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Así veo al entrenador (extracto).

-Jorge Valdano-
Compartido por Global Fútbol Institute – 04/01/2017

Es delicado, para un discípulo, hablar de sus maestros. No resulta


fácil enjuiciar a quienes formaron mi juicio. Lo haré, sin embargo, con
la tranquilidad de saber que nadie es capaz de emitir un diagnóstico
más preciso sobre un profesor que sus propios alumnos y yo he sido
alumno atento en España y en Argentina, en primera y en segunda
división.

Lo que diga aquí es el producto honesto de esa aplicación. Serán


conclusiones discutibles, pero mías, fruto de observaciones propias
y bien intencionadas. El camino del entrenador posiblemente lo
recorra algún día para poder seguir entrenándome, desde otra
trinchera, a la pasión de mi vida. Pero no estoy aquí para mirar hacia
delante sino hacia atrás.... Y atrás vi a entrenadores que tocaban
las cabezas afligidas de sus jugadores en tardes de derrotas y a
entrenadores que en otras tardes de derrotas le giraban la
cabeza a sus jugadores. Me quedé con los primeros: con los que
utilizaban el cariño; y desprecié a los segundos, a los que
usaban el miedo.

Vi a entrenadores que ante periodistas ávidos, defendían a sus


jugadores y a entrenadores que, en parecidas circunstancias,
denunciaban a sus jugadores. Agradecí al que me ayudó y me
repugnó el delator. Vi a un entrenador que descorchaba champagne
en el triunfo y a otro que triunfaba sin ruido y sin sed. Me gustó más
el prudente. Vi entrenar a las seis de la mañana y vi también,
suspender un entrenamiento porque había muchos mosquitos. Uno
pensaba que el fútbol era sólo sacrificio y el otro pensaba que sólo
era placer. Cumplí las dos órdenes pero no me gustaron ninguna de
las dos. Vi a entrenadores estudiosos que trasladaban recetas y a
entrenadores estudiosos que inventaban recetas. Elegí a los que
creaban. Vi entrenadores que no tenían recetas, ni imaginaban,
ni estudiaban y tuve la sensación de estar perdiendo el tiempo.
Vi a entrenadores preparados, sensibles, apasionados y gracias
a ellos creo en el futuro de esa profesión.

Yo he confiado siempre en el hombre, en sus virtudes, en sus


aspectos positivos y, por extensión, creo en los entrenadores que son
capaces de elevar los mejores valores de sus dirigidos, ayudándoles
a amar lo que hacen.
...
Un entrenador de futbolistas que no repare en la complejidad de los
hombres a los que enseña, organiza y dirige será un entrenador
incompleto. Este fundamento se dimensionará si se tienen a cargo a
jóvenes jugadores en período formativo que se acercan al fútbol por
el placer de jugar. El compromiso que se asume ante esos niños con
pretensiones adultas es mayor, porque nuestro deporte significa,
para ellos, una opción sana frente a las propuestas enfermizas de la
sociedad actual (alcohol, droga, delincuencia). El fútbol, a esa edad,
es materia placentera que consciente o inconscientemente, los
ayudará a desarrollar el sentido de la libertad, de la responsabilidad
y del esfuerzo. El que sepa entender la magnitud docente de su
función, entenderá que el fútbol es un vehículo de refinamiento
cultural tan bueno como cualquier otro, digan lo que digan
aquellos que lo desprecian porque no lo conocen, que lo
subestiman porque no lo entienden.

Tampoco en el profesionalismo la materia debe ser ardua, hay que


adecuarla, sencillamente, al nivel de las máximas dificultades .El que
vive de esta ilusión debe pagar, con respeto, tributos incómodos
pero, si no es un mercenario, seguirá asociando el fútbol a la
diversión, a la alegría y al buen gusto. Como jugador reivindico el
placer de jugar y defenderé siempre a los entrenadores que luchan
por rescatar la belleza olvidada del fútbol.

No alcanza con el instinto y con las dotes de observación para


improvisar. Quien más información tenga, hay que insistir, más
recursos opondrá a las dificultades y más cimientos pondrá a su
imaginación. Cada equipo es algo único, es algo nuevo y no es con
fórmulas heredadas como hay que enfrentarse a ellas, sino creando.
Seguir modas tácticas es una equivocación peligrosa. Entrenadores
estudiosos deben estar al tanto de los progresos del juego para
rescatar elementos aprovechables, pero será una torpeza pretender
imitar a la selección argentina sin tener un Maradona o emular a
Santos de Pelé sin Pelé. Primero serán los jugadores y luego las
tácticas. Es improbable que con una partitura en la mano reciban un
talón en blanco para salir en busca de los intérpretes precisos. Lo
normal es no encontrarse con una orquesta y tener que elegir el
repertorio de acuerdo a las condiciones de los músicos. Así y todo
Mozart sonará siempre a Mozart, independientemente de quién lo
ejecute. Los grandes entrenadores son dueños de un estilo y
terminan fijando su aire personal. Es grande quien defiende
convicciones desechando opiniones periodísticas, partidistas o
directrices.

