Está en la página 1de 53

Ana Victoria Alonso Guerrero

NACER DE NUEVO
LA CUERDA

5
Samuel caminaba sin pensarlo hacia el
lugar de su muerte. Aquella mañana lo había
decidido. Así que agarró la soga que guardaba en
el armario de su garaje y la enroscó dentro de una
mochila negra. Sin agua, sin comida, sin nada.
Sólo una soga. Una soga gruesa y peluda, rubia
como la tierra seca y polvorienta que ahora pisaba,
rodeado de campos en barbecho y trigo
chamuscado; en espacios abiertos al infinito que
el sol amarillo del verano se encargaba de quemar
lentamente.
Mientras sus pasos se dibujaban sobre la
tierra por última vez, en su mente escribía una
carta imaginaria, con la ilusión subconsciente de
que alguien la leyera. La carta que se había
olvidado de escribir. Mientras, el aire, a
contracorriente, le lijaba los pómulos y agotaba
sus fuerzas:
“Mi nombre es Samuel, y soy un asesino”.
“Sé lo que pasó. Lo oí una noche con
apenas cinco años. Vi las sombras de mis padres,
alargadas por la luna contra el suelo del patio. Oí

6
el susurrar histérico de sus voces, los aspavientos
exagerados de aquellas siluetas magníficas y
negras que se agitaban como marionetas. Lo vi
todo tras aquellas sombras. Vi cómo mi padre la
empujó al frío pavimento. Después oí aquel
rasguear suave, aquel susurro rápido y repentino,
mientras una serpiente oscura y peluda envolvía
su cuello…... A los pocos segundos giró su rostro y
pude ver cómo se apagó igual que una media luna
negra.
¡Pero no hice nada!.
Sólo oí gemidos. Gemidos y después
silencio. El silencio de la muerte.
Ella tampoco le quería”.
Samuel entonces tragó saliva, pero le supo
al aire polvoriento. Ojeó las agujas blancas de su
reloj de acero. Eran las tres y veinte. Cuarenta
minutos para llegar al único roble que
ensombrecía aquel camino.
El aire despertó en una oleada nueva,
abrasándole los muslos hinchados.
La brisa seguía engordando cada vez más,
como una melodía que le escoltaba. A veces más

7
suave, otras más intensa; adoptaba timbres y
colores diferentes, disfrazándose en gemidos,
rugidos, o gritos calientes que parecían
desgarradores…..y que se hicieron más nítidos a
medida que Samuel avanzaba con sus pesadas
botas de montaña. De pronto algo le hizo
sobresaltarse. Agudizó el oído:
-¡¡Socorroooo!!...¡¡ayudaaaaaaaaaaa!!....
Dio dos vueltas sobre sí mismo
confundido, sin saber si aquello era producto de
su imaginación. Anduvo hacia delante con paso
ligero unos segundos. Paró. Silencio. El viento
volvió a enroscarse en torno suyo empolvándole
hasta el rostro.
-¡¡Ayuda por favor!!....¡¡ayudaaa!!.
Bajó la vista al suelo, y avanzó un par de
zancadas. Entonces, abrió los ojos como nunca en
su vida. Una poza negra y estrecha se hundía
delante de él, en medio del camino. En lo hondo,
entre las palmas de dos manos abiertas y
húmedas, unos ojos semicerrados trataban de
abrirse venciendo la luz del sol. Era una mujer.
Samuel lo dedujo al distinguir en la semioscuridad

8
su largo cabello rubio y los pequeños labios
agrietados que se retorcían.
Samuel analizó la situación fríamente. No
habría más de dos metros de distancia entre las
manos extendidas y el borde de aquel pozo
improvisado, posiblemente una trampa para
animales.
Desabrochó con agilidad la cremallera de
su mochila y saco la soga. Era lo suficientemente
gruesa. Le pasó uno de los cabos a aquella
desconocida y le pidió que se rodease la cintura y
la entrepierna con ella. La extraña obedeció, con
sus manos débiles y blancas. Samuel agarró ambos
cabos, se alejó unos pasos hasta tensar bien la
cuerda, y tiró con fuerza hacia arriba y hacia atrás,
mientras ella apoyaba las piernas contra la pared
del hoyo y trataba de escalar con los dos brazos.
Aunque la tez de Samuel se hinchaba
enrojecida por el esfuerzo y el calor, la de ella
parecía cada vez más pálida y fría. El viento
exhalaba sus gemidos hacia no se qué montañas
lejanísimas cuando de aquel útero abierto en la
tierra asomó a duras penas medio cuerpo. Se

9
recostó en el suelo, como buscando el asidero de
la vida, amarrada al cordón con las piernas
encogidas. En cuanto se vio a salvo, la muchacha
comenzó a sollozar, rendida sobre la tierra
caliente.
Samuel la agarró con delicadeza de los
hombros buscando su mirada, buscando que le
hablase, buscando conocerla, buscando darle todo
el amor del mundo que tenía guardado.
Cuando se sentó en el suelo junto a ella,
mientras observaba sus labios secos y sus dientes
blancos, se percató de que un reguero salado
mojaba sus mejillas. Y observó en los ojos de ella
los suyos propios, aquellos con los que nació y con
los que miró al mundo, y a los que el mundo por
primera vez miraba, y lo hacía apasionadamente,
lleno de agradecimiento.
Samuel revisó su reloj: las cuatro de la
tarde. Dirigió la vista al frente. Ahí estaba. Un
roble inmenso y solitario. Se quedó observándolo
un instante. Parecía ser amigable. Parecía decirle
adiós agitando sus ramas, deseándole la mejor de
las suertes.

