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HACIA LA

RECONSTRUCCIÓN DEL PAÍS


Territorio, Desarrollo y Política en regiones
afectadas por el conflicto armado

Fernán E. González G., director Odecofi • Camilo Echandía Castilla • Ana María Arjona

Ana Clara Torres Ribeiro • Clara Inés García • Teófilo Vásquez • Jorge Restrepo

Omar Gutiérrez Lemus • Silvia Monroy Álvarez • Arturo García Durán • Jorge Iván González

Adolfo Meisel • Gabriel Misas • Francisco de Roux • Fernando Escalante Gonzalbo

Daniel Pécaut • Jenny Pearce • Mauricio García Villegas • Gloria Isabel Ocampo

Ingrid J. Bolívar Ramírez • Gustavo Duncan • Mauricio Romero • Mauricio García Durán

ODECOFI / Observatorio Colombiano para el Desarrollo Integral, la Convivencia Ciudadana y el Fortalecimiento Institucional
COLCIENCIAS / Instituto Colombiano para el Desarrollo de la Ciencia y la Tecnología Francisco José de Caldas
CINEP / Centro de Investigación y Educación Popular
Las ideas expuestas en este libro son responsabilidad de
sus autores y no re-flejan necesariamente la posición de
las entidades participantes y convocan-tes al seminario.

Hacia la reconstrucción del país:


Territorio, Desarrollo y Política en regiones afectadas
por el conflicto armado

© CINEP-ODECOFI
Carrera 5ª No. 33A – 08
PBX (57-1) 2456181 • (57-1) 3230715
Bogotá D.C., Colombia
www.cinep.org.co
www.odecofi.org.co

Editor: Fernán E. González González


Coordinación Editorial: Helena Gardeazábal Garzón
Corrección de Estilo: Álvaro Delgado G.
Diseño y diagramación: Carlos Cepeda Ríos
Carátula: Larry Escobar
Impresión: Ediciones Ántropos Ltda.

ISBN: 978-958-644-121-6

Septiembre de 2008

Impreso en Colombia – Printed in Colombia


ÍNDICE

REFLEXIONES INTRODUCTORIAS
Fernán E. González G. 7

I PARTE: TERRITORIO Y CONFLICTO


Ponencias
Camilo Echandía 73
Ana María Arjona 105
Panel 1
Ana Clara Torres 168
Clara Inés García 173
Teófilo Vásquez 194
Jorge Restrepo 198
Omar Gutiérrez 205
Discusión y preguntas 213

II PARTE: ECONOMÍA Y CONFLICTO


Ponencias
Arturo García 221
Jorge Iván González 237
Panel 2
Adolfo Meisel 256
Gabriel Misas 264
Francisco de Roux 269
Discusión y preguntas 281
III PARTE: CIUDADANÍA Y CONFLICTO
Ponencias
Fernando Escalante 287
Daniel Pècaut 310
Panel 3
Jenny Pearce 324
Mauricio García Villegas 330
Gloria Isabel Ocampo 335
Ingrid Bolívar 341
Gustavo Duncan 346
Mauricio Romero 350
Discusión y preguntas 352

CONCLUSIONES
Mauricio García Durán 359
AGRADECIMIENTOS

El seminario “Hacia la Reconstrucción del País”, que originó los artículos aquí
reproducidos; y el posterior ejercicio de corrección y edición de este libro,
son fruto del apoyo intelectual, económico y logístico de muchas institucio-
nes, y del trabajo esmerado de muchas personas.

Nuestra lista de agradecimientos comienza por los conferencistas y autores


que de forma generosa y desinteresada aceptaron participar en el evento, nos
regalaron sus escritos y estuvieron siempre dispuestos a aportar correccio-
nes y nuevas versiones de sus trabajos preliminares. A Fernando Escalante,
Daniel Pécaut, Jenny Pearce, Ana Clara Torres y Ana María Arjona, muchas
gracias por aceptarnos una invitación que implicó un desplazamiento de miles
de kilómetros. A los conferencistas nacionales Gabriel Misas, Arturo García,
Fran-cisco de Roux, Gustavo Duncan, Mauricio García Villegas, Mauricio García
Du-rán, Camilo Echandía, Mauricio Romero y Adolfo Meisel les agradecemos
por acompañarnos en estos primeros momentos de recorrido de Odecofi.
Y a los conferencistas Jorge Iván González, Clara Inés García, Gloria Isabel
Ocampo, Jorge Restrepo, Teófilo Vásquez, Omar Gutiérrez e Ingrid Bolívar,
miembros de Odecofi, les damos gracias por su participación y sus aportes
para el diseño del Seminario.

También agradecemos a las instituciones que nos patrocinaron. En especial


a Colciencias, que, además de apoyar la agenda investigativa de Odecofi, apor-
tó también a la financiación del evento, en el que nos apoyó con entusiasmo.
En especial a Angélica Barrantes, Juan Plata y Hernando Sánchez. Otras insti-
tuciones y personas como Marcela Villamizar en Ecopetrol, Everardo Murillo en
ISA, Claire Launay en IRG, Hans Blumenthal y Marta Cárdenas en Fescol, Adolfo
Meisel en el Banco de la República en la sede de Cartagena y Astrid Martínez
y Elizabeth Melo en Empresa de EnergÌa de Bogotá, EEB, nos apoyaron en la
gestión de recursos económicos de sus instituciones. Agradecemos especial-
mente el apoyo de la GTZ, no solo en el aspecto de apoyo financiero sino por
su asesoría y acompañamiento metodológico en la realización de las mesas
temáticas de discusión. Este agradecimiento se refiere particularmente a la
HACIA LA RECONSTRUCCIÓN DEL PAÍS

ayuda prestada por Javier Moncayo y su equipo. Por último, la Universidad de


San Buenaventura en Cartagena nos acogió en su sede y puso a disposición
nuestra todos los recursos logísticos necesarios para la realización del evento.
En especial, queremos mencionar el apoyo incondicional del padre Alberto
Montealegre González, OFM, Rector de la Universidad de San Buenaventura
en la sede de Cartagena, por su apoyo generoso y comprensivo tanto a la
composición del grupo de Odecofi como a este seminario.

Finalmente agradecemos al Centro de Investigación y Educación Popular


–Cinep– y al Grupo de Investigación en Desarrollo Social –Gides– por com-
prometerse en la coordinación y preparación del evento. Para la preparación
de la organización del Seminario en los aspectos académicos fue invaluable
la colaboración de Silvia Otero como asistente de la dirección de Odecofi
y miembro del grupo del Cinep. Para la parte logística y administrativa del
evento fue muy importante el apoyo constante de Martha Montaña como
asistente administrativa de Odecofi. Y en ambos aspectos, fue definitiva la
colaboración de María Clara Torres, Diego Quiroga y Eliana Duarte, del equi-
po del Cinep. En el Gides, fue invaluable el apoyo de Rocío Venegas, Giselle
Serrano, Ledis Múnera e Inés Fuentes. Y a las personas encargadas de la pre-
paración y corrección de este libro: Silvia Monroy por su excelente relatoría,
Diego Quiroga por la trascripción de las conferencias y Álvaro Delgado por
la corrección de estilo del manuscrito final. Y finalmente, agradecemos el
cuidadoso trabajo editorial de Helena Gardeazábal y la labor de impresión
del grupo de Ediciones Ántropos Ltda.

A todos y todas, muchas gracias por permitirnos entregar hoy el primer


libro de Odecofi, que esperamos sea el inicio de una colección de publicacio-
nes encaminadas a iluminar los esfuerzos de tantos compatriotas empeñados
en la construcción de una Colombia mejor.

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REFLEXIONES
INTRODUCTORIAS
Desarrollo y ciudadanía en regiones
afectadas por el conflicto armado
Fernán González*

El presente libro, y el seminario cuyas memorias reproduce, representan un


esfuerzo por crear un espacio de reflexión y diálogo entre la academia, tanto
nacional como internacional, interesada en la solución del conflicto colom-
biano y en los esfuerzos que, desde diferentes espacios de la sociedad civil,
han emprendido múltiples iniciativas de desarrollo integral, paz y civilidad
en regiones afectadas por el conflicto armado. Este empeño pretende superar
la tradicional incomunicación entre el enorme e importante acumulado de
estudios sobre el conflicto armado que se han venido adelantando en Colom-
bia durante los últimos años, las labores investigativas que se realizan sobre
las movilizaciones sociales por la paz y la búsqueda de salidas negociadas
de la confrontación y la riqueza de experiencias de múltiples organizaciones
y grupos sociales encaminadas al desarrollo, la convivencia ciudadana y el
fortalecimiento institucional en regiones golpeadas por la violencia, de modo
que se garantice la vigencia del Estado Social de Derecho consagrado en la
Constitución y las leyes.

La necesidad de este intercambio nos motivó a convocar un seminario


internacional dirigido a propiciar momentos de encuentro de los miembros
del Observatorio Colombiano para el Desarrollo Integral, la Convivencia Ciu-

* Director de Odecofi, investigador del Cinep, ex director de la misma institución y profesor universitario. Politólogo de la Universidad
de los Andes en Bogotá - Colombia e historiador de la Universidad de California en Berkeley.

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HACIA LA RECONSTRUCCIÓN DEL PAÍS

dadana y el Fortalecimiento Institucional (Odecofi) con académicos nacionales


y extranjeros que se han ocupado de temas análogos en sus respectivos
países y a escala global, lo mismo que con grupos y organizaciones vincu-
lados a programas y laboratorios de paz y convivencia, organizaciones de
cooperación internacional, programas de desarrollo, paz y civilidad y orga-
nizaciones sociales. Este intercambio permitiría establecer mecanismos de
mutua cooperación, que pueden incidir en el diseño de políticas públicas más
acordes con los resultados de las investigaciones académicas y la experiencia
acumulada por los programas regionales. Así mismo, sería ocasión para que
los acopios investigativos de la academia colombiana enderezados al diálogo
se proyecten sobre los resultados de otros países.

El encuentro se prestó para presentar a todos los invitados la propuesta


y los avances logrados por el Observatorio antes mencionado, Odecofi, que
es una asociación de grupos de investigación que ha sido seleccionada por
Colciencias como centro de excelencia en el área de las ciencias sociales. La
creación de esta clase de centros obedece al interés de Colciencias de apoyar
un tipo de investigación que sea relevante para la solución de los problemas
que afronta el país, estimule la cooperación entre diferentes grupos de estu-
diosos e impulse la interacción de diversas disciplinas científicas. En nuestro
caso, nuestra propuesta respondía a la necesidad sentida de establecer un
diálogo entre las experiencias acumuladas, tanto en las iniciativas de la socie-
dad civil en paz y desarrollo como en la indagación académica propiamente
tal. En buena parte, esta necesidad surge de las labores de acompañamiento,
asesoría y evaluación de diversos proyectos de desarrollo, paz y civilidad
emprendidos por investigadores de los centros asociados, que coinciden con
el creciente interés de los participantes de tales programas de sistematizar
las experiencias y proyectarlas al ámbito nacional e internacional.

El desafío de Odecofi

El desafío que nos hemos planteado los miembros de Odecofi puede


resumirse en la siguiente pregunta: ¿es posible crear desarrollo integral y
sostenible, convivencia ciudadana y fortalecimiento institucional en regio-

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REFLEXIONES INTRODUCTORIAS

nes afectadas por el conflicto armado, insertadas de manera subordinada


en la economía nacional y caracterizadas por relaciones políticas de estilo
clientelista?

La urgencia de responder a esa pregunta explica el sentido del esfuerzo


combinado de los diferentes equipos asociados en este Observatorio, que
intentan contribuir a la reflexión a partir de disciplinas diversas y percepcio-
nes regionales distintas. Los equipos que se han unido en este esfuerzo son:
el grupo Estudios del Territorio, del Instituto de Estudios Regionales (Iner) de
la Universidad de Antioquia, que tiene sede en Medellín y que se dedica al
estudio de los procesos de construcción social y cultural de los territorios;
el Observatorio de Coyuntura Socioeconómica del Centro de Investigaciones
para el Desarrollo (CID), de la Universidad Nacional de Colombia, sede de
Bogotá, centrado en los temas de la geografía económica y el desarrollo
desigual de las regiones; el Grupo de Estudios en Desarrollo Social (Gides),
de la Universidad San Buenaventura, que opera en su sede de Cartagena y
está dedicado a los temas de desplazamiento forzado y desarrollo regional;
el Centro de Recursos para el Análisis del Conflicto (Cerac), centrado en la
economía política del conflicto armado y en la información estadística y car-
tográfica sobre el mismo; el grupo del Departamento de Antropología de la
Universidad de Antioquia constituido como observatorio de las relaciones
entre Estado y sociedad en contextos locales, enfocado en la etnografía del
Estado y su construcción regional y local; y, finalmente, el equipo de Violencia
Política, Paz y Construcción del Estado, del Cinep, que hace el seguimiento
de la dimensión territorial de la violencia en relación con los procesos de
construcción del Estado en Colombia.

Esta composición de Odecofi muestra una destacada riqueza interdisci-


plinar, porque combina esfuerzos de economistas, geógrafos, sociólogos,
antropólogos, politólogos e historiadores en la búsqueda de una comprensión
compleja de la situación que afrontan las regiones colombianas afectadas por
el conflicto armado y de las posibles soluciones. La combinación de equipos
de investigación, nacionales y regionales, permite enmarcar estos asuntos
en un contexto amplio, nacional e internacional, al tiempo que reconoce las

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HACIA LA RECONSTRUCCIÓN DEL PAÍS

particularidades de las problemáticas regionales y puede insertarse en ellas


de manera creativa. En último término, la relación estrecha con las nume-
rosas iniciativas que han surgido en esas regiones —como ocurre con los
programas regionales de desarrollo, paz y civilidad— evita que los estudios
se reduzcan al estrecho campo de la academia y se traduce en recomenda-
ciones de políticas de carácter público puestas a consideración del Estado y
la sociedad en general.

Esta interdisciplinariedad, junto con la ubicación geográfica de los dife-


rentes centros y programas, explica la selección de las regiones y territorios
escogidos como escenarios de nuestras pesquisas. De esa manera partimos
de búsquedas insertadas en los ejes macrorregionales del conflicto, como
ocurre con las macrorregiones del sur-suroccidente y el oriente-nororiente
del país, a cargo de los equipos del Cerac y el Cinep; las investigaciones
que operan en ejes de carácter meso, como las subregiones del oriente y el
Urabá antioqueños, a cargo del Iner; y la subregión de los Montes de María,
entre los departamentos de Sucre y Bolívar, donde confluyen los esfuerzos
del Gides, el Cinep y el Observatorio de las relaciones Estado-sociedad en
contextos locales, de la Universidad de Antioquia. Incluso funciona un eje
más microrregional, representado por algunas localidades del Putumayo (a
cargo del Cinep) y por barrios marginales de Montería, que se enmarca en una
observación más regional, relacionada con la situación de los departamentos
de Córdoba y Sucre y que está a cargo del Observatorio de las relaciones de
Estado y sociedad en contextos locales, que funciona igualmente con apoyo
del Cinep.

La combinación de equipos nacionales y regionales de Odecofi hace que


estas investigaciones regionales no se analicen como casos aislados sino en
relación estrecha con lo que pasa en el ámbito nacional. En ese sentido, el
equipo de coyuntura económica del CID asume los estudios regionales como
casos piloto que vincula con la desigualdad del desarrollo regional, la geogra-
fía económica y los cambios de la economía a escala global, mientras que el
equipo “Violencia política, paz y construcción del Estado” busca interrelacionar
la vida política regional y local con las transformaciones políticas del orden

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REFLEXIONES INTRODUCTORIAS

nacional y mundial, teniendo en cuenta las particularidades regionales y la


manera como la gente experimenta la política en su vida cotidiana.

Como se deduce de la composición de Odecofi, nuestros proyectos com-


binan, con base en un acercamiento inter e intradisciplinar, el análisis de la
manera diferenciada como el conflicto armado ha afectado a las regiones,
según sean las particularidades de su configuración social, la manera diferen-
ciada como esas regiones se han implantado en la vida económica y política
de la nación y el estilo diverso como se relacionan con las instituciones esta-
tales. Este acercamiento supone un cierto distanciamiento de las percepcio-
nes homogenizantes sobre el Estado y la sociedad que están normalmente
implícitas en la formulación de políticas públicas en materia económica y
política, pues estimamos que el funcionamiento de las instituciones estatales,
el impacto de las reformas institucionales y de las políticas económicas y el
funcionamiento de la normatividad oficial del Estado registran importantes
diferencias en sus efectos, según sean las relaciones de las instituciones y
las políticas públicas con las especificidades de las distintas regiones.

De ahí que nuestro seminario asumiera como punto de partida la inserción


diferenciada del conflicto armado en el espacio y el tiempo, expresada en las
variaciones regionales y temporales del conflicto y las modificaciones de las
lógicas de los actores armados, muy ligadas a los procesos de configuración
social y cultural del territorio y a la inserción desigual de regiones y subregio-
nes en la vida económica, tanto nacional como mundial.

Dentro de ese marco diferenciado del conflicto y el desarrollo, nos pre-


guntamos sobre el margen de maniobra de que disponen los pobladores en
medio de la confrontación y sobre las posibilidades de sostener relaciones de
ciudadanía en regiones que estuvieron o siguen estando influenciadas por los
actores armados, de una u otra orientación ideológica, y que se caracterizan
por relaciones sociales y políticas de corte clientelista.

Estas ideas explican la organización del seminario en torno a tres grandes


temas de discusión, que son introducidos por dos ponentes principales, enri-

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HACIA LA RECONSTRUCCIÓN DEL PAÍS

quecidos luego por un panel de comentaristas especializados y comentados


finalmente por el público asistente. A esta organización del debate corres-
ponde la división del libro en tres partes: la primera está dedicada al tema
de conflicto y territorio; la segunda, al de economía y conflicto, y la tercera
a la relación de ciudadanía y conflicto. Como conclusiones del evento —y
del libro— aparecen algunas consideraciones sobre el reto de las ciencias
sociales en esta temática.

Conflicto y territorio

La relación entre conflicto y territorio fue introducida por dos ponencias


centrales, de alguna manera complementarias entre sí: Camilo Echandía
presentó su análisis sobre los cambios recientes del conflicto armado y la
violencia en su dimensión territorial, mientras Ana María Arjona analizó las
interacciones complejas que se presentan entre actores armados, población
civil y poderes locales en regiones afectadas por la guerra. Estas presenta-
ciones centrales fueron complementadas por los comentarios y anotaciones
de un panel de especialistas compuesto por Ana Clara Torres Ribeiro, Jorge
Restrepo, Teófilo Vásquez, Omar Gutiérrez y Clara Inés García.

Los cambios recientes del conflicto armado

En su presentación, Camilo Echandía comenzó por reconocer que los


avances del Ejército habían debilitado notablemente a las Farc, obligándo-
las a replegarse hacia sus zonas tradicionales de retaguardia y a disminuir
notablemente sus actividades ofensivas. Estos cambios representarían una
modificación del modus operandi de la guerrilla, que se limita ahora a accio-
nes intermitentes y esporádicas regresando a su táctica original de golpear
y correr por parte de pequeñas unidades, para reducir al mínimo sus bajas y
costos de operación, sin comprometerse en confrontaciones bélicas directas,
que actualmente le serían desventajosas. La nueva situación muestra, ade-
más, cambios en la geografía de la confrontación, que no son resultado de
la iniciativa de los grupos irregulares sino, fundamentalmente, del aumento
de la capacidad de combate de la fuerza pública. Debido a esos cambios en

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REFLEXIONES INTRODUCTORIAS

la geografía del conflicto, la mayor intensidad de la violencia vuelve a ubi-


carse en zonas predominantemente rurales, normalmente apartadas de los
sectores más dinámicos de la economía, que se localizan casi siempre en
las áreas planas más integradas a los principales centros de la producción
y el consumo.

Las gráficas de Echandía evidencian, en general, un ostensible descenso de


la actividad guerrillera a partir de 2003 y especialmente en 2007, cuyo nivel
se asemeja al registrado en 1996, con acciones concentradas principalmente
en el sabotaje de la infraestructura y no propiamente en los combates contra
la fuerza pública. El autor hace notar que las estrategias del Ejército y las
Farc se mueven con lógicas diferentes: la fuerza pública tiene como objetivo
principal lograr el pleno control territorial del suroriente del país, mientras
que las Farc han renunciado a la defensa de sus territorios tradicionales para
buscar el control de zonas estratégicas que garantice su supervivencia, como
en el caso del suroeste colombiano o del Catatumbo, donde la presencia de
las fuerzas gubernamentales es menor. El grupo insurgente ha recurrido así
mismo a ataques esporádicos en zonas diferentes de las del Plan Patriota,
para tratar de diluir y dispersar el mayor esfuerzo militar desplegado contra
su retaguardia estratégica.

Con relación al ELN, Echandía señala que este grupo ha sido todavía más
golpeado por la ofensiva militar, las incursiones de los grupos paramilitares,
las continuas deserciones y las contradicciones con las Farc. Todo eso redujo
su actividad, incluso la involucrada en los sabotajes contra la infraestructura
económica, que antes era su operación más recurrente. La presión paramilitar,
particularmente, los forzó a replegarse a zonas montañosas donde han tenido
que buscar el apoyo de las Farc, con las cuales han terminado por cohabitar
o actuar coordinadamente, como ocurre en las regiones más altas de la se-
rranía de San Lucas, en el sur de Bolívar, la serranía del Perijá en el Cesar y la
Sierra Nevada de Santa Marta y los departamentos del Valle del Cauca, Cauca
y Chocó. En algunas regiones, grupos del ELN han consolidado alianzas con
las Farc u otros destacamentos armados en su afán de garantizar corredores
para el tráfico de narcóticos, aunque en otros parajes, como los departamen-

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HACIA LA RECONSTRUCCIÓN DEL PAÍS

tos de Arauca y Nariño, las dos agrupaciones continúan enfrentándose por


el dominio de corredores estratégicos. En Nariño hay alianzas entre el ELN y
grupos paramilitares ligados al narcotráfico. Y lo mismo ha ocurrido con las
Farc en el sur de Bolívar, Urabá, Córdoba, el Bajo Cauca antioqueño, el sur
del Cesar, Meta y Vichada.

En cuanto a las autodefensas, es obvio que la desmovilización de buena


parte de sus destacamentos provocó una importante disminución de sus
actos de violencia, especialmente en Antioquia. Sin embargo, señala el autor,
la persistencia de retaguardias armadas encargadas de mantener el control
sobre los gobiernos locales y el negocio del narcotráfico, la supervivencia
de agrupaciones que nunca se desmovilizaron, el propósito de la guerrilla
de recuperar la sujeción de zonas de alto valor estratégico, el surgimiento
de los llamados grupos “emergentes” y la capacidad de las Farc para realizar
acciones aisladas enderezadas a multiplicar los escenarios de la confronta-
ción, están comenzando a producir un cierto aumento de los homicidios en
varias regiones del país. Las nuevas agrupaciones no tienen la misma pre-
sencia de que gozaban las que se desmovilizaron, pero cubren entre 100 y
200 municipios y cuentan con 5.000 miembros, según diversas fuentes. Su
acción se localiza en La Guajira, norte y sur del Cesar, Córdoba, Magdalena,
Bolívar, Norte de Santander, Urabá y el occidente de Antioquia, Vichada, Me-
ta, Guaviare, Casanare, Arauca, Nariño, Tolima, Putumayo, Caquetá, Chocó
y Caldas.

Además, observa Echandía, la reducción de la violencia en las zonas


controladas por los grupos paramilitares puede obedecer también a la con-
solidación de su dominación en ellas, que hace innecesario el recurso a la
violencia indiscriminada y masiva, como sucede en los casos del departa-
mento de Antioquia y su capital, Medellín. Este descenso contrasta con lo
que ocurre en zonas donde el control territorial permanece en disputa, lo
que explica el incremento de los homicidios en departamentos del sur y el
occidente, como Putumayo, Valle del Cauca y Cauca; de la costa Caribe, co-
mo Córdoba, Magdalena y Cesar; del nororiente, como Norte de Santander,
y del oriente como Arauca y Casanare. Es visible la lucha por el control del

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REFLEXIONES INTRODUCTORIAS

norte del Valle, la salida al océano Pacífico (entre Buenaventura y Tumaco),


las fronteras con Ecuador y Venezuela, los ríos del Chocó y los accesos al
Pacífico desde este departamento. Por eso, concluye Echandía, no parece
exagerado inferir que en el momento actual el país podría encontrase en la
etapa previa a una nueva escalada de violencia.

La “agencia” de la sociedad

La anterior descripción general de la evolución territorial del conflicto y su


diagnóstico un tanto pesimista enmarcan las percepciones de la presentación
hecha por Ana María Arjona, preocupada por dilucidar cuánto margen de
acción mantiene la población frente a la presencia fluctuante de los actores
armados en sus territorios. Arjona enfatiza reiteradamente la complejidad
de las interacciones entre grupos armados y comunidades de las “zonas de
conflicto”. En primer lugar, señala que la presencia de los actores armados
es muy heterogénea, según sean las circunstancias, y que no es reducible
exclusivamente a la coerción armada, pues a veces los insurgentes regulan
la conducta de los pobladores en lo público y lo privado y, exigen, a cambio,
retribuciones económicas. Por otra parte, pese a los altos niveles de victi-
mización que sufre, la población no combatiente mantiene cierta capacidad
de “agencia”, algún margen de maniobra: hay comunidades que han exigido
explícitamente respeto por su autonomía, mientras otras han encontrado en
un grupo armado una fuente de autoridad y gobierno con la que antes no
contaban.

De ahí la necesidad de comprender los diferentes tipos de interacción


que operan entre civiles y combatientes, a fin de superar la visión dicotómi-
ca que contrapone víctimas a “simpatizantes” entusiastas, cosa que impide
analizar los efectos de las complejas transformaciones que tienen lugar en
estas comunidades. La asunción de las relaciones de la población con los
actores armados en términos de colaboración o participación, originada en
adhesiones voluntarias de tipo ideológico, suele llevar a estigmatizar a las
poblaciones que de diversas maneras se relacionan con los combatientes,
movidas por razones muy distintas de las simpatías ideológicas. Por eso,

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HACIA LA RECONSTRUCCIÓN DEL PAÍS

insiste Arjona, para entender la reacción de la gente frente a los armados


hay que enmarcar las acciones que éstos adelantan en los contextos locales,
a fin de indagar, por sus propósitos concretos, la dinámica específica que
adoptan en las localidades y el comportamiento que exigen a la población.
De ahí su insistencia en el carácter interrelacional de los comportamientos,
tanto de los actores armados como de las comunidades.

Para entender esa interacción, Arjona parte del supuesto de que los gru-
pos insurgentes requieren crear un orden social propicio en los territorios
donde pretenden establecerse: para asegurar su supervivencia necesitan
abastecerse de comida, abrigo y ropa en lugares lejanos e inhóspitos, objetivo
que exige cierta colaboración de la población vecina; pero, igualmente, el
mantenimiento del control territorial reclama un nivel mínimo de obediencia y
suministro de información por parte de las comunidades locales. En algunos
casos exigen contribuciones ocasionales de la población para financiar su
lucha, así como cierta legitimidad, nacional o internacional. Además, deben
reclutar seguidores.

Pero el orden de los actores armados no es uniforme sino que depende de


la organización y del poder local previamente existentes en las comunidades:
el nivel de cooperación que logran está determinado por la manera como la
comunidad reacciona frente a ellos. La comunidad puede oponerse, obedecer
pasivamente o brindar apoyo y obediencia, que no es siempre voluntaria ni
ilimitada. La obediencia sería limitada si únicamente incluye conductas rela-
cionadas con el uso de la fuerza, y amplia si involucra conductas en la esfera
económica y la vida familiar. Un nivel nulo de cooperación puede presentarse
cuando la comunidad logra oponerse por medio de la resistencia (violenta o
pacífica) o la neutralidad. También puede haber niveles medios, cuando la
comunidad se acomoda pasivamente a la situación y obedece en un espacio
limitado de la vida local. Y hay altos grados de cooperación cuando la comu-
nidad brinda obediencia y apoyo en múltiples campos de la vida local.

Para Arjona, el problema que afrontan los actores armados en estas


interrelaciones es que la coerción violenta solo logra márgenes pobres de

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REFLEXIONES INTRODUCTORIAS

cooperación, muy dependientes de la amenaza creíble de represalias y re-


ducidos al control policivo del orden local. Cuando el grupo armado está
interesado en mantener el control del territorio, necesita de una cooperación
estable y duradera, para la cual la violencia es insuficiente y hasta contra-
producente. De ahí el imperativo de establecer un nuevo orden local, que
no puede erigirse en el vacío sino a partir de un orden preexistente en la
comunidad, que ya posee una forma particular de resolver sus tensiones;
si el grupo armado somete a la comunidad a la fuerza, solo obtendría un
nivel mínimo de cooperación, insuficiente para sus propósitos. Solo en los
casos en que el poder local sea muy débil e impere la anarquía, el grupo
armado puede convertirse en el gobernante de hecho: solo allí puede lograr
un grado alto de cooperación, porque la débil organización social hace poco
probable la resistencia. Allí su poder puede consolidarse por el papel que el
grupo insurgente comienza a cumplir en la comunidad como juez, policía,
conciliador, defensor del ambiente y garante del orden. Este control de la
vida local puede transformar las preferencias de los pobladores y conducir
incluso a la adhesión ideológica.

De ahí la importancia de la segunda parte de la hipótesis de Arjona: el


papel determinante del sistema de autoridad que existía previamente en las
comunidades, y que está determinado por una historia en la que pueden
haber intervenido múltiples factores, tales como el tipo de poblamiento, los
movimientos migratorios, la efectividad del Estado, el papel de las diferentes
iglesias y la presencia de actores no estatales, legales e ilegales. La relación
de las comunidades frente a los actores armados depende de la existencia o
inexistencia de sistemas de autoridad eficaces y arraigados en la localidad:
si el sistema de autoridad es fuerte, el orden impuesto por el actor armado
será predominantemente de ocupación militar, que logrará solo obediencia
pasiva en lo militar y un bajo nivel de cooperación en el terreno civil. En
esa situación, la población no necesita la imposición de un orden externo,
que considerará como una afrenta a su autonomía; además, la existencia de
estos poderes locales consolidados facilita la acción colectiva para expresar
su rechazo por medio de la resistencia activa o pasiva, la neutralidad o la
negociación.

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HACIA LA RECONSTRUCCIÓN DEL PAÍS

En cambio, allí donde el sistema de autoridad es intermedio, no plena-


mente consolidado, el grupo optará por infiltrarse en los poderes locales
existentes para gobernar en la sombra: entonces la comunidad acepta la pre-
sencia del grupo armado pero limita su obediencia y apoyo a ciertas esferas
de la vida local. En ese caso, la comunidad no es del todo impermeable a la
acción del nuevo actor armado, porque la autoridad existente no cuenta con
el pleno reconocimiento de la población y su acción es menos eficaz; allí las
agrupaciones armadas recurren a la estrategia de la infiltración, mediante la
penetración en sectores o individuos, lo que puede conducir a un gobierno en
la sombra de los agentes armados o a la captura total del orden: en el primer
caso, esto llevaría a un nivel intermedio de cooperación, con obediencia y
control limitados, y en el segundo a un alto estadio de cooperación.

Otra variable del problema se presenta cuando hay competencia entre


los grupos armados, porque ella conduce a una opción por mecanismos de
violencia y terror, que lleva a la imposición de un orden local coercitivo. Si no
hay competencia, el grupo armado busca penetrar la comunidad o sectores
de ella, eliminando a los que considera obstáculos para la creación del nuevo
orden local que pretende instaurar. Posteriormente va ampliando su injerencia
en la comunidad y adoptando medidas dirigidas a consolidar su presencia.
Obviamente, el nuevo orden instaurado no es fijo ni estático sino que puede
ser transformado por la llegada de un nuevo grupo armado o la presencia de
otro actor que opere como detonante de la movilización social. Igualmente,
el orden puede verse modificado por cambios radicales de la economía local,
regional y nacional, lo mismo que por la presencia institucional del Estado o
la inserción formal de la comunidad en la vida política de la región.

Esta situación, sostiene Arjona, explica el recurso al terror por parte de


los destacamentos armados cuando el valor estratégico del territorio hace
necesario un alto nivel de cooperación, que no puede lograrse fácilmente o en
corto tiempo; en ese caso, el actor armado destierra o elimina a la población
y la “repuebla” con inmigrantes más “cooperativos”. Esto sucede, por ejemplo,
en los anillos de seguridad próximos a campamentos importantes o a corre-
dores de alto valor estratégico. Por eso la disputa del territorio entre dos o

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REFLEXIONES INTRODUCTORIAS

más agrupaciones armadas puede alterar el horizonte de tiempo que define la


estrategia del grupo en referencia; en este caso el corto plazo es prioritario,
pues no se puede esperar a una consolidación lenta del orden local

En estas interacciones entre población civil y sujetos en armas, subraya la


autora, los intereses y cálculos racionales son solo una parte del fenómeno,
lo que obliga a indagar por los distintos mecanismos mediante los cuales la
dinámica del conflicto puede transformar las creencias y las preferencias de
la población. En particular, es fundamental preguntarnos por la manera como
los grupos armados, al insertarse en la vida local, logran despertar emociones,
transformar discursos compartidos y conducir a nuevas formas de interpretar
la realidad local.

Por lo demás, Arjona matiza las explicaciones del conflicto armado ba-
sadas en la llamada precariedad del Estado y se acerca de alguna manera
a nuestra conceptualización de presencia diferenciada del Estado. Ella hace
distinción entre los casos donde la presencia de las instituciones estatales
es precaria y no existen formas sólidas de autogobierno local, y las zonas
mayormente insertadas en la vida política y económica del orden nacional.
En el primer caso los grupos insurgentes pueden alcanzar una influencia
más amplia y directa mediante un sistema de control social, pero en el
segundo optan por formas de infiltración que le permiten ejercer poder de
otra manera. Esta situación también incide en la diversificación de las formas
de victimización de la población civil y determina las alternativas que ella
tiene frente a los actores armados. De ahí que su análisis tienda a concluir
que las interacciones presentadas son el resultado de los procesos locales
preexistentes y no la expresión directa del respaldo a la agenda política y a
la lucha del grupo insurgente. Por eso carece de todo fundamento la estig-
matización que como simpatizantes se hace de los civiles que conviven con
un actor armado.

— 21 —
HACIA LA RECONSTRUCCIÓN DEL PAÍS

Las experiencias del Brasil, el Oriente antioqueño y las


macrorregiones estudiadas por Cinep-Cerac

Las ponencias centrales de Echandía y Arjona fueron comentadas por


varios analistas, a partir de sus correspondientes experiencias académicas
y nacionales: Ana Clara Torres Ribeiro, basada en sus estudios sobre el Bra-
sil; Clara Inés García, que ha investigado en el oriente antioqueño, y Jorge
Restrepo, Teófilo Vásquez y Omar Gutiérrez, que adelantan investigaciones
del Cerac y el Cinep en el sur y el oriente colombianos.

Ana Clara planteó la necesidad de adoptar marcos de análisis más ge-


nerales de la situación de América Latina, que enmarca en el concepto de
crisis societaria, que afecta nuestra comprensión, tanto de la sociedad como
del Estado. En ese escenario conviene comprender la centralidad actual del
territorio, cosa que implica una nueva mirada de las relaciones sociales,
que afecta nuestras visiones de la economía, la sociología, la antropología
y el conjunto de las ciencias sociales. Para ella, esta territorialización de la
reflexión guarda relación con la crisis de los debates de la política: la política
se territorializa pero no se discute. De ahí la importancia de discutir la centra-
lidad de la reflexión sobre el territorio, tanto la asentada en el pensamiento
hegemónico, que es el de los gobiernos, como en el no hegemónico, que
reflejan diversas miradas sobre el sentido de la territorialidad como producto
de la interacción entre territorio y sociedad.

Por eso Ana Clara, al referirse a la ponencia de Echandía, anotó que se


trata no solo de la localización de los conflictos sino del significado que para
sus habitantes tienen los lugares donde se combate y de su relación con las
prácticas sociales de la gente en su territorio. Para ella, Echandía mostraba
una interpretación de la conflictividad que iba más allá de los discursos
corrientes y ligaba las macrotendencias con las microtendencias. Como ele-
mento subyacente en su texto, señala el no reconocimiento del opositor, con
las consecuencias violentas que emanan de ese no reconocimiento. Como
muestra su experiencia investigativa desarrollada en Río de Janeiro, Brasil,
el no reconocimiento lleva a la fragmentación del opositor, lo que provoca

— 22 —
REFLEXIONES INTRODUCTORIAS

una conflictividad infinita originada en el recurso a la solución militar, que


deja de lado cuestiones más complejas. Además, Torres no vio muy claro el
sentido del incremento y de los cambios en las tendencias de los homicidios
que fueron señalados por Echandía.

Torres destacó la creación de un lenguaje interrelacional por parte de


Ana María Arjona y su insistencia en los universos relacionales que son esen-
ciales para la comprensión del conflicto. Afirmó que su propuesta es muy
innovadora porque ambienta y reconoce la complejidad real de las relaciones
sociales en este mundo tan violento, así como el carácter cambiante de las
comunidades y las guerrillas.

Clara Inés García, por su parte, se refirió a las ponencias centrales y las
relacionó con su experiencia investigativa en el oriente antioqueño, que
contrasta con las tipologías de Ana María Arjona. Allí no se trata de un grupo
armado que se inserta en un territorio y busca la colaboración de la comuni-
dad, sino de un orden local ya establecido que se resiste frente a los cuatro
grupos armados que actúan en la región. La acción militar de las Farc, las AUC
y el Ejército obliga al ELN a modificar su relación con la población, en cuyo
orden social había participado antes, para adoptar pautas similares a las del
resto de actores en armas. Esto explica, según ella, la reacción de resistencia
de la población frente a los cuatro factores de guerra, que se concreta en la
creación de uno de los más activos laboratorios de paz colombianos.

Para explicar el asunto, García analiza las principales tendencias que se


observan en la dinámica de transformación territorial del oriente de Antio-
quia. En primer lugar, el conflicto armado ha profundizado la brecha entre los
“dos orientes”: el del altiplano —urbanizado, industrializado y fuertemente
interconectado— y el de las vertientes campesinas históricamente periféricas
y sujetas a la presencia guerrillera. En segundo lugar, ha transformado la
producción de sentidos de lugar mediante la recuperación de la memoria de
la movilización social y regional de finales de los años ochenta, que ha sido
proyectada al presente.

— 23 —
HACIA LA RECONSTRUCCIÓN DEL PAÍS

La brecha entre el oriente lejano y el cercano se produce por la reactiva-


ción de la economía del altiplano después de un decaimiento inicial, y por
la desocupación del oriente lejano, cuya población campesina se desplaza
como resultado del escalamiento de las acciones de las Farc y el ELN en el
primer momento y del avance del Ejército en el segundo. Pero dentro del
“lejano oriente” también se produce una fractura interna, ya que el territorio
de las grandes obras de infraestructura recibe ahora un tratamiento militar
por parte del Ejército y los paramilitares, distinto de los operativos de la
fuerza pública contra la guerrilla en la zona de los “páramos”: en esta última
la gente se siente víctima del Ejército y de las Farc, no de los paramilitares.
Pero ahora, en la franja de los cultivos cocaleros asentados en tierras de
páramo, actúan guerrillas y paras, lo que contrasta con la existencia de
guerrilla en los reductos marginales del resto de subregiones del oriente. La
puesta en marcha de “intereses estratégicos” en torno de la infraestructura
y los cultivos ilícitos obliga a un trato diferencial de la zona de “páramos”,
que la relegará a mayor abandono.

Esta dislocación territorial, según García, tiene su correlativo en dos


discursos contrapuestos sobre el manejo futuro de la región: uno pugna
por fraguar en el altiplano una “región metropolitana” muy directamente
imbricada con el área metropolitana de Medellín y que enfatiza la lógica de la
competitividad y el desarrollo; el otro propugna la existencia de la “provincia
del oriente antioqueño” en su integridad, que enfatiza las lógicas política y
de identidad cultural.

La autora subraya además el contraste del oriente con otras regiones de


Antioquia, como Urabá y el Bajo Cauca: el oriente antioqueño no “produce”
internamente, grupos paramilitares, sino que los recibe de regiones vecinas,
como el Magdalena Medio, el nordeste antioqueño y el Valle de Aburrá. Este
contraste se expresa en las diferencias que hay en el número de desmovi-
lizados en tales áreas. Y destaca una característica importante: los grupos
del ELN que operaban en el oriente (el Carlos Alirio Buitrago y el Bernardo
López Arroyave) tenían una raigambre regional. Esto, opina la investigadora,
imprimió un carácter especial a las posibilidades que tuvieron las primeras

— 24 —
REFLEXIONES INTRODUCTORIAS

reacciones colectivas contra los efectos de la guerra, pues las raíces y lazos
familiares y de vecindad que mantuvieron los miembros de estos dos frentes
con los pobladores de la región muy posiblemente facilitaron el éxito de los
acercamientos humanitarios impulsados por alcaldes y asambleas comuni-
tarias: los individuos armados procedían de las mismas comunidades que
les reclamaban.

Estos comentarios, que mostrarían un caso especial de construcción de


orden social con participación de un grupo guerrillero, fueron reforzados por
Teófilo Vásquez, quien destacó la importancia que Ana María Arjona otorgó
a la capacidad de agencia de la población civil, lo mismo que a la no reduc-
ción de la acción de los grupos armados a la sola violencia. Sin embargo, le
preocupa el exagerado carácter abstracto de su tipología y subraya la impor-
tancia de considerar las dinámicas históricas de largo y mediano plazo que
dan sentido a esos procesos de construcción de tipologías. Por ejemplo, si se
introduce la dimensión histórica se hace evidente que no todas las regiones
de colonización son necesariamente anómicas, por los diferentes grados
de cohesión social que se presentan en ellas. Hay regiones de colonización
que han recibido éxodos masivos de pobladores que vienen escapando de
conflictos agrarios antiguos, y estas sociedades colonizadoras traen consigo
una cierta cohesión social y una cierta identidad, así su presencia sea nueva
en el territorio. Es el caso de las colonizaciones armadas y de las coloniza-
ciones con identidades partidarias previas.

Con respecto de la exposición de Echandía, Vásquez señaló la coinciden-


cia de sus pesquisas con las tendencias encontradas por las investigaciones
del Cinep-Cerac y con su opinión acerca de que la confrontación armada no
se enmarca en un modelo evolutivo lineal sino que su lógica depende de
los cambios de los actores armados, según sus ajustes a las coyunturas. Sin
embargo, anotó algunos puntos de divergencia en torno a la correlación
entre el número general de homicidios y el de los homicidios propiamente
políticos: al menos en algunas regiones de la macrorregión del sur del país,
manifestó, no se presenta esa correlación, aunque ella ocurre donde hay
negocios ilícitos, como el de la coca.

— 25 —
HACIA LA RECONSTRUCCIÓN DEL PAÍS

Jorge Restrepo, por su parte, se refirió a las presentaciones de Ana María


Arjona y Camilo Echandía. Señaló también las cercanías de sus enfoques con
las investigaciones del Cerac y el Cinep en las macrorregiones del sur y el
nororiente del país, en lo referente a la comprensión y reconstrucción me-
todológicas del territorio, a pesar de las dificultades de la información geo-
gráfica. Con respecto a la presentación de Arjona, contrastó los acumulados
de la discusión sobre el ordenamiento territorial, elaborados en diferentes
ámbitos, con el ordenamiento territorial de hecho construido por los actores
violentos, aunque destacando que éste surge por la falla de las instituciones.
En ese sentido, opina que el grupo Odecofi no debería llamarse “observatorio
para la convivencia ciudadana y el fortalecimiento institucional” sino obser-
vatorio del conflicto y las fallas institucionales: para él, el surgimiento de
la violencia tiene que ver con esa falla institucional. Por eso, los programas
de desarrollo y paz tienen que contribuir a la creación de instituciones que
resuelvan de una manera no violenta los conflictos que estamos analizando
y que, por supuesto, no puedan ser “cooptadas”, capturadas o penetradas
por los mismos grupos violentos.

Sobre la exposición de Echandía, Restrepo recoge la discusión entre


violencia homicida general y violencia relacionada con el conflicto armado
y señala las posibles diferencias entre los niveles nacional y regional en los
distintos periodos. A propósito de la relación entre la reducción de la violen-
cia y la negociación con los paramilitares, introduce matices regionales: “En
subregiones como las de Nariño —afirma— hemos encontrado un deterioro
generalizado de la situación, directamente asociado con el proceso de des-
movilización paramilitar; en otras regiones y subregiones, como Antioquia
y Medellín, ha sucedido lo contrario: una reducción de la violencia, pero con
dificultades serias y marcadas por el miedo para la reconstrucción de la vida
en comunidad sin violencia”. Por eso, sostuvo, las negociaciones de paz no
bastan sino que hay que crear instituciones que resuelvan los conflictos,
porque la mayoría de ellos está asociada principalmente a problemas de
distribución de ingresos, acceso y uso del territorio.

— 26 —
REFLEXIONES INTRODUCTORIAS

En ese sentido, echa de menos en ambas presentaciones la falta de


discusión en torno a las causas de la violencia y las fracturas o puntos de
divergencia a las que responde: Ana María habla del control de la población
mientras Echandía se refiere a la búsqueda de rentas legales o ilegales como
determinantes de la presencia de los actores armados. Y subraya la interpre-
tación de Camilo sobre los cambios que la acción del Ejército ha producido
en la guerrilla, como su renuncia a defender territorios y su repliegue a zonas
periféricas, cosa que estaría mostrando que su meta actual es asegurar su
supervivencia. Para Restrepo, es necesario buscar apreciaciones complemen-
tarias, como la mirada sobre las divergencias de intereses y preferencias
sociales y políticas en relación con las fallas institucionales, la diferente
sedimentación de la sociedad, la inequidad en la propiedad de la tierra, la
desigualdad del ingreso y las oportunidades.

Finalmente, Omar Gutiérrez se refirió a las ponencias de Arjona y Echandía


con base en el proyecto de investigación que está adelantando en el oriente
y nororiente del país para la alianza Cerac-Cinep. Empezó por explicar la
metodología con la que emprendió la subregionalización de esas grandes
macrorregiones, teniendo en cuenta el impacto que provoca la actividad de
las diferentes agrupaciones armadas y las dinámicas demográficas, econó-
micas, sociales y políticas, así como la diversa manera de presencia de las
instituciones del Estado en esos espacios. A partir de ese acercamiento, se-
ñaló que comparte la apreciación de Ana María Arjona sobre la no pasividad
de los pobladores frente a la presencia cambiante de los actores armados
pero anotó le necesidad de agregar una visión más histórica y cualitativa al
esfuerzo lógico de clasificación que ella intenta.

Para eso, aduce como ejemplos la colonización del sur de Bolívar, el po-
blamiento del Sarare y el proceso mítico de establecimiento de las columnas
de marcha en la zona del Ariari y el Guayabero, muy ligadas a la presencia
de la guerrilla desde sus inicios. Esta diferenciación explica que en algunas
zonas haya una fácil implantación de grupos armados ilegales y que en
otras esa implantación haya sido mucho más problemática. Además, señala
la necesidad de diferenciar más claramente en ambas ponencias los niveles

— 27 —
HACIA LA RECONSTRUCCIÓN DEL PAÍS

urbano y rural, y pone como ejemplo lo que ocurre en las áreas urbanas de
Barrancabermeja, Cúcuta y Saravena. Igualmente el tipo de economía: la
implantación de un grupo armado tiene diferentes características entre una
zona de colonización campesina y una zona productora de coca. Por eso, en
muchas de las regiones observadas en su trabajo de campo, él encuentra unas
sociedades o comunidades organizadas, nada anómicas, en contra de lo que
ordinariamente se piensa al considerar únicamente la existencia en ellas de
actividades ilegales. Allí operan organizaciones, a veces ligadas con actores
armados, que asumen funciones estatales, crean cierta institucionalidad y
preanuncian de alguna manera cierta presencia del Estado en territorios
llamados periféricos o marginados.

