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Fernando Alberca de Castro

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TODO LO QUE SUCEDE IMPORTA


Cómo orientar en el laberinto de los sentimientos

Crecimiento personal
COLECCIÓN

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© Fernando Alberca de Castro, 2012
© EDITORIAL DESCLÉE DE BROUWER, S.A., 2012
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A María, brújula y llave,
más allá del tiempo.

Con toda mi admiración,


a María, Marta, Fernando, Mercedes,
Álvaro, José, Esperanza y Rocío.

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“Sólo tenemos de verdad aquello que compartimos. Lo que no compartimos, realmente
no lo tenemos”.
Rafael Alvira, filósofo.

“Si quieres conocer a una persona, no le preguntes qué piensa, sino qué ama”.
San Agustín.

“Ser feliz se parece a cocinar. Hay que usar buenos ingredientes y conocer la receta,
pero eso no es todo. Hay que estar ahí, hay que acertar con la temperatura adecuada, e
ir probando para corregir la sal o añadir un poco de agua, hay que dejar que los
ingredientes se cuezan, hay que saber esperar y retirar el puchero del fuego a tiempo”.
Carlos Goñi.

“Aquello que termina, no había empezado de verdad”.


Idea antigua.

“No hay que ordenar el mundo, porque el mundo es la encarnación del orden. Somos
nosotros los que debemos ponernos al unísono con ese orden”.
Henry Miller.

Hay quien acierta una vez y es feliz toda una vida.


F. A.

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¡TIRA EL GPS!

Antón se perdió
ANTÓN es un escritor conocido, aunque su nombre real es otro. Listo como el solo.
Domina cuatro idiomas. Viaja por todo el mundo con una soltura que envidio. Sus
libros han sido publicados a varias lenguas.
“Voy a Asturias. A firmar ejemplares de mi último libro. Iré a verte”, me dijo.
Pruvia se llamaba el lugar donde yo vivía en el centro de Asturias.
Antón se acababa de comprar un GPS para el coche, “para llegar fácilmente a
cualquier sitio”, había dicho. “Con un GPS –me contaba por teléfono antes de partir–
cualquier persona va donde quiere, sin necesidad de conocer los lugares ni los
caminos, sin necesidad de preguntarle a nadie”. “Tú y tu GPS y un coche: eso basta”,
afirmó. Y algo de razón llevaba, pero no había tenido en cuenta las limitaciones reales
de su orientador mecánico.
Antón escribió “Pruvia” para que el GPS le guiara a donde quería llegar. Debía
estar conmigo a las doce y a las dos me llamó desde Trubia, a 29 kms., y a más de una
hora si no sabes realmente cómo moverte entre caleyas asturianas. No consiguió dar
con Pruvia por más que se lo volvió a marcar a su flamante GPS. Tuve que salir a su
encuentro cuando decidió no seguir y aparcar en la cuneta. Quizá su GPS no era
bueno. Quizá sólo falló aquella vez. En el laberinto de los sentimientos equivocarte
una sola vez puede dejar una huella infinita.

Laura me llamó a la radio


LAURA también llegó a pensar que no le serviría ningún GPS en la desorientación
personal que sentía.
Llamó un lunes al consultorio radiofónico que atendía cada semana.
“Verás, Fernando, mi problema es que no logro ser feliz”, resumió. “Lo deseo y no
sé cómo conseguirlo. Deseo ser importante para alguien, amar y ser amada. Sentir que
me necesitan. Ser feliz. Pero no tengo ni idea de cómo lograrlo. No sé si es que hasta
ahora he tenido muy mala suerte, no sé si en verdad la felicidad es una utopía o es que

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soy yo la culpable. No sé hacia dónde tirar. Dime, ¿qué hago?”.
A Laura no le servía un GPS, porque no sabía qué indicarle, dónde encontrar lo que
tanto deseaba. Ni siquiera podía estar segura de si ella podría alcanzarlo. Intuía que
debía cambiar muchas cosas. Cuando alguien está mal, cambiar es mejorar. Ya lo
sabía. Pero hacia dónde caminar. Qué indicar a su GPS. Lo ignoraba y por eso no
encontraba su sitio. A sus treinta y dos años no sabía qué podría indicar a su GPS.
Pero necesitaba moverse.

Sergio desconocía el lugar


A SERGIO tampoco le sirvió su GPS. Él quería salir del pueblo donde había nacido.
Le asfixiaba. El mundo era muy grande y ansiaba encontrar hueco en él, quizá para
volver más crecido. De momento, se sentía apresado por un espacio cada día más
estrecho.
Quería llegar a donde el corazón y su cabeza le acompañaran. Deseaba poder
comprar un GPS e indicarle el nombre de un lugar que no fuera muy populoso. Que no
fuera la capital de la que dependía su pueblo, más de lo mismo. Ni un lugar muy
lejano, en el que pudiera sentirse desarraigado. Solo conocía los pueblos cercanos al
suyo. Tan escasos kilómetros no eran suficientes. Y le parecía una ingenuidad optar
por ciudades míticas como Nueva York, París, Roma, Lisboa, Estambul..., hechas más
de leyenda que de oportunidades para él.
El problema era que aunque sabía que debía cambiar de lugar, no conocía lugares
donde realmente podía hacerlo. Como a menudo pasa en los sentimientos.

Lo que realmente necesita el ser humano no es un GPS.


Los GPS, si funcionan bien, sólo indican caminos que desconocemos, pero a lugares
que sí conocemos, aunque sea de oídas, para indicárselo al GPS. No sirven para guiarnos
en el laberinto de los sentimientos. Porque no sabemos cómo se llama, cómo es ni dónde
está ese lugar al que podemos llegar si acertamos en el camino. Si lo conociéramos, ya no
sería el más estimulante de los horizontes al que podríamos aspirar. Los grandes
horizontes son por definición desconocidos en lo concreto y sólo pueden intuirse
difusamente. Nos dirigimos hacia ellos, sin saber en qué consisten exactamente hasta
conquistarlos.
Para llegar a la máxima felicidad –y es posible– necesitamos desenredar la madeja de
nuestra vida. Encontrar la salida de nuestro particular laberinto de sentimientos. Un
laberinto que somos capaces de recorrer tan solo mediante lo que vivimos. Todo lo que

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vivimos. Por eso, todo lo que nos sucede realmente importa.
No necesitamos un GPS, ya que no sabemos dónde ir, ni lo que nos espera. Quien
crea conocer su destino, se pierde el gran destino que le aguarda si camina más.
Quien desee dar con la auténtica salida en su laberinto de sentimientos, la felicidad
plena, tiene que apartar su GPS. Para no confundir lugares conocidos con los que en
verdad le aguardan, siempre más grandes y felices de los que sospecha antes de
alcanzarlos.
No es un GPS lo que necesitamos en nuestros sentimientos. Sino una buena brújula.
Cuyo imán no esté viciado y no nos confunda con un falso norte ni un errado sur.
Una brújula porque no conocemos realmente el mejor de los caminos. Demasiado
lejano para reconocerlo. Aunque sí sabemos en qué dirección está.
Necesitamos a cada paso reconocer sólo el Norte y el Sur. Puntos fiables. Saber
cuándo nos desviamos o aproximamos. Cuando vamos al Este y cuando al Oeste.
La felicidad que buscamos está cerca del Norte, algo inclinado hacia el Este, como
veremos. Por tanto, el NE es el punto al que debemos dirigirnos siempre. Avanzando
entre callejones y trampas: falsas salidas.
Con una brújula para todos accesible, porque está en nuestro ser impresa. En nuestra
inteligencia y en lo que queremos. Basta desempolvarla y aprender a interpretarla con el
uso.
Ser feliz es fácil con esta brújula. Con ella, el camino de nuestro laberinto de
sentimientos se convertirá en una aventura que engrandecerá nuestra inteligencia y
nuestro ánimo. Y hará que no caigamos en ese club de la mayoría de adultos que se
confiesan soportablemente infelices, y que están muy cerca de ser ellos mismos los
insoportables.
Hemos de aprender a sortear los principales callejones sin salida que se presentan ante
los sentimientos de todos los seres humanos sanos, para poder evitarlos y acertar con la
salida. Una salida que nos llevará a la plenitud y satisfacción que ni siquiera sospechamos
al inicio del laberinto. Una experiencia, la salida, a la que nunca llegaríamos sin la fuerza
que nos proporcionan los sentimientos.

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LA PRIMERA TRAMPA: YO

Durante un programa de televisión, una periodista, de unos treinta años, me


preguntó: ¿Y realmente todos somos capaces de lograr la felicidad? Por supuesto,
respondí. Pero no se conformó: ¿Y no será que nos engañamos y realmente la felicidad
no es posible? Buena parte del resto del programa quise demostrar cómo la felicidad
es más asequible de lo que parece, pero tiene que ver con resolver la maraña de la
vida. Lo que sólo puede hacer cada uno por sí mismo.
Porque cada uno es el principal responsable de su propia vida, de su propia
libertad, de su propia voluntad y su felicidad. La clave está en acertar con el camino
correcto en el laberinto de nuestros sentimientos. Un camino que tiene su lógica y
siempre nos presentará las pistas necesarias para dar con la salida y el éxito.

Comienza a andar. Por ti. Tú. Sin esperar a nadie.


Al poco de iniciar el camino, nos encontramos con la primera trampa. En ella caen los
que creen que el camino es corto. Empezar para acabar. Dar vueltas a una rotonda.
Girando en torno a un centro: ellos mismos. Su YO.
Cuanto antes se madura, antes abandonamos ser nosotros mismos nuestro propio
centro y lo cedemos a lo que más nos importa: siempre otro. Hay quienes, sin embargo,
pasan su vida dándole vueltas a su YO. Mareados o acostumbrados. Tanto, que pierden
el sentido de la realidad y la perciben como un círculo sin salida, con atracciones, inercias
y equilibrios nuevos en cada vuelta, pero la misma al cabo. No ven más salida. La
costumbre y la velocidad de sus vueltas, sobre su centro, hace que no perciban más a su
alrededor que ellos mismos, sus gustos, sus necesidades, su conveniencia, su hartura y su
soledad.
Esto es terminar el camino al poco de iniciarlo. Es la trampa más torpe. Pero muchos
son los que caen en ella. Los que acaban por no avanzar, solo dar vueltas, sin rectificar.
Son éstos los egoístas inmaduros. Los que se convencen de que no hay más camino
que ir cada uno a lo suyo. Sin más salida. Y no son felices. Porque la infelicidad se
asegura si no se recorre el laberinto de la vida. Los que intentan no complicarse la vida
más allá de lo que la vida se lo imponga –que siempre es más de lo que les gustaría–,
ignoran que su ovillo tiene nudos que sólo ellos pueden deshacer y que les apretarán

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mientras no los desaten.
A muchos les parece demasiado tortuosa la idea de tener que poner de su parte para
lograr un premio que no imaginan y por eso creen que no desean. Pero sí lo hacen. “El
hombre no puede no querer la felicidad. La quiere siempre y en todo y mediante todo”,
escribió Juan Pablo II.
Como defensa argumentan que uno debe dejarse llevar por sus sentimientos sin
intentar guiarse a sí mismo en ellos. Defienden que mientras sientas algo, ese algo es
bueno. Y ocultan que les da igual el daño que hacen a otros o a sí mismos. Parece que
nada es igual para ellos, pero todo lo es. Piensan que sus sentimientos no tienen más
resultado que su propio sentir e ignoran el daño que pueden hacer con ellos o no les
importa. Desconocen al cabo lo lejos que podrían llevarles sus sentimientos (a la
felicidad), si los unieran a su inteligencia y voluntad.
Quienes viven en torno a su YO se limitan a convencerse de que realmente la felicidad
es imposible o simplemente que ellos no han sido de los afortunados en lograrla: cuestión
de mala suerte.
Hemos de ser más astutos. Conducir nuestros sentimientos a algo superior. Un porqué,
un para qué y un qué exactamente. Parece difícil, pero no lo es. Al revés, quedarse en
este callejón sin salida del YO entorno a nosotros mismos, sin preocuparnos por más que
lo que sentimos nosotros y lo que deseamos, eso sí es complicarse para siempre la vida.

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UNA BRÚJULA

Me encontré con Yago, al que no veía desde que dejamos el colegio, hacía veintiséis
años. ¿Cómo va tu vida?, pregunté.
No quieras saber –me dijo. Mi vida tiene poco que ver con lo que imaginaba cuando
niño y aprendimos en el colegio. Pero con frecuencia pienso que algún día seré capaz
de cerrar el círculo. Todo se andará. Lo importante es no perder el Norte, ¿no? El
Norte siempre será el Norte, –concluyó.
Mi amigo lo encontrará, estoy seguro. Pensé entonces que teniendo el rumbo, lo
demás es cuestión de viento y no estorbar mucho. Se lo dije y sólo le pregunté:
¿Y tienes brújula?

La brújula es necesaria para llegar a donde queremos. Con brújula y rumbo vendrá
entonces preocuparse por la fuerza y la velocidad con la que llegar. Pero antes es
necesario un rumbo claro y, para ello, sacar previamente la brújula que todos tenemos
incorporada entre nuestra cabeza y nuestro corazón, nuestra razón y nuestro espíritu.
Unida a ambos.
¿Qué hacer con ella?, ¿cómo utilizarla?, ¿hacia dónde orientarla y cómo interpretarla?
El rumbo de nuestra felicidad como seres humanos nos lo dicta inevitablemente
nuestra capacidad de amar y ser amados infinitamente, nuestra inteligencia casi infinita de
la que sólo empleamos aproximadamente el 20% de su capacidad. Nuestra poderosa
posibilidad de razonar hasta lo desconocido. De dar respuesta a lo que atormenta,
complace y ensalza. Capaz de degradar también al hombre y a la mujer. De dar
soluciones inéditas a problemas ancestrales. De superar la experiencia y conjuntar con
ingredientes y cocción nueva –como nunca antes en la historia de la humanidad se haya
hecho– cuanto se sabe, se conoce y se desea para alimento y disfrute de todos. Y nuestra
capacidad de emoción y de superar circunstancias.
Pero para acertar, el rumbo de nuestra felicidad debe marcar al Norte. Con inclinación
hacia el Este. Lo iremos descubriendo en los capítulos que siguen. Descubriremos por
qué.
Para ser felices debemos andar el camino que nos lleve al NE. Con independencia de
que en su conquista encontremos montes, ríos, cumbres, valles que nos desviarán

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momentáneamente de la dirección. Para eso están precisamente las brújulas, para saber
hacia dónde vamos cuando caminamos con pasos contradictorios con el rumbo, para
saber cómo recuperar la dirección que queremos, después de vadear un obstáculo o tras
perdernos poco o mucho tiempo.
La brújula es sencilla. La llevamos siempre con nosotros y no se gasta. Sólo hemos de
preocuparnos de caminar guiados por ella.
Desvelemos por el momento lo suficiente para seguir. En la metáfora que mantenemos
de la brújula en el laberinto de los sentimientos, el SUR es el YO. Entonces, si hemos
dicho que la salida está en el Norte con desviación al Este, quiere decir que está casi en
lugar opuesto a nuestro YO.
Pero podríamos preguntarnos: cómo es posible lograr mi Felicidad alejándome de mi
YO. Si precisamente soy YO quien quiere ser real y plenamente feliz. Habría que decir:
confiemos por ahora. Reservemos esta respuesta. Al final encontraremos nuestro yo
verdadero en la plena felicidad. Pero hay que recorrer el laberinto para salir de él:
desenmarañar la madeja de nuestra vida.
Si abandonamos el yo supremo, se nos abre un sendero.
Todos hemos de partir del YO, pero también, alejarnos del mismo. Dejar nuestro Sur.
Hay quienes prefieren no mirar la brújula: engañarse. Prefieren pensar que la flecha de
la brújula es la que engaña. No es así. La Tierra y su imán no engañan nuestra brújula.
La realidad es como es y acaba siempre imponiéndose tozudamente. Necesitamos la
brújula precisamente para cuando dudemos de la realidad, que eso sí es propio de
nuestra inteligencia. Tanto como acertar.
Pero al tiempo puede que nuestra brújula alguna vez se estropee. Se imante. Pierda la
orientación. De ahí que, de vez en cuando, convenga confirmar la orientación de nuestra
brújula con la de otro. Mejor, con la de quien tenga más avanzado su camino en el
laberinto, esté más cerca de su propia felicidad, tenga mayor experiencia, nos produzca
mayor fiabilidad. Es difícil que dos brújulas fallen indicando el mismo error. Sobre todo,
si la primera se encuentra en un lugar más adelantado. Si ya superó con éxito nuestra
propia encrucijada.

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EL CALLEJÓN DE LA CURIOSIDAD

Recuerdo una profesora de Árabe que tuve en la Universidad de Valladolid. Sus


consejos eran tan estridentes como su forma de maquillarse y vestir. A menudo, con un
café en la mano, en el departamento o en la cafetería, solía repetirnos una misma
cantinela a los alumnos: “Hay que salir, hay que salir, no os quedéis en casa. A mí el
techo se me cae encima y las paredes me ahogan”, decía. “Hay que salir. A
Marrakech, Rabat, Arabia, Túnez… o a Japón, pero salir. No descubrir nuevos lugares
es morir”.

Tras superar el dominio autodestructivo del YO absoluto, se nos abre un sendero. El


sendero donde la vida parece empezar a complicarse, como cuando comenzamos a
desatar un nudo en un ovillo. Pero precisamente en remover los cabos de ese nudo,
tirando y aflojando, está el inicio de su disolución como tal.
Con todo, a lo largo del sendero acertado, se abrirán con frecuencia callejones sin
salida: los callejones de la curiosidad.
La curiosidad se presenta culturalmente tan atractiva como la sensación de libertad o la
mayoría de edad, con las que se tiende a relacionar. Pero no es una ni otra. Más bien sus
contrarias. La curiosidad es como una planta carnívora gigante que crece sin control en
medio de una exuberancia salvaje por definición desordenada. Como las plantas asesinas,
despliega su atracción, consistente en sus colores vivos, ternura, engañosa belleza, fingida
inocencia, dulzura o vistosidad. Engaño en definitiva.
Popularmente suele considerarse la curiosidad una fuerza motivadora, positiva, que
contiene en sí la energía de hacernos aprender más, tener más experiencias. Lo primero
no es cierto, lo segundo sí. Explicaremos esto por la enorme importancia que tiene en
muchas vidas que creen haber vivido ya mucho no habiéndolo hecho apenas.
No es cierto que la curiosidad nos haga aprender. Lo que nos hace aprender es esa
tendencia sana que los seres humanos más libres sienten por descubrir la verdad. Buscar
la verdad nos hace libres e inteligentes y encontrarla, más sabios. Buscar la verdad y ser
decididos no es ser curiosos. Encontrar la verdad nos satisface y sacia, la curiosidad sólo
crea hartazgo, frustración, ansiedad e insatisfacción.
Pero dijimos que la segunda parte de la sentencia era cierta: nos proporciona

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experiencias. Aunque con matices. Lo realmente novedoso es la verdad. Y hay quienes
dejándose llevar por la curiosidad sólo encuentran una y otra vez una única experiencia,
esa a la que está acostumbrado: la experiencia de sí mismo, su comodidad, sus ya
repetidos conocimientos, sus propias conclusiones una y otra vez. Así, por ejemplo, un
profesor que repitiera año tras año los mismos recursos con los alumnos, dando clase
treinta años de igual forma, sólo tendría una experiencia repetida treinta veces. Igual,
quien se busca a sí mismo en todo, acaba por repetir la experiencia sin enriquecerse y
perdiéndose la infinita gama de sensaciones que puede experimentar cuando en lugar de
la curiosidad lo que le mueve es la verdad, incluso sobre sí mismo: una verdad
comprometedora.
La diferencia entre curiosidad y búsqueda de la verdad puede parecer sutil, porque en
nuestra cultura la hemos identificado con demasiada superficialidad. Sin embargo, son
muy diferentes. La curiosidad es fruto de la inmadurez. La verdad, de su contrario.
Curiosidad es buscar la parte de la verdad que sólo se adecua a lo que hacemos o
deseamos hacer. No aceptarla si nos exige cambiar. Curiosear es buscar sentir sin más
fin. Aunque nos empeore como personas.
Lo que en el fondo hay detrás de la curiosidad es el intento vano de un imposible:
verse coronado emperador en el centro de algo perfecto con el mundo a los propios pies
de una forma más o menos camuflada.
Verdad es la madurez, dijimos. Buscarla es predisponerse a ella. Por el contrario, la
curiosidad excesiva conlleva inmadurez. No jovialidad ni vitalidad siquiera.
Como consecuencia de la inmadurez, la persona muy curiosa es un ser insatisfecho.
Un ser que no encuentra su plenitud porque no descubre la grandeza real de la verdad
que le rodea y busca ingenuamente que la realidad sea diferente. El curioso se adentra en
una y otra experiencia, inútilmente, queriendo encontrar lo que nunca hallará: verse
coronado en ellas. Se aleja de la verdad y por tanto de la plenitud, la felicidad, la
posibilidad de satisfacción. El curioso por eso cada vez se siente más insatisfecho. Y
ansía su próxima experiencia. Alimentando así la inmadurez que de no controlarla, podría
llevarle incluso hasta la enfermedad.
La curiosidad es un callejón cómodo pero, pese a su buen nombre, es un callejón de
paredes curvas y deslizantes, fácil de recorrer, difícil de desandar. Embaucador.
Desorientador. Que nos aleja de la verdad, de la plenitud, de la satisfacción, de la
felicidad… de la salida.

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MAPAS Y CAMINOS: QUÉ SENTIMOS

Gerardo y yo fuimos al mismo colegio. Ahora, él era conocido dentro y fuera de


España por sus aventuras, sus documentales y reportajes televisivos. Al iniciar una
entrevista tras su vuelta de una ruta que le había llevado por más de 30 países del
mundo, el periodista le preguntó: “¿Se requiere mucha preparación, documentación,
para un viaje así?; porque supongo que es preciso planos de todo tipo para conducirse
por senderos de países tan abruptos y zonas tan poco exploradas”.
“Lo más importante –respondió Gerardo– es conocer a qué tienes que enfrentarte:
guerras, huracanes, naufragios… A veces más que los mapas, lo importante es conocer
los obstáculos y cómo funcionar ante ellos”.

El camino de nuestros sentimientos no será recto. No lo somos nosotros.


A menudo el camino se hará lento, nuestros pies parecerán pesarnos más. Cuesta
arriba, nuestros pies se harán pesados. Incluso podrán perder la seguridad de seguir. Por
eso es importante preguntarse y preparar qué tendremos que saber antes de echar a
andar para llevar el camino y sus dificultades lo mejor posible, andar más y con menor
desgaste. ¿Qué calzado será el adecuado para nuestros pies singulares? ¿Qué técnica
deberemos emplear? ¿Cada cuánto tiempo pararemos? ¿Qué comeremos en el camino
cuando sintamos hambre? ¿Dónde pararemos cuando nos pueda el cansancio?
Es propio de un camino sentimental, emocional, afectivo, que se haga a tramos
costoso, difícil, complejo, y que a rachas se oscurezca. Por ello, para orientarse en
nuestro laberinto de sentimientos y para aprovechar y adecuar nuestro caminar a cuanto
necesitamos, hemos de saber qué y cómo sentimos realmente. Nosotros particularmente.
Somos emocionales y eso nos hace variantes, también más ricos. Pero qué es lo que
realmente sentimos en nuestro laberinto, ya sea al andar o al estar parados.
Aunque popularmente solemos decir que lo que sentimos son sentimientos, en realidad
llegamos también a sentir otras realidades: las sensaciones por ejemplo, que son
diferentes a las emociones, cómo éstas lo son de los sentimientos propiamente dichos y
también difieren del amor.
Sentir sólo es sentir. Sentir no es amar. Los que no aman también sienten. Aunque no
basta sentir para ser feliz. Quien no ama no puede ser feliz. No basta por ello sentir.

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Sentir es algo. Pero insuficiente.
Al menos básicamente, hemos de saber distinguir lo que sentiremos, para preparar qué
haremos cuando lo sintamos.

