estaban los dos de acuerdo.

Se encontraban reunidos en casa de los recién


casados, comentando las últimas instrucciones que les
había dado aquella voz que no podían definir si era de
hombre o de mujer, cuando sonó el timbre de la puerta.
Se miraron con sorpresa, porque no esperaban a nadie
a esas horas; pasaban de las once de la noche. Víctor
se adelantó y fue a abrir.

261
- Por favor, vengo a ayudarles. Necesito hablar con
ustedes. –dijo Diego Hernan, con las manos en alto, ante
la mirada alerta y de sorpresa de Víctor– es muy
importante lo que les tengo que decir. Les va la vida en
ello.
- Pase, pase. –cuando entraron en el salón, todos
los ojos se clavaron en el hombre que no les era
desconocido, porque habían asistido al juicio y sabían
que era uno de los secuestradores. El silencio era
espeso y los interrogantes sin palabras que todas las
miradas, acuciaban a Víctor pidiéndole las razones por
las que había dejado entrar a aquel sujeto.
- Señores, entiendo que mi presencia aquí les
resulte insólita y molesta, pero lo que tengo que decirles
es de suma importancia, tanto para ustedes, como para
la señora Jiménez, a la que semantiene drogada sin
dejar que despierte, así no se escapará, según las
palabras que nos ha dicho la señora que la tiene. – ante
el silencio de cuantas personas tenían la mirada clavada
en él y el desconcierto que aquella situación había
producido, decidió empezar a contarles la verdad-.
Comenzaré por el principio. Nina Arenas es la mujer con
la que hemos trabajado durante mucho tiempo, eso lo
sabe usted, señora Cantero. Nos ordenó, hace tres años,
que secuestráramos a Cristina Jiménez; como ya saben,
aquello no salió a su gusto; a nosotros nos costó tres
años de prisión, mientras ella quedó impune. Ha tenido

262
esos años, para idear la forma de que todo salga bien la
segunda vez.
Les ha citado para mañana a las doce, diciéndoles
que le entregará a Cristina, a cambio de los discos, pero
eso no es verdad. Nos ha ordenado que, una vez le
hayan hecho entrega de los discos, les matemos y ella
lo hará con Cristina. –dejó pasar unos segundos para
que diera tiempo a asimilar aquella información.
Nosotros, mi compañero y yo, no somos ningunos
santos y hemos hecho cosas de las que no nos podemos
sentir orgullosos, porque nuestro trabajo lo exigía, pero
lo que sí estamos en condiciones de asegurarles, es que
no somos unos asesinos. Creemos que esta mujer está
completamente loca; ha perdido el juicio, no hay nada
más que ver su mirada extraviada. Por eso, hemos
decidido ayudarles a recuperar a la señora Jiménez,
después llevarla a un psiquiatra para que la interne en
alguna institución donde la puedan controlar. Sabemos
que usted es doctora –dijo dirigiéndose a Uchy– y
pensamos que nos puede dar el nombre de un psiquiatra
que la examine y que la ingrese donde crea conveniente;
nosotros no tenemos ni idea de a quién acudir para que
la internen en un manicomio, que es donde debe estar.
Como comprenderá, no nos conviene denunciarla a la
policía, sería muy malo para nosotros. -dijo mirando a
Víctor.
- Sí, tengo una compañera que es una buena

263
especialista; le daré su nombre y teléfono, pero le ruego
que no le diga quién se lo ha proporcionado, no quisiera
que me relacione, de ninguna manera, con esa mujer.
- No se preocupe, seré muy discreto.
- Entonces, ¿qué sugiere que tenemos que hacer
mañana? –preguntó Sergio.
- Cuando lleguen, entrarán en el garaje y bajaran
del coche mientras les apuntamos con nuestras armas,
se arrodillarán delante de ella y, cuando le entreguen los
discos, dará la orden para que disparemos; no espera
que, en lugar de hacerlo, iremos a por ella, la
inmovilizaremos y ustedes podrán llevarse a la señora
Jiménez; ya nosotros nos encargaremos de lo demás.
- ¿Puedo hacer una sugerencia? –dijo Francisco.
Sin esperar el permiso, continuó-: Después del trauma
que sufrió Cristina en su primer secuestro y, puesto que
de éste no tiene conocimiento nadie, ni siquiera ella, mi
propuesta es que no se le diga nada; que cuando
despierte, crea que ha estado inconsciente por
agotamiento y que todo está bien; así le evitaremos
pasar por el miedo a que le vuelva a ocurrir y tenerla en
constante alerta y desconfianza de todas las personas
que se le acerquen.
- Creo que es una brillante idea. –dijo Uchy– le
puedo decir que se desmayó y que hemos visto
conveniente hacerle una breve cura de sueño, para que
se recupere del estrés que ha sufrido.

