Magstnos o€ 1A LiTeRatuta JAPONSSA
Rashomon
y otros relatos
hist6ricos
Akutagawa
Ryiinosuke
‘Traducién y prologo de
vin Diaz Sancho
&® sarortla transcripcién de los términos japaneses sigue el
sistema Hepburn, el més empleado en la literatura orien-
falta, y segin el cual las consonantes se promuncian coro
fen inglés y las vocales casi igual que en espatol. Se han
eliminado los signos dicrtcos sobre las vocaleslargas de
las palabras y homénimos japoneses cuando tal simpifi-
cain ortogrifica no afecta el significado. Se ba respetado
1a onomistica japonesa para el nombre de los personajes
«que antepone el peli al nombre propo.
‘Agradezco a Juan Pablo Villalobos su lecturay comen-
tarios de Los ladrone. A Ayako Noguchi su inestimable
ayuda a la hora de resolver algunas dudas en los originales
japoneses, a José Alberto Alonso su supervision (literal y
figuradamente) de algunos de estos textos, facilitando con
ello que el espaol de un exiliado catalén suene de tanto
en tanto a buen castellano, También a Emi Awano por 8
apoyo constante, ya Alfonso y Marién por su trabajo ys
confianza.
RASHOMON:
{Porc oman) de cero a atgn Hensal Kit.
Eebsitao er dela ran ia Seinen que cab de
‘ur pala copay termina en ene con abo ren prio,
Ssakamon, que ibn sce a Palco per. Se rps con
In pnb ded de geo ein Sars renee commerscatestaba anocheciendo. Hl siviente de un samuri esperaba a
que escampara Ilva en el pértco de Rasho. Bajo el amplio.
portal no habia nadie ms. Solo un pequefio grillo posado
sobre una inmensa columna de lca bermell6n, desconchada
aquiy all. Al estar situado Rashomon en la gran avenida de
Suzaku, lo normal hubiera sido divsar al menos dos o wes
personas; el sombrero de paja de alguna dama o el bonete de
algén noble guareciéndose de la lluvia. Peto aparte de aquel
‘hombre no habia nadie mis.
Ago ldgico si se tiene en cuenta que desde hacia dos
o tees afios se sucedian en Kioto los terremotos y los tio
nes, los incendios la hambruna,calamidades que habian
dejado la capital en un estado completamente desolador.
Segin las crOnicas antiguas, a ambos lados de la calle se
acumulaban los pedszos de madera laqueada y decorada
con pan de or y pata, provenientes de las estatuas de Buda
otros enseres de culto;objetos que la gente habia desto-
zado para vender como lena. Hasta tales extremos se habla
deteriorado la capital que Rashomon quedé descuidado, sin
que nadie se preocupara de su mantenimiento. Se convit-
16 asf en Ia madriguera ideal para aimafias y comadrejas
ideal también para los ladrones. Hasta que finalmente se
instaué la costumbre de abandonar al los eadéveres que
5nadie reclamaba, Al mochecer, el aspecto del pértico era
tan laigubre que nadie osaba pisar siquiera los alrededores.
‘Tomaban entonces el relevo bandadas ingentes de cuer
vos llegados de quién sabe dénde. Durante el dia, podfan_
verse revoloteando en eirculos sobre el punto mas alto del
tejado, mientras aunaban sus graznidos. Sobre el cielo
. Mi esposa, como si se hubiera
vuelto loca, grité aquello varias veces. «jMataa ese hombre!
|Métalol. Attn ahora siento aquellas palabras como un hu-
racin que me arrastra al fondo de una oscuridad olvidada,
@Habrén salido acaso de una boca humana palabras mas
rencorosas que esas? cHabrin llegado alguna ver. ofdos
de los mortales tamatas imprecaciones? Una vez siquera,
[De repente estalla en una carcajada burlona,} Incluso el ban-
ido palidecié al escuchar aquello. {Mata a ese hombre!»
Mientras gritaba estas palabras, mi esposa se aferraba al
brazo del bandido, que la observaba perplejo sin respon:
der silo harfao no. En eso que de repente le arreé una pa-
tada y la dej6 tumbada de bruces sobre las hojarasca. [De
‘nuevo una carcajada buriona.| El bandido, calmado, se cruzé
de brazos y me eché una mirada confidente. «Qué quie-
7. Setrataenveaidad de estado intermedi cmocido en el bude
oma chico ohn (ouialente al ano btn), espa ndetei
‘odode ancient ol instant de muerte eenciniento ce
huracin sd 4 a.
Bses que haga con esa mujer? «Quieres que la mate 0 que la
deje vivir? Me basta con que hagas un gesto de cabeza. ¢La
‘mato? Solo por esas palabras querra perdonax el cximen
de aquel bandido. [De nuzvo un larg silencio
“Mientras yo me deci, mi esposa solt6 um gritoysalis
corsiendo hacia el fondo de la espesura. EI bandido se prec
pit6 tas ella. Trat6 de deteneslaagarzindola por la manga,
pero finalmente se le escap6. Yo contemplaba aquella es
‘cena como sis tratase de una mera usin.
Elbandido, dandose por venido, recogié mi katana, mi
arco y mis flechas e hizo un corte en la cuerda que me su-
jetaba, por un solo punto. «Esta vez se tata de mi suerte»,
of que murmuraba el bandido antes de perderse en la espe
sura del bosque. Después todo quedé en calma. Pero n, to
davia se escuchaban algunos sollozos. Mientras terminaba
de desatarme, agucé el odo. Entonces me di cuenta de que
aquellos sollozos eran los mios propios. [Un larg sitencio
por tercera vez)
Cuando por fin me levanté de la base del cedro, mi
cuerpo estaba exhausto. Frente a mi brllaba el pufal que
hnabia dejado caer mi esposa. Lo tomé entre mis manos y yo
‘mismo me atraves¢ el pecho. Noté como la sangre caliente
aseendia hasta mi gargenta, provocindome arcadas. in
embargo, no sentia dolor alguno. A medida que mi pecho
se enfraba, la calma se apoderabe del entomo. ;A, qué sic
Jencio! Hasta el cielo que cubria esta espesura somabria en la
‘montafia no venia a cantar ni un solo psjrilo, Teas los ce-
dros ylos bambries flotaban los tiltimos rayos dl atardecer.
Los rayos... también se fueron extinguiendo poco a poco.
Mis ojos no distingufan ya ni los cedros ni los barbies. Cat
alsueloy la quietud se apoderé de mi entoro.
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‘Al poco rato of algunos pasos que se acercaban hasta
donde yo yaets. Traté de mirar quién era, pero las sombras
lo envolvian todo a mi alrededor. Alguien... Ese alguien, con
‘su mano invisible, arranc6 el puftal de mi pecho. Al ins-
‘ante, a sangre volvi6 a desbordarse por mi boca. ¥ asi me
fui sumergiendo en las tinieblas para siempre.
a