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Es difícil aceptar que este paseo sea solo un paseo. ¿Para qué estoy acá de noche y
solo mirando siluetas en una boletería? ¿Se puede vivir sin estar buscando un propósito?
Podemos discutir si ese propósito debe ser algo magnánimo, universal y redentor, ¿pero ir
por la vida sin un sentido? Una buena salida es pensar que cada uno de los pequeños
trayectos en los que estamos inmersos poseen su propio motivo, pero cuando hacemos
filosofía la pregunta se existencializa, se expande hasta los confines de lo que creemos que
somos o de lo que creemos que es la realidad e interpela por el todo: ¿cuál es el sentido?
Podría responder, si lo hubiera, por el sentido de estar aquí sentado de noche en esta
estación de tren. Habría respuestas psicológicas, psiquiátricas, sociológicas, antropológicas,
hasta astrológicas e incluso médicas. Lo interesante de la existencia es que fragmentada y
puesta en cada una de sus propias tramas, logra que todo segmento tenga lógica. Si
partimos de ciertos supuestos que no son cuestionados y son dados por evidentes, al interior
de esos supuestos todo se clarifica. Los supuestos son como una luz que posibilitan la
mirada, pero que nunca se cuestionan a sí mismos. Podemos preguntar y responder por
todo, pero nunca podremos trascender los supuestos. Se puede explicar mi paseo de esta
noche como un trastorno producto de una depresión que me acucia hace un tiempo, pero el
paradigma de la psicología no se cuestiona. A su interior, todo cobra la más lúcida
transparencia ya que hay reflectores que iluminan con mucha intensidad. ¿Pero y los
reflectores? ¿De dónde salieron? ¿Quién los maneja? ¿Quién los puso ahí? ¿Quién los
prende? ¿De qué están hechos? ¿Por qué la luz ilumina? ¿Qué relación hay entre la luz y la
mirada? Si la mirada solo funciona a través de la luz, entonces nuestra mirada nunca es
directa, inmediata. Nunca conoce en la verdad. ¿Pero qué es la verdad? ¿Es posible un
saber sin supuestos? ¿No es la pretensión última de la filosofía convertirse en un saber sin
supuestos? ¿Pero es posible? Tal vez todo se resuma en tomar partido frente a la evidencia
que resulta el saber que nunca alcanzaremos un conocimiento absoluto de lo absoluto. No
poder al final de cuentas terminar de comprender el origen y el propósito de todo, ¿nos
permite seguir viviendo? O peor, ¿nos permite seguir viviendo y encontrar algún sentido en
una vida que en sus extremos carece de sentido? Habría tres opciones:
2) o negamos todo sentido absoluto y nos abocamos a lo que hay, pero negamos
también la pregunta ya que la consideramos como parte del sinsentido;
Si pensamos la vida como una línea progresiva que se despliega desde un inicio
hacia un final, la búsqueda del origen se emparenta entonces solo con reconocer la causa
primera que ha hecho andar este mundo. Si hay un principio y hay una marcha hacia un
supuesto final, el origen es como ese primer motor inmóvil de Aristóteles que echaba a
andar la realidad, pero permanecía inmutable. Quiero decir que en una línea progresiva,
como esta vía de tren, la estación desde la que el tren partió quedó atrás y el origen se
asocia a un pasado superado que nos constituye en lo que somos, pero al cual ya no cabe ni
se puede regresar. Así, el origen es cosa del pasado y su sacralización solo se debería o a
una actitud de melancolía patológica u ontológica, o bien a la convicción de que aquello
que somos por naturaleza siempre se encontró más cerca en nuestro principios que ahora. O
sea que, si hay un origen, está claro que tiene mucho más que ver con lo que fuimos en un
principio que en esto en que nos fuimos transformando a lo largo de los tiempos. También
es cierto que se puede seguir pensando aristotélicamente en términos finalistas, de modo tal
de asumir que en los principios fue sembrada, algo así como la semilla de nuestra
naturaleza, pero que solamente a lo largo de la historia nos fuimos desarrollando en aquello
que mejor nos define. En cualquier caso, la búsqueda del origen supone un retorno lineal
hacia el pasado, hacia esa estación primera desde la cual este tren proviene. ¡Qué hora
extraña para que pase el tren! Pero ahí viene. Casi por arte de magia aparecen algunas
personas que permanecían ocultas para abordarlo. Es un tren diésel y debe ser la
medianoche. Los rostros me resultan extraños porque todo me extraña. Y es este miedo
algo perturbador, pero placentero. Subo al tren. En el vagón hay muy poca gente. Me siento
junto a una ventanilla. Escucho el silbato y siento el arranque. Sigo marchando.