264
- Sí, yo también estoy de acuerdo. –esta vez fue
Víctor el que habló, pero le siguieron Sergio y Carolina.
- Bueno, pues ya que está todo dicho, solo me
queda hacerles un ruego. –Diego Hernan, ahora parecía
muy tímido, cuando les dijo-: Si, como han acordado,
esto es mejor que no se sepa que ha ocurrido, dejen que
mi compañero y yo, nos marchemos sin denunciarnos;
sabemos que, si somos reincidentes, la condena será
mucho mayor.
- De alguna manera tendremos que mostrarles
nuestro agradecimiento por salvarnos la vida, por mí no
hay inconveniente en que se vayan sin cargos. –dijo
Víctor. Todos los demás, estuvieron de acuerdo.
- Muchas gracias. Buenas noches. –ya que salía
hacia la puerta, se volvió– esta noche, descansen, se les
ve la cara muy demacrada.
Después de estos acontecimientos tan inesperados,
parecía que se había abierto una ventana de aire fresco
para aliviar el sufrimiento con una esperanza. No
durmieron tanto como necesitaban, pero sí más que en
las noches anteriores. Por la mañana tenían otra
expresión en sus caras.
Estaban con los nervios tensos; esperaban que
todo saliera como habían planeado, pero siempre
rondaban las dudas de que surgiera algún imprevisto
que pudiera cambiarlo todo.
- No es tan complicado. –dijo Uchy– somos siete

265
contra una mujer que, por muy loca que parezca, no deja
ser vieja y, además, de estar sola. Creo que estamos
dándole demasiada importancia a lo que puede pasar.
Ella ha conseguido paralizaros de miedo, pero hay que
ser realistas.
- Bueno, quizá estés en lo cierto, pero, aun así, yo
no puedo evitar estar preocupado; llámame cobarde si
quieres –le dijo Sergio.
Llegaron a la hora en punto y, como había dicho
Diego, la puerta del garaje se abrió y entraron en él.
Despacio, porque estaban los dos hombres
apuntándoles con sus armas, bajaron del coche y se
dirigieron al fondo; allí se encontraba Nina Arenas,
esperándoles apoyada en la camilla donde dormía
Cristina, con una expresión entre siniestra y alegre, que
ponía de manifiesto lo que les había contado Diego la
noche anterior: estaba desequilibrada.
La situación era muy tensa y empezaron a dudar si
los hombres que les apuntaban con sus armas,
cumplirían con lo pactado la noche anterior. Nadie podía
fiarse de nadie, dada la experiencia que ya tenían. No se
miraban entre ellos, ni tampoco a los hombres de Nina
Arenas; sólo eran conscientes del miedo que se estaba
apoderando de sus almas y que no podían controlar.
Les obligaron a ponerse de rodillas en aquel suelo
de cemento, sucio, frío y duro. Para Francisco era una
tortura poder mantenerse así, porque su pierna no

266
aguantaría mucho tiempo; se apoyaba en el muñón que
quedaba dentro de la prótesis; el dolor era terrible.
Sudaba copiosamente y su respiración era agitada, pero
no le importaba, aguantaría lo que fuera necesario para
que, aquella loca, no le hiciera daño a ninguno, pero
menos a Cristina.
- Bienvenidos. No sabéis la alegría que me da
veros en mi presencia, así, de rodillas, vencidos, sin
posibilidad de hacer nada por salvaros; sobre todo a ti,
querida jefa Carolina Cantero. –la miró con todo el
desprecio de que fue capaz- No eres digna de llevar ese
apellido. Siempre lo he pensado, pero como eras la jefa,
nunca me he podido dar el gusto de decírtelo a la cara,
como ahora. Eres blanda y cobarde, pero bueno, ya no
importa.
A ver tú –dijo mirando a Sergio– acércate con ese
maletín, muy despacito, porque si haces un movimiento
que me parezca raro, mira lo que tengo aquí. –sacó una
pistola y la puso en la cabeza de Cristina- ¡Boom! Y
mamá, voló. ¿Lo has entendido bien?
- Sí. –dijo Sergio con un hilo de voz. Aquello no
estaba previsto y todos se sorprendieron al verla con el
arma.
- Vamos hombre. Dilo para que yo te oiga bien. ¿Lo
has entendido?
- Sí. –esta vez Sergio alzó la voz con un enorme
esfuerzo.

267
- Pues venga, tráelo de una vez, que me estoy
hartando de vuestra ineptitud.
Con mucho cuidado y sin levantar la vista, Sergio
se acercó hasta la camilla y depositó el maletín en el
suelo. Luego, dio media vuelta, volvió a su sitio y se
arrodilló.
- ¿Ves como no era tan difícil? Niñato estúpido. –
mirando a sus hombres, pero sin apartar la pistola de la
cabeza de Cristina, les gritó-: Ahora, disparad -pero ellos
no se movieron- ¿Qué pasa aquí? ¿Es que os habéis
quedado sordos? He dicho que matéis a esta gente. No
sé por qué me rodeo de ineptos que no entienden las
órdenes.
El plan era reducirla a ella, pero no podían
moverse, porque se arriesgaban a que le disparase a
Cristina. La tensión que, sólo duró unos segundos, era
tan extrema, que parecía que estaban pasando horas.
No sabían cómo actuar; era muy peligroso hacer
cualquier movimiento. Entonces la mujer se volvió con
rapidez y les apuntó a los que estaban arrodillados.
Esperando lo peor, cerraron los ojos despidiéndose
mentalmente, de todo lo vivido. Los nervios les tenían
paralizados. Aquella situación no tenía salida alguna y
eran conscientes de ello. Se habían rendido, cuando la
voz chillona de Nina Arenas, estalló haciéndoles abrir los
ojos y fijarlos en aquella mujer de mirada desencajada.
- Si no lo hacéis vosotros ¡Cobardes! -dijo mirando