La charla de Ana María Arjona le suscita una serie de preguntas sobre el


concepto, los tipos y la permanencia de las territorialidades ante los cam-
bios del conflicto, lo mismo que sobre la porosidad de las fronteras entre
los grupos ilegales y los espacios donde ellos están presentes. Y formula
una pregunta sobre la actividad de tales destacamentos en las regiones: ¿les
basta una presencia militar directa o necesitan otra relación, más delicada y
compleja, con la población?

Con respecto a lo dicho por Camilo Echandía, Gutiérrez reitera la necesi-


dad de advertir las diferencias rurales y urbanas, y señala que en el extremo
oriente del país las Farc y el ELN no se han replegado hacia las zonas perifé-
ricas y selváticas sino hacia las zonas de frontera y otros sitios estratégicos.
Esas áreas pueden ser consideradas como periféricas si la mirada parte del
centro del país, pero no lo son desde una óptica internacional. Además, aclaró
que la política de “seguridad democrática” no se ha reducido, al menos en
algunos territorios, al mero control militar sino que implica un intento de
implementación de una nueva noción de lo público, un nuevo estilo de rela-
ciones entre el Estado y la población civil. Hay algunos intentos de posicionar
mejor al gobierno y al Estado por medio de los procesos electorales y del
apoyo a grupos muy cercanos al gobierno, acompañados por mecanismos
que integran, de alguna manera, a algunos sectores socioeconómicos, pero
que marginan a otros, considerados más débiles o con menor capacidad de

— 28 —
REFLEXIONES INTRODUCTORIAS

representación y poder real en las zonas. Según él, esta doble situación está
creando nuevas fracturas sociales que pueden alimentar así mismo renovadas
expresiones de violencia en el futuro.

Una vez terminados los comentarios de los especialistas se abrió la dis-


cusión general en la que los expositores y comentaristas aclararon algunos
de sus puntos de vista al responder a las interpelaciones del público. Ana
María Arjona afirmó que su trabajo sobre las tipologías de las interacciones
entre actores armados y población civil estaba respaldado por una base
empírica de estudios de caso, encuestas y entrevistas en profundidad. Por
eso, agregó, el análisis teórico no descarta el trabajo de campo ni el trabajo
histórico. No desconoce entonces la variabilidad de las comunidades y de
los grupos armados, ni la sucesiva transformación de las comunidades por
la presencia de los distintos grupos armados, pero muestra casos concretos
donde una “misma” comunidad, con características culturales, étnicas e his-
tóricas comunes, responde frente a la incursión de los grupos armados con
expresiones organizativas diferentes.

Por su parte, Camilo Echandía definió su trabajo como un intento de inter-


pretar las estrategias militares dentro de un cuadro más general del conflicto
bélico, y señaló que su enfoque se concentra en la presentación de las ten-
dencias más gruesas y la relación entre la continuidad de la lucha armada y
las otras expresiones criminales. Aclaró algunas dudas metodológicas sobre
sus datos, pero insistió en la coincidencia entre la dinámica de la violencia
general y la violencia desplegada por los grupos armados y las organizaciones
al servicio del narcotráfico, que ve respaldada por la información de Clara Inés
García sobre el oriente de Antioquia, el Bajo Cauca y Urabá. Sobre la relación
entre la violencia política y la violencia total, Echandía aclara que es muy
difícil establecer cifras definitivas, debido al enorme subregistro existente,
aunque es posible establecer esa correlación en regiones específicas, como
los departamentos de Arauca, Casanare, Meta, Guaviare y Putumayo.

En torno a las estrategias que los gobiernos locales deberían adelantar


para aumentar la capacidad de resolución de los conflictos en el marco del

— 29 —
HACIA LA RECONSTRUCCIÓN DEL PAÍS

fortalecimiento institucional, Jorge Restrepo reiteró su énfasis en la necesi-


dad de ese fortalecimiento, si se tiene en cuenta que hay un amplio rango
de instituciones, como las de disuasión, persuasión, inclusión, creación de
oportunidades o de capacidades de desarrollo. Habló también de un proceso
de victimización de las comunidades por el empleo conflictivo de los recur-
sos agroindustriales o agroeconómicos, que obligaría a diseñar estrategias
centradas en la protección de la propiedad y no de la persona.

Finalmente, para el estudio de los órdenes locales, Ana María Arjona sugi-
rió comparar una sociedad democrática con una dictadura, con el propósito
de averiguar los efectos que provoca el hecho de vivir en una zona disputada
donde no hay lazos constructivos con los actores armados. En esos sitios, se
podrían combinar formas de reparación y reconciliación, tanto sicológicas
como simbólicas, encaminadas a la superación de traumas colectivos e in-
dividuales. Pero, en casos donde se encuentre una cultura jurídica diferente
de la oficial del Estado o una imagen negativa del Estado, el tratamiento del
posconflicto tendría que centrarse o enfocarse en el ámbito institucional. Para
recuperar la autoridad de las instituciones en una comunidad dominada por un
grupo armado ilegal, sin afectar a la comunidad, habría que recurrir a esque-
mas de participación que permitan reconocer su proceso sin estigmatizarlo.
Con respecto a los paramilitares desmovilizados, su reintegración dependería
de la existencia o ausencia de simpatías con que cuenten en las regiones. Y
sobre políticas de paz centradas en la sociedad y no en el Estado, considera
que no ve una disyuntiva entre sociedad y Estado. En torno a la recuperación
de miembros combatientes por parte de una comunidad autárquica, Arjona
admitió la posibilidad de negociación en los casos en que el grupo armado
ha reconocido la capacidad de resistencia de las comunidades. Y aceptó que
no veía diferencia clara entre combatientes y no combatientes, consagrada
en el derecho, sino que precisamente su interés investigativo se concentra
en los que están en la mitad de los dos.

— 30 —
REFLEXIONES INTRODUCTORIAS

La problemática del desarrollo en zonas afectadas por el conflicto

En una perspectiva semejante a la presentada por Arjona sobre las rela-


ciones entre población civil y actores armados, en algunas regiones afectadas
por el conflicto armado se han venido desarrollando múltiples y diversas
iniciativas de la sociedad civil para buscar alternativas de desarrollo y con-
vivencia que conduzcan a una paz sostenible. Entre ellas se destacan los
llamados programas de desarrollo y paz y propuestas similares con diversos
nombres, de los cuales ha sido pionero el Programa de Desarrollo y Paz del
Magdalena Medio, liderado por el padre Francisco de Roux, ex director del
Cinep y actualmente provincial de la Compañía de Jesús en Colombia. La ex-
periencia de algunos académicos como asesores o evaluadores de varios de
esos programas ha llevado a plantear preguntas sobre las posibles lecciones
que pueden sacarse de las experiencias de los programas y laboratorios de
desarrollo y paz para el diseño de políticas públicas y el mejoramiento de las
iniciativas regionales en el aspecto económico. Más allá del impacto visible
en el mejoramiento de las condiciones de vida de los participantes en los
proyectos de los programas, varios economistas se preguntan sobre la posi-
bilidad del acumulado de esas experiencias para la superación del desarrollo
desigual e inequitativo de esas regiones y sobre el posible impacto de las
investigaciones de la geografía económica en tales experiencias.

Siguiendo el mismo estilo de la parte anterior, el tema central fue desa-


rrollado por dos ponentes principales, Arturo García Durán y Jorge Iván Gon-
zález Borrero, con comentarios posteriores de Gabriel Misas, Adolfo Meisel
y Francisco de Roux y un debate de los expositores con el público asistente.
En primer lugar, Arturo García esbozó elementos de las complejas relaciones
entre desarrollo y conflicto para resaltar la importancia central del tema de
las instituciones; de ahí pasó a identificar posibles aportes de los programas
regionales de desarrollo y paz, enderezados a anticipar los retos que afrontan
los programas, tanto de investigación como de intervención.

— 31 —
HACIA LA RECONSTRUCCIÓN DEL PAÍS

Relaciones entre economía y conflicto: aportes de los programas de


desarrollo y paz

García inició su intervención aclarando que abordaba el tema desde su


propia disciplina, la economía, aunque reconocía que el problema del desa-
rrollo debería analizarse en una perspectiva integral, que tuviera en cuenta
los aportes de la economía, la ciencia política, la antropología, la geografía
y la historia. Para él es claro que la relación entre desarrollo y paz es de
doble vía: la economía influye en el conflicto y el conflicto en la economía,
pero no se trata de una relación unívoca, porque la dimensión económica no
es el único determinante de la guerra o la paz en una región, pues hay que
considerar otros factores, como los políticos y los institucionales. Entre los
factores económicos que pueden incidir analiza la pobreza, la inequidad y
las formas organizativas de la producción.

Con relación a la pobreza, es obvio que la mayoría de los conflictos se


presenta en países pobres; en ese sentido, el caso de Colombia, una nación
de ingresos medianos, es un tanto insólito. En los países pobres la opción por
alistarse en un grupo armado ilegal o involucrarse en cultivos ilícitos puede
ser atractiva para los que tienen poco o nada que perder. Sin embargo, no es
un factor que explique la existencia de una insurgencia, que está ausente en
muchos países de extrema pobreza. En Colombia, el mapa de la violencia tiende
más bien a coincidir con las regiones de rápido enriquecimiento. En nuestro
caso, para obtener una explicación más certera, sería más conducente, en vez
de acudir a los sectores que generan valor agregado, donde el trabajo tiene una
participación significativa en la producción e impulsa una mejor distribución,
recurrir al estudio de la inequidad, especialmente en regiones de explotación
de recursos naturales —petróleo, carbón, ganadería extensiva, esmeraldas,
banano, coca—, donde la riqueza está más asociada a la extracción de rentas
y el mercado no estimula la mejor distribución de la riqueza.

En tercer lugar, García consideró la relación del conflicto con la forma


de organización de la producción. Para ello, comparó el contraste entre la
economía del Eje Cafetero, centrada en pequeñas y medianas parcelas, y la

— 32 —
REFLEXIONES INTRODUCTORIAS

economía de las grandes haciendas de la cordillera, con el dilema actual de la


palma aceitera entre un modelo monocultivador de plantación y un esquema
de pequeñas parcelas, combinado con otros productos. La contraposición
de los dos modelos tiene implicaciones diferentes para la política y la econo-
mía, las directrices ambientales y la seguridad alimentaria. Además de este
ejemplo, el autor subrayó la importancia de los encadenamientos productivos
para el desarrollo regional: es muy distinto un producto que se vuelve motor
de otra serie de actividades económicas de una región, que un producto de
enclave que deja muy poca riqueza en la región. Como no siempre es posible
alcanzar un encadenamiento productivo, habría que recurrir a impuestos
locales o regalías para lograr la distribución equitativa de los recursos crea-
dos como sustituto de esos encadenamientos. Si no hay encadenamientos
productivos ni reinversión de la riqueza por la vía fiscal, la creación de bienes
es altamente inequitativa y se presenta la coexistencia de gran prosperidad
y enorme pobreza, nada favorable para la paz y el desarrollo.

Después de considerar el impacto del desarrollo sobre el conflicto, García


pasó a analizar los efectos negativos del conflicto sobre el desarrollo. En primer
lugar, dijo, eso obliga a dedicar recursos para dotar a los ejércitos, en vez de
destinarlos a actividades productivas y servicios. Las fuentes de financiación
de los actores armados son, para el caso colombiano, los cultivos ilícitos, el
robo de gasolina, el secuestro, la extorsión y el saqueo del erario público, que
desestimulan la actividad productiva y se expresan en deficientes servicios
públicos para la comunidad. Además, las actividades vinculadas al narcotráfico
provocan cambios culturales, como la cultura del dinero fácil, que atenta contra
la creación de riqueza y desestimula la actividad legal. Según García, todos
estos problemas tienen como origen la incapacidad del Estado para mediar en
los conflictos, garantizar condiciones mínimas de vida y reprimir conductas
que contradigan los acuerdos básicos. Esta falencia institucional se presenta
especialmente en los rangos locales del Estado, pero en todos los niveles
brotan las contradicciones de un modelo institucional estandarizado que no
tiene suficientemente en cuenta las particularidades regionales. Obviamente,
a esta incapacidad del Estado corresponde una falla de la sociedad, que se ha
mostrado incapaz de elegir gobiernos capaces de manejar esos problemas.

— 33 —
HACIA LA RECONSTRUCCIÓN DEL PAÍS

En ese contexto general, Arturo García ubica los posibles aportes de los
programas de desarrollo y paz, los PDP, cuya responsabilidad destaca por
los relativamente altos recursos que han recibido y por las expectativas que
han despertado. En primer lugar, señala el hecho de haber erigido la dignidad
humana como punto de referencia para la valoración de las alternativas de
desarrollo y haber propuesto como única alternativa una intervención integral
que incluya la atención humanitaria, el desarrollo de una base económica y la
reconstrucción de lo público. Luego, la promoción de valores de honestidad,
transparencia y participación, lo mismo que la prioridad dada a la inclusión
social como prerrequisito para el desarrollo de grandes proyectos. El princi-
pal aporte de los PDP es, según este autor, la vasta muestra de experiencias
concretas donde se han aplicado esos principios.

Sin embargo, sostiene García, los PDP tienen todavía por delante un largo
camino de retos: la necesidad de diferenciar entre problemas de atención
humanitaria y posibilidades de desarrollo, sin forzar el paso de los primeros
a los segundos; el diseño de una visión coordinada de las regiones; el enfren-
tamiento a los círculos viciosos en los problemas de correlación especial, y
finalmente el reto de que su mirada trascienda el microescenario y se proyecte
hacia horizontes más amplios. Para ello es necesario abandonar los entor-
nos geográficos no favorables, que necesitarían un gran esfuerzo para ser
alterados, y garantizar masas críticas mínimas, ya que acciones marginales
y de escaso impacto se diluyen en el espacio y el tiempo: hay que asegurar
concentraciones territoriales mínimas, sin hacer imposible la atención a todos
los municipios que lo necesitan. Para ello debe trabajarse en la propagación
de impactos mediante la réplica de experiencias exitosas, la expansión de
las que ya funcionan, la búsqueda de encadenamientos y el efecto en las
políticas públicas. Tales efectos podrían lograrse con el acompañamiento a
la formulación o ejecución de planes de desarrollo municipales, la formula-
ción de políticas públicas en asuntos específicos y el apoyo a las iniciativas
de otros PDP en sus campos respectivos, que puedan proyectarse a escala
municipal o regional, lo mismo que el asesoramiento a otros programas o
iniciativas similares.

— 34 —
REFLEXIONES INTRODUCTORIAS

Además de estos aportes específicos, los PDP deberían participar en


debates públicos sobre asuntos estratégicos del país, como el acceso a la
tierra, la distribución del ingreso, el desafío ambiental y la negociación con
grupos armados ilegales. García señala como reto central el problema del
aprendizaje y la sistematización de las experiencias acumuladas por los PDP
para su proyección en políticas públicas.

En las conclusiones de su exposición García comparó esas experiencias


exitosas con otras fallidas, para destacar dos diferencias fundamentales. En
primer lugar, la aproximación integral a los temas que combinan el acerca-
miento de la economía y la consideración de procesos organizativos, diná-
micas políticas y desarrollo institucional. La división de las ciencias permite
profundizar en los problemas pero limita la necesaria visión de conjunto: la
aplicación de la ciencia económica como el estudio del uso eficiente de los
recursos escasos necesita de instituciones adecuadas y socialmente acepta-
das. En segundo lugar aparece la capacidad de aprender de las experiencias
desarrolladas, que a veces no se logra, por la falta de una sistematización
rigurosa de las mismas. De ahí la importancia de la inversión en la inves-
tigación, en contra del criterio cortoplacista de atender rápidamente a las
poblaciones necesitadas. En ese sentido, concluye García, los PDP pueden
ser considerados como proyectos de investigación aplicada que contribuyen,
en términos de apropiación social del conocimiento, al beneficio de las po-
blaciones afectadas por el conflicto armado interno.

Una mirada a los PDP desde el circuito económico de Lonergan

En un sentido similar, la presentación de Jorge Iván González Borrero


también partió de su visión sobre los programas de Desarrollo y Paz del Mag-
dalena Medio, pero con una referencia teórica a las ideas básicas del concepto
de circuito económico desarrollado por Bernardo Lonergan, filósofo y teólogo
jesuita, cuyas implicaciones quiere aplicar al análisis de los laboratorios de
paz, los PDP e iniciativas similares. La obra de este autor ha inspirado tanto la
reflexión teórica como la formulación de diversos proyectos de desarrollo de
Francisco de Roux, que encuentran su culminación en la propuesta del PDP;

— 35 —
HACIA LA RECONSTRUCCIÓN DEL PAÍS

igualmente, ha alimentado buena parte de la reflexión y las investigaciones


de Jorge Iván González.1 De acuerdo con González y de Roux, la concepción
lonerganiana de circuito económico es un instrumento adecuado para enten-
der la forma como interactúan los PDP con su contexto regional, al mostrar
la dinámica de la producción de excedentes: la situación ideal sería que la
población y la región que arrojan excedentes puedan disfrutarlos, pero la
realidad de muchas regiones, como el Magdalena Medio, es que no pueden
mejorar su nivel de vida a pesar de las riquezas que producen; es más, en
algunos casos la bonanza económica provoca el deterioro de las condiciones
de vida de la población.

Para el caso del Magdalena Medio, González recoge la afirmación de de


Roux en el sentido de que su estructura económica no conduce a la acumu-
lación de excedentes en la región, sea por las fallas del capital social, sea
por la manera como su producción se articula con los circuitos económicos
regionales o nacionales o por el tipo de comportamiento de dichos enca-
denamientos. Si parte de esos excedentes se invirtiera en la región, podría
acelerar las economías locales y regionales. Contra esa estructura, los PDP
apuntan al disfrute colectivo del excedente producido. Para ello, recurren a
la idea del circuito lonerganiano, de acuerdo con el cual, para que la mayoría
pueda apropiarse de los excedentes hace falta una mediación redistributiva
entre la producción de bienes básicos y los excedentes, ya que las fuerzas
autónomas del mercado no garantizan que el cierre de los circuitos favorezca
el mejoramiento del estándar de vida. De ahí la necesidad de incidir en la
política fiscal a través de las instancias nacionales, regionales y locales, que
tienen capacidad de modificar la función distributiva.

1 El pensamiento económico del jesuita canadiense Bernardo Lonergan (1904-1984) es relativamente desconocido en nuestro medio,
pero sus ideas sobre la circulación buscaban una reorientación fundamental de la macroeconomía: en 1930 la depresión de Canadá
despertó su interés en el estudio de la naturaleza de los ciclos económicos. Estos acercamientos a la economía se plasmaron en
dos trabajos: For a new Political Economy y An esssay in circulation analysis. A pesar de que sus horizontes intelectuales abarcaban
la filosofía de la historia, la cultura y las ciencias sociales y económicas, es más conocido por sus obras teológicas y filosóficas,
como su libro Gracia y libertad: la gracia operativa en el pensamiento de Santo Tomás de Aquino, Verbum:Word and Idea in Aqui-
nas,; su libro Insight: a study of human understanding busca acercarse al acto de entender como condición de posibilidad de la
epistemología, la metafísica, la ética, la teología, con referencias al entender en ciencias naturales, matemáticas, física e historia.
Su libro Method in Theology pretendía incorporar las ciencias históricas en la teología.

— 36 —
REFLEXIONES INTRODUCTORIAS

Para eso González presenta una relectura de la idea lonerganiana de


circuito económico y ahonda en algunas de sus intuiciones básicas, a fin
de rescatar las potencialidades del análisis dinámico de los circuitos. Para
Lonergan, la finalidad última del proceso productivo es mejorar el nivel de
vida, lo que no se logra cuando solo se busca aumentar las ganancias. Para
ello, el proceso productivo debe estar mediado por una función distributiva.
La intuición básica de Lonergan consiste en que, cuando la economía avan-
za, la función distributiva debe hacer que los excedentes se reflejen en un
mejor estándar de vida de la población. Por eso considera inaceptable que
los excedentes se destinen a la producción suntuaria, cuando todavía hay
necesidades básicas insatisfechas en la mayoría de la población. Para él, la
causa de la recesión es precisamente la ruptura entre las dinámicas de las
máquinas y las de los bienes básicos: cuando los excedentes se destinan a
la producción de bienes de lujo solo se benefician unos pocos, porque la
mayoría de la población no tiene la capacidad adquisitiva para adquirir tal
tipo de bienes. En resumen, la distribución debe permitir que el aumento de
los bienes de capital se manifieste en un crecimiento de los bienes-salarios; si
la producción se concentra en bienes suntuarios, que solo una minoría puede
consumir, no se incentiva la demanda agregada ni se favorece el bienestar
de la población.

Por eso, para lograr la apropiación del excedente producido los PDP
necesitan la mediación de la función distributiva. Por eso mismo los niveles
territoriales deberían tener la autonomía fiscal de una instancia con capacidad
distributiva. Desde esta perspectiva, el circuito lonerganiano no puede ope-
rar en regiones como el Magdalena Medio, los Montes de María o el oriente
antioqueño, porque allí no se ha constituido una unidad fiscal autónoma. La
organización institucional más cercana sería una asociación de municipios con
criterios impositivos homogéneos (impuestos predial, de plusvalía, de industria
y comercio, etc.). Es un error pretender que haya transferencias de excedentes
dentro de zonas inhabilitadas para realizar tareas distributivas. Sin embargo,
anota González, la importancia central que Lonergan atribuye a la función
distributiva no está acompañada de un análisis sobre las tareas del Estado,
que serían necesarias para lograr la transferencia óptima de recursos.

— 37 —
HACIA LA RECONSTRUCCIÓN DEL PAÍS

Otra limitación de los PDP que señala González, a partir de Lonergan, es


que a veces no tienen en cuenta los obstáculos estructurales que limitan los
encadenamientos dinámicos: entre los principales limitantes estructurales hay
que considerar el crédito, las vías de comunicación y la tierra, que afectan el
ciclo puro e impiden el cierre del circuito. Para Lonergan, la disponibilidad de
crédito nuevo es una condición indispensable para que no haya interrupción
en el dinamismo del ciclo puro. Sin vías no se consolida el mercado interno.
Y sin la distribución de la tierra no es posible la competencia. El proceso de
creciente concentración de la tierra que viene soportando Colombia en los
últimos veinte años es incompatible con el ciclo puro lonerganiano. Gonzá-
lez aclara que la lucha contra la concentración de la tierra no implica nece-
sariamente reforma agraria: el cobro adecuado de los impuestos prediales
sería un mecanismo alternativo. En resumen, mientras en Colombia no se
consolide el mercado interno, es imposible el funcionamiento adecuado del
ciclo económico.

La importancia del tema distributivo debería conducir, en la perspecti-


va de Lonergan, a que los PDP reconozcan la importancia de las instancias
políticas que determinan la función distributiva y, en segundo término, a
poner en evidencia los obstáculos estructurales que impiden el cierre del
circuito. Mientras no exista una ley de ordenamiento territorial, la función
distributiva pasa por las asociaciones de municipios y por los departamentos.
Esto debería conducir a rescatar la tarea fundamental que debe cumplir la
democracia representativa, pues los concejos municipales suelen ser muy
tímidos en la aprobación de impuestos distributivos, especialmente los que
tienen que ver con la gestión del suelo (predial, valorización y plusvalías). En
resumen, la idea del circuito lonerganiano, con la importancia que otorga a
la función distributiva, conduce necesariamente a la necesidad de recuperar
la política en los espacios locales y regionales. Esto nos conduce al tercer
tema de nuestro seminario, centrado en las posibilidades de la vida ciudadana
en contextos marcados por el conflicto armado y por relaciones políticas de
corte clientelista.

— 38 —
REFLEXIONES INTRODUCTORIAS

Los PDP en el contexto de la economía nacional y regional

Las presentaciones de García y González fueron reforzadas por un panel


de especialistas. Gabriel Misas situó la discusión sobre el modelo económico
de los PDP en el contexto de la evolución de la economía nacional, mientras
Adolfo Meisel señaló que el modelo de desarrollo imperante producía una
ampliación de las desigualdades regionales, que se hacía evidente en el caso
de la costa Caribe. Francisco de Roux, por su parte, amplió la exposición
de la experiencia concreta del Programa de Desarrollo y Paz del Magdalena
Medio.

Misas inició su comentario sobre la intervención de Jorge Iván Gonzá-


lez basada en Lonergan partiendo del análisis de lo que ha sucedido en el
último medio siglo en la vida económica del país, cuando del régimen de
acumulación basado en la sustitución de importaciones se pasó al modelo
de apertura económica. El paradigma de la sustitución de importaciones
pretendía impulsar el desarrollo a partir del fomento del mercado interno
mediante la imposición de altos niveles de protección en favor de la produc-
ción nacional, tanto agraria como industrial. En los comienzos del proceso,
en los años treinta, predominaban los bienes agrícolas sin procesar, algunos
productos procesados y servicios públicos, sin que hubiera un proceso de
distribución que pudiese sostener una gran demanda de bienes manufac-
turados: la producción industrial colombiana se caracterizaba por una gran
gama de bienes ofrecidos en pequeñísimas cantidades, y más de la mitad
de la población estaba en el sector informal. Por ese motivo el modelo fue
incapaz de inducir un proceso generalizado de desarrollo.

En el modelo de la apertura se suponía que iba a producirse mayor inclusión


y una ruptura de los monopolios, pero lo que ocurrió fue algo muy distinto:
una pérdida radical de la importancia de los subsectores de bienes intensi-
vos en manos de obra y de los subsectores que generan encadenamientos
productivos. Para confirmar esta afirmación, Misas recurrió a la información
sobre el grupo metalmecánico, que sufrió una caída muy drástica de su
participación en la producción nacional: estas industrias emplean mano de

— 39 —
HACIA LA RECONSTRUCCIÓN DEL PAÍS

obra altamente calificada y originan grandes encadenamientos hacia atrás.


En cambio, el sector de transformación de recursos naturales ha aumentado
de manera considerable, como en el resto de países de América Latina, pero
con el agravante, para el caso colombiano, de que este proceso de transfor-
mación de recursos naturales se concentra en productos que necesitan, a su
turno, un alto contenido de insumos importados. Tal ocurre con la industria
textil, los aceites y las grasas. Por eso, afirma Misas, la apertura fue impulsada
por la gran industria manufacturera, que reemplazó valor agregado nacional
por valor agregado externo. Además, la apertura convirtió a muchas de las
empresas en importadoras de bienes terminados.

Esta transformación dio lugar a un descenso notorio, tanto de los salarios


como de la participación de la remuneración de los trabajadores en el valor
agregado, acompañado del aumento apreciable del consumo intermedio so-
bre el valor de la producción. Eso quiere decir que hemos tenido un proceso
masivo de sustitución de valor agregado interno por valor agregado exter-
no. La disminución de los salarios refleja un marcado desinterés del sector
manufacturero frente al mercado interno, porque lo que está creciendo es la
transformación de recursos naturales, que tiene un mercado exterior. Ello se
refleja en la concentración de los grandes grupos económicos en la produc-
ción de bienes no transables y en las áreas que el gobierno ha privatizado,
como los servicios públicos, mientras las inversiones se han volcado hacia
el exterior. El mercado interno se considera marginal.

Por otra parte, la adaptación de las empresas a las nuevas condiciones de


la competencia internacional las ha llevado a romper los compromisos insti-
tucionalizados con sus trabajadores en el ámbito interno, y ahora recurren a
la subcontratación con terceros, con lo cual se acrecienta el trabajo informal.
O sea, que el modelo de desarrollo adoptado desde antes pero reforzado
ahora por los procesos de apertura, no crea las condiciones para hacer que el
excedente se traduzca en mayor nivel de trabajo con más y mejores empleos.
De ahí la supuesta paradoja de un crecimiento de la producción industrial
con un aumento del desempleo: lo que sucede es que los sectores altamente
generadores de empleo han rebajado su participación en el producto y, al

— 40 —
REFLEXIONES INTRODUCTORIAS

contrario, los sectores intensivos en capital han aumentado sus niveles de


producción, con tamaños de plantas enormemente elevados pero que no crean
encadenamientos hacia atrás. La manera como el actual gobierno concibe el
desarrollo agrícola muestra una tendencia semejante: la profundización de
este proceso de “reprimarización” de la economía colombiana, que necesita
seguir manteniendo salarios muy bajos para poder competir en mercados
que son profundamente fluctuantes.

En resumen, el problema de cómo retener los excedentes de la producción


en las regiones productoras y fortalecer el mercado interior de ellas no solo
no se está solucionando sino que tiende a agravarse porque la única manera
de crecer que la economía colombiana ha encontrado, hasta ahora, es la de
disminuir la participación de los salarios dentro del presupuesto nacional,
lo cual no redunda en el mayor bienestar de la población.

Adolfo Meisel señaló, además, que esos modelos de crecimiento con-


llevan un aumento creciente de las desigualdades regionales, como puede
apreciarse en las cifras del ingreso per cápita calculadas por el Centro de
Estudios Ganaderos y Agrícolas, Cega. Su exposición comenzó valorando el
hecho de que el país fuera pensado desde las regiones. Uno de los mayores
problemas de la planeación económica colombiana, indicó, es no tener en
cuenta la enorme heterogeneidad de las regiones en materia económica, geo-
gráfica y cultural. Por ejemplo, los esquemas de descentralización suponen
que las regiones tienen la misma capacidad institucional y el mismo nivel de
desarrollo. Con base en las gráficas que presentó, se observa que el conjunto
del país tiende a nivelarse por lo bajo, mientras que Bogotá tiene un ingreso
per cápita que está muy por encima del promedio nacional. Este proceso de
ascenso económico y demográfico de la capital viene ocurriendo desde la
segunda mitad del siglo XX y va rompiendo el equilibrio que existía, desde
los tiempos coloniales, entre diversos polos de desarrollo que contaban con
una red importante de ciudades intermedias. Una de las razones del auge
de Bogotá tiene que ver con el aumento del tamaño del Estado. El resulta-
do de este proceso es la configuración de una periferia compuesta por los
departamentos de menor ingreso por persona, que son básicamente los de

— 41 —
HACIA LA RECONSTRUCCIÓN DEL PAÍS

las costas Caribe y Pacífica, que contrasta con un área central, conformada
por el eje Bogotá-Antioquia-Valle del Cauca-zona cafetera (zona andina). La
pobreza relativa está en la periferia costera, donde se asienta la mayoría de
la población indígena y afrodescendiente del país. Esta estructura centro-
periferia está relacionada con los problemas actuales del conflicto armado.

Con relación a la ponencia de García, Meisel se muestra de acuerdo con


las tres variables que él señala para la distribución espacial del conflicto en
Colombia —la pobreza, la equidad y la organización de la producción—, aun-
que considera que habría que agregar la variable geográfica de la distribución
del conflicto. Destacó la anotación de García sobre la excepcionalidad de la
violencia colombiana, en el sentido de presentarse en un país de ingresos
medios, pero no cree que la producción de carbón tenga que ver con el con-
flicto. Además, dijo, es importante diferenciar el conflicto según las regiones,
y subrayó que el rápido crecimiento económico de algunas de ellas tiende a
estar caracterizado por una gran desigualdad de oportunidades y recursos.
Opina que el caso de las zonas ganaderas de la costa Caribe tiene que ver más
con las enormes desigualdades que conlleva: no son propiamente zonas de
bonanza sino regiones que se han caracterizado, desde hace muchos años,
por un nivel muy bajo de crecimiento per cápita, comparable con el de los
países del África tropical, que son los de menor crecimiento en el mundo.

Con respecto a la ponencia de González, Meisel afirmó que no veía cómo


articular los trabajos de Lonergan, que enfatizan en el apoyo a la producción
de bienes de consumo frente a los suntuarios, con la conclusión que deduce:
la necesidad de trabajar con los concejos municipales. El investigador expresó
además ciertas inquietudes sobre el tema del ordenamiento territorial, pues
considera que hay pocas regiones con claras diferenciaciones en lo cultural
y económico; la costa Caribe no es una región económica desde el punto
de vista de muchas metodologías, pero algunos hablan de ella por razones
más que todo culturales.

En la parte final del debate, Francisco de Roux se mostró de acuerdo con


los comentarios generales de Misas y Meisel y con las apreciaciones de García

— 42 —
REFLEXIONES INTRODUCTORIAS

y González sobre el Programa de Desarrollo y Paz, y optó por referir la historia


y los propósitos del Programa. Señaló que la paz depende del desarrollo que
se alcance y que el Programa había optado por hacer desarrollo en medio del
conflicto, sin esperar a la pacificación de la región. En segundo lugar, destacó
la importancia del conflicto para la vida social: el conflicto llama la atención
sobre problemas estructurales no resueltos, y por eso hay que partir de ellos
para la discusión y elaboración de proyectos. En tercer lugar, se trata de un
proyecto realizado con la gente y que parte de las experiencias regionales
para realizar el sueño de construir una nación desde las regiones. De ahí la
importancia de compartir experiencias y reflexiones académicas.

Hechos estos plantamientos generales, describió la manera como se fue


elaborando el mapa operativo de la región a partir de las experiencias de la
gente, que quería priorizar la vida con dignidad. Basándose en descripciones
muy ingenuas de las cosas, el Programa fue llegando a descripciones más ex-
ploratorias y formulaciones más rigurosas. De Roux subrayó el énfasis puesto
en la dignidad humana como un punto de referencia absoluto, que sirvió de
base para dialogar con los diferentes grupos armados de la región, legales
o ilegales. En esos diálogos se encontraron dos perspectivas de desarrollo
contrapuestas: en primer lugar, la del Estado y el establecimiento, centrada en
la explotación y extracción primaria, que busca extraer los recursos naturales,
renovables y no renovables, a fin de producir energía y hacer del Magdalena
Medio una plataforma exportadora. Esto se explica por las potencialidades de
la región, que posee carbón, oro y petróleo y tiene posibilidades de producir
biodiesel. Pero en este modelo no se necesita tanta gente: bastan las 350.000
personas de Barranca, Aguachica y Puerto Berrío y la población sobrante se
puede repartir entre Cartagena, Bogotá y Bucaramanga.

En cambio, el modelo que propone el Programa consiste en impulsar el


desarrollo con la gente, articulada con la naturaleza, por medio de la fijación
de los excedentes en la región: el desarrollo que se pretende pasa por crear
las condiciones para que un pueblo pueda vivir su dignidad de la manera
como la gente quiere vivirla, a partir de su cultura y su identidad. Para los
economistas tradicionales se trataría de convertir la necesidad sentida en

— 43 —
HACIA LA RECONSTRUCCIÓN DEL PAÍS

demanda efectiva: esto se lograría por medio de los impuestos, a fin de que


la intervención del Estado pueda activar las economías locales y regionales.
El Programa parte de la participación de la gente en la producción para que
pueda acceder a los bienes y servicios que elija. Hay que producir un flujo
sostenible de la vida que se quiere, pero no basta producir cachamas sino que
hay que tener un flujo continuo de cachamas durante todos los días del año.
De Roux habla de la producción de pescado, que ha venido disminuyendo
sistemáticamente y que tiene una gran importancia cultural como elemento
esencial de la dieta, y alega que la recuperación del dinamismo de la pesca
exige echarse atrás en la cadena productiva: rescatar primero los espacios
cenagosos, recuperar las ciénagas, restaurar los cauces de las fuentes de
agua que llenan las ciénagas y recuperar los bosques colombianos.

El expositor concluye afirmando que el logro de un desarrollo que traiga


la paz al territorio del Magdalena Medio, caracterizado por una cultura de
enclave, es un problema político serio: la exportación del petróleo y el resto
de minerales responde a un modelo económico que trata de convertir a la
región en una plataforma de exportación dentro del dilema terrorismo-antite-
rrorismo. El modelo del Programa, en cambio, busca romper definitivamente
con ese esquema por medio del diálogo continuo con los actores que están
en la guerra, del lado que sea, partiendo de la dignidad humana, la seguridad
humana y los derechos humanos.

Ciudadanía, soberanía e institucionalidad en regiones afectadas por


el conflicto

El debate sobre las transformaciones del conflicto armado, las relaciones


de la población civil con los actores armados, las experiencias acumuladas en
las iniciativas de desarrollo y paz, el modelo de desarrollo que eso implica y su
contraste con el modelo económico, trae consigo preguntas de carácter más
político. Ellas tienen que ver con las posibilidades de desarrollar relaciones
de convivencia ciudadana y garantizar el funcionamiento de instituciones
estatales en regiones afectadas por el conflicto armado y caracterizadas
por tradiciones políticas de corte clientelista, donde el Estado está lejos de

— 44 —
REFLEXIONES INTRODUCTORIAS

detentar el pleno monopolio de la coerción y la justicia. Para discutir esta


temática se invitó a Fernando Escalante y Daniel Pécaut como conferencistas
centrales, y como miembros del panel de comentaristas a Jenny Pearce, Gus-
tavo Duncan, Mauricio García Villegas, Ingrid Bolívar, Gloria Isabel Ocampo
y Mauricio Romero.

La preocupación sobre la debilidad del Estado

En primer lugar, Fernando Escalante Gonzalbo se refirió al problema de


la debilidad del Estado y señaló que, en relación con la definición clásica de
Estado, surgen demasiadas situaciones extrañas como para que puedan ser
simplemente descartadas como anomalías: los casos de los taxis piratas de
Ciudad de México, los gobiernos paralelos del Ejército Zapatista de Liberación
en Chiapas, los mungiki de Mathare, en las afueras de Nairobi, y Hezbolá
en el sur del Líbano, se mueven en una situación ambigua frente a la ley y
al Estado; no sustituyen del todo al Estado ni pueden tampoco prescindir
de él. Y en América Latina señala el surgimiento de resultados extraños en
los sistemas representativos recién restaurados: Alberto Fujimori, Abdalá
Bucaram, Carlos Saúl Menem, Efraín Ríos Montt, Vicente Fox, Hugo Chávez,
Evo Morales y Ollanta Humala. Allí, bajo formas más o menos conocidas,
persisten el autoritarismo, la arbitrariedad, la demagogia y sobre todo la
corrupción.

De ahí su interés por esos que Clifford Geertz llama “lugares complica-
dos”: ni modernos ni tradicionales del todo, ni tampoco en tránsito de lo uno
a lo otro. Este interés por estas situaciones extrañas y difíciles de definir se
enmarca en una preocupación por el Estado, obsesiva y desorientada, que
hace parte del espíritu del tiempo. No basta recurrir al diagnóstico obvio de
la inexistencia, en nuestros países, de la “cultura cívica” que el Estado moder-
no necesita para funcionar. Pero el problema no es moral sino de estructura
política: no existen las virtudes cívicas que imagina el modelo republicano
porque no existe la forma de Estado que tendría que servirles de soporte. No
se puede exigir la obediencia del ciudadano a la ley cuando el Estado no es
capaz de garantizar la seguridad en el orden cotidiano y hay otros actores

— 45 —
HACIA LA RECONSTRUCCIÓN DEL PAÍS

con poder para imponerse o, al menos, para torcer sistemáticamente el fun-


cionamiento de las instituciones estatales. Por eso se obedece, naturalmente,
a quien puede ofrecer seguridad, bajo formas clientelistas, corporativas,
comunitarias o de cualquier otro tipo.

La preocupación por el problema del Estado responde a la proliferación


de casos semejantes en el resto del mundo. La aparición de agresivos movi-
mientos étnicos, religiosos, separatistas, y de catástrofes como las de Ruanda,
Liberia y Sierra Leona; la inestabilidad crónica de Sri Lanka, Pakistán o Líbano;
el fracaso de las políticas de impulso al desarrollo prácticamente en todas
partes y el nuevo terrorismo islámico plantearon la necesidad de hacer compa-
tible esta preocupación con el lenguaje dominante, neoliberal y democrático.
En este contexto, los atentados del 11 de septiembre de 2001 convirtieron
a los “Estados fallidos” en una de las preocupaciones mayores del gobierno
estadounidense: esos Estados sin capacidad de control territorial, que podían
servir de refugio o base de operaciones de grupos terroristas, guerrillas o
redes del crimen organizado. Y el Banco Mundial cambió las condiciones pa-
ra sus préstamos: sin orden institucional y Estados eficientes no es posible
el desarrollo. Para algunos pesimistas, no hay solución: el modelo moderno
de Estado no tiene futuro en la mayor parte del mundo; para otros, en esos
lugares complicados es posible la reconstrucción del Estado mediante una
combinación de reformas administrativas, fiscales y políticas que garantice
la transparencia, la representatividad y la eficacia.

En opinión de Escalante, parte del problema reside en que la debilidad del


Estado es siempre relativa, pues depende de lo que se espere de él y de cómo
se lo defina. Ordinariamente hablamos del Estado de derecho, con monopolio
de la coerción legítima pero dentro de la legalidad. Además, subraya el in-
vestigador, la mayoría de los estados débiles siempre lo han sido, pero antes
no se les prestaba atención, por diversas razones, entre ellas, que muchas
veces se consideraba al Estado como el enemigo, cuyo poder excesivo debía
ser disminuido. Se estimaba también que los estados autoritarios eran fuer-
tes. Hoy sabemos que un Estado autoritario puede ser débil por su precaria
institucionalidad, su ineficiencia administrativa o su ilegitimidad. Pero somos

— 46 —
REFLEXIONES INTRODUCTORIAS

igualmente conscientes de que la liberalización y desregulación no requieren


de menos Estado sino de un Estado diferente, que despolitice las decisiones
y las ponga al margen de la argumentación política.

Tampoco se tienen muy claros los criterios sobre la supuesta debilidad


del Estado. Algunos indicadores parecen obvios, como los frecuentes golpes
de Estado, los cambios constantes de constituciones, la persistencia de las
guerras civiles, que tenderían a mostrar que en América Latina los estados
nunca han sido fuertes. Otros índices más sólidos serían la debilidad fiscal
y financiera, la incapacidad administrativa y la fragilidad jurisdiccional. En
muchos de nuestros países la capacidad de recaudación de impuestos es muy
baja, en parte por la pobreza generalizada pero también por la estructura
impositiva, muy ligada al sistema político: pocos contribuyentes, muchas
exenciones, altas tasas de evasión, predominio de impuestos indirectos y
regalías. Esta baja recaudación tributaria llevaría a la debilidad financiera
del Estado, cuyos recursos serían insuficientes para cumplir las funciones
a las que está obligado legalmente. Y ambas cosas inciden en la debilidad
administrativa basada en una burocracia mal formada y mal remunerada, sin
capacidad profesional, sin incentivos serios para desempeñar su labor con
honestidad y eficacia. Todo lo anterior redunda, para Escalante, en la debi-
lidad jurisdiccional, la incapacidad habitual para imponer el cumplimiento
de la ley como norma habitual, uniforme, incontestable. Esto se refleja en la
impunidad generalizada, la informalización de la economía, la corrupción, el
tráfico de influencias, la inequidad en la administración de justicia, la escasa
presencia de instituciones estatales en algunas partes del territorio y, en el
extremo, la posibilidad de “privatizar” la fuerza pública y sobornar a policías
o militares con cualquier propósito.

Escalante aclara que todos ellos son indicadores pero no causas de la


debilidad del Estado: no se pueden tratar los síntomas sin un diagnóstico del
problema, como se ha intentado recientemente, con resultados que dejan
bastante que desear. Las reformas inducidas por los organismos internacio-
nales han producido estados más rígidos, con una administración más com-
plicada, pero también más ineficientes: o sea, estados todavía más débiles.

— 47 —
HACIA LA RECONSTRUCCIÓN DEL PAÍS

El autor sostiene que ni siquiera está seguro de que la debilidad estatal sea
un problema: en ocasiones, algunos rasgos de esa supuesta debilidad, como
el clientelismo y el cumplimiento selectivo de la ley, pueden ser recursos
indispensables para asegurar la gobernabilidad. Estas reflexiones lo llevan a
pensar que el problema de la concentración del poder estatal es un problema
de política práctica, que no depende solo de la ley, que puede ser incluso un
obstáculo para la concentración del poder y, por lo tanto, paradójicamente,
un obstáculo para la consolidación del Estado. Además, conviene siempre
recordar que muchos de los estados considerados débiles, como Chad, Ca-
merún, Nigeria o Perú, por ejemplo, han podido suprimir rebeliones, sofocar
guerras civiles y movimientos secesionistas: su capacidad política no depende
de criterios abstractos, sino de prácticas concretas.

Estas consideraciones llevaron a Escalante a preguntarse cuál es el modelo


de Estado que subyace en estas preocupaciones. Comenzó por recordarnos,
en primer lugar, que se trata de una elaboración abstracta, a la cual los
estados realmente existentes tratan de aproximarse pero sin reproducirla
plenamente; y, en segundo lugar, que la idea de Estado es producto de la
tradición intelectual europea, que pone como ejemplo los estados europeos.
El contraste con este modelo ideal hace que nuestros estados aparezcan
siempre como defectuosos, deficientes y limitados, que se definen a partir
de lo que no son. Por otra parte, tampoco podemos descartar el modelo por
ser importado, porque en América Latina lo asumimos, desde el comienzo,
como nuestro ideal de organización política, que inspira el espíritu y la
letra de todas nuestras constituciones. No es posible entonces, en nuestro
repertorio cultural, imaginarnos otro orden político legítimo que no se base
en la igualdad ante la ley, la igualdad de derechos, la libertad individual, la
soberanía del Estado.

Escalante afirma que el Estado consiste en dos cosas: una idea de au-
toridad soberana, racional y neutral, y un conjunto de prácticas concretas
que despliegan esa lógica y a las que esa idea otorga sentido y coherencia.
La idea de Estado hace aparecer coherentes, como partes de un todo, a
funcionarios, oficinas y trámites burocráticos, pero, a su vez, las prácticas

— 48 —
REFLEXIONES INTRODUCTORIAS

hacen verosímil la idea del Estado en la vida cotidiana, en la que introducen


disciplinas espaciales y temporales por medio de regulaciones procedimen-
tales y jerarquías acordes con una lógica general, ajena a la voluntad de los
individuos concretos. Esto crea la ilusión de exterioridad del Estado como el
corazón del modelo: la idea del Estado supone una separación nítida entre
lo público y lo privado, entre Estado y sociedad, como réplica de la distin-
ción kantiana entre el ámbito exterior de la legalidad y el ámbito interior de
la moralidad; estas separaciones presumen también, en última instancia,
una distinción entre el reino de la razón, impersonal y universal, y el de los
intereses, emociones, sentimientos, vicios y virtudes particulares.

El problema es que esas distinciones no son automáticas sino que de-


ben ser construidas y hacerse creíbles: la lógica racional del Estado y su
disciplinamiento de la sociedad, que tratan de impulsar sus funcionarios,
pueden desvirtuarse cuando se aplican en lugares concretos donde existe
una trama densa de relaciones de clase, étnicas o de parentesco, con es-
tructuras tradicionales de poder no estatal, a cuyos intereses el Estado debe
acomodarse. En ese campo intermedio se sitúa la actividad política concreta:
en el encuentro entre dos tipos ideales extremos: el del funcionario estatal,
sujeto a controles burocráticos y carente de margen personal de maniobra,
y el del activista, que puede ser un cacique político o un líder social, gremial
o político. Allí es posible emplear recursos del Estado con algún margen de
discrecionalidad.

Al respecto, Escalante recurre a ideas trabajadas por Ingrid Bolívar y


nuestro equipo del Cinep sobre las negociaciones de los actores en la confi-
guración del Estado en el ámbito regional2 y la manera diferenciada como la
lógica institucional se interrelaciona con los poderes locales y regionales en
esos espacios ambiguos.3 En tales negociaciones también puede apreciarse

2 Ingrid Bolívar, “Transformaciones de la política: movilización social, atribución causal y configuración del Estado en el Magdalena
Medio”, en Mauricio Archila et al., Conflictos e identidades en el Magdalena Medio, 1990-2001, Bogotá, Cinep, 2006.
3 Fernán González, Ingrid Bolívar y Teófilo Vásquez, Violencia política en Colombia. De la nación fragmentada a la construcción del
Estado. Bogotá: Cinep, 2003.