Al conductor de un equipo le llegan, desde fuera, rumores a veces


interesados y casi siempre parciales porque germinan en el
desconocimiento. La función de un profesional de la dirección técnica
no admite interferencias porque ustedes son los máximos
responsables, son los únicos especialistas y son quienes mayores
elementos de juicio tienen sobre los valores reales de una plantilla.
Siendo así, parece una contradicción tener que ganarse el respeto y
el reconocimiento frente a los máximos poderes de decisión de una
institución. Contradicción o no, las cosas suelen ser así y la
independencia deberán defenderla ustedes con valentía, si no
quieren ver devaluadas sus atribuciones.

Los consejos, que nunca sobran, deberán buscarlos en ayudantes


que respalden sus proyectos futbolísticos hasta sus últimas
consecuencias. El futuro deportivo deben jugárselo juntos el primer
entrenador, el segundo entrenador y el preparador físico. Si las
personas que os rodean no creen en vuestros medios serán una mala
compañía para conseguir los fines. Un entrenador debe tener a su
propia gente, de lo contrario, tarde o temprano se sentirá sólo y, lo
que es peor aún, se irá sólo. Es injusto que, si la gloria es de todos,
el fracaso deje un solo cadáver. Los auxiliares de un entrenador
tienen que compartir su idea y también su suerte. Si un equipo de
preparadores se quiebra por problemas esenciales, el camino digno
de un colaborador es el de la dimisión, y el indigno el de la
conspiración. Hay un tercero, elegido por eternos segundos: el de
estar permanentemente en el medio del río sin elegir ni una ni otra
orilla, sin comprometerse, haciendo las cosas con el único afán de
durar. Entre una idea y el sueldo se quedan con el sueldo y traicionan
al dueño de la idea. Están de acuerdo con todo. Son especialistas en
decir que sí.
Vi también grupos que compartían una misma sensibilidad y
trabajaban con la armonía de un ballet; entendí la tranquilidad que da
esa confianza, la adopté como modelo inolvidable y lo cuento por si
sirve.

Lo heroico de la tarea de un entrenador es que una cultura cimentada


en la competitividad y el exitismo los ha convertido en las víctimas
favoritas del fútbol. Dicen que “la verdad nada tiene que ver con el
número”, pero en este fútbol no hay más referencia que la de la
eficacia porque no hay más meta que la de sumar puntos. Lo cierto
es que ustedes pueden ser sabios maestros, trabajadores
incansables, tácticamente astutos, conocedores de los secretos
psicopedagógicos, inteligentes, respetuosos, capaces relaciones
públicas, y van a seguir dependiendo de sus resultados. Detrás de la
ingenuidad aparente de este deporte se esconden múltiples intereses
políticos y los entrenadores suelen estar en medio de todas las
tormentas. Por duras que sean las condiciones, la obligación de un
entrenador es trabajar con método, pasión y sensibilidad. La elección
es ética: se puede trampear o ser honesto en ésta o en cualquier otra
profesión. Hacer las cosas bien tendrá la belleza de lo verdadero, de
lo auténtico. “Hacer las cosas bien importa más que el hacerlas”, nos
dejó Machado.

Ustedes están sometidos, como nadie, a los incómodos


vaivenes del éxito y el fracaso, y obligados, más que nadie, a
mantener una conducta sensata. Un medio caracterizado por la
velocidad, por la urgencia y por la falta de paciencia, no parece el
más adecuado para ejercer un trabajo que requiere reflexión. Es
como pedirle a un equilibrista que tome decisiones mientras camina
por encima de la cuerda. Ni siquiera en los momentos más difíciles
se pueden dar el lujo de enfadarse, de ofuscarse o de emocionarse.
Recuerdo, para ilustrar la idea, el segundo gol de Argentina contra
Alemania en el partido final de México 86. El equipo entero volcado
en el festejo y Bilardo pidiéndonos por favor que no nos volviéramos
locos, recomendándonos concentración y dándonos instrucciones en
medio del alborozo. Era el momento más esperado de su vida pero
hasta el término de los noventa minutos tenía prohibido perder la
frialdad.