268
a los hombres que había contratado para que le hicieran
el trabajo- Lo haré yo sin compasi …
No terminó la palabra porque, de pronto, se le cayó
el arma de la mano y sus piernas se volvieron de gelatina,
se precipitó al suelo y quedó allí, con una postura
grotesca, que recordaba a una marioneta a la que le han
cortado los hilos.
La miraron sin dar crédito a lo que sus ojos veían.
Sin pensarlo, Uchy y Sergio, corrieron hasta la camilla
para ver cómo estaba Cristina. Uchy le tomó el pulso,
comprobó su temperatura, la respiración era regular y
perfecta. El semblante era de una mujer que dormía
plácidamente y tenía buen color. Ya más tranquilos,
miraron al suelo donde estaba Nina; a su lado Diego
trataba de incorporarla, pero le resultaba imposible; era
un cuerpo muerto que, aunque era una mujer pequeña y
menuda, pesaba tanto, que no podía moverlo. Uchy la
examinó detenidamente y movió la cabeza con gesto
negativo. Todos pensaron que le habían herido de
alguna forma que les pasó desapercibida en aquellos
momentos de tensión; se miraron unos a otros para
saber cuál de ellos lo había hecho, pero nadie pudo
averiguarlo, hasta que Uchy les dijo de qué se trataba.
- Creo que está sufriendo un ictus.
- ¿Es grave? ¿Se va a morir? –preguntó Diego que
había desistido a incorporarla y se limitaba a sujetarle la
cabeza.

269
- Lo que puedo decir, sin haberle hecho más
pruebas, es que sí, es muy grave, pero eso no significa
que vaya a morir, puede que se quede así para siempre,
no creo que se recupere. Habrá que llevarla a un hospital.
Cada minuto que pase sin atención médica, el problema
se irá agravando
Se habían reunido alrededor y la miraban
espantados. Su aspecto era terrible, pero la cara era lo
peor. Toda la parte derecha, parecía muerta; el ojo
estaba casi cerrado, pero le colgaba el párpado inferior,
dejando ver el lagrimal rojizo y lagrimoso. La mejilla y la
boca, también le colgaban fláccidas; pero lo horroroso y
más impactante, era su ojo izquierdo; lo tenía muy
abierto, tanto que parecía que se le iba a salir y la
comisura de la boca, daba la sensación de que sonreía.
La miraban sin lástima, pero sí con asco y repulsión.
- Uchy ¿Crees que puede oír y entender lo que le
digamos? –preguntó Carolina.
- Sí, por supuesto que escucha y entiende, lo que
no puede es hablar, ni moverse. La parte del cerebro
afectada, no tiene que ver con el oído y el pensamiento,
así que, perfectamente puede entender lo que hablamos,
incluso nos está viendo con el ojo izquierdo.
- Hola Nina, soy yo, la que no es digna de llevar el
apellido Cantero, como has dicho hace solo un ratito. –
Carolina, se había acercado a ella, para que no se
perdiera nada de lo que tenía que decirle– Aun

270
conociéndote, yo nunca te habría hecho daño, porque,
como muy bien has dicho, no soy como mi padre, ni
como tú, unos asesinos sin conciencia. Además de todos
los crímenes que habéis cometido durante muchos años,
en venganza de quienes defendían su vida de vuestras
estafas, no puedo dejarte olvidar el peor de todos, las
seis personas que están en esos discos por los que te
disponías a terminar con la vida de otras seis. A aquellas,
las dejasteis morir abandonadas en una cárcel sin
barrotes; pues mira las vueltas que da la vida, tú vas a
estar lo que te queda de ella, ojalá que sea muy larga,
en una cárcel también sin barrotes, mucho más terrible
que aquella: tu propio cuerpo, pero lo mejor de todo, es
que no vas a poder protestar, ni quejarte; no vas a dar
órdenes nunca más, ni te van a obedecer sin rechistar,
como estás acostumbrada; tampoco podrás maquinar
maldades como siempre has hecho, porque no volverás
a moverte, ni a hablar. Ahora sí que creo en la justicia.
Ya sabes, te deseo una larga vida. Adiós Nina –cuando
terminó, se dirigió a los demás–. Por mí, nos podemos ir,
creo que Cristina necesita que nos ocupemos de ella,
más que esta basura que tenemos en el suelo.
- Sí, tiene usted razón. –dijo Diego– nosotros nos
encargaremos de llamar a una ambulancia que la lleve
al hospital. Pueden irse y estén tranquilos, que no nos
volveremos a ver nunca más, pero pueden estar seguros
de que la pesadilla que han vivido estos últimos tiempos,

271
ha terminado.
- Pues vámonos. -Víctor, cogió en brazos a Cristina
y subieron al coche. Sergio conducía y salió a gran
velocidad, deseando dejar atrás aquella situación que
parecía definitivamente resuelta.
Diego y Alberto, agarraron a Nina, uno por los
hombros y el otro por los pies y la llevaron hasta una
salita donde había un sofá derrengado y allí la dejaron
caer. No se preocuparon de que la postura en la que
quedó, fuera cómoda.
Se fueron al garaje, recogieron las jeringuillas con
las que le ponían la droga a Cristina, limpiaron toda
huella que pudiera haber de su estancia allí; se
guardaron la pistola de Nina, plegaron la camilla, la
dejaron apoyada en una pared y le pusieron un montón
de cachivaches encima. Luego fueron hasta el armario
donde ésta les había enseñado sus maletines y, al
abrirlos, se llevaron una desagradable sorpresa: sólo
contenían papeles de periódico; también a ellos pensaba
matarlos. Como siempre decía de su maestro: no había
que dejar cabos sueltos. Les había usado mientras los
había tenido engañados, como si no fueran
profesionales, esto les dio mucha rabia.
Diego estaba furioso; buscó el bolso de Nina, sacó
las llaves de su lujoso piso y le dijo a Alberto que ya
habían terminado allí; dejaron la puerta de la casa
abierta, tenían que irse cuanto antes. Subieron al coche