10
- ¡Tiene que saber todo el mundo que me
has salvado la vida!.... ¡ya no creas que voy a
dejarte escapar!, ¿eh?.-le espetó ella.
-Tú sí que me has salvado a mí.
-¿Yo???...si te he arruinado el paseo.
Samuel añadió:.
- Precisamente por eso.
Aquel roble todavía existe. La frondosidad
de sus ramas sorprende a todo el que se cruza en
su camino. Los lugareños dicen que en las tardes y
noches de viento, junto a él se oyen inquietantes
gemidos femeninos, llenos de angustia. Dicen que
los lamentos no descansan, y que su efecto es
maléfico e irresistible para las almas tristes, que
no pueden evitar precipitarse hacia el vacío de la
muerte cuando los oyen.
Nadie sabe dónde reposan los restos de la
madre de Samuel. Pero él sí lo supo cuando la oyó
llorar aquella tarde de viento, buscando remediar
su soledad y vengar su muerte, desde las raíces
mismas de aquel roble milenario.

11
LA CONFIANZA

12
Él sintió aturdirse su mente como el que
persigue una bola de lotería en un bombo en
movimiento. ¿Por qué?, ¿por qué ahora se negaba
a creerle, después de tanto tiempo juntos?. Él se
llamaba Ramón. Ella Esmeralda.
Se habían conocido de la forma más
anodina, en la fiesta que él dio para inaugurar su
casa. La vida le sonreía. El pasado divorcio
quedaba atrás. El nuevo trabajo le garantizaba un
futuro por delante: diferente, excitante, exitoso.
Aquel día irremediablemente iba a ser el principio
del principio.
Esmeralda se le apareció a Ramón por
primera vez como un fantasma, entre las sillas
blancas de pie elipsoidal y los muros negros del
salón minimalista. Una figura de piel tostada y
pelo rojizo que se deslizaba como una intrusa en
un vestido rosa fucsia de tela etérea y
semitransparente. Hasta tres veces le pareció
divisarla después: saliendo del baño, levantándose
de su nuevo sofá blanco de cuero, mirando la
ciudad de espaldas al salón en la

13
terraza…Entonces su hermana los presentó. Era su
nueva compañera de gimnasio.
Él por entonces no buscaba en ella nada
más allá de aquellos pechos periformes que la tela
rosa envolvía como el lazo de un regalo de
cumpleaños. Ella sencillamente había desistido en
su búsqueda, así que se conformaba con disfrutar
del momento.
Precisamente eso es lo que hicieron
aquella noche después de un número de copas
que Ramón no recuerda. Durante los cinco meses
siguientes disfrutaron el uno del otro sin ningún
límite ni compromiso.
Sin embargo, un día quedaron para hacer
algo distinto, por aburrimiento simplemente. Ella
dijo que iba a ver la exposición temporal de
Picasso en el Museo Reina Sofía. Fueron. Ramón,
para su sorpresa, disfrutó del día. Los cuadros le
parecían llenos de luz aun con los colores más
oscuros, con figuras que le sonreían aun con las
muecas más tristes. Todo sucedió en un momento
puntual, mientras observaba el perfil de ella
resaltar sobre las paredes blancas. La nariz recta y

14
más bien pequeña, los labios gruesos y
entreabiertos, como la entrada de una gruta
silvestre, los ojos marrones como el chocolate,
cubiertos por unas pestañas negras en forma de
abanico y fascinados ante la vista de uno de los
últimos retratos de Picasso, que Ramón no
recuerda. Entonces lo supo. Entonces supo que la
quería. Así que decidió confesárselo, seguro de
que ella le correspondería, feliz de haber
encontrado lo que ya no buscaba.
-Quizás es que no me quieres.
Estas palabras se repetían sin parar
desesperadamente en la mente de Ramón
mientras caminaba a casa. Parecían querer
condenarle a la tortura de escucharlas sin
remedio. Se sentía culpable de algo que no podía
identificar. Era una sensación de culpabilidad
difusa y genérica, que abarcaba cualquiera de sus
acciones, desde la forma de respirar a la forma de
girar la llave que abre su piso ya no tan nuevo.