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HACIA LA RECONSTRUCCIÓN DEL PAÍS

la fuerza relativa del Estado, según que logre o no imponerse con facilidad
sobre los poderes fácticos o quede subordinada a ellos. La llamada “presencia
diferenciada del Estado” no es solo un problema de recursos económicos sino
también de arbitrios políticos y culturales que hacen que las instituciones
estatales sean fuertes en unos campos y débiles en otros. Incluso un mismo
funcionario u oficina estatal puede actuar con perfecta legalidad en la con-
tratación de obras públicas, pero tiene que recurrir a otros métodos para
resolver una disputa agraria.

Por estos matices, Escalante se distancia de las apreciaciones catastrofistas


sobre la debilidad del Estado: no siempre está al borde de la guerra civil, asila
a terroristas o sirve de base a la delincuencia organizada. Tampoco representa
necesariamente un obstáculo para el desarrollo. Es cierto que la mayoría de
las empresas prefieren las garantías que ofrecen los estados fuertes a sus
inversiones, pero a veces puede ser mejor negocio invertir en estados débiles,
pues la corrupción, la guerra interna y la incapacidad estatal producen opor-
tunidades para subordinar la lógica estatal a los intereses particulares. Por
otra parte, la población al margen de la economía formal no podría subsistir
sin una cierta flexibilidad en la aplicación de la ley. Obviamente, la debilidad
estatal es ciertamente un obstáculo para una planeación adecuada del desa-
rrollo y una distribución equitativa de costos y beneficios.

Después de este distanciamiento, Escalante se aproxima a la realidad de


los estados concretos a partir de los procesos progresivos de concentración
del poder en los países europeos y del consiguiente despojo de autoridad
jurisdiccional a los cuerpos intermedios, pero aclarando que éste no significó
necesariamente su pérdida de autonomía. Esta concentración del poder se fue
institucionalizando bajo la forma del Estado, apoyándose en la integración
física del territorio y en el desarrollo de mercados nacionales: esto culminó
en cierta homogeneización del espacio donde los individuos se encuentran
como ciudadanos, capaces de encarnar una racionalidad de validez universal
de la que resulta el interés público. En ese espacio homogéneo, institucio-
nes como los partidos políticos, las iglesias y los sindicatos aparecen como
anomalías que interfieren en los procesos racionales de argumentación pero

— 50 —
REFLEXIONES INTRODUCTORIAS

deben ser toleradas por razones prácticas; además, allí se hacen presentes
poderes fácticos, como caciques y clientelas, que no pueden ser justificados
normativamente y que obstaculizan el proceso racional de construcción co-
lectiva que caracteriza la vida ciudadana en una verdadera democracia.

El problema de este contraste entre los ciudadanos racionales, que buscan


reflexiva y desinteresadamente el interés público, y las clientelas irracionales
que pretenden ventajas particulares, es que tiende a convertir la defensa de
la cultura cívica en lenguaje de clase. En la práctica, la diferencia es menos
nítida: nunca desaparecen las estructuras intermedias como formas de reco-
nocimiento y participación, que articulan y organizan intereses particulares
y traducen —ajustan, moderan— las prácticas estatales. El supuesto básico
de que las formas clientelistas son un obstáculo para el funcionamiento esta-
tal, pues no es, para Escalante, tan obvio como se cree: en algunos casos la
debilidad no es tanto un problema como una solución en situaciones donde
la aplicación estricta de la ley provocaría efectos catastróficos para el orden
social: la desigualdad social hace imposible el cumplimiento uniforme de
la ley. En resumen, sostiene el autor, para buena parte de la población las
formas clientelistas constituyen el único acceso posible al campo político y
la única manera de exigir y ejercer sus derechos. Por eso, en resumen, Es-
calante cree que no hay necesariamente incompatibilidad entre clientelismo
y ciudadanía.

El investigador intenta observar el fenómeno desde el sentido inverso:


¿qué representa para el Estado ese necesario acomodo con los poderes
fácticos? Normalmente se lo mira como síntoma de debilidad estatal, pero
puede estimarse también como una forma de consolidar el poder político.
En primer lugar, hay que recordar que el poder no es exclusivo del Estado y
que la concentración del poder en el Estado no es nunca completa; por eso
el mantenimiento de la gobernabilidad supone cierto compromiso con los
que pueden resistirse al poder estatal. Esta situación es similar a la transición
del Estado medieval al Absolutismo, lo que permite comparaciones útiles con
los procesos de expropiación del poder de los notables locales, las corpo-
raciones e iglesias, pero con una diferencia fundamental: ahora existe ya la

— 51 —
HACIA LA RECONSTRUCCIÓN DEL PAÍS

forma Estado, cuyo lenguaje legal transforma prácticas e instituciones, así


su autoridad efectiva sea limitada. La conversión del cacique en delegado
estatal y la vulnerabilidad de los contrabandistas y comerciantes informales
evidencian los cambios producidos por la figura del Estado: el encuentro de
las lógicas produce una zona fronteriza que muestra, a la vez, la debilidad
del Estado de derecho y la producción de una forma eficaz de poder; en esa
zona coexisten los recursos y la autoridad del Estado con la arbitrariedad
de los poderes sociales.

En esa frontera conviven igualmente formas cuasi estatales con alguna


legitimidad, como en el caso de Hezbolá en Líbano, o con prácticas predato-
rias dispersas, como en el Congo, Sierra Leona o extensas zonas del territorio
colombiano. O partidos políticos que institucionalizan el conjunto de los inter-
mediarios, como en el caso del PRI mexicano. Sin embargo, lo más frecuente
es una forma de parasitismo recíproco: los políticos y funcionarios estatales
aprovechan, desde sus posiciones, recursos del poder informal, mientras los
grupos informales de poder ganan influencia al beneficiarse de la complicidad
del Estado. Este panorama se torna más complejo con la globalización, que
facilita la formación de mercados informales e incluye en los espacios nacio-
nales a actores difícilmente ubicables jurídica y políticamente, como Acnur
y las ONG, pero la necesidad de autorización de su presencia por parte del
Estado puede redundar en el aumento de la concentración estatal de poder. O
sea que, precisamente, la debilidad estatal puede inducir una acumulación de
poder en redes informales, clientelas y caciques; según Escalante, este sistema
ha sido llamado por Achille Mbembe “gobierno privado indirecto”,4 de manera
semejante a lo que caracterizamos como “dominio indirecto del Estado” en
el caso colombiano, a partir de la conceptualización de Charles Tilly.5 Para el
autor, es posible que esta acumulación de poder llegue a producir un Estado
más cercano al modelo, incluso a partir de conductas criminales.6 Esas zonas
liminales, de gran productividad política, concluye Escalante, seguirán aumen-

4 Achille Mbembe, “On Private Indirect government”, en Mbembe, On the Postcolony, Berkeley: University of California Press, 2001,
p. 66 y ss.
5 Charles Tilly, 1993, “Cambio social y revolución en Europa, 1492-1992”, en Historia Social, No. 15, invierno 1993, pp. 78-80.
6 Achille Mbembe, op. cit., p. 93.

— 52 —
REFLEXIONES INTRODUCTORIAS

tando pero su forma concreta solo puede conjeturarse a partir del análisis de
las estrategias particulares de los distintos actores en cada caso.

Finalmente, el expositor terminó contrastando el proceso mexicano de


formación del Estado con el colombiano. En el México posrevolucionario se
produjo una temprana integración del territorio, movilidad social, reforma
agraria, modernización económica y, sobre todo, un sistema de incorporación
nacional de clientelas y corporaciones con el arbitraje de la Presidencia de
la República, que redundó en la consolidación de la autoridad política pero
no en el Estado abstracto del modelo. Apoyado en un texto de Rafael Sego-
via,7 Escalante sostiene que la función del Estado mexicano creció contra su
voluntad pero que los grupos económicos y sociales insertados en él han
dejado engastados en su proyecto modernizador unos residuos institucio-
nales que equivalen a una planta trepadora que sostiene a un viejo edificio
que ha destruido parcialmente. Los intentos de arrancar esa trepadora, en
años recientes, han ido debilitando al Estado federal frente a los gobiernos
locales, al aislarlo de la densa trama de arreglos políticos informales, y la
pérdida de coherencia ocasionada en el sistema político nacional ha traído
consigo un “retroceso” en el proceso de concentración del poder: México es
ahora un Estado más moderno, más eficiente, más vigilado, pero también
más rígido y más frágil.

Los problemas de la ciudadanía en Colombia

¿Cómo se puede vivir la ciudadanía en un contexto de conflicto? Daniel


Pécaut señala lo paradójico de la pregunta, ya que los conflictos armados que
transcurren en Colombia nada tienen que ver con los conflictos ordinarios
que atraviesan las sociedades democráticas. En ese sentido, el sociólogo
francés replantea la pregunta formulando otros interrogantes previos: ¿hasta
qué punto se podría hablar en Colombia de ciudadanía y de instituciones
más o menos estabilizadas antes del episodio de la violencia reciente? Para
responder, señala tres factores que explican la tradicional estabilidad polí-

7 Rafael Segovia, Lapidaria política, México: FCE, 1996, p. 53.

— 53 —
HACIA LA RECONSTRUCCIÓN DEL PAÍS

tica del país: la hegemonía de las elites civiles sobre las fuerzas militares,
reducidas a simple fuerza policial destinada a mantener el orden público; la
multiplicidad de elites políticas y económicas, ligadas a intereses regionales,
cosa que impidió la concentración de poder en un Estado centralizado o en
un caudillo y que terminó configurando algo parecido al modelo liberal de
Estado, aunque distante del liberalismo doctrinario; y la subordinación de
las clases populares a las elites por medio de los partidos políticos, que han
preservado la hegemonía de las elites y se han convertido en los puntos de
referencia para la actividad y la cultura políticas.

A pesar de este modelo limitado de poder, en Colombia la ciudadanía


ha sido siempre algo limitado, algo precario y dudoso, pues lo importante
es la pertenencia a las redes de poder de corte clientelista; a diferencia de
las naciones del Cono Sur, aquí no se logró ampliar la inclusión política ni
configurar una ciudadanía social, con derechos sociales de carácter también
universal. Aunque en los años treinta se introdujeron algunas reformas so-
ciales y políticas, la Violencia de los cincuenta acabó con lo poco que había.
No existe entonces en Colombia una verdadera ciudadanía moderna, aunque
hubo siempre una muy fuerte participación política, promovida por el senti-
miento de afiliación partidaria y las lealtades a las redes de los partidos.

Sin embargo, precisamente la Violencia de los cincuenta produjo efectos


paradójicos: reforzó la subordinación de las clases populares y mantuvo así
la dupla estabilidad institucional-ciudadanía precaria; conservó el peso del
país periférico y rural en la vida política de Colombia a pesar de la creciente
urbanización; privilegió el empleo de la fuerza como el fondo de las relaciones
sociales y políticas, más allá de las reglas institucionales y legales, convirtien-
do a la Violencia en un “imaginario colectivo”, dominado por una violencia
que habría regido desde siempre todas las relaciones sociales y basado en
una sustancialización: la cultura “naturalmente” violenta de los colombianos.
A su lado, entre amplios sectores de las clases populares, marcharía una es-
pecie de “cultura del resentimiento”, muy visible en los reclamos de Manuel
Marulanda sobre la pérdida de sus gallinas y marranos en el bombardeo de
Marquetalia. Se trata de una humillación imborrable que marcó para siempre

— 54 —
REFLEXIONES INTRODUCTORIAS

“la identidad campesina”, así como de una interpretación de la historia a partir


de una pérdida inicial. Esto condena a vivir la historia, no en relación con un
horizonte de espera y de futuro, sino como una eterna repetición.

Después de haber analizado los problemas previos de la ciudadanía, re-


forzados por la Violencia de los cincuenta, Pécaut pasó a referirse al conflicto
reciente. Las estrategias de los actores armados no pueden analizarse solo
a partir de sus declaraciones manifiestas, que, por lo demás, son escasas;
es sorprendente el silencio relativo de las Farc, que no han desarrollado
ningún cuerpo doctrinal para conseguir la adhesión de la juventud radicali-
zada. Además, la definición de sus estrategias se complica por la dimensión
plural de sus acciones, que buscan el control de la población, la acumula-
ción de recursos económicos y la mayor capacidad militar recurriendo a la
protección o la intimidación. Y también por los cambios de procedimiento,
según momentos y regiones: en algunos momentos y situaciones puede ser
fundamental la dimensión económica pero en otros no; además, los actores
van definiendo sobre la marcha su conducta a mediano y corto plazo, en
función de las interacciones con el resto de agrupaciones armadas.

En seguida Pécaut se pregunta sobre las actuaciones políticas concretas de


los actores armados frente a la población civil para hacerse reconocer como
actores políticos, actuaciones que resultan mucho más útiles para analizar
sus estrategias que sus formulaciones discursivas. En primer lugar, recurren
al control sobre los territorios y sus pobladores, de acuerdo con su impor-
tancia estratégica (corredores de comunicación, cercanía a las fronteras), la
presencia de economía cocalera o de recursos mineros o la precariedad de la
implantación de las instituciones estatales. Pécaut insiste en que, a medida
que se prolonga el conflicto, las características sociales y culturales previa-
mente existentes en esos territorios intervienen cada vez menos y cuenta
más la dinámica misma de la confrontación. En segundo lugar, esta influencia
depende cada vez menos de la adhesión de sus habitantes y mucho más del
uso de la intimidación y el terror: la prioridad de los actores armados no es
convencer a la población sino obtener su sumisión sustituyendo las redes
políticas preexistentes y tomando el control de las instituciones locales. Y, en

— 55 —
HACIA LA RECONSTRUCCIÓN DEL PAÍS

tercer lugar, ocurre la multiplicación de las atrocidades y actos de crueldad,


que obligaron al gobierno a dar un tratamiento político a los paramilitares;
en el caso de las guerrillas, que han perpetrado menos masacres, la mani-
pulación de sus secuestrados, y especialmente de los “políticos”, demuestra
que buscan acceder a un estatus político por esta vía. Finalmente aparece
el manejo de importantes recursos económicos, entre los cuales los prove-
nientes de la droga, estrechamente ligados a las repercusiones internas y
externas del tráfico de drogas.

Esas actuaciones afectan, obviamente, la relación de la población con


los factores armados, analizada por Ana María Arjona, cuya exposición le
suscitó algunos interrogantes. Está de acuerdo con que la inmersión de la
población en el conflicto la obliga a adaptarse a la presencia de los actores
armados; por eso acepta sus tipologías, que expresan las diferentes situacio-
nes. Pero le parece demasiado simple analizar esta relación en términos de
sentimientos o intereses personales, aunque ellos puedan existir en algunos
momentos. Las Farc han recibido buena acogida en muchas zonas de colo-
nización campesina y especialmente en áreas de cultivos de coca, pero las
carencias ideológicas de los actores armados hacen que las adhesiones de
los pobladores no puedan asimilarse a convicciones muy sólidas ni tengan
tampoco un impacto profundo sobre la evolución del conflicto; lo importante
es la capacidad de intimidación y coerción.

Por eso Pécaut sugiere rehacer la tipología y distinguir dos situaciones: la


del monopolio casi total del control local, como ha sido el caso de las Farc en
algunas regiones durante muchos años y como ahora puede ser el caso de los
paramilitares en otros tantos departamentos, y la situación donde ningún gru-
po armado tiene el control total sino que hay competencia, que representaría
casos muy importantes ocurridos en Colombia en los años recientes. Allí no
existen fronteras claras entre los actores armados e impera la desconfianza
de la gente porque no saben a quién obedecer: es el fenómeno de la deste-
rritorialización, que convierte al territorio en un mero campo de relaciones
de fuerza, donde no juegan las preferencias individuales o colectivas de la
población y menos todavía las identidades previas. Esta situación está hoy

— 56 —
REFLEXIONES INTRODUCTORIAS

muy extendida: de ahí la actitud de cautela de la población frente al actor


actualmente en el control, porque puede cambiar mañana. Incluso en zonas
paramilitares, como Urabá, la gente acepta el dominio de los paramilitares
porque restablecieron el orden, pero no se atreve a hablar de política ni a
discutir las medidas de los paramilitares. La gente ha aprendido a no confiar
demasiado en los vencedores de hoy, porque ellos pueden ser los vencidos
de mañana. Por todo eso, Pécaut admite que existen múltiples modalidades
de relaciones de la población con los grupos armados, pero lo que cuenta
no es la opinión ni los arreglos entre la población y los grupos sino el poder
de esas organizaciones.

Más adelante Pécaut manifestó su distancia frente a la estimación del


conflicto colombiano como un conjunto de escenas locales, desconectadas y
autónomas entre sí. La capacidad del Frente Nacional para superar el conflicto
armado de los años cincuenta se basaba en la referencia al nivel nacional del
bipartidismo para solucionar los conflictos locales. Pero la situación actual
es un tanto diferente. En los cincuenta existía todavía una sociedad jerarqui-
zada basada en el respeto a la influencia de los notables sobre las redes de
poder. Ahora esa jerarquía fue trastocada por la economía de la droga: clases
emergentes ascendieron al poder local y, a veces, hasta al nacional. Pero esta
ruptura de la estructura jerárquica no produjo una sociedad más igualitaria
sino una profundización de las desigualdades sociales. El resultado es un
fenómeno general de “desafiliación” que debilita la identificación colectiva:
solo quedan adhesiones instrumentales o un individualismo “negativo”, que
no es portador de una pretensión emancipadora.

Sin embargo, Pécaut acepta la posibilidad del surgimiento de redes hori-


zontales que expresen nuevas formas de solidaridad y resistencia, aunque por
ahora carezcan de expresión política. Por ejemplo, entre los desplazados que
hay en Colombia se mantienen formas de solidaridad y, más generalmente,
de “civilidad”. Pero la civilidad es solo un componente de la ciudadanía, pues
no implica necesariamente adhesión a las instituciones ni apropiación de los
derechos: se reduce a prácticas horizontales de reconocimiento recíproco
entre la gente que está bajo las mismas condiciones. Esto no permite, de

— 57 —
HACIA LA RECONSTRUCCIÓN DEL PAÍS

acuerdo con Pécaut, hacerse demasiadas ilusiones. Esas relaciones están


atravesadas por la desconfianza, producto de sus pasadas experiencias.
Persisten muchas distancias entre los desplazados por los paramilitares y
los desplazados por las guerrillas, y aún mayores entre los desplazados y
aquellos que no han vivido esa experiencia. Los sufrimientos recientes y
la exacerbación de las desigualdades sociales pueden desembocar en una
nueva cultura del resentimiento. Por eso, concluye Pécaut, las iniciativas
de la “sociedad civil” no bastan para reconstruir ciudadanía: es esencial la
evolución de las instituciones en sentido democrático. En esa perspectiva,
el investigador subraya la importancia que adquiere la tarea de la Comisión
Nacional de Reconciliación y Reparación y la Comisión de la Verdad Histórica:
no se trata solamente de “reparar” sino que también hay que dar un sentido
a lo que sucedió, mediante la construcción de relatos que permitan expresar
las diversas experiencias y aceptar la legitimidad de las múltiples versiones
que se produzcan sobre los hechos. Éste puede ser quizá un momento inicial
para la formación de sensibilidades democráticas.

¿Es posible crear ciudadana en contextos afectadas por el conflicto y


el clientelismo?

Frente a los comentarios pesimistas de Pécaut sobre las posibilidades


de crear ciudadanía a partir de las iniciativas de la sociedad y los análisis de
las características de nuestros estados, destacadas por Escalante, comen-
taristas del panel siguiente, entre ellos Jenny Pearce, Ingrid Bolívar, Gloria
Isabel Ocampo, Mauricio García Villegas, Gustavo Duncan y Mauricio Romero
formularon sus opiniones desde diferentes puntos de mira.

Jenny Pearce, sin descartar el pesimismo de los análisis intelectuales, hizo


un llamado al “optimismo de la voluntad”. Para ello, destacó la importancia de
la vigencia del concepto de sociedad civil, que nos hace pensar en la forma
de construir un Estado de derecho y garantizar el ejercicio de la ciudadanía.
En ese sentido, la relación del conflicto y los problemas estructurales la
llevó a pensar en la diferencia entre la adaptación a los órdenes de facto,
analizada por Ana María Arjona, y la construcción de ciudadanía, presentada

— 58 —
REFLEXIONES INTRODUCTORIAS

por Pécaut. Su experiencia de trabajo de campo le ha permitido descubrir en


muchas zonas de conflicto algo más positivo que la mera resistencia: formas
de desafío de los habitantes locales y regionales al dominio de los actores
armados, expresiones que, a su modo de ver, constituyen bases para una
especie de protociudadanía. Esas formas reflejan el carácter paradójico de
la violencia, que, de manera simultánea, impide y fomenta la participación.
En su trasegar investigativo se ha visto sorprendida por las múltiples mani-
festaciones de organización de la gente destinadas a reclamar sus derechos
en medio del conflicto; aunque muchos han muerto en esos intentos, allí
aparece un ejercicio de ciudadanía latente, sin que la esencia de la ciudadanía
sea reconocida por los actores armados y, a veces, ni siquiera incluso por el
propio Estado. En ese escenario Pearce destacó la importancia del esfuerzo
de Odecofi, que tiene la ventaja de acercarse a las regiones para investigar,
junto con los actores sociales, los posibles factores que hacen posibles estos
esfuerzos de protociudadanía, y analizar hasta qué punto ellos pueden ser
base de una posible ciudadanía en el futuro.

Su experiencia investigativa la ha llevado a superar la concepción pesi-


mista sobre la desaparición de la sociedad civil ante la presión de los facto-
res de violencia, y su mirada es menos homogenizante y más contrastada:
existen regiones, como el oriente antioqueño, con honda permanencia de
la organización social, como destacó Clara Inés García. Más aún, habría que
destacar la cantidad de gente que, como las mujeres de Yopal en 1999, se
atreve todavía a movilizarse en medio de la violencia. En su estudio sobre
esas formas de participación, realizado conjuntamente con organizaciones
sociales locales, se han identificado muchas acciones que están en la base de
un ejercicio de ciudadanía, como la deslegitimación de la violencia domés-
tica, la inclusión de la violencia como una cuestión de políticas públicas, el
cuestionamiento a relaciones de género que fomentan prácticas violentas,
la búsqueda de relaciones respetuosas entre los sujetos. Pearce aporta una
serie de testimonios en ese sentido.

Esta experiencia la hace pensar en reconocer esas acciones como un


ejercicio de construcción de ciudadanía, pues la emergencia de sujetos de

— 59 —
HACIA LA RECONSTRUCCIÓN DEL PAÍS

derecho reside en el fondo de la realidad de la ciudadanía: la publicidad de


formas de violencia como la doméstica y otras, las introduce en la esfera
pública, cuestiona las relaciones que producen violencia y propone relaciones
constructivas entre los sujetos. La violencia implica también la negación del
cuerpo, la inexistencia del otro y el cierre de los pluralismos. Esas actividades
participativas rompen los ciclos generacionales que reproducen la violencia
y, al hacer de la violencia privada una cuestión pública, abren un espacio
de acción cívica como base de la ciudadanía. Por eso, concluye Pearce en
referencia a lo afirmado por Pécaut, los colombianos están construyendo,
en medio de la violencia, las bases para la ciudadanía.

Por su parte, Mauricio García Villegas complementó las ponencias intro-


ductorias con base en un estudio sobre el funcionamiento de los aparatos de
la justicia en contextos violentos: partió de lo que denominamos “presencia
diferenciada del Estado” para presentar tres distintas manifestaciones del
Estado en relación con la sociedad civil. En ese contraste, el Estado “cama-
leónico” se adapta a las diferentes situaciones y actúa con procedimientos
modernos en algunos sitios, muy distintos de otros donde prácticamente
no existe el Estado, y en situaciones intermedias, donde las instituciones
estatales están en pie pero no funcionan como tales sino que deben negociar
continuamente con los poderes realmente existentes. A esa presencia dife-
renciada del Estado corresponden diversos comportamientos de la sociedad
civil: algunos de sus sectores manejan las instituciones estatales casi como
su propiedad privada, pero otros están en situación de orfandad, sin capa-
cidad de acceder al Estado ni hacer respetar su derecho. Y allí también hay
una posición intermedia: algo que se parece al concepto de sociedad civil
relativamente organizada.

El interés de las investigaciones de DeJusticia, el Centro de investigaciones


de derecho, justicia y sociedad, se concentra en ese país difuso: una inves-
tigación se dedica a la situación de los jueces en zonas de conflicto armado
y otra a la cultura del incumplimiento de reglas en América Latina. Empieza
mostrando el poco interés de las ciencias sociales por el problema de la justi-
cia, un desinterés que es extraño en politólogos y estudiosos de la violencia,

— 60 —
REFLEXIONES INTRODUCTORIAS

pues García está convencido de que solo los aparatos de justicia pueden lidiar
con los paramilitares.

Las investigaciones de DeJusticia pretenden ubicarse dentro de una pers-


pectiva política de la justicia como elemento fundamental del conflicto y de la
violencia en que vive Colombia. Para ello hicieron entrevistas en profundidad
a los jueces de territorios donde operan agrupaciones armadas ilegales (entre
350 y 400 municipios) y encontraron que muchos de esos funcionarios son
inocuos, ya que hacen muy poco en términos de administración de justicia
porque no reciben casos sobre los cuales decidir, toda vez que los conflictos
fundamentales se resuelven en otros ámbitos. Esta percepción fue compro-
bada por la información que los jueces envían trimestralmente al Consejo
Superior de la Judicatura. Al clasificar 450 municipios según la presencia de
uno u otro actor armado, se pudo observar que los municipios pacíficos, sin
presencia de grupos armados ilegales, tienen mayores entradas y senten-
cias por hurto que los otros. Lo mismo ocurre con las lesiones personales.
Además, si se analiza la pirámide de la litigiosidad, que mide la parte de los
conflictos que llega a la justicia, se tiende a pensar que ha habido una relación
proporcional entre el incremento de la presencia de los actores armados y el
incremento de la conflictividad homicida. O sea, que a mayor comparecencia
de grupos armados corresponde un mayor aumento de esta conflictividad
y una más aguda disminución de la justicia. Hasta ahora tendemos a ver,
todavía sin suficiente evidencia —advierte García Villegas—, que en 2002 la
relación entre el cúmulo de justicia y la criminalidad real es más importante
en los municipios pacíficos, pero habría que pensar también que las prácticas
de delincuencia común son menos frecuentes en municipios bajo el control
de los actores armados ilegales.

Por su parte, Gloria Isabel Ocampo parte de las inquietudes de Pécaut


sobre las dificultades de construir ciudadanía en contextos de conflicto
bélico prolongado y de la incertidumbre que éste siembra en la población.
Ocampo comenta también las dudas de Escalante sobre los problemas que
resultan de tomar el caso europeo como punto de referencia para reflexionar
sobre nuestra vida política, lo mismo que sus afirmaciones sobre la ilusión

— 61 —
HACIA LA RECONSTRUCCIÓN DEL PAÍS

de exterioridad como esencial al Estado y sobre la construcción cotidiana


de éste por medio de prácticas que exceden lo que se considera estatal. Su
punto de partida es lo local, que no está necesariamente aislado de espa-
cios más amplios. Su percepción, basada en investigaciones adelantadas en
los departamentos de La Guajira y Córdoba y en el municipio de Medellín,
es que la gente tiene una idea de la importancia del Estado pero no tiene
ninguna claridad respecto de lo que sería ese Estado. La gente común solo
aspira a que exista un Otro, que pueda situarse con legitimidad por encima
de la sociedad y que garantice la realización de las ideas locales, que tienen
que ver básicamente con la justicia. Por eso, ante la ausencia de ese Otro, la
gente hace arreglos para garantizar la solución de las tensiones de acuerdo
con dichas ideas locales de justicia. En ese sentido, la investigadora opina
que el poder paramilitar llegó a constituirse como la imagen especular del
Estado: Carlos Castaño actuaba como una referencia mítica (a la manera del
Estado), cuyas normas era acatadas con solo nombrarlo.

Por eso mismo Ocampo cuestiona la visión dicotómica que presenta la


sociedad civil simplemente como cómplice o víctima de los actores armados y
que está implícita en las posiciones de los actores enfrentados. En ese sentido,
complementa la presentación de Ana María Arjona con una visión situacional,
puesto que la posición de los individuos y de la sociedad respecto del grupo
armado puede variar de acuerdo con las circunstancias concretas, que son
esencialmente inestables, especialmente en circunstancias en que la sociedad
dispone todavía de márgenes de negociación. En ellas, los individuos y las
colectividades desarrollan competencias para transitar entre sistemas norma-
tivos disímiles e interpretar, en su favor, reglas distintas a las oficiales. Esto,
gracias a que el paraestado también necesita legitimar su dominio.

Por eso habría que tener en cuenta las circunstancias que tornan funciona-
les a paramilitares y políticos clientelistas, en el sentido de que proporcionan a
la población sensaciones de protección y seguridad: los sectores populares se
sienten representados por los políticos clientelistas, que les permiten acceder
a bienes y servicios. Esta situación otorga a la política un lugar determinante
en la vida cotidiana de la gente de Córdoba, que busca permanentemente

— 62 —
REFLEXIONES INTRODUCTORIAS

estar informada de la coyuntura política local y regional porque ella incide


en su supervivencia. Por eso la autora reconoce que el clientelismo, a pesar
de sus efectos negativos, conserva cierta funcionalidad como mecanismo de
integración y mediación entre la sociedad y el Estado.

Finalmente, Ocampo mencionó que este tipo de relaciones entre Estado


y sociedad se presenta dentro de un proceso de modernización del Estado,
que coexiste con la instauración de un estilo presidencial en una relación
de tipo populista con los sectores populares que incluye prácticas como la
dádiva directa, la apelación a la emoción y la personificación del Estado en
el gobernante: los auxilios parlamentarios, que permitían a los caciques
regionales utilizar recursos públicos para mantener sus clientelas, fueron
reemplazados por subsidios y otro tipo de auxilios que el Estado entrega
directamente, pero personalizados en la figura del Presidente; es más, tales
subsidios son percibidos por la gente como una dádiva directa del primer
mandatario. Estas prácticas corresponderían a una crisis del modelo de
presencia diferenciada del Estado. Habría que preguntarse entonces por el
impacto de estas medidas, que implican una mayor integración selectiva de
los sectores subalternos a través de programas focalizados, sobre los meca-
nismos institucionales de mediación y sobre la clase política.

Los comentarios de Ingrid Bolívar se refirieron, en primer lugar, a la multipli-


cidad de competencias entre las elites que producían algo parecido al modelo
liberal, como señaló Pécaut, para preguntarse sobre el significado que esto
tiene para la expansión y transformación del campo político. Más adelante se
refirió a la insistencia de Pécaut en que el conflicto colombiano no se reduce
a una serie de escenas locales desligadas entre sí, para destacar otra idea de
este autor sobre la ciudadanía como capacidad de ligar la historia personal
con un relato colectivo. Bolívar se interroga por las historias que cuenta la
gente en sus regiones, sus puntos de referencia centrales y la manera como
reeditan la alusión a la violencia. Un tercer comentario sobre la intervención
de Pécaut tiene que ver con la pregunta sobre qué tipo de referencias a la po-
lítica proyectan los actores armados. La afirmación de Pécaut de que las Farc
no han producido discurso escrito habla de una comprensión determinada de

— 63 —
HACIA LA RECONSTRUCCIÓN DEL PAÍS

la política centrada en la discusión ideológica. Para la autora, la definición de


política es ya objeto de la lucha política, y nuestra tarea es discernir qué for-
mas asume la política en determinadas situaciones y por qué. La definición de
política no se hace de conformidad con los propósitos explícitos de los actores
políticos, que han variado históricamente, ni por los medios utilizados; de ahí
la necesidad de revisar nuestra experiencia y nuestras formas de conocimiento
sobre la política.

Con relación a la exposición de Escalante, Ingrid destacó su invitación a


comprender esos espacios liminales como productivos para la conceptualiza-
ción de la política. Para ello, recordó la distinción que este autor hacía entre
los que han leído “El Príncipe”, de Maquiavelo, y “El Principito”, de Saint-Exu-
pery. Sostuvo que la mayor parte de los que trabajan en programas de paz
y desarrollo y otras organizaciones sociales solo han leído “El Principito”. El
problema que resulta de no haber leído “El Príncipe” es que se nos escapa la
lógica del oficio de los políticos y el cómo de las relaciones de poder, carencia
que tratamos de suplir por medio de la buena intención y la buena voluntad.
La investigadora recalcó la consideración de Escalante sobre la no linealidad
de los procesos de formación del Estado, que contradice nuestra tendencia a
reflexionar siempre sobre la política tomando como referencia el Estado, como
aspiración o como destino, lo que nos impide percibir la existencia de otro tipo
de órdenes políticos, que también están funcionando, de manera operativa y
efectiva. Además, Bolívar también subrayó la afirmación de Escalante sobre la
necesidad de que los funcionarios estatales respeten la legalidad, pero afirmó
que nunca se ha estudiado la realidad y la trayectoria de esos funcionarios,
a pesar de nuestra constante relación con ellos y del hecho de que muchos
miembros de los PDP han pasado a ser funcionarios locales o regionales. Haría
falta analizar esas lógicas y los desafíos que afrontan.

Finalmente, Bolívar destacó un problema señalado tanto por Escalante


como por Pécaut: la analogía de nuestra situación con los conflictivos procesos
de concentración del poder en los estados europeos que existieron entre los
siglos XVII y XIX tiene límites porque hoy ya existe un sistema internacional
de estados. Para la autora, ese contraste se traduce en una pregunta sobre

— 64 —
REFLEXIONES INTRODUCTORIAS

el conocimiento que queremos construir de nuestras sociedades. Partiendo


de la afirmación de Escalante sobre los que no ven mexicanos en México,
ella se pregunta a quiénes vemos cuando hacemos formación política o
informes para las agencias internacionales: gente inculta, ignorante, mani-
pulada por gamonales. A veces no somos conscientes de que para analizar
nuestra experiencia estamos utilizando unas categorías impuestas por grupos
dominantes: por ello, en los libros científicos que utilizamos no encontra-
mos Estado, ni partidos ni sociedad civil ni ciudadanía, sino clientelismo.
Sin embargo, la gente de las regiones y pueblos distantes sigue anhelando
la presencia del Estado: no hay allí agencias del Estado pero la población
sigue quejándose de que “el Estado nos abandonó, el Estado nos hace falta,
el Estado está ausente”. El encuentro de Odecofi con la experiencia de la
gente que comprende el sentido común de los pobladores puede darle un
lugar analítico a este contraste, para traducirlo en libros que los científicos
sociales sí pueden leer.

Los comentarios de Gustavo Duncan comenzaron por destacar una idea


común en Pécaut y Escalante: el consenso de que el Estado moderno de
corte liberal es hoy la única opción posible, pero que pueden existir otras
formas de orden social no articuladas discursivamente. El problema es cómo
explicar las causas y la permanencia de esas “zonas grises” e indagar en las
posibilidades de transformarlas en un orden moderno. Para ello, Duncan se
centra en la discusión sobre la permanencia de las relaciones clientelistas
que caracterizan ese orden social, para investigar por qué la transición de
esas relaciones clientelistas y las tensiones entre fracciones se producen en
Colombia de forma violenta. Para ese análisis hay que recordar un aspecto
normalmente olvidado: por qué la población otorga poder a los caciques y
cuál es el alcance de ese poder. En el caso colombiano ese respaldo no se
reduce al aspecto electoral y al de prestigio social, sino al militar, que per-
mite el reclutamiento de ejércitos. Y esto nos trae al tema del dominio de las
elites, que, como señalaba Pécaut, han utilizado mecanismos clientelistas
para mantener subordinadas a las clases populares.

— 65 —
HACIA LA RECONSTRUCCIÓN DEL PAÍS

Duncan anota que en los años más recientes se ha operado una gran
transformación, que inclusive puede ser considerada como una revolución en
las elites colombianas, sobre todo en las regionales y en esas zonas grises:
la aparición de los guerreros y los empresarios del narcotráfico. Según este
autor, no fueron las oligarquías tradicionales las que crearon los ejércitos de
las autodefensas con suficiente disciplina y capacidad de fuego para impo-
nerse en las regiones, aunque se presentan variaciones regionales: algunos
jefes provenían de clases altas y otros de origen más popular. Pero unos y
otros lograron trasformar radicalmente las relaciones clientelistas, hasta con-
vertir su poder local en estados de hecho, especialmente en zonas rurales,
yendo más allá del tradicional control de los caciques sobre el presupuesto
público y la burocracia.

Otro rasgo de esa transformación es la aparición de los empresarios del


narcotráfico, que manejan una lógica empresarial diferente de la que emplean
los empresarios racionales de corte weberiano: logran crear nuevas fuentes
de ingreso dentro de los limitados mercados de sus regiones, pues su control
del poder local y regional, gracias al narcotráfico, los capacita para cobrar
impuestos a las multinacionales del banano y del carbón. La presencia de
estos empresarios permite que las nuevas elites regionales puedan negociar
en mejores condiciones con el centro político y la comunidad internacional.
Además, el acceso al consumo y los cambios culturales que eso implica modi-
ficaron la situación de las poblaciones: el acceso a mercados y excedentes del
mundo externo ha permitido la solución del problema de vivienda y nutrición
por medio de la monetarización económica en las grandes ciudades.

Estos cambios no pasan por el discurso ideológico, lo que sería un esper-


pento, pero representan la configuración de órdenes sociales espontáneos que
no necesitan argumentos lógicos para convencer a la población, aunque se
imponen de tal manera que resulta difícil su transformación, incluso por los
propios jefes paramilitares hoy desmovilizados. Estos cambios no son solo
productos de la interacción de los protagonistas sino también del contexto
social en que actúan: los actores armados solo controlan hasta donde la so-
ciedad se deja controlar. Sin embargo, no se trata de una situación estática,

— 66 —
REFLEXIONES INTRODUCTORIAS

pues creería que la acumulación de recursos del narcotráfico ha posibilitado


también grandes transformaciones sociales, como la acumulación de gran-
des núcleos de población en capitales y centros urbanos que se acercan a la
aglomeración de la población, que es una condición mínima del proceso de
modernización. La creación de mercados de consumo en las zonas grises,
no regulados por el Estado, como ocurre con los “sanandresitos” y las ventas
ambulantes, permite el acceso a ciertas mercancías y servicios del mundo
globalizado.

Finalmente, los comentarios de Mauricio Romero mostraron cierta inquie-


tud frente a la afirmación de Fernando Escalante en torno a la posibilidad de
que la democracia y la prosperidad pudieran surgir del crimen, situación que
sería terrible en el contexto colombiano, aunque reconoce que éste ha sido
el caso en otros países. Se refirió al tema de la competencia entre las elites,
señalado por Pécaut, para subrayar que las Farc tienen una mirada totalmente
homogénea de las elites conservadoras y liberales, que desconoce sus fisu-
ras internas y sus diversas facciones. La existencia de diferentes facciones
conservadoras se hizo evidente en las negociaciones fallidas de Betancur y
Pastrana con las Farc, que nunca contaron con el apoyo del grueso de los
partidos, ni con los gremios empresariales ni con el Ejército. A propósito de
las actuales negociaciones del presidente Uribe con las autodefensas, que
incluyen a sectores del narcotráfico, Romero se pregunta qué se puede hacer
con los actuales estados grises, y propone la idea, señalada por Jenny Pearce,
de insistir más en el “optimismo de la voluntad” que en el “pesimismo del
intelecto” para identificar focos de ciudadanía en las regiones que puedan
competir con los poderes de facto que dejó la desmovilización de las AUC.

La discusión pública de este panel se centró, al principio, en la definición


de actor político. Pécaut reiteró que éste no se definía por sus discursos ni
propuestas sino por su acción. En ese sentido se mostró muy crítico del ba-
lance de acciones de las Farc, que han sido incapaces de construir modelos
de sociedad local en sus zonas de influencia, e insistió en la necesidad de
que los actores armados participen del debate público. Sobre las jerarquías
sociales, admitió que las elites colombianas se han transformado: algunas de

— 67 —
HACIA LA RECONSTRUCCIÓN DEL PAÍS

las tradicionales han perdido importancia, en un contexto de rápidos cambios


de ascenso y descenso. Reiteró así mismo su interés en la necesidad de hacer
memoria e historia en Colombia para romper con las visiones mitológicas
que suponen una situación inmutable desde el siglo XIX hasta hoy. Para ello,
agregó, es preciso el reconocimiento de las diversas memorias existentes en
relación con la experiencia del conflicto. Finalmente, destacó la fortaleza de
la población que vive en áreas de conflicto armado. Recordando un recorrido
que hizo por el Chocó, lamentó que los académicos hagamos lo mismo que
los políticos: llegar a la población, echar un discurso y salir después de dos
días, dejando a las poblaciones en un estado mayor de vulnerabilidad.

Por su parte, Fernando Escalante reconoció que su frase sobre la posibi-


lidad de que la democracia surja del crimen puede suscitar escándalo. Sin
embargo, señaló que la importancia de la frase radica en que las comunidades
puedan instrumentalizar la violencia. Resaltó el comentario de Gloria Isabel
Ocampo sobre el sentido de seguridad que el clientelismo proporciona a
las clases populares, y lo reforzó con una alusión al Ejército Zapatista, que
consiguió ventajas incluso para los no zapatistas de Chiapas. Se refirió a la
afirmación de Ocampo sobre la necesidad de justicia por un tercero, para
insistir en que la gente pide justicia y no ley, lo que refleja una cultura política
elaborada, en la cual las personas creen que debería haber un vínculo entre
la ley y la justicia. Citó varios ejemplos de México para sustentar su tesis de
que la debilidad estatal podía tornarse en una solución de los problemas.
Sobre la posibilidad de reconstruir el Estado recordó que primero habría
que reflexionar sobre qué se espera de él: en vez de preocuparse porque el
modelo clásico de Estado está fuera de nuestro alcance, es más importante
entender las formas concretas de concentración del poder que están emer-
giendo. Sobre la contraposición entre clientelismo y ciudadanía, opinó que
ella partía de una definición conceptual y dicotómica que opone ciudadanos
virtuosos y racionales a clientelistas bárbaros y egoístas: a veces la defensa
de una ciudadanía ideal abstracta puede convertirse en lenguaje de clase.

Al término de las intervenciones, Jenny Pearce reconoció que la mayor


debilidad de la acción civil en zonas de conflicto es su poca incidencia en la

— 68 —
REFLEXIONES INTRODUCTORIAS

formulación de políticas públicas, pero sostiene que esto se puede ir modifi-


cando, y culminó su intervención alertando sobre el riesgo de que las reformu-
laciones académicas terminen cortando procesos de organización social que
se apoyaban en conceptos previos. Como respuesta a la pregunta de cómo
articular academia, organizaciones sociales e instituciones gubernamentales
para la transformación positiva del conflicto, propuso una transformación
de la academia destinada a reconsiderar las bases de la investigación para
vincularla a los procesos de los actores sociales. Hay una necesidad urgente
de que todos los intelectuales asuman su responsabilidad en la transforma-
ción social para ofrecer apoyo a los procesos que se están llevando a cabo
en las regiones, expresó.

Esta última afirmación de Jenny Pearce, junto con su llamado al optimismo


de la voluntad y al reconocimiento de actitudes de protociudadanía puestas
de manifiesto en las movilizaciones sociales en defensa de los derechos, es
una buena conclusión para este recorrido comentado por nuestro seminario.
El contraste entre las transformaciones recientes del conflicto armado, que
preludian más una nueva fase de éste que el inicio del posconflicto —que
puede presentarse en algunas situaciones—, así como la necesidad de ana-
lizar los órdenes sociales previos de las comunidades, pueden señalar la
existencia de cierto margen autónomo de maniobra de tales comunidades.
El desarrollo de las iniciativas de los PDP y otras similares muestra que ese
margen existe, a pesar de todas las dificultades.

La pregunta sigue siendo: ¿esas iniciativas y movilizaciones pueden cons-


tituir, junto con los mecanismos de inclusión clientelista y populista, puntos
que permitan ir profundizando en la construcción de verdadera ciudadanía?
Y en relación con las posibilidades de un desarrollo interno de las regiones
afectadas por el conflicto armado, se presenta un interrogante relacionado
con el anterior: ¿hasta qué punto hacen falta relaciones basadas en la ciuda-
danía para lograr instituciones locales y regionales que incidan en la creación
de mecanismos redistributivos para lograr que las regiones y localidades se
beneficien de los excedentes que se producen en ellas?

— 69 —
HACIA LA RECONSTRUCCIÓN DEL PAÍS

De ahí los retos que se plantean a la investigación e intervención sociales


en dichas regiones, que nos obligan a investigadores y personas vinculadas
a las iniciativas de la sociedad a desplegar todas nuestras habilidades para
lograr la producción de un conocimiento más comprensivo e integral de
nuestra realidad de conflicto y de sus alternativas de solución. Esos retos,
comentaba Mauricio García en la sesión de cierre del seminario, incluyen dar
cuenta de las distintas temporalidades del conflicto y la paz, de las relaciones
entre ellas y de los principios y fundamentos normativos que subyacen en
las categorías y conceptos que utilizamos. Además, es necesario traducir el
conocimiento alcanzado sobre la realidad, sobre el conflicto y la violencia,
en políticas públicas que sean alternativas concretas para la construcción de
una sociedad más justa, sostenible y en paz y en instrumentos de formación
sociopolítica para el empoderamiento de los actores sociales y las organi-
zaciones de la sociedad civil, para que puedan desempeñar el necesario
papel en el proceso de construcción de Estado y de consolidación de una
ciudadanía más real.

— 70 —
I PARTE
TERRITORIO
Y CONFLICTO
Dimensiones territoriales del conflicto
armado y la violencia en Colombia
Camilo Echandía Castilla*

En esta ponencia se sostiene que si bien es cierto que las Farc han sido debi-
litadas en forma importante en las áreas centrales de país, aún mantienen su
retaguardia y la capacidad de realizar acciones con el propósito de multipli-
car los escenarios de la confrontación, sin tener que comprometerse en una
lógica bélica directa que en las circunstancias actuales sería particularmente
desventajosa para el grupo guerrillero. Por otra parte, a pesar de que en los
últimos años se ha producido una importante caída en las manifestaciones de
violencia: se señala que la persistencia, con posterioridad a la desmovilización
de las autodefensas, de retaguardias armadas encargadas de mantener el
control sobre los gobiernos locales y el narcotráfico, los enfrentamientos que
se producen entre estas estructuras y el propósito de la guerrilla de recuperar
el control de zonas de alto valor estratégico, han comenzado a incidir en los
índices de homicidio en varias regiones del país.

* Profesor titular de la Universidad Externado de Colombia e investigador del Centro de Investigaciones y Proyectos Es-
peciales (CIPE) de la misma universidad; catedrático de universidades nacionales y extranjeras; asesor y consultor
de entidades gubernamentales en asuntos de paz, violencia, derechos humanos y Derecho Internacional Humanitario.
Esta ponencia se elaboró en el marco del proyecto “Seguimiento y análisis del conflicto armado en Colombia” de la línea de inves-
tigación sobre Negociación y Manejo de Conflictos del CIPE de la Facultad de Finanzas, Gobierno y Relaciones Internacionales.