272
y mientras Alberto conducía de camino a la casa de Nina,
Diego llamó a emergencias y les dio la dirección para
que fueran a buscarla; nunca más volverían a acordarse
de aquella mujer que sólo les había utilizado.
Cuando llegaron al piso, Diego le dijo a Alberto, que
no tocara nada; aunque había objetos de mucho valor,
no iban a llevarse ninguno, su propósito era mucho más
ambicioso, él sabía dónde tenía la caja fuerte y, como
era un profesional, no tardaría mucho en abrirla. Cuando
lo consiguió, se quedaron mudos al ver la cantidad de
dinero y oro que había en ella. Buscaron una maleta
grande y la llenaron hasta que no cabía ni un billete más.
En otra más pequeña, metieron los lingotes de oro.
Limpiaron a fondo, para no dejar huellas, y salieron de la
casa, dejando todo como si nadie hubiera entrado allí.
- ¿Sabes lo que te digo? Nos vamos a ir adonde
nadie nos conozca y, querido Alberto, no vamos a
necesitar buscar trabajo nunca más. Doña Nina Arenas,
nos ha pagado muy bien el último trabajo que hemos
hecho para ella, aunque nunca lo sabrá.

Carolina y Uchy, en cuanto llegaron a casa de


Víctor, prepararon el baño y sumergieron en el a Cristina;
llevaba cuatro días sin cuidados, ni alimentos; era
urgente que se despertara. Una vez acomodada en su
cama, Uchy le puso una inyección que la despertaría en
unos pocos segundos.

273
Abrió los ojos y vio a toda su gente alrededor de la
cama. No sabía dónde estaba ni lo que había pasado,
sólo que tenían caras de ansiedad y cansancio. Le costó
algo de esfuerzo poder hablar, era como si hubiera
estado mucho tiempo sin hacerlo.
- ¿Qué pasa? ¿Por qué me miráis así? –los ojos de
Cristina pasaban de una cara a otra, pero los cerraba,
como si todavía le quedara sueño- ¿Por qué estoy en la
cama?
- Todo está bien, no te preocupes, amor –dijo Víctor,
arrodillándose a su lado– has tenido un desmayo por
culpa del estrés de estos días.
- Te llevamos al hospital y allí te han hecho una
pequeña cura de sueño –le explicó Uchy– de sólo cuatro
días. Acabamos de traerte y por eso estás en tu cama.
- ¿Vosotros qué estáis haciendo aquí? ¿Y vuestra
luna de miel? ¿Os la he estropeado?
- No, no, lo que pasa es que la hemos aplazado,
queríamos estar para cuando te despertaras. -le dijo
Sergio, cogiéndole la mano– Ahora que estás espabilada,
nos iremos y ya está.
- Por favor. Qué trastorno os he causado. -Intentó
sentarse, pero un ligero mareo, se lo impidió.
- Vamos, no te esfuerces, todavía tienes que
descansar un poco más. Tómate este zumo muy
despacio y después, te dejamos un rato más, hasta que
te despejes del todo.

274
Salieron de la habitación y cerraron la puerta para
que pudiera estar tranquila. Se sentaron en el salón; el
cansancio y los momentos de miedo y tensión, les
pasaron factura. Con más o menos comodidad, se
fueron quedando dormidos, en realidad, quienes
necesitaban una cura de sueño, eran ellos.
Habían pasado dos horas, cuando Cristina se
levantó y se encontró con el espectáculo de la siesta de
toda la familia y amigos. Le entró risa al pensar que le
habían aconsejado que descansara ella, y los demás,
estaban pidiéndolo a gritos. Pensó que no debía hacer
ruido y dejar que durmieran un poco más; pero estaba
desfallecida de hambre y todavía le temblaban las
piernas, no se fiaba de ellas, por si le fallaban en la
cocina y se caía.
Carolina fue la primera que se despertó y se
encontró con Cristina mirándoles y sonriendo.
- ¿Cómo estás? No tenías que haberte levantado.
–dijo incorporándose de un salto y pasándose la mano
por la cara, como borrando el sueño que aún le quedaba.
- Ya lo sé, pero es que tengo un hambre terrible.
- Pobrecita mía, es verdad, llevas varios días sin
comer. Perdóname por torpe.
- Déjate de perdones y prepárame lo que sea; yo
no estoy muy fuerte todavía.
- Ahora mismo te traigo algo; tú ponte cómoda.
Con el murmullo de su conversación, se fueron

275
despertando los demás, así que Francisco se unió a
Carolina ayudándole a preparar una mesa para todos;
también lo necesitaban con urgencia.
Suspiraron de satisfacción al terminar la cena; no
podían comentar nada de los últimos acontecimientos,
por el pacto de silencio que habían hecho, pero le
contaron a Cristina, que la boda fue un éxito, que
bailaron mucho y que la gente se fue muy contenta,
aunque preguntaron por ella en muchas ocasiones, la
echaban en falta, pero entendieron que debía descansar.
A la mañana siguiente, muy temprano, Sergio fue a
buscar a Francisco a su casa. Le pidió que lo
acompañara a hacer lo que tenía que haber hecho desde
el principio: deshacerse de los discos duros que tanto
sufrimiento les habían causado a todos.
Fueron al puerto y allí alquilaron un barco pequeño,
por unas horas. Lo llevaba Francisco, él sabía cómo
hacerlo. Cuando estaban bastante lejos de la costa,
Sergio cogió el maletín, donde, no sólo iban los viejos
discos, también había metido en él, todas las copias que
tenía Carolina, las de su padre, las que le dio Nina
Arenas y las que hizo el propio Sergio; no quería que
quedara nada de ellas. Ató el maletín a un bloque de
cemento y, sin ceremonias ni demoras, lo arrojó por la
borda. Los dos se quedaron mirando cómo se perdía
bajo el agua a mucha velocidad.
- Nunca me arrepentiré bastante de haber