Dicho así, no parece que la profesión de entrenador sea muy


recomendable. Los dejo, para animarlos, con la imagen de un Bilardo
ganador disfrutando el final feliz de la historia. Ocurre que ustedes
están ubicados en el vértice de la cascada de responsabilidades y,
desde ahí arriba, se convierten en transmisores de estados de ánimo.
Del comportamiento de un entrenador emergen ejemplos: sus
euforias, euforizan; sus tristezas, entristecen; sus confusiones,
confunden. Esa es la razón de la importancia de un proceder
equilibrado y predecible. Lo contrario da como resultado jugadores
desconcertados. La tranquilidad, que todos buscan, es privilegio de
ganadores. El que gana un partido, gana puntos, dinero, prestigio y
gana, además, tiempo para transitar sin angustias ni presiones.
Vivimos de los resultados y no vale quejarse, porque entrenadores y
jugadores hemos fomentado el actual estado de las cosas. El fútbol
es nuestro próspero negocio y en el mundo de los negocios mandan
los números. ¿Quién duda de que ganar es lo más importante?
Jugamos para eso. Nadie juega para perder. Pero hay que
preguntarse si en esa búsqueda desesperada por el triunfo no
se nos ha caído el aprecio a la belleza, el valor de la honestidad
y es posible que hasta el sentido común. En los periódicos y sin
entenderlo, leo a quien dice: “ hay que ganar como sea” o esto otro,
que ya es moda: “hay que ganar por lo civil o por lo criminal”. Debe
ser normal porque no se ruboriza el que habla ni se escandaliza el
que mira. Esas frases están muy bien para una taberna pero en los
medios de comunicación hacen escuela de dudosa ética. Se empieza
divulgando lo chabacano, lo vulgar, lo simple en el peor sentido y los
menos preparados terminan reclamándolo. Entonces, no valen
lamentos.
...
Algo parecido pasa con la violencia. Si entrenadores y jugadores
queremos, desaparecerá mañana y, si no queremos, sufrirán los
huesos, los ligamentos y el espectáculo, y seguiremos diciendo,
convencidos, que la culpa, la tienen los árbitros. De todos es la culpa
y es tarea de todos regresar de esos extravíos. Los árbitros son a los
violentos, lo que la policía a los delincuentes. Los indiferentes, en
este lamentable cuento, serían cómplices.

Caminamos juntos ustedes y nosotros, y somos socios de las


grandes y las pequeñas cosas. Cada uno desde sus propias
obligaciones pero emparentados por el mismo objetivo. Ustedes son
generales y nosotros soldados, ustedes mandan y nosotros
obedecemos, ustedes son los dueños de la brújula y nos señalan el
rumbo. Hay entrenadores que apelan al castigo y los hay que
apelan a la razón. Si un jugador pregunta “¿por qué?”, no se le
puede contestar “porque lo digo yo”. Es con argumentos como
hay que persuadir y no con órdenes. Quien hace las cosas
convencido de su utilidad responderá mejor que quien las hace
porque sí. Si ustedes consideran a los futbolistas sólo como
trabajadores, los futbolistas los considerarán sólo como capataces;
el trato será frío y el producto, posiblemente también. Quien sepa
comprometer al jugador con ideas plenas y atractivas, logrará que el
aprecio de sus dirigidos trepe hasta otros planos y el producto de esa
relación tendrá el calor de lo noble. A lo largo de una temporada
ustedes deben ser amigos hasta de los jugadores menos
recomendables. Es necesario contar con lo que no se puede reprimir.
No sólo por amor se casa la gente, también hay matrimonios de
conveniencia. Un célebre entrenador me dijo un día: “durante diez
meses manda el jugador pero en los dos últimos meses mando yo”.
Él se reservaba el tiempo de vacaciones para hacer valer su
autoridad extendiendo bajas. Tolerante y hasta obediente durante el
campeonato pero drástico al final porque le asiste el derecho a
quedarse con lo que más conviene a la salud del equipo de acuerdo
a su particular criterio. Aún en plena competición hay que ser
cariñoso con medida para que no les ocurra lo que a un amigo mío,
que motivaba a sus jugadores otorgándoles, en voz baja, la categoría
de indiscutibles. La respuesta fue tan buena que se entusiasmó y un
día se encontró con catorce “indiscutibles”. Tres “indiscutibles” se
encontraron en el banquillo con motivos para sentirse enfadados.
Ustedes se la juegan con hombres y a los hombres se les habla claro.
Entiendo que es difícil porque el jugador sufre la suplencia como una
humillación y su orgullo busca un culpable. Los elegidos, una vez
más, son los entrenadores. Es un trabajo ingrato el de elegir once
donde hay veintidós; la mitad de la familia queda dolorida.
Acérquenle la oreja a los más afectados porque el diálogo es el
único calmante eficaz.