15
Mientras bebía un café solo, sentado en el
sofá blanco de piel, la lógica le llevó por caminos
que hacía veinte minutos hubiera considerado
inverosímiles; pero ahora se sorprendía
escuchándolos como un científico que analiza
distintas propuestas basadas en datos empíricos:
está claro que ella no está bien; algo le ha pasado
en la cabeza, no confiar, no reconocer los
sentimientos ajenos….¿no había una enfermedad
psiquiátrica que tenía estos síntomas? . No, puede
ser que no. Yo creo que simplemente no puede
creerse la realidad. Tiene miedo a sufrir un
desengaño. Quizá le hayan dicho algo de mí para
desacreditarme. ¿Quién puede haber sido?...¡José
Luis!. La miraba demasiado mientras hablábamos
el día de la fiesta, claro, por eso nos sonreía tanto.
Seguro que estaba pensando cómo jugármela.
¡Cómo he podido ser tan ingenuo!....¡por eso se ha
apuntado al gimnasio con mi hermana!”...Se puso
de pie y echó a andar esquivando los muebles del
salón o rodeándolos aleatoriamente.

16
De pronto su teléfono comenzó a saltar
silbando sobre la mesa. Ramón dio un respingo y
se lo acercó a la oreja. Era su hermana.
- ¿Cómo eres tan torpe?

- ¿Qué?, ¿qué dices?.

- Que cómo eres tan torpe. Me ha llamado


Esmeralda.

- ¿En serio? – Ramón se sintió aliviado


porque quizá por fin resolviera sus dudas.

- Sí. Y ya te vale.

- ¡¿Por qué?!, ¡¿qué he hecho?! – respondió


asustado.

- Qué has hecho no, ¡qué no has hecho! –


lo dijo elevando el tono en el segundo qué, como
una tecla de piano que se toca con más intensidad
que el resto en una pieza.

- ¿A qué te refieres? – respondió con


atención.

- Pues a que das la impresión de no querer


nada con ella.

- ¿¿No querer nadaaa??..¡¡pero si me he


declarado!!.

17
- ¿¿Y???...

- ¿Cómo que y??

- Decir “te quiero” es una declaración con


quince años. Con treinta y ocho años una
declaración es :“te quiero. ¿Vienes a vivir
conmigo?”..o “te quiero. ¿Quieres que nos
casemos?”. Para ella preferiblemente la primera.
Lo digo por si te interesa.

- ¡¡Pues claro que me interesa!!.

Ramón se dejó caer sobre el sofá de piel.


Estaba claro que aquel sería el mejor año de su
vida.

18
EL TERREMOTO

19
Hace muchos años que salí del
monasterio. Era un convento de clausura, o sea,
de esos con rejas en las ventanas y en las salas de
visitas, de esos donde nadie puede tocar a las
monjas.
Se trataba de un edificio románico del
siglo XII en lo alto de un monte que, como es
natural, al efecto de las abundantes lluvias y la
extremada humedad de la ría del Eo, estaba
cayéndose a pedazos aquel día 23 de agosto de
1999 en que ingresé, y llevaba cayéndose a
pedazos al menos una década. Por dentro la
pintura blanca de las paredes se descascarillaba, y
las vigas de madera al pudrirse abrían abolladuras
en los techos. Aún así, nada que no se pudiera
sobrellevar con facilidad.
La madre superiora había logrado que el
alcalde financiara las obras de reconstrucción de
la enfermería, con el pretexto de que el
monasterio era un edificio de interés cultural a
conservar. Sin embargo, ni el dinero ni las ganas
llegaban para la otra mitad del convento. A las

20
monjas no les gustaba la suciedad de las obras y se
sentían muy incómodas con extraños pululando
por los pasillos del claustro.
Todo cambiaría después de una atípica
noche de verano. Hacía dos semanas que había
decidido motu proprio dormir en el suelo, porque
el colchón de espuma me destrozaba la espalda.
En la mitad del sueño, con el oído contra el
entarimado, empecé a escuchar un leve murmullo
que venía de la lejanía. No sabía bien si era real o
lo estaba soñando. El caso es que me inquietaba
sin saber por qué. Nunca me han gustado los
ruidos para dormir, pero lo que realmente me
desasosegaba era el no poder identificar su
procedencia. Se me antojó que era un camión que
se acercaba por la calle, cada vez más cerca y más
potente, pero me inquietaba que nunca terminara
de atravesarla y perderse en el silencio. ¡¿Qué
sería aquello?!, ¡¿qué era?!. De pronto los cristales
de mi ventana empezaron a vibrar. Primero
levemente, después con más y más intensidad.
Inesperadamente pude percibir con claridad un
crujido profundo, como si la tierra se estuviera