276
encontrado estos discos; en mi tontería por investigar, y
con la ignorancia de mis pocos años, quería hacer
justicia para que los asesinos no quedaran impunes,
como si eso fuera posible; lo único que he conseguido,
es hacer sufrir a la gente que quiero y tener este
sentimiento de culpa, todo lo que me queda de vida.
¿Cómo voy a olvidar que hemos estado en peligro, que
nos ha faltado poco para que nos matasen…?
- Pero ¿qué dices, muchacho? Claro que se ha
hecho justicia gracias a ti. Piénsalo detenidamente. Se
ha hecho felices a muchas personas con las
indemnizaciones de Carolina y, además, pueden vivir sin
temor alguno, que ya es mucho. Si no hubiera sido por ti
y por tu hallazgo –dijo señalando el sitio por donde
habían tirado el maletín– no habrías conocido a Uchy,
que es la mujer de tu vida, tampoco nos habríamos
conocido nosotros y yo seguiría siendo el desgraciado
Pacoprim, haciendo como que no me valía por mí mismo,
con el miedo dentro hasta el día de mi muerte. En cambio,
ahora, tengo mi chalet, mis gatos, mi perro, mi libertad y
mis amigos. Tampoco Víctor y Cristina habrían
encontrado el amor y él a su sobrina. Sin ti, seguiría
siendo un policía como tantos, con el dolor de haber
perdido a su madre y no poder castigar a los
responsables de su desaparición y la de tantas otras
personas. No puedes decir eso. Todo en la vida, tiene su
parte positiva y su parte negativa y hay que conocer las

277
dos para poder apreciarlas. Por la mía, te estaré
agradecido todos los días hasta que me muera.
- Cuánta razón tienes, amigo. Lo hemos pasado
muy mal, pero, como has dicho, la parte positiva es
mucho más importante que la otra. He estado tan
preocupado, que no podía pensar con claridad y, no sé
por qué, siempre se impone lo negativo, hasta el punto
de no ver la realidad. En todo este tiempo, desde que
vine a Carlella, no he dejado de culparme por todo lo que
estaba pasando, sin darme cuenta de lo que acabas de
decirme. No sabes hasta qué punto me has ayudado.
- Estoy pensando… Cuándo tu madre te pregunte
qué piensas hacer con los discos, ¿Qué explicación le
vas a dar?
- Bueno, eso lo resolveré cuando sea necesario;
dicen que no se puede cruzar un puente, hasta llegar a
él. ¿Verdad?
- Verdad.

278
EPÍLOGO

Cristina dejó la Tablet encima de la mesa. Había


pasado todo el fin de semana, como ya era costumbre
de muchos años, leyendo su última novela a sus amigos
más cercanos y a su familia. Le interesaba saber lo que
opinaban, ver sus reacciones, según iba pasando la
historia y, por supuesto, sus comentarios; de ellos
entendía hasta qué punto las situaciones y los
personajes, calaban en los demás, la empatía que se
formaba entre ellos, los de ficción y los otros, los de
verdad.
Le encantaba cuando se discutía por qué un
personaje actuaba así, por qué había dicho aquello; se
les quería, se les odiaba y se les criticaba, como si fueran
personas de verdad. A ella todo esto le indicaba, cómo
sentiría el lector ante la nueva historia que le presentaba
y podía saber, el éxito que tendría. También le servía
para aprender y pulir el texto; aunque nunca llegaba a
estar satisfecha del todo.

279
Esta vez, había hecho algo que nunca se habría
atrevido a hacer. Mientras leía, durante esos días, nadie
había comentado nada; también esa era la costumbre,
no se podía dar ninguna opinión, hasta que acabara la
lectura; pero ella observaba las caras de los demás,
esperando ver alguna reacción, pero se mostraron como
profesionales y no dejaron entrever nada de lo que
sentían o pensaban.
Había llegado el momento, pero nadie rompía el
silencio que había dejado el eco de su voz. Ella, miraba
las caras, queriendo adivinar sus reacciones, pero
seguían impávidas.
- Bueno, ¿qué os pasa que no decís nada? ¿Es que
no os ha gustado? Todavía no la he enviado a la editorial,
como siempre, esperando vuestras opiniones y, si
queréis que cambie algo, estamos a tiempo.
- Por mí, no cambies nada, me ha gustado mucho.
– su marido fue el primero que habló.
- Por mí, tampoco, me ha parecido muy interesante.
– dijo su hijo.
Mirando a su alrededor, por fin descubrió en las
caras de sus amigos, que estaban de acuerdo con que
siguiera sin tocar nada.
- Aunque no sé por qué estáis tan callados, doy por
hecho que no queréis que cambie nada, ni los nombres
de los personajes.
- Eso es lo mejor de todo, por lo menos para mí. –

280
dijo su nuera – Ni se te ocurra cambiarlos. Me ha
encantado. Es algo novedoso y fantástico que quedará
para siempre; eso es lo que más me gusta.
- Bueno, entonces os leeré el epílogo, que no lo he
hecho hasta saber si estabais de acuerdo.