Otra figura sería pensar el origen como el fundamento de una totalidad. Ante la
totalidad de lo que hay —¿pero hay una totalidad?, ¿pero hay?— preguntarnos por el
origen. El por qué. En la primera manera de explicar el origen, ante la pregunta por qué el
tren llegó a la estación, la respuesta sería porque salió de la estación anterior y se dirigía
hacia aquí. Toda respuesta está ya entramada en una lógica de trenes que entran y salen de
estaciones y en la naturaleza de los transportes en las sociedades postindustriales —¿lo
tienen aún?—. Pero en este segundo modo, la pregunta inquiriría por la totalidad del ente:
justamente, ¿por qué así y no de otra manera? ¿Por qué el ser humano fue evolucionando
hacia estadios más complejos que incluyeron la necesidad de transportes como el
ferrocarril? O peor, ¿cómo explicar el pasaje desde el origen de la vida hasta este tren diésel
destartalado donde parte de la población viaja en condiciones insalubres en general para ir a
trabajar que no es más que un acto cruel de supervivencia producto de hacer nacido en la
parte mayoritaria de la sociedad que, sin embargo, es la desposeída en un sistema de
distribución de los recursos en términos de posesión y desposesión legitimado y legalizado
por las leyes positivas? En una totalidad cerrada el origen es el fundamento de todo lo que
hay. No es la primera estación que después queda atrás, sino que constituye el sentido
mismo de todo el sistema ferroviario. ¿Para qué? En todo caso se vuelve necesario volver
sobre la categoría de origen. ¿Qué es el origen? Aristóteles entrevió que para explicar el
sentido de cualquier entidad no alcanzaba no solo con una única respuesta sino con un
único sentido o tipo de respuesta. La palabra origen, como la palabra principio, e incluso el
término causa, guardan una fuerte connotación temporal: remiten a un pasado. Y es que de
alguna manera todo lo que hay, proviene desde una anterioridad de la que podemos decir
poco, pero como mínimo que es previa. El problema es ese carácter de previo que tiñe a
toda cosa. Todo proviene, es cierto; pero en tanto todo, escapa a la temporalidad. Yo soy
esto que soy por causa de mis padres que me procrearon, pero esta explicación biológica
define solo un aspecto de mi ser. No puede explicar por qué soy así, de esta manera. Y no
es un asunto genético. No se trata de por qué soy así parecido a mi padre, sino por qué lo
humano es así, con estos rasgos, con esta supuesta naturaleza —si la hay—, con esta
racionalidad —si la hay—. El por qué inicial, que no es inicial de origen temporal, sino
inicial de origen ontológico, nos arroja a una problemática más abarcativa: la pregunta por
el ser.
Por eso para Aristóteles, hay que partir de cuatro tipos de causas diferentes:
2) Sin embargo, también cuando nos preguntamos por el por qué de cualquier ente,
muchas veces respondemos priorizando los aspectos materiales. A veces preguntar por el
ser es comprender de qué está hecho el ente en cuestión, cuáles son sus elementos
constitutivos. Y así podemos hablar de otro tipo de causa: la causa material (que convive
con la eficiente). «¿Cuál es el origen de todo lo que hay?» es una pregunta que puede ser
contestada con la respuesta: «Todo está hecho de materia y la materia está hecha de
moléculas, y las moléculas de átomos». El tren está hecho de (¿de qué está hecho el tren?)
hierro, madera, plástico, todo el material que converge en este cuerpo complejo que es el
tren. Yo estoy hecho de carne, piel, sangre, órganos y mejor no sigo porque entre el
movimiento del tren y esta descripción voy a vomitar sobre el asiento de adelante que por
suerte está desocupado. Hay muy poca gente en este vagón: allí del otro lado hay una
parejita besándose. (Otra más. ¿O serán los que estaban en la boletería?) Más acá hay una
señora grande, pero muy diferente a la señora que fue asaltada. También en la fila de al
lado, hay un señor durmiendo. Nadie más. Creo que nadie más. Todos ellos, como yo
estamos hechos de cuerpo. Somos un cuerpo. Esta es la segunda forma de pensar la causa:
causa material.
3) y 4) Pero aún hay dos causas más: la formal y la final. Ambas pueden entenderse
juntas. Dice Aristóteles que preguntar por el sentido de algo es tratar de entender qué es
(causa formal), y por ello y al mismo tiempo, para qué (causa final). La pregunta por el qué
es una pregunta extraña que en Aristóteles se entrama con la pregunta por la finalidad, por
el propósito, por el fin. ¿Cuál es el sentido de este ente? ¿Qué es este ente? ¿Para qué está?
¿Por qué? La causa formal define la forma de algo, pero «forma» en el sentido de su
pertenencia a cierta especie: por ejemplo, este tren es un medio de transporte. La causa final
en cambio define su propósito: este tren sirve para transportar gente. Lo interesante es que
la causa formal se cumple (ser un medio de transporte) en la medida en que la causa final se
realice (que el tren efectivamente lleve gente y funcione). Entender la causa formal, su
«¿qué es?» es poder comprender al mismo tiempo su desenvolvimiento y realización a lo
largo de la «historia» de cada entidad. O dicho de otro modo; en el esquema aristotélico a
diferencia del platónico, los entes se realizan a lo largo del tiempo hasta alcanzar su verdad,
su esencia, su razón de ser.
Tales de Mileto se preguntó por el origen de todas las cosas, y respondió que el
principio era el agua. Tales entendió que en definitiva, cualquier cuerpo, cualquier entidad,
depende en última instancia del agua o que el agua se encuentra presente en todo, o que
todo está hecho de agua. El agua ocupa en la respuesta de Tales algo parecido a lo que el
átomo va a ocupar en las propuestas atomistas: es el elemento último en que puede
descomponerse la realidad. Pero el gran invento de Tales o de Anaximandro —a quien
Aristóteles va a indicar como el creador de la pregunta— ha sido la pregunta por el origen:
¿cuál es el principio de todas las cosas? Y en ese sentido, y para la historia de una filosofía
que cada vez menos va a apostar a la posibilidad de responder con certeza esta cuestión,
importa mucho más cómo nuestra comprensión de la realidad pasa a estar entramada, casi
regida por los siguientes supuestos: