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PRETENSIÓ N Y REALIDAD EN LA HISTORIA DE LA REPÚ BLICA DE COLOMBIA

El historiador argentino José Luis Romero observó en su libro canó nico


Latinoamérica: Las ciudades y las ideas (1976) que los conquistadores españ oles
ignoraban o negaban la realidad de un nuevo mundo. El continente vacío debía
permanecer completamente vacío. La mentalidad de los conquistadores fue marcada
por este mandato. Las fundaciones de las ciudades fueron fundaciones de la nada, de
una naturaleza que no se conocía, de una sociedad que se destruyó , de una cultura que
se consideraba insignificante. La ciudad era una trinchera campal europea en medio
de la nada. En medio de esta trinchera campal se debían conservar con empeñ o las
formas de vida de la sociedad de los países de origen, así como la cultura y la religió n
cristiana. Esta mentalidad se podía resumir intencionalmente en crear de la nada una
nueva Europa. La nueva Europa surgió como una nueva sociedad que desarrolló en
tres mil añ os la conciencia de que se diferencia de la antigua sociedad europea, a pesar
de que la añ orara y se amoldara en ella. La independencia de Españ a al comienzo del
siglo XIX implicó esta conciencia en problemas de índole prá ctica y teó rica que abrió
un abismo entre la pretensió n de llegar a ser una sociedad nueva y moderna y la
realidad de querer seguir siendo una sociedad tradicional. En teoría fue la nueva
Repú blica de Colombia o, como se llamaba entonces, Nueva Granada, una fundació n
estatal formada segú n el modelo de la Repú blica Francesa; en la prá ctica, los padres
de la nueva repú blica se ocupaban de que la sociedad conservara e, incluso, agudizara
las jerarquías de la antigua sociedad. En nombre del “liberalismo” que se asumía como
sustancia de la nueva repú blica, se derogó la protecció n de la propiedad de los
indígenas, la estratificació n social ocultó un racismo “interno”, por lo que se
consideraba a los indígenas como personas perezosas, tontas y sucias, a los mestizos,
que conformaban la mayoría de la població n, malos, y a los blancos como la
aristocracia ilustrada. Esta estratificació n social se basaba en efecto en una ilusió n
infundada que descubrieron dos científicos españ oles, Jorge Juan y Antonio de Ulloa,
hacia el final del siglo XVIII. Por encargo de la corona españ ola, recorrieron los países
andinos (hoy en día Colombia, Perú , Ecuador, Panamá ) para investigar el estado
econó mico y social de estos países y contemplar la posibilidad de explotar sus
riquezas naturales. Ellos observaron que el estrato blanco de la població n daba mucha
importancia a destacar su procedencia noble, la cual resultaba dudosa al mirarse de
cerca, pues en cada á rbol familiar se podía comprobar sangre indígena. Ademá s, los
científicos observaron que los “criollos” (españ oles que habían nacido en América)
tenían una exagerada disposició n para tratar a los blancos europeos y españ oles con
preferencia, independiente de la procedencia social y educació n. De esta manera se
formó una aristocracia, cuyo fundamento era el color de la piel. Esta aristocracia
“racial” logró la independencia de la madre patria y gobernó de forma diná stica el
país, que llevó a una paradoja: a una repú blica moná rquica. La Revolució n de París de
1848 estimuló a los políticos liberales de Colombia a imponer una reforma de
izquierda liberal, pero el intento de introducir el principio de la igualdad de todos los
hombres como programa central de la política, fracasó y duró de 1848 a 1854. Este
intento de una liberalizació n radical de la sociedad debería abrir el camino al mundo
capitalista moderno y traer bienestar y progreso, pero éste fue contradictorio y no
consideraba el hecho de que semejante salto perdió de vista las estructuras del país
(analfabetismo, disputas internas por los intereses de los grupos de la clase alta,
carencia de una mentalidad econó mica e infraestructura social), desembocando en
caos y anarquía. Varias guerras civiles hicieron padecer al país por la pobreza y
fomentaron la violencia latente que estaba oculta en la injusta estratificació n social. La
liberalizació n radical de la Repú blica de Colombia desembocó en 1863 en una
constitució n federal y cambió el nombre de Repú blica de Colombia a los Estados
Unidos de Colombia, que se componía de ocho estados bastante autó nomos. Entre
1863 y 1886 Colombia experimentó un periodo productivo de modernizació n, que iba
acompañ ado de una lenta desintegració n del país a causa de la agudizació n del
federalismo y las guerras civiles. Este periodo, que se suele denominar como la época
de “radikalen Olyms”, se distinguió por un auge cultural que le valió a Colombia el
nombre de “Atenas Suramericana”. En esta época surgió la novela mundialmente
famosa María del inmigrante judío Jorge Isaacs (1837-1895), arraigado en Colombia.
Aparecida en el añ o 1867, la novela contaba refería la historia de un amor romá ntico
imposibilitado por la muerte de María entre ella y el biennacido Efraín, cuyo escenario
era la llanura tropical del Valle del Cauca, un paisaje idílico. A este paisaje idílico
pertenece un orden social idílico, que es alabado en la novela como una relació n
armó nica entre amos y criados y por consiguiente reprime las aspiraciones de
igualdad del gobierno de entonces. La novela glorifica la forma social de vida de la
“hacienda”1 , que representa una variante del principio feudal “protecció n y
obediencia”, en una fase del desarrollo econó mico y político de Colombia que, por
medio de la incipiente industrializació n y modernizació n (electrificació n, circulació n
ferroviaria) empieza a irse a pique y la relació n “protecció n y obediencia” a ser
liquidada por medio de la relació n del contrato de trabajo. Esta nueva relació n se
relativizó intensamente, en efecto, por la racista estratificació n social. La agresiva
industrializació n, esto es, una industrializació n sin abundante e instruida
infraestructura humana agudizó la problemá tica social, que la clase alta no estaba
preparada o dispuesta a mitigar o incluso a solucionar. Otra novela exitosa en
Colombia, Manuela de Eugenio Díaz Castro, que describe la vida en un pueblo tropical,
refleja una imagen de los conflictos sociales y de las confrontaciones políticas de
entonces, pero la presentació n de la desigualdad y la crítica social, que el autor se
propuso hacer, no cuestionó el orden social tradicional, el fundamento de los
conflictos. Con ello la clase alta, o como también se la denomina,