Cuando pensé en escribir esta historia, como


siempre, tenía que elegir los nombres de los personajes;
sopesando varias opciones, decidí hacer algo un poco
más arriesgado; pero me dije: No, seguro que no les
parece bien. Luego volví a decirme: Siempre puedo
cambiarlos y no pasará nada. Así que empecé a hacerlo
y, para qué voy a disimular, he disfrutado mucho
imaginando las situaciones y los acontecimientos
protagonizados por mi familia y por mis amigos.

Creo que, para ser justa, tengo que dar una


explicación, y contar un poco quienes son.

FRANCISCO TORRES.

Se convirtió en un amigo, desde que nos


encontramos un verano en la playa. Su esposa se había
quedado en el apartamento, terminando alguna tarea de
las que nunca nos libramos las mujeres, aunque

281
estemos de vacaciones. Él bajó con su hija Celia. Mi hijo
y ella, enseguida se hicieron amigos y empezaron a jugar
con sus cubos y palas en la arena; en un momento dado,
Celia, que tenía cuatro años, se metió una piedra por la
nariz y mi hijo, de seis años, vino a buscarnos alarmado
porque no se la podía sacar. Fueron momentos de
angustia y de nerviosismo, hasta que le tapé el orificio
contrario y le dije que soplara muy fuerte, como su
tuviera moquitos; la niña lo entendió y sopló tan fuerte,
que la piedra salió a una velocidad tremenda.
Suspiramos de alivio y, cuando llegó su mujer le
contamos la aventura. Quedamos a tomar una cerveza
en el chiringuito y, así llegamos a ser muy amigos, hasta
ahora.
Francisco es dueño de una tienda de
electrodomésticos; nunca tuvo un accidente de moto y
sus piernas están sanas y fuertes, tampoco nadie le ha
llamado nunca Pacoprim; eso me lo inventé, me pareció
gracioso y parece que a él también.

CAROLINA CANTERO

Es hermosa, buena madre, buena amiga y una de


las personas más honradas que he conocido. Cuando
nos vimos por primera vez, después de que su hija Celia,

282
echara la piedra de su nariz; fue como si hubiéramos
sido amigas desde siempre; conectamos a la perfección
y es como una hermana para mí.
Carolina, estudió farmacia, pero nunca ejerció.

NINA ARENAS

Me he permitido darle el papel menos agradable a


mi querida Nina, porque la conozco muy bien y sé que
no me va a odiar por eso. Es una persona maravillosa.
Coincidimos en el primer curso de primaria, no éramos
muy amigas; pero en cuarto curso, ella se sentaba justo
detrás de mí, en clase, entonces yo tenía una compañera
de mesa, que me hacía la vida imposible. Procuraba que
me sintiera ridícula y fuera de lugar; se las arreglaba para
que los profesores, creyeran que me copiaba de ella,
cuando era todo lo contrario. Un día, Nina, que llevaba
mucho tiempo observando aquel abuso, decidió ponerla
en su sitio y, en uno de los exámenes de matemáticas,
que era lo que peor llevaba mi compañera, se las arregló
para grabarla con su teléfono, mientras se copiaba del
mío. Cuando el profesor los recogió, volvió a acusarme
de haberme copiado. Nina no dijo nada, pero cuando
acabó la clase, se quedó y le dijo al profesor si podía
hablar con él, entonces le enseñó la grabación y le dijo
que era así siempre. Esto me ayudó a sacar las notas

283
que merecía y a la otra, la expulsaron del colegio.
Después de todo esto, nos hicimos inseparables, hasta
ahora.
Le pido perdón por haber imaginado un final tan
terrible para su personaje, pero…es que no quería que
se muriera.
Nina hizo la carrera de veterinaria y ella se encarga
de que nuestras mascotas estén saludables y bien
cuidadas.

DIEGO HERNAN

A Diego lo conocí cuando me lo presentó Nina, era


un compañero de la facultad de veterinaria y, un tiempo
después, se hicieron novios. También es veterinario; no
está en la clínica de Nina, él trabaja para la escuela de
equitación.
Siempre ha sido cariñoso y atento; es de esas
personas con las que siempre puedes contar para lo que
sea. Nina y Diego, tienen dos hijos estupendos.

ALBERTO AGUIRRE

Nuestro amigo Alberto, es pediatra. Nos conocimos,


cuando nació mi hijo; él ha sido siempre su médico y, de
paso, de todos nuestros amigos y familiares, porque

284
siempre lo hemos recomendado. Tiene un don especial
para tratar con los niños y hace que se les quite el miedo
al médico y que confíen

MARTA ARQUERO

Marta es la esposa de Alberto. Siento haberle dado


un personaje tan breve, pero he sido fiel a su profesión,
porque es periodista de verdad; no es que sea tan
agresiva con las personas que entrevista, pero sí tiene
un programa de mucha audiencia.
Es una mujer muy atractiva, además de simpática;
nos encanta estar con ella cuando nos cuenta las últimas
novedades de la sociedad; aunque ella no se encarga de
las noticias “rosa”, siempre está bien informada. Tienen
dos chicas y un chico.

DOCTOR ARGUELLES

Es médico dentista; el que siempre nos ha tratado


a mi familia, a mis padres y a mis hermanos también.
El doctor Arguelles, al que siempre llamamos así,
creo que se me ha olvidado su nombre de pila, es soltero
y nunca hemos conocido a ninguna mujer que haya
salido con él. Le gastamos bromas todo el grupo de

285
amigos, pero él tiene una paciencia infinita y un sentido
del humor a prueba de nosotros.
También su personaje ha sido muy cortito, pero no
vi conveniente hacerlo más largo; no tenía sentido para
la historia.

