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El matrimonio que se introduce en la vida humana con Pandora

no es en sí mismo más que una labranza en que la m ujer es el

surco (ètpoupa) y el hombre el labrador (άροτήρ). En este plano,

el vientre femenino asocia a sus significaciones alimenticia y

sexual (lo que este vientre consume o agota) los valores estre

chamente vinculados al matrimonio de la procreación de los

hijos y la fecundidad de los cereales (lo que el vientre femenino

produce, tras haberlo ocultado, y que no puede ser producido

sino a través de este vientre que al principio lo oculta).

Al término de este análisis, limitado a los aspectos más im

portantes del mito, se advertirá que la gramática del relato

(lógica de las acciones) y el contenido semántico aparecen im

bricados el uno en la otra. La lógica del relato aplicaba un

procedimiento de equivalencia por inversión: para los dioses,

en su relación con los hombres, dar y también no d a r = ocultar.

Esta gramática narrativa tenía un valor semántico (para los

hombres, los bienes se ocultan en los males y los males están

unas veces ocultos en los bienes y otras disimulados en lo invi

sible). Todo el juego de las relaciones semánticas se organiza

alrededor del mismo tema que la red de las correspondencias

ilustra y desarrolla en múltiples direcciones y niveles para dar

cuerpo a esta idea de que, bajo todas sus formas y en la diver

sidad de sus aspectos, la existencia humana, mediante la opera

ción de la «ocultación» divina, se coloca bajo el signo de una

mezcla de bienes y males, de la ambigüedad y la duplicidad.

I I I . t e r c e r n i v e l : e l c o n te x to s o c io c u l t u r a l
El fraude prometeico que consagra la separación de los hom

bres y los dioses al instituir el banquete sacrificial, en su forma

normal, tiene como consecuencias y correlatos necesarios el fue

go (robado), la m ujer y el matrimonio (que implican el naci

miento por generación y la muerte), la agricultura cerealera

y el trabajo. Estos diversos elementos se insertan en un tejido

tan denso de relaciones que constituyen, en el seno del mito,

un conjunto indisociable.

Pueden hacerse varias observaciones:

1. A lo largo del paganismo griego, este conjunto sirve de

marco de referencia para definir la condición humana en sus

rasgos distintivos, en la medida en que el hombre es a la vez

diferente de los dioses y de los animales.

2. En el plano de las instituciones sociales, los procedimien

tos sacrificiales, el empleo del fuego, los ritos del matrimonio

El mito prometeico en Hesiodo 167

y las prácticas agrícolas aparecen ligados los unos n Ion ol ion

de múltiples maneras. El banquete sacrificial implica, como co

cina ritualizada, el fuego: la parte de los dioses se quema ι·π

el altar y las partes comestibles sólo pueden ser comidas por

los hombres asadas o hervidas. El sacrificio aparece, por otra

parte, articulado con la agricultura. Los animales domésticos

(que son sacrificados) están con respecto a los animales salvajes

(que son cazados) en la misma relación de proximidad al hom

bre que las plantas cultivadas (consideradas como cocidas) con

respecto a las plantas silvestres (consideradas como crudas).


La práctica sacrificial subraya esta solidaridad entre animales

sacrificiales y plantas cultivadas al asociar la cebada y el vino

a los procedimientos de occisión y combustión del animal ritual

mente inmolado.

Las afinidades entre el matrimonio y la agricultura se ex

presan en la organización del panteón, en los ritos del himeneo,

en las fiestas religiosas como las Tesmoforias y en toda una

serie de mitos.

3. Cada uno de los rasgos que retiene el mito para diferen

ciar los hombres de los dioses es igualmente pertinente para

oponer los hombres a los animales. La comida sacrificial obe

dece a una doble reglamentación: los hombres no comen cual

quier carne —sobre todo no la carne humana— y siempre la

comen cocida. A esto se oponen, en el mismo Hesíodo, la orno-

fagia y la alelofagia de los animales que se devoran los unos

a los otros {Tr., 277-8). Para toda una tradición mítica (Esquilo,

Prometeo encadenado; Platón, Protágoras), el fuego que roba

Prometeo para darlo a los hombres, más que agrandar la distan

cia entre el cielo y la tierra, arranca a la humanidad de la bes

tialidad primitiva. Se considera como fuego técnico, señor de

todas las artes de que dispone el espíritu industrioso de los

humanos. El matrimonio traza también una línea de demarca

ción clara entre el hombre y los animales que se unen sin

regla, a la vista y al azar de los encuentros. Por último, si los

dioses son inmortales «porque no comen pan ni beben vino»

(Iliada, 5, 341-2), los animales ignoran igualmente este alimento


cultivado y se alimentan, cuando no son carnívoros, de hierbas

crudas.

En la Teogonia y en Los trabajos, el relato hesiódico hace

de Prometeo el agente del divorcio entre los dioses y los hom

bres, insiste en su alejamiento recíproco. Pero el distanciamien-

to en relación con los dioses supone correlativamente un distan-

ciamiento con respecto a los animales. Es, entre los animales y

los dioses, el estatuto mismo del hombre lo que define el mito

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