el “nuevo patriciado” continuó la mala costumbre colonial, la percepció n de los


problemas als deren Lö sungen zu halten, um den sozialen statu quo nicht zu ä ndern.
En el añ o de 1886 se promulgó una nueva constitució n que restauró la unidad
administrativa y política de la Repú blica, introdujo de nuevo el antiguo nombre
Repú blica de Colombia y puso el empeñ o de preparar el fin del caos y la anarquía. La
constitució n famosa hecha garantizó los derechos fundamentales de los ciudadanos, la
libertad de prensa, pero los plenos poderes, que se le concedieron al presidente,
anularon en parte estas libertades. La sustancia republicana de la constitució n, que se
empeñ aba en asegurar la modernizació n, el bienestar y la paz, contradijo el principio
con el que determinó el crédito de la Repú blica. Al declarar el catolicismo como la
religió n de la mayoría de la població n y consecuentemente encargar la enseñ anza a la

1
En español en el original.
iglesia cató lica, excluyó del saló n de clase en general la comunicació n de los avances
de las ciencias modernas que habían puesto en cuestionamiento en el siglo XIX los
dogmas del ultraconservador catolicismo. El sílabo papal (declaració n de Irturmern)
de 1864, que condenó las teorías de las ciencias modernas y la mentalidad liberal y
secularizada y la prá ctica, contribuyó esencialmente a la hacer la guerra entre los
partidos conservadores y liberales por una disputa de creencias. La iglesia cató lica
hecha de nuevo poderosa gracias a la Constitució n condenó a sus opositores, a saber
los anticlericales, amenazó a los posibles partidarios con la excomunió n y añ adió con
ello una nueva divisió n al país dividido. El endurecimiento de la confrontació n política
vorhemlich de la clase alta abarcó a todo el país, pues la cruzada contra lo moderno
no descartó a los pueblos apartados de la provincia: los pá rrocos predicaban desde el
pú lpito la condena del pensamiento secular y liberal. A las guerras civiles de los
grupos se unió ahora la guerra ideoló gica de las confesiones políticas y condicionadas
a la religió n. Esta situació n explosiva hizo estallar la ú ltima guerra civil má s larga y
sangrienta del siglo. 52 guerras civiles habían sucedido antes, y la ú ltima, que duró de
1899 a 1902, concluyó el siglo XIX con un tratado de paz que la pausa de la violencia
ocultó al lento proceso del desarrollo de la sociedad: la independencia de Panamá en
el añ o 1903 no fue un ataque de los Estados Unidos con su política exterior del
“monroísmo” imperialista (lema de Monroe: “América para los americanos”) a la
Repú blica de Colombia, sino resultado de la incapacidad del “nuevo patriciado”
colombiano, con la reclamada unidad de la Repú blica en la Constitució n de 1886 para
ir al mismo paso con la unidad requerida en la constitució n de 1886, para dar
verdadero cumplimiento a la exigencia. El siglo XX empezó con un corto periodo de
paz, progreso econó mico y el surgimiento de asociaciones de trabajadores (artesanos,
campesinos, trabajadores) que está n relacionados con la formació n del Partido
socialista (1919). La influencia de los Estados Unidos en la economía y, por
consiguiente, también en la política, la Revolució n mexicana de 1912, la reforma
universitaria de Có rdoba (Argentina) de 1914, la Revolució n rusa de octubre, que
produjeron un efecto moderado en Colombia, cambiaron el panorama político de la
Repú blica. Las asociaciones de trabajadores no só lo lucharon por justicia social, sino
que también introdujeron en parte doctrinas social-revolucionarias en la
confrontació n política, esto es, el país fue politizado intensamente; la enseñ anza no se
sustrajo al modelo de la reforma universitaria de Có rdoba, esto es, las universidades
fueron modernizadas en cuanto al contenido y administrativamente (participació n
estudiantil en la gerencia); las inversiones norteamericanas favorecieron la
promoció n de la tecnología y del transporte y las comunicaciones, pero este cambio
del paisaje político y social se fundaba en un débil sustento. La Repú blica no disponía
de un personal suficientemente capacitado para llevar a un cambio seguro, las