Primero, las sensaciones:


Lo primero que sentimos, lo más básico, son las sensaciones. Según la Real Academia
de la Lengua Española, la sensación es “la impresión que las cosas producen por medio
de los sentidos”.
Quien tenga sentidos, tiene sensaciones. Todos sentimos. No es cierto que haya
personas insensibles. Incluso la mayoría de los enfermos que padecen una alteración
grave de la sensibilidad común. Todos somos más o menos sensibles, afectivos,
emocionales. Especialmente los medianamente sanos. Eso sí, unos están más atentos que
otros a estas sensaciones llegadas de los sentidos y, sobre todo, unos más que otros
saben qué hacer con ellas.
Todo nos llega a través de nuestros siete sentidos: los clásicos gusto, vista, tacto,
olfato, oído y los más recientemente incluidos sentido del equilibrio y el interior (que se
encarga de que sintamos dentro de nuestro cuerpo, por ejemplo, un dolor muy
localizado, un pinzamiento, un dolor de garganta, una irritación al toser, etc., que no es el
tacto, cuyos órganos de percepción son exteriores).
Pues bien, todo lo que percibimos nos llega por medio de uno o varios sentidos, y a
cada información que nos transmite algún sentido le llamamos una sensación.
¿Qué pasa cuando llegan las sensaciones?
Cuando una sensación nos llega sobre algo, interviniendo nuestra inteligencia, memoria
e imaginación también, surge en nosotros un concepto. Varias sensaciones se unen y
crean una emoción. La conjunción de varias emociones añadidas a varios conceptos,
genera en nosotros un sentimiento y un conocimiento más complejo. Movidos por
nuestros sentimientos, por numerosos sentimientos entrelazados, podemos llegar al amor,
la culminación de todos los anteriores (sensaciones, emociones y sentimientos). El amor
nos lleva hasta la cumbre del conocimiento de la persona que se ama y culmen de quien
ama también… Cumbre de cuanto puede llegar a ser: sólo se es más, si más se ama.
Lo importante al final es, por tanto, amar y lo que amamos.
Pero el amor comienza en las sensaciones. Incluso el amor más espiritual, el
sobrenatural, el que los creyentes pueden sentir por Dios, la Virgen o los santos, se apoya
en los sentidos. Todo comienza en los sentidos. En el oído (escuchar por ejemplo las

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historias que narran los padres, fiables transmisores). En la vista: para sentir imágenes
que le ayudan a comprender parte de la realidad sobrenatural, o para leer sus misterios
incomprensibles. En el tacto (tocar el paso de las cuentas de un rosario, por ejemplo,
como escalones en una petición que acerca a lo que se pide). O el olfato (que si es a
viejo, a rancio, a mojado o a desagradable, puede dificultar la concentración, el ánimo y
el optimismo espiritual, la confianza, exigiendo un plus de fe y de esfuerzo). Etcétera.

De las sensaciones a las emociones


Varias sensaciones conforman una emoción, dijimos.
Una sensación es, por ejemplo, que el corazón nos lata más rápido. Otra sensación que
las piernas nos tiemblen. Las dos sensaciones, se asocian a otras y forman el miedo, que
es ya una emoción.
Pero, ¿las emociones se forman solas, involuntariamente?
Las sensaciones se convierten en emociones cuando llegan a nuestra cabeza. Es decir,
cuando las pensamos. Cuando las interpretamos en nuestra razón. Cuando las llenamos
de sentido, más o menos conscientemente.
Las emociones, por su parte, tienden a relacionarse racionalmente para conformar
sentimientos. De forma que razón y emoción, o como popularmente expresamos: cabeza
y corazón, no se separan en el registro sano de sensaciones, en la creación de emociones,
en la elaboración de sentimientos. Ni tampoco en un sano uso de la propia razón, que
para ser completa y sana ha de estar acompañada de nuestro corazón.
Arthur Freeman, Profesor emérito de Psicología de la Universidad de Filadelfia, ya en
el año 2000 defendía que “la interpretación de la sensación que nos lleva a una
determinada emoción, está controlada por la conciencia. Y que para que tenga sentido
la emoción, nos ha de llevar a un fin”.
Esto implica que desde las partículas de información más pequeñas que conforman
nuestras emociones, es nuestra conciencia la que las va dirigiendo a un fin, y les da
sentido. El mismo sentido que nuestra conciencia dará a nuestros sentimientos y amor,
siguiendo ese fin.
Nuestra conciencia y el fin que nos mueve, ambos unidos, llenan de sentido cuanto
sentimos. La conciencia buscará llevarnos a ese fin. Los dos juntos serán los grandes
artífices de nuestra felicidad emocional y racional, puesto que ya explicamos que son
inseparables en la práctica. Al menos en una mente sana: un corazón sano y una cabeza
sana, ambos residen en él único ser humano que vivimos.

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De esto se deduce la importancia que tiene una conciencia formada, ágil, habituada a
ser escuchada y por tanto a hablarnos. También la importancia de tener un fin adecuado
a nuestra naturaleza y nuestro ser, para lograr una sana vida emocional y racional. Salud
que nos conducirá a la felicidad.
Podemos ser felices si tenemos una vida sana (racional y emocionalmente), y la
tendremos, si interpretamos con libertad nuestras sensaciones, nuestras emociones,
nuestros sentimientos y nuestro amor, mediante una fuerte conciencia y un fin adecuado,
un fin diseñado a nuestra altura, el que nos merecemos todos. Un fin que dé sentido a
cuanto sentimos. Que nos pueda hacer inmensamente felices. Por encima de nuestras
limitadas expectativas personales.
Entretanto, el día a día nos dice que deberíamos conocer mejor cómo llegan, cómo
funcionan y qué podemos hacer con nuestras emociones. Las agradables y las
desagradables.

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APROVECHAR LOS SENTIMIENTOS

Todo lo que cuentas –me dijo alguien en el coloquio de una conferencia–, sobre
racionalizar los sentimientos y provocar que dialogue la cabeza y el corazón, está muy
bien, pero en realidad hoy en día el mundo ya no se mueve por las ideas –afirmó–, el
mundo sólo lo mueve las emociones. ¿No nos iría mejor si siguiéramos sólo a las
emociones?

Nuestro primer mundo vive una cultura en la que las emociones inclinan nuestra
balanza cada día.
Si un espectador medio de un programa de televisión escucha a dos personajes
discutir, cree que lleva la razón –la tenga o no– aquél quien más le conmueve, porque
generalmente decide más con la emoción que con su razón.
Si queremos convencer de algo a alguien, empleemos un argumento emocional,
dirijamos primero al menos nuestro argumento a su corazón y tendremos muchas más
probabilidades de lograr nuestro objetivo que con un argumento exclusivamente racional.
Pero… ¿esto siempre es sano?..., ¿incluso emocionalmente?
Hasta mediados del siglo pasado, las ideas movían el mundo. Hoy hay quienes afirman
que es movido por las emociones. ¿Es así? ¿O simplemente lo que ocurre es que al no
haber ideas, el mundo no evoluciona, permanece sin progresar y por tanto desgastándose
sobre sí mismo?
Los grandes y pequeños avances de toda la humanidad han procedido siempre del
mundo de las ideas. Las emociones –importantísimas– son las que estimulan que surjan
estas ideas, que las pongamos en práctica o que las sigamos. Pero una sociedad donde no
se fomente la importancia de las ideas y a cambio se magnifique el protagonismo de las
emociones, es una sociedad fofa, lánguida, que se relame sin curar sus heridas, sin
resolver sus problemas, sin avanzar, sin mejorar, sin progresar.
Por qué las emociones tienen tanto protagonismo es algo muy interesante, pero nos
alejaría mucho del núcleo de este libro. Es algo que ya analicé en el libro: “Las
complicaciones del corazón”.
Lo que es cierto es que tanto emociones como pensamientos se generan en los mismos
individuos. Aunque nuestra cultura desde la Edad Media se refiera al corazón como el

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órgano donde se gestan y residen las emociones y sentimientos, realmente sólo se gestan
como tales y permanecen en nuestro cerebro. El cerebro rige. Nuestro estómago, por
ejemplo, también puede recoger y formar un grupo de sensaciones, pero las emociones
como tales llegan al pasarlas por nuestra mente y darles un sentido, como ya hemos
señalado.
El que hoy parezca que el mundo es movido por las emociones y no por las ideas, es
una reacción lógica al exceso histórico de racionalismo. El ser humano se conmueve, se
pone en marcha, se solidariza, se siente interpelado ineludiblemente y no puede resistir
actuar, ante la llamada de su emoción. Es un hecho en la mayoría de nuestros
conciudadanos del mundo. Eso en sí no es malo y puede ser muy bueno. No obstante,
hemos de saber que el recorrido de nuestra emoción es muy corto.
Cuando por ejemplo sentimos que alguien necesita compasión o ayuda, comprensión o
justicia, y lo vemos en imágenes emocionantes con una música emocionante, entonces
nuestras emociones se disparan. Sentimos un enorme deseo irresistible, un grito
imposible de silenciar que parte de nuestras entrañas y llega a nuestra cabeza. Pero
fugazmente. Nuestra voluntad parece desear una acción, movernos, hacer algo, sin
embargo muy pronto esa decisión voluntariosa parece decrecer y diluirse primero en
nuestra sangre entera y luego pasar a nuestra piel y evaporarse al final. Quedando un
tibio recuerdo primero y un confuso olvido después, cuando surge otra imagen con otra
música emocionante y sustituimos la primera fuerte emoción por otra nueva. Y no
llegamos a actuar, ayudar realmente, ni a transmitir al que sufre nuestra comprensión ni
nuestro consuelo ante la injusticia. De manera que nos vamos acostumbrando, sin darnos
cuenta, a que la mayoría de nuestras emociones y sentimientos buenos acaben siendo
estériles, porque no llegan a la acción, a la vida, al otro.
Hoy las emociones son protagonistas, y por eso muchos sienten mucho por lo que
pasa a su alrededor, pero pocos hacen algo por cambiarlo y lo cambian.

Síntomas de una vida emocional desordenada


Tenemos una vida emocional desordenada, si:

Nuestras emociones no se corresponden con una jerarquía clara, con un fin que
nos propone nuestra conciencia como bueno. Cierta, fría y racionalmente
también.
No podemos sacudirnos sin conflicto las emociones que nos alejan de ese fin
que encabeza nuestra jerarquía.

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No somos capaces de frenar algunas emociones que violentan lo que
deberíamos ser, hacer, sentir. O no logramos potenciarlas y aprovecharlas hasta
la acción –hechos– cuando son emociones que nos motivan para llegar a ser lo
que deseamos, también en calma.
No podemos aislar las emociones, diferenciándolas, evitando agrandar el
problema que supone unirlas.
Tiene una vida emocional desordenada, quien ve con claridad que no debe
hacer algo o no quiere seguir haciéndolo, pero no cesa de hacerlo. Quien por
tanto hace lo que no quiere, sólo porque siente un impulso irresistible.
Quien hace algo, sólo si lo siente.
Quien piensa de una forma, pero actúa de otra.
Quien disfruta teniendo sensaciones e incluso las provoca, pero luego no crea
con ellas ningún sentimiento válido.
Por ejemplo, quien ante algo bello –pongamos un paisaje– sólo piensa qué bien y no
qué bello es este sitio, qué bien hecho está el mundo pese a tantas cosas malas que
alberga, o sentimientos más profundos si se quiere, como qué suerte tengo con este
momento, con mi vida, con quien me ama.
O por ejemplo, si alguien nos acerca un refresco y sentimos qué bien se está ahora
bebiendo y no vamos más allá tras esta primera sensación, pensando quizá qué
agradable la persona que me lo ha traído, qué agradable que me quieran tanto, si es
mi amado/a quien me lo ha dado sin pedirlo, o qué agradable es poder tener este rato
de descanso y poder pagar con el dinero fruto de mi trabajo este local donde sirven
refrescos en momentos como este.
También es desordenado emocionalmente quien se enamora de forma platónica
y prefiere no desvelar sus sentimientos ni siquiera a la persona amada, por
temor a no ser correspondido.
Quien no le importa lo que los demás están sintiendo.
Quien cree que está solo en el mundo y nadie le aprecia.
Quien piensa que el mundo es cruel con él y está mal hecho.
Quien cree que todo lo hace sin ayuda, que nadie ha contribuido decisivamente
a que haya llegado a donde lo ha hecho ni a ser como es.
Quien piensa que debe ser el centro de todas las atenciones: siempre o en una
determinada ocasión. (Quien lo piensa siempre tiene una vida emocionalmente
desordenada siempre, y quien lo piensa en un determinado momento, la tiene en

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ese momento).
Quien no ama más a otros. Quien no dedica sus ilusiones y empeño más noble a
las personas, luego a los animales, a las plantas en tercer lugar y a las cosas al
final. En el trabajo, en la vida familiar, social, en los ratos de ocio y en todos los
ámbitos.

Entre otros síntomas.

Consecuencias
A la vida emocional desordenada le sigue necesariamente una vida intelectual
desordenada. Con ambas perdemos energía, pero también claridad a la hora de pensar,
tomar decisiones, evaluar las consecuencias, la gravedad de los problemas, etc. Y junto a
la pérdida de energía y claridad, nos acompaña la falta de reflexión y la falta de voluntad.
Con una vida emocional desordenada pasamos a desear intensamente grandes cosas,
deseamos hacer grandes hazañas, afrontar grandes retos, aspirar a grandes conquistas.
Pero sucumbimos ante todas ellas, porque sólo nos movemos en el ámbito de los deseos.
Deseamos querer hacer y no hacemos. Deseamos querer llegar y no nos movemos.
Deseamos querer ser y no somos. Queremos cambiar y no cambiamos. Porque cuando
emocionalmente somos desordenados nos ilusionamos con fines que nunca llegan,
porque no ponemos los medios para lograrlos.
Por el contrario, como se deduce de lo anterior, una emotividad ordenada da una razón
ordenada y en consecuencia mayor energía, claridad de reflexión, acierto, dominio y
voluntad.
Pero qué pasa si no tenemos muy ordenada nuestra emotividad. Qué podemos hacer si
en algunas ocasiones presentamos alguno de los síntomas que hemos descrito, aunque
sea ocasionalmente.
Sea nuestro caso el desorden habitual o sólo algunas veces, hemos de saber que en
cualquier circunstancia, edad y ocasión, siempre podemos empezar a ordenar nuestras
emociones. Con mayor o menor dificultad dependiendo del hábito de desorden que
tengamos. Pero siempre se consiguen avances extraordinarios, si nos empeñamos en que
nuestra emoción dé fruto y un fruto que revierta con hechos en los demás.

23
7
DOMINAR Y EXPRESAR LAS EMOCIONES

Sara era una chica inteligente, brillante en muchas cosas, buena estudiante.
Triunfadora socialmente. Sus padres hablaban maravillas siempre de ella. Sus amigas
también. Los chicos más queridos del colegio deseaban lograr su atención. Pero, con
todo, ella decía que no era feliz. A veces, según decía, había salido con chicos que ni
siquiera le gustaban. No disfrutaba sabiendo que les alimentaba una expectativa que
se tornaba sufrimiento pronto. No se sentía orgullosa de hacerlo, pero cada jueves
quedaba con alguien, aunque supiera que no hacía ningún bien a esos chicos a los que
utilizaba. “No lo puedo evitar”, repetía. “No soporto la idea de quedarme sola en casa
y no tener con quién quedar para dar una vuelta”. Confesaba no tener en cuenta nada
más. “¿Y eres así infeliz?”, le preguntaba yo. “Sí, porque todos creen que hago lo que
quiero y salgo con quien quiero, pero la verdad es que soy muy débil, me da mucho
miedo quedarme sola, como mi madre, y desearía poder encontrar ese chico con el que
cada chica sueña y nunca llega. Nadie sospecha que por ese miedo soy más vulnerable
que ninguna otra chica, que me agobio hasta lo insoportable. Si lo supieran, podrían
aprovecharse de mí. Por eso no se lo cuento a casi nadie. Además, no me creerían y,
sobre todo, no me ayudarían. No tengo solución..., porque nadie sabe cómo soy
realmente”.

Todas las emociones tienen un sentido. Un porqué y una conveniencia si sabemos


cómo guiarlas. Hay emociones que nos benefician y otras que nos perjudican. Pero todas
hemos de afrontarlas. Tomar sus riendas. Protagonizar nuestra propia vida, que para eso
la vivimos.
Las emociones no hay, por tanto, que reprimirlas. No hay que eliminarlas. No hay que
acallarlas. No hay que ignorarlas. No hay que temerlas. No han de avergonzarnos sean
cuales fueran. Lo que hay que hacer con ellas es aprender a conducirlas razonablemente.
Nuestra razón, nuestra cabeza como se dice popularmente, ha de indicarnos el “peso”
y el “paso” que debe tener cada una de nuestras emociones. Por ejemplo, si sentimos
una emoción inconveniente, un deseo que va contra nuestros principios, contra nuestra
ética, contra nuestra sensibilidad, nuestra estética, nuestra educación en sentido libre y
amplio, contra lo que creemos que debemos hacer, pensar, decir…, contra lo que

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creemos que debe ser nuestro concepto de las personas, del mundo y de las cosas, o si
sentimos una emoción simplemente ilógica, es nuestra razón la que nos ayuda a no darle
peso, es decir, no darle importancia, ni paso, es decir, desecharla por inválida como
motor de nuestra actuación, sustituyéndola por otra más conveniente o lógica de
inmediato en nuestro ámbito emocional.
La emoción es inconsciente, natural y positiva. Lo que hagamos con ella es lo que deja
consecuencias, positivas o negativas, según el peso y el paso que le hayamos dado y que
son los que hacen que la emoción nos aporte algo positivo o negativo.
Las emociones realmente las venimos sintiendo, prácticamente las mismas, desde que
nacemos.
Antes de cumplir un año de vida nuestras expresiones emocionales son muy
semejantes a las de los adultos. Así ocurre con nuestra expresión de la rabia, la tristeza,
la alegría, el miedo, la felicidad, los celos, el odio, la envidia, el asombro, la contrariedad,
el enfado, la decepción, entre otras muchas. Emociones que tanto de adultos como de
niños menores de un año, expresamos con muy parecidos gestos, posturas y sonidos.
Esto reafirma lo que dijimos anteriormente, las emociones son propias del ser humano,
innatas, lo que hagamos con ellas es de lo que somos dueños, causantes y responsables.

El desequilibrio ideal
Las emociones que sentimos son de dos grandes tipos: agradables o desagradables.
Pues bien, desde niños, todos necesitamos que exista un equilibrio entre las emociones
agradables y desagradables que sentimos. Un equilibrio ideal que consiste a grosso modo
en que las agradables sean más en número e intensidad que las desagradables, pero con
la conveniencia clara de que éstas existan también, en todas las edades.
De hecho, si las emociones agradables tienen una predominancia excesiva con respecto
a las desagradables, sentiremos un exceso de atención que, aunque pueda extrañarnos,
también es perjudicial y nos desvía de lo que nos hace bien y feliz.
Mucho afecto es necesario, muchísimo es muy conveniente; pero excesivo conlleva
una serie de trastornos, por la disposición de quien lo recibe no tanto por la de quien lo
da. Así:

El exceso de emociones agradables y atenciones, provoca una


sobreprotección, que conlleva –entre otras– las siguientes consecuencias
negativas:

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– Mayor tendencia a una emotividad desmedida,
– Excitabilidad,
– Angustia,
– Preocupación,
– Hipersensibilidad,
– Tendencia a sentirse herido,
– Muestra de poco afecto por los demás,
– Intolerancia a la frustración, la contrariedad,
– Agresividad ante los obstáculos,
– Ingratitud,
– Desprecio a los demás,
– Pensar que el mundo es injusto,
– Frustración ante las experiencias desagradables, que sin duda las habrá,
– Creciente dificultad para querer de verdad y para aprender a recibir el amor de
otro.

Por su parte, el exceso de emociones desagradables, también conlleva una


serie de consecuencias perjudiciales, como son, entre otras:
– Tendencia al enfado,
– Reticencia ante casi todo,
– Apatía,
– Malhumor,
– Indiferencia,
– Rendimiento inferior a la capacidad real,
– Disminución del interés por cosas y personas,
– Preocupación sólo por lo propio.

Como podemos ver, hay una coincidencia. El exceso de las emociones agradables y
también el de las desagradables se aproximan en varios puntos y coinciden en uno:
ambos excesos llevan a demostrar poco afecto por los demás, poco interés por lo que no
es uno mismo y lo suyo… y esto es la siembra que a la larga recoge como fruto la
soledad, sinónimo de infelicidad.
De ahí que si queremos de verdad a alguien, debamos provocarle más emociones
agradables que desagradables, enseñándole a reconducir (pesar y pasar adecuadamente)
las desagradables. Sin eliminarlas. Sin evitárselas. La vida tiene sus propias dificultades,

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que son ineludibles y flaco favor haríamos a quien queremos, si en lugar de ayudarle a
superar los obstáculos, superándolos, nos limitamos a potenciar su incapacidad de
superarlos.
Así, por ejemplo, el niño –y adulto si no lo ha hecho antes– debe aprender a gestionar
la emoción desagradable del miedo. Sentirlo. Darle importancia. Pero convivir con él.
Reconducirlo. Servirse de él. Para huir. Prevenir. Descubrir la necesidad que tiene de los
demás. Reincidiendo en aprender a pesarla y pasarla adecuadamente.
Ocurre lo mismo con la enfermedad grave en el adulto –también en el niño– o
cualquier otra emoción desagradable a cualquier edad: la rabia, el disgusto, el enfado, la
sensación de haber caído en el ridículo, etc. Todas ellas en balanza predominante con
emociones agradables, nos hace mucho bien, nos equilibra, nos hace crecer y mejorar.
Recordemos que lo ideal es el desequilibrio entre emociones agradables y
desagradables, con existencia abundante de ambas y clara predominancia de las primeras.
Así que hemos de provocar este desequilibrio ventajoso, especialmente en las personas
que más nos importen y en nosotros mismos, huyendo de los dos fatales excesos.

La necesidad de liberar las emociones y controlarlas


Necesitamos descargar la tensión que nos proporcionan –conllevan– las emociones.
Tanto las desagradables como las agradables. Una tensión que nos comporta una serie de
efectos negativos que enunciaremos en el capítulo posterior, en el que hablaremos
también de cómo evitarlos. Por ahora, centrémonos en cómo podemos liberar esta
tensión que la emoción lleva consigo y que necesitamos descargar a tiempo.
La emoción retenida –esa que si no la descargamos, nos hace caer en excesos que
destruyen nuestra salud mental, afectiva, física, y hacemos daño a otros– se descarga de
tres formas básicas: con el ejercicio físico agotador, con la risa y con el llanto.
Además de descargarlas adecuadamente, necesitamos aprender a dominarlas, a no
darles demasiada importancia cuando no lo merezcan, porque nos hagan sentir mal
cuando la emoción desaparezca. Aprovecharlas cuando sean útiles, beneficiosas, como
olas que los surfistas aprovechan para llegar más alto y mucho más lejos con menor
esfuerzo y mayor sensación de valor y autoestima.
Las emociones nos engrandecen si las dominamos. Si las controlamos nosotros y no al
revés. Si las utilizamos para hacer y llegar a donde queremos nosotros. Las emociones
así nos ayudan como el viento a un velero, que sirve para llegar a donde quiere, si tiene
marcado un rumbo, y es su perdición si no lo tiene. Si somos dueños de nosotros mismos

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–también de lo que hacemos con nuestras emociones–, el control de las emociones nos
hace más eficaces en todo lo que hacemos, reduce nuestra agitación interior y nos
provoca los impulsos más nobles, entre otras consecuencias. Llevándonos hasta donde
no podríamos llegar jamás sin ellas.

28
8
¿PARA QUÉ SIRVEN LAS EMOCIONES?

A Luis le daba clase de Filosofía. Un día entró en mi despacho y dijo sin aviso: eso
de expresar las emociones es una chorrada. Lo que hace falta es hacer lo que se debe
hacer y dejarse de tantas mariconadas inútiles. Dos años después no pensaba lo
mismo. La vida le había enseñado su cara más dulce y la más amarga también. Su
madre había muerto y tenía la tristeza de no haberle dicho todo lo que le hubiera
gustado. Se sentía vacío por no haberlo hecho.

Muchos son los beneficios de las emociones que todos sentimos, porque todos los
seres humanos somos emotivos, más o menos.
Las emociones son radicalmente necesarias para todos:

Nos enriquecen la vida. Nos deparan imprevistos. Ilusiones inesperadas.


