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Historia[editar]
Las prisiones han cambiado mucho dependiendo de las necesidades económicas y
productivas de la sociedad. En un inicio, existían calabozos donde las personas esperaban a
que llegara su sentencia, que estaba siempre relacionada con un castigo corporal para hacer
valer y sentir el poder del Monarca y de Dios. Los castigos eran suplicantes y buscaban infligir
miedo para establecer el orden social, pero llegó un momento en el que se compadecía a los
acusados y se veía con infamia a los verdugos, nació una necesidad de deshumanizar a los
culpables (que hasta entonces no eran presuntamente inocentes desde que se les acusaba) y
comenzó a cubrirse a los acusados cuando eran decapitados o se les cortaba una mano, bajo
la premisa de volver más humano el proceso, se silenció e invisibilizó a los reos y la tortura se
convirtió en algo que debía ocultarse. De ahí que las prisiones se encuentran a las afueras de
las ciudades, donde nadie pueda verlas.
Por otro lado, según Nieves Sanz (2004), se puede observar que de encerrar a los reos y
marginados, se empezaron a hacer casas de trabajo entre el siglo XVI Y XVIII por la escasez
de mano de obra y la necesidad de volver a los reos productivos, bajo el pretexto de
reinsertarlos a la sociedad y abriendo la paradoja de "incluir excluyendo", aunque al llegar la
revolución industrial y necesitar menos mano de obra, los internos comienzan a considerarse
una amenaza para los trabajadores libres desocupados y vuelven a desaparecerlos. El castigo
desde finales del siglo XVIII y hasta la fecha, recae sobre la voluntad y ya no en el cuerpo. 1