gestiones para la justicia social y las asociaciones de trabajadores y los sindicatos
recién formados fueron tomados por comunistas y sometidos, los conflictos sociales
se intensificaron debido a ello, y la crisis financiera mundial de 1929 contribuyó a que
el gobierno conservador de entonces tuviera que renunciar. En el añ o 1930 se eligió a
un político liberal como presidente. Subió al poder con la promesa de una “unificació n
nacional”, pero podía o quería la satisfacció n política de las provincias, que fueron
azotadas implícitamente por la violencia de ambos partidos. La pretensió n del
liberalismo de garantizar la justicia social, libertad y respeto para la dignidad del ser
humano, de modo que se proteja legalmente a las clases débiles de la sociedad y se las
ubique mejor, fracasó sin embargo por el miedo de la clase alta de que la irrupció n de
las masas de trabajadores en la política amenazara el bienestar y los valores del orden
tradicional. Este miedo alcanzó la cumbre cuando el sucesor del presidente liberal, el
ú nico hombre de Estado con mucha personalidad en la historia del país, Alfonso
Ló pez Pumarejo, asumió el poder del Estado y presentó un programa de reforma
nacional conciliador que se denominó como la “Revolució n en marcha”. La reacció n
contra el programa fue extraordinariamente agresivo. La clase alta, que había
criticado el presidente, la iglesia cató lica, que rechazó la libertad de culto y la
secularizació n de la enseñ anza, así como representante del mismo partido del
gobierno, intentaron poner en descrédito la reforma política para inculpar al
presidente de la promoció n y el favorecimiento del comunismo y de la masonería. El
vívido interés con el que los partidos y grandes partes de la sociedad continuaron el
desarrollo de la Guerra Civil Españ ola de 1936-39, el deje de la ideología fascista en
Colombia prepararon al país para añ adir a la escisió n del país entre las confesiones
liberales y conservadoras una nueva: la escisió n entre los partidarios de los aliados y
los partidarios del eje (Hitler-Mussolini). Desde 1938 la clase política y alta se propuso
desarticular la “Revolució n en marcha”, sin restablecer el estado del siglo XIX
completamente. La guerra fría repercutió en la política del país, en tanto que cada
reforma social de gran alcance, necesaria fue tomada por comunista. La violencia que
la escisió n política y social del país ocultaba en sí, se desató fuertemente en 1948.
Como protesta contra el asesinato del tribuno popular Jorge Eliécer Gaitá n, se levantó
el pueblo principalmente en la ciudad, saqueó ciega y fulminantemente, su falta de
disciplina imposibilitó los intentos de los líderes liberales de izquierda para asumir el
poder. Pero la embajada desarticulada del pueblo airado no propició reformas
fundamentales. La revolució n cubana del añ o 1959 sugirió el reembolso, y este
reembolso articuló la embajada en el sentido marxista de la revolució n, que había
estallado en el añ o 1948. Surgieron grupos guerrilleros de izquierda, que se ampliaron
con el paso del tiempo (alrededor de 50 añ os) y a pesar de la lucha del ejército contra
ellos, tomaron en posesió n má s del 30% del territorio colombiano. Los grupos
guerrilleros formaron un estado dentro del estado, que había de combatir el comercio
de droga y estaba preparado para zanjar la influencia política. La alta clase política,
que tenía la intenció n de seguir el modelo de los Estados Unidos y le concedió poder
interior y la élite dirigió la educació n hacia ellos, perdió de vista al país y lentamente
el control de la Repú blica que esta “élite” consideraba y trataba como un gran
patrimonio explotable. Extrañ o en un país propio, pero entendiéndose como
“patrió tico”, no se percibió que el abismo entre pretensió n y realidad, entre promesa y
cumplimiento había causado una escisió n insostenible, cuya salida permanece hace
mucho tiempo incierta y se hace vaga, en cuanto las reformas no se pongan en vigor y
se realicen, las cuales permitan adjudicar esta denominació n completamente al
“Estado de derecho” que es la Repú blica de Colombia.