— 73 —
Cambios recientes en el conflicto armado

Lejos de enmarcarse en un modelo evolutivo lineal, la confrontación


armada en Colombia se explica más bien por las sucesivas rupturas que ori-
ginan cambios en la conducta de sus protagonistas. Así, las organizaciones
guerrilleras comenzaron, a partir de los años ochenta, a dar cumplimiento a
sus principales objetivos de carácter estratégico: acumular recursos econó-
micos, desdoblar frentes con el propósito de ampliar su presencia territorial
y aumentar su influencia a nivel local. Con la diversificación de su presencia
territorial, la insurgencia logró expandirse hacia zonas altamente ventajosas
para el desarrollo de la confrontación, sin que ello implicara la pérdida de
influencia en las áreas de implantación histórica.1

La evidencia contenida en el gráfico 1, permite constatar el incremento en


la capacidad ofensiva de las Farc y el ELN derivada de esos cambios en sus
estrategias y la acumulación de recursos. La evolución de la confrontación
armada que había venido mostrado, durante largo tiempo, una correlación de
fuerzas desfavorable al Estado, se escala desde 1999 principalmente como
consecuencia de los combates librados por las FF.AA. con los grupos irregula-
res. Y a partir de 2003, el mayor esfuerzo militar permite retomar la iniciativa
en la confrontación y poner el balance de fuerzas a favor del Estado.

La decisión del gobierno de Álvaro Uribe de combatir sin tregua a la


guerrilla ha hecho que estos grupos retomen los comportamientos propios
de la guerra de guerrillas, propios de su experiencia anterior, y opten por
replegarse hacia zonas de refugio, lo cual se ha expresado en el descenso
de su operatividad en el nivel nacional.

En efecto, ante su inferioridad militar, las organizaciones guerrilleras han


tenido que limitar sus propósitos a copar algunas posiciones estratégicas,

1 Trabajos como los de Bejarano, Echandía, Escobedo y León, 1997, Echandía, 1999, Vélez, 1999, Sánchez y Núñez, 2000 y Bottía,
2002, muestran que la lógica en la expansión de la guerrilla se encuentra altamente relacionada con la búsqueda de objetivos
estratégicos, representados en recursos mineros, cultivos ilícitos, actividades dinámicas y un nivel de urbanización superior al de
los municipios donde la guerrilla hizo presencia inicialmente.
I PARTE : TERRITORIO Y CONFLICTO

Gráfico 1. Evolución de la actividad de los GAI y los combates


de las FF.MM. (1987-2007)
Las Farc y el ELN ponen en marcha Se produce la más fuerte escalada Las Farc registran su mas
la realización de acciones contra guerrillera en la administración Samper elevado nivel de acividad
la fuerza pública con el propósito en medio del sabotaje de las Farc al tras la terminacion de las
de “despedir al presidente Gaviria” proceso electoral del 26 de octubre. negociaciones con el
y hacer demostraciones de fuerza gobierno Pastrana.
ante el nuevo gobierno.
Las Farc con el La recuperacion de
ataque a la base de Mitú que coincide
Tras la terminacion de las
las delicias inician con el reinicio de las
negociaciones con las Farc
la campaña mas negociaciones con las
el gobierno Gaviria da inicio
importante contra la Farc marca el comienzo
a la guerra integral.
fuerza publica. de la transformación
militar en el gobierno
Las acciones de las Farc Pastrana.
llegan a un nivel muy
alto como respuesta a El gobierno Uribe logra
la ofensiva militar contra una clara superioridad
Casa Verde. militar y obliga a los
grupos irregulares a
disminuir su accionar.
Las guerrillas
responden a la
iniciativa de paz
del gobierno Barco
escalando las
hostilidades.

Fuente: Observatorio del Programa Presidencial de Derechos Humanos y Derecho Internacional Humanitario.

recurriendo principalmente al minado de los accesos, conducta que ha re-


sultado especialmente costosa para la Fuerza Pública que sufre más víctimas
por efecto de las minas que en la confrontación directa con el enemigo.

El modus operandi de la guerrilla comienza a caracterizarse por la realiza-


ción de acciones intermitentes mediante la operación de pequeñas unidades
que utilizan la táctica de golpear y correr. Aplicando el principio de economía
de fuerza, buscan reducir al máximo sus bajas y los costos de operación,
mientras que la Fuerza Pública ha tenido que redoblar sus esfuerzos para

— 75 —
HACIA LA RECONSTRUCCIÓN DEL PAÍS

atender los incidentes que se presentan en diferentes sitios de la geografía


nacional.

Como se observa en el gráfico 2, después de haber registrado en 2002 su


nivel más elevado, la guerrilla comienza a disminuir su actividad armada por
cuenta de la mayor presión del Ejército, que se expresa en un número creciente
de combates librados principalmente con las Farc.

Si bien es cierto que esta caída en el accionar de los grupos irregulares


se viene produciendo desde 2003, como se observa en el gráfico 3, es im-
portante tener en cuenta que dicha reducción se hace más profunda en 2007
cuando la actividad guerrillera se sitúa en un nivel que se puede comparar
con el que registró en 1996. Sin embargo, esta comparación, que se establece
de acuerdo con el número de acciones realizadas, no es válida si se tiene

Gráfico 2. Acciones grupos irregulares y combates


FF.MM. - (enero-junio)

Fuente: Observatorio del Programa Presidencial de Derechos Humanos y Derecho Internacional Humanitario.

— 76 —
I PARTE : TERRITORIO Y CONFLICTO

Gráfico 3. Actividad armada de los grupos irregulares


2002-2007 (enero - junio)

Fuente: Observatorio del Programa Presidencial de Derechos Humanos y Derecho Internacional Humanitario.

en cuenta que hace diez años las Farc contaban con un poderío tan elevado
que les permitió emprender la ofensiva que concluiría con la toma a Mitú en
1998, lo cual es hoy impensable. Por otra parte, el gráfico 4, muestra que la
reducción se registra principalmente en la ejecución de sabotajes contra la
infraestructura, mientras que las acciones dirigidas contra la Fuerza Pública
presentan mayor estabilidad.

Esta conducta es particularmente interesante pues si bien la guerrilla,


para evitar su derrota, ha recurrido al sabotaje como una de sus principales
armas, el hecho de que su empleo intensivo se concentre sólo en momentos
de escaladas pone de presente que la obtención de los recursos necesarios
para lograr sus objetivos de largo plazo depende de no impactar en forma
grave la economía del país.

— 77 —
HACIA LA RECONSTRUCCIÓN DEL PAÍS

Gráfico 4. Acciones más recurrentes en los grupos irregulares


2002-2007 (enero - junio)

Fuente: Observatorio del Programa Presidencial de Derechos Humanos y Derecho Internacional Humanitario.

Los cambios en la geografía de la confrontación armada, que se pueden


observar en los mapas adjuntos, se producen fundamentalmente por el au-
mento de la capacidad de combate de la Fuerza Pública y no como resultado
de las acciones por iniciativa de los grupos irregulares. En la medida en que
la mayor intensidad del conflicto se vuelve a expresar en zonas ante todo
rurales, los escenarios más afectados se encuentran apartados de las activi-
dades económicas más dinámicas, que se encuentran localizadas en las áreas
planas integradas a los principales centros de desarrollo nacional.

De aquí que los combates de las FF.MM. determinen la focalización y las


principales continuidades geográficas que se observan en los mapas de 2006,
que muestran una gran diferencia con respecto a los correspondientes al año
1998 cuando se advertía que los énfasis espaciales no guardaban relación con

— 78 —
I PARTE : TERRITORIO Y CONFLICTO

Cambios en la geografia de la confrontacion armada (1998-2006)

Fuente: DAS. Procesado y georreferenciado por el Observatorio del Programa Presidencial de DH y DIH. Viceperesidencia de la Repú-
blica. Base cartográfica IGAC. Manejo del sistema georreferenciado de datos: Luis Gabriel Salas Salazar.

— 79 —
HACIA LA RECONSTRUCCIÓN DEL PAÍS

Fuente: DAS. Procesado y georreferenciado por el Observatorio del Programa Presidencial de DH y DIH. Viceperesidencia de la Repú-
blica. Base cartográfica IGAC. Manejo del sistema georreferenciado de datos: Luis Gabriel Salas Salazar.

— 80 —
I PARTE : TERRITORIO Y CONFLICTO

Fuente: DAS. Procesado y georreferenciado por el Observatorio del Programa Presidencial de DH y DIH. Viceperesidencia de la Repú-
blica. Base cartográfica IGAC. Manejo del sistema georreferenciado de datos: Luis Gabriel Salas Salazar.

— 81 —
HACIA LA RECONSTRUCCIÓN DEL PAÍS

Fuente: DAS. Procesado y georreferenciado por el Observatorio del Programa Presidencial de DH y DIH. Viceperesidencia de la Repú-
blica. Base cartográfica IGAC. Manejo del sistema georreferenciado de datos: Luis Gabriel Salas Salazar.

— 82 —
I PARTE : TERRITORIO Y CONFLICTO

los combates, sino con el accionar de los grupos irregulares que desbordaba,
en aquel entonces, la capacidad de contención de la Fuerza Pública.

En todo caso es importante tener en cuenta que el Ejército y las Farc tran-
sitan por caminos diferentes en lo que tiene que ver con las estrategias para
ganar la guerra, tal como se observa en los mapas adjuntos. En efecto, mientras
que la Fuerza Pública ha priorizado como objetivo principal lograr el pleno
control territorial del suroriente del país, para conseguir lo cual desplegó el
Plan Patriota, las Farc han renunciado a la defensa de su territorio buscando
en cambio el control de zonas estratégicas que garanticen su supervivencia,
como el suroccidente del país o el Catatumbo donde la presencia de la Fuerza
Pública es menor.

En este mismo sentido, en los escenarios diferentes a los del Plan Patrio-
ta, las Farc están recurriendo a la realización de “paros armados” (Chocó,
Huila, Putumayo, Nariño y Arauca), ataques contundentes contra la Fuerza
Pública (Córdoba y Norte de Santander) y emboscadas a unidades militares
y de policía (Nariño, Putumayo, Santander, Norte de Santander y Cesar). Esta
evidencia muestra el propósito de las Farc de tratar de diluir y dispersar el
mayor esfuerzo militar desplegado contra su retaguardia estratégica.

Como se puede apreciar en el gráfico 5, entre 2005 y 2007 en 21 depar-


tamentos, los combates realizados por iniciativa de las FF.MM. superan los
niveles de actividad armada de los grupos irregulares, siendo Antioquia, Meta,
Tolima, Caquetá, Casanare, Cesar, La Guajira y Magdalena los departamentos
donde la ventaja de la Fuerza Pública es mayor. Pero en cambio, en Cauca,
Valle, Nariño y Putumayo, departamentos del suroccidente del país, la capa-
cidad de contención del Ejército es menor que el accionar de las Farc.

El impacto de la ofensiva militar contra la Farc en los últimos seis años


se expresa en la pérdida del 50% de sus integrantes, el repliegue forzado
hacia zonas donde ya no se encuentran a salvo, una ostensible caída en su
accionar armado y en su capacidad de maniobra, que reflejan también las
dificultadas cada vez mayores en la obtención de las finanzas. Todo lo an-

— 83 —
HACIA LA RECONSTRUCCIÓN DEL PAÍS

Distribución espacial del accionar de las Farc


y los combates de las FF.MM (2006)

Fuente: DAS. Procesado y georreferenciado por el Observatorio del Programa Presidencial de DH y DIH. Viceperesidencia de la Repú-
blica. Base cartográfica IGAC. Manejo del sistema georreferenciado de datos: Luis Gabriel Salas Salazar.

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I PARTE : TERRITORIO Y CONFLICTO

Fuente: DAS. Procesado y georreferenciado por el Observatorio del Programa Presidencial de DH y DIH. Viceperesidencia de la Repú-
blica. Base cartográfica IGAC. Manejo del sistema georreferenciado de datos: Luis Gabriel Salas Salazar.

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HACIA LA RECONSTRUCCIÓN DEL PAÍS

Gráfico 5. Comparación departamental de la iniciativa de las FF.MM.


y de los grupos irregulares 2005 2007 (enero junio)

Fuente: Observatorio del Programa Presidencial de Derechos Humanos y Derecho Internacional Humanitario.

terior son síntomas inequívocos de un debilitamiento sin antecedentes en la


organización guerrillera.

El más duro revés para las Farc se produce hacia mediados de 2008, cuan-
do en desarrollo de una operación llevada a cabo en un territorio selvático
del suroriente del país controlado por el frente 1, las FF.MM. lograron liberar
sanos y salvos a Ingrid Betancourt, a tres contratistas estadounidenses y a
once integrantes de la Fuerza Pública. No parece exagerado afirmar que éste
ha sido uno de los golpes más contundente asestado por el Ejército a las
Farc en toda su historia, por haber logrado el rescate de los 15 rehenes: esta
acción representa una derrota mayor que haber dado de baja a algunos de

— 86 —
I PARTE : TERRITORIO Y CONFLICTO

sus jefes, pues pone al descubierto la vulnerabilidad de la organización que


optó por la táctica del repliegue a las áreas más apartadas como un propósito
esencial para garantizar la integridad de su retaguardia estratégica.

En lo concerniente al ELN, el impacto de la ofensiva militar, las continuas


deserciones y las contradicciones con las Farc en los escenarios donde esta
guerrilla es más fuerte, parecen pesar más en la situación actual de la orga-
nización que las alianzas que recientemente ha sellado para mantenerse en
pie en otros escenarios.

Es notoria la reducción de su accionar, aún en lo que se refiere a los sabo-


tajes contra la infraestructura económica que era su acción más recurrente.
No obstante que los combates librados con las FF.MM. han sido importantes
en el debilitamiento del ELN, la actuación de los grupos paramilitares en este
proceso es un factor que no puede dejarse de lado. Las autodefensas logra-
ron penetrar las zonas de elevado valor estratégico para esta agrupación y
golpear las estructuras pequeñas, que se vieron forzados a replegarse hacia
las zonas montañosas donde han tenido que buscar el apoyo de las Farc.

En efecto, el ELN y las Farc han terminado cohabitando, y en algunos


casos actuando coordinadamente, en las regiones más altas de la Serranía
de San Lucas en el sur de Bolívar, la Serranía del Perijá en Cesar y la Sierra
Nevada de Santa Marta. Por otra parte, en el Valle, Cauca y Chocó, algunas
estructuras del ELN han decidido estrechar vínculos con las Farc o con nue-
vos grupos armados con el fin de garantizar corredores para el narcotráfico
y participar en otra actividades ilegales, lo que les ha permitido en alguna
medida actuar con autonomía frente al Coce.2

En otros escenarios los enfrentamientos entre el ELN y las Farc están a


la orden del día. En Arauca, las contradicciones alrededor del control de los
recursos económicos y los corredores que conducen a territorio venezolano,
han generado cruentos enfrentamientos que han arrojado muchos muertos

2 Internacional Crisis Group. Colombia: ”¿Se está avanzando con el ELN?”. Bogotá/Bruselas, octubre de 2007.

— 87 —
HACIA LA RECONSTRUCCIÓN DEL PAÍS

entre ambas fuerzas. Así mismo, en Nariño, el ELN que ha establecido vín-
culos con nuevas bandas al servicio del narcotráfico, se disputa con las Farc
el control de corredores estratégicos, cultivos de coca y laboratorios para el
procesamiento de droga.

Cabe señalar que las alianzas con grupos armados ligados al narcotráfico
no han sido ajenas a la Farc. En efecto, en el sur de Bolívar, Urabá, Córdoba,
el Bajo Cauca antioqueño, el sur de Cesar, Meta y Vichada, al menos seis
frentes de las Farc han establecido pactos para el manejo de los cultivos de
coca, la protección de los laboratorios y la utilización de las rutas para sacar
la droga.

Por otra parte, incluso antes de que concluyera el proceso de desmovi-


lización de las estructuras paramilitares, comienzan a aparecer estructuras
armadas en zonas estratégicas donde ellas actuaban, fuertemente vinculadas
al narcotráfico y otras actividades delictivas. De acuerdo con la Misión de
Apoyo al Proceso de Paz de la OEA, en su Octavo Informe de febrero de 2007,
los grupos que han surgido en los escenarios donde tuvieron influencia las
autodefensas son alrededor de 22, con cerca de 3.000 integrantes: es evidente
que cuentan con algunos de los desmovilizados que se han rearmado. Estos
grupos, que están muy lejos de tener la presencia territorial de que gozaban
los grupos desmovilizados, se localizan, según la Policía, en 102 municipios
de 17 departamentos, aunque otros estudios dan cuenta de su presencia en
cerca de 200 municipios a través de 34 estructuras conformadas hasta por
5.000 hombres.3 Las regiones donde actúan son: La Guajira, norte y sur del
Cesar, Córdoba, Magdalena, Bolívar, Norte de Santander, Urabá y el occidente
de Antioquia, Vichada, Meta, Guaviare, Casanare, Arauca, Nariño, Tolima,
Putumayo, Caquetá, Chocó y Caldas.

Es importante tener en cuenta que no todas las estructuras son posteriores


a la desmovilización de las autodefensas. Algunas nunca hicieron parte de las

3 Comisión Nacional de Reparación y Reconciliación, “Disidentes, rearmados y emergentes ¿bandas criminales o tercera generación
paramilitar?”, agosto de 2007.

— 88 —
I PARTE : TERRITORIO Y CONFLICTO

negociaciones, como las Autodefensas Campesinas del Casanare y el Bloque


Cacique Pipintá en Caldas. Otras se encuentran bajo el mando de personas
que se apartaron del proceso de negociación como Vicente Castaño, Pedro
Oliverio Guerrero Castillo (“Cuchillo”) y los mellizos Mejía Múnera.4

Grupos, como “Los Machos” y “Los Rastrojos”, se encuentran al servicio


del narcotráfico en el norte del Valle y se extienden rápidamente a las zonas
de influencia de las autodefensas en la costa Pacífica. Según las investiga-
ciones adelantadas por las autoridades, las estructuras que son cada vez
más visibles por los hechos de violencia que protagonizan, rendían cuentas
a los ex jefes de las autodefensas y por esta razón fueron extraditados a los
Estados Unidos5.

Pese a que se ha querido presentar a estas estructuras como el resultado


de brotes aislados de criminalidad, que están muy lejos de tener la presencia
y el poderío de los grupos que se desmovilizaron, se puede reconocer en
los mapas adjuntos la existencia de un patrón que determina su aparición:
la presencia del narcotráfico en zonas donde las autodefensas lograron el
predominio frente a la guerrilla, mediante el recurso a las masacres y los
asesinatos.

Como se aprecia en el gráfico 6, no son pocos los escenarios departamen-


tales donde, después de producirse la acción de las organizaciones armadas
contra los civiles, se registra la disminución de las masacres, cometidas
principalmente por los grupos paramilitares o de autodefensa. Esta reduc-
ción coincide con la consolidación, por parte de este actor, de su dominio:
por eso, en este nuevo contexto, el recurso a las masacres, como forma de
violencia masiva, se torna innecesario.

4 Hasta mayo de 2008, cuando Víctor Manuel es dado de baja y Miguel Ángel capturado por la policía, los hermanos Mejía Múnera
lideran al grupo que registra el crecimiento más rápido.
5 Según la Policía las “Águilas Negras” y en general los grupos emergentes tienen lazos con los ex comandantes de las autodefensas.
El Tiempo. 25 de agosto de 2007. “Grabaciones: la prueba de que Macaco le hizo conejo a la paz”, El Espectador, semana del 23
al 29 de septiembre de 2007. “El reciclaje de Jorge 40”, El Tiempo, 13 de abril de 2008 “Las jugadas secretas de Macaco” y El
Tiempo, 14 de mayo de 2008 “Intimidades de la extradición para”.

— 89 —
HACIA LA RECONSTRUCCIÓN DEL PAÍS

Gráfico 6. Evolución de las víctimas de masacres


según departamentos

Fuente: Observatorio del Programa Presidencial de Derechos Humanos y Derecho Internacional Humanitario.

La evidencia disponible sugiere que las estructuras armadas que se pre-


sentan como “bandas criminales emergentes” serían, en realidad, retaguardias
que desempeñan la función de garantizar el control sobre el narcotráfico y
los gobiernos locales, entre otras actividades propias del crimen organizado,
sobre todo en espacios consolidados por las autodefensas. Tampoco se puede
perder de vista que el poder mafioso en el nivel local y el narcotráfico son
aspectos inherentes al paramilitarismo que se mantienen intactos, pese a la
desmovilización de una parte importante de su componente armado.

Dinámica regional de la violencia

Si bien es cierto que se produce, a partir de 2003, una importante reduc-


ción en la violencia, como se observa en el gráfico 7, es importante recalcar

— 90 —
I PARTE : TERRITORIO Y CONFLICTO

que esta tendencia se relaciona, en primer lugar, con la conducta de las


autodefensas que dejan de recurrir a las masacres tras haber logrado su
consolidación en amplios territorios, y, en segundo lugar, con el repliegue de
las guerrillas de escenarios donde la Fuerza Pública logró retomar la iniciativa
en la confrontación armada. De aquí la muy significativa disminución de los
homicidios que se viene produciendo en departamentos como Antioquia,
que a su vez explica la caída en la violencia global del país.

Es preciso llamar la atención sobre la información contenida en el gráfico


8, donde se registran los cambios ocurridos, en el nivel departamental, de
la tendencia de los homicidios en el primer semestre de 2007 comparado
con el mismo periodo del año anterior. A partir de la comparación de las
cifras se tiene que los homicidios aumentan en algo más de la mitad de los
32 departamentos del país.

Si se tienen en cuenta las consideraciones realizadas sobre la dinámica


de la reciente aparición de estructuras armadas que se proponen, por una
parte, garantizar el control logrado por las autodefensas desmovilizadas y,
por otra, disputarle a grupos rivales el dominio de determinados territorios,
se puede explicar el incremento de los homicidios en departamentos del sur
y occidente como Putumayo, Valle y Cauca, de la costa Caribe como Córdoba,
Magdalena y Cesar, del nororiente como Norte de Santander y del oriente
como Arauca y Casanare.

En el oriente del país, “paisas” y “llaneros” protagonizan una fuerte disputa


para lograr el control de las rutas y el negocio de la coca en Meta y Guavia-
re. El grupo de los “paisas” está liderado, al parecer, por “Macaco” y Vicente
Castaño quienes, aliados con Daniel Rendón, alias “Don Mario”, se proponen
lograr el control sobre las rutas de tráfico de droga hacia Venezuela y Brasil.6
Para impedir que los “paisas” cumplan su cometido, Pedro Guerrero, alias

6 “Segunda guerra de los paras en los llanos deja ya 350 muertos”, El Tiempo, 23 de septiembre de 2007.

— 91 —
HACIA LA RECONSTRUCCIÓN DEL PAÍS

Comparación de la localización de los grupos “emergentes” con


la presencia anterior de las autodefensas, las zonas coqueras y los
municipios impactados por la violencia paramilitar

Fuente: Procesado y georreferenciado por el Observatorio del Programa Presidencial de DH y DIH.


Viceperesidencia de la República. Base cartográfica IGAC.

— 92 —
I PARTE : TERRITORIO Y CONFLICTO

Fuente: Procesado y georreferenciado por el Observatorio del Programa Presidencial de DH y DIH.


Viceperesidencia de la República. Base cartográfica IGAC.

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HACIA LA RECONSTRUCCIÓN DEL PAÍS

Fuente: Datos SIMCI. Procesado y georreferenciado por el Observatorio del Programa Presidencial de DH y DIH.
Viceperesidencia de la República. Base cartográfica IGAC.

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I PARTE : TERRITORIO Y CONFLICTO

Concentración de asesinatos cometidos por grupos de autodefensas


en Colombia. 1998 - 2001

Fuente: Procesado y georreferenciado por el Observatorio del Programa Presidencial de DH y DIH.


Viceperesidencia de la República. Base cartográfica IGAC.

— 95 —
HACIA LA RECONSTRUCCIÓN DEL PAÍS

“Cuchillo”, con el apoyo de “El Loco” Barrera y Los Mellizos Mejía, habrían
conformado, junto con Martín Llanos, el Bloque de Los Llaneros.7

Por otra parte, en Casanare comenzó a formarse, hacia finales de 2005,


en el norte del departamento un grupo liderado por Orlando Mesa Melo, alias
“Diego”; pero debido a la presión militar esta estructura tuvo que replegarse
hacia Arauca y Vichada, donde se ocupa de la protección de cultivos y labo-
ratorios para el procesamiento de coca. Las estructuras que compiten por
el control del narcotráfico en el oriente del país, tendrían sus ojos puestos
en el corredor de movilidad que, a través de Casanare, se establece hacia
Meta, Vichada y Arauca.

En el suroccidente, aunque las estructuras de las AUC comenzaron su


desmovilización hacia finales de 2004, continúan teniendo presencia grupos
armados muy poderosos al servicio de narcotraficantes del norte del Valle,
quienes, a través de sus ejércitos privados, —“Los Rastrojos” y “Los Machos”—,
protagonizan una fuerte disputa por el control de posiciones vitales para el
narcotráfico.

En el norte del Valle es evidente que estas organizaciones recurren a la vio-


lencia con el propósito de monopolizar el negocio de la coca, su procesamiento
y rutas de transporte. Uno de los puntos neurálgicos en la zona es el Cañón

de Garrapatas, un corredor natural que da salida al Pacífico chocoano.

A partir de 2005, el principal foco de violencia en el Valle se localiza en


Buenaventura, municipio que concentra, a nivel nacional, el mayor número de
asesinatos y masacres. El narcotráfico explica el interés de la guerrilla y las es-
tructuras armadas que se le oponen por lograr el control de las redes de canales
naturales que existen entre Buenaventura y Tumaco. Estos canales permiten,
entre otros, transportar por vía fluvial droga, armas e insumos entre los dos
puertos, sin necesidad de salir al mar, donde la Armada tiene presencia.

7 “Guerra entre paisas y llaneros incrementa el sicariato en Villavicencio”, El Tiempo, 16 de enero de 2007; “Los del Meta y Guaviare
buscan alianza con Martín Llanos”, El Tiempo, 8 de abril de 2007; “La guerra en el Llano no ha parado”, El Tiempo, 2 de junio de
2007.

— 96 —
I PARTE : TERRITORIO Y CONFLICTO

Gráfico 7. Dinámica de los homicidios y las masacres


2002 - 2007 (enero - junio)

Fuente: Policía Nacional.

En Nariño, aunque las masacres se comienzan a registrar a partir de 1999,


es en los años 2001, 2002 y 2005 cuando cobran el mayor número de víctimas,
coincidiendo con la expansión de las AUC a través del Bloque Libertadores
del Sur (BLS). Pese a la desmovilización de esta estructura hacia mediados de
2005, la violencia se intensifica por cuenta de la pugna entre las Farc y los
grupos armados al servicio de narcotraficantes del norte del Valle del Cauca,
especialmente en Ricaurte y Tumaco. El incremento de la violencia en estas
zonas revela la decisión de la guerrilla y el narcotráfico de lograr, a sangre
y fuego, el control de la carretera al mar y el puerto de salida para la droga
producida en la costa Pacífica nariñense.8

8 “La costa pacífica de Nariño se convierte de la Tranquilandia de las Farc y los paramilitares”, El Tiempo, 29 de mayo de 2005.

— 97 —
HACIA LA RECONSTRUCCIÓN DEL PAÍS

Gráfico 8. Cambio en los homicidios según departamentos


2006-2007 (enero - junio)

Fuente: Policía Nacional

Desde finales de 2005 entra en acción la Organización Nueva Generación


(ONG), cuyos miembros fueron reclutados en Putumayo y Valle entre el per-
sonal que no se desmovilizó con el BLS.9 Su surgimiento coincide con la ex-
pansión de “Los Rastrojos” que se mueven desde su base en el Valle del Cauca
hasta la frontera con Ecuador, pasando por Cauca, Nariño y Putumayo.10

Hacia finales de 2007, la captura de Diego Montoya trajo como conse-


cuencia una disputa entre los mandos medios de “Los Machos” por lograr

9 “Aparecen 12 nuevos grupos paras”, El Tiempo, 16 de octubre de 2005.


10 “Los grupos que crecieron a la sombra del proceso de paz”, El Tiempo, 31 de mayo de 2006; “Ríos de Nariño nuevos campos de
batalla”, El Tiempo, 9 de abril de 2007.

— 98 —
I PARTE : TERRITORIO Y CONFLICTO

el predominio dentro del grupo.11 Las contradicciones al interior de esta


organización facilitan el camino a los “Rastrojos”, que han hecho alianzas
con estructuras de la guerrilla, y adoptan ahora el nombre de “Rondas Cam-
pesinas Populares” y se enfrentan con la retaguardia del “Bloque Pacífico”,
que se hace llamar “Águilas Negras”.12

De otra parte, la muerte de Wilber Varela en Venezuela, hacia comienzos


de 2008, a manos de uno de sus lugartenientes, apodado “Comba”, es el re-
sultado, al parecer, de una alianza entre los “Rastrojos” e integrantes de los
“Machos” que decidieron terminar con el largo enfrentamiento que habían
sostenido sus jefes eliminando a Varela. Adicionalmente, “Comba estaría
buscando aliarse con Daniel “el Loco” Barrera y con “Cuchillo”.13

En el noroccidente del país, aunque la disminución de la violencia en la


región ha sido muy importante con posterioridad a la desmovilización del
Bloque Bananero en el Urabá antioqueño y del Bloque Elmer Cárdenas en el
Urabá chocoano, ambas estructuras pertenecientes a las AUC, el narcotráfico
persiste con gran dinamismo y comienzan a emerger la delincuencia común,
la amenaza de una incursión de la guerrilla y el rearme de estructuras bajo el
mando de ex- líderes de rango medio en las estructuras desmovilizadas.14

Hacia el occidente de Antioquia, pese a la desmovilización de los grupos


de autodefensa con presencia en la zona en 2005, uno de sus jefes, “René”,
quien se fugó de la zona de concentración en Santa Fe de Ralito, asumió,
posteriormente, el liderazgo de las “Águilas Negras” en los municipios de
Salgar, Titiribí, Santa Bárbara y Amagá.15 Tampoco se puede perder de vista
que la presencia de las autodefensas, en el pasado, y actualmente, de las
bandas emergentes en el occidente de Antioquia, responde al propósito del

11 Hacia finales de 2007, más de medio centenar de muertos en Valle y Chocó arrojaba el enfrentamiento entre “Capachivo”, la mano
derecha de Diego Montoya que lidera uno de los bandos y el ala más dura de la estructura sicarial del capo.
12 “Guerra entre segundos de don Diego asusta de nuevo en el norte del Valle”, El Tiempo, 30 de diciembre de 2007.
13 “El hombre que traicionó a Varela”, El Tiempo, 3 de febrero de 2008.
14 . “Sigue Impacto para en Urabá”, El Tiempo, 6 de junio de 2007.
15 “¿Se acabaron los paras en Antioquia?, El Tiempo, 4 de marzo de 2006.

— 99 —
HACIA LA RECONSTRUCCIÓN DEL PAÍS

narcotráfico, hoy en día vigente, de lograr el dominio sobre un extenso co-


rredor entre Urabá y el suroccidente colombiano.

A partir de 2005 la actuación de los grupos irregulares, se vuelve a expre-


sar en el aumento de los índices de homicidios en varios de los municipios del
Bajo Cauca antioqueño y su entorno. El aumento de los asesinatos selectivos
en zonas de fuerte dominio de las autodefensas, donde se ha informado
sobre la presencia de retaguardias de los grupos que no se desmovilizaron,
y en el nuevo escenario, donde la guerrilla de las Farc se ha impuesto la
meta de volver a las zonas de donde fue desterrada, explican la tendencia
ascendente de la violencia.16

En Chocó, desde comienzos de 2004, aproximadamente 6.000 habitantes


de las poblaciones ubicadas sobre el río San Juan, en un tramo de 130 kiló-
metros entre Fujiandó y Andagoya, en los municipios del Medio San Juan e
Itsmina, quedaron atrapados en medio de los enfrentamientos entre el grupo
de las AUC bajo el mando de “El Alemán” y el Frente Arturo Ruiz de las Farc,
que se disputaban el control de la coca en esta zona de la selva chocoana.17

Hacia finales de 2005, San José del Palmar vivía una situación semejante
por cuenta de los enfrentamientos protagonizados entre las Farc y las “Au-
todefensas Campesinas del Valle”, grupo que hace parte de las estructuras
armadas al servicio del narcotráfico en el norte de este departamento.18

Istmina se ha convertido no solo en el epicentro del comercio de coca,


sino en el sitio de llegada de los desplazados de los 18 pueblos del San Juan.
Algunos buscan refugio y sustento en las minas de oro que circundan la
población y que también se están disputando los “Rastrojos” y las “Águilas
Negras”. En medio de esta competencia por el control de la zona y los recur-
sos se produjo una masacre de seis mineros.19

16 “Masacres y combates en zonas de desmovilización de las AUC”, El Tiempo, febrero 14 de 2006.


17 “Los cadáveres van río abajo por el San Juan”, El Tiempo, 29 de agosto de 2004.
18 “Los grupos que crecieron a la sombra del proceso de paz”, El Tiempo, 31 de mayo de 2006.
19 “Rastrojos y Águilas Negras desangran a Istmina”, El Tiempo, 13 de noviembre de 2007.

— 100 —
I PARTE : TERRITORIO Y CONFLICTO

La mayor parte de los pueblos y pequeños centros urbanos a lo largo


de los ríos Atrato, Baudó y San Juan, han tenido una fuerte presencia de las
autodefensas, en tanto que, los pueblos ubicados en sectores más altos,
han registrado principalmente la presencia de las Farc. Cada uno de estos
grupos, mediante el establecimiento de retenes ilegales, ha tenido control
sobre tramos de los ríos y carreteras para impedir el movimiento de perso-
nas y productos.

En la costa Caribe, durante la expansión de las AUC entre 2002 y 2003,


estos grupos incrementaron la violencia, con el propósito de afectar de ma-
nera contundente a la guerrilla, impidiendo su movilidad entre la Serranía del
Perijá, la Sierra Nevada de Santa Marta y la Ciénaga grande del Magdalena;
además, buscaban controlar el narcotráfico, el contrabando y la venta ilegal
de gasolina; y dominar toda la costa, así como la frontera con Venezuela.
Después de librar la más fuerte disputa entre los grupos irregulares por el
predominio, las Farc no tuvieron opción distinta a la de replegarse en las zonas
más altas de la Sierra Nevada. En ese momento las autodefensas procedieron
a desmovilizarse, lo que en un principio se traduce en la disminución de la
violencia. Pero, posteriormente la tendencia vuelve a ser ascendente, debido
a la reedición de la disputa por el control de las rutas de la coca de la Sierra
Nevada, protagonizada por una estructura que asume, bajo el mando de los
Mellizos Mejía, el nombre de “Los Nevados”, basado en retaguardias de los
grupos desmovilizados.20

Córdoba es otro escenario donde la violencia se incrementa por los en-


frentamientos entre grupos ilegales por el control de la coca. En el sur del
departamento la pugna es protagonizada por Daniel Rendón, “Don Mario”,
quien controla los laboratorios en Valencia y Tierralta, basado en estructuras

20 Los Nevados comenzaros a gestarse en enero de 2006, tras la desmovilización del bloque Tayrona, al mando de Hernán Giraldo
quien vendió a los Mellizos Mejía el reducto que no se desmovilizó. Ya en 2001, para ingresar al proceso entre las AUC y el Gobierno,
Víctor Manuel Mejía había adquirido la franquicia del bloque “Vencedores de Arauca”. Con esta estructura y ex paramilitares de
Sucre, Bolívar, Córdoba y Antioquia se proponen controlar las rutas del narcotráfico desde Nariño hasta La Guajira rumbo a Centro
América, así como desde los llanos hasta Norte de Santander rumbo a Venezuela. “Los Nevados, el cartel de la mafia que le declaró
la guerra al Estado”, El Tiempo, 16 de diciembre de 2007.

— 101 —
HACIA LA RECONSTRUCCIÓN DEL PAÍS

conformadas por desmovilizados de las AUC como “Los Traquetos”, “Águilas


Negras”, “Los Gigantes”, “Vencedores del San Jorge” y “Los paisas”.21

En el nororiente, del país, después de la desmovilización del Bloque


Norte de las AUC, que tenía influencia sobre Cesar y Norte de Santander y
se enfrentaba con la guerrilla en las estribaciones de la Serranía del Perijá,
comienza a tener presencia un grupo, en un principio, sólo en el Catatumbo,
pero que se expande, rápidamente, a las estribaciones de la Serranía del
Perijá, la provincia de Ocaña y el sur de Cesar.

La persistencia de altos niveles de violencia en el nororiente del país tiene


que ver con la disputa entre facciones del Bloque Central Bolívar, que asumen
el nombre de “Águilas Negras”, y del Bloque Norte de las AUC heredadas por
los Mellizos Mejía, por el control del sector que conecta el sur de Bolívar
con el Catatumbo y Venezuela: éste es un corredor donde el narcotráfico se
mantiene muy activo y la guerrilla ha dado muestras de fortalecimiento, lo
que permite, a su vez, prever que se van a recrudecer aún más los enfrenta-
mientos entre grupos irregulares.22

Por último, es importante referirse a algunas de las más importantes


ciudades donde la violencia viene registrando cambios. En Bogotá, a partir
de 2002, las autodefensas hacen su arribo desde los Llanos Orientales. Las
Autodefensas Campesinas del Casanare, que no ingresan al proceso de paz,
registran en 2005 un proceso acelerado de recomposición y reclutamiento en
Bogotá: esto produce una fuerte disputa con el Frente Capital, apéndice del
Bloque Centauros de las AUC, por el control de un conjunto de actividades
ilegales muy rentables. Se registran episodios de vendettas en el Sanandresito
de la 38, Kennedy, Puente Aranda, Los Mártires, San José y la Plaza España,
que elevaron el índice de homicidios en la capital del país.23

21 “En Córdoba van 46 muertos por coca”, El Tiempo, 2 de febrero de 2008,


22 “Hay grupos emergentes en la mitad del país”, El Tiempo, 16 de julio de 2007.
23 De acuerdo con lo informado por las autoridades, las facciones del BC y las ACC se reparten las oficinas de cobro en el Sanandre-
sito de la 38, Santa Fe, 7 de Agosto, Corabastos y Restrepo que cuentan con al menos 300 hombres. El Tiempo, 30 de octubre de

— 102 —
I PARTE : TERRITORIO Y CONFLICTO

El incremento reciente de las muertes se relaciona no sólo con la pugna


por el control de sectores y actividades ilegales dentro de la ciudad, sino
también con el traslado de la disputa entre “paisas” y “llaneros” en el oriente
del país, que se expresa en el enfrentamiento de tres organizaciones ma-
fiosas en Bogotá.24 Un grupo de esmeralderos aliado con “Don Mario”, otra
agrupación asociada con “El Loco” Barrera y un bando conformado por ex
integrantes del Bloque Central Bolívar, se han propuesto lograr el control
sobre el negocio de la prostitución y los sanandresitos en la capital.25

En lo concerniente a Medellín, se registra desde 2003 una disminución en


el nivel de violencia que coincide con la terminación de una cruenta lucha por
el control de diferentes sectores de la ciudad entre el Bloque Cacique Nutibara
y el Bloque Metro de las AUC y en la que también participaba la guerrilla.

Cabe anotar que la desmovilización de las autodefensas en la capital antio-


queña, y la reducción de los asesinatos cometidos por estas organizaciones,
han sido determinantes en la disminución de la violencia en el nivel global.
Sin embargo, algunos informes de prensa señalan que, con posterioridad a
la desmovilización de la estructura bajo el mando de “Don Berna”, siguen
teniendo presencia en sectores de ciudad estructuras armadas dedicadas al
ajuste de cuentas y la extorsión.26

También se afirma que el recrudecimiento de la violencia en Medellín a


partir de 2007 responde a la guerra que se libra por el control de las comunas
entre una estructura delincuencial proveniente de Urabá, bajo el mando de
Daniel Rendón, gente de Wilber Varela, capo del norte del Valle, aliado con
los Mellizos Mejía y narcotraficantes de la oficina de Envigado.27 Por eso, la

24 De acuerdo con el Observatorio de Seguridad de la alcaldía el enfrentamiento entre mafias explica el 45% de las muertes que se
producen en Bogotá. El Tiempo, 22 de noviembre de 2007.
25 “Alarma por casos de sicariato en Bogotá”, El Tiempo, 22 de febrero de 2007.
26 “El Pacificador”, Semana, 24 de abril de 2005; “La mano invisible de Don Berna” Cromos, 5 de junio de 2005; “Alarma en comuna
13 por reclutamiento forzado de menores”, El Tiempo, 5 de agosto de 2005; “Traslado de Don Berna dispara las extorsiones en el
municipio de Itaguí”, El Tiempo, 31 de octubre de 2005.
27 “Don Berna negocia en secreto con E.U”, El Tiempo, 26 de agosto de 2007; “Lucha subterranea por las comunas de Medellín”. El
Tiempo, 9 de diciembre de 2007; “Alarma por homicidios en Medellín”, El Tiempo, 17 de julio de 2008.

— 103 —
HACIA LA RECONSTRUCCIÓN DEL PAÍS

Misión de Apoyo al Proceso de Paz de la OEA advierte, en uno de sus últimos


informes, que ni en las comunas de la capital paisa, ni en otras zonas del país
donde hubo control de las autodefensas, la desmovilización y el desarme
han significado el fin del paramilitarismo.28

En conclusión, la pérdida de territorio por parte de las guerrillas, el in-


cremento y la efectividad en los combates, y la ofensiva del Ejército en las
zonas donde estos grupos se han replegado, son los principales indicadores
que muestran el cambio en la correlación de fuerzas a favor del Estado. No
cabe duda que en los últimos años el creciente esfuerzo militar contra la
insurgencia y las negociaciones adelantadas por el gobierno con los grupos
paramilitares han producido en el país una tendencia descendente en las
principales manifestaciones de violencia. Sin embargo, la acción persistente
de estructuras armadas que no se desmovilizaron, la rápida aparición de
otras en zonas donde actuaban las autodefensas y el interés de la guerrilla
en copar algunos escenarios que estuvieron bajo el control de los grupos
desactivados, son los factores que permiten explicar el elevado número de
muertes que se sigue produciendo y la tendencia ascendente que muestran
los homicidios en no pocas regiones del país. Por lo tanto, no parece exage-
rado inferir que en el momento actual el país podría encontrase en la etapa
previa a una nueva escalada de violencia, cuyo trasfondo es el contexto del
conflicto armado y la persistencia del narcotráfico y el paramilitarismo.

28 “Paramilitarismo no se ha acabado: OEA”, El Tiempo, 12 de diciembre de 2007.

— 104 —
Grupos armados, comunidades y órdenes
locales: interacciones complejas*
Ana María Arjona**

1. Introducción

“Las Farc lo eran todo en esta vereda. Ellos tenían la última palabra en todas
las disputas entre vecinos. Decidían qué se podía vender en las tiendas,
la hora en que debíamos irnos a la casa cada día y quién debía irse y no
volver nunca más a la zona. Ellos decían cuál era el castigo para quien
desobedeciera (…) También manejaban los divorcios, las herencias y los
conflictos por linderos. Ellos eran los que mandaban aquí. No el Estado”.

* Para hacer justicia a los comentaristas de la presentación de Ana María Arjona, conviene aclarar que los comentarios y la discusión
posterior se refieren a la exposición oral que ella hizo en Cartagena durante el seminario. El texto actual fue fruto de una reelaboración
cuidadosa de la autora, que tuvo muy en cuenta esos comentarios, lo mismo que algunas discusiones, observaciones y reflexiones
posteriores de varios analistas.
** Candidata al doctorado de Ciencia Política de la Universidad de Yale y Master en Ciencia Política de la misma institución, realizo
estudios de postgrado en Sociolo-gía en la Universidad Complutense de Madrid y es economista de la Universidad de los Andes.
Agradezco por sus valiosos comentarios a las siguientes personas: Ingrid Bolívar, Laia Balcells, Regina Bateson, Jon Elster, Fer-
nán González, Stathis Kalyvas, Pablo Kalmanovitz, Eudald Lerga, Marcela Meléndez, Silvia Otero, Mauricio Romero, Ian Shapiro,
Vivek Sharma, Teófilo Vásquez, María Alejandra Vélez y Elisabeth Wood, así como a los participantes del Seminario de ODECOFI.
Francisco Gutiérrez hizo valiosas sugerencias sobre el proyecto de investigación y tanto él como Camilo Echandía y Rodolfo Es-
cobedo brindaron un apoyo fundamental para el trabajo de campo. Agradezco especialmente su ayuda. La Fundación Harry Frank
Guggenheim y al Premio Robert Leylan de la Universidad de Yale proporcionaron financiación para escribir la tesis doctoral de la
que se desprende este artículo. El Social Science Research Council (SSRC), la Academia Folke Bernadotte de Suecia, el Centro de
Estudios Internacionales MacMillan de la Universidad de Yale y la Escuela de Graduados de la misma universidad apoyaron con
becas de investigación el trabajo de campo.

— 105 —
HACIA LA RECONSTRUCCIÓN DEL PAÍS

“Nosotros sí interactuamos con las Farc todos esos años. Un poco más de
dos décadas. Ellos venían, pasaban, nos decían cosas, pedían que hiciéra-
mos ciertas cosas, como no hablar con el Ejército (…) Luego empezaron
a poner normas y a decirnos cómo hay que hacer las cosas. Quisieron
tomarse todo el poder sobre esta gente y esta tierra. Pero no pudieron.
Tuvimos que obedecerles en ciertas cosas, claro, porque ellos tienen las
armas. Pero nosotros somos la autoridad aquí. La gente nos reconoce como
la autoridad. Ellos no nos podían quitar eso. Aquí no nos gobernaron”.

Estos son testimonios de los habitantes de dos veredas vecinas pertene-


cientes a un municipio del interior colombiano. Sus recuerdos no difieren de
los de varios líderes, campesinos y pobladores locales que conocen bien la
historia reciente de la región: la presencia de las Farc no fue homogénea en
las diferentes veredas del municipio. En algunos lugares los combatientes (y
milicianos) intervenían hasta en el más mínimo asunto de la vida privada de
los civiles, mientras en otros se limitaban a regular unas cuantas conductas. En
algunos casos asistían a todas las reuniones de las juntas de acción comunal
y no pasaba nada sin su conocimiento y su autorización, mientras en otros los
civiles tenían cierta autonomía y los líderes de siempre conservaban su papel
en la resolución de disputas, convocaban reuniones y lideraban iniciativas.
Del mismo modo, mientras en unas zonas a la mayoría de la gente no le mo-
lestaba la presencia de las Farc, en otras había un sentimiento generalizado
de recelo. En una vereda, incluso, la gente se les enfrentó.

La historia de estas veredas ilustra la complejidad de las interacciones


entre grupos armados y comunidades de las “zonas de conflicto”. Además de
valerse de la violencia, los grupos armados pueden “ocupar” territorios de
maneras muy distintas: regulando la vida pública de la comunidad, fijando
normas de conducta en la vida privada, estableciéndose en los espacios
de poder de la administración pública, haciendo exigencias económicas
o interviniendo en diversas expresiones de participación política de los
ciudadanos.

— 106 —
I PARTE : TERRITORIO Y CONFLICTO

La vida de la población civil en este contexto no resulta nada fácil. Muestra


de ello son los altísimos niveles de victimización de la población no combatiente
que caracterizan a las guerras civiles, muy superiores a los encontrados en las
guerras internacionales (Fearon y Laitin, 2003). Pero la muerte y el destierro
no son la única forma de victimización que padecen estas comunidades. La
imposición, el desdén por sus tradiciones y sus formas de organización, al igual
que la transformación del orden social y político en sus territorios, constituyen
procesos de cambio dolorosos que tienen importantes consecuencias en la
vida cotidiana durante la guerra, y aun en el posconflicto. Podría hablarse de
una victimización que también es social y política.

Ahora bien, a pesar de ser constantemente víctimas, los civiles man-


tienen su capacidad de agencia, esto es, de elegir su conducta, aunque en
ocasiones cuenten con un margen de maniobra muy reducido. Pese a que la
vida en las zonas donde los grupos armados están presentes es sumamente
difícil, asumir que quienes viven allí no pueden más que huir o callar implica
negar los diversos comportamientos —muchos de ellos conmovedoramente
heroicos— que tienen lugar a lo largo y ancho del país. No solo se presentan
varios casos de comunidades que han exigido respeto y distancia por parte
de los actores armados de un modo explícito;2 también hay innumerables
ejemplos de comunidades que han hecho exigencias a guerrilleros y para-
militares y han logrado preservar en mayor o menor medida su autonomía.
Tanto en Colombia como en otros conflictos armados existen poblaciones
que han encontrado en un grupo armado una fuente de autoridad y gobierno
con la que antes no contaban.

