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Cuando el entusiasmo sobrepasaba al sentido común

Se bajó de la micro. Era su primer día de trabajo en la librería SOLAZ. El cielo tenía ese celeste
luminoso húmedo de noche pasando a día y se sentían bocinazos, murmullos de gente y el ruido
de las tiendas abriéndose, reja arriba. Decidió que le gustaba la calle Maciver.
El lugar tenía contrastes arquitectónicos divertidos; una iglesia antigua de piedra era vecina de una
torre colorinche terminada en punta, blanca y verde. Tiendas de discos de vinilo y colecciones
extrañas de pato Donalds, panaderías, la gente acelerada, el ajetreo de la calle, olor a café. La
calle estaba llena de vida ¡El mundo estaba despertando!
Se detuvo frente a unas puertas de color verde oscuro. Un cartel indicaba el nombre de la librería,
SOLAZ con letras azules que elevaron a Blanca. ¡Se veía todo tan viejo! Estaba parada en el siglo
anterior, con lámparas de gas y caballos.
Ingresó al local y se apersonó frente a la señora encargada de la tienda, Beatriz. Miró el rostro de
su nueva jefa y le encontró cara de avestruz simpática. Beatriz escuchó el parloteo incesante de la
nueva bodeguera sobre lo mucho que le gustaba leer y que si quería, ella no tendría problemas en
dar consejos a los clientes. Si los clientes de la librería SOLAZ tenían una emergencia y no sabían
qué libro comprar, la librería SOLAZ ya sabía que podía contar al menos con una estudiante de
literatura experta en enfrentar este tipo de problemas.

- Sí, si te lo piden y el tiempo te da- Le dijo su jefa.

Beatriz se armó de paciencia con la nueva. Veía a 150 km sus ganas de “hacer cambios”. A
continuación, le explicó sus deberes generales e instrucciones inmediatas. Mientras tanto, Blanca
miraba el lugar deslumbrada. Era laberíntico e inmenso, con tres cuartos subterráneos llenos de
cajas y cajas de libros. El piso estaba cubierto por una maqueta verde y las ampolletas arrojaban
luz de hospital sobre las interminables estanterías llenas de libros, hasta el techo.
Apenas escuchó las instrucciones. Beatriz le dijo “pega los precios de liquidación en los libros
usados que están en estas cajas”, y le indicó unas seis cajas llenas de libros, a la derecha de una
silla de colegio. Beatriz no contaba con las dos cajas de la izquierda, que contenían libros nuevos
que aspiraban a ser vendidos a precio de libro nuevo y en los cuales su subordinada pegó con
firmeza los precios de liquidación. Blanca y Beatriz se enteraron de esto al día siguiente.
Pero, ese día, Beatriz indicó las instrucciones, y se dirigió al primer piso a hacer trabajo de caja, en
su escritorio.
Dos horas más tarde, se tomaba una merecida taza de té. Un par de clientes circulaban en los
interiores, y ella descansaba, sabiendo que no serían importunados; contaba con que la chica
nueva estaría ocupada pegando precios. Beatriz miraba por la ventana la panadería Los Castaños,
inmersa en la fantasía de atascarse con un cremoso berlinés. Sus ensoñaciones fueron
interrumpidas por palabras femeninas que llegaron flotando en el aire. Palabras demasiado suaves
para provenir del subterráneo.

- Dime tus gustos y te ayudo feliz a encontrar un buen libro…Tení cara de que te gusta la
historia novelada….-
- Eh…estudio medicina…estoy buscando un manual viejo de anatomía-
- Oye…en esta librería hay hartos libros bien baratos ¿Por qué no te hago un tour?
Beatriz llamó a Blanca discretamente desde la caja, y le indicó que la siguiera a una de las
habitaciones. Mira, Blanca, le dijo, esta pieza está muy descuidada, no he tenido tiempo de
arreglarla. Los carteles están mal hechos, hazlos de nuevo…y hay que acomodar estos libros que
están en esta caja, en esas repisas de allá…Bueno, te dejo, me avisas cuando termines, Ok?

- Claro que sí- le respondió ella, escuchando la mitad de las palabras.

Blanca suele tener problemas con las instrucciones. Pero esta vez, era imposible culparla. El
paisaje libresco era abrumador. Se hallaba frente a una impresionante riqueza de libros distintos y
curiosos, cada uno más interesante que el otro. Uno que sonaba a drama, pero no lo era, “La lucha
contra el dolor: la historia de la anestesia”, otro sobre las oportunidades laborales de la mujer en
la edad media, libros de Stephen Sweig que no sabía que existían, ¡Libros sobre el Mapocho! Era
imposible que escuchara una palabra. Bueno, logró escuchar algunas.
La tarea era sencilla. La instrucción esta vez se trató de hacer carteles nuevos para los clásicos
indicadores de biblioteca, ya que los antiguos se caían en pedazos: “ficción”, “historia”, “clásicos”,
“historia de chile”, “latinoamericana”. Obsoleto, pensó Blanca. Ella podía dar más. Era hora de que
se conociera su potencial. Decidió sorprender agradablemente a Beatriz, con carteles nuevos que
contuvieran indicaciones que el mundo en verdad necesitara:
Los inmortales “Misterio” y “Fantasía”, “Humor”, “Amor desventurado”, “Amor exitoso”,
“Escritores depresivos”, “Historia de ciudades que les fue bien”,” Historia de esas mismas ciudades
cuando les fue mal”, “Estos tienen un poco de todo”, “ Presidentes chilenos con inquietud
expresiva” y “Alegres como una canción”. Fin.
No se le ocurrían más categorías por el momento, pero ya le comentaría a Beatriz si se le ocurría
un nuevo arreglo.
La nueva ordenadora de caos terminó su obra, dio un paso atrás, la contempló y se sintió
satisfecha. Beatriz bajó a inspeccionar el silencio sospechoso y su cara descompuesta reveló
estupor.
- ¡te fuiste en volá!-
¿Ah, sí, le gustó?
¡No!¡No me gustó!¡Mezclaste 300 libros nuevos con los usados de la sección!¡dejaste la zorra y
media!
Ahh….Ahhh….(balbuceo)-
El día no había terminado. Beatriz increpó a Blanca a través de un discurso verbal informativo,
descriptivo, apelativo y emotivo. Informativo en cuanto a que le explicó que todos esos libros
nuevos tenían que estar juntos en esos tres estantes al día siguiente, así que tenía que partir
ahora, y que ella, la iba a ayudar, porque tenía que cerrar a las 9. Acto seguido, le gruñó que la
aspiradora estaba en el baño y le ordenó que se deshiciera de la suciedad que esta albergaba en
su interior, mientras ella partía la tarea de relocalizar los libros nuevos. Blanca obedeció, aturdida.
No se explica, hasta el día de hoy, su decisión de abrir la aspiradora mientras caminaba, sin
esperar a llegar al exterior; tropezó con Beatriz, y ambas quedaron envueltas en una densa nube
de humo negro. Me alegra contarles que logró sobrevivir el primer día.
9:10 pm- Blanca llegó al paradero. En la torre de colores posaban travestis, brillaban los letreros
de neón, se escuchaba música. Se subió a la micro. Había un asiento vacío para ella al lado de una
ventana polvorienta y allí se sentó. Su cara, manchada con carbón hasta las cejas, le sonrió al
vidrio.

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