21
desgajando bajo mi cuerpo tumbado. El crucifijo
de pie saltó un par de palmos sobre el escritorio,
que pateaba el suelo y se desplazaba a
trompicones hacia los lados. Yo miré asustada la
abolladura blanca del techo, que parecía abrirse
como unos labios ansiosos de comer. Todo se
sacudía violentamente alrededor, menos los
gruesos muros de piedra, que se sostenían en su
estructura plácidamente, como si aquel
movimiento de la tierra fuera una leve brisa que
apenas los rozara. “Así que no es para tanto”-
pensé-, “habrá sido un leve movimiento sísmico”.
Finalmente el temblor cesó, perdiéndose
en la lejanía como el eco de aquel camión que yo
imaginaba. Cuando salí al baño encontré a sor
Carmen Mª y a la madre maestra en las puertas de
sus celdas. Era gracioso verlas con los camisones
blancos de manga larga, los pies descalzos y los
gorros de dormir, que protegían sus cabezas
rapadas del frío y la humedad. El cuerpo robusto
de la madre maestra se balanceaba como un
tentempié, mientras hablaba elevando la barbilla y
agitando lentamente sus manos callosas. El rostro

22
de sor Carmen Mª parecía un retrato de Picasso de
lo descompuesto que estaba. La madre maestra
trataba de tranquilizarla cuando unos grititos
salieron de la celda contigua a la mía. Era sor
Diana Mª, la otra novicia:
- ¡Ah!..¡aaaaaaah!..¡socorroooooooo!..

- ¡Diana! ¡muyer!..¡sal de la cama!, ¡no


grites!...-dijo Carmen Mª

- Tranquila Diana, tranquila. Lo mejor en


estos casos es salir sor. Sal anda que no pasa nada
– repuso la madre maestra.

- ¡nooooo!...¡¡se nos va a caer el convento


encimaa!!

- ¡Hay soriña qué miedo!...¡ - decía sor


Carmen a la maestra -¡y yo que pensaba que era el
Demonio que venía por mí!!... y yo venga a rezar
avemarías….¡¡qué miedo!!....
- ¡Naaaaaaaaaaaada , nada hija
mía!...estemos tranquilas que no es nada. – repuso
la maestra con complacencia. Le encantaba ser
verdaderamente necesaria.

23
- -¡Diana!..¡ sal ya muyer que ya ha pasado!
Mientras, se oían sobre nuestras cabezas golpes
secos intermitentes que recorrían el techo,
primero a un lado, luego al otro, parando a
intervalos irregulares.
Al día siguiente, en el refectorio, tras sonar
la campanilla que daba permiso para hablar
después del desayuno, todas las monjas sin
excepción se alborotaron dando gritos. Sor
Concepción, una de las mayores, hablaba como si
tuviera un polvorón en la boca. Decía:
- ¡Sores!, ¡sores!...¿vieron lo que pasó
fuera?..¡pobriños los gitanos!...¡que salieron con
los colchones y todo al medio de la calle!...¡por eso
dije yo ¿esto qué es?!, ¡pensé que se caía el techo
sores!

Sor Luz, la más enérgica y traviesa de las


jóvenes de treintaitantos gritaba:
- ¡Sor Presentación!...¿corrió mucho usted
anoche por los pasillos?

- ¿Eh?...¡¿qué dice?! – preguntó la otra a la


madre abadesa sentada a su lado. Sor

24
Presentación era la más gordita de todas, tanto
que apenas se podía mover, y hablaba casi en
susurros, con una voz lenta y suave. Sor Pilar, la
abadesa, no decía nada y miraba a todos lados
despistada, porque hacía meses que el aparato del
oído que tenía no tenía potencia suficiente para su
sordera, y no se enteraba nunca de nada. Creo que
fue la única que aquella noche durmió de un
tirón.

- ¡Que digo que si corrió mucho usted


anoche por los pasillos, que la oí yo ..¿eh?!.

En los telediarios del mediodía se informó


de un terremoto de 5 puntos en la escala de
Richter con epicentro en Lugo.

Esa misma tarde la madre maestra llamó al


alcalde para solicitarle financiación. ¡Había que
hacer obra para reformar el monasterio
inmediatamente! .

25
EL REENCUENTRO

26
Erase una vez un niño que soñaba con
encerrar el mundo, como si fuera una canica azul,
en una gota de agua. Entretenido como estaba en
sus elucubraciones, dio un respingo cuando la voz
de una niña se interpuso en su camino, en medio
del parque, atestado de más y más voces
diferentes.

-¡Cuidado!..¡que me pisas!

-Perdona…..

-¿Qué haces?

-Nada, pensando…

-¿Y qué piensas?

-Cosas…-respondió bajando la

barbilla al pecho.

-¿Qué cosas?..

- Cosas mías. – entornó los ojos -

Esque yo quiero ser científico.

-¿Sí?...¿y qué es eso?. – preguntó

la niñita clavándole sus ojillos brillantes.


27
- Es el que estudia la ciencia de

las cosas.

- ¿Qué cosas.

- ¡Las que hay en el mundo,

cuáles van a ser!.

-Ah…¿y qué hay que hacer para

eso?.

-Pensar.

- ¿Por eso estabas pensando?