Conocer y entender los diferentes tipos de interacción entre civiles y


combatientes en el espacio local es importante, por varias razones. En primer
lugar, un mayor conocimiento de las diversas situaciones de la población
civil en medio del conflicto constituye un componente fundamental del diag-
nóstico de la guerra y de lo que ella supone para el país que la sufre. Asumir
que la experiencia de quienes conviven con los actores armados se reduce

2 Me refiero a las Comunidades de Paz que han hecho pública su exigencia a estos actores.

— 107 —
HACIA LA RECONSTRUCCIÓN DEL PAÍS

a ser víctimas o “simpatizantes” entusiastas impide analizar los efectos de


las complejas transformaciones que tienen lugar en estas comunidades. Por
otra parte, como sugiero en otro lugar (Arjona, 2008), cabe esperar que la
manera en que una comunidad experimenta la presencia de grupos arma-
dos en su territorio tenga implicaciones de largo plazo que trascienden el
final del conflicto. Si la guerra toma distintas formas a lo largo del territorio
nacional, la forma como las diferentes comunidades se ven afectadas por
ella no puede ser la misma. Si no entendemos mejor cómo se vive la guerra
y en qué medida dicha experiencia difiere entre territorios y poblaciones,
difícilmente podremos identificar los retos que nos trae el posconflicto y
responder a ellos.

Adicionalmente, si, como lo sugiere la literatura sobre guerras irregulares,


la población civil desempeña un papel central en la definición de la capacidad
militar y política de los bandos en disputa, entender mejor la manera como
ésta se acomoda a los bandazos del conflicto resulta clave para estudiar las
tácticas de estas organizaciones. Avanzar en nuestra comprensión de dichas
tácticas nos ayuda a desentrañar la compleja evolución del conflicto y su
diferenciación regional.

Este artículo presenta una mirada tentativa a los distintos modos de in-
teracción entre grupos armados y comunidades locales en las zonas donde
los primeros están presentes de un modo permanente.3 Para ello se centra
en tres preguntas: ¿cómo abordan los grupos armados a las comunidades
que viven en los territorios donde ellos buscan asentarse?, ¿de qué manera
reaccionan dichas comunidades?, ¿qué dinámicas locales resultan de la inte-
racción entre los dos actores?4

El argumento central sostiene que la naturaleza de la guerra irregular lleva


a los grupos armados a interesarse por crear cierto orden en los territorios
donde buscan establecerse. Este orden, sin embargo, no se construye de

3 Esto es, cuando mantienen una forma de presencia continua (y no esporádica) en la zona, a través de milicianos o combatientes.
4 El argumento forma parte de mi tesis doctoral. Es tentativo en la medida en que el proyecto de investigación está aún en curso.

— 108 —
I PARTE : TERRITORIO Y CONFLICTO

manera uniforme ni opera del mismo modo en los distintos territorios. La


variación se explica, en buena medida, por el sistema de autoridad vigente en
la comunidad a la llegada del grupo armado, el cual define tanto el espacio en
que éste puede insertarse como la capacidad de resistencia de la población.
Anticipándose a la reacción que una comunidad dada pueda tener a distin-
tas estrategias, el grupo armado decide embarcarse en la construcción del
tipo de orden local del que espera mayores ventajas. Otros factores, como
la competencia entre actores armados, su organización interna y el valor
estratégico del territorio, también influyen en las estrategias del grupo. Los
mecanismos y microfundamentos que explican la relación entre el sistema
de autoridad de la comunidad y la reacción de la población civil ante las
estrategias del grupo armado incluyen no solo el cambio en las alternativas
disponibles para los actores locales y los costos asociados a ellas, sino tam-
bién la transformación de sus creencias y preferencias.

Por tratarse de una versión preliminar de una investigación que todavía


está en curso, la evidencia empírica que presento tiene un carácter pura-
mente ilustrativo. No pretendo presentarla como una validación empírica
del argumento sino como fragmentos provenientes de distintas etapas de
mi trabajo de campo que sirven para fundamentar supuestos, describir los
fenómenos a los que hago referencia e ilustrar los procesos que pretendo
analizar. Este material proviene de entrevistas en profundidad, entrevistas
semiestructuradas y encuestas con civiles y desmovilizados (de grupos
guerrilleros y paramilitares) realizadas en diversos municipios de distintas
zonas del país.5

Me permito describir la manera como está organizado el texto. Comienzo


por discutir algunos puntos de partida para el análisis de la situación de la
población civil en medio del conflicto (sección 2). En la tercera sección discuto
los objetivos del grupo armado a escala local y las estrategias disponibles
para alcanzarlos. Las siguientes cuatro secciones exploran con cierto detalle

5 La recolección de información cualitativa contó con la valiosa colaboración de un grupo excelente de asistentes de investigación
a quienes agradezco por su interés en este proyecto y su trabajo. La encuesta forma parte de un trabajo colaborativo con Stathis
Kalyvas.

— 109 —
HACIA LA RECONSTRUCCIÓN DEL PAÍS

el proceso de creación de cuatro órdenes locales que surgen a partir de la


interacción entre grupos y comunidades diferentes: el de control social, el
de ocupación militar, el de infiltración y el coercitivo. Por último, presento
las conclusiones.

Antes de comenzar el análisis es importante aclarar algunos términos


recurrentes en el texto. Con la denominación grupo armado me refiero a una
organización que es creada por fuera de la ley y utiliza la violencia como
medio para alcanzar un fin determinado. Este fin puede consistir en el cam-
bio de una política pública, un cambio en el partido o dirigente que ostenta
el poder o una transformación del sistema político o económico.6 Utilizo el
término combatiente para referirme a los miembros de tiempo completo de
los grupos armados, lo cual suele implicar que se trata de personas que han
asumido un compromiso de largo plazo con la organización y han recibido
entrenamiento. Bajo esta definición, los milicianos son civiles que cooperan
con el grupo armado de una manera particular. A lo largo del artículo usaré
indistintamente los términos zonas de guerra y zonas de conflicto, con los
cuales me refiero a los lugares donde hay presencia continua de alguno de
los grupos armados al margen de la ley.

Por último, utilizo el término comunidad para referirme a la población que


habita un territorio local. La comunidad puede definirse tanto con base en
límites territoriales como con base en la calidad de las relaciones humanas,
sin referencia alguna a un lugar (Gusfield, 1975). En este artículo utilizaré el
término basándome en una combinación de ambas perspectivas, donde la
comunidad es el conjunto de personas que habitan un lugar determinado y
mantienen entre sí la mayor parte de sus relaciones sociales frecuentes. En
este sentido, la localidad no es el municipio sino la vereda, el pueblo (depen-
diendo de su tamaño) o el barrio. Considero esencial desagregar la unidad
de análisis más allá del municipio debido a que la variación del fenómeno de

6 En este sentido, el argumento tal y como está planteado aquí versa sobre grupos paramilitares y guerrilleros pero no sobre las
fuerzas armadas estatales. Sin embargo, algunos elementos del análisis son aplicables al Ejército, en particular cuando adopta
estrategias de contrainsurgencia propias de la guerra irregular.

— 110 —
I PARTE : TERRITORIO Y CONFLICTO

estudio —el tipo de interacción entre grupos armados y población civil— varía
no solo dentro de las regiones sino también dentro de los municipios. A lo
largo del texto presento argumentos y material empírico que soportan esta
afirmación.7

2. Tres puntos de partida para el análisis de la situación de la


población civil en medio del conflicto

¿COLABORACIÓN O PARTICIPACIÓN?

En la literatura internacional (especialmente en historia y ciencia política)


se suelen utilizar dos términos para referirse a la manera como la población
puede involucrarse con un grupo armado: colaboración civil y participación.
Ambos tienen serias limitaciones, ya que suelen partir de supuestos erró-
neos y favorecen lecturas simplistas de la situación de los civiles en zonas
de guerra.

Primero, en su uso más frecuente los dos términos suelen asumir que se
trata de un apoyo voluntario derivado de posiciones ideológicas favorables
hacia el grupo en cuestión, lo cual es empíricamente falso.8 Como sugiero
más adelante, son muchas las razones que pueden llevar a los civiles a actuar
de un modo que favorece a los grupos armados. Solo en algunas ocasiones
su conducta está basada en la intención de respaldar o promover a un bando
de la guerra o su agenda política. La falsa presunción de estas motivaciones
es problemática, no solo porque impide describir y entender la conducta de
los civiles, sino también porque da lugar a afirmaciones peligrosas sobre
la responsabilidad de las poblaciones que conviven con combatientes. Esto
mismo ocurre con el término base social (de la guerrilla o de los paramili-
tares), frecuentemente utilizado en Colombia. Su uso suele llevar a que las
comunidades que conviven con los grupos armados por un periodo largo

7 González et al. (2003:50) resaltan esta variación al interior de un mismo municipio. Diversos estudios de caso encuentran la misma
heterogeneidad, por lo general presentada contrastando las zonas rurales y las urbanas.
8 En este artículo presento tanto argumentos teóricos como evidencia empírica en contra del supuesto de que la ideología es la única
motivación (o la más frecuente) del apoyo de los civiles a los grupos armados que están presentes en su territorio.

— 111 —
HACIA LA RECONSTRUCCIÓN DEL PAÍS

sean estigmatizadas como pro guerrilla o pro paramilitares, independiente-


mente de cuáles sean los factores que permitieron la presencia continuada
de dichas organizaciones en su territorio y de los motivos que llevaron a
algunos (o muchos) civiles a cooperar con ellos.

La segunda razón por la que son problemáticos los términos tradiciona-


les de colaboración y participación es porque ambos reducen un fenómeno
complejo a la disyuntiva entre dos conductas. La colaboración suele designar
la provisión de bienes, información y ayuda logística; los civiles, por lo tan-
to, pueden colaborar o no hacerlo, sin lugar a matices. La participación, por
otro lado, suele reducirse al alistamiento como combatiente, lo que lleva a
diferenciar únicamente a los participantes (es decir, quienes ingresan en los
grupos) de los no participantes (esto es, todos los demás).9 En la práctica,
sin embargo, existen muchos otros tipos de conductas que favorecen de un
modo u otro a los grupos armados y forman parte de lo que estas mismas
organizaciones conciben como colaboración o ayuda. La obediencia a sus
normas, por ejemplo, es un componente esencial de la colaboración. Pero
equiparar la obediencia con actos como el alistamiento voluntario carece de
sentido, ya que se trata de conductas que suponen decisiones esencialmente
distintas, aún si son influidas por factores similares.

LA “CAPACIDAD DE AGENCIA” DE LA POBLACIÓN CIVIL

“La comunidad estaba cansada de la guerra; estaban cansados de ser el


blanco de todos los grupos armados, de sufrir las consecuencias de la
guerra. La gente estaba aterrorizada, tenía mucho miedo y sin embargo
fue capaz de tener voz y de comenzar a ayudar a que las Farc salieran de
la zona” (habitante de Apartadó, Antioquia).

“No se pueden doblegar las conciencias con las armas. Si [las Farc] vuelven
ahora la gente no se dejaría. Denunciarían” (habitante de una vereda del
departamento de Cundinamarca).

9 Dos importantes excepciones son los trabajos de Petersen (2001) y Wood (2003).

— 112 —
I PARTE : TERRITORIO Y CONFLICTO

Hasta ahora he señalado los problemas inherentes a la lectura tradicional,


según la cual los civiles colaboran o participan motivados por el deseo de
ayudar al grupo armado. En particular, he resaltado que conceptualizar de
esta manera la conducta de las poblaciones locales no solo niega una gran
diversidad de motivaciones para actuar de maneras que favorecen a estos
grupos, sino que, además, alimenta la estigmatización de las comunidades
que conviven con estas organizaciones.

Ahora bien, la opción opuesta, en la cual se califica a estas poblaciones


como víctimas que aceptan pasivamente la voluntad de los actores violen-
tos, es igualmente problemática. Si bien es cierto que los grupos armados
victimizan y que todos los miembros de las comunidades que conviven con
actores armados son de alguna manera víctimas de la guerra, este calificativo
es insuficiente para identificar y entender las distintas situaciones en que tiene
lugar dicha convivencia. A pesar de sufrir los ataques de los grupos armados,
los civiles tienen “capacidad de agencia” —esto es, de tomar decisiones—.10
Ello, desde luego, no quiere decir que todas las opciones estén disponibles
ni que los civiles puedan por defecto enfrentarse a los grupos armados. Pero
la condición de víctima no anula los otros aspectos de la vida, incluida la
manera como las personas se acomodan, resisten o sobrellevan la presencia
de actores armados en sus comunidades. Hace falta, más bien, entender la
experiencia de la victimización en contextos específicos y preguntarnos por
la forma como individuos y comunidades reaccionan ante ella.

LA IMPORTANCIA DE LA PERSPECTIVA Y DEL CONTEXTO

Dadas estas limitaciones, propongo diferenciar la “colaboración” desde la


perspectiva del grupo armado (esto es, en un sentido amplio que abarca todas
las conductas de los civiles que benefician al grupo, independientemente de
sus motivaciones), de la “colaboración” desde la perspectiva del civil (esto

10 El término ‘agencia’ (o ‘capacidad de agencia’ o ‘agencia humana’) puede ser entendido desde diversas perspectivas (Emirbayer y
Mische 1998). En este artículo me refiero a la capacidad del individuo de tomar la decisión de actuar de una manera particular dado
un conjunto (más o menos reducido) de alternativas. En este sentido, la agencia se contrapone a un enfoque determinista según el
cual la voluntad no juega un papel importante en la acción ya que ésta está determinada por uno o varios factores estructurales.

— 113 —
HACIA LA RECONSTRUCCIÓN DEL PAÍS

es, como conducta de aquellos civiles que buscan ayudar o beneficiar al


grupo armado). El número de conductas de las que el grupo se beneficia es,
por definición, mayor que el de las conductas motivadas por el deseo de los
civiles de ayudar al grupo. Utilizaré el término cooperación para referirme a
las distintas conductas que los civiles adoptan por cualquier motivo y que
benefician a los grupos armados. De este modo, tanto la provisión voluntaria
de información como la entrega de una res por temor a represalias constituyen
formas de cooperación. Con este término espero evitar la estigmatización
como partidarios del grupo armado (basada en un supuesto erróneo) de
quienes se ven precisados a cooperar con el mismo.

Para identificar las conductas que pueden favorecer al grupo armado y


que, por lo tanto, constituyen formas de cooperación civil, es esencial pre-
guntarse por los objetivos de estas organizaciones en el nivel local y, a partir
de ellos, por la manera como los civiles pueden ayudarles a alcanzarlos. Así
mismo, para entender las reacciones de los civiles ante la presencia de estas
organizaciones en su territorio es fundamental contar con una idea más clara
de qué es aquello a lo que reaccionan y en qué contexto lo hacen. Para ello
se debe partir de una percepción más detallada de lo que buscan los grupos
armados en los territorios donde se asientan y de qué hacen para obtenerlo,
e indagar por las dinámicas locales que resultan de su conducta. Hace falta,
además, tener en cuenta el carácter interrelacional tanto del comportamiento
de los actores armados como de las comunidades. Estos son los objetivos
de la siguiente sección.

3. La interacción local entre grupos armados y comunidades

“Cuando los paras llegaron no hicieron reuniones. Se metieron de noche.


Recogieron a los que se iban a llevar. A otros los mataron aquí (…) Picaban
a la gente11 y mataron a varios niños pequeños”. “Prohibieron la venta de
bazuco y marihuana en el barrio y les hacían exámenes a las prostitutas

11 Se refiere al asesinato y descuartizamiento con machete.

— 114 —
I PARTE : TERRITORIO Y CONFLICTO

para verificar que no tuvieran enfermedades de transmisión sexual”. “Ellos


[los paramilitares], por ejemplo, traían una máquina picadora a un pueblo y
la ponían al servicio de los campesinos, pavimentaban las vías y arreglaban
el pueblo”. “Protegían las especies silvestres en peligro: si se les cazaba,
se les capturaba o se les dañaba, era motivo de castigo”. “Las autoridades
del Estado eran fachadas. Simplemente se les informaba lo que se iba a
hacer, se les citaba para informarles. Además, [los paramilitares] tenían
sus propios políticos que ellos lanzaban, apoyaban y promovían”. “Los
funcionarios les rendían cuentas a las AUC” (testimonios de habitantes de
diferentes zonas del departamento de Córdoba).

“Cuando la guerrilla [Farc] llegó (…) al principio organizó a la gente en


organizaciones comunitarias, fue organizando las juntas de acción comu-
nal para que hicieran gestión. Dentro de las labores que realizaban hacían
mingas comunitarias y apoyaban el cooperativismo entre veredas. También
auxiliaban con drogas a la población”. “Se sabía que hacían ajusticiamientos
en algunos lados y que imponían su justicia.”

“La guerrilla organizaba fiestas y eventos para la gente. También daban


órdenes y normas de convivencia, como no robar; ponían letreros en
diferentes partes donde decían algunas cosas, como el deber de presen-
tarse ante las juntas de acción comunal”. “Ellos castigaban a las personas
chismosas y los casos de infidelidad (…) Con las prostitutas también ha-
bía reglas: las censaban, tenían que tener un responsable que la guerrilla
conociera y mantenerse en la zona un mínimo de tiempo (un mes, por
ejemplo)”. “Tampoco dejaban pescar con arpón ni con barredora. También
había prohibición de cazar ciertos animales en vía de extinción y talar
bosque”. “El grupo cobraba un impuesto a las personas que vendían coca
y otro a quienes compraban. Después fue diferente y ellos compraban la
coca, pero eso era más adentro del Yarí” (testimonios de habitantes de
diferentes lugares del departamento de Caquetá).

— 115 —
HACIA LA RECONSTRUCCIÓN DEL PAÍS

Violencia, amenazas, organización social, gobierno de hecho, populismo


y clientelismo armado son algunos de los términos que recogen la diversidad
de prácticas de los grupos armados que estos testimonios describen. Para
identificar y entender mejor tales conductas, así como sus efectos sobre la
población civil, es fundamental indagar los objetivos que persiguen tales
organizaciones a escala local y las posibles vías para alcanzarlos. Igualmente
hace falta pensar en el carácter interrelacional de la conducta de los grupos
armados y la reacción de la población civil. Al analizar la manera como estas
organizaciones se asientan en comunidades diferentes, esta sección pretende
dar un paso en esa dirección: ¿cómo y por qué lo hacen? ¿de qué manera
transforman el orden de cosas, y qué reacción pueden encontrar por parte
de la población civil?

LOS OBJETIVOS DE LOS GRUPOS ARMADOS EN EL NIVEL LOCAL

Para entender los objetivos de los grupos armados en el espacio local es


necesario indagar por el tipo de confrontación militar que protagonizan. En la
mayoría de las guerras internas, la lucha se libra de manera asimétrica en el
territorio (Balcells y Kalyvas, 2007). Mientras algunas zonas son fuertemente
azotadas por todos los bandos, en otras no se ve pasar jamás a un solo com-
batiente. En las llamadas guerras irregulares esta asimetría es todavía más
profunda. Estas confrontaciones se caracterizan por la ausencia de líneas de
frente y porque la victoria se centra en el control del territorio más que en la
victoria en el campo de batalla (McColl, 1969; Kalyvas, 2006). En ese sentido,
la diferencia con la guerra regular, donde los ejércitos luchan en el campo
de batalla y avanzan en conjunto, es fundamental. En ella los bandos luchan
por derrotar al enemigo en encuentros frontales, atacando a su tropa y su
armamento. En la guerra irregular, en cambio, los encuentros militares son
menos comunes, mientras que el dominio de territorios locales constituye el
principal objetivo de los bandos en disputa.

Esta naturaleza de la guerra irregular tiene dos implicaciones centrales


sobre el comportamiento de los grupos armados hacia los civiles: una rela-
cionada con su supervivencia y otra con su estrategia militar. Inicialmente,

— 116 —
I PARTE : TERRITORIO Y CONFLICTO

la naturaleza del grupo irregular conlleva limitaciones que dificultan su au-


tosuficiencia. El abastecimiento de comida, abrigo y ropa para su tropa es
difícil, especialmente en lugares alejados de campamentos y zonas de refugio.
Esta situación hace de la población civil un recurso esencial, por razones de
supervivencia, ya que ella puede proporcionar los productos necesarios para
garantizar la alimentación y el vestido de los combatientes.

En segundo lugar, la centralidad del control territorial propia de la guerra


irregular hace de los civiles un recurso invaluable para el grupo armado,
por razones militares. Controlar un territorio requiere el ejercicio de ciertas
conductas por parte de sus habitantes, ya que son ellos quienes pueden
proporcionar información sobre el enemigo y sobre los pobladores locales
que le brinden ayuda. El control exige, además, un nivel mínimo de obedien-
cia a los dictámenes del grupo armado, especialmente en el plano militar.
Adicionalmente, ante la presencia de fuerzas enemigas, los civiles pueden
proteger la identidad de los combatientes ocultándolos o haciéndolos pasar
por locales.12 Por último, el grupo necesita a la población civil para crecer,
ya que de ella provienen los combatientes.

Esta importancia de la población civil para el modus operandi de un grupo


insurgente ha sido reconocida por líderes de organizaciones guerrilleras,
historiadores militares y politólogos (p. e., Guevara, 1960; Kalyvas, 2006;
McColl, 1969; Mao, 1937; Thompson, 2002; Trinquier, 1964). La metáfora
de Mao Zedong, en la cual la población civil es descrita como el agua en
que nadan los rebeldes, ilustra hasta qué punto es fundamental para un
grupo irregular contar con la ayuda de los civiles. Para muchos analistas,
en una guerra irregular la victoria —tanto de los insurgentes como de sus
oponentes— depende en buena medida de la colaboración de los civiles
(Kalyvas, 2006).13

12 Kalyvas (2006:89) se refiere a esta capacidad de los combatientes de esconderse y hacerse pasar por pobladores locales como
el ‘problema de identificación’ en las guerras civiles.
13 Estos autores suelen hablar de colaboración civil. Siguiendo la discusión de la segunda sección de este artículo, me referiré a las
conductas de la población civil que favorecen a un grupo armado como ‘contribución’

— 117 —
HACIA LA RECONSTRUCCIÓN DEL PAÍS

Por otra parte, el grupo armado tiene necesidades económicas: debe fi-


nanciar su lucha. Si bien puede esperar el abastecimiento de su tropa a partir
de contribuciones ocasionales de la población civil, necesita armamento y los
recursos indispensables para financiar sus operaciones. Debido a que la cen-
tralidad del control territorial impone a la organización el modus operandi, una
manera útil de resolver el problema de financiación —especialmente ante la
ausencia de diásporas o gobiernos extranjeros que proporcionen apoyo— es
buscar que el poder territorial se traduzca también en poder económico. Por
lo tanto, la búsqueda del control territorial adquiere una importancia que no
es solo militar sino también económica.

Por último, el grupo persigue así mismo crear una imagen nacional e in-
ternacional de su organización que lo muestre como legítimo y militarmente
poderoso. La percepción dentro del país importa porque su reputación puede
afectar la reacción de comunidades locales ante su presencia y el apoyo de la
población en general ante una eventual victoria militar, así como sus posibi-
lidades a la hora de sentarse a una mesa de negociación. En cuanto al plano
internacional, es posible que los grupos que dependen de la financiación de
diásporas, Estados o sectores civiles extranjeros necesiten contar con una
imagen sólida y favorable, más que aquellos cuyas fuentes de financiación
son puramente nacionales. De igual modo, los grupos que, ante una eventual
victoria, temen represalias por parte de países vecinos (o que esperan su
apoyo), pueden estar más interesados en labrar su imagen en el plano inter-
nacional. Dado que la mayoría de los recursos debe destinarse a la conquista
y mantenimiento del control territorial, el grupo tiene incentivos para utilizar
dicho control en el propósito de ganar visibilidad como actor político.

Dado que la cooperación civil es fundamental para alcanzar el control


territorial y las ventajas que de él se derivan, para entender qué buscan los
grupos armados en el nivel local hace falta indagar por lo que dicha coope-
ración supone.

— 118 —
I PARTE : TERRITORIO Y CONFLICTO

¿EN QUÉ CONSISTE LA COOPERACIÓN CIVIL QUE BUSCAN LOS GRUPOS ARMADOS?

A partir de la definición presentada en la segunda sección del artículo,


uso el término cooperación civil para designar las conductas de los civiles
que benefician al grupo armado, independientemente de las motivaciones de
quien actúa. Dichas conductas pueden consistir en obediencia o en actos de
apoyo. La obediencia reúne todos los casos en que un civil lleva a cabo un
acto después de recibir la orden respectiva por parte de un grupo armado.
Los actos de obediencia pueden ser aquellos que siguen órdenes expresas
y directas, tales como “Juan, traiga agua para los combatientes”. Así mismo,
pueden ser actos que siguen normas generales impuestas a una población
o a un segmento de ella, tales como “Nadie puede salir de la casa después
de las siete de la noche”. El apoyo consiste en actos que no están precedidos
por una orden expresa ni una norma establecida por el grupo armado que
defina dicho acto como obligatorio: por ejemplo, la provisión de información
sobre el grupo enemigo o el alistamiento voluntario. Es importante insistir
en que el apoyo, como lo defino aquí, no presupone ninguna motivación. Lo
mismo ocurre con la obediencia.

El nivel de cooperación que logra alcanzar el grupo armado en un territorio


está determinado por la reacción de la comunidad ante su presencia. Ésta
puede oponerse, obedecer pasivamente o brindarle obediencia y apoyo. De
otro lado, tanto la obediencia como el apoyo pueden ser limitados o amplios,
según sea su dominio, es decir, según sean los ámbitos de la vida local en
que tengan lugar. Por ejemplo, la obediencia sería limitada si únicamente
incluye conductas relacionadas con el uso de la fuerza, y amplia si incluye
conductas de la esfera económica y la vida familiar. El grupo prefiere un
escenario en que cuenta con apoyo y obediencia en múltiples ámbitos de la
vida local. Podemos identificar cinco niveles de cooperación civil:

i) La cooperación nula, que tiene lugar cuando la comunidad logra oponerse


al tipo de presencia que el grupo armado ejerce (o pretende ejercer) en el

14 Puede decirse, con razón, que la neutralidad y la resistencia constituyen reacciones diferentes por parte de la comunidad. Sin
embargo, ambas constituyen formas de desobediencia al actor armado que se traducen en un nivel de cooperación nulo.

— 119 —
HACIA LA RECONSTRUCCIÓN DEL PAÍS

territorio, y niega su obediencia y su apoyo. Esta oposición puede tomar


la forma de resistencia (violenta o pacífica) o neutralidad.14

ii) La cooperación mínima, que se presenta cuando la comunidad intenta


oponerse a la presencia del grupo armado pero es obligada a obedecer
por la fuerza.

iii) La cooperación baja, cuando la comunidad se acomoda y obedece pasi-


vamente en un ámbito limitado de la vida local.

iv) La cooperación media, cuando la comunidad brinda obediencia y apoyo


en un ámbito limitado de la vida local.

v) La cooperación alta, cuando la comunidad brinda obediencia y apoyo en


múltiples campos de la vida local.

Ahora bien, si la cooperación civil es tan importante para los grupos


armados, éstos tienen incentivos claros para elegir estrategias que les per-
mitan alcanzarla. ¿Cuáles son las estrategias posibles y en qué condiciones
optan por una u otra?

LA VIOLENCIA COMO ESTRATEGIA: SUS EFECTOS Y SUS LIMITACIONES

La violencia es evidentemente una de las vías por las cuales los grupos ar-
mados buscan alcanzar sus objetivos. Aunque sus efectos sobre la cooperación
civil parecen evidentes —se trata del bien conocido poder coercitivo—, son
más complejos de lo que suele pensarse. A continuación discuto tres tipos de
mecanismos distintos por medio de los cuales la violencia afecta la conducta
de los civiles: primero, la transformación de los beneficios y costos asociados
a alternativas diferentes;15 segundo, la creación de nuevas preferencias o
motivaciones, incluidas las diferentes emociones; tercero, la transformación
de las creencias de los civiles sobre diferentes estados de cosas.

15 Payoffs en el lenguaje de los economistas.

— 120 —
I PARTE : TERRITORIO Y CONFLICTO

El primer mecanismo por medio del cual la violencia afecta los costos
asociados a alternativas disponibles es evidente: al lanzar amenazas creíbles,
el grupo armado hace de ciertas conductas una alternativa muy costosa. Este
es el mecanismo que suele estar implícito en el análisis del poder coercitivo
de la violencia. Según el argumento tradicional sobre el poder disuasivo de la
violencia (p. e., Bentham, 1830; Becker, 1968), ella resulta útil para moldear
el comportamiento cuando es percibida como un castigo suficientemente
probable y severo en comparación con el beneficio que podría obtenerse
actuando de otro modo. Este es, sin lugar a dudas, uno de los efectos princi-
pales del uso de la violencia por parte de los grupos armados. Cabe esperar
que muchas instancias de cooperación sean el producto del deseo de evitar
la victimización.

La violencia también está en capacidad de modelar el comportamiento


de los civiles al despertar emociones, las cuales “pueden ser tan fuertes que
acallan todas las demás consideraciones” (Elster, 2000: 9). Como es eviden-
te, la emoción más común que despierta la violencia es el miedo, al cual los
humanos suelen responder huyendo o defendiéndose (LeDoux, 1996). En el
contexto de una comunidad que se enfrenta a un actor armado, las opciones
de defensa son bastante reducidas, por lo que cabe esperar que la huida sea
más común que la defensa. Existen, sin embargo, otras reacciones al miedo.
Según LeDoux (1996: 134), ellas incluyen “el ensimismamiento, la inmovilidad
y la sumisión”. Psicólogos y politólogos que han investigado guerras civiles y
dictaduras han encontrado evidencias de la presencia generalizada de estas
reacciones al miedo en la población civil (p. e. Torres-Rivas, 1999; Lechner,
1988; Lira, 1990a y 1990b; Merloo, 1964). En el caso colombiano, un ejemplo
de la incapacidad de reacción de quienes sufren o presencian la violencia
está ilustrado por lo que Pécaut (1999) llama la banalización del conflicto,
en la cual los civiles asisten impasibles al empleo generalizado y cotidiano
de la violencia.

La violencia puede, por lo tanto, lograr obediencia por medio del temor.
Esta obediencia es sustancialmente distinta de la que resulta del cálculo de
los costos y beneficios asociados con una acción prohibida: ante el miedo, la

— 121 —
HACIA LA RECONSTRUCCIÓN DEL PAÍS

persona no puede incorporar en su decisión el valor esperado de la sanción


por el incumplimiento. Simplemente, por efecto del terror, obedece siempre.
La contraposición que algunos autores hacen entre la coerción y la dominación
apunta a la diferencia entre estos dos mecanismos (p. e., Hollister, 1948).

Por otra parte, el uso de la violencia puede tener una serie de efectos
adicionales, en dependencia de quiénes sean las víctimas. Cuando las personas
están siendo asesinadas, la idea de que algunas de ellas son las “adecuadas”
puede llevar a mejorar la imagen del grupo armado. En una comunidad donde
la violencia es ejercida por otro grupo, como los delincuentes comunes, las
riñas u otro tipo de conflictos han traído inseguridad y los habitantes locales
necesitan protección. Los grupos armados que analizamos suelen explotar
esta necesidad convirtiéndose en garantes del orden público, lo que les
permite ganar el reconocimiento de algunos pobladores. En esto consisten
las tristemente célebres “campañas moralizantes” de los grupos armados:
olas de violencia contra ladrones, violadores y otros delincuentes comunes
que trastornan la vida local.16 En este sentido, e independientemente de
las ideologías y las preferencias políticas de los civiles, la presencia del
grupo armado puede ser vista como un cambio positivo. Diversos autores
han encontrado en esta mejora de las condiciones de seguridad una fuente
importante de simpatías hacia los grupos armados. (Taussig, 2003: 31-
33), por ejemplo, ilustra este punto en su descripción de los efectos de la
“limpieza” iniciada por los paramilitares en un pueblo colombiano. Según el
autor, los civiles se mostraban satisfechos por la disminución de los robos
y los asesinatos, lo que los llevó a ver con buenos ojos la presencia de los
paramilitares en la zona.17

16 Estas campañas tienen otros fines estratégicos, como lograr el monopolio del uso de la violencia y aumentar el control social sobre
la población. Volveré a este punto más adelante.
17 Es importante resaltar que las creencias positivas sobre el grupo no presuponen un acuerdo sobre el uso de la violencia. Aquí
pueden intervenir distintos mecanismos sicológicos. Precisamente porque se trata de un contexto de guerra, los civiles pueden
valorar la nueva seguridad aún si ésta es el resultado de medios que, en otro contexto, no aprobarían. Los mecanismos de ‘pensar
con los deseos’ (wishful thinking), la reducción del ‘efecto de disonancia’ (Festinger 1957) y las ‘preferencias adaptativas’ (Elster
1983; Sen 1987) pueden explicar este fenómeno. En general, las poblaciones parecen ser mucho más permisivas con los medios
que usan sus gobernantes en contextos de grandes dificultades económicas e inseguridad.

— 122 —
I PARTE : TERRITORIO Y CONFLICTO

Los grupos armados parecen ser muy conscientes de los réditos que pue-
den obtener trayendo “seguridad” a una comunidad. En diferentes entrevistas
hechas a comandantes medios de grupos guerrilleros y paramilitares quedó
claro que lo que algunos llaman la pacificación abre puertas importantes hacia
la comunidad. Un antiguo combatiente de las Farc sugiere que “traer segu-
ridad a una población desprotegida y aburrida de los robos y las riñas deja
ver los beneficios que nuestra presencia puede traerle a la gente”. El análisis
que hizo un periodista del modus operandi de algunos grupos paramilitares
colombianos describe este patrón en términos similares: “la entrada [de los
paramilitares] a las ciudades se da usualmente a través de los barrios más
marginales, donde la presencia del estado es débil y la provisión de servicios
públicos insuficiente. Los paramilitares comienzan por matar a ladrones y
drogadictos con el fin de traer una sensación de seguridad a los habitantes
(…) Esto ayuda a entender, en parte, por qué en los barrios más pobres de
[diferentes ciudades colombianas] los asesinatos han aumentado mientras
los robos han disminuido”.18 Así mismo, varios autores han señalado el papel
central que ejercen los grupos armados al controlar ciertas violencias en las
zonas donde están presentes (p. e. Cubides et al., 1998).

Por último, la violencia puede cambiar la conducta de la gente si dar lugar


a emociones diferentes al miedo. Entre quienes son allegados a las víctimas, la
violencia solo puede llevar a una obediencia forzosa, marcada por la tristeza
y la indignación. También es posible que, al despertar emociones como la
venganza y el odio y crear creencias negativas sobre el grupo, esta violen-
cia pueda derivar en resistencia o en el deseo de apoyar al bando contrario.
Diferentes autores han documentado esta situación.19

Si bien la violencia puede lograr cierta cooperación de los civiles por


medio de estos distintos mecanismos, se trata de un nivel pobre de coope-
ración: cuando hace alusión a obediencia forzada (motivada por el deseo de
evitar un castigo), la cooperación está condicionada a un monitoreo creíble

18 Revista Semana, 23 de abril de 2005.


19 Por ejemplo Uribe (2001) sobre Colombia y Wood (2003) sobre El Salvador.

— 123 —
HACIA LA RECONSTRUCCIÓN DEL PAÍS

y puede desaparecer cuando el control territorial se ve amenazado. Es de-


cir, se trata de un nivel mínimo de cooperación. Así mismo, la obediencia y
el apoyo que el actor armado puede lograr mediante el mantenimiento del
orden público se reduce a conductas limitadas al ámbito policivo y solo se
mantiene en la medida en que el grupo solo acuda a la violencia con ese fin.
Es decir, únicamente permite al grupo obtener un nivel bajo de cooperación.
Por último, aunque la violencia atemoriza y el monitoreo puede llegar a ser
innecesario en medio de una población sumida en el terror, ciertos actos de
apoyo no provendrán nunca del miedo. Aún más: ante la llegada de otro actor
igualmente violento, la población puede dejar de obedecer.

Ya que el grupo armado está interesado en obtener y defender el control


de territorios, le interesa alcanzar una cooperación civil estable y duradera.
Al lograr una cooperación que, por lo general, es condicional y limitada, la
violencia resulta ser una estrategia insuficiente (e incluso contraproducen-
te). En otras palabras, contrario a lo que suele pensarse, la violencia por sí
sola no puede crear todos los tipos de cooperación que el grupo armado
necesita. Por eso los grupos buscan la obediencia y el apoyo también por
otras vías.

OCUPACIÓN MILITAR, INFILTRACIÓN Y GOBIERNO DE HECHO: LA CREACIÓN DE


NUEVOS ÓRDENES LOCALES COMO ESTRATEGIA

“Las AUC regulan mucho la vida de los civiles. Le dan orden al barrio para
mantener el control” (habitante de Barrancabermeja, Santander).

Si la violencia no puede por sí sola lograr la cooperación civil que el grupo


armado necesita, ¿cuál es la alternativa? A pesar de que las palabras guerra
y orden parecen antónimos, la creación de un nuevo orden local resulta ser
una de las estrategias principales de los grupos irregulares. Mientras la anar-
quía trae grandes obstáculos a quien busca tener el control, el orden ofrece
múltiples ventajas. Para comenzar, un orden basado en reglas claras que se
hacen cumplir aumenta la capacidad de monitoreo del grupo (tanto de los

— 124 —
I PARTE : TERRITORIO Y CONFLICTO

habitantes permanentes como de los forasteros). De otro lado, la creación de


un nuevo orden local permite al grupo armado influir en la vida de los civiles
de maneras que, con el tiempo, pueden originar obediencia y apoyo.

Además, dicha influencia puede ser utilizada para crear un orden de cosas
favorable en términos financieros o políticos. Por ejemplo, el grupo puede
instaurar reglas sobre la actividad económica en la zona que le permitan un
cobro organizado y rentable de impuestos o su participación directa en ac-
tividades lucrativas. También puede utilizar su poder local para aprovechar
espacios políticos y administrativos útiles para diversos fines. Por ejemplo,
la captación de los espacios de poder en las instituciones formales puede
permitir la apropiación directa de recursos públicos con destino a las arcas
de la organización armada. Así mismo, puede brindar espacios útiles para su
visibilidad como actor político, tanto en el nivel nacional como en el interna-
cional. Por último, la creación de un nuevo orden de cosas también posibilita
al grupo armado poner en práctica algunos de sus postulados ideológicos.
Un grupo de izquierda puede, por ejemplo, emprender una reforma de la
propiedad de la tierra o regular los salarios de los trabajadores.

¿Qué características debe tener ese nuevo orden local para favorecer al
grupo armado? Volvamos por un momento a los objetivos que esta organiza-
ción persigue al asentarse en un territorio local: buscar el control del territorio
y la cooperación civil, lo cual es valioso como instrumento para mantener el
control y también por razones de abastecimiento. Pero el control es multidi-
mensional. Si bien lo que cuenta en la confrontación es el control militar o
la soberanía —es decir, la capacidad de excluir al enemigo del territorio—,
tal control es mayor en la medida en que el soberano lo consiga también en
otros ámbitos, además del puramente militar. Adicionalmente, contar con un
control que va más allá de lo militar le permite al grupo utilizar su soberanía
para alcanzar otros fines, tales como obtener recursos para financiarse o
para avanzar en el plano político. Por lo tanto, ese nuevo orden es más útil
para el grupo armado si le permite obtener un mayor dominio sobre distintos
campos de la vida local. En otras palabras, el mejor escenario para el grupo
armado es el que lo convierte en el gobernante de hecho y le permite ejercer

— 125 —
HACIA LA RECONSTRUCCIÓN DEL PAÍS

su poder para crear un nuevo orden de cosas, a la medida de sus necesidades


(no solo militares sino también de otra índole).

Pero un nuevo orden no se instaura en el vacío: se crea sobre un orden


existente, donde conviven los miembros de una comunidad, quienes tienen
capacidad de agencia. Esta comunidad cuenta con una forma particular de
llevar sus asuntos; un conjunto de problemas por resolver y de problemas
resueltos; unas prácticas sociales, económicas y políticas; en fin, una ma-
nera de vivir. Es de esperar, por lo tanto, que la posibilidad de convertirse
en el gobernante de hecho que instaura un orden de cosas a su medida no
exista de manera uniforme en todos los lugares donde los grupos armados
quieren asentarse. Aún más: cabe esperar que en algunos casos hacer eso
sea contraproducente, ya que si la comunidad se opone a la presencia del
grupo, éste obtendría una cooperación pobre; si el grupo le gana el pulso a
la comunidad y la somete por la vía armada, obtendría un nivel mínimo de
cooperación donde solo tendría lugar una obediencia forzosa; si la comunidad
logra sostener su oposición, el grupo cosecharía un nivel nulo de coopera-
ción, en el cual los civiles ni le obedecen ni lo apoyan. Por lo tanto, el grupo
tiene incentivos para autolimitar sus aspiraciones y calibrar su estrategia de
modo que evite la oposición y asegure el mayor grado de cooperación posi-
ble. Mientras en algunos territorios optará por convertirse en el gobernante
de hecho para instaurar un orden local plenamente influenciado por él, en
otros optará por la creación de un orden menos intrusivo.

La decisión de optar por un orden u otro en un territorio dado depende


de las expectativas que el grupo abrigue sobre la reacción que tendría la
comunidad ante las distintas alternativas. Cabe esperar que dichas expec-
tativas sean realistas, por dos razones. Por un lado, estos grupos aprenden
a punta de ensayo y error. El aprendizaje institucional permite calibrar cada
vez con mejor acierto el resultado de las distintas estrategias en contextos
diferentes. En el caso colombiano, varios autores han señalado que en sus
comienzos los grupos paramilitares intentaban quitarle el control a la guerrilla
únicamente mediante el uso generalizado de la violencia. Pero con el tiempo
los comandantes se dieron cuenta de que la violencia, por sí sola, no podía

— 126 —
I PARTE : TERRITORIO Y CONFLICTO

conquistar el apoyo civil y el control, lo que los llevó a interesarse también


por gobernar (p. e. Gutiérrez y Barón, 2006: 270; Romero, 2003).

Por otra parte, existen canales por los cuales algunas organizaciones
que tuvieron éxito en guerras irregulares han transmitido las lecciones que
aprendieron. Esta difusión de ideas sobre cómo luchar en un conflicto irre-
gular ha sido especialmente importante en las guerras de la segunda mitad
del siglo XX. Los documentos de Mao (1937) y Guevara (1960) han sido leí-
dos por la gran mayoría de los líderes de movimientos revolucionarios, no
solo de Suramérica y Centroamérica sino también de África y Asia. Es más:
los dirigentes de diversos grupos guerrilleros recibieron un entrenamiento
similar y adoptaron explícitamente los mismos principios estratégicos de la
lucha de guerrillas.20 En el contexto colombiano, los grupos paramilitares
se “beneficiaron” del aprendizaje de antiguos miembros del EPL, ex comba-
tientes israelíes y miembros retirados de la fuerza pública; además, según
algunos de sus jefes, estudiaron el modus operandi de la guerrilla y trataron
de convertirse en su “espejo” (Aranguren, 2001).

¿Qué explica la reacción de una comunidad determinada ante las distintas


estrategias de los grupos armados? La hipótesis que propongo apunta al papel
que desempeña el sistema de autoridad de la comunidad en el momento del
arribo del grupo armado. Por sistema de autoridad entiendo el conjunto de
normas que regulan la interacción humana de la localidad dada. Dicho sistema
puede variar en tres dimensiones: primero, el reconocimiento de las normas
como válidas (o legítimas) por parte de los miembros de la comunidad;
segundo, su eficacia (es decir, si son obedecidas por la mayoría); y tercero,
su arraigo en la población. El sistema de autoridad de una comunidad está
determinado por su historia, en la que pueden intervenir múltiples factores,
tales como su poblamiento, los movimientos migratorios, la presencia del
Estado, el papel de diferentes iglesias y la presencia de actores no estatales,
legales e ilegales.

20 Agradezco a Stathis Kalyvas por destacar la importancia de esta difusión de ideas en el nivel transnacional.

— 127 —
HACIA LA RECONSTRUCCIÓN DEL PAÍS

Mientras más ineficaz, menos arraigado y poco reconocido sea el sistema


de autoridad, más fácil será para un actor armado asentarse como un nuevo
gobernante de hecho que centralice el poder e instaure un orden local a la
medida de sus necesidades. Los mecanismos detrás de esta relación cau-
sal son dos. Primero, el sistema de autoridad define las oportunidades del
grupo para ocupar espacios vitales de la vida local y, desde allí, influir en
ella. Sistemas de autoridad diferentes implican que el grupo armado puede
encontrar aceptación en la comunidad si adopta un papel pero no otro. Se-
gundo, las comunidades que cuentan con un sistema fuerte de autoridad se
caracterizan por presentar una mayor cohesión social y una mayor capacidad
organizativa; dado que estos dos factores conllevan una mayor competencia
para resolver problemas de acción colectiva (Ostrom, 1990), estas comuni-
dades poseen una más alta posibilidad de iniciar y sostener un movimiento
de neutralidad o de resistencia. Cuando el sistema de autoridad es más débil,
dicha capacidad es menor.

Como sugerí antes, dado que optar por una estrategia que despierte
resistencia acarrea el peor de los escenarios posibles (en el mismo el grupo
logra un nivel nulo o mínimo de cooperación), el grupo tiene incentivos
para autolimitar su intervención y optar por un orden menos intrusivo en
aquellos casos en que anticipa una alta probabilidad de oposición. Esta in-
terrelación entre el sistema de autoridad de la comunidad, la estrategia del
grupo armado y la reacción de la población civil, lleva a la creación de tres
tipos de orden local:

i) En las comunidades donde el sistema de autoridad es débil —en otras pa-


labras, ineficaz, poco reconocido y poco arraigado—, el grupo opta por la
creación de un orden al que me referiré como orden de control social. Este
nuevo orden se caracteriza por la transformación de múltiples dinámicas
locales que, a través de diversos mecanismos, favorecen la obediencia y el
apoyo de la población civil en diversos espacios de la vida local. El grupo,
por lo tanto, alcanza un alto nivel de cooperación.21

21 El concepto de orden alternativo insurgente propuesto por Uribe (2001) comparte rasgos con el orden de control social. Sin
embargo, según la tipología que propongo, los órdenes alternativos insurgentes pueden ser órdenes de control social u órdenes
de infiltración.

— 128 —
I PARTE : TERRITORIO Y CONFLICTO

ii) En las comunidades que cuentan con un sistema de autoridad fuerte —efi-
caz, reconocido como válido por sus miembros y arraigado en ellos— el
grupo armado opta por instaurar un orden de ocupación militar. En él,
la comunidad se limita a obedecer de forma pasiva únicamente en lo re-
ferente al plano militar, lo cual solo permite al grupo contar con un bajo
nivel de cooperación civil.

iii) En comunidades que tienen un sistema intermedio de autoridad, en el


cual el reconocimiento, el arraigo y la eficacia no están tan consolidados,
el grupo busca crear un orden de infiltración donde pueda gobernar a la
sombra, utilizando diferentes fórmulas. La comunidad acepta su presencia
pero suele limitar su obediencia y su apoyo a ciertas esferas de la vida
local. Por lo tanto, el grupo encuentra una cooperación intermedia. Como
se verá, en algunos casos este orden puede transitar hacia un orden de
control social donde el grupo alcance un alto nivel de cooperación.