Motivaciones nuevas. Altibajos que rompen la monotonía. Nos hacen capaces
de recibir y darnos asombrosamente. Que son dos constituyentes básicos del
germen de nuestra felicidad.
Hacen más atractiva nuestra personalidad. Las emociones nos otorgan esa
riqueza –única en su combinación– que nos hace tan singulares, tan cambiantes,
diversos, capaces de grandes cimas y de íntimos valles.
Nos provocan la necesaria motivación para hacer algunas cosas, especialmente
las más importantes.
En la emoción encontramos:
– El estímulo para actuar, el impulso para querer, para hacer algo, para cambiar,
para emprender un nuevo camino, para dar la vuelta, para subir más alto, para
decir la verdad, para contar con los demás, para buscar ayuda, para conocernos
sin temor, buscar la verdad, ejercer la libertad, ser magnánimos, generosos, ser
humildes, honrados, descubrir la grandeza de los demás, superar las
dificultades, superar el dolor, la enfermedad, la ausencia…
– Para hacer esfuerzos que no haríamos sin la dosis de motivación que nos
proporciona la emoción.
– Para afrontar nuevos retos.

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– Para no venirnos abajo ante el fracaso, sino aprender de nuestros errores y
mejorar, progresar, evolucionar, ser más, más humanos, más capaces, más
realistas.
– Tolerar nuestra realidad y la de quien queremos.
– Disminuir la gravedad de los defectos ajenos.
– Confiar.
– Corresponder a quienes nos amaron siempre y ahora están enfermos o viejos...
– Aspirar a más.
– Para buscar la felicidad donde verdaderamente podemos encontrarla.
– En la emoción encontramos la suficiente motivación para reconocer la
felicidad, despojarnos de cuanto nos aparta de ella, conquistarla y afincarnos en
ella de una forma creciente.

Las emociones Nos proporcionan fortaleza:


– La fortaleza de continuar.
– De ser fiables.
– La perseverancia que nos hará lograr el éxito.
– Afrontar nuestra verdad, descubrir cómo somos y cómo nos ven.
– Ser veraces siempre. Auténticos. Optimistas. Pacientes. Prudentes. Templados.
Sobrios. Ecuánimes. Esperanzados. Firmes.

Como se deduce de todo lo apuntado, las emociones posibilitan nuestra felicidad.


Nadie es feliz si no siente emociones. Con equilibrio emocional, autodominio,
autocontrol. La felicidad de verdad se hace imposible si eliminamos nuestras emociones.
Si las reprimimos. Para ser feliz lo que hay que hacer es simplemente aprovecharlas,
conducirlas, sacarle rendimiento, para que nos lleven hasta la felicidad que merecemos
todos y tenemos mucho más al alcance de lo que sabemos. Las emociones nos abren las
puertas de la felicidad, si las hemos sabido educar, como un perro lazarillo, para que nos
guíe hasta las puertas acertadas.

Pero también tienen efectos negativos


Las emociones, hemos dicho, proporcionan riqueza a nuestra vida, a nuestra
personalidad, nos motivan, dan fortaleza y posibilitan la felicidad. Pero también pueden
conllevar una serie de efectos negativos que debemos aprender a evitar.
Comenzaremos por enunciar los efectos que podemos sufrir si no nos preparamos, y

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posteriormente analizaremos cómo evitarlos.
Así, las emociones pueden provocarnos:
Trastornos somáticos. Todos hemos sufrido la afección de estómago que nos
provoca el exceso de nerviosismo, la ansiedad, o el enamoramiento. Incluso
taquicardia. Quizá vómitos. Descomposición de vientre ante un examen muy
importante. La caída del pelo ante el exceso de estrés...
Trastornos que hay que vigilar, que hemos de saber controlar, dominar, para evitar
los problemas que pueden acarrearnos nuestras emociones, más o menos serios, en
función de su intensidad.
Inestabilidad. Quien se deja llevar siempre por las emociones, es inestable. Hoy
siente una emoción determinada que le hace actuar de forma diferente a como
actúa al día siguiente, si la emoción que siente también cambia.
Las emociones son muy ricas y variadas. Es su grandeza. La racionalización de
nuestras emociones es precisamente la que nos hará ser coherentes. Dominarlas y
enfocarlas hacia alguno de los principios que libremente hemos elegido para presidir
nuestro actuar, nos asegurará nuestro equilibrio y felicidad. La forma de actuar hay
que definirla, fijarla, preverla, igual que se marca un rumbo de navegación.
Pero hay que hacerlo cuando no estamos emocionados, antes de que nuestro barco
sentimental navegue en altamar y antes, sobre todo, de que llegue la tormenta. Luego,
cuando la emoción llega, lo único que tenemos que hacer es dirigir nuestra emoción
hacia la dirección que habíamos marcado con la razón, y entonces aprovecharla para
que nos impulse, motive y dé fuerzas para acercarnos al fin que nos marcamos. Sólo
de esta manera, todas nuestras emociones nos ayudarán a caminar en el mismo
camino y sentido. Sólo así evitaremos dirigirnos a sentidos contradictorios, sin llegar
por ello a ningún sitio.
Nuestras emociones sí pueden ser contradictorias, para compensar nuestros
sentimientos unos con otros, para fomentar nuestra mayor capacidad, nuestra riqueza,
nuestras aptitudes, nuestras posibilidades. Pero a donde nos dirijan las emociones –es
decir, nuestro actuar– ha de ser a un único rumbo, fijo, estable. Nuestras emociones
distintas han de hacernos conquistar objetivos que no se contradigan ni sean
excluyentes.
Dificultad de concentración. Quien se mueve sólo por las emociones, sin
racionalizarlas, deja lo que está haciendo cuando le sobrecoge otra emoción. Se
distrae a cada emoción que le inunda algún sentido. Es arrastrado por las olas de

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las emociones y no es capaz de perseverar en un esfuerzo. Abandona lo que
hacía cuando siente apetencia por otra emoción, aunque sea contradictoria con
la anterior.
Eso tiene las emociones, que pueden ser tan variadas que caben las contrarias. Por
eso, si nos dejamos llevar siempre por ellas, sin control, nos veremos haciendo cosas
contrarias, con contrarios objetivos, más a menudo de lo que nos damos cuenta.
Inconstancia. Si sólo actuamos cuando estamos motivados, impulsados por las
emociones, fruto de la emoción y no de la voluntad y el esfuerzo, cuando no
sintamos esa emoción no actuaremos. Seremos inconstantes. Estaremos a
merced de nuestros impulsos emocionales y seremos poco fiables. Se podrán
apoyar poco en nosotros, en nuestra ayuda y en nuestro consejo. Seremos poco
necesarios para proyectos largos, importantes, profundos, serios o personales.
Nos hace ilógicos. Las emociones oscurecen nuestra lógica. Pueden confundir
nuestra apreciación exacta de las cosas. Su valor real. Su importancia. La
euforia, por ejemplo, nos puede hacer ver las cosas mejor de lo que son, y el
pesimismo, por el contrario, peor de cómo son realmente. Por eso es prudente
no decidir nunca emocionados. Las cosas importantes no han de decidirse bajo
la influencia de emociones fuertes. De forma que cuanto más importante sea la
decisión, más alejados hemos de estar de ellas, más tiempo hemos de dejar
pasar antes de decidir.
Ansiedad. La ansiedad está provocada por una combinación de emociones.
Llega cuando no dominamos nuestra inquietud antes de que se desboque, con
su mar de complicaciones y consecuencias psíquico-somáticas.
Irritabilidad. Las emociones nos pueden hacer perder el sosiego, provocarnos
excesiva excitación o sentir ira, celos, odio, avaricia, etc., de forma
desproporcionada.
Depresión. Nos pueden conducir a la tristeza, a la inhibición, e incluso a veces a
trastornos neurovegetativos.
Crea hábitos. No siempre damos a este efecto de nuestras emociones, la
importancia que tiene. Las emociones crean el hábito en nosotros de repetirse
ante las mismas sensaciones y éstas ante los mismos estímulos.
Una emoción que notamos que nos hace daño, que deja huella negativa en nosotros,
tiende a repetirse si no la amortiguamos con otra.
Por tanto, si notamos que una emoción nos perjudica cuando surge y así lo

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enjuiciamos una vez ha pasado, hemos de procurar que no se repita mucho en
nosotros. O si lo hace, quitarle la mayor importancia posible y sustituirla por otras
emociones, porque una emoción repetida se convierte en hábito y cuando una
sensación que acaba en una determinada emoción se presenta de nuevo, tiende a
reproducir las mismas emociones resultantes, y éstas, repetidos sentimientos.
Controlemos por tanto las sensaciones, evitando las ocasiones en las que nuestros
sentidos perciben esas sensaciones que nos provocan las emociones que luego nos
disgustan. Controlarlas no es reprimirlas, todo lo contrario, es aprovecharlas en lo que
nos benefician y completarlas con otras más beneficiosas.

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9
CÓMO EVITAR LOS EFECTOS NEGATIVOS DE LAS
EMOCIONES

“No puedo evitarlo. Es verlo y… Luego siempre me arrepiento. Me siento mal. Sé


que me perjudica. Pero es como si estuviera enganchado a repetir sin cura aquello.
Porque el arrepentimiento me dura poco. Falta de voluntad quizá. No lo sé. Pero a
veces me pregunto qué pasa en mi cabeza que me provoca tanta emoción la tentación
de hacerlo una vez más, y no pueda combatirla pese a lo mal que me siento luego.
¿Hay remedio para esto?”. Se trata de la confidencia de un alumno de 15 años.
Trabajamos lo que se explica a continuación. Hoy ya no le agobia aquello que le tenía
obsesionado. Lo evita casi sin esfuerzo, porque ha alimentado emociones contrarias
mucho más fuertes.

Varios son los medios eficaces para evitar o paliar los efectos que pueden dañarnos de
nuestras emociones.
¿Qué debemos hacer con las emociones desagradables que acaban haciéndonos daño,
con las que siendo en principio más o menos atractivas, su huella en nosotros nos
desagrada una vez pasan, nos hace sentirnos peores.

1. Quitarle importancia, trascendencia:


Cuando una emoción en nosotros nos parece dañina, solemos darle importancia,
salta en nosotros una alarma. Algo nos incomoda. Quisiéramos que cesara pronto.
Presentimos que nos dará problemas. Ante estos síntomas, debemos pensar que
estas emociones no tienen realmente tanta importancia, como parecen. Que no
tienen necesariamente que tener tantas ni tan malas consecuencias para nuestra
vida real, si no queremos. Así, igual que debemos hacer con las consecuencias,
debemos empezar por quitarle importancia también a las causas de las emociones
que nos desagradan.

2. Quitarle duración:
Debemos procurar que cese o decrezca cuanto antes. Mediante la distracción.
Concentrándonos en una emoción diferente, o enfriándola mediante nuestra
racionalización de los síntomas y causas de la emoción. Pensando que no es lógica

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tanta emotividad, que no es para tanto, que es desproporcionada, que al final
acabará pasando, que es por tanto temporal y subjetiva, que nos estamos dejando
llevar por una ilusión más que por una realidad.

3. Desligar la emoción de otros recuerdos:


Las emociones tienden a fundirse con otras, porque buscan formar sentimientos,
sólidos y fértiles, que nos provoquen una mayor felicidad. Por eso, cuando
queramos evitar los efectos negativos de una determinada emoción, debemos
aislarla lo más posible. Separarla de otras emociones, más agradables, que luego
nos harán recordarla mezclada con ellas. Así, una emoción que a la larga nos
disgusta, suele unirse a otras más agradables que luego no nos disgustarán. El
cómputo de unidas todas es agradable. Por eso, si quisiéramos superar en nosotros
la primera, habría que aprender a aislarla de las segundas, de esas que se añaden y
son positivas separadas de la primera.
Esta habilidad de supervivencia, que hemos de practicar, de ser capaz de aislar
las emociones, tiene una cara y una cruz.

– La cara:
Suele ser muy útil para remontar en la mayoría de casos las emociones
desagradables o sensaciones de fracaso… sin demasiada importancia. Así, por
ejemplo, si sentimos una emoción desagradable como el sentirnos heridos por
alguien (no hablo de sentirnos humillados, o emociones peores, como las
generadas en una agresión, abuso o un maltrato, de las que hablaremos en un
capítulo específico); es decir, si nos sentimos heridos sin gravedad, un desaire
leve, por alguien que sabemos que de verdad nos quiere y lo demuestra en el día
a día, entonces es muy útil ligar esta emoción desagradable, de malestar por la
ofensa, a otras agradables como son el recuerdo de lo que realmente nos ama esa
persona con hechos, que nos ayudan a ponderar la ofensa en su medida justa y
perdonarla y ver que pesa menos de lo que hemos sentido.
– Pero esta moneda tiene también una peligrosa cruz:
El inconveniente viene si eliminamos la emoción desagradable que precisamente
fuera en algún caso la tabla de salvación, la que nos puede hacer ver que no
debemos seguir con una relación personal, por ejemplo. No olvidemos que las
emociones desagradables, lo vimos anteriormente, son necesarias. Dan muchas
pistas a nuestra inteligencia. Así, si sentimos una emoción: sentirnos humillados,

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por ejemplo por una agresión física o psicológica, esta emoción desagradable
tenemos que saber desligarla de otras emociones que podamos recordar
conjuntamente, como son, por ejemplo, habernos sentidos protegidos en otras
ocasiones, el recuerdo de aquel enamoramiento que sentimos al principio, o lo
atractiva que nos sigue pareciendo en otras circunstancias esa persona. Desligar
las emociones agradables de las desagradables nos permitirá calibrar con más
exactitud, más razón, más acierto, la importancia de una emoción como la de
sentirnos humillados. Y si lo somos realmente (lo que hay que calibrar una vez la
emoción pase) entonces tomar decisiones, sin estar sujetos en tal caso a las
emociones del atractivo o la protección en otras ocasiones. Porque esa emoción
de humillación es la que nos dará fuerza para cortar una relación inconveniente,
por ejemplo. Será nuestra tabla de salvación en un mar confuso de sensaciones.
Ese es su sentido. En definitiva, hacernos ver que realmente quien nos humilla no
nos ama de verdad.

Para poder evitar esta cruz y aprovechar la cara de saber aislar las emociones, es
clave la formación, lo que popularmente llamamos los principios, que serenamente
nos ayudarán a distinguir la importancia de las emociones, y a saber con justicia si
una emoción negativa desequilibra objetivamente la balanza junto a las positivas. Y
al revés. En cualquier caso, ante la duda, hemos de consultar a alguien que nos
merezca confianza y nos parezca más experimentado y objetivo en estas
emociones.
Ya se ve por tanto que es importante desligar las emociones para poderlas
calibrar con mayor acierto. Que siempre han de sopesarse en frío, cuando las
emociones han decrecido, para valorarlas justamente y podamos decidir.
Teniendo en cuenta que cuanto más importante sean las decisiones que debamos
tomar, menos contaminados por las emociones hemos de estar. Más distanciados
de ellas. Para una vez hayamos decidido respecto a cada emoción, entonces sí
permitir que pase a darnos fuerzas para llevarla a cabo y disfrutarla.

4. Cuando queramos deshacernos de la emoción de sentirnos tristes, inseguros…,


comenzar por actuar como si estuviéramos alegres, seguros…
Cuando nos tratan como inteligentes, agudizamos nuestro ingenio para estar a la
altura. Cuando nos dicen que somos amables, explotamos al máximo nuestros
encantos y nuestra delicadeza en el trato con los demás, para mantener, repetir y

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consolidar esta impresión de ser amables generada en los demás, que nos revierten
y tanto nos agrada.
Se trata pues de empezar a generar la emoción deseable nosotros mismos.
Buscar la energía del cambio que necesitamos en nosotros, provocando una
sensación y una emoción de alegría por ejemplo, de seguridad, etc., que aunque
comience forzadamente, al poco notaremos cómo nos aleja poco a poco de la
tristeza e inseguridad de la que huimos y hacemos bien en huir.

5. Reajustar nuestros valores:


Dando más importancia a lo más importante, a lo de consecuencias más graves,
lo más trascendental, lo que mayor huella dejará. Pensar en una acertada jerarquía
de valores, donde nosotros y nuestros sentimientos no seamos el centro, sino que
lo sean las personas que más amamos. Esto nos ayudará sin duda más de lo que
imaginamos a dimensionar adecuadamente nuestras emociones. No sentirse el
centro del universo nos libera, por ejemplo, de muchos susceptibilidades,
malentendidos, desprecios, falta de atenciones, etc., que tanto nos hieren, tanto
nos lastra y empeora.

6. Ocupar nuestra mente en otras ideas que nos llenen:


Sustituir una emoción que nos reporta efectos negativos, por otra que nos llene
de efectos positivos. Distraernos, pero concentrándonos en otra emoción que
sustituya la que queremos evitar. Pensando en otra cosa y provocando así que nos
asalten las emociones que reporten efectos positivos más que negativos.

7. Pensar en lo bueno que nos rodea:


Pensar en la bondad humana. Hay gente muy buena en el mundo. Gente capaz
de grandes cosas por los demás, por ideales nobles, en beneficio de toda la
humanidad o de las personas que le rodean. Excusemos los defectos de los demás.
También a nosotros muchas más personas de las que pensamos nos excusan
nuestros defectos. Es una realidad aunque en temporadas podamos dudarlo.
Pensemos en lo bueno a nuestro alrededor o algo más lejos si es necesario. La
propia naturaleza recomienza maravillosamente tras lo que parece que es
aniquilación y no lo es, porque la naturaleza siempre se empeña en renovarse,
dándonos nuevas oportunidades.

8. Aflojar los músculos y relajarse:

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Es importante aprender a relajarnos. Todos los seres humanos, por el mero
hecho de tener emociones intensas, debemos saber cómo descargarnos de la
energía que nos generan y relajarnos. Debemos saber respirar hondo, intentar
sosegarnos, seguir los pasos de relajación de cualquier página web seria sobre
técnicas de relajación. Es muy conocida la técnica de Schultz, pero hay muchas
más, sencillas y efectivas.
Entre otras posibles, por ejemplo, y entretanto perfeccionamos nuestra técnica,
podemos comenzar por un ejercicio sencillo:
– Ponte ropa cómoda y descálzate.
– Deshazte de todos los complementos que lleves puestos y si llevas el pelo
recogido, suéltalo.
– Después y muy suavemente haz unos cuantos movimientos giratorios lentos con
los pies, con las manos y con la cabeza (si no tienes problemas de mareos o
cervicales).
– A la vez que los haces ve respirando profundamente.
– Túmbate en la cama, el sofá, una tumbona o similar, y apaga la luz. (Si quieres
puedes tener una luz tenue encendida y música relajante puesta).
– Ten el cuerpo estirado boca arriba y lo más cómodo posible.
– Respira despacio.
– Entonces empieza a imaginar un cielo azul maravilloso, sin una nube.
– Durante un rato recuerda el olor y sensación del aire cuando el cielo está
despejado.
– Recuerda lo a gusto que te sientes ante un día así.
– A ese cielo dibújale en la mente un inmenso y profundo océano azul.
– Observa detenidamente que está en calma y que puedes oír las suaves olas.
– Siente la profundidad y serenidad de ese mar durante otro rato.
– A continuación, a ese cielo maravilloso y al sereno y profundo mar, añádele un
bello sol amaneciendo.
– Inúndate de la sensación de frescura y renovación que nos transmite el amanecer
todos y cada uno de los días de nuestra vida.
– Y durante un rato disfruta de él.
– Introdúcete a ti en la imagen encima de una verde hierba.
– Siente el frescor y relajación que te transmite y disfruta de ella otro rato.
– Para finalizar, visualiza el conjunto y durante varios minutos disfruta de la

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serenidad que te aporta hasta que te sientas completamente relajado.

Si no funciona del todo puedes volver a respirar hondo. Sonreír. Sentirte con
verdadero valor. Valioso. Muy valioso. Más valioso que lo contrario. Capaz de todo.
Respira aún más hondo. Más hondo y rítmicamente. Despacio. Piensa:

– Nada es realmente tan importante si nos hemos equivocado, como seguir vivos y
poder pedir perdón y cambiar.
– Nada es tan importante si podemos pedir ayuda.
– Nada es tan importante si tenemos a alguien, aunque sea lejos.
– Nada es tan importante si podemos buscarlo.
– Nada es irremediable mientras recordemos.
– Mientras vivamos.

Respira, sigue respirando hondo y rítmicamente. Hasta que notes que la emoción
negativa está decreciendo, que hay otras emociones más positivas, que merecen la pena
recordarse más, y deja que éstas vayan sustituyendo a las negativas, una a una.

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10
LA CABEZA Y EL CORAZÓN: DOS EN UNO

Una persona muy conocida, que lo tenía casi todo y salía en las revistas nacionales
e internacionales como ejemplo de felicidad, en una ocasión me dijo: “Mi cabeza me
manda lo que mi corazón contradice con una fuerza insuperable, porque ir contra la
cabeza es más fácil que contra el corazón”. Al poco se publicó su tragedia.
En otra ocasión un amigo me confesó convencido lo contrario: es más fácil seguir a
la cabeza que al corazón.
Ninguno llevaba razón.