LUIS VAZQUEZ

Nuestro querido amigo Luis, es policía de verdad,


pero él siempre dice que no se parece a los que vemos
en televisión.
Luis tiene una hija de veinte años; muy buena
estudiante de derecho y como persona, un encanto. La
ha criado él solo, porque su mujer murió en un terrible
accidente, cuando la niña tenía, apenas cuatro años.
Nunca se ha planteado volver a casarse y, para mí, es
de admirar, porque estamos viendo con mucha
frecuencia que, en cuanto un hombre se queda viudo y
si tiene una criatura, se vuelve a casar muy pronto,
porque no se ve capacitado para atenderla y seguir con
su trabajo. Pero Luis es de otro material, teniendo en
cuenta que, en su trabajo, muchas veces no hay horarios.

286
CELIA

Como he dicho antes, Celia es hija de Francisco y


Carolina. Es una chica muy guapa, pero, aunque en su
personaje estuviera enamorada de Sergio, lo cierto es
que nunca se han llevado bien. Se conocen desde aquel
día en la playa, pero, siempre que estaban juntos, salían
con un mordisco, ella era de esas niñas que tienen la
mala costumbre de arreglarlo todo con los dientes, un
empujón, un chichón; en definitiva, siempre acababan
llorando. Luego de mayores, se han soportado por
educación y por respeto a nuestra amistad, pero, siendo
totalmente sincera, no se han tragado nunca.
Perdóname, Celia, por imaginarte enamorada de Sergio,
puede que sea una traición del subconsciente, pero
siempre desee que os llevarais bien; no como para ser
pareja, pero sí buenos amigos.

LUCIA ABAD (UCHY)

Uchy es mi nuera. Es verdad que estudió medicina


y que es especialista en Oncología. Muchas veces, ya
sabemos cómo somos las madres, me preocupaba
pensando con quién se casaría mi hijo. Parecía que no
habría en este mundo la mujer que se lo mereciera.
Nunca creí que la chica que eligiera, me iba a gustar del

287
todo, porque siempre se piensa que es una extraña que
lo ha conquistado, pero debo reconocer, que estaba muy
equivocada; Uchy es estupenda en todos los sentidos y
me siento muy feliz de que mi hijo se haya casado con
esta mujer extraordinaria, que lo entiende, lo ama, vale
mucho más que él. Perdóname hijo mío, pero puestos a
decir la verdad… y que está embarazada de su primer
hijo. ¡Por fin voy a ser abuela!

CARMEN VEGA

A Carmen la conocí cuando estaba embarazada de


Sergio y me encontraba fatal; siempre con náuseas y sin
poder comer; en vez de engordar, estaba adelgazando,
así que el médico me aconsejó que buscase a alguien
que se ocupara de mí. No sabía a quién acudir hasta que,
un día en el mercado, me sentí muy mareada y Carmen
me sujetó justo en el momento en el que me hubiera
caído al suelo. Cuando me recuperé, le di las gracias y
estuvimos hablando. Me contó que acababa de llegar de
su pueblo y que estaba buscando trabajo. No lo pensé
dos veces y le propuse que se quedara conmigo y así
han pasado más de veinticinco años. Ella se sigue
ocupando de mí y de mi casa, tan eficientemente, como
siempre, es parte de mi familia y la quiero como a una
hermana mayor.

288
SERGIO FUENTES JIMENEZ

Mi hijo Sergio, por necesidades del personaje, ha


tenido que prescindir de su primer apellido porque, como
ya hemos visto, es hijo de soltera. La historia lo exigía
así. Sergio ha sido siempre un chico bueno, inteligente y
un poco rebelde, que se ha salido con la suya, después
de agotar mi paciencia, un sinfín de veces. Menos mal
que ha madurado y ya es menos impulsivo, más paciente
y más centrado; creo que gran parte del mérito, lo tiene
Uchy.
Después de empezar varias carreras y no acabar
ninguna, Sergio encontró su camino en la informática y
ahora es un genio que se disputan varias compañías,
programando y creando videojuegos. Tiene una
imaginación desbordante y, lo que me satisface de él, es
que sus juegos, no son violentos; se ha especializado en
los del entrenamiento de la inteligencia y su desarrollo.

VÍCTOR FUENTES

Mi querido Víctor, la persona que ha sido y será mi

289
cómplice, mi amigo, mi apoyo, mi amor. Creo que, ni
buscándolo con lupa, hubiera encontrado otro hombre
mejor, como compañero de vida.
Debo decir, que le he tenido engañado durante el
tiempo que he estado escribiendo esta novela. Él desde
que nos casamos, hace casi treinta años, ha ido leyendo
lo que iba escribiendo y me ha aconsejado, criticado y
alabado, según su criterio, muy acertado siempre. En
cambio, en esta ocasión, le he dado mil escusas, para
que no viera lo que estaba haciendo; no quería que me
dijera que no debía poner los nombres de mis mejores
amigos a los personajes, porque podría molestarles, así
que, he conseguido, tenerle al margen, para darle la
sorpresa, como a todos.
Víctor es dueño de una inmobiliaria desde antes de
casarnos, porque la heredó de sus padres y él ha sabido
ampliar el negocio; tiene varias agencias en otras
ciudades.

CRISTINA JIMENEZ

Esa soy yo. Desde que era pequeña, siempre he


tenido mucha imaginación y me inventaba historias
variopintas; unas veces se las contaba a mis primas,
muchas otras me las callaba, porque siempre pensaba
que se reirían de mí.