La violencia no tiene en Colombia causas inmediatas. Inmediatas son las ocasiones de


que se pueda desencadenar una violencia latente. En el siglo XIX fueron estas
ocasiones las luchas por el poder político, por la conservació n del orden colonial o la
imposició n de la modernizació n de la sociedad. Las luchas y las guerras civiles locales
dirigieron a los partidos de la clase alta, que constaba de los propietarios y
comerciantes. En el siglo XX se agudizaron estas luchas, pero no se gestaron como
guerras civiles. Se trasladaron a los pueblos, ciudades de provincia y al campo, esto es,
determinaron lo político y la vida cotidiana y fragmentaron la sociedad. Para esta
sociedad se había dado, en efecto, que las elecciones y la violencia iban de la mano,
que las decisiones políticas de la població n tenían que ver cada vez menos con la
política y se convirtieron en disputas de venganza del correspondiente partido
vencedor. Surgió un sistema del mantenimiento del poder y de la aparente
confrontació n política que se nombraba “caciquismo”. El “cacique” era en los pueblos
y estados de provincia el emir de los políticos de las ciudades principales. El “cacique”
concibió falsificar los resultados electorales e intimidar a los correspondientes
contrarios. El sistema del “caciquismo” promovió la violencia, el “cacique” no tenía a
menudo consideració n en mandar a asesinar a los correspondientes opositores. La
violencia política iba acompañ ada de una sutil reticencia de los valores morales de la
convivencia pacífica y respetuosa. Ciertos perió dicos y revistas ensalzaron la vida
social de la rica clase alta como modelo, esto es, ahondaron lujosa y
provocadoramente la diferencia de clases. La enseñ anza y crianza fortaleció estas
diferencias, que se tenían por supuesto sin notar que se hacían má s grandes y la
convivencia del país se transformó en un conflicto hecho cada vez má s intenso. La
crianza y enseñ anza como negocio, que permitió adquirir para los ricos un
sentimiento de superioridad, aseguró la reticencia de los valores morales para que se
extendiera la má xima de la clase alta “Todo por el dinero y el dinero sobre todo” y se
dispusieran las tareas de la crianza y de la educació n científica de especialistas segú n
una extrañ a tendencia de la ley de mercado: una oferta costosa para los escolares y
estudiantes, barata remuneració n para los profesores. Se podrían aducir aú n
numerosos ejemplos para la social desintegració n y el colapso moral de la sociedad
colombiana, pero éstos só lo comprobarían un hecho: la clase alta, dirigente sacrificó al
país a sus intereses y hoy está presente en tomar la violencia de los interesados como
muro propio, el país militarmente, pero no pacificar social y justamente.

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