La cabeza y el corazón son dos realidades muy distintas que operan en una sola
persona y deben operar en cada ocasión ambas.
Necesitamos tener ordenada nuestra cabeza y bien aprovisionado nuestro corazón: esa
es la clave de la convivencia en un solo ser y una sola vida de las dos coordenadas
necesarias del ser humano.
Desde la Edad Media en la literatura española se utiliza el corazón como símbolo del
refugio donde guardamos, generamos y gestionamos nuestros sentimientos, emociones,
toda nuestra afectividad.
Sin duda el corazón, con su palpitar y arritmia, tiene mucho que ver con los
sentimientos y emociones, como lo tiene el estómago, el temblor de la voz, el titubeo, el
sonrojo de nuestra piel y múltiples manifestaciones de cuanto nos pasa y recorre nuestro
cuerpo entero, pero realmente nuestra afectividad y nuestra razón, nuestro corazón y
nuestra cabeza, no tienen su castillo sólo en nuestro corazón.
El afecto, el habla, el cálculo, la inteligencia y sus variados usos, la memoria, nuestra
conciencia, la creatividad, la generación de ideas jamás asociadas antes por inteligencia
humana, nuestra creatividad, y todas las potencias de nuestra mente, ocupan espacios
muy próximos dentro de nuestro cerebro.
Pero a veces no sólo nuestro cerebro es su castillo. Somos un uno, complejo. No sólo
cerebro, no solo corazón, no solo piel, no solo manos… Somos un ser humano
completo. Único. Irrepetible. En todo nuestro ser está el corazón y la voluntad y la
inteligencia, no sólo en nuestro cuerpo.
Nuestro cuerpo es quien registra lo que nuestro espíritu genera y lo que en nuestro

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espíritu sucede, que es distinto.
Ambos: espíritu y cuerpo se necesitan. Necesitan ir unidos, al unísono. Establemente.
Coherentemente.
Cabeza y corazón, razón y afectos, son distintos, pero inseparables. Por eso hemos de
cambiar nuestra cultura predominante, que tanto interesa a los medios de comunicación
por su inmediatez. Esa que potenciada por el Racionalismo del siglo XVIII (cabeza igual
a razón) y por el Romanticismo del XIX (corazón igual a afectividad), separaba uno y
otro en el siglo XX, hasta presentarlos como contradictorios. Como si tuviéramos que
seguir a nuestra cabeza o por el contrario a nuestro corazón. (“El corazón tiene razones
que la razón desconoce”, dijo Pascal). Sin embargo, no es a uno o a otro a quien
debemos seguir. Ambos son ineludiblemente complementarios. Siempre. Aunque uno
aporte más información y elementos para decidir y debamos darle más importancia,
según la ocasión.
Esa cultura extendida a finales del siglo XX nos sigue diciendo hoy que corazón y
cabeza son tan distintos, que resultan excluyentes. Y así nos va.
Es hora de concebir ambos como complementarios, indisolubles, tal y como son.
Algo parecido a lo que quiso transmitir Cervantes en su principal obra. Donde Quijote
es el idealista y Sancho el realista, pero ambos se entrecruzan conforme evoluciona la
historia y sus vidas, de forma que al final Quijote en el lecho de la muerte habla desde el
realismo y es Sancho quien recurre al idealismo para sobrevivir. Unidos y confundidos
uno y otro para siempre. Complementados necesariamente en cada ocasión. De hecho
los dos personajes de Cervantes en realidad representan –así se estudia en la crítica
literaria universal– dos concepciones dentro del mismo ser humano, nuestro yo realista
(Sancho = cabeza), con los pies en el suelo y atendido siempre por el sentido común y el
pragmatismo, a veces rastrero; en convivencia necesaria con nuestro yo idealista (Quijote
= corazón), capaz de aspirar a lo más noble, de implicarnos personalmente hasta lo que
otros juzgan desde fuera como absurdo o locura, porque no son capaces de ver ni sentir
lo que nuestra entrega sí es capaz de hacernos ver, en servicio a lo que amamos, a
nuestro deber y principios. En ambos radica el heroísmo. Porque heroísmo sin razón es
locura y pragmatismo sin corazón: mediocridad y bajeza.
Ahora, cumplida ya la primera década de un nuevo siglo, deberíamos concebir
fructíferamente inseparables nuestra cabeza y corazón. Vivir con plenitud una vida
emocional razonada y una razón iluminada con la magnanimidad de nuestra emoción:
una razón emocional. Sentir y emocionarse y pasar nuestras emociones por la razón para
sopesarlas. Recordemos: pesarlas y pasarlas. Es decir, descifrar su valor, concluir si

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debemos desecharlas o darles paso y hacerlas fructificar en nosotros, asociándolas a
otras emociones, conjugándolas en sentimientos cada vez más labrados, profundos y
duraderos y aceptándolas como parte de nuestra historia afectiva ya para siempre.
Pero, además –hoy quizá más que nunca– nuestro amor requiere razón.
En el siglo XX se impusieron en el arte las vanguardias. Algunas de ellas consistían en
dejarse llevar por las impresiones, por las primeras asociaciones de ideas, por las
primeras emociones, los primeros sentimientos, sin permitir que la razón los tamizase y
limitara, como si fuera una esclavitud en lugar de un ejercicio de voluntad y libertad:
consciente. Por eso, los que más triunfaron en todo el mundo fueron artistas que,
aprovechando estas vanguardias excéntricas –como por ejemplo el dadaísmo–,
encontraron sin embargo el equilibrio entre esta espontaneidad y el arte fruto del trabajo
concienzudo: inspiración, esfuerzo y técnica unidas. Así en Literatura, por ejemplo,
autores como los integrantes de la Generación del 27 (Lorca, Aleixandre y amigos),
encontraron ese equilibrio, punto intermedio, esa falsa naturalidad, inspiración buscada
en la mesa de trabajo, que les dio un Premio Nobel y el éxito universal, segunda cumbre
de nuestro arte literario después del Siglo de Oro (el de Cervantes, Lope, Calderón y
otros, donde el corazón no abandonó la cabeza; basta leer los autores citados).
¿Cuál fue la clave de uno y otro momento cumbre de nuestra historia literaria? Entre
otras, la combinación imperceptible de trabajo e inspiración, técnica y espontaneidad,
tradición y creatividad, razón y emoción, cabeza y corazón.
Hemos de aprender de ellos y unir, al sentir y vivir, nuestra cabeza –el sentido común–
a nuestro corazón e impulsos afectivos. No deberíamos tomar decisiones teniendo en
cuenta sólo nuestro afecto, nuestras emociones. Rebajemos la emoción para calibrarla
con mayor exactitud antes de que nos lleve a tomar una decisión comprometida. Porque
toda decisión que se toma con el corazón compromete nuestra razón también, no solo
nuestro afecto.
Entreguemos con cabeza nuestro corazón a quien amamos y hemos decidido seguir
amando. Con grandeza. Sin más interés que hacer feliz y ser feliz.
Es algo más práctico de lo que pudiera pensarse. Poner la cabeza en el corazón lo
hacemos, por ejemplo, cuando al tener que regalar un regalo de cumpleaños, pensamos
en qué le gusta al otro y no en qué nos hace ilusión a nosotros regalar. Es, por ejemplo,
pensar cómo adelantarnos a sus peticiones: qué puede necesitar antes que lo pida e
incluso lo note. Pensar –razón– si tendrá sed, porque llevamos andando toda la tarde, o
si estará cansado, y adelantarnos y facilitarle que sacie su sed o descanse antes de que lo
reclame e incluso antes de tener consciencia de su cansancio o sed. Hacerlo con

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emoción, quererle, nos mueve a hacerlo con la amabilidad, atractivo, oportunidad y
emoción que más le llena al otro. Lo conmovemos y al hacerlo nos sentimos bien,
correspondidos, amantes y amados: satisfechos, más felices, y el otro también. La razón
nos hizo acertar al decidir qué y cómo actuar, nuestro afecto añadió los aspectos más
sabrosos de ese cómo y nos dio la fuerza y constancia para conseguirlo y transmitirlo,
llevarlo a cabo y comunicar nuestra intención y nuestra implicación al hacerlo. El éxito
está servido, porque somos todo nosotros: razón y afecto. Nosotros y el otro.
Poner la cabeza también es acertar quién es merecedor de nuestro centro. Y quién
adecuado para ocuparlo. Que no traicione el centro que le damos y que no nos expulse
del centro que nos prometió para siempre.

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MÁS SOBRE EL AMOR

Alguien me dijo: “He leído tus 99 trucos para ser más feliz”.
Ojalá hubiera algo así sobre el amor.
Porque llevo una racha en que dudo si realmente sé qué es eso de amar de verdad.

Al estilo de los 99 trucos para ser más feliz que publiqué hace algunos años, incluyo a
continuación una serie de puntos sobre los que conviene alguna vez reflexionar. Menos
de 99 porque empezar a amar es más sencillo que terminar haciéndolo y cada vez mejor:
ser feliz.
1. El amor verdadero exige amar con cabeza, lógica, prudencia, astucia y como el otro
necesita. No satisfaciéndole en algo que luego le hará sentirse mal y acabará
separando a los amantes.
2. Nadie ama de verdad si no gobierna y somete la propia tiranía de su corazón y su
cabeza. Para amar es preciso liberarse de la mayor esclavitud: nuestro yo por
encima del otro.
3. No ama de verdad quien no desaparece al ponerse al lado de la grandeza de lo que
ama.
4. No se siente amado quien no ama mucho.
5. Se siente amado quien cree que le aman más de lo que merece.
6. Para amar hay que tomar en serio sólo las cosas serias. Enterrar la susceptibilidad.
7. No sabe amar quien no perdona de verdad y para siempre.
8. Quien ama a una persona real, no puede asombrarse de que tenga defectos. Quien
no soporta los defectos de otro, no soporta los suyos propios.
9. Quien ama mucho sabe que le soportan mucho, perdonan mucho, quieren mucho y
aman más.
10. Todos somos más amados de lo que nos damos cuenta en el día a día. Y por más
personas de las que percibimos.
11. Los amantes tienen vocación de infinito. El amor empieza pero nunca acaba si se
ama sin límite y de verdad. Nunca acaba. Ni con la muerte.
12. Nadie puede amar por otro, ni de la misma forma.

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13. El amor no sólo gobierna el sentimiento, el deseo o el espíritu. Sino que quien ama
de verdad lo hace con hechos. El ser humano rezuma por la boca, los ojos y las
manos, cuanto llena su corazón. En la vida –en los hechos– se unen con evidencia
el corazón y la cabeza.
14. El amor duradero no se encuentra por azar. Como no se encuentra la felicidad.
Ambas se construyen. Con esfuerzo, buenos materiales, empeño, ilusión, ciencia,
emoción y tiempo.
15. No son importantes los detalles que pueden tenerse con alguien. Ni los favores que
se hagan. Lo verdaderamente valioso es por qué y para qué se hacen.
16. Sólo las personas son dignas de ocupar el centro de otra persona.
17. Las personas que se enamoran sobre todo de sí mismas tienen baja autoestima, un
escaso concepto de sí; tanto que no pueden compartirse temiendo que se divida y
mengüe.
18. Todos los seres humanos –hasta los pervertidos y asesinos– tenemos un tesoro
que se nos concede al nacer: nuestra capacidad para ceder nuestro centro de
atención y dedicarnos a otro. Por eso, el mayor desamor no es el conflicto, sino la
indiferencia. Echar a alguien lo más lejos de nuestro centro.
19. Amar sin perder la cabeza nos lleva a elegir bien a quien es merecedor de nuestro
centro y acertar:
– porque coincide con nuestros principios, los principios que creemos que nos harán
felices, aunque en lo que no son principios seamos radicalmente distintos;
– porque nos respeta sin engaños;
– porque nos demuestra que somos parte nuclear de su propio centro;
– porque su educación, su forma de ser, su predisposición, su actitud y su fuerza de
voluntad, es la suficiente para no traicionar nuestra entrega.
20. Amar es lo máximo. Lo que más nos puede llenar. Lo que más nos puede
engrandecer, mejorar, hacer feliz. Y más llena, engrandece, mejora y hace feliz,
quien es mejor.
21. Acertar es poner la cabeza. Y amar, dejándose amar.

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12
DEPENDENCIA EMOCIONAL SIN LIBERTAD

Al consultorio radiofónico que cada lunes respondí en directo, durante tres años,
llamó una joven de 35:
“Llevo cinco relaciones.
Todas se me rompen a los dos o tres años. En cuanto una termina, me digo: no más,
no merece la pena, todos los hombres son iguales. Pero no tardo ni siquiera un mes en
volverlo a intentar. Reconozco que cada vez exijo menos. Siento que estoy harta.
¿Cómo puedo lograr ser feliz?

La adicción amorosa es tan antigua como el ser humano.


La podemos llamar verdadera adicción por las notables coincidencias con otras
adicciones que podríamos sufrir.
Quien padece adicción amorosa, siente una necesidad que no puede resistir, que le es
difícil controlar, la necesidad de:

Tener alguien a su lado, a quien necesitar, con quien mantener estrecha relación.
Tener pareja y tenerla cerca físicamente.
Ocupar con esa persona el centro de su atención constante.
Hacer cuanto sea posible por estar con ella. Juntos. Necesitar su presencia.
Sufrir ansiedad, depresión, frustración, baja autoestima y otros síntomas propios
de cualquier síndrome de abstinencia, si no logramos tener cerca a la persona
que amamos.

Hasta ahí más beneficios que inconvenientes. Pero hay un paso más allá de la adicción
amorosa. Estamos ante una dependencia emocional cuando nuestra adicción nos hace
sentirnos insuficientes, dependientes. No sentirnos valiosos por nosotros mismos sin el
otro. Separarnos de ese alguien nos hace sentirnos mal físicamente. Sentimos profunda
añoranza desde que se va: un vacío provocado por el hecho de no tenerlo ante nuestra
presencia física. Y nos sentimos incapaces solos e incluso nada valiosos.
Los grandes amores en verdad no requieren la presencia física constante para
alimentarse. En la dependencia emocional, esta presencia es vital. Su ausencia provoca

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un vacío creciente que asfixia y liquida como individuo personal a quien sufre la
dependencia emocional. Porque quien ama completamente se da entero, pero alguien ha
de poseerse para poder darse. Dominarse personalmente. La personalidad, el
autoconocimiento y el autodominio, son tres consecuencias y al tiempo condiciones
imprescindibles en el amor pleno, consecuente, fecundo y maduro.
Para poder darse hay que dominarse. Lo que ocurre en caso de los grandes amantes,
pero no en el de los dependientes emocionales.
La adicción amorosa puede ser sana, pero sólo en una relación amorosa donde ha
quedado demostrada en el día a día la libertad, la madurez y el autoconocimiento de los
amantes y como cada uno de ellos –los dos– vive para el otro.
Así puede darse –no necesariamente se da– en una de las relaciones amorosas más
tendentes a la dependencia: la religiosa. Por ejemplo, en la relación tan singular de un
creyente católico con su Dios Creador, que le cuida, protege, procura lo necesario,
incluida la cruz, el sufrimiento expiatorio y fecundo, para lograr el premio final de la
felicidad sin fin, fruto del amor a Él, a los demás y a sí mismo. Siempre que este amor
sea libre y alegre, no fruto del miedo.
Por otra parte, cierta adicción amorosa a alguien, que objetivamente nos mejora,
puede darse en un amor práctico y real entre amantes entregados voluntariamente, que
con sólida personalidad y autoestima, simplemente consideran a ese otro que han
encontrado, el centro voluntario de sus vidas. Pero con un amor libre que en realidad
podría dejar si quisiera, aunque a veces no se lo parezca.
El verdadero amor ha de ser siempre libre. Voluntario y por eso valioso. No adicto.
Quien nos ama ha de amarnos porque así lo decide y no porque no podría vivir por sí
mismo sin amarnos, sumiso o porque se sienta incapaz, inferior, esclavo. En lugar de rey.
Quien ama también ha de hacerlo libérrimamente. Seguiría sobreviviendo, existiendo,
seguiría siendo valioso y teniendo autoestima, si no amara. Pero desea hacerlo
voluntariamente. Poner al otro en el centro libre de su atención y su vida. Con lo que su
vida se engrandece.
Pero no hablamos en este capítulo de esa dependencia sana, voluntaria, de quienes se
sienten valiosos por sí solos y al tiempo viven pendientes de la felicidad de otro, siendo
así muy felices. Sino de esa otra enfermiza. Esa que pone su dependencia en alguien no
merecedor de tanta atención, porque no le mejora, no le corresponde, le traiciona, o le
exige una infravaloración para sentirse superior.
Cualquier amor que se pueda llamar tal, ha de ser humano, digno, libre y beneficioso.

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Por eso, en el ejemplo del amor de los católicos con un Dios todopoderoso y creador, ese
Dios no se hace presente si no es a través de la fe que por definición es voluntaria;
porque así ha de ser para que el amor pueda ser verdaderamente libre, condición que el
amor cierto exige.
La dependencia emocional está sin duda tras muchos de los matrimonios fracasados
que nunca debieron llegar a ser matrimonios o de hecho no llegaron a serlo
auténticamente, y que se fraguaron en noviazgos dependientes que debieron cortarse a
tiempo.
En ese consultorio que respondí durante tres años, aprendí que la dependencia
emocional es más común de lo que parece y más insana de lo que apreciamos, y que
puede generar una inestabilidad y esclavitud enormemente destructiva, con
consecuencias costosas de reparar.
Veamos mejor en qué consiste esta dependencia, cuáles son sus síntomas y cuáles sus
causas.

¿Qué es?
La dependencia emocional consiste en el padecimiento de necesidades emocionales
insatisfechas, frustradas, que se intentan cubrir con otras relaciones estrechas
interpersonales, que derivan en una mayor frustración, insatisfacción, o al menos en una
relación básica interpersonal primitiva y de escasa satisfacción y mejora personal.

Causas
Entre las posibles causas de la dependencia emocional, hemos de apuntar
especialmente una:
La carencia afectiva temprana. La ausencia de adultos de sólida referencia vital
durante la infancia. O la presencia de adultos (padre, madre, principalmente) que no han
demostrado el afecto en la dosis y frecuencia necesaria, especialmente durante los tres
primeros años de vida.
La carencia afectiva es más frecuente de lo que sospechamos.
Si nos acostumbramos a ver esa carencia a nuestro alrededor, sin darle la importancia
que tienen sus consecuencias, es porque sin duda se trata de una insuficiencia afectiva en
un grado menor a otras carencias que conducen a trastornos psicopatológicos más graves
y antisociales. Dicho de otro modo, a menudo no damos importancia a estas carencias

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porque no dan como resultado hijos antisociales, y no parece muy importante que
nuestros hijos sean dependientes emocionales, con baja autoestima, porque son sociables
y eso parece que es lo más importante. Incluso más que su felicidad. A veces los padres
desconocen que la felicidad de su hijo tiene más que ver con la autoestima que con la
sociabilidad.
Así, los hijos que tienden a establecer con facilidad relaciones interpersonales, damos
por hecho que no tienen grandes problemas y no nos damos cuenta de que lo esencial no
es que nuestros hijos sean sociables. El objetivo de todo padre y madre –también
cualquier educador– no es la socialización de su hijo. Nuestro objetivo final, único
justificado como padres y educadores, es que nuestros hijos o educandos se sientan
queridos, aprendan a querer, dejen de necesitarnos lo antes posible y hagan suyas
libremente las claves de la felicidad y la alcancen realmente.

¿Cuáles son los síntomas?


La persona dependiente emocional:

1. Necesita que los demás le aprueben y aprueben lo que hace, lo que dice, lo que
piensa…

2. Necesita la presencia del otro, o estar enganchado al otro por teléfono, sms,
email…

3. Alimenta en su fantasía relaciones personales platónicas. Así, por ejemplo, si en un


aeropuerto ve a un famoso, aunque sea a larga distancia, ya se siente más cerca de
él, aprueba más lo que hace y dice, lo defiende más, lo admira más, se siente más
parte de él o ella, simplemente por haberlo visto de lejos.

4. Normalmente muestra una aptitud subordinada ante los demás. Se acostumbra a


que su opinión y sus gustos no sean protagonistas en las elecciones. Se habitúa a
renunciar a sus sueños y principios, sus ideas y deseos, con tal de convivir en paz.
Aquí me parece importante explicar que cuando alguien se entrega libremente,
puede parecer que también presenta estos mismos síntomas, porque quien ama de
verdad está más pendiente del otro que de sí mismo, ya que su fin principal es
hacer feliz al otro y así logra una mayor satisfacción y felicidad propia. Pero aquí
no hablamos de esta entrega amorosa de los propios gustos. La diferencia está en
que en una relación emocionalmente sana, cuando alguien se cede amorosamente

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en beneficio y protagonismo del otro, lo hace voluntariamente, porque quiere
satisfacer al otro, no porque necesite satisfacerlo para poder convivir en paz con él.
Quien ama de verdad, es decir, libremente, entrega su propio juicio y gusto porque
busca un fin mayor: la felicidad y bienestar de la persona que ama más que a sí
mismo. En el caso de la dependencia emocional, su renuncia es fruto de la
necesidad, de la sumisión como única opción para mantener la relación. Un medio
para poder recibir algo que le permita seguir justificando la relación de la que
depende y no puede dejar de depender, aunque para ello tenga que renunciar a
todo, también a sí mismo, como condición.

5. Por muchas relaciones que tenga, la persona dependiente emocional, siempre


sentirá insatisfacción y soledad. Aunque sienta que su soledad sería mayor sin esa
relación. El dependiente teme tanto a la soledad, que prefiere depender
emocionalmente, antes que sentirse solo o sola. Cuando la relación se inicia, la
soledad de la que huye se ve mitigada con la nueva relación, adornada por sus
grandes expectativas y la fantasía platónica. Luego, conforme la relación avanza, la
soledad va creciendo. Cada vez la relación mantenida llena menos el vacío de la
soledad. Pero el dependiente emocional sospecha que peor sería cortar con la
relación, e intenta mantenerla pese a la soledad creciente.

6. No recibe amor del otro. Se acostumbra a no ser querido como desearía. Se aferra
a su relación, aunque no le llene y esto alimenta aún más su baja autoestima. Nunca
se ha sentido totalmente querido, ni ha aprendido a querer sanamente, por eso no le
parece tan dañino contentarse con no serlo en verdad.

7. A menudo presenta ansiedad, depresión o tendencia a la misma. No rinde sus reales


talentos, los muchos encantos que realmente tiene. Se minusvalora.

8. Unos trastornos, los anteriores, que pueden derivar en el abuso de sustancias como
tabaco, somníferos, tranquilizantes, alcohol y otras drogas.

9. Su excesiva sumisión, que se hace cada vez menos atractiva para el otro, junto a
otros factores que nutren el hastío de la relación, provoca con frecuencia la ruptura
promovida por quien realmente gobierna la relación: el otro. Dándose lugar a
rupturas muy traumáticas, que hunden más aún al dependiente en la baja autoestima
y hace que tras la soledad del abandono, busque aún más desesperadamente otra

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relación, con mayor dependencia y menor exigencia.

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13
LA TRAMPA EXTENDIDA DEL MALTRATO

“Yo no sé qué haría si viera a mi alrededor un maltrato”,


me dijo una persona que intuyo que lo veía, aunque nunca lo supe.
“Si la víctima no hace nada ni deja hacerlo a quien conoce el maltrato, ¿no sería
traicionarla intervenir desde fuera, si no lo hace ella?”.
Le dije que el maltratador es un enfermo intencionado, el maltratado puede serlo
también sin intención éste, y si el espectador calla, es el verdugo siempre o al menos el
juez de la sentencia.
En contra de lo que parece, el maltratado está gritando auxilio a quien ve su
maltrato y le ama, pero no sabe cómo salir de ese callejón… sin ser más dañado.

El maltrato –del tipo que sea– es un acto de cobardía consistente en una agresión que
presenta las siguientes constantes que lo definen:

Los maltratos son intencionados,


Se repiten y prolongan en el tiempo,
Lejos de la mirada de adultos que el maltratador considere que puedan
impedirlos o denunciarlos,
Se infringen con la intención de humillar,
Abusivamente: el agresor hace uso del mayor poder que tiene sobre la víctima,
que no sabe cómo defenderse ni tiene quien la defienda, o no lo busca.

El maltratador, hombre o mujer, psicológico o físico, padre, madre, hijo o hija,


pariente o conocido, es un desequilibrado emocional.
En todo maltrato se unen tres disfunciones emocionales:

La que padece el maltratador,


La que padece la persona maltratada que por miedo o sumisión no huye o pide
ayuda,
La del espectador. Ya que lo habitual es que haya quien vea, oiga o intuya los
maltratos.

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Veamos los tres agentes por separado.

El maltratador
Sólo psicológica o psicológica y físicamente, quien maltrata es un maltratador. Y no
hay disculpas ni razones que puedan justificarlo.
Ninguna persona debe sufrir el maltrato, la humillación y el daño que conlleva la
violación de la dignidad que todo ser humano tiene y por tanto merece por el mero hecho
de serlo.
Nunca. En ninguna circunstancia. Por ningún motivo. Individualmente ni amparándose
en ninguna colectividad. Siguiendo ninguna ley, ni incitado por la cultura difundida por
ningún Estado. Desarrollado o no. Moderno o antiguo. Cercano o lejano. Provenga de
hombre o mujer. Con ninguna justificación posible hoy, ayer ni mañana.
El maltrato físico y psicológico, público y doméstico, son todos uno. Por eso, ninguno
es más grave. Lo son todos.
El maltrato doméstico y el de la víctima de lo que llamamos internacionalmente
bulling, son quizá menos notorios o tardan más en manifestarse. Por ello el maltratador
es más cobarde.
A estos maltratos, por ser los más relacionados directamente con el laberinto de los
sentimientos que nos ocupa, son a los que nos referiremos especialmente en este
capítulo. Aunque en verdad, cualquier tipo de maltrato (laboral, vecinal,…) sigue el
mismo esquema y proceso.
El maltrato físico se da al mismo tiempo que el psicológico, en la misma persona y en
el mismo maltratador. Aunque para definirlo mejor, el maltratador físico padece un
notable complejo de inferioridad, poco inteligente, más impulsivo, primitivo, agresivo,
que no aprendió a querer de verdad y no logra auto-controlarse, no tolera la
contradicción, y considera que el mundo ha de ayudarle a no poner en evidencia sus
carencias, que son muchas y graves, y lo sabe.
En tanto que el maltratador psicológico, aún pudiendo ser físico y psicológico, como
este último, es una persona más vengativa, menos impulsiva, más fría, cobarde y sibilina,
que intenta llegar a la culpabilidad del otro para infringir así más daño y más prolongado.
Ambos se dan al tiempo y en el mismo acto.
El maltratado se siente culpable. Es verdad que la culpabilidad en general –no esta–
puede ser curativa en ocasiones, fructífera y fecunda. Pero entonces se trata de
arrepentimiento más que de culpabilidad. El arrepentimiento es el que hace conocernos

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mejor, objetivamente. Porque es la verdad la que nos salva y nos hace progresar. El
arrepentimiento no nos hunde. La culpabilidad sí. El arrepentimiento nos hace reconocer
que debemos mucho a los demás, porque nos ayudan a sobreponernos, no dándoles
importancia cuando realmente somos la causa de nuestros errores y sobrellevándolos con
amor. Ahí está la clave de la diferencia. Le debemos a quien nos ama que la culpa no
aplaste nuestros deseos de mejorar, sino que nos excusa, comprende, nos quiere por
encima de los defectos, pese a ellos y no soporta vernos con la sensación de culpa. Con
optimismo nos alienta a recomenzar, más excusados y redimidos por quien nos quiere de
verdad y sin condiciones.
El maltratador no es así. Por el contrario, huye de ayudar al otro. Desea que cada vez
se sienta más culpable. Hace todo lo posible para ello. Es su forma de arrinconarlo. De
someterlo. De tenerlo atado y encerrado. Culpable. Porque mientras consiga que se
sienta merecedor de su maltrato, no podrá escapar de sus garras. No dejará de auto-
infligirse el castigo el propio maltratado cuando no esté presente el maltratador.
Los maltratos físicos se sufren siempre, aunque se infringen cuando el maltratador está
presente. Sin embargo, en ausencia del maltratador permanecen los maltratos
psicológicos, que siguen efectuándose cuando el no está presente, porque se renuevan y
crecen, porque están vivos en la mente de la víctima, como vivo está el dolor creciente,
la poquedad y la aniquilación continua.