En cada uno de estos órdenes el grupo alcanza el mayor nivel posible


de cooperación, dado el sistema de autoridad de la comunidad. Por lo tan-
to, el grupo no tendría ningún incentivo para optar por otro tipo de orden
local. Como sugiero más adelante, hay un cuarto tipo de orden local —al
que llamo coercitivo—, cuando el grupo se relaciona con la población civil
exclusivamente por medio de la violencia o el terror. Para hacer más explí-
cito el argumento, la Tabla 1 muestra los resultados que el grupo obtendría
en las posibles situaciones hipotéticas. En las secciones 4, 5, 6 y 7 exploro
la manera como los grupos armados penetran en la comunidad e instauran
cada uno de estos órdenes locales. En el análisis discuto con más detalle el
argumento y los mecanismos y microfundamentos que lo sustentan.

Tres factores adicionales influyen en la elección del grupo armado: la com-


petencia entre diferentes actores armados, el valor estratégico del territorio y
la capacidad política y militar del grupo en general o de una unidad particular.
Por diferentes razones, estos factores pueden llevar a que el grupo adopte
el terror como estrategia e instaure un orden local coercitivo. Por un lado,
pueden alterar la importancia relativa del corto y el largo plazos, haciendo

— 129 —
HACIA LA RECONSTRUCCIÓN DEL PAÍS

Tabla 1. Niveles de cooperación civil en diferentes escenarios de


interacción entre grupos armados y comunidades

Sistema de autoridad de la comunidad


Débil Intermedio Fuerte
Tipo de orden
local que el
grupo armado Coercitivo Nula o mínima Nula o mínima Nula o mínima
pretende
instaurar.
Ocupación militar Baja Baja Baja
Infiltración Intermedia o alta Intermedia o alta Nula o mínima
Control social Alta Nula o mínima Nula o mínima

* Las celdas grises indican los patrones de interacción más frecuentes, según el argumento.

de la construcción de otros órdenes locales una opción menos tentadora que


el uso exclusivo de la violencia. De otro lado, pueden llevar a que el grupo
vea más fácil “eliminar” a la población mediante el desplazamiento masivo
o, incluso, la aniquilación, en lugar de intentar lograr su cooperación. Esta
medida puede ir seguida de la “reubicación” de poblaciones cooperantes en
dicho territorio. La sección siete explora el proceso que lleva a los órdenes
coercitivos.

Vale la pena insistir en que las estrategias de los grupos armados, los siste-
mas de autoridad y los patrones de creación de órdenes locales identificados
en esta sección son tipos ideales y como tal no pretenden describir todos
los casos que en realidad se observan. Se trata más bien de herramientas
analíticas que ayudan a capturar aspectos centrales de la interacción entre
grupos armados y comunidades locales y, por ello, permiten entender una
dimensión importante de la forma que toma la guerra local, así como de sus
complejas implicaciones sobre la población civil.

— 130 —
I PARTE : TERRITORIO Y CONFLICTO

ETAPAS DEL PROCESO DE CREACIÓN DE UN NUEVO ORDEN LOCAL

Antes de pasar al análisis de la creación de los distintos órdenes locales,


es importante identificar las etapas generales que supone este proceso.
Aunque se trata de una sucesión compleja de eventos, es posible identificar
tres etapas ideales (Figura 1). Los segmentos grises simbolizan el periodo en
que dos etapas se sobreponen y donde el paso de una a otra es difuso.

En la primera etapa el grupo armado no tiene una presencia en la lo-


calidad, por lo cual permanece vigente un orden local preexistente. Este
orden puede ser producto de diversas experiencias, incluida la presencia de
grupos armados en el pasado o en el presente. El proceso de creación de un
nuevo orden comienza cuando el grupo armado se interesa por controlar
este territorio. Lo primero que el grupo hace es acopiar información sobre
la comunidad que allí habita. Los combatientes suelen recoger esta informa-
ción de un modo discreto, por lo general mediante visitas clandestinas o por
medio de personas que conocen a la comunidad y proporcionan datos. Estas
actividades no suelen trastornar el orden local preexistente.

La segunda etapa varía en función de la presencia de otro grupo armado


en el territorio. Cuando existe competencia, el grupo opta por el uso de la
violencia y, a medida que ésta se intensifica, transita hacia un orden local
coercitivo. Como se verá más adelante, el grupo que logra expulsar al enemigo
puede iniciar un nuevo proceso de construcción de un orden local.

Si en el territorio no existe otro grupo armado, la segunda etapa consiste


en el comienzo del proceso de construcción del nuevo orden local. Para ello,
la agrupación intenta penetrar a la comunidad o a un sector de ella median-
te diversas estrategias. En esta etapa la organización también acostumbra
identificar a quienes podrían convertirse en un obstáculo para la creación del
nuevo orden local que pretende instaurar. Estas personas corren el riesgo de
ser seriamente advertidas, expulsadas o asesinadas. El proceso puede durar
unas semanas, meses o años.

— 131 —
HACIA LA RECONSTRUCCIÓN DEL PAÍS

Figura 1. Etapas del proceso de creación de orden local

El paso de la segunda a la tercera etapa es difuso. Tras haber penetrado


en la comunidad y tender algunos lazos con ella, el destacamento comienza
a adoptar medidas dirigidas a consolidar su presencia y ejercer un papel
específico en la vida local. La injerencia del grupo va creando nuevas expre-
siones que, con el tiempo, llevan a la consolidación de un nuevo orden. En
él encuentra determinado nivel de cooperación civil y una capacidad mayor
o menor de utilizar su control para otros fines.

Como cualquier régimen, el nuevo orden local que se instaura no es


eterno, ni fijo ni estático. Ese orden local puede ser transformado por la
llegada de un nuevo grupo armado o la presencia de otro actor que actúe
como detonante de la movilización social. Incluso, puede verse modificado
por cambios radicales de la economía local, regional y nacional, lo mismo
que por la presencia institucional del Estado o la inserción formal de la co-
munidad en la vida política de la región.

En este sentido, las tres etapas son una herramienta analítica que resulta
útil para analizar los procesos de cambio. No se trata de un esquema capaz
de capturar en estas tres etapas la historia de cualquier comunidad (a lo
largo del conflicto armado). Se trata de un proceso en el cual el orden exis-

— 132 —
I PARTE : TERRITORIO Y CONFLICTO

tente es interrumpido en ocasiones (en las llamadas etapas de transición), y


esas interrupciones pueden ser extremadamente largas y traer consigo un
desorden generalizado con mayores o menores niveles de violencia. Puede
pensarse en un continuo en que en la mayoría de los casos se pasa de un
orden a otro mediante cambios más o menos lentos y más o menos violentos.
De hecho, Colombia cuenta con numerosos casos de poblaciones que han
hecho el tránsito de un orden local a otro, bajo múltiples actores armados,
uno detrás del otro, por décadas.

4. El orden local de control social

ORDEN PREEXISTENTE, TRANSICIÓN Y CONSOLIDACIÓN DE UN ORDEN


DE CONTROL SOCIAL

“Aquí no había Ejército. Había solo inspecciones de policía. La presencia del


Estado era nula, porque los programas sociales que había no respondían
a las verdaderas necesidades del municipio. La explotación que vivían los
obreros por parte de los empresarios era muy fuerte y el Estado nunca se
pronunció al respecto. Como no había presencia del Estado, la población
comenzó primero a ver a los grupos guerrilleros como esos que cumplían
las funciones del Estado. Comenzaron a otorgarles ese poder de reinar
en el municipio (…) Había todo un contacto con la población, porque la
población no conocía otra instancia reguladora” (habitante de Apartadó,
Antioquia).

“En las veredas los paras eran una especie de paraestado que solucio-
naba todos los problemas de los civiles, desde deudas hasta maltrato
familiar (…) A los jóvenes les gusta mucho ser paras y los que no lo son
los admiran y respetan. Las niñas se ‘derriten’ por los comandantes y los
combatientes. Siempre tienen carros, mucha plata y armas” (habitante de
Granada, Meta).

Testimonios como éstos son comunes en zonas donde la presencia del


Estado ha sido tradicionalmente débil y las comunidades no han tenido la

— 133 —
HACIA LA RECONSTRUCCIÓN DEL PAÍS

posibilidad de crear y sostener mecanismos propios y arraigados para orga-


nizarse y resolver sus conflictos. Al no contar con instituciones reconocidas
y eficaces, estas comunidades suelen carecer de una entidad que actúe como
garante de los acuerdos y monopolice el derecho a la venganza mediante
un sistema de justicia. Así mismo, si hay delincuencia u otros problemas de
orden público, no existe una instancia centralizada o una norma suficiente-
mente arraigada que permita resolverlos.

Sumada a esto aparece la ausencia de bienes públicos, los cuales son di-
fícilmente provistos en una comunidad que carece de una autoridad clara o
de un arreglo institucional que vele por su sostenimiento o permita la acción
colectiva necesaria para ello (Ostrom, 1990). Dada la necesidad de una fuente
de orden público y la débil organización social necesaria para sostener un
movimiento de resistencia, el espacio que estas comunidades ofrecen para
que un actor que aspira a gobernarlas llene el vacío es inmenso. En esto
coinciden los pobladores de diversas zonas rurales y urbanas. Por ejemplo,
un habitante de Apartadó afirma lo siguiente:

“No había garantías para la población. A todos los grupos les quedaba muy
fácil llegar acá porque antes no había nada. Nadie conoció otra manera
de gobernar que la que imponían los grupos, tanto los guerrilleros como
los paramilitares” (habitante de Apartadó, Antioquia).

Así mismo, un ciudadano de Montería dice lo siguiente sobre la presencia


de las AUC en Córdoba:

“La poca presencia del Estado propició la creación de las AUC. La gente
estaba esperanzada de que tal vez así fueran a encontrar en las AUC la
solución a sus problemas sociales” (habitante de Montería, Córdoba).

En contextos como estos, el grupo armado no encuentra mayores obstácu-


los para tomar el poder y convertirse en el gobernante de facto. Dicho poder
se basa en las armas y la débil organización social, que hace poco probable

— 134 —
I PARTE : TERRITORIO Y CONFLICTO

la resistencia. Pero, además, se basa en el papel que el grupo comienza a


cumplir en la comunidad. Al actuar como juez, policía, conciliador, defensor
del ambiente y garante del orden, el grupo se convierte en un actor central
que controla múltiples ámbitos de la vida local. Con el tiempo, esa función
transforma dinámicas locales y, con ello, algunas creencias y preferencias
de los civiles. En este nuevo contexto puede haber múltiples motivaciones
para obedecer, e incluso para realizar actos de apoyo.22

El grupo armado no tiene ningún incentivo para optar por otras estra-
tegias, ya que, al convertirse en el gobernante de hecho, obtiene todas las
ventajas que ofrece el hecho de establecerse en un territorio y encuentra poca
resistencia. De un lado, el grupo logra el nivel de cooperación civil más alto
posible: obediencia y apoyo amplios, cosa que, como sugiero más adelante,
es el resultado de su influencia en diversos campos de la vida local. De otro
lado, ostentar un poder que va más allá de lo militar y permite organizar de
un modo u otro a la comunidad también brinda al grupo la oportunidad de
transformar el orden económico, político y social de maneras que le resultan
favorables.

Por ejemplo, el grupo puede organizar ciertas actividades económicas


para obtener beneficios a partir de impuestos o, como sucede en Colombia,
centralizando la plantación, producción o comercio de recursos valiosos, como
la coca. Así mismo, el grupo puede interferir en las reglas del juego político
para poder apropiarse de las finanzas públicas locales, penetrar instituciones
cuyos favores (u obediencia) pueden resultar útiles o transformar prácticas
sociales susceptibles de poner en riesgo el control militar (como prohibir
fiestas que atraen la presencia de soldados y policías). En conclusión, esta
estrategia brinda las mejores opciones para lograr la cooperación civil y el
control del territorio, mientras ofrece ventajas adicionales para las finanzas
y el manejo político. Cualquier otra estrategia en este contexto llevaría a un

22 La facilidad con la que los grupos armados pueden penetrar comunidades que no cuentan con una presencia institucional ha sido
reconocida por varios académicos y analistas del conflicto colombiano. Véase por ejemplo González (1997); González et al. (2003);
LeGrand (1994); Molano (1994); Uribe (2001).

— 135 —
HACIA LA RECONSTRUCCIÓN DEL PAÍS

resultado más pobre desde la perspectiva del grupo armado que opera en
una guerra irregular.

¿Cómo logra el grupo instaurar ese nuevo orden local? En la primera etapa
el grupo armado recoge información sobre los miembros de la comunidad:
quiénes son, qué problemas enfrentan, qué necesidades existen, quiénes
podrían convertirse en aliados importantes, de quiénes cabe esperar la mayor
reticencia, qué divisiones internas existen y cuáles son los principales pro-
blemas que afectan a la comunidad? Un desmovilizado de las Farc recuerda
ese proceso con estas palabras:

“Cuando estábamos llegando a la zona, mandaban [a los combatientes] a


ir casa por casa, vereda por vereda: ‘Hagan censo de población y mapa’.
Luego, en otro viaje: ‘Vayan a una vereda más y se devuelven’. Así se
construía el corredor. Algunos sitios habían sido antes del movimiento.
En esos llegaban en comisión, unas dos personas. Ellos van hablando con
los campesinos. Se empieza a reactivar el vínculo”.

En una segunda etapa los combatientes llegan a la zona, bien sea vestidos
de civil o vistiendo su uniforme militar. Combinan la provisión de bienes priva-
dos –como mercados para familias necesitadas o asistencia a enfermos– con
la organización de la comunidad para proveer o regular un bien público. En
algunas ocasiones el grupo adopta tempranamente el papel de garante de
la seguridad mediante la amenaza, el destierro o el asesinato de ladrones,
violadores y otros tipos de delincuentes.

Estas conductas tienden a ser vistas como mejoras para la comunidad y


difícilmente suscitan rechazo. Con el tiempo, pueden llevar a la aceptación
y gratitud de algunos pobladores. Las palabras de un desmovilizado de las
Farc en este sentido son ilustrativas:

“Cuando usted llega a esas zonas (…) y le ayuda a una persona a levantar
la casa, o aparece con un mercado en una casa necesitada, o logra orga-

— 136 —
I PARTE : TERRITORIO Y CONFLICTO

nizar a la comunidad para construir algo, como un camino (…) luego esas
personas no le negarán su ayuda, así tengan que arriesgar su propia vida.
Y así, poco a poco, van siendo más y más, hasta que se puede llegar en
grupo y de uniforme a la zona a organizar en serio a la comunidad”.

Desde la perspectiva de los pobladores, esta presencia incipiente puede


vivirse como la de un agente que propone organización, orden y una serie
de cambios positivos (ya sean individuales o referidos a toda la comunidad).
En este sentido, aceptar su presencia no supone aliarse con un bando del
conflicto armado. Más bien, se trata de permitir a un actor que continúe con
una serie de prácticas que traen beneficios y son valoradas y que, además,
cuenta con una gran capacidad de ejercer violencia. En este contexto, algunos
pueden aceptar la presencia del grupo por la expectativa de cambios positi-
vos, otros por el temor a su poder coercitivo y otros por reciprocidad.23 Así
lo sugieren algunos habitantes de un municipio de Cundinamarca al referirse
a los primeros años de convivencia con las Farc:

“Cuando llegaron dijeron todo el discurso, con confianza: que conocen a


tal compadre, al otro. Poco a poco crearon una telaraña social que avanzó
rápido. También con relaciones amorosas (de guerrilleros y civiles) y con
plata: al que no tenía para el mercado se le daba y a otros para pagar deu-
das. Ayudaron a muchos. Incluso contrataban una orquesta para fiestas
dos días seguidos. La mitad de la cerveza la pagaban ellos y mandaban
asar novillos completos. ¿Quién no iba a coger fuerza así?” (habitante de
una vereda del departamento de Cundinamarca).

Lentamente se inicia la transición hacia la tercera etapa cuando se ins-


taura un orden de control social. Para ello el grupo comienza por establecer
algunas normas de comportamiento y da muestras claras de su poder como
actor armado. Poco a poco va expandiendo su influencia a otras áreas de
la vida local, hasta consolidarse como el gobernante de hecho. Dicho go-

23 Sobre la reciprocidad como factor explicativo de la participación civil en guerras civiles véase Wood (2003).

— 137 —
HACIA LA RECONSTRUCCIÓN DEL PAÍS

bierno centraliza todo el poder: mantiene el orden público; por lo general,


regula diferentes bienes públicos; establece mecanismos para solucionar los
conflictos privados e inclusive instaura un nuevo código de conducta para
la comunidad (que regula, por ejemplo, el trato intrafamiliar, la manera de
vestir o el comportamiento sexual).

La evidencia de la adopción de estas prácticas por parte tanto de grupos


guerrilleros como de paramilitares es abundante. En el campo periodístico,
hace algunos años una noticia sobre la captura de un comandante de las
Farc reveló que esta organización disponía, incluso, de una oficina de quejas
abierta al público en Caquetá.24 En 2004, cuando comenzaban las negociacio-
nes entre el gobierno y las AUC, Santafé Ralito (Córdoba) fue descrito por el
periódico El Tiempo con la siguiente frase: “En esta zona de Córdoba, donde
los paramilitares adelantarán su negociación con el gobierno, el Estado se
llama ‘08’”.25 Según el artículo, “08” se encargaba directamente del hospital,
los colegios, la delincuencia, el comercio y el mantenimiento de las carreteras.
Diversos estudios de caso proporcionan también un abundante material sobre
las prácticas de índole estatal que adoptan en muchos territorios los diversos
grupos armados que han operado en Colombia (p. e. Aguilera; Gutiérrez y
Barón, 2006; Madariaga, 2006; Torres, 2004).

Con ocasión del trabajo de campo de esta investigación, en algunas co-


munidades las conversaciones aludían una y otra vez a todo tipo de prácticas
reguladoras puestas en marcha por estas organizaciones. Una persona entre-
vistada en un municipio del Meta describió la presencia de los paramilitares
en su pueblo de la siguiente manera:

“Ellos tienen una gran influencia en la manera en que la vida de la gente está
organizada. Aquí son algo así como el Estado. Regulan todo y ponen normas
como, por ejemplo, no violar, no robar o no pegarles a los niños”.

24 El Tiempo, 8 de febrero de 2005.


25 El Tiempo, 16 de mayo de 2004.

— 138 —
I PARTE : TERRITORIO Y CONFLICTO

En el otro extremo del país, un habitante de la ciudad de Cúcuta describió


así la presencia de otro grupo paramilitar:

“Los paramilitares se convirtieron en la ley. Ellos resolvían los problemas


entre vecinos y la gente los buscaba para resolver sus asuntos. Pusieron
normas sobre la vida cotidiana. Prohibieron el pelo largo y los aretes
en los hombres. También erradicaron a todos los jóvenes que [usaban]
drogas”.

A medida que el grupo armado ejerce como gobernante de hecho va lo-


grando consolidar un sistema de control social que transforma de diversas
maneras la vida de la comunidad. Cambia el orden público, la economía, las
prácticas políticas y, también, el conjunto de derechos y obligaciones de los
individuos. En medio de esta red de normas y sanciones —y también bajo el
influjo de un gobernante que controla todo—, el nivel de obediencia es alto
y los actos de apoyo son cotidianos, aunque esto no implique el respaldo
a su lucha ni a su actividad armada, como lo sugiere el testimonio de un
campesino que convivió por más de quince años con las Farc:

“Aquí les regalaban la comida [a las Farc] y se les ayudaba cuando pedían
algo (…) La gente acudía a ellos para resolver cualquier asunto. Todos iban a
hablar con ellos (…) Yo creo que el setenta por ciento de la gente reconocía
las mejoras de la comunidad pero no sus ideales [de las Farc]. Creían más
en el trabajo local pero no en su proyecto político. [Por ejemplo,] sí hubo
muchos que se fueron con ellos [como combatientes] por gusto, pero por
lo general sus padres no estaban de acuerdo” (habitante de una vereda de
Tierralta, Córdoba).

HACIA LA COOPERACIÓN EN UN ORDEN DE CONTROL SOCIAL:


MECANISMOS Y MICROFUNDAMENTOS

¿Cuáles son los mecanismos mediante los cuales un orden de control social
transforma el comportamiento de la población civil? En lo que sigue sugiero

— 139 —
HACIA LA RECONSTRUCCIÓN DEL PAÍS

que la obediencia masiva y los actos de apoyo (más o menos cotidianos) son
el producto de múltiples motivaciones y complejos mecanismos que pasan
por la transformación de preferencias, creencias y alternativas disponibles.

Primero, en cualquier zona donde están presentes de modo permanente


los grupos armados la violencia cumple una función esencial. Como lo se-
ñalo en la tercera sección de este artículo, hay diversos mecanismos por los
cuales el empleo de la violencia (y la amenaza) transforma la vida local y el
comportamiento de los individuos. Muchos de estos mecanismos tienen lugar
cuando el grupo armado busca instaurar un orden de control social, aun si
una parte importante de la población tiene una percepción positiva de dicho
gobierno, de sus efectos o de algunos de sus componentes. Esta combinación
de temor y reconocimiento es palpable en las memorias de muchos:

“Aquí a la gente le impusieron estos grupos. Nadie los quiso, pero su


presión era tan fuerte y su ejercicio de poder tan contundente, que a la
gente le tocó aceptarlo. Igual, era la única institucionalidad que conocían”
(habitante de una vereda de Antioquia).

“Hasta ese momento en las zonas rurales [la relación con las Farc] era más
como de un respeto impuesto. No los veían como héroes pero tampoco
como asesinos” (habitante del departamento de Sucre).

El segundo mecanismo está relacionado con la creación de creencias


positivas respecto del grupo armado. Al proporcionar a la comunidad (o
a ciertos individuos) algo que necesita, el grupo da razones para creer en
su compromiso con los asuntos de la población. Los civiles estarán más
dispuestos a obedecer y respaldar a un actor que ellos estiman que trabaja
por el bien común, tanto porque esperan beneficios para sí mismos o para
su comunidad, como porque se guían por principios morales elementales,
como el de reciprocidad. Este proceso se apoya también en el manejo del
discurso, como se verá más adelante. El testimonio de varios mandos me-
dios y de combatientes de base encargados del trabajo con las masas o el

— 140 —
I PARTE : TERRITORIO Y CONFLICTO

trabajo social describe este tipo de necesidades como la mejor oportunidad


que tiene el grupo de crear una base social. Un antiguo comandante medio
de las Farc detalló la situación en los términos siguientes:

“La mejor manera para penetrar un territorio es identificando lo que la


gente necesita. Aún más, lo que la gente sueña. Si la organización tiene
la capacidad de trabajar directamente por ese resultado, o presionar a las
autoridades locales para que lo hagan, debe hacerlo. ¿Por qué? Porque ésta
es la mejor manera de ganarse a la gente, de crear una base social”.

Un tercer factor muestra que, al gobernar tanto la vida privada como


pública, el grupo armado se convierte en un actor local muy poderoso. Esta
importancia no radica solamente en la capacidad de infligir violencia: debido
a su capacidad de decidir prácticamente sobre todos los asuntos locales y ser
el artífice de muchos cambios, la mayoría de los civiles abriga razones para
estar en buenos términos con los combatientes. Aquellos que quieren acceder
al poder, por ejemplo, tienden no solo a obedecer sino también a apoyar al
grupo, como lo harían con cualquier otro gobernante. Otros, cuyas actividades
dependen en mayor medida de las decisiones del grupo, pueden verse preci-
sados a obedecerle y apoyarlo con el fin de estar en buenos términos con él.
Es el caso de algunos comerciantes, que en ciertas zonas deben contar con
el permiso de las Farc o las AUC para llevar a cabo sus actividades. Lo mismo
puede ocurrir con los transportadores y los trabajadores y empresarios de
otros sectores económicos. De este modo, al convertirse en el factor clave
para tener acceso a los derechos básicos, las oportunidades y los recursos,
el grupo armado ocupa un lugar paradójicamente parecido al del cacique en
un sistema clientelista.26

En cuarto lugar, el grupo ejerce influencia en las creencias y preferencias


de los individuos mediante el manejo del espacio donde se intercambian ideas.

26 El término ‘clientelismo armado’ ha sido usado para referirse a dos prácticas distintas (aunque relacionadas entre sí). Una se
refiere a la apropiación de recursos públicos (Álvaro 2007; Peñate 1999; Rangel 1998; Sánchez y Chacón 2006). A esta práctica

— 141 —
HACIA LA RECONSTRUCCIÓN DEL PAÍS

Al vigilar lo que se dice y lo que se calla, los grupos pueden, con el tiempo,
obtener un poder enorme sobre los discursos disponibles y su validación.
Aunque limitado, el poder sobre lo que se dice suele dejar secuelas en lo que
se ve, lo que se interpreta y lo que se piensa, como bien lo saben los líderes
autoritarios que, aun cuando se sienten muy poderosos, se desvelan por con-
trolar los flujos de información.27

El quinto mecanismo mediante el cual el orden de control social transforma


el comportamiento de los civiles es más complicado: la obediencia a un actor
reconocido como una autoridad.28 Este instrumento incluye dos etapas. En
la primera los civiles reconocen al grupo armado como una autoridad; en la
segunda, dicho reconocimiento conduce a la obediencia.

¿Qué puede llevar a un civil a reconocer a un grupo armado como una


autoridad?29 Siguiendo el trabajo de diferentes autores, se pueden identi-
ficar dos vías por las que puede surgir dicho reconocimiento: a través de
emociones, como el miedo y el respeto (Ball, 1987; Maquiavelo, 1988) y en
el curso de la formación de nuevas creencias, ya sea a partir de un proceso
de racionalización basado en la propia experiencia (Elster, 2007) o de un
adoctrinamiento. Si bien estos mecanismos también pueden tener lugar en
tiempos de paz, es importante señalar que los grupos armados que instauran
un orden de control social suelen limitar la libre expresión y la deliberación,
los cuales afectan tanto la imagen del gobernante como la capacidad de los

me referiré más adelante. La segunda acepción del término se refiere a la centralización del poder y la ‘influencia’ de un actor sin
el cual los ciudadanos no pueden acceder a recursos, trámites o servicios (Sousa Santos y García Villegas 2001).
27 Aquí cabría una larga lista de fuentes académicas, periodísticas y nombres propios tanto de dictadores como de presidentes en
regímenes democráticos.
28 La autoridad es uno de los conceptos más complejos de la teoría política, pero también uno de los más relevantes. A pesar de los
problemas que puede acarrear el uso de este término, es necesario para capturar el mecanismo al que me refiero aquí. Parto de la
definición de Hannah Arendt (1993:93) donde la obediencia a una entidad reconocida como autoridad “excluye el uso de medios
externos de coerción; donde la fuerza es utilizada, la autoridad como tal ha fallado”. Al mismo tiempo, “la autoridad es incompatible
con la persuasión, la cual presupone igualdad y opera a través de un proceso de argumentación. Cuando los argumentos son
utilizados, la autoridad se deja en suspenso… Si la autoridad debe definirse, debe hacerse en contraste tanto a la coerción por la
fuerza como a la persuasión a través de argumentos”.
29 En otro lugar exploro este punto de un modo más exhaustivo (Arjona 2007).

— 142 —
I PARTE : TERRITORIO Y CONFLICTO

civiles de cuestionar su comportamiento, y mucho más de discernir. Por lo


demás, el hecho mismo de vivir durante años bajo el gobierno de un actor
que lo domina todo puede llevar a transformar las creencias sobre la legiti-
midad de ese actor para gobernar, ya sea por el reconocimiento de su labor
o por el mecanismo conocido como “reducción del efecto de disonancia”
(mediante el cual la persona intenta inconscientemente reducir la distancia
entre sus preferencias y sus creencias). Si, además, la agrupación cuenta
con un nivel alto de cooperación, esta aceptación generalizada —aun si no
está basada en un acuerdo con el grupo o sus intereses— puede contribuir
a ampliar el halo de prestigio, poder y eficacia que se va creando alrededor
del grupo armado.

En cuanto al paso del reconocimiento de un actor como autoridad a la


obediencia, diferentes investigadores han señalado que el mismo hecho de
reconocer a una entidad como autoridad suele llevar a la obediencia. Con base
en sus experimentos, Milgram (1974) afirma que “existe una propensión en
la gente a aceptar las definiciones de una acción por parte de una autoridad
legítima”. Otros experimentos realizados por psicólogos encontraron la misma
relación entre el reconocimiento de la autoridad y la obediencia.30 Si bien
puede decirse que se trata de una correlación muy bien documentada, los
mecanismos que la sustentan todavía no han sido enteramente entendidos.
¿Por qué la obediencia arranca del reconocimiento de una persona como
una autoridad? En otro lugar sugiero que diversos mecanismos pueden estar
detrás de esta relación (Arjona, 2007), así: i) la creación de nuevas creencias:
cuando un civil reconoce a un grupo armado como una autoridad, puede
adoptar creencias basadas parcial o totalmente en las creencias del grupo,
lo cual favorece la obediencia; ii) el hábito, en el cual puede tener un papel
central la formación de preferencias patológicas (Elster, 1983; Sen, 1987); iii)
las emociones, de las cuales quizás la más importante es el sentimiento de
admiración, que Arendt (1979: 307) identificó como central en la obediencia
a los regímenes totalitarios.

30 Por ejemplo, Mantell (1971) y Martin et al. (1976).

— 143 —
HACIA LA RECONSTRUCCIÓN DEL PAÍS

La siguiente descripción de la presencia de las Farc en el sur de Colombia


sugiere que al crear un orden de control social el grupo busca, entre otras
cosas, precisamente convertirse en una autoridad reconocida:

“El gran proyecto de (...) las Farc (...) pretendió por más de cinco años im-
poner su propio sistema de gobierno. ‘Aquí somos la primera autoridad’,
sentenciaron las Farc en un comunicado (…) Y de eso dan fe los habitantes
de Miraflores, Cartagena del Chairá, El Retorno y Calamar, al mostrar los
carnés que certificaban su identidad y nacionalidad: farianos”.31

Por último, el hecho de que el grupo armado sea una autoridad recono-
cida por muchos abre aún más el abanico de los tipos de apoyo que pueden
brindar los civiles. Una vez que saben que otros miembros de su comunidad
ven al grupo armado como una autoridad, aquellos que quieren alcanzar un
mayor reconocimiento, estatus o prestigio, bien pueden encontrar en el apoyo
al grupo la mejor manera de lograrlo. Un claro ejemplo es el reclutamiento,
motivado muchas veces por el deseo de adolescentes de ganar posición
social, respeto y admiración.32

5. El orden local de ocupación militar

“La comunidad era cerrada y no hablaba con ellos (…) Había varias formas
de organizarse. Lo que pasaba normalmente era que pedían colaboración
para realizar ciertas actividades, como un arreglo a vías, pero había re-
sistencia de la comunidad indígena” (habitante de resguardo indígena,
Caquetá).

Una comunidad que cuenta con un sistema de autoridad eficaz, válido y


arraigado supone un reto bien diferente para el grupo armado que pretende
controlar su territorio. Por un lado, la población no necesita de ningún ente

31 El Tiempo, 4 de abril de 2005.


32 Para una discusión de la evidencia empírica que apunta a la existencia de este patrón en distintas guerras irregulares ver Arjona
(2005).

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I PARTE : TERRITORIO Y CONFLICTO

ordenador que ejerza las funciones de una autoridad inexistente. Todo lo


contrario: dicha autoridad existe, es reconocida por los miembros de la co-
munidad y su función reguladora funciona. Por lo tanto, los civiles no verán
con buenos ojos la oferta de un actor externo que se presenta como el líder
de nuevas iniciativas para organizar la vida local. Más bien la tomarán como
una imposición y una afrenta a su autonomía.

La fortaleza de este sistema de autoridad facilita también la acción co-


lectiva. Al contar con unas normas (formales e informales) compartidas,
reconocidas y arraigadas, esta comunidad tiene una mayor capacidad para
organizarse y sostener un proyecto común.33 Si un grupo armado intenta
gobernarla, lo rechazará. Este rechazo puede consistir en la negociación (por
lo general a través de sus líderes), la neutralidad o la resistencia. La nego-
ciación consiste en permitir al grupo un tipo específico de presencia en su
territorio, definido por un conjunto de prácticas que respeten la autonomía
de la población y permitan al grupo armado cierto nivel de control territorial.
La neutralidad supone declarar su territorio como propio y libre de la presen-
cia de ese factor armado (o de todos). La resistencia puede consistir en una
lucha armada, un movimiento pacífico o el compromiso colectivo de utilizar
las herramientas de los débiles –para emplear el término de Scott (1985)–,
que consiste en pequeñas instancias de resistencia cotidiana.34

En este contexto, el grupo armado que intenta crear un orden de control


social enfrenta una alta probabilidad de tener que elegir entre atender las
exigencias de una comunidad sólida y organizada o enfrentarse a su oposi-
ción. Si negocia —esto es, si accede a limitar sus pretensiones—, optará por
crear un orden local de ocupación militar donde limita su intervención a un

33 La importancia de la existencia de normas compartidas en la acción colectiva ha sido señalada por diferentes estudios teóricos
y empíricos. El estudio de Olson (1990) sigue siendo la referencia por excelencia. Sobre los resultados de estudios en economía
experimental véase por ejemplo Ledyard (1995) y Offerman (1997).
34 Diferentes autores han señalado que la resistencia sólo es posible cuando existe una fuerte cohesión social. Las reflexiones de
Molano (2004) sobre la tensión que existe entre la autoridad indígena y las Farc son particularmente interesantes a la luz de este
argumento: el autor describe la resistencia pacífica característica de diversos grupos indígenas como una consecuencia directa
de la fuerza de su autoridad y su reconocimiento por parte de los miembros de la comunidad.

— 145 —
HACIA LA RECONSTRUCCIÓN DEL PAÍS

plano puramente militar que no amenaza el orden y el autogobierno de la


comunidad (aunque puede implicar actos de violencia contra ella). En este
orden, el grupo contará con un nivel bajo de cooperación. Si no negocia y
logra someter a la comunidad, ésta obedecerá de manera forzosa, por lo
que el grupo solo obtendrá un nivel mínimo de cooperación. Si no consigue
someter a la comunidad, obtendrá un nivel nulo de cooperación. Dados los
posibles escenarios, a la agrupación le conviene autolimitar su estrategia y
optar por la creación de un orden local de ocupación militar.

Al igual que en otros territorios, la creación del orden de ocupación mi-


litar comienza cuando el grupo acopia información sobre la comunidad. En
la etapa de transición contacta a los dirigentes e intenta penetrar de algún
modo en las redes y los estamentos de poder. Aquí puede encontrarse con
las exigencias formales de la comunidad o con una resistencia más pasiva,
que simplemente le cierra espacios. Puede, incluso, presentarse una etapa
de violencia en la cual el grupo pone a prueba la capacidad de reacción de
la población.

En la tercera etapa, cuando el grupo armado ve en la comunidad una ame-


naza creíble de resistencia, crea un gobierno mínimo, que consiste únicamente
en la regulación de conductas directamente relacionadas con la seguridad,
tales como el porte de armas, el empleo de la violencia, la movilidad en el
territorio (de bienes y personas) y la relación con bandos enemigos, mientras
se abstiene de intervenir en otros escenarios de la vida comunitaria. El grupo
puede incluso abandonar el propósito de asegurar para sí el monopolio del
derecho al castigo y la venganza, ya que para ello la comunidad apela a sus
propias instituciones.

En un orden de ocupación militar, los mecanismos que obran detrás de la


obediencia limitada son, evidentemente, mucho más simples que aquellos que
llevan a una cooperación amplia en el orden de control social: la población
obedece estas normas a cambio de evitar su victimización. Si bien dicha pre-
sencia supone un riesgo y constituye una forma de imposición, está lejos de

— 146 —
I PARTE : TERRITORIO Y CONFLICTO

atentar contra su autogobierno, del mismo modo que un grupo armado que
busca instaurar un orden de control social. Dadas las difíciles condiciones de
la vida civil en medio del conflicto armado, lograr una presencia puramente
militar constituye una forma de adaptación riesgosa y heroica, como algunos
de sus artífices lo reconocen:

“En esta zona la guerrilla quería atraer a los presidentes de las juntas de
acción comunal para aumentar su poder. La mayoría aceptaron. Les tocaba,
también. Los de [esta vereda] no. Pero nos molestaban mucho (…) Claro
que nos tocaba obedecer en ciertas cosas (…) Pero a los que hemos tenido
poder de tiempo atrás, la autoridad, nos tenían que respetar. Por eso no
nos mataron (…) [Como líder] yo me mantuve en lo mío, a pesar de las
amenazas” (dirigente comunitaria, vereda de Cundinamarca).

Los casos de resistencia más conocidos en Colombia provienen de comu-


nidades indígenas. La mayoría de estas poblaciones cuenta con mecanismos
bien identificados de orden social, profundamente arraigados en sus miem-
bros. Los intentos de los actores armados por gobernarlas suelen encontrar
evasiones, desafío o resistencia activa.35 Un ex comandante de las Farc se
refirió a esta situación en los siguientes términos:

“Cuando uno está patrullando [territorios indígenas], ellos pretenden que


no hablan español; se quedan ahí, mirándolo a uno sin decir nada, sin ni
siquiera asentir con la cabeza. Es imposible obtener nada de ellos”.

En el mismo sentido, un habitante de Toribío, miembro de un resguardo


indígena, describió el comportamiento de las Farc en su zona de la siguiente
manera:

35 Esto no quiere decir que los miembros de grupos indígenas (y sus líderes) hayan logrado evitar la victimización. Desafortunada-
mente diversas comunidades han sufrido ataques por parte de todos los actores armados. Como se verá en la sección siete del
artículo, diversos factores pueden llevar a un grupo armado a victimizar a una población a pesar de que al hacerlo logre obtener
un nivel de cooperación nulo o mínimo.

— 147 —
HACIA LA RECONSTRUCCIÓN DEL PAÍS

“Ellos [las Farc] impusieron normas sobre violar y robar pero la sociedad
civil no siguió sus normas como ellos querían. Con el tiempo, esas normas
desaparecieron” (habitante de Toribío, Cauca).

En mi trabajo de campo he encontrado casos de resistencia también en


comunidades campesinas. Aunque de menor envergadura que los movimientos
de resistencia indígena o las comunidades de paz que se han dado a conocer,
estas colectividades también han hecho exigencias a los grupos armados y han
logrado limitar su intervención. Uno de estos casos, presentado en el norte
del país, corresponde a un grupo de colonos que en la década del cincuenta
arribaron a un terreno virgen y fértil. Dado que, en su mayor parte, provenían
de la misma región, estos colonos crearon formas propias de organización
social y económica. Llegaron a tener, incluso, cooperativas que eran propie-
tarias de reses y funcionaban con base en normas acordadas que la mayoría
obedecía. Cuando las Farc arribaron al territorio e intentaron convertirse en
el nuevo gobernante, la comunidad optó por defender su autonomía. El líder,
que en su momento visitó al comandante para pedirle que limitara sus inter-
venciones en la comunidad, recuerda esa entrevista con estas palabras:

“Le dijimos a [el comandante] que no queríamos milicianos en la zona, que


no hacía falta. ‘Si lo que necesitan es algo de información, se la daremos.
Pero no necesitamos ni orientación ni directrices para saber qué hacer. No
necesitamos nada de eso. Tenemos claritico qué hacer’. Y al final el coman-
dante aceptó” (habitante de una vereda del departamento de Córdoba).

6. El orden local de infiltración

“El nivel de organización al comienzo era de bajo perfil. Reuniones clan-


destinas, nombres clandestinos, panfletos. Todo el mundo sabía que el
presidente de la junta de acción comunal era guerrillero, o que ellos lo
habían puesto ahí, pero solo después de un tiempo esto se hizo público
(…) Los dirigentes sindicales eran los dirigentes políticos de los grupos
guerrilleros” (habitante de Apartadó, Antioquia).

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I PARTE : TERRITORIO Y CONFLICTO

“[En esa época] el ELN permeó todas las instancias del gobierno local. Los
paramilitares están dentro de las instituciones, en puestos altos y de mucha
influencia… Se quedan con la mayoría de las licitaciones y deciden a quién
emplean en Ecopetrol” (habitante de Barrancabermeja, Santander).

Estos testimonios provienen de comunidades cuyo sistema de autoridad


puede describirse como un punto intermedio entre aquellas donde el grupo
armado consigue instaurar fácilmente un orden de control social y aquellas,
fuertes y organizadas, donde los espacios para un nuevo gobernante están
cerrados. En estas comunidades existe un sistema de autoridad más maduro
que en las primeras, pero, a diferencia de las últimas, es inestable, fragmen-
tado o poco arraigado. Por ello suponen un reto diferente para los grupos
armados interesados en controlarlas.

Al igual que en las comunidades que cuentan con un sistema de autoridad


fuerte, la llegada de un actor externo que intenta insertarse en la población
mediante la adopción de funciones que corresponden a la autoridad vigente
despierta sospechas y recelo. Para un combatiente —civil o de uniforme— no
es fácil introducirse lentamente, mediante el ejercicio de papeles propios
de un líder. Otros ya desempeñan ese cargo y estarían en condiciones de
movilizar al menos a un sector de la población en defensa del orden local
preexistente. Este rechazo podría llevar a la resistencia, lo que terminaría en
un resultado pobre para el grupo armado: en el mejor de los casos (si gana
en la contienda) obtendría una obediencia forzosa y en el peor (si pierde)
una cooperación nula. Al igual que en las comunidades que disponen de un
sistema de autoridad fuerte, el grupo armado tiene razones para autolimitar
sus aspiraciones.

Pero existe una posibilidad intermedia entre el control social y el control


puramente militar: la infiltración. Debido a que el sistema de autoridad no
cuenta con el arraigo o el reconocimiento de la mayoría, o enfrenta proble-
mas de eficacia, la comunidad no es del todo impermeable a las actividades
de un actor externo. En la estrategia de infiltración, el destacamento intenta

— 149 —
HACIA LA RECONSTRUCCIÓN DEL PAÍS

penetrar en ciertos sectores o individuos, por conducto de los cuales puede


ganar poder y transformar algunas situaciones locales. Con el tiempo, esta
estrategia puede conducir a un orden donde el grupo armado gobierna en la
sombra o, si logra la captura total de los estamentos infiltrados, a un orden
de control social donde se convierte en el gobierno de hecho. En el primer
caso alcanzaría un nivel intermedio de cooperación, que le aporta obedien-
cia y apoyo limitados. Bajo el esquema de control social podría obtener un
alto nivel de cooperación, con obediencia y apoyo en diversos campos de
la vida local. En ambos casos el resultado sería superior al que encontraría
apostando por un orden de control social desde el comienzo y desatando la
resistencia, o instaurando un orden de ocupación militar.

En la primera etapa el grupo recoge información sobre los distintos sec-


tores de la comunidad y las posibles fracturas de su sistema de autoridad. El
grupo identifica divisiones y tensiones que pueda explotar para presentarse
como el aliado de un sector que, más adelante, le permitirá acceder a más
poder. La segunda etapa se inicia cuando el grupo armado se muestra a
dicho sector como un colaborador de la movilización ya en marcha, o como
un líder que pretende iniciarla y fortalecerla. Es importante resaltar que el
actor armado puede ofrecer este apoyo tanto a las masas como a las elites.
Desde luego, un destacamento de izquierda tendrá más facilidad para hacer
creíble su alianza con trabajadores y campesinos que con la elite, mientras
un grupo de derecha tiene un vínculo más natural con empresarios, terrate-
nientes y dirigentes. Sin embargo, estas agrupaciones pueden presentarse
como aliados eficaces de los sectores de la población que aparentemente
son contrarios a su lucha.36

Aunque la movilización de un sector de la población en una comunidad


que cuenta con un sistema de autoridad intermedio no es fácil,37 a medida

36 Diversos estudios de caso han documentado la capacidad de los paramilitares de contar con la cooperación de trabajadores y
campesinos y de las Farc de lograr alianzas con las élites políticas o económicas, por ejemplo a cambio de seguridad (ver por
ejemplo Torres 2004; Gutiérrez y Barón 2006).
37 En este sentido, Pécaut (2001) señala que los grupos armados tienen dificultades para insertarse en comunidades que cuentan
con formas de organización social fuertes.

— 150 —
I PARTE : TERRITORIO Y CONFLICTO

que el grupo alcanza éxitos —como sostener un paro, convocar gente a una
protesta, mejorar la seguridad o hacer creíbles las amenazas del movimien-
to—, la aceptación inicial del papel que cumple el grupo en el territorio va
creciendo y su presencia se va consolidando. En un municipio de Casanare, un
habitante recuerda de la siguiente manera la reacción inicial ante la formación
de grupos paramilitares:

“A algunas personas les gustó [la presencia de las ACC], por la idea de no
dejar meter a la guerrilla, pero por los muertos les daba miedo. A otros
también les gustó su llegada porque acabaron con los ladrones” (habitante
de Villanueva, Casanare).

Desde luego, esa aceptación inicial no suele ser generalizada y precisa-


mente por ello los grupos necesitan infiltrar a un sector específico y contar
con su apoyo. En Puerto Berrío el respaldo inicial provenía de las elites pero
no de la población en general:

“Los comerciantes y ganaderos los conformaron. Ellos estaban felices. La


población en general tenía miedo, no podían hablar ni quejarse”. “Había
posiciones encontradas. Algunos estaban felices, otros tenían miedo. No
hubo posibilidad de resistencia” (personas de Puerto Berrío, Antioquia).

Con el tiempo, el grupo va desempeñando un papel cada vez más im-


portante en las decisiones cotidianas de la comunidad, es consultado por
los dirigentes comunitarios o las autoridades y su gestión comienza a ser
reconocida. Los despliegues de su poder coercitivo también contribuyen a
consolidar una imagen de poder y eficacia. Con el tiempo, el grupo se va
convirtiendo en parte constitutiva del liderazgo de la comunidad. En un mu-
nicipio de Casanare las ACC lograron, con el paso del tiempo, ejercer poder
a través de su influencia sobre distintos estamentos de la sociedad local:

“Se sabía que ellos tenían su gente en la Alcaldía y que las decisiones
pasaban por sus manos, principalmente si estaba un contrato de por me-
dio, porque ellos tenían sus propias cooperativas de trabajo a las que les

— 151 —
HACIA LA RECONSTRUCCIÓN DEL PAÍS

debían dar el contrato, o si era algo pequeño el contratista debía darles


un porcentaje” (habitante de Villanueva, Casanare).

La transición hacia la tercera etapa se produce cuando el grupo ejerce


su poder más allá de su papel como actor de la movilización. Este ejercicio
del poder puede realizarse a través de tres fórmulas distintas, que operan
separadamente o de manera simultánea. Primero, la cooptación. El grupo
armado conoce las virtudes de centralizar el poder. Por eso se apropia poco
a poco de los espacios que ocupaban los líderes vigentes en el orden pre-
existente e instrumentaliza sus redes sociales y su autoridad, a las cuales
ya ha accedido mediante su papel como aliado en la movilización.38 Con el
tiempo, la cooptación puede convertirse en un gobierno de hecho y permitir
la creación de un sistema de control social. En este escenario el grupo puede
lograr obediencia y apoyo amplios por vías similares a las descritas en el
caso de la creación del orden de control social.

La segunda fórmula es el cogobierno. En este caso el grupo decide no


atentar contra el sistema de autoridad existente porque puede desatar un mo-
vimiento de resistencia. Por tanto, divide el poder de modo que la comunidad
preserve su autogobierno pero el grupo armado pueda influir en ciertos ámbi-
tos de la vida local. En este contexto, el grupo obtiene un tipo de cooperación
civil, consistente en actos de obediencia y apoyo limitados al ámbito en que
la agrupación cuenta con poder; por ejemplo, en lo relacionado con un movi-
miento social o con las reglas del juego que operan en un sector económico.
En este caso, mientras los civiles pueden aceptar que han de obedecer ciertas
órdenes (por ejemplo, sobre participación en actos de protesta y el uso de la
violencia), no estarán dispuestos a obedecer órdenes sobre el manejo de sus
asuntos personales (tales como sus relaciones sociales o sus familias). Se trata,
por lo tanto, de un nivel intermedio de cooperación.