- Claro.

- ¿Y qué pensabas?

-Cómo estudiar mejor el mundo.

-¿Y cómo se estudia mejor?

-No lo sé…se me ha ocurrido

encerrarlo en una gota de agua porque

28
así lo vería entero… pero aún no sé

cómo….- la niña respondió con una

carcajada que a los oídos del niño se hizo

poco a poco más sonora, más profunda y

más fantasmagórica. Alzó la barbilla,

mostrando sus pómulos, que habían

enrojecido de repente.

-¿De qué te ríes?

-¡De ti!...¿Cómo vas a atrapar el

mundo y guardarlo en una gota de agua?.

-¿Por qué no?.

-¡Pues porque tú eres parte de

él!...¡te quedarías dentro!.

Clavó la mirada indeciso sobre

aquel rostro mofletudo…….

29
De pronto todo se apagó en la mente de

Juan, que empezó a percibir un dolor intenso de

cabeza, mientras el pitido de su despertador le

devolvía a la realidad. Por un instante percibió la

imagen de su sueño, de la Tierra como una

canica azul encerrada dentro de una gota de

agua, de la conversación de aquellos dos niños

en un parque…pero no pudo retenerlo más de un

segundo en su memoria.

En la mesilla de noche, la luz multicolor

de una lamparita china dirigía su ángulo sobre

una carta abierta. Juan pensó en su descuido al

dejar la bombilla encendida toda la noche, y

pensó en la factura de la electricidad, y pensó en

el dolor de cabeza que sentía…. pero sobre todo

pensó en su madre, pintada para él en aquellas

30
letras temblorosas que bailaban torpes sobre el

papel.

El caso es que tenía treinta y dos años y

nunca había sabido nada de su madre hasta ese

momento.

Volvió a releer el primer folio sentado

sobre su cama con el cabello revuelto y los ojos

hinchados:

“Mi querido Juan:

Tú no me conoces, pero yo a ti sí.

Posiblemente será mi ausencia lo que te he

regalado. Sé que ahora has crecido, sé que quizá

sea demasiado tarde, o tal vez demasiado

pronto, o no será el momento, o éste no llegará

nunca….pero también creo que por una remota

posibilidad, puede que este sea el segundo

perfecto en la hora perfecta del día perfecto para


31
que por fin pueda dejar que me mires como soy,

y para que yo pueda mirarte a los ojos como

eres.”

Siguió leyendo aquella primera página:

“Me gustaría contarte una pequeña historia,

antes de que dobles estas hojas. Puedes llegar al

final de mi relato o doblar la cuartilla y

deshacerte de ella. Es tu elección. Lo que quiero

que sepas es que si sigues adelante nunca más

volverás a ser el mismo. Tampoco yo volveré a

serlo.”

Juan dejó caer el papel con los brazos

agotados. Sentía el bombeo de la sangre en su

corazón. Hundió la frente entre las palmas de

sus manos buscando alivio. Sus ojos se cerraron

cansados. Estaban vivos; pero no les importaba.

32
Dando un respingo decidió olvidarse del

asunto por el momento y encaminarse a la

ducha. Tenía que ir a la oficina. Hoy no sabía si

por última vez.

Mientras bajaba por la escalera se

encontró como de costumbre con la vecina de al

lado, Carmen, impertinente y molesta, que como

siempre le preguntaba que cuándo se casaría, si

no tenía novia, si no conocía a nadie que le

interesara….esas cosas de las mujeres maduras y

atractivas, hechas a sí mismas y liberadas de los

complejos. Juan se sentía ridículo, como un crío

estúpido. Pero esa era su vida. Para su beneficio,

no tenía amigos que le insistieran sobre el

asunto. En realidad no podía decir que tuviera

amigos.

33
¡Su vida le había pasado tan rápido!.

Nunca estuvo en sus planes ser administrativo

de nóminas ni trabajar en Recursos Humanos.

Cuando estudió Psicología lo hizo por intuición,

porque le gustaba escudriñar al hombre y en el

fondo anhelaba comprender el infinito misterio

de la mente humana, de cada mente humana.

Sin embargo ahora el cristal del vagón de metro

en el que viajaba le devolvía el reflejo etéreo de

su rostro gris, fantasmagórico y cansado.

Recordaba lo ingenuo que fue, lo alejado que

estaba de sí mismo en aquel pasado. Ahora ya

sabía que era psicólogo por la imperiosa

necesidad que había tenido siempre de

comprenderse a sí mismo, de conocerse a sí

mismo. También ahora sabía que ese

adolescente inmaduro e idealista le reprochaba

haberse desviado de su camino, y haber acabado


34
entregándose a números y letras, en vez de a

palabras y voces. Sabía que le había traicionado;

que se había traicionado a sí mismo. Pero

también tenía claro que fue involuntariamente, y

que lo descubrió demasiado tarde. Juan sólo se

había dejado llevar. Siempre esperó que la

realidad no le ofreciera lo que buscaba, así que

supo adaptarse a las circunstancias. Sí. Eso es lo

que hizo.