El maltratado
Quien es maltratado sufre una continua degradación en espiral de su valía, su
emotividad y personalidad, y va vaciándose a cada maltrato.
El maltratado tiende a justificar lo que le pasa, culpándose a sí mismo. O al menos
quitándole la gravedad que otros verían si conocieran su sufrimiento. Lo sabe.
Reconocerlo y pedir ayuda cree que le esclavizará aún más, por la marca que le dejará
y los efectos que teme tenga que soportar si lo hace. Vergüenza y temor, por tanto, que
hace al maltratado aguantar lo que nunca debiera, porque el silencio no soluciona el
problema, sino que lo agrava considerablemente. Esto es lo peor. El maltratado cree que
simplemente lo oculta, al padecerlo en silencio y a escondidas. Pero lo cierto es que la
enfermedad emocional que padece el maltratador no deja de crecer ante el silencio y la
impunidad. Lejos de curarse, con el silencio el maltratado alimenta cada día más su
maltrato, porque se cree cada vez más culpable.
Miedo y vergüenza. Las dos esposas que encadenan a las personas maltratadas. Cuya

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liberación, por tanto, solo pasa por liberarse de ellas. ¿Con qué llaves?
Con la llave de la Valentía, que mitiga el miedo hasta lo suficiente, aunque no lo
elimine. La Valentía de saber que las personas merecen ser tratadas como personas. Que
los enfermos deben curarse y que no se hace ningún bien a nadie manteniendo un
maltrato. Que pase lo que pase, no será peor. Porque solo estamos desvelando la verdad
y la verdad –aunque se tema– es la cura y la solución, no el problema. El problema en
parte es el silencio.
Cada uno ha de enfrentarse a su propia responsabilidad, hacer lo que cada uno debe en
su papel.
El maltratado pidiendo ayuda a quien pueda dársela.
El maltratador asumiendo su responsabilidad como tal y cumpliendo con su
rehabilitación social y médica.
El espectador saliendo de la complicidad que más adelante analizaremos y provocando
la solución al drama.
Sólo asumiendo su papel cada uno de ellos, realmente los tres encontrarán su
liberación, la verdad de su condición, su situación, sus acciones, sus hechos, su curación,
su salvación. Aunque haya que pasar por el aparentemente insuperable obstáculo de
hacerlo público. Sólo insuperable en apariencia, porque el parecernos insuperable es
precisamente una de las características de la relación del maltratado con el maltratador y
una de las ventajas de este último sobre la víctima. Si no le pareciera al maltratado
insuperable ese obstáculo, si no creyera realmente que hacer pública su situación será
aún peor, no persistiría el maltrato, ni siquiera habría maltratadores.
Por otra parte, quisiera a continuación detenerme en un aspecto que apunté en el
apartado anterior: la mezcla de emociones.
Decíamos que para evitar una emoción desagradable, uno de los mecanismos que
debíamos emplear era aislarla de otras emociones agradables que, unidas a la primera,
nos impide liberarnos de ella.
Esto deberían hacer especialmente las personas maltratadas: no compensar, con
agradables, sus emociones desagradables, las que sienten al ser violadas en su dignidad
personal.
Los maltratos jamás están justificados ni siquiera cuando uno se crea más tonto e
ineficaz que otro. Todos tenemos derecho a ser más tontos que otros, más defectuosos,
menos eficaces, menos ágiles, menos hábiles, menos guapos, menos agradables, y a
portarnos como somos. Como también tenemos el deber de intentar, con la motivación y

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el estímulo de sentirnos queridos de verdad, mejorar como personas, por el cariño y
amor sincero y desinteresado que nos tienen y tenemos. Con nuestros defectos.
El maltratado debe aislar la emoción desagradable de esta violación, que se añade a
otras emociones y conforman un sentimiento desagradable, de cualquier otra emoción
agradable como la de sentirse mejor protegido con el maltratador. O de la emoción de
preferir evitar el miedo y la vergüenza de hacer público su esclavitud.
Aislando las emociones, podemos valorarlas con mayor exactitud y decidir qué
debemos hacer. Analizar si objetivamente estamos siendo maltratados o no y el único
camino que nos queda para dejar de estarlo. Sin excusas. Pensar “es que yo también le
provoco”, es síntoma de la existencia de un auténtico maltrato.
Se dice que hay que ser muy valiente para huir. A menudo es la única solución.
Reforzar nuestro ánimo. Recordar las emociones más hermosas que sentimos cuando
nos sentíamos amados. Saber que, seamos como seamos, hay una realidad ineludible, no
pertenecemos a nadie ni nadie nos creó salvo el Dios que nos ha hecho tal como somos:
más tontos que otros, menos hábiles… en el peor de los casos, y mejores que otros en
muchas cosas siempre. Simplemente diferentes y valiosos. Y libres.
Cuando dudemos de si la culpa será nuestra, hay una prueba que no falla para saber
que aunque no seamos muy virtuosos, estamos siendo injustamente tratados: la violencia,
la agresividad, física o psíquica. Quien la ejerce es la causa.

El espectador
Siempre que se da el maltrato, hay alguien que lo intuye, si no lo conoce con
seguridad. Y tiene también su papel, a menudo decisivo en la solución.
Un testigo que guarda silencio, que se inhibe, pese a que conoce los maltratos –una
postura egoísta al cabo–, opta por la perversión de sus principios morales, la traición a lo
que sabe que es bueno y malo, justo e injusto, lo que merece su actuación y lo que no.
De ahí su disfunción emocional, más grave cuanto más se prolongue su inhibición.
Quien presencia, convive o sospecha los maltratos, puede ser espectador-
solucionador o espectador-víctima. El primero es el caso de un cuñado, una vecina, una
amiga. El segundo es el de un hijo, por ejemplo. Aunque ambos se pueden mezclar. Es
Víctima quien cae en la misma red de la vergüenza y el miedo a hacerlo público. Y
Solucionador, quien lo hace público o anima a hacerlo con prudencia.
También son dos las huellas y disfunciones emocionales que ambos sufren
indistintamente:

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Por un lado, es parte de los maltratados, porque por empatía con el maltratado
se siente también él mismo maltratado.
Por otro, debido a su silencio, al tiempo se siente culpable, maltratador en
parte, en cuanto no logra ayudar al maltratado hasta liberarlo. Se siente más
culpable porque sabe que el maltratador conoce su existencia como espectador y
refuerza al agresor su impunidad.

Tanto si el espectador es Víctima como Solucionador, normalmente puede tener un


papel decisivo en el desenlace.
De los tres (maltratador, maltratado y espectador), el espectador es el más capaz de
hallar la solución. Es quien padece una disfunción emocional más leve, y su doble
sentimiento contradictorio de culpa y sufrimiento, de víctima y agresor, le sitúa en una
oportunidad constante de acción.
Es el espectador el más capaz de actuar. El más capaz de hacer público el maltrato. El
más capaz de liberar a la víctima.
El espectador es también la solución más probable que la víctima presiente. La víctima
espera que alguien lo descubra y le libere de tener que dar el paso de la denuncia. Un
paso que le supera.
La víctima espera que quienes le aman de verdad le salven. Que intervengan los que
tienen más fuerza que ella. Aunque desencadene el problema, temido, que le frena a dar
el paso decisivo, pero que al tiempo desea incesantemente que lo hagan en su nombre.
Por el cariño, la compasión y la humanidad que le tienen las personas que le quieren.
Es al espectador, por otra parte, al que más teme el maltratador. Intuye que no puede
atemorizar a todo el mundo, que su poder quizá no se extienda más allá de sus
atenazadas víctimas. Sabe que en cuanto el espectador-víctima pase a ser espectador-
solucionador está perdido. Sabe que está en manos de los espectadores y por eso se
protege de ellos e intenta amenazar aún más a la víctima para que ella misma le esconda
ante los espectadores, bien escondiendo su sufrimiento, bien quitándole importancia o
justificándole.
Por todo ello, la solución de cualquier maltrato es más fácil que la inicie un espectador.
Escuchando a su conciencia y no dejándose atrapar en las redes que atrapan a todo
espectador-víctima, convirtiéndose en el solucionador, cuando descubra el maltrato.
Para terminar este apartado, quisiera hacer hincapié en que la curación de la disfunción
emocional del maltratador, no depende de la víctima ni del espectador. Así, la víctima no
debería nunca creer que con sobrellevar su sufrimiento puede contribuir a solucionar el

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problema. Sólo una intervención externa y especializada puede hacer que cesen los
maltratos y, en su caso, actuar sobre la disfunción emocional de cada uno de los agentes,
intentando corregirla o compensarla en el mejor de los casos.
Este apunte sobre la lacra del maltrato, es necesario tenerlo en cuenta por su relación
estrecha con la emoción y las esclavitudes de nuestras mal gobernadas sensaciones y
emociones.
Sin embargo, seguiremos este libro levantando el vuelo, con optimismo. Porque en la
vida hay más bondad que maldad, más amor que odio y abundan más los sentimientos
positivos y agradables que los contrarios. Así que analicemos otros aspectos sobre los
sentimientos que nos resulten útiles para el dominio de nuestro corazón y nuestra cabeza,
y así de nuestra auténtica felicidad, que es francamente posible.

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LOS SENTIMIENTOS Y ALGUNOS EJEMPLOS

Un buen alumno y buen adolescente, es decir, maduro para ser niño e inmaduro para
adulto, me reconocía: “No sé qué me pasa. No sé cómo expresar lo que siento. Cuando
lo intento digo lo que no siento y lo empeoro. Voy a pedir perdón y lo estropeo aún
más. Voy a reconocer mi error y me excuso. Voy a agradecer algo y parezco engreído…
Así es normal que nadie me entienda. No me entiendo ni yo mismo muchas veces”.
La definición de sentimiento es, según el diccionario de español, el estado afectivo del
ánimo producido por causas que lo impresionan vivamente.

Dijimos ya que el sentimiento estaba formado por varias emociones. Esas “causas” en
plural que refiere el diccionario. La conjunción de distintas emociones en un mismo
sentido provoca en nosotros una especie de confirmación, de validación de cada
emoción, y uniendo varios hilos que serían las emociones, elaboramos una soga con
ellas, mucho más fuerte, que es un sentimiento.
Al igual que con las emociones, es curioso descubrir cómo popularmente se emplean
arbitrariamente conceptos sobre los sentimientos. Es curioso y significativo que
normalmente no seamos más exactos al expresar algo tan importante como nuestra
afectividad. Que conlleva tan pesadas consecuencias.
Una afectividad que requiere multitud de matices para describir lo que sentimos.
Llama la atención la inexactitud del lenguaje que utilizamos para describir, por ejemplo,
lo que amamos y cuánto lo hacemos.
El hombre y la mujer no ha aprendido –generalmente– a expresar con suficiente
precisión y claridad lo más grande que le acontece e invade su estado físico, mental,
anímico –espiritual–, actitud, lo que hace y piensa, su inteligencia, memoria, conciencia,
voluntad, su sensación de existencia y tantos cómos, qués, porqués y paraqués en su
vida.
Si no sabemos explicar lo que sentimos, si no estamos seguros de cómo explicar
nuestros sentimientos, no llegaremos a conocerlos realmente. Y si no conocemos
nuestros sentimientos, no nos podremos conocer realmente. No podremos tampoco
hacernos entender ni hacer que nos comprendan. Por eso es importante saber expresar
cuanto sentimos y nos sucede. Con la mayor exactitud posible.

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¿Solemos hacerlo?
Basta mirar algunos listados de sentimientos que flotan en el océano de internet, para
darse cuenta de la inexactitud y del afán del ser humano por conocer mejor su
afectividad, lo que le pasa para ser comprendido, disculpado y amado.
Por indicar un caso, como ejemplo de lo que a casi todos nos puede ocurrir, me he
fijado en una lista publicada en una página de tantas en internet (“Sedice” tiene por
nombre). Es un elocuente ejemplo de nuestra necesidad de saber cómo expresar lo que
nos llena y lo que nos vacía. Nuestros sentimientos.
Dentro de esta página encontrada al azar, hay un blog en el que varios anónimos, con
seudónimos como “neurópata”, van añadiendo en serio a la lista, y según su parecer, los
sentimientos que existen. Los participantes en el blog intentan confeccionar la lista real de
sentimientos con la buena intención de ayudar y ayudarse.
Esta lista nos sirve para comprobar de qué se habla hoy en la calle cuando se habla de
sentimientos.
Sin añadir ni una sola palabra, y sin eliminar ni un solo comentario, a continuación
transcribo lo que los participantes en el blog, jóvenes de hoy, responden a la solicitud que
hace el creador del blog pidiendo ayuda para completar una lista de sentimientos,
agrupándolos en buenos y malos. A esta solicitud responden muchos, resultando una
buena radiografía de la cultura de nuestra sociedad al respecto de las emociones y los
sentimientos y de la dificultad de expresar nuestra emotividad.
Según la página mencionada y a partir de aquí, cada palabra es literal:

LOS BUENOS SENTIMIENTOS, por decir algo, son:

Euforia
Éxtasis (lo de los místicos)
Entusiasmo
Júbilo
Alegría
Felicidad
Optimismo
Satisfacción (¿Bienestar?¿Sentir bienestar y sentirse satisfecho es igual?)
Placer
Fruición (es algo así como placer, ¿o es lo mismo?)
Goce (¿es más que el placer?)

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Agrado
Tranquilidad (“Nada me amenaza, y no siento deseos”)
Serenidad (“Juzgo que hice todo lo que estaba en mi mano por cambiar, construir,
modificar el futuro. No lo modifiqué, pero estoy en paz con ello” ) Sosiego (grado
máximo de tranquilidad)
Orgullo (¿Es bueno?)
Humildad (¿Es buena?)
Cariño
Amor
Amistad
Camaradería
Confianza (“Basándome en la historia pasada, tengo el juicio de que cumplirás tus
promesas”)
Seguridad (“Soy competente para actuar en este dominio y puedo fundar este
juicio”)
Gratitud
Respeto
Lealtad
Fidelidad
Solidaridad
Altruismo
Compasión
Deseo (luego estará o no correspondido)
Esperanza
Comprensión
Empatía (sentirse próximo a alguien desconocido)
Interés (¿Se elimina? Si nadie lo defiende lo elimino)
Ilusión
Temple
¿Buena disposición de ánimo?
Paciencia
¿Sentir valor? ¿Es un sentimiento el valor vs. cobardía?
Admiración
Autonomía (Sentirse capaz, sentirse autosuficiente)

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Ambición (“Veo posibilidades para mí en esto y estoy comprometido a tomar
acciones para hacer que ocurra”)
Aceptación (“Opino que aquí se han cerrado posibilidades para mí y estoy en paz
con ello”)
Asombro (“No sé qué es lo que ocurre aquí, y me gusta”)
Perplejidad (“No sé qué es lo que ocurre aquí. No me parece malo”)
Resolución (“Yo veo posibilidades para mí aquí y voy a tomar acción ahora
mismo”)

(¿Alguien conoce la sensación que tienes cuando tu programita de software


funciona, o cuando has conseguido que tu novela encaje, o acabar tu relato con el
cierre adecuado? ¿Cómo lo llamaríais? Candidatos: éxito, “orgasmo creativo”).

¿Lo contrario de vergüenza? ¿Descaro?

LOS MENOS BUENOS SON:

Nostalgia
Melancolía – Morriña
Tristeza (¿aflicción?)
Pena
¿Autocompasión? (Dudoso)
Impaciencia
Intranquilidad
Nerviosismo
Desasosiego
Incertidumbre
Desconcierto. (¿Confusión? “No sé qué es lo pasa aquí, no sé qué hacer, y no me
gusta”. Desconcierto es relativo a algo nuevo e inesperado; la confusión puede
surgir por cambiar un juicio sobre algo ya conocido).
Turbación
Fastidio
Miedo. (¿Temor?) Cansancio vital o metal
Desaliento
Desamparo
¿Cobardía? (¿la cobardía se siente?)

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Desconfianza (“No has cumplido tus promesas y en el futuro no lo harás”; ¿es lo
mismo que “sentir sospecha”?)
Desgana
Insatisfacción
Indiferencia
Ansiedad
Amargura
Egocentrismo (exaltación de uno mismo)
Egotismo (dar excesiva importancia a todo lo que uno hace)
Egoísmo (excesivo amor a uno mismo)
Narcisismo (excesiva admiración por el físico de uno)
Vanidad
Arrogancia Vergüenza
“Vergüenza ajena”
Bochorno (grado máximo de vergüenza)
Soledad
Frustración
Aburrimiento
Hastío
Náusea (¿Sentir náusea existencial?)
Desengaño. (¿Decepción?)
Arrepentimiento
Remordimiento
Irrealidad (“Sentimiento de irrealidad”)
Incertidumbre (“sentir incertidumbre”)
Desagrado
Rechazo
¿Vehemencia ?
Desesperanza (“juzgo que hechos negativos me ocurrirán aquí, y veo que nadie
puede hacer algo para cambiarlo”)
Enemistad (¿Hostilidad?)
Ingratitud (Pero, ¿uno siente eso? ¿O le acusan de ello?)
Mezquindad (¿se siente uno así cuando recuerda que ha hecho algo mezquino? ¿O
lo que siente es remordimiento por haber sido mezquino?)

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Inferioridad
Superioridad
Inseguridad
Resignación (“juzgo que nada mejorará aquí, ha sido siempre así y siempre será
así, no hay nada que yo pueda hacer para cambiarlo”) Resentimiento (“juzgo que tú
me has cerrado posibilidades, te declaro responsable por ello, y estoy comprometido
a no tener ninguna conversación contigo sobre esto”)
Agobio (“Se me cerrarán futuras posibilidades si no trabajo más duro y más rápido
ahora mismo”)
Desilusión
Irritación
Agotamiento
Preocupación Pesimismo Sentirse traicionado Sentirse vacío Sentirse inútil
Sentirse incapaz
Sentirse incontrolable Sentirse atormentado,
Sentirse ofendido,
Sentirse molesto,
Sentirse alarmado,
Sentirse vencido,
Abatimiento

LOS PEORES:

Odio
Inquina (es aversión y mala voluntad, distinto de odio)
¿Aversión?
¿Aborrecimiento?
Desprecio
Rencor
Celos
Envidia malsana (puñetera y asesina; ¿se puede poner mala leche?)
Soberbia
Pavor, Horror, Terror (¿es cierto que son lo mismo?)
Pánico
Depresión

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Desolación
Repugnancia
Asco

DUDOSOS (ni chicha ni limoná):

Alegría malsana
Envidia sana
Sorpresa
Pasión

Hasta aquí la cita literal. No tiene desperdicio. Podríamos escribir un libro entero sobre
ella.
Se trata de una lista popular. No científica. Inexacta. Que transcribe muy bien a mi
parecer, no obstante, la percepción sentimental de una inmensidad de jóvenes sobre todo,
pero también de muchos adultos. Cada día más como es lógico.
No hace falta hacer muchos comentarios, ni siquiera a las inexactitudes. Baste aclarar,
por ejemplo, cuando se pregunta si el Orgullo y la Humildad son buenos realmente, que
el primero –el orgullo– es bueno; pero el segundo, la humildad, además de buena, es
vital, necesaria, óptima, y genera buena parte de nuestra felicidad y de quienes tenemos
cerca: nos hace amables y necesarios.
De este listado se concluye entre otras cosas, que necesitamos distinguir emociones de
sentimientos, lo que es importante pero no demasiado grave. No tan grave al menos
como confundir sentimientos con amor y cuya confusión trae tantas consecuencias y tan
duraderas. Algo que veremos más adelante.
En este listado y otros que se pueden deducir al observar y escuchar a nuestro
alrededor, o al leer las revistas y novelas más leídas de nuestro país y el mundo entero,
confirmamos la necesidad que tenemos de una más profunda educación emocional,
enraizada en la verdadera antropología del ser humano. Tal como somos.
Necesitamos con urgencia un mayor conocimiento de nuestra afectividad.
Nuestra educación, también la de nuestros padres e hijos, carece de una adecuada
orientación y formación emocional. Así ha sido y así es.
En épocas pasadas no se dio a nuestro ámbito afectivo la importancia que tiene para
nosotros y nuestra felicidad. En la época actual tampoco se le da. Como resultado,
sufrimos las consecuencias de una mala interpretación de cuanto sentimos y de cómo
amamos, con una embrutecida desproporción de lo afectivo, que se nos escapa sin

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aprovechar y disfrutar como real motor de nuestra felicidad.
Necesitamos hoy especialmente conocer nuestra afectividad mejor. Porque en estos
años, más que en otros, concedemos poderoso protagonismo a nuestra emotividad.
Nuestros hijos, nuestros nietos, la necesitan de una forma perentoria. Nuestros jóvenes
de una forma urgente. Los adultos, de una manera curativa.
La realidad es que hoy aún no hemos aprendido a gobernar nuestras emociones,
nuestros sentimientos, y no hemos aprendido a expresar unas y otros de manera que nos
hagamos más comprensibles, más amables, más humanos, más lógicos, más queridos,
apoyados, orientados, ayudados, valorados, apreciados y amados en definitiva: mejores
personas y más felices.

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15
NUESTRO AMOR REAL: LA LLAVE

Me consultó alguien en el espacio radiofónico semanal que ya he descrito y atendía


sobre las relaciones afectivas: “Noto que mi chico me habla de amor cuando quiere
tener relaciones sexuales conmigo, e incluso a veces cuando las estamos teniendo, pero
al terminar y hasta que vuelve a tener ganas, no me demuestra que me quiere más”.

Lo más decisivo en nuestra vida, es decidir a quiénes amar y, entre ellos, a quién amar
más.
Pero, ¿qué es amar realmente?
Amar es un verbo que debemos depurar. Primero, descomponerlo para limpiar y
examinar los semas que lo integran. Después, llenarlo nuevamente del contenido
apropiado. Llevarlo a nuestra vida. Si no, acabaremos por perderlo para siempre, y
hablaremos de él sólo de oídas, por lo que otros dicen que sienten cuando aman y no
sentimos nosotros.
Amar es un verbo y como verbo, una acción.
Para saber si amamos, y correctamente, con todo su contenido, baste buscar en
nosotros sus consecuencias, inseparables por tanto de la acción de amar: la felicidad
nuestra y la de quienes más amamos. Si no la tenemos aún, es que nos falta ejercitarlo
más o mejor.
Amor es una palabra mayor. De ello da fe la propia Real Academia Española en su
definición:

1. “Sentimiento intenso del ser humano que, partiendo de su propia insuficiencia,


necesita y busca el encuentro y unión con otro ser.
2. Sentimiento hacia otra persona que naturalmente nos atrae y que, procurando
reciprocidad en el deseo de unión, nos completa, alegra y da energía para
convivir, comunicarnos y crear.
3. Sentimiento de afecto, inclinación y entrega a alguien o algo.
4. Relaciones sexuales.
5. Blandura, suavidad. Cuidar el jardín con amor.
6. Persona amada.

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7. Esmero con que se trabaja una obra deleitándose en ella.
8. ant. Voluntad, consentimiento.
9. pl. Relaciones amorosas.
10. Objeto de cariño especial para alguien.
11. Expresiones de amor, caricias, requiebros”.