38 La instrumentalización de movimientos sociales, organizaciones locales y líderes ha sido reconocida por otros autores. Por
ejemplo Pécaut (2001).

— 152 —
I PARTE : TERRITORIO Y CONFLICTO

Cabe esperar, sin embargo, que el grupo intente constantemente preparar


el terreno para una forma de gobierno más intrusiva, que conduzca a niveles
más altos de cooperación civil y control territorial. En algunas ocasiones el
poder de hecho del grupo armado habrá crecido hasta tal punto, que habrá
sido capaz de capturar el reconocimiento y la adhesión con los que conta-
ba la autoridad en el orden preexistente. Cuando dicha autoridad se diluye
con la del grupo, el paso hacia un orden de control social puede darse sin
encontrar oposición.

La tercera fórmula es la captura del proceso democrático. En este caso


el grupo manipula las elecciones y la designación de funcionarios públicos
mediante la intimidación o la concertación de acuerdos. Por esta vía el gru-
po obtiene el poder sobre diversos espacios de la vida local, aunque de un
modo menos abierto que bajo el esquema de un orden de control social.
Sin embargo, con el tiempo, la identidad de quien gobierna en la sombra es
conocida y la diferencia entre uno y otro factor se diluye.

En Granada (Meta) la infiltración del gobierno local pasó por la cooptación


de funcionarios, así como por la captura del proceso democrático mediante
la intervención en las elecciones municipales:

“El gobierno local siempre ha tenido mucha influencia de los grupos ar-
mados, pues les conviene ser amigos; si no es por las buenas (recibiendo
plata y seguridad), es por las malas (amenazas, muertes, secuestros). A
la mayoría de los concejales y alcaldes que no han querido colaborar los
han matado (...) En la época de la zona de distensión, la influencia de la
guerrilla en la elección de alcaldes y concejales era muy fuerte” (habitante
de Granada, Meta, 2006).

7. El terror y el orden local coercitivo

“La táctica [de los paramilitares] aquí fue el terror y por eso las masacres
fueron tan salvajes (...) Aquí los paras no llegaron a imponer normas

— 153 —
HACIA LA RECONSTRUCCIÓN DEL PAÍS

como tal. Lo que hicieron fue terminar [matar] a quienes les parecieron
colaboradores de la guerrilla” (Habitante de Sucre).

Estos testimonios hablan de una violencia que no viene acompañada de


regulación, infiltración o negociación. En lugar de presentarse como un actor
que pretende ordenar de un modo particular a una comunidad combinando
la violencia con otras prácticas, el grupo armado llega como un predador
dispuesto únicamente a aniquilar.

He repetido en el artículo que la violencia forma parte de las distintas


estrategias que el grupo armado puede adoptar para crear un nuevo orden
local. En cada estrategia, sin embargo, el grupo emplea la violencia en el
marco de una manera particular de abordar los asuntos civiles. Existe otra
posibilidad, en la cual la violencia no es parte de una estrategia más amplia
sino su único componente. Podemos designar esta estrategia como “el terror”.
En este caso el grupo no regula, no ordena, no gobierna: su único objetivo
es aterrorizar a la población y eliminarla, ya sea mediante su aniquilamiento
o su desplazamiento masivo.39

Existen diversos escenarios en los que un grupo armado puede optar por
el terror. Primero, donde el valor estratégico del territorio implica la necesidad
de contar únicamente con un nivel alto de cooperación o, en su defecto, con
un territorio despoblado. En el primer caso, si el grupo no cree que pueda
lograr esa cooperación amplia por parte de la comunidad (o piensa que dicho
proceso será demasiado largo), puede optar por el terror para desterrar o
eliminar a la población y “repoblar” la zona con migrantes cooperantes. Es lo
que ocurre en los anillos de seguridad próximos a campamentos importantes
o a corredores de alto valor estratégico. En el segundo caso el grupo puede
optar por eliminar la población del territorio mediante el desplazamiento o
la aniquilación, para dejarlo vacío y sujeto a un control puramente militar.

39 Desde luego las otras estrategias pueden incluir altas dosis de violencia. Incluso, pueden tener etapas en las que el grupo sólo
usa la violencia y no regula ni ordena. Sin embargo, es importante diferenciar estos casos en que la violencia forma parte de una
estrategia más amplia que incluye una forma de gobierno, de ésta donde esa etapa de gobierno nunca llega.

— 154 —
I PARTE : TERRITORIO Y CONFLICTO

En un segundo escenario, la disputa del territorio entre dos o más grupos


armados puede alterar el horizonte de tiempo que define la estrategia del
grupo. Mientras a éste le interesa asegurar su control del territorio a largo
plazo —y por ello se embarca en lentos procesos de construcción del orden
local—, cuando disputa el control con otros actores el plazo corto se con-
vierte en la prioridad. En su lucha contra el enemigo, el grupo suele optar
por el uso de la violencia sin combinarla con otras estrategias dirigidas al
ordenamiento. En algunas ocasiones puede buscar la cooperación de ciertos
individuos de quienes puede esperar simpatía por su causa, especialmente
víctimas del bando enemigo. Sin embargo, la estrategia con el grueso de la
población consiste en acudir a la violencia, con el triple fin de castigar a los
cooperadores identificados, despertar temor a fin de que quienes cooperan
con el enemigo pero no han sido aún identificados abandonen el territorio, y
crear incentivos contra la cooperación con el bando enemigo en el futuro.

Un tercer factor está asociado con la estructura organizativa del grupo


armado en general o de una unidad específica. Una primera relación entre la
estructura organizativa y la conducta con la población civil tiene que ver con
el factor tiempo: en sus inicios el grupo armado no ha podido aún sacar pro-
vecho del aprendizaje institucional que le permita, a punta de ensayo y error,
afinar sus estrategias. Debido a la ausencia de ese proceso de aprendizaje, es
común que sus comandantes tiendan a ver en la violencia una herramienta
eficaz y suficiente para controlar territorios. Como lo señalé atrás, diversos
autores han sugerido que en sus inicios los paramilitares creían que el uso
exclusivo de la violencia era una estrategia eficaz, pero que con el correr del
tiempo fueron viendo la necesidad de optar por otras prácticas, incluida la
regulación de la conducta civil por otros medios.

Otro aspecto relevante es la formación de los combatientes y el tipo de


ideología y discurso que está vivo en la organización. En opinión de un ex
comandante de las Farc que se desempeñaba en el terreno político, la orga-
nización ha descuidado el entrenamiento de sus combatientes, “lo cual ha
resultado en muchos errores con la población civil”. En el mismo sentido,
varios entrevistados —desmovilizados tanto de las Farc como de los grupos

— 155 —
HACIA LA RECONSTRUCCIÓN DEL PAÍS

paramilitares— describieron como novatos a los comandantes que no cui-


daban el trato con la población civil, o, simplemente, como “malos coman-
dantes”. Para un antiguo comandante medio de las AUC, “toda la población
es importante. Cuando se maltrata a un pueblo y no se da nada a cambio
de estar en su territorio, el comandante comete un error. Mejor dicho, no
es un buen comandante. Sin la población de nuestro lado no hay posibili-
dad de ganarle a la guerrilla”. Incluso la incapacidad de tener en cuenta las
particularidades culturales de una región a la hora de establecer un sistema
regulador puede afectar la reacción de la comunidad ante la presencia del
grupo armado. Diversos factores pueden determinar el tipo de entrenamiento
que reciben los combatientes y el clima ideológico de la organización, tales
como los orígenes del grupo, sus objetivos, las características de sus líderes,
su disciplina interna y su estructura jerárquica.

La estrategia del terror se traduce en el despoblamiento total del territorio


o en un orden local coercitivo caracterizado por la incertidumbre y el miedo,
donde los individuos pierden los puntos de referencia con los que contaban
para organizar su vida. Esta situación presenta diversas características, des-
critas por Daniel Pécaut como una guerra contra la sociedad (2001), tal como
aparece en su aproximación a la situación de la guerra en Colombia y en su
análisis del terror como estrategia (1999). En tal situación los civiles deben
acomodarse continuamente a los vaivenes de la violencia y la imposición. El
silencio, la ruptura de lazos sociales y el abandono de puntos de contacto
entre los miembros de la comunidad son algunas de las consecuencias que
se derivan de la estrategia del terror. El nivel de cooperación que el grupo
encuentra en este contexto es mínimo: una obediencia forzosa en la que
intervienen varios de los mecanismos por medio de los cuales la violencia
puede moldear la conducta civil (como señalé en la tercera sección de este
artículo) y ningún acto de apoyo.

Es importante resaltar, sin embargo, que aun con posterioridad a una


etapa de terror el grupo armado puede optar por otras estrategias para em-
barcarse en la construcción de un orden local distinto. De hecho, en muchos
casos en que se ha presentado una disputa entre dos actores, el que gana

— 156 —
I PARTE : TERRITORIO Y CONFLICTO

cambia su estrategia y crea un nuevo orden local. Es el caso de muchos lu-


gares que vivieron crudas batallas entre grupos guerrilleros y paramilitares
en medio del terror y que, tras la victoria de los últimos, fueron escenario de
un orden de control social o de un gobierno a la sombra bajo un esquema
de infiltración.

8. Conclusión

En este artículo he abordado la interacción entre grupos armados y co-


munidades a partir del análisis de las distintas maneras como los primeros
intentan obtener control sobre territorios locales y las dinámicas que dichos
intentos desencadenan en la vida de la comunidad. El planteamiento parte
del reconocimiento del carácter eminentemente estratégico que tiene para
los grupos armados su relación con la población civil: de su cooperación,
que defino como actos de obediencia y apoyo, depende en buena medida
su capacidad de obtener y mantener el control. A la vez, el argumento parte
de un tratamiento de los civiles como actores que, a pesar de vivir en un
contexto marcado por la violencia y el miedo, pueden optar por diferentes
alternativas, esto es, tienen capacidad de agencia aun cuando ella esté re-
ducida a unas pocas alternativas.

Si bien la violencia es una de las principales vías por medio de las cuales
estas organizaciones intentan alcanzar sus objetivos, es insuficiente: la coer-
ción solo puede traer formas de cooperación civil limitadas, condicionales
e inestables. Por ello, los grupos combinan el uso de las armas con otras
prácticas. Su estrategia consiste en crear un nuevo orden de cosas en las
comunidades donde intentan establecerse. Dicho orden permite moldear la
conducta de los civiles y la manera como funciona la vida económica, polí-
tica y social, de tal forma que resulte favorable para el grupo. Por ejemplo,
la expedición de normas de conducta le facilita controlar mejor, tanto a los
habitantes locales como a los forasteros. Al cambiar las pautas de la actividad
económica puede recaudar impuestos e incluso involucrarse directamente
en ciertas actividades económicas. Igualmente puede transformar el juego
político para obtener recursos públicos, visibilidad política y expansión de

— 157 —
HACIA LA RECONSTRUCCIÓN DEL PAÍS

su poder. En otras palabras, el grupo armado está en condiciones de obtener


múltiples ventajas al convertirse en el nuevo gobernante de hecho y utilizar
su poder para crear un nuevo orden local en función de sus intereses.

Pero la creación de un nuevo orden de cosas no puede producirse de


manera uniforme en los distintos territorios. Las comunidades que allí ha-
bitan pueden oponerse al grupo armado que intenta instaurar un nuevo
orden local, obedecer pasivamente o brindarle tanto su obediencia como su
apoyo. Dicha reacción depende de su sistema de autoridad: su eficiencia,
su reconocimiento como válido por parte los miembros de la comunidad y
su arraigo definen el espacio donde el grupo armado puede insertarse en el
seno de la comunidad, así como la capacidad de ésta para iniciar y sostener
una acción colectiva dirigida a oponerse al grupo. Debido a un proceso de
aprendizaje institucional, los grupos aprenden a incorporar en sus cálculos
las expectativas sobre la manera como las distintas comunidades reaccionan
ante diferentes estrategias. Por eso calibran sus estrategias según el tipo de
comunidad de que se trate, lo que lleva a la formación de órdenes locales
diversos: optarán por instaurar un orden de control social en aquellas co-
munidades que cuentan con un sistema de autoridad débil (ineficaz, poco
reconocido y poco arraigado); un orden de ocupación militar en aquellas
comunidades que cuentan con un sistema de autoridad fuerte (reconocido,
arraigado y válido), y un orden de infiltración en aquellas comunidades que
cuentan con un sistema de autoridad intermedio.

Los mecanismos y microfundamentos que explican los diferentes efectos


de las estrategias de los grupos armados en cada tipo de comunidad obe-
decen a cambios complejos de las dinámicas locales y sus efectos sobre la
conducta de los civiles. Al influir en diferentes aspectos de la vida local, los
grupos logran incidir en las creencias, preferencias y alternativas disponibles
de los civiles a través de diversos mecanismos. Los más evidentes son aque-
llos que llevan a cambios en los costos y beneficios asociados a diferentes
alternativas, especialmente a través de la coerción y la centralización del po-
der. Otros tienen que ver con la formación de creencias (esto es, ideas sobre
diferentes estados de cosas) que favorecen a la imagen del grupo armado

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I PARTE : TERRITORIO Y CONFLICTO

entre los miembros de la comunidad y perjudican a la del enemigo; también


se pueden formar creencias sobre la comunidad misma (sus necesidades,
sus posibilidades, su identidad), que afectan la conducta. De otro lado, al
suscitar emociones como temor y respeto, admiración y reconocimiento, el
grupo es capaz de afectar el comportamiento de maneras menos evidentes
pero muy profundas.

Como lo señalé en la introducción, el argumento se desprende de un


proyecto de investigación que aún está en curso y es, en esta medida, una
propuesta tentativa. Por la misma razón, la evidencia empírica que presento
tiene un carácter puramente ilustrativo que no pretende validar las hipótesis
planteadas.40 A pesar de su carácter tentativo, el argumento y el material
empírico tienen algunas implicaciones que vale la pena señalar.

En términos generales, el análisis sugiere que las relaciones entre los


niveles micro y macro no son tan simples ni evidentes como muchas veces
se pretende (en particular en la literatura internacional sobre guerras civiles
que se centra en la comparación entre países para investigar fenómenos tan
disímiles como el origen de las guerras, su duración, los niveles de violencia,
el reclutamiento o la forma en que finalizan). Más bien, existen lazos com-
plejos que hacen que, en el agregado, los fenómenos no sean la simple suma
de sus partes. Esta anotación respalda lo que diversos autores han señalado
sobre el conflicto colombiano (p. e. González et al., 2003; Pécaut, 2001) y
sobre las guerras civiles en general (p. e. Kalyvas, 2006).

El argumento también apunta al carácter endógeno de los eventos que


tienen lugar en el curso de la guerra, tales como la violencia, las relaciones
de los actores armados con la población civil y la manera como diversos
actores se involucran en la confrontación en los ámbitos militar, económico

40 Para ello, el diseño de la investigación consiste en combinar el material de las entrevistas semi-estructuradas y en profundidad con
una comparación controlada de casos y el análisis de las implicaciones del argumento sobre el reclutamiento haciendo uso de datos
estadísticos. El proyecto también incorpora en el análisis elementos clave del conflicto como las fuerzas estatales y el narcotráfico.
Aunque el argumento, tal y como está planteado aquí, tiene implicaciones sobre ambos, no los aborda directamente. Por último, el
proyecto indaga de una forma más directa por las diferencias entre el comportamiento de grupos guerrilleros y paramilitares.

— 159 —
HACIA LA RECONSTRUCCIÓN DEL PAÍS

y político. En línea con lo que autores como Pécaut (2001) y Kalyvas (2006)
han señalado, las condiciones iniciales de la guerra tienen una débil capacidad
explicativa de diversas facetas de su evolución.

En cuanto a la manera de entender el comportamiento de combatientes


y civiles, es importante insistir en el carácter eminentemente estratégico
de los actores armados; en cambio, hace falta abordar la situación de la
población civil de un modo más complejo, en el cual los intereses y cálculos
racionales son solo una parte del fenómeno. Hace falta indagar en los dis-
tintos mecanismos por los cuales las creencias y las preferencias pueden ser
transformadas por las dinámicas del conflicto. En particular, es fundamental
preguntarnos por la manera como los grupos armados, al insertarse en la
vida local, logran despertar emociones, transformar discursos compartidos y
llevar a nuevas formas de leer la realidad local. Si bien la violencia y el miedo
permean todos estos procesos, hace falta indagar las distintas maneras en
que éstos configuran la vida local y la conducta individual.

Por otra parte, el argumento sugiere que dos afirmaciones aparentemente


contradictorias sobre la expansión de los grupos armados, recurrentes en la
literatura, tienen sentido. La primera sostiene que la precariedad estatal ex-
plica el surgimiento y expansión de los grupos guerrilleros. Nuevos enfoques
teóricos y estudios empíricos están en contra de esta tesis y señalan que dicha
precariedad no explica la evolución del conflicto y que, por el contrario, la
descentralización política y la inserción económica son los factores deter-
minantes de la expansión guerrillera. El análisis presentado en este artículo
insinúa que, si bien en las zonas de presencia precaria del Estado, donde las
comunidades no cuentan con formas sólidas de autogobierno, los grupos
insurgentes pueden alcanzar una influencia más amplia y directa mediante un
sistema de control social, en regiones mayormente insertadas en las esferas
política y económica opta por formas de infiltración que le permiten ejercer
poder de otra manera. Dado que el ejercicio de dicho poder se traduce en
mayores rentas y mayor visibilidad política en los municipios “insertados” que
en los “aislados”, los grupos lograrían implantarse más fácilmente en los últimos
pero buscarían, de todos modos, asentarse en los primeros por otras vías.

— 160 —
I PARTE : TERRITORIO Y CONFLICTO

En cuanto a la interacción entre grupos armados y comunidades, es im-


portante resaltar que, si bien la guerra siempre trae consigo victimización en
las zonas donde los grupos están presentes, tal fenómeno tiene lugar no solo
en distintas proporciones sino también en diferentes contextos y procesos
de transformación de la vida local. Para entender los efectos del conflicto
sobre las poblaciones que lo viven cotidianamente es necesario explorar las
diversas maneras como la presencia de los grupos armados transforma la
vida local. Para hacerlo, es fundamental preguntarnos por las alternativas
de la población civil. Hacerlo no implica negar su victimización ni la difícil
situación que enfrentan. Más bien, se trata de entender su complejidad y los
distintos procesos que la acompañan.

Al indagar en las distintas formas como grupos armados y comunidades


interactúan en el contexto de diversos órdenes locales, resulta evidente que
la cooperación civil dista de ser la expresión directa del respaldo a la agenda
política del actor armado y de su lucha. El análisis sugiere que, por lo gene-
ral, tanto la obediencia como el apoyo (en la acepción de ambos términos
que propongo) son el resultado de procesos locales donde la guerra, como
contienda entre organizaciones que defienden ideales opuestos, pesa muy
poco, mientras la vida cotidiana, donde todo está en juego —desde conservar
la existencia hasta contar con una escuela o poder vender un producto en la
tienda—, es la protagonista. En este sentido, colaborar con un grupo armado
puede ser la manera de evitar la victimización; alcanzar objetivos privados
como el reconocimiento, el estatus o la posibilidad de continuar ejerciendo
una actividad económica; actuar con reciprocidad o, incluso, obedecer a una
autoridad reconocida. En otras palabras, la cooperación civil tiene que ver
mucho más con el papel que los grupos armados desempeñan como actores
locales, que con su posición como bando en una guerra que se libra a escala
nacional en defensa de unos u otros intereses.

De lo anterior se sigue que carece de fundamento la estigmatización


que como simpatizantes se hace de los civiles que conviven con un actor
armado. Si bien algunos pueden optar por cooperar con un grupo guerrillero
o paramilitar por considerar que su lucha es justa, viable o conveniente, la

— 161 —
HACIA LA RECONSTRUCCIÓN DEL PAÍS

gran mayoría lo hace porque, más que grupos armados que luchan por uno
u otro fin, para la comunidad local se trata del gobernante de hecho del que
depende todo: una fuerza que infiltra una serie de estamentos de la estruc-
tura local y que, por esta vía, controla diversos componentes de la vida de la
comunidad, o un ejército de ocupación que ejerce un control militar estricto.
Por cumplir estos papeles en la escena local, los grupos logran erigir un orden
de cosas donde las personas tienen la necesidad o el interés de obedecerles y
apoyarlos, por razones que, en la mayoría de las ocasiones, tienen poco que
ver con la guerra y las ideas que, en teoría, enarbolan quienes la libran. Por lo
demás, independientemente de los motivos para cooperar con el actor arma-
do de turno, la victimización de poblaciones civiles y su instrumentalización
como blancos militares —sea por parte de las organizaciones guerrilleras o
paramilitares o por parte de las fuerzas estatales— son claramente inmorales
e ilegales, a la luz tanto del ordenamiento jurídico colombiano como de los
tratados y convenciones internacionales.

Esta dislocación entre la cooperación y el respaldo sugiere también que


el apoyo popular con que cuenta el proyecto político de los grupos armados
de carácter nacional no puede medirse con base en el territorio que dominan.
Así mismo, el hecho de que un grupo armado cuente con colaboradores lo-
cales no implica que haya querido o sabido representar los intereses de las
comunidades a las que pertenecen. Indica más bien que tales agrupaciones
han sabido explotar estratégicamente las necesidades comunitarias y aco-
modarse a sus fortalezas para sacar el mejor provecho posible.

Por último, el argumento tiene algunas implicaciones claras sobre la


responsabilidad del Estado y la sociedad civil ante la difícil situación de las
poblaciones que viven en medio del conflicto. Por un lado, es claro que, si
bien la precaria presencia estatal no es una condición indispensable para que
un grupo armado pueda insertarse en una localidad y obtener cooperación
civil, tal carencia favorece la debilidad de los sistemas de autoridad de las
comunidades y, por esa vía, facilita la implantación de esas organizaciones
como gobernantes de hecho. Por lo tanto, una más acabada presencia del
Estado como autoridad reconocida, legítima a los ojos de los pobladores,

— 162 —
I PARTE : TERRITORIO Y CONFLICTO

arraigada y obedecida, puede ser la fórmula más eficaz contra la expansión


de los violentos. Para esto es fundamental que no existan territorios donde
la presencia del Estado sea exclusiva y puramente represiva.

Ya que un sistema de autoridad fuerte no proviene únicamente del Esta-


do, el fortalecimiento de las comunidades constituye una alternativa por la
que pueden apostar tanto las entidades estatales como las organizaciones
de cooperación internacional y el conjunto de la sociedad civil. Dicho for-
talecimiento puede no solo derivar en sistemas de autoridad reconocidos
como válidos y eficaces, que ante la presencia de actores armados ilegales
permitan la auto-organización de las comunidades, sino también favorecer
su capacidad de iniciar y sostener de manera colectiva iniciativas propias
que ayuden a menguar su intervención en la vida local o, por lo menos, a
sobrellevar mejor su impacto.

Por todas estas razones parece evidente que, para entender la situación
de la población civil en medio del conflicto, conviene estudiar las variadas
formas que toma la guerra en el espacio local. Dicha variación implica que
el tipo de experiencias que los civiles recogen de su interacción con los
grupos armados y la manera como éstas los afectan no son los mismos en
las diferentes regiones y municipios, y ni siquiera en cada uno por sepa-
rado. Es de esperar, además, que en el posconflicto las comunidades que
han experimentado la guerra de manera diversa enfrenten distintos retos y
oportunidades para sanar las heridas y transitar exitosamente hacia la paz.
Si bien queda todavía un largo recorrido para entender cabalmente cómo
varían estos órdenes locales y de qué manera influyen en fenómenos como la
victimización, el desplazamiento, el reclutamiento, la fortaleza institucional o
la participación política, los elementos de análisis presentados aquí sugieren
que es importante continuar esta línea investigativa.

— 163 —
HACIA LA RECONSTRUCCIÓN DEL PAÍS

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HACIA LA RECONSTRUCCIÓN DEL PAÍS

PANEL 1
Territorio y Conflicto

COMENTARIOS DE ANA CLARA TORRES RIBEIRO*

En primer lugar, me gustaría subrayar la necesidad de trabajar marcos más


amplios de análisis de la situación del mundo y de América Latina, cuyos
países han terminado actualmente por militarizar toda la vida, incluso la
cotidiana, para hacer frente a los grandes desafíos de la humanidad y a
los problemas de los conflictos armados. Por eso me parece que estamos
frente a una crisis que se puede denominar crisis societaria: se trata no
solamente de una crisis social sino de una crisis societaria, o sea, una crisis
de la comprensión de lo que significa estar juntos los unos con los otros, y
con muchos otros. Esto significa una visión comunicativa y comunitaria que
afecta toda la experiencia humana, que se refleja en la naturaleza, en los
índices de mortalidad infantil. Y un poco más, en la crisis de África. Se trata
entonces de una cuestión de conjunto, una crisis societaria que se desarrolla
de manera distinta en cada sociedad y cada comunidad. Por eso las maneras
distintas como se presenta esta crisis deben ser analizadas en cada región,
a fin de tener una comprensión del sentido de los conflictos, lo mismo que
de la pérdida de esperanza de los jóvenes.

Esa crisis es también una crisis de la concepción del Estado tal como se
lo pensaba desde el siglo XVIII. Hay una necesidad de reinventar el Estado
junto con la nación, porque, de lo contrario, la violencia será la norma conti-
nua. Hay una verdadera necesidad de discutir sobre la cuestión del poder, de
sus nuevos contenidos, lo mismo que sobre el problema del gobierno, y no
solamente el tema de la gobernanza o de la gobernabilidad. Es el problema

* Doctora en Sociología, Universidad de São Paulo, profesora del Instituto de Investigación y Planeación Urbana y Regional, (Ippur),
de la Universidad Federal de Río de Janeiro e investigadora del Consejo Nacional de Desarrollo Científico y Tecnológico.

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I PARTE : TERRITORIO Y CONFLICTO

del gobierno en el sentido clásico, así como del sentido clásico del Estado
y la necesidad de recuperar plenamente el problema de la institucionalidad
colectiva. Nos encontramos, de alguna manera, dentro de una pauta trans-
nacional, que es un problema que transforma la problemática de la política
en el mundo actual.

En este escenario se necesita comprender la relevancia actual del territorio,


que es el tema que estamos tratando. Anteriormente, los científicos sociales
consideraban que pensar sobre los territorios era cosa de los geógrafos, pero
actualmente toda la gente habla de espacio y territorio. Esa centralidad del
territorio hace que yo crea pertinente reflexionar más detenidamente sobre
sus razones: ¿por qué la centralidad actual del territorio? Esta centralidad
está vinculada justamente a la crisis del Estado y a la crisis societaria, que
obligan a cambiar la visión, no solamente debido a las técnicas que viabi-
lizan la cartografía para toda la gente, sino también a causa de una nueva
perspectiva y una nueva lectura de las relaciones sociales que pasan por la
cuestión del territorio. Esta nueva perspectiva territorializante y territorial
de las relaciones sociales cambia la visión de la economía, de la sociología,
de la antropología y de todas las ciencias sociales.

Por una parte, esta territorialización de la reflexión guarda relación con


la crisis de los debates de la política: la política se territorializa pero no se
discute. No se discuten los partidos, ni las ideologías, ni los proyectos de
país, pero se debate el territorio. Antes, todo el tema del territorio estaba
vinculado con la geopolítica; actualmente, el territorio está incluido en todos
los debates de las Ciencias Sociales, pero sin política. De alguna manera
hay una disolución de la política dentro de la territorialización de la propia
política. Esta es una forma de control de la reflexión política.

Para comprender la centralidad que ha adquirido la reflexión sobre el


territorio es necesario pensar hoy el hacer hegemónico; hay que reflexionar
sobre cómo se logra hoy hegemonía para pensar la política. Y para pen-
sar el hacer hegemónico, creo que hay que comprender mejor el increíble
cambio tecnológico, cuyas consecuencias estamos viviendo. Hoy, el hacer

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HACIA LA RECONSTRUCCIÓN DEL PAÍS

hegemónico, la territorialidad y la territorialización tienen un efecto estra-


PANEL 1

tegizante, que convierte en estratégicas todas las acciones. De esta manera


se produce una exacerbación ideológica de la acción estratégica, que es una
de las características del hacer hegemónico. De otra parte, el dominio de las
nuevas tecnologías construye una nueva mirada del mundo, orientada por
la territorialización de los mercados.

Hay también una mirada que parte de la escasez de recursos: es una


estimación estratégica sobre el territorio que significa la presencia de los
intereses, sobre todo en una perspectiva de eternización de aquellos que
están hoy en el gobierno. Por tanto, es importante tener una lectura de esta
otra mirada hegemónica del mundo, la mirada de los gobiernos, pero tam-
bién es necesario, por otra parte, reconocer las lecturas no hegemónicas
del territorio. Se presentan así otras lecturas del territorio que necesitamos
valorar, porque la estrategia es el privilegio discursivo de un actor, pero
también una disputa entre diferentes actores, una disputa de los sentidos
de la misma estrategia.

La perspectiva territorial no hegemónica necesita también ser conocida.


En esta perspectiva la gente trabaja cada vez más la noción de territorialidad.
Nosotros no trabajamos con el territorio, trabajamos con territorialidades.
Esto significa que hay una mixtura entre territorio y acción de la sociedad,
que desarrolla este producto único que es la territorialidad.

Por otra parte, no se trata solo del tema de la localización de los conflictos
armados sino también de lo que significan los lugares donde se combate para
la gente que los habita. Esto significa una relación con las prácticas sociales
de la gente en su territorio: por una parte, la comprensión del lugar de la
intervención, el escenario de los ataques armados, y, por otra, la memoria,
la sociabilidad, el espacio banal de toda la gente a la que le gustaría estar
junto con toda la otra gente.

Así, el territorio no es solamente una dimensión de la política sino tam-


bién una dimensión de la sociedad, la cultura y la sociabilidad. Por eso hay

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I PARTE : TERRITORIO Y CONFLICTO

diferentes lecturas del territorio, que son lecturas legítimas pero no necesa-

PANEL 1
riamente legales o legalizadas. Esto produce una conflictividad cada vez más
central en el mundo contemporáneo, en las diferentes escalas de realización
de la vida colectiva. Hay una disputa del sentido en torno al territorio. Creo
que es necesario poner atención a esta dimensión de las luchas sociales
actuales, que son, sobre todo, luchas territorializadas, donde están invo-
lucradas las cuestiones identitarias con una inmensa complejidad. Es una
visión que antagoniza, con una lectura exclusivamente centrada en la lucha
por los recursos económicos del territorio. Hay un conflicto cultural latente,
no necesariamente armado, entre la lectura más ancestral, histórica y pro-
yectiva de la sociedad, y una lectura más política, estratégica y geopolítica
del mismo territorio. Hay una confluencia de territorialidades que enmarca
mucho el mundo contemporáneo: ante él hay que responder por medio del
reconocimiento de una cronotopía de nuestras sociedades latinoamericanas
–como lo ha formulado Carlos Fuentes, inspirado en Jorge Luis Borges– que
permita comprender mejor el espacio-tiempo de la vida colectiva, de la so-
ciabilidad, del sentido de estar juntos, el espacio-tiempo de la perspectiva
de futuro y del hacer sociedad.

Después de esta reunión de pequeñas ideas y aportes sobre el territorio


me gustaría hablar rápidamente sobre las exposiciones. He leído los textos
y tengo algunas preguntas que tal vez puedan serles de utilidad. De una
parte, creo que el texto de Camilo Echandía habla de la interpretación de la
información: no nos presenta solamente un conjunto de informaciones sino
que nos muestra también un cierto conflicto de interpretación. Sustenta, de
una manera bastante osada, que la conflictividad va más allá de lo que se
reconoce hoy en los discursos más corrientes. Hay entonces una disputa de
interpretación de la información, con una ligazón muy fuerte con las micro-
tendencias. Por eso es necesario trabajar no solamente las macrotendencias
sino también las microtendencias. Aunque son más difíciles de detectar, ellas
se mueven dentro de los síntomas del cambio de sentido de la acción, que es
muy rápido. Y creo que muchas veces nuestra información queda retardada
frente a la velocidad de los procesos de cambio.

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HACIA LA RECONSTRUCCIÓN DEL PAÍS

O sea, es un tema que es técnico, pero que también es analítico, muy


PANEL 1

vinculado al análisis de la complejidad. Además, tiene que ver también con


el tema de las microtendencias, que obliga a recurrir a otro tipo de informa-
ción, no solamente aquella más formalizada. De otra parte, me preocupa un
elemento subyacente en el texto, que no es muy claro para mí pero sobre el
cual me gustaría escuchar más: tiene que ver con el no reconocimiento del
opositor y con las consecuencias de ese no reconocimiento del opositor. Si
no se reconoce al otro, la consecuencia puede ser la destrucción del opo-
sitor: la resolución negativa de los conflictos, y no la positiva. La razón de
esa resolución negativa es que el opositor se fragmenta, lo que produce una
conflictividad infinita. Esto es lo que ha sucedido en Río de Janeiro, Brasil, con
la experiencia del narcotráfico, cuya solución ha sido también de naturaleza
militar: cortar la cabeza de una organización militarizada puede producir
una infinita conflictividad. Por eso no resulta muy sencilla la destrucción
del opositor por medio de las armas, sino que la solución del problema in-
volucra cuestiones mucho más amplias y complejas. Echandía nos habla de
homicidios que se reproducen y que están creciendo, pero cuyo significado
no es muy claro. Esto indica que la conflictividad sigue aumentando, pero no
se sabe cuál es el sentido de dicho aumento: liderazgos más jóvenes, niños
en la guerrilla, significan cambios en el sentido de la conflictividad y una
imposibilidad de negociación. Es una cuestión muy seria que me preocupa
mucho, y no solamente con referencia a Colombia, sino que es una cuestión
general del conflicto en todas las partes del mundo.

De otra parte, me gustaría decir que me encantó el trabajo de Ana María


Arjona, porque está dedicado a la creación de un lenguaje conceptual y teórico
extremadamente necesario, que tiene en cuenta los universos relacionales,
ya que los conflictos no eliminan las relaciones sociales porque ellas son en
verdad básicamente conflictivas. Las relaciones sociales no llevan necesa-
riamente a conflictos pero tienen siempre un potencial conflictivo. Por eso
creo que si eliminamos el conflicto en el análisis de las relaciones sociales no
vamos a poder entender la sociedad. El abordaje de Ana es importante para
el tema de los universos relacionales, que es indispensable para comprender

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I PARTE : TERRITORIO Y CONFLICTO

el contenido cultural de las resistencias sociales, lo mismo que el contenido

PANEL 1
cultural de la militarización de la experiencia colectiva.

Es esencial considerar ese contenido cultural, como también los universos


relacionales y el potencial instituyente de la guerrilla: ¿cuál es su potencial
para crear normas e instituciones?, ¿cómo ocurre esto en la transmisión del
conocimiento de los procesos y la lucha por el control del territorio? La pro-
puesta analítica de Ana María Arjona es muy innovadora porque ambienta
y reconoce la complejidad real de las relaciones sociales en este mundo tan
violento, tan conflictivo y asustadizo. Sin duda, es importante reconocer la
complejidad del Otro, de la comunidad, que no es siempre la misma, que tiene
o no tiene un pasado, que es un grupo indígena o una comunidad campesina.
Esto produce diferencias enormes entre las situaciones surgidas por efecto del
conflicto armado. Por otra parte, creo que la guerrilla tampoco es siempre la
misma, sus grupos no son siempre los mismos, como tampoco su composi-
ción social ni su formación política e ideológica. Así que la variedad es doble:
por un lado, la de las comunidades; por otro, la de las guerrillas, que debe
ser muy grande. No estoy enterada de la situación concreta aquí presentada,
pero creo conocer un poco la cuestión de la transformación social, que debe
ser bastante compleja por parte de los grupos guerrilleros. Esta variedad de
ambas partes debe tenerse en cuenta cuando se piense en la cuestión del
conformismo, la aceptación y la colaboración de la comunidad.

COMENTARIOS DE CLARA INÉS GARCÍA*

Territorio y conflicto. Tensiones y tendencias de la transformación


regional. El caso del oriente antioqueño

La ponencia de Ana Arjona plantea unas hipótesis y una metodología muy


útiles para el análisis de nuestra compleja realidad colombiana. Pero, por esa

* Investigadora del Instituto de Estudios Regionales, INER, de la Universidad de Antioquia y miembro de Odecofi. Socióloga de la
Universidad Javeriana con maestría en Políticas Sociales de la Universidad de Grenoble, Francia, y candidata al doctorado de la
Escuela de Altos Estudios de Ciencias Sociales de Paris. cigarcia@iner.udea.edu.co

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HACIA LA RECONSTRUCCIÓN DEL PAÍS

misma complejidad, siempre habrá casos y situaciones que se salen de los


PANEL 1

tipos pensados. Ana propone una tipología de órdenes locales organizados


de acuerdo con el tipo de inserción del grupo armado que llega por primera
vez a un territorio y el tipo de colaboración que la población urde en el tercer
momento del proceso. Sin embargo, el caso que voy a exponer —el del Oriente
antioqueño— salta del viejo orden local y del arribo de los nuevos actores
armados a la zona, a una acción de resistencia frontal a todos ellos.

Esa región de Colombia se sitúa por fuera de la tipología propuesta por


Arjona, porque, si bien eran comunidades campesinas que tenían de vieja
data un orden local construido con el ELN, en un término demasiado corto
—menos de diez años (1996-2004)—, esta población se vio sometida a la
incursión en su territorio de una guerra total entre cuatro grupos armados,
lo cual impide cualquier tipo de colaboración o acomodo con ninguno de
ellos. Me explico:

Alrededor de 1997, y coincidiendo regionalmente con la tendencia nacional


de expansión y escalada armada que muestra Camilo Echandía en su exposi-
ción, las Farc irrumpen de manera agresiva y generalizada en la región: no solo
copan el territorio sino que se enfrentan bélicamente al ELN y se convierten
en uno de los tres agentes (junto con las AUC y el Ejército) responsables de
su práctica desaparición de la región. En este contexto, el ELN cambia sus-
tancialmente su manera de relacionarse con la población y desarrolla pautas
similares a las que estaban imponiendo las Farc. Simultáneamente comienza
la arremetida paramilitar, que a partir del 2002 es continuada por la guerra
generalizada que entabla el Ejército nacional de acuerdo con la política de
Seguridad Democrática del presidente Uribe.

En otras palabras, de un momento a otro la población del Oriente antio-


queño se vio sometida a una guerra total, en la cual desapareció el viejo actor
armado con el cual había logrado establecer un “orden local”; tres actores
diferentes (Farc, AUC y Ejército), sucesivamente pero de manera muy inme-
diata, coparon el territorio a sangre y fuego. Justamente esa razón explica
por qué en esta región la reacción de la población haya sido la de resistencia

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I PARTE : TERRITORIO Y CONFLICTO

frente a todos los actores armados, y que, a partir de ella encontremos hoy

PANEL 1
allí uno de los pocos Laboratorios de Paz del país.

Analicemos entonces las principales tendencias que se observan en la


dinámica de transformación territorial del Oriente antioqueño, producida en
su historia más reciente y signada por el conflicto armado. Y hagámoslo a
partir de dos preguntas:

• ¿Cuáles fueron los principales factores que, a partir del conflicto armado,
afectaron la forma de apropiación del territorio y cuál es el resultado que
se observa hoy en la organización espacial de la región y en su geografía
socioeconómica y política?

• ¿Cuáles son los rasgos más notorios que, a partir de la producción de las
subjetividades colectivas desencadenadas por el conflicto armado, aportan
nuevas bases a la reconfiguración de la región?

Un análisis panorámico del Oriente antioqueño nos permite afirmar que


las principales transformaciones que han ocurrido en los últimos diez años se
producen por la tensión entre dos fuerzas contrapuestas:

• La primera está configurada por los efectos que tiene el conflicto armado
sobre la economía, la demografía y las formas del control político-militar
de la región. En conjunto, estos efectos han acentuado notoriamente la
brecha entre los “dos orientes”, el del altiplano –urbanizado, industrializado
y fuertemente interconectado– y el de las vertientes campesinas históri-
camente periféricas y sujetas a la presencia guerrillera. En otras palabras,
una parte de la incidencia del conflicto armado sobre el territorio ha sido
la aceleración de la fractura entre los dos orientes.

• La segunda la configura el efecto que tiene el conflicto armado sobre la


producción de sentidos del lugar. La reacción colectiva ante el conflicto
se ha valido de los recursos simbólicos que la anterior época del conflicto
armado (finales de los años 80) había enterrado —me refiero a la memoria

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HACIA LA RECONSTRUCCIÓN DEL PAÍS

Mapa 1. Geografía y localización del Oriente antioqueño


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Fuente: elaboración Odecofi-Iner, basado en Cartografía Planeación Departamental, Gobernación de Antioquia.

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I PARTE : TERRITORIO Y CONFLICTO

sobre la movilización local y regional— y ha proyectado en el presente,

PANEL 1
de manera novedosa, esa capacidad de organizarse, actuar y pensarse.
En otras palabras, el conflicto armado activó también una respuesta social
que tiende a darle mayores y renovados recursos simbólicos y políticos
al Oriente antioqueño como entidad territorial vivida, pensada y proyec-
tada.

Las fuerzas que dislocan

Los nombres asignados socialmente y por tradición a las más protube-


rantes diferencias socioterritoriales de la región han sido los de “oriente
cercano” y “oriente lejano”. Tal es la base de la cual partimos para analizar
las dinámicas y transformaciones acaecidas en los últimos diez años a raíz
del conflicto armado.

Tres son los procesos que se activan o desencadenan con tal conflicto,
para producir un primer gran resultado socioespacial: el ahondamiento de
la gran fractura que diferencia al “oriente cercano” del “oriente lejano”. Estos
procesos son:

• Por efecto del conflicto, la economía del altiplano decae inicialmente, para
luego reactivarse y aumentar notoriamente su asentamiento industrial. Si
bien los niveles de violencia, vividos y medidos en términos del número
de homicidios, secuestros y “vacunas” afectaron el nivel de inversión en
el altiplano durante la época de la escalada del conflicto (1999-2003), la
Seguridad Democrática aplicada en la región —factor que el empresariado
resalta con mayor fuerza— los recuperó con creces; es más, posibilitó su
aceleración.

Al lado, observamos una vertiente hacia el sur y el Magdalena Medio,


poblada por campesinos, que se estanca o retrocede por cuenta de la
guerra. Las narrativas sobre desplazamiento, abandono total de veredas
y condiciones del retorno son lo suficientemente ilustrativas.

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HACIA LA RECONSTRUCCIÓN DEL PAÍS

Gráfico 1. Matrículas y renovaciones del registro mercantíl


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en el Oriente antioqueño, por subregiones

Fuente: ACER (2007). CEO - Cámara de Comercio del Oriente Antioqueño.

→ Se ahonda la diferencia entre oriente cercano y lejano…

• El oriente lejano se desocupa. En un primer periodo el desplazamiento


masivo se produce por la escalada armada de las guerrillas ELN y Farc. En
un segundo momento la reacción paramilitar, junto con la intervención
masiva del Ejército, lo acentúa. En términos del índice de impacto del des-
plazamiento, basado en la población de 1993, el “oriente lejano” muestra
índices que oscilan entre 33% y 116%. Y si la política de seguridad demo-
crática permite —en palabras de sus empresarios— la nueva bonanza
económica en el altiplano, no pasa lo mismo con la deseable recuperación
demográfica y económica de las subregiones del oriente lejano; allí la se-
guridad democrática está directamente asociada al efecto del bombardeo,
el desplazamiento y el abandono de la agricultura, y los beneficios de la

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I PARTE : TERRITORIO Y CONFLICTO

”seguridad”, que supuestamente se procurarían en el mediano plazo, por sí

PANEL 1
solos, no producen el milagro del retorno y la reactivación de la economía
campesina.

Mediante el coeficiente de variación, observamos también el grado de dis-


paridad de la participación que tienen los distintos municipios en la población
total del oriente antioqueño. Así, a pesar de que parecía haber una tendencia
general de posicionamiento del altiplano, ella se acelera de manera brusca en
el último periodo censal, que fue el que experimentó el conflicto armado.

→ Se ahonda la diferencia entre el oriente cercano y el oriente lejano…

• En el oriente “lejano” se acentúa un oriente “más lejano”. A causa del


conflicto armado se observa también que dentro del “lejano oriente” se
abre una brecha: la zona que era asentamiento de las grandes obras de
infraestructura de las décadas anteriores (años 60-80) recibe del parami-
litarismo y el Ejército un tratamiento militar distinto del que se observa
en la zona llamada de “páramos”. Por un lado, el paramilitarismo tuvo en
los páramos una presencia y una actuación mucho más “débiles” que en
el resto de zonas; allí es el Ejército el que fundamentalmente ha llevado a
cabo las operaciones militares contra la guerrilla. Los indicadores de esta
diferencia se muestran en el desplazamiento y en los mapas de acciones
armadas efectuadas en el territorio, distribuidas por actores. La población
lo manifiesta de manera clara en sus percepciones: “Aquí somos víctimas
de las Farc y del Ejército, no de los paramilitares”. Otro indicador, el más
diciente y significativo, es la actual presencia de actores armados en la
zona: en la zona de cultivos de coca de los “páramos” campean todavía la
guerrilla y los paramilitares, mientras en el resto del territorio la población
percibe la presencia guerrillera de manera mucho más notoria que en los
pequeños reductos marginales que se perciben en las otras subregiones
del oriente lejano. Los “intereses estratégicos” —los que velan por infra-
estructuras y los que se arman en torno de los cultivos ilícitos— parecen
dejar la zona de “páramos” sometida a un trato diferencial que la relegará
a mayor abandono.

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HACIA LA RECONSTRUCCIÓN DEL PAÍS

Mapa 2. Índice de impacto del desplazamiento y principales destinos


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intrarregionales de la población desplazada

Fuente: SUR - Acción Social. Censo de Población 1993 - DANE.

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I PARTE : TERRITORIO Y CONFLICTO

Gráfico 2. Coeficiente de variación de la concentración

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demográfica del Oriente antioqueño

Fuente: Censos de Población 1964, 1973, 1985, 1993 y 2005 - DANE.

→ Se ahondan las diferencias internas en el oriente lejano…

• A partir de ese núcleo inicial de coca en el más apartado de los orientes


lejanos, y en medio del “éxito” de la política de seguridad democrática,
los cultivos de coca se expanden a sus anchas a lo largo del territorio que
anteriormente era dominio guerrillero y sobre el cual el Ejército colombia-
no ha recuperado su control. El oriente lejano en su conjunto parecería
haber sido reconvertido en territorio para la producción de coca. No deja
de plantearse como un gran interrogante lo que significa la asociación de
estos tres procesos: desplazamiento masivo de la población campesina
del oriente lejano y cientos de veredas despobladas, muchas aún vacías,
recuperación por Ejército del control militar del oriente lejano (guerrilla
arrinconada y paramilitares desmovilizados) y expansión de los cultivos de
coca a lo largo del mismo. En la zona se habla del asocio entre un poder
paramilitar que no acaba de desmontarse y esta nueva dimensión territorial
de la coca.

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HACIA LA RECONSTRUCCIÓN DEL PAÍS

Mapa 3. Presencia de cultivos de coca en


PANEL 1

el Oriente antioqueño, 2004

Fuente: con base en la cartografía regional de cultivos ilícitos del Simci, Policía Nacional.

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I PARTE : TERRITORIO Y CONFLICTO

→ Se ahonda la diferencia entre el oriente cercano y el oriente lejano…

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La fuerza que hala hacia la “dislocación” del territorio, hacia la profundi-
zación de la brecha que diferencia el oriente cercano del lejano, puesta de
manifiesto en estos tres procesos —económico, demográfico y político-mi-
litar—, tiene su correlativo en los discursos. No es gratuito encontrar en la
región dos discursos contrapuestos sobre el manejo futuro de la misma: el
que pugna por fraguar una “región metropolitana” en el altiplano, muy direc-
tamente imbricada con el área metropolitana de Medellín, y el que propugna
la existencia de la “provincia del Oriente antioqueño” en su integridad. Para
el primero prima la lógica de la competitividad y el desarrollo económico
(ver el índice de competitividad regional en el Mapa No. 6). Para el segundo
predomina la lógica política y de identidad.