La gran multinacional para la que

trabajaba le recibió en su día con los brazos

abiertos. Le envolvió una ansiedad frenética el

primer día que pisó su lugar de trabajo. Todo

eran plantas y más plantas de un mismo edificio

con luces y más luces blancas y artificiales que

iluminaban mesas y más mesas llenas de

portátiles y más portátiles, papeles y más

35
papeles, teléfonos y más teléfonos, corbatas,

tacones, trajes, puertas abiertas y cerradas,

máquinas y más máquinas: para fotocopiar, para

escanear, para enviar un fax, para una

videoconferencia, para una audioconferencia,

para un descanso con café, para un bollo, para

un periódico gratuito, para secarse las manos en

el baño, para abrir el grifo, para llamar al

ascensor, para abrir sus puertas, para cerrar las

puertas……Pero en realidad no había nadie.

Nadie más que Juan. Juan y ese muro inalterable

y etéreo de pánico que llenaba de frío los rostros

de todo el que cruzaba por su camino.

Observaba cómo sus futuros compañeros, de

hecho, sus compañeros, le sonreían, le apretaban

la mano. Sentía el calor de un beso femenino o

un olor a lavanda junto a su mejilla…pero no era

suyo. Formaba parte del otro lado. Ese lado


36
gélido y extraño al que siempre tuvo que

enfrentarse, del que siempre se protegía.

Después de diez años su portátil le había

teñido de gris el cabello, y su luz artificial le

devolvió una tez pálida y ojerosa, cada vez más

ojerosa, más pálida, más carcomida y más

efímera.

La famosa palabra crisis se encargó en su

dimensión teórica y práctica de componer el

universo de Juan en todo lo demás a partir de

entonces.

Así que este no era un buen día. Pero no

importaba. Le daba lo mismo. Hace mucho

tiempo que los días no eran buenos ni malos,

simplemente no eran. Juan se dejaba llevar.

Al entrar por la puerta de su

departamento, nada más sentarse en su


37
escritorio encontró una nota pegada sobre la

pantalla del ordenador: “Alonso quiere que vayas

a su despacho”. Se levantó como un sonámbulo,

ingrávido e impasible. Sabía con certeza que era

el momento en que su vida debía cambiar. Pero

no le gustaban los cambios.

Le despidieron. Al salir del despacho

comprobó que le habían encriptado el

ordenador, y la llave de su escritorio reposaba

sobre la mesa de un compañero.

No había nada que recoger ni nada que

llevarse después de diez años. Bastó media hora

para borrar sus huellas, para hacerle innecesario.

Salió por la puerta del departamento sin

despedirse de nadie. Ninguno le advirtió de

nada. No había palabras pendientes con

ninguno.

38
A Juan lo sucedido no le afectaba, o

mejor dicho, él creía que no le afectaba, recluido

como estaba al otro lado de esa pared de cristal y

neblina que separaba a su voluntad del mundo.

Sin embargo, aunque se resistiera a verlo, su

corazón no entendía de impermeables, y cada

paso en el camino le suponía un nuevo mazazo a

la autoestima, una nueva veta sobre la misma

herida, cada vez más ancha, cada vez más

profunda.

Para su sorpresa, al salir al aire libre

comprobó cómo un chorro de oxígeno le subía

desde el estómago hacia arriba, ventilando su

mente y sus tristezas. Todo era nuevo. Se alegró

de sentirse libre por primera vez en mucho

tiempo; tanto que ni se acordaba….. El caso es

que era libre, y no iba a tardar ni cinco minutos

39
en cobrar el cheque que le correspondía. Así que

fue al banco, comprobando alegremente que el

mundo también circulaba en la calle a esas horas

en las que él se sentaba en la oficina, aislado y

deprimido.

Decidió que con aquellos ingresos podría

vivir tranquilo al menos unos meses y ahorrar el

resto. Se merecía un descanso.

Era inquietante la sensación de haber

sido agraciado con otra oportunidad.

Revolviendo en su memoria los cacharros sucios

le palpitó en el pecho el recuerdo de la carta que

recibió de aquella supuesta madre, y se le antojó

a partir de entonces un asunto prioritario en su

vida. Volvió a sentir esperanza.

Así que en dos horas estaba sentado en el

parque que bordeaba su urbanización, lleno de

40
niños, madres, ciclistas, ancianos, perros,

cochecitos de bebé, ruedas de monopatín y

zapatillas deportivas. Era la primera vez que

podía sentarse en un banco de madera de

aquellos, a pesar de las infinitas veces que lo

había deseado al pasar por allí de camino al

trabajo. Entre sus manos, la carta que había

decidido terminar de leer, y que decía así:

“En el pueblo donde yo nací para mí nunca

se hacía de noche. Mis padres tenían un hotel junto

a la playa y la luz coloreaba de rojo mis párpados

por dentro al despertarme cada día. El negro no

existía, porque caía exhausta entre mis sábanas

azules antes de que pudiera alcanzarme la

oscuridad de la noche. El sol me tostaba la piel y

calentaba mi corazón, llenándolo de energía y

fortaleza. ¡Cuánto he echado de menos siempre esa

41
luz!. Me refugiaba a menudo junto a unas rocas de

la orilla para descansar mi pulso con el oleaje del

mar. Sin embargo lo que más recuerdo de entonces

era el bullicio de la gente.