Pero la Real Academia no es exacta en todas sus acepciones. Quizá porque la RAE lo
único que hace es recoger los usos que el pueblo hace de esta palabra. Manoseada a
veces. Hecha para engrandecer a todos. Aunque a menudo muchos la empequeñecen,
empequeñeciéndose a sí mismos como amantes.
Quizá Amor es una palabra demasiado grande para el vocabulario aprendido por
algunos.
No todas las personas del mundo saben lo que es realmente el Amor, porque no todas
lamentablemente han disfrutado de la sensación, la emoción, el sentimiento y sus
consecuencias en la vida, de ser auténticamente amado, amar y ser correspondido de
nuevo, sin cesar el ciclo. Descubriendo un horizonte cada día más infinito.
A mi padre, doctor en Pediatra y especialista en Psiquiatría Infantil, le oí en una
ocasión confesar que una de las más impactantes enseñanzas que había aprendido en la
consulta había sido comprobar que no todas las madres querían a sus hijos. A mí me
impactó. Cuando le oí esta confesión, él tenía más de cuarenta años de experiencia
clínica, y aún se le notaba la impresión en la voz.
Mi opinión es que la Real Academia Española se queda muy corta cuando describe el
Amor. Porque es mucho más.
Hay realidades tan importantes en nuestra vida, tan ricas, tan grandes, de tan intensa y
extensa repercusión, que no se dejan enjaular. ¿Acaso para un creyente el diccionario es
capaz de ex​​plicar la palabra Dios? ¿O para un enfermo terminal, la palabra Muerte? ¿O
la palabra padre, mujer, hijo e hija?
No sirve el diccionario para ninguna de las palabras verdaderamente importantes. Para
Amor no sirve.
Menos aún, porque ha sido una palabra contaminada con otros significados incluso
contrarios al amor de verdad. Tal es el caso de la acepción 4 de la Real Academia
Española (“relaciones sexuales”). Contrario, pese a recogerse en la RAE, porque el Amor
vive en las más altas y ricas relaciones sexuales, en las más proyectadas en el futuro, en
las más profundas, generosas y comprometidas, pero no en todas las relaciones sexuales

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por el mero hecho de ser tales. El ser humano puede amar o no amar en las relaciones
sexuales. Los animales no aman cuando las tienen. Porque relaciones y amor no siempre
se exigen una a la otra, depende de quién, cómo, por qué y para qué se mantienen esas
relaciones que unen a dos seres diferentes en un mismo acto.
Las relaciones sexuales pueden ser manifestación del Amor. Pero nunca el Amor es
manifestación de nuestras relaciones sexuales. Se puede decir: “como nos amamos,
acabaremos teniendo relaciones”. Pero no: “como hemos tenido relaciones, nos
amamos”. Aunque lo digan muchos. Algunos no se lo creen, otros pueden incluso
creérselo equivocándose.
No ha de extrañarnos cualquier confusión respecto a la real e infinita grandeza de las
relaciones sexuales. Menos aún en culturas donde por ley parece que se pretenda
adoctrinar a los niños en separar donación de relaciones, enseñándoles al amar a otro,
buscarse primordialmente a sí mismo. Contradictorio y por tanto imposible.
Es cierto que pueden utilizarse las relaciones sexuales para buscar el propio placer, a
menudo lo sufren muchos adolescentes y quienes ya no lo son tanto. Lo malo es que el
hombre y la mujer que es feliz lo es porque ama y quien ama busca al otro y se entrega
entero. Lo busca como fin de su Amor, no como medio.
Recordemos aquí el aforismo romano que decía: la perversión de lo mejor es lo peor.
En aquel consultorio radiofónico semanal en el que tanto aprendí de las
preocupaciones de tantos, escuchaba a muchos chicos y chicas hablar sobre sus
relaciones sexuales y sus anhelos de amor. Muchos adolescentes, jóvenes y adultos
recién casados o con muchos años de relación, me han enseñado que el amor lo
deseamos todos, las relaciones sexuales –salvo excepciones como el celibato voluntario–
también, pero que no siempre se dan juntos. Hoy pienso que en demasiadas ocasiones
las personas se han habituado a vivirlas por separado. No sé si más o menos que en otros
tiempos pasados. Quizá cualquier tiempo pasado fue peor. Baste recordar expresiones
vomitivas como la del “débito conyugal”. Pero no importa mucho. El caso es que Amor
y relaciones sexuales en la actualidad pueden no ir unidas y cuando eso ocurre, se hace
imposible amar y ser amado con plenitud.
Volvamos al Amor. Difícil de definir. Más fácil de explicar.

Diferentes amores
El ser humano es el único capaz de dirigir su amor. A objetos, a animales, a personas.
Dependiendo de nuestra necesidad, podemos sentir que amamos a una cosa, a una

69
planta, a un animal, a un amigo, o a una persona que ocupe el centro de nuestro corazón:
el Amor con mayúscula.
Pero todos son diferentes.
Realmente Amor solo es el último. Los demás son aproximaciones de lo que puede dar
de sí nuestro corazón, nuestra necesidad de sentirnos correspondidos, nuestra necesidad
de dar y recibir, de ternura, delicadeza, entrega, ser importante para la existencia de
alguien, pertenecer. Merecer ser el centro de alguien y poder entregar el nuestro al mismo
tiempo. Sin miedo.

Una COSA puede provocar un deseo de posesión muy intenso, que se asemeja
al enamoramiento, a la pasión. La característica diferenciadora de las cosas con
relación a los seres vivos, es que este amor con minúscula que podemos sentir
hacia una cosa, comienza a decrecer en cuanto la cosa se posee.

Una PLANTA también puede llenar una necesidad de amor. Su cuidado, sobre
todo. Sentirnos necesarios para la planta y ver cómo al estar viva reacciona a
nuestros cuidados, sin duda se aproxima más al concepto de amor y al de una
relación amorosa que nuestro deseo o disfrute de las cosas, sin vida por tanto.
El ser humano necesita vida alrededor y tender hacia ella.

Un ANIMAL puede llenar, más que las cosas y las plantas, nuestra necesidad de
amor y nuestra capacidad de amar, sobre todo. Porque hay más
correspondencia por su parte y porque el objeto de nuestro amor en este caso
va dignificándose, exigiéndonos una entrega voluntaria y libre. También porque
un animal tiene más que darnos y más que recibir de nosotros. El animal se nos
entrega más y transmite mejor su entrega, porque su inteligencia es superior y
sus matices emocionales más ricos y espontáneos. Así, sentimos que nuestro
amor es más útil que simplemente haciendo que viva y esté sano, como ocurre
con las plantas. A los animales podemos hacerles no solo que sigan vivos, que
estén alimentados, que gocen de salud, que no sufran en lo remediable; sino
mucho más, que estén contentos, que su vida sea feliz, que se sientan
importantes en nuestra vida. Sobre todo, sentimos al amarlos que el nuestro es
un amor fructífero, porque les hacemos felices. Desinteresado. Real. Con
hechos. Fruto de nuestra capacidad de ternura. Nos sentimos bien por haber
sido capaces de llevar a la práctica nuestros deseos de cuidar de alguien, de

70
hacer feliz a alguien. Confirmamos la potencia de nuestra capacidad de amar. La
eficacia de nuestras atenciones sinceras. Atenciones, que ellos corresponden.
Los animales más inteligentes corresponden más nuestro afecto instintivamente.
Entonces experimentamos la satisfacción de implicarnos, de ponernos en juego.
Mayor satisfacción cuanto más desinteresada sea nuestra atención a estos
animales.

Y es que nos aproximamos al Amor con mayúscula. Pero aún hemos de depurarlo. El
amor de un amigo primero y el Amor definitivo al final, si tenemos la suerte y la habilidad
de llegar a él.

Un AMIGO. La amistad es ya un amor personal. Entre personas. Con la


reciprocidad singular y propia solo de las personas. Con su inteligencia, voluntad
y libertad humana. Las personas son más libres para amar. Infinitamente más
que los animales, que están más condicionados por lo que reciben. De hecho, si
sólo amamos cuando recibimos antes, nuestro amor es más animal que
personal. Eso tenemos de animales los racionales seres humanos. Menos
animales y más personas cuanto queremos con más libertad, sin condiciones
interesadas, con toda nuestra voluntad, esfuerzo, decisión, compromiso,
implicación, riesgo, afecto, vulnerabilidad, razón, ilusión, paciencia, optimismo,
mejoría, bondad, sinceridad, horizonte, desinterés.
Mayor es nuestra amistad, cuanto más nos acercamos a la culminación óptima de
estos conceptos anteriores.

El amor de los amigos, al que llamamos amistad, para distinguirla del Amor con
mayúscula, llena más que ninguno de los descritos anteriormente cuando lo sentimos y
cuando es verdadero. Porque un río no puede llenarse con una laguna, sino con al menos
otro río; porque el mar no puede llenarse con un río, sino con otro mar; porque el océano
no puede llenarse con un mar menor, sino con otro océano; y porque el ser humano sólo
puede llenarse al menos por otro ser humano. Las emociones del ser humano reciben una
correspondencia especial, que sólo puede alcanzar en tan alto grado, al menos otro ser de
igual riqueza. La inteligencia del ser humano sólo encuentra entendimiento en grado
sumo en la inteligencia de otro ser igual. La entrega del ser humano sólo puede recibirla y
corresponderla en grado superior otro ser semejante.
Eso no quiere decir que no haya animales que nos den más cariño que algunos seres
humanos, pero un ser humano queriéndonos verdadera, desinteresada y humanamente –

71
personalmente– no tiene comparación con el cariño que podemos recibir del más amante
de los animales.
La amistad es más real y mayor, cuanto es más madura, más incondicional y más
duradera.
– Madura. Porque quien no se posee a sí mismo no puede entregar parte de sí.
Sin sentimientos confusos, que mezclen el interés, el enamoramiento, el
apasionamiento, la dependencia, la mentira, la sumisión, nuestro desmedido afán
por quedar bien, etc., con el verdadero amor de amigo: la amistad.
– Incondicional. Sin sometimiento al amigo ni a sus condiciones para seguir
siéndolo. Sin que la amistad se empequeñezca por los momentos de fracaso, de
hundimiento, de uno de los amigos. Con paciencia. Exigiendo. Mejorando y
haciendo mejorar al amigo. Sobreponiendo la amistad a los defectos, a los
desaires, si son ocasionales, y a la inoportunidad. Entregando nuestro tiempo y
cuanto podamos para que el amigo mejore como persona y logre ser más feliz.
Permitiendo que el amigo se apoye sin peligro en nosotros, en nuestro
conocimiento, en lo que tenemos y ponemos a su alcance. También nuestro
estímulo, comprensión, aliento, consuelo, optimismo y escucha.
– Duradera. La amistad verdadera no está sometida al tiempo ni a la distancia.
Esto la diferencia del Amor. La amistad se reactiva en tiempo muy breve. Una
conversación por ejemplo. Aunque hayan pasado decenas de años y se hayan
interpuesto miles de kilómetros. Es como si la amistad se pudiera volver a
continuar, tras el punto y aparte de un periodo largo sin tratarse.
Con todo, hay diferentes tipos de amigos:
- Una especie menor son los amigos temporales, ocasionales: aquellos que
disfrutamos mientras estamos en un determinado lugar, un determinado
trabajo, ciudad, una determinada edad, posición social, etc.
- Distintos de ellos son los amigos íntimos, un grado superior de la amistad. Son
propiamente amigos. Amigos de verdad. Que no dependen de ninguna de las
anteriores circunstancias.
Un AMOR con A mayúscula. Se trata del Amor singular a una persona por
encima de todas –de la humanidad entera–, por encima de los amigos. Que tiene
la virtud de ser compatible con el amor a los padres y a los hijos. Porque se
mueve en el plano de la creación en nosotros de una nueva dimensión, nuestra
propia familia. Seguimos siendo deudores afectivos de nuestros padres, siempre

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enraizados en ellos, y al tiempo somos ricos proveedores de afecto de nuestros
hijos para siempre. Pero necesitamos ocupar el centro de quien ocupa nuestro
centro. Un centro libre y voluntario. Tan libre como para no ser fruto del
justificado agradecimiento a nuestros padres, ni de nuestro deber afectivo a
nuestros hijos. Un Amor que sea innecesario. Completamente libre. Liberado de
la historia heredada. No elegimos nuestros padres, no elegimos nuestros hijos, sí
elegimos nuestro Amor. Es superior por ello al amor de amigo. El del cónyuge
sin duda es nuestro verdadero Amor elegido. De igual a igual. No instintivo.
Voluntario. Más auténtico cuanto más libre y menos sometido está a la
necesidad.

Por último, está un amor singular, el que los creyentes escriben con las cuatro
letras mayúsculas. El AMOR a alguien superior. Aún superior a su corazón. Un
AMOR a quien el creyente le agradece la existencia de todo, la suya y la de su
amada o amado. Un AMOR que no le pide exclusividad, sino al contrario, que
le ame también a través de otros que tiene a su alrededor. Como si al quererse
unos a otros los seres creados por su Dios, éste quisiera que cada uno de sus
seres privilegiados cuidara de sus otros privilegiados. Un AMOR voluntario y
libre. El menos necesario para sobrevivir. En el que se ama menos por
conveniencia y más por agradecimiento, correspondencia, conmoción. El amor
por quien es nombrado y tratado por los creyentes como Dios: Creador y
manantial de AMOR, no justiciero.

El amor es un don que necesitamos, pero innecesario para vivir (hay quienes no lo
logran en su vida y sin embargo sobreviven, aunque no felices con plenitud). Porque es
innecesario, es más valioso. Lo más valioso del mundo siempre es innecesario.
Sobrevivir es necesario, pero sobrevivir sólo no da la felicidad. No basta comer, beber,
dormir, descansar. La felicidad no está en nuestras necesidades, éstas son solo el inicio
para poder ser feliz, pero no son la felicidad plena. La felicidad, por el contrario, está en
esas experiencias que son propiamente innecesarias, gratuitas e inmerecidas, grandiosas
que nos ensalzan inmerecidamente. Amar y sentirse amado.
El Amor, cuando es de verdad, es un acto de la voluntad. Amamos cuando queremos
amar, pudiendo no hacerlo.

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16
MEJOR, TODOTERRENOS

En una ocasión tuve una compañera de plató en un programa nacional de televisión,


sobre “¿Qué pasa cuando se acaba el enamoramiento?”, que comentó convencida:
“En el amor hay que buscar siempre nuevas metas, nuevas cumbres a las que llegar
con el amante. Si no, es fácil caer en la monotonía que acaba con todo”. Sin duda
aquella compañera de tertulia televisiva era una escaladora, más que una todoterreno.

Todo ser humano busca ser amado y amar. Al tiempo. Mucho.


Pero muchos no han aprendido a amar de verdad y por eso el amor se les complica
tanto.
En Cuatro claves para que tu hijo sea feliz expliqué de una forma práctica cómo una
de las cuatro enseñanzas que toda madre y padre debían enseñar para posibilitar a su hijo
la felicidad, era enseñarles a querer de verdad.
Quien no es feliz, no hace feliz a otro y viceversa, y quien está en esa situación es
porque no ha aprendido a amar.
Los que saben amar, han aprendido a hacerlo eficazmente en cualquier ocasión.
Aunque a veces por debilidad no lo hagan.
Quien ama de verdad hasta ser feliz y hacer feliz a alguien, ama en cualquier
circunstancia, a cualquier hora, en cualquier terreno.
Los buenos amantes, así, son TODOTERRENOS, como no podría ser de otro modo.
Por el contrario, hay otros que también aman, aunque no son tan buenos amantes. No
logran ser felices ellos ni hacer felices a quienes aman siempre. Estos son los que
podemos llamar los amantes ESCALADORES, porque sobreviven en la meseta, en la
planicie, pero no son felices ni se vuelcan como amantes, hasta que no llegan a la
cumbre. Su meta son los picos. Necesitan un paraje vistoso. No son capaces de
emocionarse si no es llegando a un pico extraordinario. Su vida de amor se reduce a ir
esperando el siguiente pico de felicidad, siendo monótonamente desdichados mientras no
llega ese pico. Son felices a ratos. Ratos cada vez más distanciados, porque cada vez son
más viejos y les faltan más las fuerzas para llegar a la siguiente cumbre. Son los que si
esa cumbre que esperan tardase mucho en presentarse, pensarían aquello de: “se me
acabó el amor”.

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AMAR SIN PERDER LA CABEZA

Un amigo, casado desde hacía nueve años, desesperado por la conjunción de


muchos afectos confusos, poco importantes cada uno de ellos, pero peligrosos en
conjunto, me expuso un día su preocupación: “Yo la quiero. De eso no tengo duda. El
problema es que somos dos cabezas y dos corazones muy distintos. Por eso nunca
coincidimos. Cuando yo pienso en manifestar mi amor de una forma determinada, ella
quiere otra. Y viceversa. No hay manera de estar con ella y ser feliz”.

La cabeza y el corazón –lo que así llamamos popularmente–, en una persona


equilibrada, están bajo el dominio y el gobierno del cuerpo la primera y del espíritu el
segundo. Y en contra de lo que algunos parecen creer en su forma de expresarse o
incluso en su forma de actuar, los dos –nuestros sentimientos y nuestro entendimiento–
son inseparables. Como inseparables son nuestro cuerpo y espíritu. Precisamente en la
unión de cabeza y corazón radica el hecho de ser inseparables el cuerpo y el alma de una
persona en vida. Y también lo que llamamos equilibrio emocional y madurez personal.
Es propio del ser humano feliz, encontrar el equilibrio entre ambos. Su convivencia
fecunda. De cualquier otra forma, nuestra psique enfermaría: por exceso de sentimiento
y pobreza de entendimiento o por exceso de éste y defecto de aquél.
Ambos son como hermanos siameses, a los que debemos cuidar y alimentar con igual
cariño. Porque ambos son tan inseparables, como necesarios para nuestro equilibrio,
nuestra salud y nuestra felicidad y la de quienes queremos.
Uno complementa al otro.
Si bien es cierto que en cada persona predomina uno sobre el otro, y así hay quienes
son más afectivos y quienes menos. Con todo, cualquier persona equilibrada cultiva,
escucha y nutre ambos.
El sentimiento nos estimula y da la fuerza necesaria, la atención. La razón nos dice
cómo gobernarlo, cómo aprovecharlo en la búsqueda de nuestra felicidad y la de los que
queremos. Nos ayuda el entendimiento a decidir y fijar el rumbo; nuestro afecto, será el
viento que nos empuje hasta arribarlo, conquistarlo victoriosamente y festejarlo.
Hemos de actuar por tanto siempre escuchando a ambos.
No debemos por eso decidir asuntos importantes sin haberlos sopesado

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convenientemente antes bajo la lente del corazón y la cabeza, es decir, del afecto y la
razón. Así:

a) Antes de decidir, debemos observar las opciones con la lente de nuestro CORAZÓN:
– Valorando lo que nos hace sentir,
– Lo que nos conmueve,
– Cuánto lo deseamos,
– Si nos atrae realmente,
– Si nos parece amable,
– Si nos emociona y esa emoción será duradera,…

b) Y con la lente de nuestra CABEZA:


– Valorando si es objetivamente bueno y nos hace bien a nosotros y a los que
más queremos,
– Cómo, por qué y para qué lo deseamos,
– Si a la larga nos hará feliz, cuando nuestro corazón haya puesto la atención en
otro objetivo,
– Si nos costará continuar cuando el afecto decaiga y si tendremos fuerzas para
lograr el objetivo…

Cuanto más importante sea el asunto que exija nuestra decisión, con menos prisa
hemos de estudiarla en frío, distanciándonos del hoy y ahora, de la urgencia, fuera de la
confusión que nos puede acarrear la emoción, cuando haya pasado el tiempo necesario
para que esa emoción se haya debilitado.
Además, es bueno tener en cuenta ante cada decisión, que siempre tenemos cuatro
opciones:

1. Si sentimos que queremos hacer algo y es bueno y nos hará feliz a la larga, más allá
del impulso que sentimos ahora. En ese caso, HAGÁMOSLO.

Si no es este el caso, entonces reflexionemos aún más, antes de decidir:

2. Puede ser que sí sintamos querer hacer algo, pero pensemos que quizá no nos
convenga y no nos hará felices más allá del momento de nuestro impulso. Entonces,
NO LO HAGAMOS.

3. Puede ser que no sintamos especial emoción, pero sí sepamos que nos convendría

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y que nos hará felices a la larga. En este caso, busquemos la emoción que nos
reporte el impulso y ese querer hacerlo, y HAGÁMOSLO. Recordemos que las
emociones también se encuentran si las buscamos. Explicaré esto, porque me
parece crucial:
Hemos dicho que entendimiento y sentimiento son inseparables. Si sabemos que
algo nos conviene, si creemos que nos hará sentirnos bien con nosotros mismos y
hacemos con ello bien a otros (esto nos lo indica nuestra conciencia, nuestros
principios, si estamos habituados a tenerlos presente y defenderlos), entonces este
pensamiento tiene parejo un sentimiento que nos movería a desear seguirlo. Estará
en nosotros con seguridad. Porque pensar que algo nos conviene y desearlo van
juntos, aunque a veces la emoción se oculta por el predominio del entendimiento,
sin que signifique ello que no hay emoción. La encontraremos si la buscamos. La
buscaremos pensando en ella. Y nos reportará la fuerza suficiente para iniciar algo
con ánimo y satisfacción cuando lleguemos a la meta.

4. Naturalmente, si no sentimos emoción por hacer algo y además sabemos que no


nos conviene, que no nos hará mejores, ni hará felices a quienes queremos, por
mucho que otro quiera –el que nos lo sugiere o manda–, no lo hagamos.

La cabeza no debe perderse al amar, Ni siquiera en el sexo


En el amor, la cabeza nunca debe perderse, porque quien se pierde junto a la cabeza
es el amor entero.
Al desunir corazón y cabeza, comienza toda desunión.
Así, por ejemplo, si uno de los amantes, en un acto de amor, se deja llevar por la
pasión sin contar con el otro, en breve –más breve, si quien se deja llevar es el amante
masculino–, se verá envuelto en una espiral de placer-pasión-placer-mayor pasión, que
si no cuenta con el otro, no tardará en hacerle descubrir que se ha quedado solo en su
espiral, disfrutando él únicamente, no amando, porque el amor siempre exige dos.
En ese momento en que se ha preferido el disfrute, dar rienda a la pasión biológica
unilateralmente, sin escuchar a su cabeza que le advertía de que el otro no le estaba
acompañando plenamente, como lo que no une, desune inevitablemente, comienza a
sentirse el vacío de la desunión. Fruto de haberse quedado solo en un acto que debió ser
conjunto, compartido, antes de que fuera casi imposible frenar la espiral del deseo.
A veces, uno de los amantes –insisto, sobre todo el varón por regla general, más

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externo en sus impulsos y en su placer, más breve, intenso y directo–, puede creer que
ella le está acompañando en el acto amoroso y entonces, en cuanto descubre que sólo le
está permitiendo, se encuentra en una rampa difícil de frenar. Duda continuar o no al
notar que en el acto uno está apasionado y el otro pasivo. Duda, pero a menudo no cesa.
Ese es su error. No frenar, escuchando a su cabeza en ese instante. Desoyéndola
continúa en su acto unilateral soportado por el otro o la otra normalmente, y entonces ese
acto no une como lo hace el acto compartido y verdaderamente amoroso.
Frenar cuando uno ve que el otro no le sigue es un acto propio de nuestra cabeza que
nos dicta no seguir a nuestro corazón y nuestra pasión.
No frenar cuando uno camina solo, es dejarse llevar por nuestro deseo, impulso,
pasión, emoción, corazón. Desoyendo a nuestra cabeza, nuestra razón, que intuye las
sensaciones y emociones del otro. Tan propio del verdadero amor. Ese que engendra más
amor y unión a cada acto.
A menudo el sexo desune. Si no implicamos en él nuestra cabeza también.
Encontrarse con el otro para disfrutar uno solo, en cualquiera de los campos, sexual o
no, siempre conlleva soledad y desunión. Puede que no importante, dependiendo de la
generosidad del otro, pero desunión al cabo. Porque lo que no disfrutamos juntos, no lo
compartimos y lo que no se comparte, nos diferencia y nos separa.
Tengamos siempre presente que el sexo tiene la posibilidad de unir con plenitud, pero
también de desunir definitivamente. Sin remedio.
Una relación sexual donde se busca cada uno por separado ha comenzado su fin.
Quizá suponga al principio sólo una pequeña separación, una desunión, una fisura en la
roca que parece firme, no importante en un principio, pero que unida a otras desuniones,
con la temporada del frío, el hielo se introducirá en la fisura de la roca y acabará
haciéndola estallar.
Las pequeñas desuniones pesan cada vez más. En consecuencia, un acto –como el
sexual– diseñado para unir y manifestar nuestro amor mutuo, de potencial infinito, acaba
convirtiéndose en una manifestación de las vidas paralelas de dos amantes que
desunidos, se utilizan individualmente juntos. Sin remedio. Es cuestión de tiempo.

