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“Si bien es cierto que el performance ha venido a redefinir los parámetros para pensar el arte de
hoy, también lo es que la práctica del performance ha incidido de manera radical en el conjunto de
la práctica teatral. Es importante tener en cuenta estas filiaciones al operar la ruptura epistemológica
al interior de estos términos para adoptar la expresión “teatro performativo”.” (29)
Memoria. Esa palabra es la llave que ha abierto esta reflexión. José Antonio Sánchez
encontró en la necesidad por recuperar la memoria que tenían las personas que vivieron la
pérdida de seres queridos durante la guerrilla y la violencia provocada por el narcotráfico
en Colombia, un eje organizador para comprender la razón de ser de, específicamente, ese
teatro performativo.
José Antonio Sánchez dice que la memoria “es ese poso de experiencia en que
sufrimiento y placer residen amalgamados y reaccionan provocando nuevas realidades.”
(267). No obstante, para explicar cómo funciona la memoria en el teatro performativo es
necesario contrastar este concepto, y, además, complementarlo con otro más: la historia.
Sánchez entrelaza ambos conceptos: “la memoria alimenta la historia mediante el
testimonio; la historia recupera los olvidos de la memoria; la historia edita y corta el flujo
de la memoria; la memoria resiste la falsificación de la historia.” (267) No pondera uno
sobre otro, rescata las virtudes de cada uno de ellos y advierte sobre los peligros que
conllevan. Y, sobre todo, pone el énfasis en lo que ambos conceptos, si se trabajan en
conjunto, pueden aportar.
Cuando leí sobre las puestas en escena de la compañía Mapa Teatro que Sánchez
menciona en su texto, se reactivaron mis recuerdos. Hubo sensaciones en mi cuerpo que me
trajeron a la memoria algunos eventos de aquella noche, de hace diez años, en que
presencié Testigo de las ruinas. El testimonio que ahora recupero podría alimentar la
historia de las representaciones de la obra o la historia del festival de la ciudad de México o
la historia del teatro performativo, por mencionar algunas. Es en esta experiencia personal
que encuentro la corroboración de lo que Sánchez afirma: la memoria alimenta la historia
mediante el testimonio.
Me parece que Diana Taylor toma el mismo fenómeno escénico que Sánchez, y lo explica
mediante términos diferentes, pero a la vez complementarios. Ella observa que existen dos
tipos de memoria, la memoria de archivo y la memoria de repertorio.
La memoria de archivo “se preserva a través de fotos, documentos, textos literarios,
cartas, restos arqueológicos, huesos, videos, disquetes, es decir, todos aquellos materiales
resistentes al cambio. El archivo opera a través de la distancia, tanto en términos temporales
como espaciales” (Taylor, Diana: 154). Si se hace un paralelismo entre Taylor y Sánchez,
la memoria de archivo podría corresponder a la historia del segundo. Para Diana el archivo
tiene que ver con lo inerte, con lo que está fuera del cuerpo, con los registros que quedan
como residuos de un suceso lejano en tiempo y espacio. La misma autora afirma que “lo
que cambia con el tiempo es la interpretación, la relevancia o el significado atribuido al
archivo” (154).
El repertorio, para Taylor “tiene que ver con la memoria corporal que circula a
través de performances, gestos, narración oral; movimiento, danza, canto, en suma, a través
de aquellos actos que se consideran como un saber efímero y no reproducible. El repertorio
requiere presencia” (155). En el juego de analogías que propongo, este concepto se
correspondería con lo que Sánchez llama memoria.
Ambos coinciden en que, tanto repertorio como memoria, son algo vivo, que se
encuentra en el cuerpo y que no pueden ser reproducidos por ningún medio que no sea el
cuerpo, ya sea del testigo o de un actor que ofrece su materialidad corporal para abrir los
caminos de la memoria. Incluso, Taylor piensa que archivo y repertorio generalmente
operan en conjunto.
Al volver a mi experiencia personal sobre Testigo de las ruinas, el repertorio al que
alude Taylor, en este caso, no estaría en mí rememoración corporal, sino en las acciones
que realizaron los participantes de aquella puesta en escena. Por ejemplo, la vendedora de
arepas. Con el accionar de sus manos al amasar, freír, preparar y servir este alimento,
reactivaba la memoria de su cuerpo. Con su presencia nos transmitía a los espectadores el
repertorio de gestos y movimientos que conforman el conocimiento o la práctica de hacer
arepas.
El archivo estaría en el registro, ya sea en vídeo o en fotografías, donde pudiéramos
observar la manera en que se preparan las arepas. Sin embargo, como explica Taylor, sólo
estaríamos viendo un suceso a la distancia temporal y espacial.
Por su parte, el Dr. Prieto plantea el término de memoria inquieta. Él se basa en algunas
puestas en escena donde “la memoria de los realizadores y, en algunos casos, también de
los espectadores, es corporizada de diferentes maneras” (27). Aunque, a diferencia de los
dos autores arriba mencionados, Prieto pone especial énfasis en las articulaciones que
genera el testimonio (Prieto, Antonio: 211) del realizador o del actor: lo personal con lo
colectivo, lo real con lo ficcional, lo teatral con lo performativo, la memoria con la historia.
Lo relevante en la propuesta del Dr. Prieto la encuentro en que él ve en la memoria
dos cualidades, la ‘performativa’ y la ‘performática’. La primera alude a “el sentido
austiniano de un acto del habla que transforma nuestra percepción de las personas y de la
historia” (209). En este sentido, si retomo mi experiencia personal sobre Testigo de las
ruinas, podría afirmar que mi memoria ha distorsionado la manera en que ahora percibo
aquel suceso y el valor que le adjudico. Quizá la nostalgia o la añoranza de esos días tenga
que ver con este cambio.
La cualidad performática de la memoria “se materializa a través de la corporalidad
del actor o del performer, y del manejo de materiales de archivo en escena.” (Prieto: 209).
Esta propuesta del Dr. Prieto yo la asocio con lo que Taylor llama repertorio y con lo que
Sánchez denomina memoria. Entre Prieto y Taylor encuentro semejanzas, no tanto así entre
Prieto y Sánchez. En este punto, el primero observa de manera más específica el fenómeno
del uso de la memoria en escena. Quizá la distancia temporal que separa las reflexiones de
ambos autores ha sido una circunstancia determinante en la minuciosidad con que ahora se
realiza y se observa el arte escénico que echa mano de esta memoria performativa.
Bibliografía
Prieto Stambaugh, Antonio. 2016. “Memorias inquietas. Testimonio y confesión en el
teatro performativo de México y Brasil”, en Corporalidades escénicas.
Representaciones del cuerpo en el teatro, la danza y el performance, editores: Elka
Fediuk y Antonio Prieto Stambaugh. Xalapa: Universidad Veracruzana, pp. 215-
249.
Sánchez, José A. 2016. Ética y representación. México: Paso de Gato, Universidad
Iberoamericana.
Taylor, Diana. 2013. “El archivo y el repertorio”, en Performance. Buenos Aires: Asunto
Impreso.