El jugador merece, de entrada, la presunción de inocencia.


Premiados con dinero grande y abrazos fáciles, a una edad en que
no sabemos asumir responsablemente tanta “importancia”, nuestros
defectos son los propios de los hijos malcriados. Nada que no pueda
corregir la palabra amiga de un guía experto. No es verdad aquello
de que “el mejor jugador es el último en engañarte”. Pensar eso
significa relacionarse con una desconfianza inicial que termina
siendo mutua. Somos buena gente, otórguennos su confianza como
germen de un vínculo fecundo. Sólo al alcance de grandes grupos
están los grandes propósitos. Un equipo anímicamente resistente,
para soportar, unido, las agresiones; valiente, para avanzar, unido,
agrediendo; honesto para reconocer errores y responsable para
corregirlos, siempre unido, será un equipo de voluntad indestructible.
No tendrá seguro de triunfo, pero tampoco dependerá sólo de él. Esa
armonía también la gobiernan ustedes administrando órdenes,
justicia e ilusiones. No bajen nunca la guardia, no duden, estén
siempre alerta porque el jugador observa y examina con más rigor
que nadie. El que manda tiene esas servidumbres.

De las tácticas voy a decir lo que Kipling de los versos: “hay 99 modos
de escribirlos y cada uno de ellos es justo”. La meta es ganar y cada
entrenador querrá lograrlo de acuerdo al tipo de persona que es. El
conservador, defenderá; el valiente, atacará; el que tiene un
compromiso estético, pretenderá belleza; quien crea “sólo” en la
efectividad querrá dos puntos y nada más; el generoso pensará en el
público; el inmoral en trampear y todos, absolutamente todos,
dependerán de la categoría de los jugadores. Si personalizamos la
transformación del juego desde que era una manifestación
espontánea, despreocupada y desordenada hasta el producto que es
actualmente la figura del entrenador, ocupará el centro de la
escena. Nuevos tiempos llegaron con nuevos logros y nuevas
pérdidas y el fútbol, que no fue ajeno a esta evolución, cosechó
ciencias y vicios con manos de entrenador. Ustedes recogieron el
dictado de la sociedad, fijaron ideas, organizaron, abrieron de par en
par las puertas de la preparación física y entreabrieron las de la
psicología; fueron, en definitiva, artífices de cambios fundamentales
que tuvieron proyección táctica y estratégica. Racionalizaron el
juego, no hay quien lo dude, pero les cabe el reproche de haber
puesto más empeño en defender que en atacar. Como si a la historia
universal de los entrenadores le hubieran faltado personajes
atrevidos. Los porteros, me parece, tienen más razones para estarles
agradecidos, que los delanteros. Empujar corresponde al oficio del
entrenador tanto como sujetar. Sujeten ustedes y empujen sin saltar
las fronteras reglamentarias. Dentro del reglamento todo es
docencia; fuera del reglamento nada es decencia. Es función del
entrenador ayudar a que el futbolista entre a una cancha en las
mejores condiciones anímicas y físicas. Podrán, en la semana,
mejorar al jugador y al equipo, adiestrándolo, podrán, si lo desean,
prever en las pizarras las intenciones enemigas y dibujar los mejores
deseos futbolísticos, podrán trazar, en líneas generales, un orden de
partida, pero no podrán abarcar nunca las posibilidades laberínticas
de este juego. Sobre una cancha la influencia de un entrenador no
podrá nunca ser mayor que la de los jugadores. La selección
argentina llegó al mundial de México con chichones en la cabeza de
tanto ensayar corners defensivos. Parecía, que de corners, no se nos
podía hacer un gol. En la final, y de corner, nos metieron dos. Es sólo
una observación anecdótica que sirve para concluir, que en fútbol,
hasta lo simple es complicado, y que mientras sean hombres los
que jueguen no habrá dos jugadas iguales. Esto le da grandeza
al fútbol y no niega, sino que contribuye a engrandecer el difícil
trabajo de entrenador.
...
Me voy homenajeando a aquel entrenador pueblerino que nos
vestía de jugadores serios con su sueldo humilde y nos guiaba
con la fuerza de su amor por el fútbol y por los niños. Fue el
primero y no lo olvido. Homenajeando, también, a aquel
entrenador que, en juveniles, me pedía sudor, me exigía buenas
notas y me sugería diversión futbolística responsable. Fue clave
en mi vida y lo respeto. Homenajeando, por último, a aquel
entrenador con quien tuve la suerte de ganar aprendiendo y de
completar la lección, cuando, tiempo después, tuve la suerte de
perder aprendiendo. Fue importante y lo admiro. Los tres fueron
buenos maestros y ante los maestros me rindo.

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