290
No sé si tendría diecisiete años, cuando me decidí
a escribir en serio; antes sólo lo hacía con pequeños
relatos que nadie leía.
Mi primera novela: Prisioneros del aire, se me
ocurrió, viendo anunciado un programa de televisión, en
el que convivían varias personas durante un tiempo, en
una casa de la que no les permitían salir y que eran
grabadas durante las veinticuatro horas, pudiéndolas ver
los espectadores. Entonces pensé que se podía hacer
un estudio interesante de esa convivencia entre
personas desconocidas entre ellas, pero sin que
supieran que las estaban grabando. Siempre pensé que
era un fraude para quienes estaban interesados en esa
experiencia, puesto que eran conscientes de estar
observados, entonces, nadie se comporta como
realmente es. De ahí surgió la trama que cuento en esa
primera novela.
Después de muchos años, me decidí a continuar la
historia que me rondaba por la cabeza hacía tiempo.
Como habéis visto, la he titulado: Prisioneros del tiempo.
Un poco revelándome ante tantas injusticias como
vemos todos los días. Sabemos cuántos sinvergüenzas
salen impunes de sus abusos de poder contra los más
débiles; he querido con un relato de entretenimiento,
poner por escrito las barbaridades de las que son
víctimas, personas inocentes que confían en la
honestidad de quienes dependemos.

291
Comprendo que es triste que, ni en una historia
imaginaria, se haya podido hacer justicia, porque, como
habéis visto, uno de los protagonistas, ha tenido que
deshacerse de las pruebas tan valiosas de que disponía,
cansado de tanto sufrimiento y decepcionado al darse
cuenta de que no es posible cumplir los sueños de
justicia.
Cuando somos jóvenes, nos parece posible
cambiar el mundo, pero, después de muchos
desengaños y palos que nos da la vida, acabamos
sucumbiendo a lo establecido y los ideales por los que
hemos luchado siempre, se derrumban ante la fea
realidad.

Quiero dar mis más sinceras gracias, a todas y


todos quienes me han dejado usar sus nombres
auténticos para mis personajes. Ha sido un disfrute para
mí, ponerles en situaciones imposibles, conociéndoles
cómo les conozco. Algunas veces, me he divertido, en
otras me he sentido culpable por colocarles en un trance
difícil.
Dicen que está bien lo que bien acaba y para mí,
viendo las caras de la gente que quiero, contentas, no ha
podido acabar mejor.

Cuando Cristina dejó de leer, Carolina se fue hacia


ella y le dio un abrazo.

292
- Me gusta mucho lo que has dicho de mi familia y
también que nos hayas puesto en tu novela; no es nada
corriente ser una de las protagonistas de un libro.
- Gracias a ti, por dejarme tu nombre.
- Yo no estoy tan segura de que me guste ser la
mala, malísima de la historia; siempre puede haber
alguien que crea que hay algo de verdad. –dijo Nina,
levantándose, se acercó y también la abrazó y la besó
con el cariño que siempre se habían tenido.
- Si te conocen, nunca lo pensarán. Puedes estar
tranquila, y si no te conocen, tu nombre se hará muy
famoso, porque, como sabemos, siempre triunfan los
malos, en este caso, la mala.
- Cristina, lo siento por ti, pero por mucho que te
esfuerces, no vas a conseguir que Sergio y yo, nos
llevemos bien; menos aún, habiendo puesto en tu novela,
que casi me muero de amor por él, nada más lejos de la
realidad.
- Por eso precisamente, se llama novela, porque no
es real.
- Menos mal. –Sergio no pudo callarse– sólo me
faltaba sentirme culpable por no querer a una mujer a la
que no trago.
- No seas tan bruto, Sergio. Yo sé que no serías
capaz de hacer nada que pudiera herir a Celia. Lo que
sentís, se llama amor, pero disfrazado de odio. –dijo
Uchy y se quedó tan satisfecha- ya ves que no estoy

293
celosa, ni nada.
Así se iban sucediendo los comentarios y las
bromas de aquellas personas unidas, de ahora en
adelante, no sólo por la amistad, también por una novela
que guardarían como algo diferente y entrañable. No
sabían si sería un éxito, como otras obras de la misma
autora, pero siempre sería especial para ella.

- ¡Cristina y compañía! Dejaros de tanta lectura y


de tantos agradecimientos, que la cena está en la mesa
y no quiero que se enfríe. –dijo a gritos, como era su
costumbre, Carmen, la mujer que ayudaba a Cristina en
la casa y que llevaba con ella toda la vida; en realidad
mandaba más que la dueña.
- Ya vamos, no te sulfures Carmen, que un día de
estos, te va a dar algo. –dijo Sergio, que le gustaba
enfadarla de vez en cuando- Aunque también te ha
puesto a ti en el libro, eres tan desagradecida, que no
has sido para decirle lo contenta que estas por salir como
los demás.
- ¡¿Que no me sulfure?! ¿Habéis visto el niño como
me habla? Claro que me va a dar algo con semejante
familia. –tenía la cara roja y los ojos muy abiertos- Tu
madre mucho escribir, pero la educación de su hijo, no
ha sido lo primero; eso lo podéis ver sin que yo os lo diga.
El libro, el libro ¿qué me importa a mí que me haya
puesto en el libro? ¿es que eso va a cambiar algo de mi

294
vida?
- Tienes razón. –dijo Víctor; conociéndola, podía
acabar aquello, en tragedia.
- ¡Ay! Carmen, no te enfades, sabes que te
queremos mucho y el niño, el que más. –Cristina,
acercándose a ella, le dio un fuerte abrazo- ¿Qué haría
yo sin ti?
- Pues limpiar, cocinar, lavar… eso es lo que tú
harías sin mí.

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