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UN CONSEJO SOBRE LA COMUNICACIÓN

Cuentan que una vez se reunieron, en un lugar de la tierra todos los sentimientos y
atributos del ser humano, y que a propuesta del aburrimiento se pusieron a jugar al
escondite. Que la locura se la quedó y se puso a contar y tras un buen rato, contando
ya por 999, el amor aún no había encontrado dónde esconderse. Porque todos los
sitios estaban ocupados.
(Que es lo que suele ocurrirle al amor, que no encuentra fácilmente sitio).
Y que al fin el amor vio un rosal hermoso y decidió esconderse entre sus muchas
flores.
La locura, al terminar de contar, se puso a buscar, como loca, y fue encontrando a
todos, uno a uno. Pero no encontraba al amor. El amor no aparecía por ningún sitio.
(También suele ocurrir).
Entonces la locura se acercó al rosal y comenzó a mover sus ramas. De pronto, se
oyó un doloroso grito. Las espinas habían herido los ojos del amor. La locura no sabía
qué hacer para disculparse ante el amor: lloró, le rogó perdón y hasta prometió ser su
lazarillo. Por eso, desde entonces, se dice que el amor es ciego y que la locura siempre
le acompaña.
Hoy seguimos oyendo que el amor es ciego, porque según se dice no ve los defectos,
las reales dificultades. Pero esto sólo es un cuento y no es cierto que el amor sea
ciego.

En realidad, como escribió Ortega y Gasset, “el amor, a quien pintan ciego, es
vidente y perspicaz porque el amante ve cosas que el indiferente no ve, y por eso ama”.
El amor ilumina con una luz única.
A este punto y a reflexionar sobre cómo y por qué los amantes, que no son ciegos,
tienden a quedarse mudos, dediqué un capítulo en mi libro ¿Quieres casarte conmigo?
Pero aquí debemos apuntar al menos algunos aspectos que determinan el éxito o
fracaso de nuestra comunicación amorosa. Algo que incide también directamente en
lograr la salida, la felicidad, en el laberinto de nuestros sentimientos.
Dos personas se comunican cuando una escucha. Cuando una calla y atiende
activamente a la otra. Es decir, cuando una está pendiente no sólo de las palabras del

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otro, sino de lo que no dice con las palabras y quiere transmitir.
Escuchar es amar. Escuchar de verdad. Porque de verdad nos interesa.
Las palabras nunca dicen lo que realmente las personas queremos decir. El lenguaje
verbal nunca es exacto. Por eso quien le interesa de verdad lo que la otra persona está
intentando decirnos, está muy pendiente de la persona que habla. Es decir, está pendiente
también de los gestos, la postura, el momento, la intensidad, la emoción, la experiencia,
la jerarquía de valores, prioridades, ilusiones, aspiraciones de quien habla.
¿Demasiado complicado?
No. Rico sí. Porque el amor es eso: riqueza. Por eso todos los matices y datos que lo
rodean son importantes. Esas cuestiones secundarias que giran en torno al mensaje
amoroso, a veces son esenciales. Así hemos de atender al todo que se nos quiere
transmitir, incluyendo qué siente la persona cuando nos habla y qué desea que hagamos:
sentir con ella, cambiar de actitud, compadecerla, animarla, corregirla, consolarla, quitarle
una idea de la cabeza… En los gestos que acompañan su hablar o su escribir están sin
duda las claves de lo que necesita de verdad y hemos de darle.
Por último, hay que saber que el amor tiene un lenguaje propio. Comprometedor.
Así, por ejemplo, no deberíamos decir nunca que amamos cuando sólo alguien nos cae
bien o simplemente le queremos. Amar es demasiado.
Esto nos lleva a una, ¿cuál es la diferencia entre querer y amar?
Amar sólo se puede amar cuando quien ama es dueño de sí mismo y entrega a alguien
todo lo que es. Por tanto, pasado, presente y futuro.
Podríamos sacar de esto miles de consecuencias. Fijémonos en dos radicales:

• Quien ama es dueño de sí mismo. Si no tiene entregado su amor a alguien.


Uno no es de sí, si aceptó ser el centro de otro voluntariamente. Los vínculos
afectivos de personas diferentes no se eliminan tan fácilmente cuando nos
interesa. El amor es la desatención de nosotros mismos para la felicidad de otro
que al ser realmente feliz, provoca a su vez una felicidad que no imaginábamos
y sólo podemos experimentar nosotros. Así, aunque muchos lo desconozcan,
amar de verdad es como tener un hijo. Quien es padre o madre, lo es para toda
la vida, aunque no se porte como tal. Quien ama de verdad, ama en todo, con
todo y también en el tiempo. Eso es lo que lo hace grande y comprometido a
los mejores amores. Lo demás se parece demasiado al interés circunstancial de
uno más que otro.

82
• Quien ama lo hace en el tiempo:
– Olvidando el pasado o recordándolo, según lo merezca;
– Cuidando el presente, no dando por hecho el futuro;
– Comprometiendo el futuro.

¿Demasiado radical?
Es que el amor de verdad, ese que llena de felicidad y plenitud a quien es amado y
ama, es radical. Si no, simplemente digamos que queremos, que es mucho, pero no que
amamos.

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19
SIMPLEMENTE ACERTAR

A mi novia le dije una vez: “Para ser feliz basta acertar una vez”.
Entonces llevábamos saliendo cuatro meses. Hoy hace diecisiete años que nos
casamos y sigo pensando lo mismo.

La razón es precisamente la que confirma la elección del afecto. La que argumenta lo


que desea el afecto y refuerza su impresión de que realmente será un acierto optar por
algo.
El mayor acierto que podemos lograr en nuestra vida es acertar a quién ceder el centro
de nuestro corazón. El protagonista de nuestras emociones principales, nuestros
sentimientos agradables y nuestro amor.
El mayor acierto sin duda, el más decisivo de nuestra vida, es acertar al elegir a quién
entregarnos y a quién convertir en el protagonista de nuestros desvelos, nuestro obrar,
nuestro empeño en hacer feliz y corresponder.
Acertar al considerar quién será digno y no traicionará nuestra entrega pese a los
obstáculos.
Quién no nos venderá a ningún precio.
Quién nos amará pese a como somos y conocernos.
Acertar al escoger a quién soportaremos sus defectos y amaremos con sus exigencias.
Los defectos no menguan con el tiempo. No cambian pese a lo mucho que amemos a
alguien y nos amen, porque son parte de las personas de las que nos enamoramos
íntegramente. Sus defectos son los mismos que le forjaron durante su infancia y
adolescencia, y ningún ser humano acaba de erradicarlos del todo.
El mérito de quien nos ama está en luchar contra ellos por nosotros, y la clave, que
sean soportables por nuestro amor, no que desaparezcan.
La ingenuidad de muchos hace que, con el paso del tiempo, cuando se enfrentan a los
mismos defectos del otro, al ver que no desaparecen, los confunden con una
manifestación de desamor y argumentan que ya no se sienten enamorados.
Si un día pudimos soportar los defectos que hoy no soportamos, es simplemente
porque algo ha cambiado en nosotros, que nos hace peores amantes. Que los defectos de
alguien a quien amamos se conviertan en un serio problema, depende más de nuestra

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capacidad de sobrellevarlos y darles un sentido nuevo que de los defectos en sí. La
balanza donde sopesamos la importancia de sus defectos y nuestro aguante, depende sólo
de nosotros: es nuestra.
Acertar también es elegir a quien podremos hacer feliz siempre, tal y como somos
nosotros ahora. Porque la felicidad no puede fundamentarse en un futurible, un posible
incierto, sino en un presente y un pasado. También en un pasado. En la realidad, al cabo,
que es sólo donde amamos.

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AHORA

En una clase tenía un alumno preocupado por el tiempo perdido en su vida. ”Por
qué estas cosas no se aprenderán antes de comenzar a meter la pata. La experiencia
nos hace aprender, pero demasiado tarde”. No te olvides –le dije–, del ahora.
Aprendemos de la experiencia justo en el momento en que estamos preparados para
darnos cuenta de algo y ponerlo en práctica. Por eso la clave es no desperdiciar
muchos AHORAS.
No se repiten.

Hay un hecho irrefutable: ahora aún estamos vivos.


Si estamos ahora vivos, es que ahora podemos. No puede quien no vive, pero
cualquier vivo realmente puede.
El inicio del éxito de cualquier propósito es saber que en realidad podemos.
El hecho de vivir hace que el acierto y la felicidad, sean posibles.
Vivir es igual que querer y poder luchar. Poder ser felices, con una felicidad que no se
apague ni deje de crecer nunca.
Basta convencerse de que el laberinto de nuestros sentimientos tiene un camino que
dará con la salida, que será muy placentera y seguirlo.
Brújula, vida y rumbo acertado. Eso y nuestros pies bastan.
Lo demás es seguir andando. Ya llegará la salida si no nos preocupamos en controlarlo
todo, sino en dar cada paso seguro hacia esa salida. Evitando la claustrofobia estéril. La
meta se acerca con independencia de nuestro paso. Llegará tarde o temprano, si
andamos. Pero si andamos ahora.
El ahora es la estrategia más eficaz. Nuestro gran poder.
Ahora sí, ahora otra vez, ahora más, ahora ya, ahora de nuevo, ahora pese a todo…,
ahora de verdad. Es nuestra arma. La única.

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21
EL ACTIVISMO INSOLIDARIO

Raúl me contó que el mundo estaba mal hecho. Que comprobaba cada verano que
iba a Perú con una ong solidaria, cómo habiendo tantos necesitados, nadie hacía nada
salvo un puñado de cooperantes como él, durante sus vacaciones… a sentirse
importantes pensé yo por otras cosas que me contaba.
Roberto, sin embargo, me dijo que cuando fue la primera vez a Kenia encontró la
grandeza de la vida y la pobreza de África. Cuando volvió, en su segundo viaje
encontró la paz oculta detrás de cada niño feliz pese a las dificultades de África. En su
tercer viaje, me confesó por email que había encontrado a los mismos niños jugando
con Dios.

No es oro todo lo que reluce y hay un callejón sin salida en el que aquellos con las
mejores disposiciones pueden caer: el activismo insolidario.
Se trata de un callejón de sutil entrada y buena dirección, pero que sólo el tiempo lo
revela sin salida.
Es el callejón de los que descubren con acierto que dedicar la propia vida a los demás
es ganarla, pero acaban su camino volviendo sobre sí mismos, importándoles más su
propia ayuda que las personas a la que ayudan.
Podríamos decir, aunque fuera alegóricamente, que si las personas a las que queremos
y ayudamos (los demás) son el Este. El Sur sería nuestro yo. Y el fin del laberinto, la
felicidad real, estaría en el Noreste.
Pero es posible que muchos, dirigiéndose hacia el punto correcto, se queden muy
cerca y no lleguen. Harán mucho por los demás y serán muy útiles, pero habrá algo que
les mantendrá vacíos y no se sentirán felices.
Dedicarse a los demás siempre conlleva premio. Es cierto. Hacer feliz a alguien,
conlleva buena parte de nuestra felicidad. Es simplemente verdad.
Sin embargo, la experiencia dice que muchos de los que se afanan en labores
solidarias, acaban por centrarse en exceso en su propia eficacia y limitan su ayuda, sin la
profundidad de hacerlo por amor de verdad y desinterés.
Muchos, llenos de buena intención, no logran alcanzar la plenitud propia ni la de aquél
a quien ayudan, porque con el paso del tiempo lo que es un camino plausible, se

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convierte en un sendero con destino en sí mismo, no en los demás como empezó.
Si el activismo insolidario fuera solidario de verdad, desembocaría en la felicidad.
Fecunda. No estéril. De ambos: ayudante y ayudado. Pero eso, sólo puede darse cuando
el porqué se hace está fuera del que ayuda, trasciende toda circunstancia y no esconde
otro interés que el puro ayudado. Por eso, a algunos, el amor a Dios les lleva a la ayuda
solidaria y viceversa: ésta a Dios. Aún así, bajo la fachada de generosidad, se esconde a
veces el interés desmedido por un yo, más que por los demás.
Hay una señal que delata el activismo insolidario: pensar “soy muy bueno, muy
generoso, mi ayuda es eficaz, y el resto del mundo no hace nada, porque el mundo es
simplemente injusto y está mal hecho. Cuanto yo hago no basta, simplemente porque
no hay más manos”. Sintiéndose frustrado por ello.
La frustración es manifestación de un yo desmedido y un los demás pequeño.

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LA SALIDA

“Te reconozco –me dijo una alumna– que a veces cuando me empeño en ser feliz, en
estar bien, en pasármelo bien, consigo lo contrario. Quizá es que me busco como dices
a mí misma y sólo encuentro la soledad que yo genero”.

Somos cada uno irrepetible, por eso también lo es nuestro laberinto. De ahí que no
haya GPS posible, porque nunca antes nadie había explorado nuestro laberinto.
Basta saber cuál es el rumbo, contar con una brújula (nuestra conciencia formada).
Con buenos mapas para distinguir la naturaleza de las cosas que nos encontraremos, la
apariencia de los obstáculos, el lugar de los oasis, las claves de cuanto sentiremos,
pensaremos y debemos aprender.
Sólo nosotros, con nuestra vida, podemos aprender que el Sur es la infelicidad, y su
contrario lo único que permanece llenándonos. Que si el Noreste supone la Felicidad y la
grandeza, el Sur –su contrario– es la pequeñez más inútil. Que si el Noreste es la
Plenitud, el Sur es el vacío.
Por eso, el comienzo es vaciar el corazón y la cabeza de nuestro yo. Porque nosotros
no podemos llenarnos a nosotros mismos, como el continente no puede ser al mismo
tiempo el contenido.
Así, el Sur es la soledad de intentar acompañarnos a nosotros mismos. Pero la
Felicidad está en su contrario, en la compañía de quien nosotros más queremos y
elegimos con libertad para que ocupe nuestro continente y llene hasta el colmo nuestro
recipiente. Que nos haga –ahí está la clave– sentirnos verdadera y completamente
queridos. Sin vacío. Como sólo algunos amores pueden amar. Esa sensación de plenitud
a la que aspira todo ser humano es a la que llamamos Felicidad.
En definitiva, el Sur es el Yo; el Norte: Dios; el Este: los demás; el Oeste: la conducta
asocial enfermiza.
El hombre necesita reconocer cuanto antes que para ser feliz ha de sentirse amado.
(Que será más feliz, cuanto más amado se sienta. Y más aún, si se siente amado por
Dios). Y que ha de corresponder a ese amor. (Que será más feliz, cuanto más ame a los
demás. Y aún más feliz, si corresponde a Dios).
Así, el laberinto de nuestros sentimientos nos lleva a la salida, la Felicidad, cuando nos

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dirigimos a los demás por Dios o se llega a Dios por los demás. En todo caso, el Norte,
con ligera desviación al Este, como anunciamos.
Al final de todo, el Amor abrirá cualquier obstáculo, el más nimio y el más decisivo
también. Clave de la Felicidad sin límites.
Así es la vida, así podemos vivirla a cualquier edad. Así la viven los felices. Sólo
dejarse llevar, brújula en mano y paso a paso. Nada más. Nada menos. Hasta el final.

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El viaje al ahora
Una guía sencilla para llevar la atención plena a nuestro día a día
Jorge Barraca
ISBN: 978-84-330-2527-2

Vivir con atención plena consiste en mantener la actitud de estar en contacto con el
mundo, abierto a lo que se experimenta en cada instante, dirigiendo la atención de forma
consciente a lo que se hace en cada momento, y llevarlo a cabo de forma similar a la de
un niño que contempla por primera vez un espectáculo sorprendente, sin juzgarlo,
valorarlo, cuestionarlo, criticarlo… sin compararlo con vivencias del pasado, sin
preocuparse por lo que sucederá, sin envidias. Se trata, en suma, de dejar que sean las
cosas, el mundo, las experiencias, los sentidos, el cuerpo los que hablen por sí mismos,
directamente, sin que la mente se inmiscuya u opine. Empezar a vivir con atención plena
significa vivir realmente. Es despertarse y descubrir el mundo, que resulta entonces
mucho más interesante, intenso, atractivo, vivificante y placentero.
La clave para contrarrestar los pensamientos negativos, los estados de ánimo bajos, la
ansiedad por problemas futuros, está en no ensimismarse, sino en estar ahora –ya– en

91
conexión con el exterior y francos a lo que llegue en cada momento. Frente al pensar y
pensar, invito a vivir y vivir, pero para eso se tendrá que volver al presente. Esta es la
idea básica que quiero transmitir en este libro.
Tome su billete para el viaje al lugar más extraordinario del mundo, el único real. Quizás
nunca ha estado de verdad en él o lleva años sin frecuentarlo, aunque le aseguro que está
muy, muy cerca. Su billete es para el viaje al ahora.

Cómo ganarse a las personas


El arte de hacer contactos
Bernd Görner
ISBN: 978-84-330-2498-5

¿Cuál es el secreto de las personas a las que se les abren todas las puertas como por arte
de magia, de la gente que avanza por la vida sonriente y alegre y parece conseguir cuanto
se propone?
Son personas que tienen encanto y carisma.
Con estas cualidades captan fácilmente la voluntad de los demás en favor de sus
intereses e ideas. Bernd Görner nos enseña mediante múltiples ejemplos cómo ganarnos

92
la confianza de las personas en la esfera profesional y privada, y a conquistar con
elegancia el corazón de nuestros interlocutores, tanto en encuentros breves y
desenfadados como en conversaciones formales.

Vivir con plena atención


De la aceptación a la presencia
Vicente Simón
ISBN: 978-84-330-2524-1

Vivir con plena atención trata de la vivencia del ser, más allá de cualquier adscripción a
una escuela filosófica o a una tradición religiosa determinadas. Vivir la propia vida es una
realidad de primera mano, única, intransferible. Y cuando se la mira de cara, atisbando su
más profundo núcleo, lo que se nos manifiesta es la Conciencia misma, que siempre
estuvo ahí y que nos tiene reservado el tesoro inagotable de una tranquilidad que
permanece para siempre.
Se atestigua que es posible relacionarse de una manera distinta con la propia mente y
que, si este empeño perdura, nos acaba revelando la magia de un paisaje imprevisible.
No hace falta ir a ninguna parte, ni aguardar ningún acontecimiento venidero. La
experiencia puede suceder aquí mismo y ahora, si acaso tenemos la valentía de afrontar
la propia realidad tal como es, sin disfrazarla ni zafarnos de ella. El presente libro indaga

93
en la estructura de la mente egoica (predominante entre nosotros) y en sus aspectos más
problemáticos, que incluyen su reclusión en un universo conceptual, una ilusoria idea de
la felicidad, el protagonismo desmesurado de la historia personal y la ilusión de
separación en que vivimos. Pero tras alcanzar una visión cabal de la mente y de su
relación con la realidad, se percibe que el mundo no resulta ni tan amenazador ni tan
prometedor como lo habíamos imaginado. Se entrevé que la bondad y la belleza han
estado desde siempre en el fondo del propio corazón y que una vez reveladas, van a ser
reconocidas por doquier.

Los cuentos de Luca


Un modelo de acompañamiento para niñas y niños en cuidados paliativos
Carlo Clerico Medina
ISBN: 978-84-330-2481-7

Luca es un niño pequeño, bueno, sensato; es aprendiz de mago y está por convertirse en
un magazo extraordinario. Su vida no será larga, pero sí será muy ancha. Tiene mucho
que compartir contigo y con tu familia, en especial si tienes una niña o un niño muy
enfermo o en cuidados paliativos.
Dado que es un niño sensato, Luca ha logrado crear un mundo mágico dentro del

94
hospital, y aunque siempre vuelve a la realidad de los adultos, ha encontrado mucha luz y
verdad en ese sitio extraordinario al que solo pueden entrar Mateo, su hermanito menor,
y Pablo, su mejor amigo de todo el mundo mundial. En este mundo especial, su cama de
hospital se convierte en una enorme montaña y ahí dentro, en un castillo increíble, vive
Gufo, su maestro de magia y de vida.
Si tu familia vive hoy en medio del dolor que provoca la enfermedad de un niño, este es
un cuento para ti. Está pensado para leerse despacio, en paz. Busca daros algunas ideas
que os permitan ensanchar vuestras vidas. Hallarás en Luca y en su comunidad un
reflejo franco, honesto y claro en el que podrás mirarte con más compasión, paciencia y
generosidad. Encontrarás también algunos trucos de magia muy útiles para comprender
mejor lo que está pasando alrededor de la cama de tu hijo y, sobre todo, para descubrir
Vida y sentido a pesar del dolor.

Familias felices
El arte de ser padres
Trisha Lee • Steve Bowkett • Tim Harding • Roy Leighton
ISBN: 978-84-330-2485-5

Hoy se espera que los jóvenes no solo tengan un expediente brillante, sino que también

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sean equilibrados, que desarrollen inteligencias múltiples, que sean individuos creativos y
maduros que puedan afrontar el cambio y la complejidad en un abrir y cerrar de ojos.
Este libro, informativo y entretenido, proporciona a los padres herramientas prácticas
para que sus hijos empiecen con buen pie. Basado en una investigación sólida, los
autores reúnen diferentes experiencias personales de la vida familiar y también distintas
aproximaciones a la creatividad, inspirándose en el teatro-fórum, el arte de contar, la
música, la Dinámica Espiral (DS)... que nos ayudarán no solo a ver cómo podemos
desarrollarnos como seres humanos maduros y cariñosos, sino también a comprender el
acto de equilibrio entre nuestro pensamiento y el ambiente que nos rodea, y cómo
pueden influirse mutuamente.
Familias felices se centra en la actividad que constituye el mayor desafío: ser madre o
padre de niños pequeños y adolescentes. No hay un manual de paternidad, pero sí que
hay muchas ideas e indicadores buenos, y esta obra contiene numerosas fuentes con esa
inspiración. Los autores de este libro son padres, de modo que conocen todos los
problemas y las dificultades, pero tienen además la ventaja de que han trabajado con
niños durante muchos años… y ofrecen a los padres confianza, aliento, perspectiva
filosófica y abundantes consejos prácticos para formar a niños felices y equilibrados».

Cómo envejecer con dignidad y aprovechamiento

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Ignacio Berciano
ISBN: 978-84-330-2530-2

¿Cómo adaptarnos al paso de los años? ¿Cuáles son las herramientas más adecuadas
para mejorar, e incluso disfrutar, con el inevitable proceso de envejecimiento?
Desde estas páginas se hablará de radicales libres y de antioxidantes, del famoso
resveratrol, que se encuentra más en los vinos tintos que en los blancos, de Picasso, de
Leni Riefenstahl, de qué alimentos y deportes son los más convenientes y de muchos
otros asuntos al respecto. Incluso de sexo.
Hace unos años escuchamos en la terraza de un bar, al comienzo de una primavera
sevillana, la opinión de un hombre de edad madura que sostenía, experto, un catavinos.
Explicaba a sus contertulios que la vida es como compartir una botella de manzanilla con
unos amigos. Los primeros sorbos pueden parecer los mejores pero, si sabemos
paladearlo, no tiene por qué no ser delicioso el final de la botella.
Totalmente de acuerdo.

