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Fabi dejó su puño contra la puerta cuando escucho el golpe que venía del departamento del

lado; un golpe fuerte, seco, que parecía haber dado contra una superficie gruesa y orgánica,
pero hueca, el golpe sonaba a que se había perdido en un vacío, al igual que la mente de
Fabi que siguió al sonido barco al faro, hasta que fue anclada a la realidad cuando la puerta
se abrió y ella recibió esto con un corto grito asustado.
― ¿Quién más esperabas que abra la puerta? O, ¿estoy tan feo como para que te asustes
cuando me ves?― dijo Ignacio con una sonrisa sarcástica.
― Perdón, me distraje… escuché un ruido, raro por decir poco, que vino del departamento
de tu vecino.― dijo Fabi, todavía desconcertada, por el ruido y un poco por la cara de
Ignacio.
― “mmm”, ― reprodució Ignacio, tratando de imaginar que podría haber pasado, pero por
solo un pensamiento fugaz. Invitó a pasar, de nuevo, a Fabi con una mirada y un
movimiento de cabeza.
Ignacio y Cristina estaban esperando a Fabi con un par de cervezas, unos parlantes y
botanas en una pequeña mesa casi al ras del suelo. Fabi se unió a ellos, aún con una porción
de su atención, con cerveza en mano empezaron a burlarse con Cristina del rostro de
Ignacio, mientras él, se abatía por haber sido el primero en hacerlo.
La conversación seguía el flujo habitual; la seriedad de algunos temas contrastaba con la
ligereza de las bromas que se hacían a sus expensas. Solo el hambre de sus estómagos y el
eco del ruido, que Fabi había escuchado, que reverberaba en su interior interrumpían la
emoción del momento. El timbre sonó y el alivio de sus estómagos se podía ver en sus
rostros. Ignacio se paró y bajó a recoger las pizzas, mientras Cristina buscaba platos y mas
cervezas en la cocina. Fabi por su parte, mirada fijamente un punto del muro, absorta y con
una creciente duda; “si bajo el volumen de los parlantes, ¿podría escuchar ese ruido de
nuevo? ¿Realmente quiero volverlo a escuchar? Probablemente fue un evento singular,
algo o alguien se cayó o se golpeo y nació ese ruido para morir en las atenuadas ondas
sonoras que llegaron a mí.” Pero, aún con la lógica detrás de sus pensamientos, solo podía
pensar en ese ruido que, detrás de su cabeza, seguía reproduciéndose, creando un vacio para
habitar.
Terminando de subir las gradas, Ignacio pasó por la puerta de su vecino, sin prestar mucha
atención a lo que Fabi había dicho antes, volteó solo por una idea implantada por ella. Su
vecino era un señor mayor, por no decir anciano, que nunca lo había visto en otra prenda
que no sea su bata mostaza con franjas rojas, pantuflas casi desarmadas y una camiseta
blanca, u originalmente blanca, que se podía ver por la abertura de la bata. Siempre era algo
desagradable a la vista, por eso siempre saludaba al anciano con un movimiento de la
cabeza, era la extensión de las conversaciones que había tenido hasta ahora con él. Justo
antes de perder de vista la puerta del anciano, Ignacio escucho los pasos del anciano y de
alguien más, los pasos del anciano eran más bien el arrastre de sus pantuflas; pero, este
nuevo grupo de pasos era diferente; decisivos, firmes y concretos. Suficiente para
sorprender a Ignacio y agarrar desprevenido cuando, sin previo aviso, un golpe fuerte se
escuchó filtrar del departamento del anciano, un golpe que llegó a Ignacio y retumbo su ser
para encontrar un espacio dentro de él. Segundos tardó en alejarse de la puerta y con un
paso entre asustado y confundido entro en su departamento y que quedó inmóvil en frente
de las chicas cuando ellas se encontraban paradas en frente del muro que separaba los
departamentos. Todos en silencio, Ignacio quería preguntar que estaban haciendo, pero en
su interior lo comprendía sin entender.
Los tres se miraron sin decir nada. Ignacio dejó las pizzas en la pequeña mesa, junto con los
platos y cervezas. Salieron al pasillo y giraron con dirección al departamento del anciano.
Con cada paso que daban podían escuchar el atenuado ruido de antes, a la par del latido de
cada uno de sus corazones. Cada paso más cerca el ruido se hacía más fuerte, sus corazones
latían a la misma frecuencia pero con fuerza; cada paso significaba unos centímetros más
del vacío infeccioso que se había alojado en cada uno. En frente del departamento del
anciano encontraron la puerta ligeramente abierta, suficiente para que haces de luz se
escapen y ellos encuentren su camino adentro, era una invitación, pensaron sin decir nada.
Entraron al departamento del anciano y todo lo que podían escuchar era este ruido que
ahora venía desde sus interiores, abrumando cualquier posible ruido ambiental, el golpetear
se extendía por todo su cuerpo y de repente se detuvo, en seco, un silencio absoluto golpeó
sus sentidos cuando encontraron al anciano, tirado en el suelo, con la bata abierta, sin ropa
interior, sus manos en forma de puños bañados en sangre, tan inflamados que parecía que
traía puesto guantes de box; instintivamente todos voltearon a ver la pared que separaba los
departamentos para encontrar una pared pintada de rojo, con hendiduras aquí y allá, con
patrones que solo podían gritar desesperación. La puerta se cerró detrás de ellos e
inmediatamente los mismos pasos certeros que Ignacio había escuchado se dirigían hacia
ellos.

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