Hasta que un día conocí a alguien que me

cambiaría el destino sin poder preverlo. El tendido

de la luz en el hotel se vino abajo una noche no

recuerdo bien por qué. Yo tenía por entonces 17

años. El caso es que hubo que cambiar toda la

instalación. Sucedió a principios de septiembre, así

que yo pasaba largas horas sola en el mostrador de

recepción. Fue entonces cuando le vi acercándose

con rostro decidido y amable. Me desconcertó la

elegancia de aquel busto masculino sobre la ropa

azul de obra que llevaba. A mí me faltaba un mes

para cumplir los 18 años, pero él tendría más de

treinta. Quizá fue eso lo que me hizo sentirme tan

42
bien a su lado. Él estaba solo, o eso me decía. Se

sentía solo allí y vivía solo siempre. Me conmovió y

quise protegerle. Entonces me topé de bruces con lo

que era para mí la pasión verdadera, y él se topó

con el mejor de sus pasatiempos.

Nadie lo supo. Hasta que me quedé embarazada.

Ese día el mundo se dio la vuelta para mí, y no

sabía si llorar de desesperación o saltar de alegría.

Cuando decidí contárselo a él un capotazo del

destino me desveló la realidad. Iba a casarse.

Aquella noche tomé la decisión más importante de

mi vida. Sentía que nadie había sido leal conmigo y

que a nadie le importaba. No podía devolverte a ti el

mismo trato. Tú sí me necesitabas y no tenías

ninguna culpa. Así que decidí salvarte y salvarme

contigo. Nunca en mi vida me había sentido tan

poderosa, tan fuerte y tan libre.

43
Sin pensarlo más hice la maleta y dejé una carta a

mis padres explicándoles que me iba a la capital a

estudiar una carrera. Conseguí un empleo en un

hotel del centro de Madrid.

Los problemas llegaron cuando di a luz. En el

hospital investigaron mi situación y los servicios

sociales decidieron internarte en un centro hasta

que yo pudiera mantenerte por mí misma. La

cuestión es que ya no podía hacerlo. El hotel había

tramitado mi despido. A nadie le interesa una joven

estudiante soltera y con un niño al que atender

sola. ¿Qué podía hacer?.

Durante varios meses iba a verte siempre que

podía. Hasta que un día desapareciste. Ya no

estabas allí. La asistente social me explicó que te

habían trasladado a otro centro, pero que no tenía

conocimiento de su dirección. Me entretuvieron

44
con divagaciones durante semanas y meses, en los

que a mí me temblaba el alma y el cuerpo entero las

veinticuatro horas como a una olla exprés

hirviendo, sin poder dormir ni poder comer ni poder

estudiar ni poder seguir buscando un trabajo que

me mantuviera viva. En realidad no me importaba.

Sólo quería contar con más tiempo, con una hora

más, con un día más,… para poder encontrarte.”

Una gota salada emborronó las letras del papel.

Juan descubrió con sorpresa que estaba llorando.

Jamás había sabido nada de esto. En el centro de

adopción le dijeron que sus padres eran

drogodependientes que fallecieron en las peores

circunstancias, y que al no haber nadie dispuesto

a cuidarle, le llevaron allí. Siempre fue un niño de

rostro débil y complexión enfermiza. Su delgadez,

su palidez, su cabello castaño apagado, esa mirada

45
azul perdida y reseca….todo ello lo atestiguaba.

Nunca le escogieron. A medida que el tiempo

pasaba se fortaleció su rostro y su corazón

sensible se volvió resistente. Poco a poco fue

tejiendo como una tela de araña aquel muro

infranqueable que le separaba del mundo y del

dolor. Ahora por primera vez la sutil e

indestructible construcción parecía derretirse y

envolver su corazón en un calor desconocido que

le devolvía a la realidad sin saber cómo.

Miró la carta mojada y siguió leyendo dejando que

el sol secara las lágrimas de su rostro:

“Desde entonces he luchado por merecerte, por

ser digna de ti. Terminé mi carrera de Turismo

mientras trabajaba en otro hotel (sin contar a

nadie que había tenido un hijo). Hace cinco años

me ascendieron a Directora General.

46
Nunca jamás he vuelto a casa, no sé si por miedo a

enfrentarme a tu padre; por miedo a que él

hablase; por miedo a que mis padres hablasen y

me recordaran lo injusta que había sido, lo

absurdo de mi comportamiento…No tenía fuerzas

para asumirlo sin derrumbarme. No podía dejarte

solo.