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DIRECTORA: OLGA CASTANYER
1. Relatos para el crecimiento personal. CARLOS ALEMANY (ED.). (6ª ed.)
2. La asertividad: expresión de una sana autoestima. OLGA CASTANYER. (34ª ed.)
3. Comprendiendo cómo somos. Dimensiones de la personalidad. A. GIMENO-BAYÓN. (5ª ed.)
4. Aprendiendo a vivir. Manual contra el aburrimiento y la prisa. ESPERANZA BORÚS. (5ª ed.)
5. ¿Qué es el narcisismo? J OSÉ LUIS T RECHERA. (2ª ed.)
6. Manual práctico de P.N.L. Programación neurolingüística. RAMIRO J. ÁLVAREZ. (5ª ed.)
7. El cuerpo vivenciado y analizado. CARLOS ALEMANY Y VÍCT OR GARCÍA (eds.)
8. Manual de Terapia Infantil Gestáltica. LORET TA ZAIRA CORNEJO PAROLINI. (5ª ed.)
9. Viajes hacia uno mismo. Diario de un psicoterapeuta en la postmodernidad. FERNANDO J IMÉNEZ HERNÁNDEZ-
PINZÓN. (2ª ed.)
10. Cuerpo y Psicoanálisis. Por un psicoanálisis más activo. J EAN SARKISSOFF. (2ª ed.)
11. Dinámica de grupos. Cincuenta años después. LUIS LÓPEZ-YART O ELIZALDE. (7ª ed.)
12. El eneagrama de nuestras relaciones. MARIA-ANNE GALLEN - HANS NEIDHARDT . (5ª ed.)
13. ¿Por qué me culpabilizo tanto? Un análisis psicológico de los sentimientos de culpa. LUIS ZABALEGUI. (3ª
ed.)
14. La relación de ayuda: De Rogers a Carkhuff. BRUNO GIORDANI. (3ª ed.)
15. La fantasía como terapia de la personalidad. F. J IMÉNEZ HERNÁNDEZ-PINZÓN. (2ª ed.)
16. La homosexualidad: un debate abierto. J AVIER GAFO (ed.). (4ª ed.)
17. Diario de un asombro. ANT ONIO GARCÍA RUBIO. (3ª ed.)
18. Descubre tu perfil de personalidad en el eneagrama. DON RICHARD RISO. (6ª ed.)
19. El manantial escondido. La dimensión espiritual de la terapia. T HOMAS HART.
20. Treinta palabras para la madurez. J OSÉ ANT ONIO GARCÍA-MONGE. (12ª ed.)
21. Terapia Zen. DAVID BRAZIER. (2ª ed.)
22. Sencillamente cuerdo. La espiritualidad de la salud mental. GERALD MAY.
23. Aprender de Oriente: Lo cotidiano, lo lento y lo callado. J UAN MASIÁ CLAVEL.
24. Pensamientos del caminante. M. SCOT T PECK.
25. Cuando el problema es la solución. Aproximación al enfoque estratégico. R. J. ÁLVAREZ. (2ª ed.)
26. Cómo llegar a ser un adulto. Manual sobre la integración psicológica y espiritual. DAVID RICHO. (3ª ed.)
27. El acompañante desconocido. De cómo lo masculino y lo femenino que hay en cada uno de nosotros afecta a
nuestras relaciones. J OHN A. SANFORD.
28. Vivir la propia muerte. STANLEY KELEMAN.
29. El ciclo de la vida: Una visión sistémica de la familia. ASCENSIÓN BELART - MARÍA FERRER. (3ª ed.)
30. Yo, limitado. Pistas para descubrir y comprender nuestras minusvalías. MIGUEL ÁNGEL CONESA FERRER.
31. Lograr buenas notas con apenas ansiedad. Guía básica para sobrevivir a los exámenes. KEVIN FLANAGAN.
32. Alí Babá y los cuarenta ladrones. Cómo volverse verdaderamente rico. VERENA KAST.
33. Cuando el amor se encuentra con el miedo. DAVID RICHO. (3ª ed.)
34. Anhelos del corazón. Integración psicológica y espiritualidad. WILKIE AU - NOREEN CANNON. (2ª ed.)
35. Vivir y morir conscientemente. IOSU CABODEVILLA. (4ª ed.)
36. Para comprender la adicción al juego. MARÍA PRIET O URSÚA.
37. Psicoterapia psicodramática individual. T EODORO HERRANZ CAST ILLO.
38. El comer emocional. EDWARD ABRAMSON. (2ª ed.)
39. Crecer en intimidad. Guía para mejorar las relaciones interpersonales.J OHN AMODEO - KRIS WENT WORT H.
(2ª ed.)
40. Diario de una maestra y de sus cuarenta alumnos. ISABEL AGÜERA ESPEJO-SAAVEDRA.
41. Valórate por la felicidad que alcances. XAVIER MORENO LARA.
42. Pensándolo bien... Guía práctica para asomarse a la realidad. RAMIRO J. ÁLVAREZ.
43. Límites, fronteras y relaciones. Cómo conocerse, protegerse y disfrutar de uno mismo. CHARLES L.

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WHIT FIELD.
44. Humanizar el encuentro con el sufrimiento. J OSÉ CARLOS BERMEJO.
45. Para que la vida te sorprenda. MAT ILDE DE T ORRES. (2ª ed.)
46. El Buda que siente y padece. Psicología budista sobre el carácter, la adversidad y la pasión. DAVID BRAZIER.
47. Hijos que no se van. La dificultad de abandonar el hogar. JORGE BARRACA.
48. Palabras para una vida con sentido. Mª. ÁNGELES NOBLEJAS. (2ª ed.)
49. Cómo llevarnos bien con nuestros deseos. PHILIP SHELDRAKE.
50. Cómo no hacer el tonto por la vida. Puesta a punto práctica del altruismo. LUIS CENCILLO. (2ª ed.)
51. Emociones: Una guía interna. Cuáles sigo y cuáles no. LESLIE S. GREENBERG. (3ª ed.)
52. Éxito y fracaso. Cómo vivirlos con acierto. AMADO RAMÍREZ VILLAFÁÑEZ.
53. Desarrollo de la armonía interior. La construcción de una personalidad positiva. JUAN ANT ONIO BERNAD.
54. Introducción al Role-Playing pedagógico. PABLO POBLACIÓN KNAPPE Y ELISA LÓPEZ BARBERÁ. (2ª ed.)
55. Cartas a Pedro. Guía para un psicoterapeuta que empieza. LORET TA CORNEJO. (3ª ed.)
56. El guión de vida. JOSÉ LUIS MART ORELL. (2ª ed.)
57. Somos lo mejor que tenemos. ISABEL AGÜERA ESPEJO-SAAVEDRA.
58. El niño que seguía la barca. Intervenciones sistémicas sobre los juegos familiares. GIULIANA PRATA, MARIA
VIGNAT O Y SUSANA BULLRICH.
59. Amor y traición. JOHN AMODEO.
60. El amor. Una visión somática. STANLEY KELEMAN.
61. A la búsqueda de nuestro genio interior: Cómo cultivarlo y a dónde nos guía. KEVIN FLANAGAN. (2ª ed.)
62. A corazón abierto. Confesiones de un psicoterapeuta. F. JIMÉNEZ HERNÁNDEZ-PINZÓN.
63. En vísperas de morir. Psicología, espiritualidad y crecimiento personal. IOSU CABODEVILLA.
64. ¿Por qué no logro ser asertivo? OLGA CASTANYER Y EST ELA ORT EGA. (7ª ed.)
65. El diario íntimo: buceando hacia el yo profundo. JOSÉ-VICENT E BONET, S.J. (2ª ed.)
66. Caminos sapienciales de Oriente. JUAN MASIÁ.
67. Superar la ansiedad y el miedo. Un programa paso a paso. PEDRO MORENO. (9ª ed.)
68. El matrimonio como desafío. Destrezas para vivirlo en plenitud. KAT HLEEN R. FISCHER Y T HOMAS N. HART.
69. La posada de los peregrinos. Una aproximación al Arte de Vivir. ESPERANZA BORÚS.
70. Realizarse mediante la magia de las coincidencias. Práctica de la sincronicidad mediante los cuentos. J EAN-
PASCAL DEBAILLEUL y CAT HERINE FOURGEAU.
71. Psicoanálisis para educar mejor. FERNANDO J IMÉNEZ HERNÁNDEZ-PINZÓN.
72. Desde mi ventana. Pensamientos de autoliberación. PEDRO MIGUEL LAMET.
73. En busca de la sonrisa perdida. La psicoterapia y la revelación del ser. J EAN SARKISSOFF.
74. La pareja y la comunicación. La importancia del diálogo para la plenitud y la longevidad de la pareja.
Casos y reflexiones. PAT RICE CUDICIO y CAT HERINE CUDICIO.
75. Ante la enfermedad de Alzheimer. Pistas para cuidadores y familiares. MARGA NIET O CARRERO. (2ª ed.)
76. Me comunico... Luego existo. Una historia de encuentros y desencuentros. J ESÚS DE LA GÁNDARA MART ÍN.
77. La nueva sofrología. Guía práctica para todos. CLAUDE IMBERT.
78. Cuando el silencio habla. MAT ILDE DE T ORRES VILLAGRÁ. (2ª ed.)
79. Atajos de sabiduría. CARLOS DÍAZ.
80. ¿Qué nos humaniza? ¿Qué nos deshumaniza? Ensayo de una ética desde la psicología. R. ROSAL CORT ÉS.
81. Más allá del individualismo. RAFAEL REDONDO.
82. La terapia centrada en la persona hoy. Nuevos avances en la teoría y en la práctica. DAVE MEARNS y BRIAN
T HORNE.
83. La técnica de los movimientos oculares. La promesa potencial de un nuevo avance psicoterapéutico. FRED
FRIEDBERG. INT RODUCCIÓN A LA EDICIÓN ESPAÑOLA POR RAMIRO J. ÁLVAREZ
84. No seas tu peor enemigo... ¡...Cuando puedes ser tu mejor amigo! ANN-M. MCMAHON.
85. La memoria corporal. Bases teóricas de la diafreoterapia. LUZ CASASNOVAS SUSANNA. (2ª ed.)
86. Atrapando la felicidad con redes pequeñas. IGNACIO BERCIANO PÉREZ. CON LA COLABORACIÓN DE IT ZIAR
BARRENENGOA. (2ª ed.)
87. C.G. Jung. Vida, obra y psicoterapia. M. PILAR QUIROGA MÉNDEZ.
88. Crecer en grupo. Una aproximación desde el enfoque centrado en la persona. T OMEU BARCELÓ. (2ª ed.)

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89. Automanejo emocional. Pautas para la intervención cognitiva con grupos. ALEJANDRO BELLO GÓMEZ,
ANT ONIO CREGO DÍAZ.
90. La magia de la metáfora. 77 relatos breves para educadores, formadores y pensadores. NICK OWEN.
91. Cómo volverse enfermo mental. J OSÉ LUÍS PIO ABREU.
92. Psicoterapia y espiritualidad. La integración de la dimensión espiritual en la práctica terapéutica. AGNETA
SCHREURS.
93. Fluir en la adversidad. AMADO RAMÍREZ VILLAFÁÑEZ.
94. La psicología del soltero: Entre el mito y la realidad. J UAN ANT ONIO BERNAD.
95. Un corazón auténtico. Un camino de ocho tramos hacia un amor en la madurez. J OHN AMODEO.
96. Luz, más luz. Lecciones de filosofía vital de un psiquiatra. BENIT O PERAL. (2ª ed.)
97. Tratado de la insoportabilidad, la envidia y otras “virtudes” humanas. LUIS RAIMUNDO GUERRA. (2ª ed.)
98. Crecimiento personal: Aportaciones de Oriente y Occidente. MÓNICA RODRÍGUEZ-ZAFRA (ED.).
99. El futuro se decide antes de nacer. La terapia de la vida intrauterina. CLAUDE IMBERT. (2ª ed.)
100. Cuando lo perfecto no es suficiente. Estrategias para hacer frente al perfeccionismo. MART IN M. ANT ONY -
RICHARD P. SWINSON. (2ª ed.)
101. Los personajes en tu interior. Amigándote con tus emociones más profundas. J OY CLOUG.
102. La conquista del propio respeto. Manual de responsabilidad personal. T HOM RUT LEDGE.
103. El pico del Quetzal. Sencillas conversaciones para restablecer la esperanza en el futuro. MARGARET J.
WHEAT LEY.
104. Dominar las crisis de ansiedad. Una guía para pacientes. PEDRO MORENO, J ULIO C. MART ÍN. (10ª ed.)
105. El tiempo regalado. La madurez como desafío. IRENE EST RADA ENA.
106. Enseñar a convivir no es tan difícil. Para quienes no saben qué hacer con sus hijos, o con sus alumnos.
MANUEL SEGURA MORALES. (13ª ed.)
107. Encrucijada emocional. Miedo (ansiedad), tristeza (depresión), rabia (violencia), alegría (euforia).
KARMELO BIZKARRA. (4ª ed.)
108. Vencer la depresión. Técnicas psicológicas que te ayudarán. MARISA BOSQUED.
109. Cuando me encuentro con el capitán Garfio... (no) me engancho. La práctica en psicoterapia gestalt.
ÁNGELES MART ÍN Y CARMEN VÁZQUEZ.
110. La mente o la vida. Una aproximación a la Terapia de Aceptación y Compromiso. J ORGE BARRACA (2ª ed.)
111. ¡Deja de controlarme! Qué hacer cuando la persona a la que queremos ejerce un dominio excesivo sobre
nosotros. RICHARD J. ST ENACK.
112. Responde a tu llamada. Una guía para la realización de nuestro objetivo vital más profundo. J OHN P.
SCHUST ER.
113. Terapia meditativa. Un proceso de curación desde nuestro interior. MICHAEL L. EMMONS, PH.D. Y J ANET
EMMONS, M.S.
114. El espíritu de organizarse. Destrezas para encontrar el significado a sus tareas. PAMELA KRISTAN.
115. Adelgazar: el esfuerzo posible. Un sistema gradual para superar la obesidad. A. CÓZAR.
116. Crecer en la crisis. Cómo recuperar el equilibrio perdido. ALEJANDRO ROCAMORA. (3ª ed.)
117. Rabia sana. Cómo ayudar a niños y adolescentes a manejar su rabia. BERNARD GOLDEN, (2ª ed.)
118. Manipuladores cotidianos. Manual de supervivencia. J UAN CARLOS VICENT E CASADO.
119. Manejar y superar el estrés. Cómo alcanzar una vida más equilibrada. ANN WILLIAMSON.
120. La integración de la terapia experiencial y la terapia breve. Un manual para terapeutas y consejeros. BALA
J AISON.
121. Este no es un libro de autoayuda. Tratado de la suerte, el amor y la felicidad. LUIS RAIMUNDO GUERRA.
122. Psiquiatría para el no iniciado. RAFA EUBA. (2ª ed.)
123. El poder curativo del ayuno. Recuperando un camino olvidado hacia la salud. KARMELO BIZKARRA. (3ª
ed.)
124. Vivir lo que somos. Cuatro actitudes y un camino. ENRIQUE MART ÍNEZ LOZANO. (4ª ed.)
125. La espiritualidad en el final de la vida. Una inmersión en las fronteras de la ciencia. I. CABODEVILLA (2ª
ed.)
126. Regreso a la conciencia. AMADO RAMÍREZ.
127. Las constelaciones familiares. En resonancia con la vida. PET ER BOURQUIN. (9ª ed.)

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128. El libro del éxito para vagos. Descubra lo que realmente quiere y cómo conseguirlo sin estrés. T HOMAS
HOHENSEE.
129. Yo no valgo menos. Sugerencias cognitivo- humanistas para afrontar la culpa y la vergüenza. OLGA
CASTANYER. (3ª ed.)
130. Manual de Terapia Gestáltica aplicada a los adolescentes. LORET TA CORNEJO. (3ª ed.)
131. ¿Para qué sirve el cerebro? Manual para principiantes. J AVIER T IRAPU. (2ª ed.)
132. Esos seres inquietos. Claves para combatir la ansiedad y las obsesiones. AMADO RAMÍREZ VILLAFÁÑEZ.
133. Dominar las obsesiones. Una guía para pacientes. PEDRO MORENO, J ULIO C. MART ÍN, J UAN GARCÍA Y ROSA
VIÑAS. (3ª ed.)
134. Cuidados musicales para cuidadores. Musicoterapia Autorrealizadora para el estrés asistencial. CONXA
T RALLERO FLIX Y J ORDI OLLER VALLEJO
135. Entre personas. Una mirada cuántica a nuestras relaciones humanas. T OMEU BARCELÓ
136. Superar las heridas. Alternativas sanas a lo que los demás nos hacen o dejan de hacer. WINDY DRYDEN
137. Manual de formación en trance profundo. Habilidades de hipnotización. IGOR LEDOCHOWSKI
138. Todo lo que aprendí de la paranoia. CAMILLE
139. Migraña. Una pesadilla cerebral. ART URO GOICOECHEA
140. Aprendiendo a morir. IGNACIO BERCIANO PÉREZ
141. La estrategia del oso polar. Cómo llevar adelante tu vida pese a las adversidades. HUBERT MORIT Z
142. Mi salud mental: Un camino práctico. EMILIO GARRIDO LANDÍVAR
143. Camino de liberación en los cuentos. En compañía de los animales. ANA MARÍA SCHLÜT ER RODÉS
144. ¡Estoy furioso! Aproveche la energía positiva de su ira. ANITA T IMPE
145. Herramientas de Coaching personal. FRANCISCO YUST E. (2ª ed.)
146. Este libro es cosa de hombres. Una guía psicológica para el hombre de hoy. RAFA EUBA
147. Afronta tu depresión con psicoterapia interpersonal. Guía de autoayuda. J UAN GARCÍA SÁNCHEZ Y PEPA
PALAZÓN RODRÍGUEZ
148. El consejero pastoral. Manual de “relación de ayuda” para sacerdotes y agentes de pastoral. ENRIQUE
MONTALT ALCAYDE
149. Tristeza, miedo, cólera. Actuar sobre nuestras emociones. DRA. ST ÉPHANIE HAHUSSEAU
150. Vida emocionalmente inteligente. Estrategias para incrementar el coeficiente emocional . GEET U
BHARWANEY
151. Cicatrices del corazón. Tras una pérdida significativa. ROSA Mª MART ÍNEZ GONZÁLEZ
152. Ojos que sí ven. “Soy bipolar” (Diez entrevistas). ANA GONZÁLEZ ISASI - ANÍBAL C. MALVAR
153. Reconcíliate con tu infancia. Cómo curar antiguas heridas. ULRIKE DAHM
154. Los trastornos de la alimentación. Guía práctica para cuidar de un ser querido. J ANET T REASURE -
GRÁINNE SMIT H - ANNA CRANE
155. Bullying entre adultos. Agresores y víctimas. PET ER RANDALL
156. Cómo ganarse a las personas. El arte de hacer contactos. BERND GÖRNER
157. Vencer a los enemigos del sueño. Guía práctica para conseguir dormir como siempre habíamos soñado.
CHARLES MORIN
158. Ganar perdiendo. Los procesos de duelo y las experiencias de pérdida: Muerte - Divorcio - Migración.
MIGDYRAI MART ÍN REYES
159. El arte de la terapia. Reflexiones sobre la sanación para terapeutas principiantes y veteranos. P. BOURQUIN
160. El viaje al ahora. Una guía sencilla para llevar la atención plena a nuestro día a día. J. BARRACA MAIRAL
161. Cómo envejecer con dignidad y aprovechamiento. IGNACIO BERCIANO
162. Cuando un ser querido es bipolar. Ayuda y apoyo para usted y su pareja. CYNT HIA G. LAST
163. Todo lo que sucede importa. Cómo orientar en el laberinto de los sentimientos. FERNANDO ALBERCA DE
CAST RO

Serie MAIOR

1. Anatomía Emocional. La estructura de la experiencia somática STANLEY KELEMAN. (9ª ed.)


2. La experiencia somática. Formación de un yo personal. STANLEY KELEMAN. (2ª ed.)

101
3. Psicoanálisis y análisis corporal de la relación. ANDRÉ LAPIERRE.
4. Psicodrama. Teoría y práctica. J OSÉ AGUST ÍN RAMÍREZ. (3ª ed.)
5. 14 Aprendizajes vitales. CARLOS ALEMANY (ED.). (13ª ed.)
6. Psique y Soma. Terapia bioenergética. J OSÉ AGUST ÍN RAMÍREZ.
7. Crecer bebiendo del propio pozo. Taller de crecimiento personal. CARLOS RAFAEL CABARRÚS, S.J. (12ª ed.)
8. Las voces del cuerpo. Respiración, sonido y movimiento en el proceso terapéutico. CAROLYN J. BRADDOCK.
9. Para ser uno mismo. De la opacidad a la transparencia. J UAN MASIÁ CLAVEL
10. Vivencias desde el Enneagrama. MAIT E MELENDO. (3ª ed.)
11. Codependencia. La dependencia controladora. La dependencia sumisa. DOROT HY MAY.
12. Cuaderno de Bitácora, para acompañar caminantes. Guía psico-histórico-espiritual. CARLOS RAFAEL
CABARRÚS. (5ª ed.)
13. Del ¡viva los novios! al ¡ya no te aguanto! Para el comienzo de una relación enpareja y una convivencia más
inteligente. EUSEBIO LÓPEZ. (2ª ed.)
14. La vida maestra. El cotidiano como proceso de realización personal. J OSÉ MARÍA T ORO.
15. Los registros del deseo. Del afecto, el amor y otras pasiones. CARLOS DOMÍNGUEZ MORANO. (2ª ed.)
16. Psicoterapia integradora humanista. Manual para el tratamiento de 33 problemaspsicosensoriales, cognitivos
y emocionales. ANA GIMENO-BAYÓN Y RAMÓN ROSAL.
17. Deja que tu cuerpo interprete tus sueños. EUGENE T. GENDLIN. (2ª ed.)
18. Cómo afrontar los desafíos de la vida. CHRIS L. KLEINKE.
19. El valor terapéutico del humor. ÁNGEL RZ. IDÍGORAS (ED.). (3ª ed.)
20. Aumenta tu creatividad mental en ocho días. RON DALRYMPLE, PH.D., F.R.C.
21. El hombre, la razón y el instinto. J OSÉ Mª PORTA T OVAR.
22. Guía práctica del trastorno obsesivo compulsivo (TOC). Pistas para su liberación. BRUCE M. HYMAN y
CHERRY PEDRICK.
23. La comunidad terapéutica y las adicciones Teoría, Modelo y Método. GEORGE DE LEON.
24. El humor y el bienestar en las intervenciones clínicas. WALEED A. SALAMEH Y WILLIAM F. FRY.
25. El manejo de la agresividad. Manual de tratamiento completo para profesionales. HOWARD KASSINOVE Y
RAYMOND CHIP T AFRAT E.
26. Agujeros negros de la mente. Claves de salud psíquica. J OSÉ L. T RECHERA.
27. Cuerpo, cultura y educación. J ORDI PLANELLA RIBERA.
28. Reír y aprender. 95 técnicas para emplear el humor en la formación. DONI T AMBLYN.
29. Manual práctico de psicoterapia gestalt. ÁNGELES MART ÍN. (7ª ed.)
30. Más magia de la metáfora. Relatos de sabiduría para aquellas personas que tengan a su cargo la tarea de
Liderar, Influenciar y Motivar. NICK OWEN
31. Pensar bien - Sentirse bien. Manual práctico de terapia cognitivo-conductual para niños y adolescentes.
PAUL STALLARD.
32. Ansiedad y sobreactivación. Guía práctica de entrenamiento en control respiratorio. P. RODRÍGUEZ CORREA.
33. Amor y violencia. La dimensión afectiva del maltrato. PEPA HORNO GOICOECHEA. (2ª ed.)
34. El pretendido Síndrome de Alienación Parental. Un instrumento que perpetúa el maltrato y la violencia.
SONIA VACCARO - CONSUELO BAREA PAYUETA.
35. La víctima no es culpable. Las estrategias de la violencia. OLGA CASTANYER (COORD.); PEPA HORNo,
ANT ONIO ESCUDERO E INÉS MONJAS.
36. El tratamiento de los problemas de drogas. Una guía para el terapeuta. MIGUEL DEL NOGAL.
37. Los sueños en psicoterapia gestalt. Teoría y práctica. ÁNGELES MART ÍN.
38. Medicina y terapia de la risa. Manual. RAMÓN MORA RIPOLL.
39. La dependencia del alcohol. Un camino de crecimiento. T HOMAS WALLENHORST.
40. El arte de saber alimentarte. Desde la ciencia de la nutrición al arte de la alimentación. K. BIZKARRA.
41. Vivir con plena atención. De la aceptación a la presencia. VICENT E SIMÓN.
42. Empatía terapéutica. La compasión del sanador herido. J OSÉ CARLOS BERMEJO.

102
103
Índice
Portada interior 2
Créditos 3
Dedicatoria 4
Frases 5
1. ¡Tira el GPS! 6
2. La primera trampa: yo 9
3. Una brújula 11
4. El callejón de la curiosidad 13
5. Mapas y caminos: qué sentimos 16
6. Aprovechar los sentimientos 20
7. Dominar y expresar las emociones 24
8. ¿Para qué sirven las emociones? 29
9. Cómo evitar los efectos negativos de las emociones 34
10. La cabeza y el cirazón: dos en uno 40
11. Más sobre el amor 44
12. Dependencia emocional sin libertad 46
13. La trampa extendida del maltrato 52
14.Los sentimientos y algunos ejemplos 59
15.Nuestro amor real: la llave 67
16. Mejor, todoterrenos 75
17. Amar sin perder la cabeza 77
18. Un consejo sobre la comunicación 81
19. Simplemente acertar 84
20. Ahora 86
21. El activismo insolidario 87
22. La salida 89
Libros 91
Serendipity 98
104
105

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