Así que en mi nueva situación tampoco he parado

de indagar buscando información sobre ti. Han

sido necesarios largos años para encontrarte. Pero

estoy segura de que eres tú.

Si realmente quieres ponerte en contacto

conmigo, yo te espero. Si aún no estás preparado

no temas nada. Si nunca crees que vas a estarlo no

te preocupes. Pase lo que pase, haya sucedido lo

que haya sucedido, yo te espero y te esperaré

siempre.

47
Mamá.”.

Debajo escribía una dirección postal:

“Calle de la Estrella 23. Escalera izquierda. 1º D.”

¡Un momento!...Juan releyó una y otra vez aquella

línea como el que cree no haber descifrado los

signos, haber confundido las letras….¡pero

no!....aquella página le devolvía una y otra vez los

mismos datos….¡¡no puede ser!!...¡¡¡era su

dirección!!...era la puerta contigua a su propio

piso…..Entonces recordó a Carmen, la vecina

impertinente que siempre se interesaba por él al

verle en la escalera…¡no podía ser!...¡tenía que

haber un error!.....Se guardó la carta y marchó a su

casa.

Cuando llegó se pasó más de media hora dando

vueltas y arrastrando los pies en el rellano,

pensando si tocar o no el timbre del 1ºD…¡¡cómo


48
iba a hacerlo!!...¡¡le llamaría loco, se reiría de

él!!...¡¡aquello no podía ser, no tenía

sentido!!....Pero por otro lado, teniéndolo tan

cerca, tan fácil…..¡qué perdía con

intentarlo!...¡necesitaba saber la verdad!.

En un acto nervioso, casi reflejo, colocó el dedo

sobre el botón negro del timbre, decidido a

pulsarlo. Pero antes de que pudiera hacerlo se

abrió la enorme puerta de roble antiguo. Era ella,

en un vestido de vuelo blanco hasta las rodillas.

Entonces se fijó Juan en su cabello largo, castaño

apagado, como el suyo, y en la tez pálida y los

labios fuertes, finos y largos. Era ella. Lo vio en sus

ojos azules titilando alegría, escondiendo las

curvas de unas ojeras viejas; de una frente cansada

de pensar. Nunca hasta entonces las había

observado. Le envolvió con sus brazos escuálidos

49
y ahora vigorosos, mientras él lloraba por fin,

como aquel niño que siempre quiso hacerlo y no

supo cómo.

Juan y su madre volvieron al hotel familiar. No es

necesario describir cómo les recibieron, ni lo que

se contaron todos en aquellas largas veladas. La

familia es el único lugar al que uno siempre

pertenece.

Juan empezó a trabajar como psicólogo infantil en

su propia consulta, gracias a un apartamento que

le cedió su abuelo, a pocos minutos del hotel.

Todos los días resucitaba. Todos los días se

salvaba a sí mismo. Lo hacía cada vez que

dibujaba una sonrisa de esperanza en los ojos de

aquellos niños a los que trataba de sanar.

Una tarde, bajo la luz intensa del mediodía, se

tumbó agotado sobre su cama. Cerró los ojos

50
sintiendo un inmenso placer que arrullaba cada

poro de su piel. Entonces comenzó a soñar….Soñó

cómo una vez un niño concibió la idea de encerrar

el mundo en una gota de agua….pero esta vez

aquel niño paseaba junto a la orilla del mar,

viendo sus piececitos empaparse a intervalos

regulares, sin importarle nada, jugando con el

viento y un cubo de plástico…

-¡Hola!-le dijo aquella niña mofletuda

con dientes de leche.

- ¿Otra vez aquí?-le sonrió.

- Sí. ¿Qué haces?..¿ ahora quieres

encerrar el mundo en ese cubo?.

- No…¡Estoy jugando con él!...¿vienes?..

-¡Qué bien!... ¿puedo jugar contigo

entonces?...

51
El niño le tendió decidido el brazo mientras la

brisa agitaba sin esfuerzo el cubito que colgaba de

su mano. Los dos se adentraron corriendo

torpemente más allá de la orilla, buscando llenarlo

con el agua fresca del mar, que parecía hacerles

reír mientras disfrutaba columpiándolos sobre sus

pliegues, como un niño más que nunca se cansa

de jugar.

52
Ana Victoria Alonso Guerrero es profesora de Lengua y

Literatura Española. Actualmente, además de cursar el Grado

en Humanidades y el Grado en Lengua y Literatura Española

ha obtenido el Master en la docencia de Lengua y Literatura

Española y es Licenciada en Ciencias de la Información por la

Universidad Complutense de Madrid.

Antes de dedicarse exclusivamente al mundo literario

compaginó esta labor con el trabajo en la Alta Dirección y los

departamentos de Comunicación de varias multinacionales

del sector bancario y energético.

53

También podría gustarte