Las fuerzas que construyen subjetivamente la región

La segunda tendencia que queremos resaltar aquí la configuran los pro-


cesos que, a partir del conflicto armado, actúan en un sentido articulador o
cohesionador de la unidad espacial que venimos analizando. Encontramos
básicamente de dos tipos de procesos: los político-militares y los que tienen
que ver con la construcción subjetiva y simbólica de la región.

a) La acción armada que refuerza la unidad de significación que tiene el


territorio

Voy a poner cuatro ejemplos:

• Si hacemos el simple ejercicio de observar el comportamiento geográfico


del conflicto armado a lo largo de una serie temporal pertinente, vemos
que en Antioquia hay tres territorios (Urabá, Bajo Cauca y Oriente) que
por sus características geográficas, políticas, económicas y sociocultura-
les configuran “objetos” de interés geopolítico para el conflicto armado,
aunque ello se presente en tiempos distintos. Ese solo hecho habla de
que, por encima de las grandes diferencias internas que existen en sus

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HACIA LA RECONSTRUCCIÓN DEL PAÍS

Mapa 4. La expansión de la coca en el oriente lejano


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Fuente: con base en Cartografía Regional de Cultivos ilícitos de Simci. Policía Nacional

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I PARTE : TERRITORIO Y CONFLICTO

Mapa 5. La fractura y la grieta del Oriente antioqueño

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Fuente: elaboración propia.

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HACIA LA RECONSTRUCCIÓN DEL PAÍS

Mapa 6. Indicadores de competitividad municipal


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Fuente: Grupo de Estudios Regionales. Centro de Investigaciones Económicas. 2007.

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I PARTE : TERRITORIO Y CONFLICTO

respectivos territorios, hay relaciones y características que hacen que los

PANEL 1
actores conciban, deseen e intervengan como una unidad de significación.
Observemos lo dicho a partir de algunos mapas.

En estos casos, el conflicto está subrayando el carácter “regional” de esos


territorios.

• El Oriente antioqueño no produce, internamente, grupos paramilitares,


pero sus regiones vecinas sí lo hacen. Y es a partir de ellas (Magdalena
Medio, Nordeste antioqueño y Valle del Aburrá) que el paramilitarismo
incursiona y actúa en el Oriente antioqueño. Como indicador del fenó-
meno podemos mencionar que la desmovilización de quienes actuaron
en esta región se produjo en las zonas vecinas. Así lo manifiesta también
el número de desmovilizados en los municipios del “lejano oriente” an-
tioqueño, que grosso modo oscilan entre cinco, siete y diez personas por
municipio. Es muy distinto un proceso de desarrollo y paz en una región
donde se asienta una significativa cantidad de desmovilizados (casos de
Urabá o Magdalena Medio, por ejemplo) al de una región que, a pesar de
haber sido igualmente golpeada por estos grupos como las demás, no los
contiene en su seno en las etapas de posconflicto.

Esta podría ser otra manifestación de los comportamientos específicos


del conflicto armado ligados al territorio y de cómo ello puede incidir en los
procesos del conflicto y construcción de paz ligados a ellos.

• En el caso del Oriente antioqueño podríamos decir que los grupos del
ELN que allí actuaron —el Carlos Alirio Buitrago y el de Bernardo López
Arroyave— tienen una raigambre regional y eso —me atrevo a afirmar-
lo— imprimió un carácter especial a las posibilidades que tuvieron las
primeras reacciones colectivas contra los efectos de la guerra, pues las
raíces y lazos familiares y de vecindad que tuvieron los miembros de estos
dos frentes con los pobladores de la región muy posiblemente facilitaron
el éxito de los acercamientos humanitarios impulsados por alcaldes y
asambleas comunitarias: se trataba de individuos armados que procedían

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HACIA LA RECONSTRUCCIÓN DEL PAÍS

Mapa 7. Acciones armadas en Antioquia, 1993-2001


PANEL 1

1993

Fuente: Banco de Datos Noche y Niebla, Cinep.

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I PARTE : TERRITORIO Y CONFLICTO

PANEL 1
2001

Fuente: Banco de Datos Noche y Niebla, Cinep.

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HACIA LA RECONSTRUCCIÓN DEL PAÍS

Mapa 8. Oriente antioqueño presencia paramilitar


PANEL 1

BLOQUE METRO

ACCU

PARAMILITARES
DE RAMÓN
ISAZA

Fuente: Observatorio de Derechos Humanos de la Vicepresidencia de la República.

de las mismas comunidades que les estaban reclamando y que por tanto
tenían razones subjetivas que tendían a facilitar sus decisiones.

• Por último, quiero destacar el hecho de que la guerra ligó muy estrecha-
mente el destino del “oriente cercano” al del “oriente lejano”. Parafrasean-
do al profesor Alejandro Grimson, la guerra trajo “la periferia al centro”,
pues el “oriente lejano”, sin dejar de ser “lejano” en términos de desarrollo
desigual, deviene estratégico en la guerra y por tanto se convierte en

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I PARTE : TERRITORIO Y CONFLICTO

“central”, tanto para las políticas de seguridad democrática como para las

PANEL 1
políticas y programas de desarrollo y paz. La mejor muestra de ello es la
espacialidad de las inversiones del Laboratorio de Paz:

b) La construcción de actores regionales

Una de las bases de la construcción subjetiva de toda región es la forma-


ción de actores regionales, de actores que interpreten el territorio como uni-
dad de significación, que propongan proyectos sobre él, que interactúen, unos
confrontándose, otros aliándose, siempre en función de tales proyectos.

En la última década el conflicto armado arrojó, por reacción, nuevos ac-


tores regionales en el Oriente antioqueño. Los actores institucionales y de
la sociedad civil que operaban sobre el territorio eran de carácter sectorial y
solo uno1 abordaba el territorio integralmente. Actores regionales que con
anterioridad a este periodo se habían forjado al calor de reivindicaciones o
proyectos regionales, habían hecho parte de una corta historia en el primer
quinquenio de los años 80, historia que fue segada por el paramilitarismo
de la época. Es el conflicto armado reciente el que desencadena una serie de
procesos que llevan a la formación de nuevos actores regionales. Por el corto
tiempo de que disponemos en este certamen, contentémonos con enumerar
los principales: la Asamblea Provincial Constituyente del Oriente Antioqueño,
el Consejo de Alcaldes del Oriente Antioqueño, la Asociación de Mujeres del
Oriente Antioqueño (Amor), Prodepaz (una ong) y las redes de asociaciones
de desplazados y de víctimas de la violencia.

Gracias a estos actores regionales el Oriente antioqueño cuenta hoy con


un Laboratorio de Paz que recibe el apoyo de la comunidad internacional y
del gobierno nacional. Ellos cuentan con el nivel más amplio de construcción
subjetiva de la región. Vale la pena destacar que hay otros niveles —interme-
dios y micros— donde este proceso de construcción subjetiva de la región
también se ha venido presentando. Quiero destacar dos de ellos:

1 Corporación Autónoma Regional de los Ríos Negro y Nare (Cornare).

— 191 —
HACIA LA RECONSTRUCCIÓN DEL PAÍS

Mapa 9. Inversiones del balance social del Laboratorio de Paz, 2006


PANEL 1

Fuente: elaboración Odecofi-Iner. Basados en Procepaz (2007).


Participamos del Desarrollo Territorial. Balance 2006. Rionegro,
mayo de 2007.

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I PARTE : TERRITORIO Y CONFLICTO

• Las redes, organizaciones y eventos que se desarrollan en la región a pro-

PANEL 1
pósito de la construcción de ciudadanía, de organización de mujeres, de
víctimas, de desplazados, de reconciliación, de la Asamblea Provincial y de
programas de desarrollo y paz en general han implicado la movilización
periódica de cientos de pobladores y de líderes locales de unos puntos de la
región a otros. Estos recorridos físicos, acompañados de los contenidos de
los eventos que los promueven, originan redes de interconexión subjetiva
entre pobladores y organizaciones y producen representaciones acerca de
los distintos lugares frecuentados como partes del “oriente antioqueño”.

• Esas mismas redes y eventos han sacado a numerosas localidades del


aislamiento en que han solido estar, así algunas no sean protagonistas del
movimiento regional. Les han proporcionado al menos conciencia de per-
tenecer a un conjunto espacial mayor, denominado “oriente antioqueño”,
y de compartir similares problemas con otras localidades del mismo.

El significado que hasta el presente ha alcanzado esta construcción


subjetiva de la región ha sido innegable; sin embargo, a largo plazo, sus
posibilidades están sujetas a la manera como se vayan resolviendo dos tipos
de tensiones:

• La primera se juega entre las fuerzas que impulsan los intereses econó-
micos centrados en el altiplano (que puede redundar en una brecha cada
vez mayor entre los dos orientes) y las fuerzas que promueven el fortale-
cimiento del Oriente en su integridad y su complejidad regional, tensión
que hemos pretendido desarrollar en esta intervención.

• La segunda tensión, bastante más compleja que la primera, se sitúa den-


tro de la propia fuerza que construye subjetivamente la región, toda vez
que en ella interactúan diversas dinámicas encontradas. Enumeremos las
cuatro que por ahora nos parecen las centrales:
a) las viejas y las nuevas maneras de hacer política (la política-politiquera
y clientelista vs. la construcción de ciudadanía y de participación so-
cial);

— 193 —
HACIA LA RECONSTRUCCIÓN DEL PAÍS

b) la disparidad de los compromisos de los actores involucrados en el


PANEL 1

proyecto regional (entre los actores empresariales, los políticos y el


sector social);
c) las diferencias de orientación frente a temas tan claves para el proyecto
regional como son las posturas y acciones ante la reconciliación y los
énfasis entre el desarrollo o la ciudadanía;
d) el reto de conciliar la construcción de región fortaleciendo la insti-
tucionalidad sin que ésta ahogue la fuerza de la acción colectiva y
las iniciativas no formales de la sociedad civil, las cuales han sido la
base que en la actualidad anima, y de la cual dependió en el pasado,
el novedoso proceso que hoy se aglutina en el Laboratorio de Paz del
Oriente antioqueño.

COMENTARIOS DE TEÓFILO VÁSQUEZ*

En primer lugar, me parece importante, como se expone en el último libro del


Instituto de Estudios Políticos y Relaciones Internacionales (Iepri), la capaci-
dad de relacionar macroestructuras con micromotivos, a la cual nos invita la
tipología que está construyendo Ana María Arjona sobre las relaciones entre
actores armados y población civil. Otro tema que abre el trabajo de Ana María
es una idea que nosotros también hemos venido apoyando: la de que la gente
también tiene “agencia”, lo que supone acabar con el mito de que existe una
población civil totalmente pasiva e inerme y totalmente subordinada a los
actores armados. En cambio, ella presenta toda una gama de posibilidades
de relaciones, en una tipología donde la gente también tiene “agencia”, donde
conserva cierto margen de maniobra.

Además, ella subraya algo importante: que no todo es violencia en la


relación entre el actor armado y la población civil, aunque es cierto que la
relación pasa preferentemente por la violencia, además de otras opciones. Sin

* Investigador de Cinep y miembro de Odecofi. Sociólogo de la Universidad Nacional y estudiante de la maestría de Geografía de la
Universidad de los Andes.

— 194 —
I PARTE : TERRITORIO Y CONFLICTO

embargo, me parece que tal vez la tipología, al tratar de formalizar mucho,

PANEL 1
se vuelve tan abstracta que, al momento de analizar casos empíricos, sea
absolutamente general y pueda ser aplicable a n casos o a ningún caso.

Por eso, también me parece importante subrayar los aspectos sincrónicos


de la relación entre las comunidades y los actores armados. Esto quiere decir
que es necesario relacionar más la construcción de tipologías abstractas con
las dinámicas históricas. Porque considero que son las dinámicas de largo
y mediano plazo —sin casarme con el historicismo— las que dan sentido a
esos procesos de construcción de tipologías. Entre otras cosas porque en
Colombia podemos encontrar muchos ejemplos de cambios históricos de
larga duración en el relacionamiento entre las Farc y la población civil o entre
los paramilitares y la población civil.

Además, yo intentaría reconstruir mejor la definición de lo que Ana María


Arjona denomina regiones anómicas: no basta que sean regiones de colo-
nización reciente, porque los procesos de colonización son diferenciados
según el grado de cohesión social que exista en las regiones. Por esa razón
observaba antes que hacía faltar introducir una dinámica y una comprensión
histórica a la tipología de las relaciones de la población civil y los actores
armados. Esa diferenciación hace que no todas las regiones de colonización
sean necesariamente anómicas, porque hay regiones de colonización que
han recibido éxodos masivos de pobladores que vienen escapándose de
conflictos agrarios antiguos: estas sociedades colonizadoras traen consigo
una cierta cohesión social y una cierta identidad, así su presencia sea nueva
en el territorio. Esta colonización hunde sus raíces en un proceso identitario
preexistente: estoy hablando de las colonizaciones armadas y de las coloni-
zaciones con entidades partidarias previas.

Es más, incluso es posible seguir la pista de estos procesos por medio de la


comparación con la investigación que estamos realizando el Cinep y el Cerac
en el sur del país, dentro del proyecto de Odecofi. Allí puede observarse el
peso y la importancia que tienen los procesos de colonización que ocurrieron
en el Caquetá, lo mismo que el peso que aún tiene la colonización del norte

— 195 —
HACIA LA RECONSTRUCCIÓN DEL PAÍS

de ese departamento. Esta colonización, con influjo comunista y liberal, se


PANEL 1

puede contrastar con la colonización conservadora del sur del departamento.


Por eso no es casual que los grupos paramilitares hayan entrado por el sur y
no hayan logrado penetrar mayormente en el norte del Caquetá. Esto permite
afirmar que hay procesos de larga duración que explican el hecho de que
haya sociedades colonizadoras que no son anómicas, sino que representan
fuertes procesos identitarios de vieja data.

Con respecto a la exposición de Camilo Echandía, cuyos temas de trabajo


se acercan más a los míos, me parece importante destacar la coincidencia de
las tendencias de los datos, que señaló en su introducción. La comparación
de sus datos con los recogidos por el Banco de Datos de Derechos Humanos
del Cinep y los que allegamos ahora conjuntamente con los colegas del Cerac,
muestra algunas diferencias de la información concreta pero indica, al tiempo,
una gran coincidencia en la apreciación de las tendencias generales.

Una de las coincidencias con Echandía es algo que dijo al comienzo de su


exposición, que también me atormentaba a mí: que la confrontación armada
no se enmarca en un modelo evolutivo lineal sino que su lógica depende de
los cambios de los actores armados, según sus ajustes a las coyunturas. Esta
aparente carencia de lógica quiere decir que las dinámicas temporales de la
evolución del conflicto armado van muy al albur de las vicisitudes estraté-
gicas de los puntos de inflexión de paz o guerra, según sean las posiciones
adoptadas por el gobierno de turno. No existe un proceso acumulativo, sino
que hay puntos de inflexión que se pueden quebrar o devolver, según las
circunstancias. Los actores armados están más motivados por lo que Daniel
Pécaut llama las interacciones estratégicas de los otros actores armados, que
los atan más de lo que ellos quisieran admitir. Esto permite explicar por qué
el conflicto armado es tan variable.

Me parece también importante subrayar todo lo que representó Mitú como


punto de quiebre, en el sentido de dar por terminada la etapa que algunos
llamaron, talvez un poco ingenuamente o talvez pensando con el deseo, el
salto de la guerra de guerrillas a la guerra de posiciones. Mitú fue un punto

— 196 —
I PARTE : TERRITORIO Y CONFLICTO

de inflexión que hay que abonárselo a las Fuerzas Armadas, un punto de

PANEL 1
inflexión casi simultáneo con el proceso de diálogo de las Farc con Pastrana.
Esto hay que enfatizarlo porque a veces existe el mito de que Pastrana aplazó
la solución militar mientras se puso a negociar con las Farc. Creo que esto
hay que revisarlo, porque para nadie hay duda de que el gobierno Pastrana
puso, mediante la primera fase del Plan Colombia, la cuota inicial, tanto de
la reingeniería de las Fuerzas Armadas como de lo que hoy ha logrado el
presidente Uribe con su “seguridad democrática”.

Sin embargo, me gustaría discutir algunos puntos de divergencia con


Camilo Echandía. En primer lugar, no he encontrado, al menos en todas las
subregiones de la macrorregión del sur que estoy investigando, una correla-
ción positiva entre el número general de homicidios y el número de homicidios
políticos, aunque es cierto que esa correlación existe en el nivel nacional. Si
se afina la información, no solo sobre acciones bélicas sino también sobre
homicidios políticos, se encuentra que en el nivel regional se presentan
variaciones en las tendencias. Puedo hablar de los casos y subregiones del
sur del país, que estudié más a fondo, municipio por municipio y provincia
por provincia: allí encontré que en algunas regiones ocurre exactamente al
revés, pues en ciertos casos el número de homicidios políticos es casi que
inversamente proporcional al número general de homicidios. O sea, son ca-
sos en los que aumentan los homicidios políticos y baja el número general
de homicidios. Esto indicaría que allí existe lo que yo denomino monopolios
parciales del uso de la fuerza.

En cambio, creo que, en general, la correlación entre el número de ho-


micidios políticos y el número total de homicidios es positiva donde hay
negocios ilícitos, como la coca, pero es inversamente proporcional en las
regiones donde la importancia reside en el control militar del territorio, como
en los casos de Bogotá y Cundinamarca.

Por último, me parece que el estudio de Camilo Echandía con respecto a


las Farc nos debe hacer reflexionar a todos nosotros, especialmente a quienes
estamos vinculados a los programas de desarrollo y paz, sobre la necesidad de

— 197 —
HACIA LA RECONSTRUCCIÓN DEL PAÍS

pensar si el repliegue que ha adoptado este grupo es un repliegue unilateral,


PANEL 1

fruto de un acto de decisión política, o un repliegue forzado por la presión


del Ejército. Esta reflexión es fundamental para pensar y vislumbrar nuestras
acciones hacia el futuro. Con respecto a los paramilitares, tendríamos también
que aclarar si las denominadas bandas emergentes lo son realmente, especial-
mente donde no había condiciones estructurales maduras para que se diera
un proceso de reinserción, sea porque había coca o sea porque había otro
competidor, como las Farc. En un estudio con el Cerac vimos que donde los
paramilitares no tenían el monopolio parcial de la fuerza fue menos exitoso
el proceso de paz, y en cambio fue exitoso donde sí lo tenían. Esto presen-
taría dos posibilidades. La primera sería cuando las bandas emergentes son
expresión del resentimiento de los grupos armados en regiones donde, por
razones macroestructurales o por micromotivos, no había condiciones para
un proceso de paz; la segunda situación se presentaría donde esas bandas
serían, pensando “maquiavélicamente” —cosa que no siempre está mal—,
simplemente retaguardias estratégicas de los grandes jefes de la negociación
para el caso de que el proceso de paz con las autodefensas fracasara. En este
momento no me atrevería a inclinarme por alguna de las dos alternativas,
tanto para el caso de las Farc como para el de los paramilitares.

COMENTARIOS DE JORGE RESTREPO*

Mis comentarios van a referirse a las presentaciones de Ana María Arjona y


Camilo Echandía en el contexto de nuestro intento de tratar de entender las
relaciones entre territorio, conflicto y violencia en Colombia, para empezar
a construir, si se quiere, una metodología conjunta de carácter inter y trans
disciplinario sobre el tema. Con esto quiero insistir en que lo que estamos
tratando de construir en Odecofi es una metodología y unas aplicaciones
para entender esos territorios, que son al tiempo territorios de violencia, paz
y desarrollo, donde están presentes unas instituciones que evolucionan en

* Director del Centro de Recursos para el Análisis de los Conflictos, miembro de Odecofi. Economista de la Universidad Javeriana y
doctor en Economía del Royal Holloway - Universidad de Londres. Profesor de la Universidad Javeriana.

— 198 —
I PARTE : TERRITORIO Y CONFLICTO

el espacio y en el tiempo y que determinan y configuran tanto el equilibrio

PANEL 1
entre violencia y paz como los resultados en términos de desarrollo.

Esta labor, de tipo colaborativo, puede alimentarse muy bien tanto del
trabajo académico que hace Camilo Echandía como del que realiza Ana María
Arjona. Dos estudios muy diferentes pero que nos aportan, hasta cierto punto,
visiones complementarias, sugestivas, a veces contradictorias, como lo se-
ñalaba antes Teófilo Vásquez. Todo ello hace muy útil este tipo de diálogo.

En primer lugar, vale la pena destacar la similitud de enfoques, no solo


en términos del objeto de estudio sino en la referencia a lo local y a las di-
ferentes maneras de entender lo regional como territorio. Por ejemplo, lo
primero que hemos hecho con el trabajo de Odecofi sobre las macrorregio-
nes del sur y el nororiente del país —en un proceso relativamente doloroso,
tengo que decirlo— es tratar de entender qué es el territorio, cómo se lo
construye metodológicamente y cómo se lo define, especialmente con las
dificultades que hay en materia de información geográfica y la baja calidad
de la información frente a todo lo que se querría encontrar en el proceso de
investigación.

En su análisis, Ana María Arjona hace mucho énfasis en el territorio como


una realidad transformada por efecto del control de los grupos violentos en
una acción planeada y dirigida a controlar la población, sin hacer una diferen-
ciación entre los grupos armados ilegales, como también se les llama, y otros
grupos violentos, que podrían incluir a las fuerzas del Estado, que también
ejercen la violencia. El problema de si se trata o no de violencia legítima para
mantener el control de la población sería motivo de otra discusión. En ese
sentido es muy interesante ver cómo esta coerción se puede modelar sobre
la base del territorio ya existente. Entiendo el trabajo de Ana María Arjona
como un ejercicio metodológico que parte de un territorio existente, donde
ya operan unas relaciones económicas individuales y unas interacciones entre
comunidades, y donde intervienen los grupos violentos para producir una
transformación del territorio, lo que ella llama ordenamiento territorial. Me
pareció muy interesante ver cómo Colombia, que ha estado discutiendo y

— 199 —
HACIA LA RECONSTRUCCIÓN DEL PAÍS

buscando durante muchos años el ordenamiento territorial, se encuentra ya,


PANEL 1

hasta cierto punto, nos dice Ana María, con un ordenamiento territorial que
ha pasado por el filtro de la violencia y es por tanto un resultado de ella.

Por mi parte, yo insistiría en que esa forma institucional —violenta, si se


quiere— de ordenamiento territorial surge precisamente por la falla de las
instituciones. A veces comento que Odecofi no debería llamarse “observa-
torio para la convivencia ciudadana y el fortalecimiento institucional” sino
observatorio del conflicto y las fallas institucionales, porque este ordena-
miento territorial impuesto por los grupos armados en la interacción con las
comunidades surge de la falla institucional misma.

Allí vuelvo a una pregunta que estamos tratando de formular en Odecofi:


¿por qué surge la violencia? La pregunta se refiere tanto a la violencia asociada
al conflicto como a la violencia homicida, a la de los grupos organizados, a la
violencia asociada al desplazamiento o a la violencia que está asociada a otras
formas visibles de afectación de las personas y las comunidades. ¿Por qué
surge esa violencia, una violencia que tiene tantas dimensiones? El énfasis,
creo, está en tratar esa falla institucional. Si se pretende, por parte nuestra,
dar respuestas a las comunidades, los programas de desarrollo y paz, las
empresas que tienen interacción con las comunidades y explotan actividades
económicas en esos territorios, tenemos que buscar crear instituciones que
resuelvan de una manera no violenta los conflictos que estamos analizando
y que, por supuesto, no puedan ser “cooptadas”, capturadas o penetradas
por los mismos grupos violentos.

De una u otra manera, se trata no solamente de estudiar y dialogar con


la visión de otros investigadores sino también de ir más allá y ver cómo se
pueden construir instituciones, en primer lugar para poder reducir la vio-
lencia, y, en segundo lugar, para poder desarrollar esos territorios en una
concepción amplia, es decir, cómo incrementar la capacidad territorial de
resolución de conflictos y la capacidad productiva para resolver los demás
problemas de desarrollo.

— 200 —
I PARTE : TERRITORIO Y CONFLICTO

Me pareció muy interesante la manera como Ana María Arjona se refirió,

PANEL 1
al final de su charla, al posconflicto, que debe verse como una intervención
estratégica sobre una región o un territorio. El desplazamiento forzado de
la población, el retorno o el restablecimiento de pobladores, tanto de vícti-
mas como de victimarios, las fórmulas de construcción local de la memoria
—sobre todo de la memoria de la violencia— y la restitución de bienes son
todos elementos que tendrán un impacto importante en el nivel regional y
la configuración territorial. La operatividad o no de las instituciones en el
posconflicto de una región particular puede impactar en las comunidades
de manera muy precisa. Para considerar un caso específico, un posconflicto
manejado de modo desordenado puede revictimizar a algunas comunidades,
tanto receptoras como expulsoras de víctimas y victimarios, y provocar to-
da suerte de problemas y dificultades de orden político y social. Una serie
de preguntas como éstas pueden encontrar una guía en la investigación de
Ana María.

Antes de pasar a la presentación de Camilo Echandía quiero insistir en la


necesidad de ver cuáles son los enclaves del conflicto. Hay una palabra anglo-
sajona, cleavages, que me parece muy útil para tratar de volver a considerar
esa pregunta. Yo me atrevería a decir que tanto en el enfoque de Camilo
como en el de Ana María noto una ausencia: no se siguen preguntando por
qué sucedió la violencia que afectó a nuestros territorios; un poco menos
en el de Ana María, porque ella nos está diciendo que existen unas formas
de interacción que pueden explicarnos el tipo de violencia que se presenta
y la intensidad de de esa violencia. Volviendo a las presentaciones de esta
mañana, quiero llamar un poco la atención en torno a que nosotros sí tene-
mos que preguntarnos cuáles son las causas y los enclaves del conflicto: es
decir, en qué está arraigado el conflicto, no como forma de justificación del
mismo sino a manera de explicación, para poder guiar la intervención tanto
en el conflicto como en el posconflicto.

Ana María nos dice que el control, en términos de participación de la


población civil en el conflicto —las formas en las cuales se tejen relaciones
entre los grupos armados y las comunidades—, puede resultar en una institu-

— 201 —
HACIA LA RECONSTRUCCIÓN DEL PAÍS

ción ordenadora de carácter violento. En el caso de Camilo Echandía se hace


PANEL 1

mucho énfasis en la búsqueda de rentas, en la presencia de rentas legales e


ilegales que pueden ser depredadas por los grupos violentos, y en la manera
como eso también suscita la presencia de los grupos. Esto determinaría no
solamente la presencia sino también su dinámica, su actividad y su ocupación
del territorio en forma violenta. Recuerden que Camilo decía que la capaci-
dad de acción del Ejército es lo que determina lo que hace la guerrilla como
reacción —en palabras textuales—. O sea, que el determinante de la violencia
es la acción del Ejército; que la conflictividad se sostiene en ciertas zonas
por la capacidad de respuesta del Ejército, que configura nuevos escenarios.
Esta respuesta ha llevado consigo un repliegue forzado de las fuerzas de la
guerrilla, que se ha visto forzada a abandonar algunas áreas. Esto significa
que la Farc ha renunciado a defender sus territorios tradicionales y que lo que
guía hoy en día su movimiento es la supervivencia, porque ellas necesitan
ocupar lugares donde no haya presencia de la fuerza pública. Todas estas
son figuras de la dinámica del conflicto que aparecen tanto en el trabajo de
Ana María como en el de Camilo e indican en parte que el sustrato de la lucha
está en la necesidad de controlar o buscar rentas.

Quisiera decir que debiéramos buscar otras visiones complementarias. Por


ejemplo, la visión del economista diría que lo que está en realidad detrás de
un conflicto es una divergencia de intereses y preferencias entre grupos. Sin
profundizar mucho en el tema, podríamos hablar de divergencias de intereses
que pueden tomar características étnicas, religiosas, productivas, geográficas,
ideológicas, de propiedad y uso de la tierra, renta e ingreso, etc. En mi opinión,
para entender el fenómeno violento en Colombia hay que revisar de nuevo
estas tesis. En Colombia es común afirmar que el conflicto colombiano no es un
conflicto ni étnico ni religioso, pero yo insisto en que, en términos de apertura
metodológica, tenemos que revisar esas tesis para ir más allá de decir que
se trata simplemente de una búsqueda de rentas, un control de rentas o una
dinámica militar de corto plazo. Esto no significa que la búsqueda de rentas
no sea importante, ya que es parte de la ecuación para entender el conflicto:
es cierto que desde los años ochenta el tema de la viabilidad financiera es uno
de los elementos claves para entender la intensificación del conflicto en esos

— 202 —
I PARTE : TERRITORIO Y CONFLICTO

años, y hoy día su declive. Sin embargo, de hecho, la misma teoría económica

PANEL 1
afirma que la intensidad del conflicto está primordialmente determinada por
la distancia que exista entre los grupos que estén enfrentados en el conflicto,
en términos de sus preferencias sociales y políticas.

En este aspecto volvemos a caer en la falla institucional que impide


resolver el conflicto pero que también incide en determinar cuáles son las
razones para el conflicto. En este aspecto observamos una coincidencia muy
profunda entre el trabajo Cinep-Cerac y el trabajo que muestra Ana María,
porque la evolución institucional, relacionada con lo que en el Cinep llaman la
sedimentación de la sociedad, determina bastante la capacidad institucional
para resolver el conflicto.

La diversidad —expresada en las características que mencioné— puede


darnos la clave para entender el conflicto. Para tratar de explicar este conflicto
tal vez podemos estar hablando de formas de inequidad horizontal entre
grupos que pueden tomar formas de profunda polarización ideológica, o
de razones étnicas y raciales e incluso de ausencia de oportunidades, y de
la diferencia de oportunidades de los grupos enfrentados. Además de estu-
diar la falla institucional, creo que, para entender el conflicto, es necesario
volver al tema de la propiedad de la tierra, la desigualdad del ingreso, la
diversa capacidad de influencia de las personas. Y a la cuestión de cómo las
instituciones, que se supone que están para resolver el conflicto y proteger
a las personas y las comunidades, por el contrario, en muchos casos se han
erigido en parte de él, al victimizar poblaciones y perpetuar las razones
profundas del conflicto.

Para terminar, quiero explorar la manera como estos análisis se relacionan


con las hipótesis que sugiere Camilo Echandía en su intervención. En primer
lugar, la correlación entre la violencia homicida general del país y la violencia
asociada al conflicto armado. En este punto me atrevería a decir que este es
un fenómeno complejo en el buen sentido de la palabra, y es complejo porque
está sujeto a muchas influencias. Concretamente, Teófilo anotaba un elemento
de esta complejidad al señalar que lo que es cierto en el nivel nacional de la

— 203 —
HACIA LA RECONSTRUCCIÓN DEL PAÍS

relación, que muestra una correlación que es incitada por los grupos armados,
PANEL 1

no se vislumbra necesariamente en los niveles regional y local. Ello permitiría


concluir que en este caso las hipótesis son ciertas, pero lo que hay que hacer
es problematizarlas. Si bien en lo nacional la violencia del conflicto puede
determinar la violencia homicida, esto no necesariamente sucede en el nivel
local, o en todos los periodos. En últimas, estas relaciones complejas suponen
que no se sostienen ni en todo tiempo ni en todo lugar.

Un segundo tema que valdría la pena analizar con Camilo es el de la


transformación de la violencia. Yo estaría de acuerdo con que ha habido un
proceso de reducción de la violencia —Teófilo también lo mencionó—, que
está asociado con el proceso de negociación con los paramilitares, que yo
no llamaría de paz. Sin embargo, ese proceso de reducción de la violencia ha
presentado una complejidad enorme, porque se ha pasado de una violencia
letal que ha disminuido a una violencia no letal que ha aumentado mucho más,
con una gran heterogeneidad regional. Por ejemplo, como anotaba Teófilo,
hay subregiones como las de Nariño, donde hemos encontrado un deterioro
generalizado de la situación directamente asociado con el proceso de des-
movilización paramilitar. Pero en otras regiones y subregiones ha sucedido
exactamente lo contrario: un proceso de reducción de la violencia no letal
y de la letal, pero con dificultades serias para la reconstrucción de la vida
en comunidad sin violencia, como en el caso de Antioquia y Medellín. Hay
factores como el miedo y el temor, que son muy difíciles de medir pero que
parece que sí están presentes en nuestro posconflicto paramilitar.

Finalmente, estos procesos de transformación del conflicto en el poscon-


flicto muestran que las negociaciones de paz no son la solución completa.
Aquí vuelvo al tema del desarrollo: me atrevería a decir que la concepción que
estamos tratando de construir en términos de desarrollo es una concepción de
posconflicto donde se logra reducir la violencia pero no transformarla. Esto
solo se alcanzaría por medio de instituciones que resuelvan los conflictos,
pues creemos que la mayoría de los conflictos —en lo que hemos encontra-
do— están asociados principalmente a problemas de distribución de ingresos,
acceso y uso del territorio.

— 204 —
I PARTE : TERRITORIO Y CONFLICTO

COMENTARIOS DE OMAR GUTIÉRREZ*

PANEL 1
Mis comentarios afrontan el desafío de poder decir algo nuevo sobre conflicto
y territorio después de las ponencias y comentarios que se han escuchado.
Sin embargo, a partir de la investigación que estoy desarrollando sobre lo que
hemos denominado macrorregiones del oriente y nororiente de Colombia,
que cubre una o dos regiones, según la óptica que se adopte, voy a intentar
hacer algunos comentarios puntuales al esfuerzo de clasificación lógica que
intenta Ana María Arjona sobre las relaciones entre los actores armados y la
población civil, y el análisis de las transformaciones recientes de los actores
armados que presentó Camilo Echandía. Mis comentarios parten de un tra-
bajo de investigación que hemos venido realizando en el Cinep, que trata de
complementar, con una mirada paralela, las investigaciones que han venido
realizando Teófilo Vásquez y el grupo del Cerac en el sur del país.

En primer lugar, quiero mostrar este intento de construir una subregiona-


lización del oriente y nororiente del país de manera similar al trabajo antes
mencionado (ver Mapa 1).

Para explicar sintéticamente la manera como se ha construido esta su-


bregionalización de las dos grandes macrorregiones, el oriente y el noro-
riente colombianos, empezaría por decir que se ha realizado por medio de
la consulta de fuentes de distinto orden. Por una parte, estudios anteriores,
información secundaria, pero también he hecho uso del trabajo de campo en
algunas de estas zonas, utilizando la experiencia acumulada en investigacio-
nes anteriores, tanto en esas regiones como en otras similares. Se trata, como
ha dicho antes Jorge Restrepo, del resultado de un ordenamiento territorial
producido por el conflicto, así como de otras expresiones relacionadas con
la manera como se han ido espacializando algunas dinámicas demográficas,
económicas, sociales y políticas.

* Investigador del Cinep y miembro de Odecofi. Sociólogo de la Universidad Nacional de Colombia y magíster en Ciencia Política,
Economía y Relaciones Internacionales del Instituto de Altos Estudios para el Desarrollo - Universidad Externado de Colombia y
I.E.P, Paris. Consultor de varios organismos multilaterales.

— 205 —
HACIA LA RECONSTRUCCIÓN DEL PAÍS

Mapa 1
PANEL 1

Fuente: Cerac - Cinep. Junio 7 de 2007.

— 206 —
I PARTE : TERRITORIO Y CONFLICTO

En esta primera construcción acudimos metodológicamente a una división

PANEL 1
que tiene como unidad los municipios. Por ejemplo, en la primera subregión,
la de Caño Limón, ustedes pueden ver la manera como se ha asentado en el
espacio una serie de relaciones de diverso tipo, social, político, económico,
que permiten agruparlas en un cierto nivel de unidad socio-espacial que puede
contradistinguirse del de otra subregión, espacialmente muy cercana y que
comprende la zona de Saravena, Fortul y Tame. Por otra parte, la subregión
de Caño Limón estaría compuesta por Arauca y Arauquita, que se diferencia-
rían de los municipios del sur, como Puerto Rondón y Cravo Norte, que están
ubicados en el mismo espacio departamental pero cuyas características y
actividades están más ligadas al Casanare y Vichada. Para el caso específico
de otras subregiones, como el Magdalena Medio, acudí a mi experiencia
previa en el trabajo que ha venido desarrollando el Programa de Desarrollo
y Paz del Magdalena Medio, como base de su subregionalización.

Además, este tipo de subregionalización tiene también en cuenta la pre-


sencia que el Estado y los diversos actores armados han hecho en el territorio.
Solamente para mencionarles un caso, la vertiente número 5 del mapa, que
aparentemente no tiene unidad y está diseminada entre diversos departa-
mentos, al observarla en detalle, analizando algunas tendencias espaciales
y acudiendo a unas fuentes históricas, presenta rasgos muy similares. Por
eso se optó por definirla con una subregión específica.

La anterior presentación se inscribe en una investigación en curso que


todavía no tiene el nivel de concreción que ha logrado Teófilo Vásquez. Sin
embargo, permite señalar ya algunas dinámicas que necesitan, por un lado,
ser profundizadas por una investigación más concreta de sus especificidades
particulares, aunque, por otro, permiten ya insinuar algunas generalizacio-
nes de más largo plazo sobre la manera como estos territorios han venido
configurándose territorial, social, económica y políticamente. Además, este
trabajo en curso permite acercarse al análisis de las trayectorias regionales,
un poco más contemporáneas, como se muestra en el Mapa 2.

— 207 —
HACIA LA RECONSTRUCCIÓN DEL PAÍS

Este mapa es un ejercicio de espacialización y subregionalización que va


PANEL 1

más allá del municipio y de la división político-administrativa, porque tiene en


cuenta tendencias un poco más específicas, ligadas a fenómenos actuales. Por
ejemplo, hace quince o veinte años habríamos encontrado menos diferencias
y mayor homogeneidad en la zona del Ariari y del Duda-Guayabero, así que
la división sería distinta de la actual, cuando la configuración espacial de la
región debe mirar una serie de dinámicas sobre el territorio, tales como la
presencia del Estado, la presencia de grupos armados, algunas transforma-
ciones de tipo económico como las ligadas al petróleo y a la presencia de
cultivos de uso ilícito, fundamentalmente de la coca.

Esta subregionalización dinámica es el fundamento para esta investiga-


ción en curso, que supone la construcción de una metodología de análisis,
de carácter muy particularista, centrada en el análisis cualitativo del terri-
torio. Dentro de esta perspectiva se ubican mis comentarios sobre algunos
elementos de las ponencias anteriores que creo importantes.

En el caso de Ana María Arjona consideraría —esto parecería una verdad


de Perogrullo pero creo que es importante advertirlo— que el análisis de la
relación entre población civil y grupos armados debe, de entrada, diferenciar
de qué grupo particular estamos hablando, aunque se corra el riesgo de caer
en una especificidad muy casuística. Esto por muchas razones: la presencia
de tales grupos en el territorio ha sido distinta y sus móviles también son
distintos. Para decirlo en otras palabras, habría que agregar una visión más
histórica y cualitativa a ese esfuerzo lógico de clasificación que intenta Ana
María Arjona. Compartiendo su idea principal y los comentarios de Teófilo
Vásquez, hay que insistir en que los pobladores nunca han sido pasivos frente
a la presencia de estos grupos; se puede observar claramente que han tenido
siempre una relación muy cambiante.

En ese sentido, hay que atreverse a decir, por ejemplo, que el poblamiento
y la configuración espacial de algunas zonas de Colombia han estado profun-
damente ligados a la presencia de estos grupos armados y específicamente
de la guerrilla. Podría mencionar varios casos: la colonización del sur de

— 208 —
I PARTE : TERRITORIO Y CONFLICTO

Mapa 2

PANEL 1

Fuente: Cerac - Cinep. Septiembre de 2007.

— 209 —
HACIA LA RECONSTRUCCIÓN DEL PAÍS

Bolívar, el poblamiento del Sarare, el proceso mítico de establecimiento de


PANEL 1

las columnas de marcha en la zona del Ariari y Guayabero. Esa relación mu-
chísimo más dinámica hace que en algunas zonas haya una fácil implantación
de grupos armados ilegales y que en otras esa implantación haya sido mucho
más problemática; incluso podría decirse que la génesis de esos grupos está
a veces muy articulada a la historia de las regiones.

Además, habría que señalar un aspecto importante, que toca a las dos
ponencias: la necesidad de diferenciar los niveles rural y urbano en las lógi-
cas territoriales de los actores armados. Por ejemplo, en mi zona de estudio
hay por lo menos tres ciudades que en los últimos diez años han sufrido
dinámicas supremamente importantes de violencia y conflicto armado, que
habría que diferenciar de la violencia de las área urbanas: Barrancabermeja,
Cúcuta, Saravena. Sería muy importante advertir esas diferencias en el análi-
sis. Hay que tener en cuenta que las zonas rurales tampoco son homogéneas
—parece otra verdad de Perogrullo pero lo importante es dar información y
sustento a lo que se dice—, ya que la implantación de un grupo armado tiene
diferentes características entre una zona de colonización campesina y una
zona productora de coca. En otros casos, como Arauca, se puede ver curio-
samente que hasta hace poco tiempo existía una presencia muy importante
de los grupos guerrilleros en zonas relativamente urbanas, situación que no
se reduce solamente a los casos de Saravena y Arauca. Sería muy importante
avanzar en este aspecto.

La experiencia de trabajo en el campo, viajando y conociendo algunas


dinámicas locales —y esto es un convencimiento personal— permite advertir
que existe, parafraseando a Gramsci, una génesis social del Estado. Se pue-
de observar que en algunas regiones existe ya una sociedad o comunidad
organizada, nada anómica, a pesar de que podría pensarse lo contrario si
se consideran solo, a simple vista, las actividades ilegales. Esas regiones
engendran tipos de organización que asumen funciones de Estado. Para no
ir muy lejos, está el caso de las Juntas de Acción Comunal, que cumplen
funciones estatales en zonas de poblamiento muy precario.

— 210 —
I PARTE : TERRITORIO Y CONFLICTO

Ese nacimiento social del Estado se relaciona a veces con la presencia de

PANEL 1
actores armados, fundamentalmente de la guerrilla pero a veces también
de los paramilitares: ambos, como advierte Ana María Arjona, configuran
cierto tipo de órdenes. Por eso podría afirmarse que en estos procesos de
poblamiento y colonización no solamente hay violencia y elementos anómicos
sino también configuración de órdenes que, a veces, no son tan radicalmente
diferentes al estatal. Por eso, cuando el Ejército y algunas instituciones del
Estado aparecen en esas zonas, se articulan incluso con el funcionamiento de
las Juntas de Acción Comunal y con las organizaciones sociales existentes.
Aunque pueda sonar atrevido decirlo, en algunos casos podría decirse que
la guerrilla ha creado institucionalidad y ha preparado alguna presencia del
Estado en territorios llamados periféricos o marginados.

Escuchando a Ana María Arjona, estaba pensando que se podría hablar


del concepto de territorialidades: ¿Es posible? ¿Se mantienen esas territoria-
lidades tal como se conocieron en los años sesenta y setenta? ¿O la degra-
dación del conflicto ha imposibilitado la permanencia de esas comunidades?
Y finalmente, ¿qué tan porosas son esas fronteras entre los grupos y los
espacios donde están presentes estos grupos ilegales? Hace algún tiempo la
Universidad Nacional publicó un artículo de Daniel Pécaut que advierte sobre
eso. Otro cuestionamiento es a qué tipo de territorialidades nos estamos
refiriendo ahora. ¿Qué presencia están ejerciendo los actores armados en
las regiones? ¿Necesitan ellas una presencia militar directa o tienen ya otro
tipo de presencia y una relación mucho más delicada con la población, que
es difícil de percibir para un observador externo?

Con respecto a lo dicho por Camilo Echandía, habría que reiterar tam-
bién la necesidad de advertir, como lo dije antes, las diferencias rurales y
urbanas. Por ejemplo, mi trabajo de campo y la revisión de la información
pertinente me habían permitido detectar que en algunos lugares de la zona
del nororiente las dinámicas de violencia y conflicto armado tienen una in-
tensificación “tardía”. Además, con relación a la presencia de las Farc o el ELN
en ciertos puntos estratégicos, como el extremo oriente del país, del que me
estoy ocupando ahora, señalaría que el retraimiento de la guerrilla no está

— 211 —
HACIA LA RECONSTRUCCIÓN DEL PAÍS

dirigido solamente hacia las zonas periféricas y selváticas sino también hacia
PANEL 1

las zonas de frontera. Este es un elemento muy importante para la actual


coyuntura porque la presencia de los actores se ubica en sitios neurálgicos,
que talvez se consideren como zonas periféricas desde el centro del país,
pero que, para una óptica internacional, representan puntos centrales de las
transformaciones geopolíticas.

Además, diría también que el esfuerzo del Estado por medio de la po-
lítica de Seguridad Democrática en algunos territorios no se ha reducido
solamente al control militar del territorio y la población sino que indicaría,
en cierto sentido, un intento de implementación de una nueva noción de
lo público, que implicaría un nuevo estilo de relaciones entre el Estado y la
población civil. Incluso hay algunos intentos de posicionar mejor al gobierno
y al Estado por medio de los procesos electorales y del apoyo a grupos muy
cercanos al gobierno. Esto va acompañado por mecanismos que integran,
de alguna manera, algunos sectores socioeconómicos, pero que marginan a
otros, considerados más débiles o con menor capacidad de representación y
poder real en las zonas. Desde mi punto de vista, esta doble situación puede
provocar nuevos conflictos, porque está creando nuevas fracturas sociales
que pueden alimentar nuevas expresiones de violencia en el futuro. Por otra
parte, en algunas regiones se puede advertir que la población civil se rehúsa
a la marginación: ensaya estrategias de adaptación al conflicto apropiándose
y haciendo suyo el discurso institucional, pero dentro de una concepción que
introduce muchos matices frente a la acción del Estado.

— 212 —
I PARTE : TERRITORIO Y CONFLICTO

DISCUSIÓN Y PREGUNTAS

PANEL 1
Relatoría de Silvia Monroy*

En la discusión con los comentaristas y los participantes del público general,


Ana María Arjona respondió a los cuestionamientos sobre la dificultad de
trabajar con tipologías y sobre la aparente homogeneidad que atribuye a los
actores armados en detrimento de una consideración mucho más heterogénea
de las comunidades, mostrando que su trabajo tiene una base empírica que
suprimió para delimitar su presentación oral. Esta base empírica correspon-
de al estudio de tres casos de Cundinamarca y Córdoba, donde realizó un
análisis histórico, tanto de las localidades antes de la llegada de los grupos
armados como del momento de su incursión. Aclara que su investigación
contempló los resultados arrojados por la aplicación de 800 encuestas entre
desmovilizados y 600 entre civiles. Además, realizó entrevistas en profun-
didad con desmovilizados guerrilleros y paramilitares, tanto dentro como
fuera de las cárceles.

Según ella, las tipologías muestran un cierto estado ideal de las cosas, pero
constituyen, de todos modos, valiosas herramientas de análisis. A su modo de
ver, el análisis teórico no descarta el trabajo de campo ni el trabajo histórico.
En respuesta a varios comentarios de los expertos invitados, asegura que
su interés por enfatizar los rasgos más generales y abstractos hizo que su
presentación oral no considerara de la misma manera los grados de variabi-
lidad de las comunidades y de los grupos armados. Así mismo, afirma que
no desconoce tampoco la sucesiva transformación de las comunidades por la
presencia de los diferentes grupos armados. Citando el caso de localidades

* Antropóloga de la Universidad de los Andes, Bogotá, y magíster en Antropología Social por la Universidad de Brasilia, donde se
encuentra actualmente realizando estudios doctorales en Antropología Social. Fue docente e investigadora en el Departamento de
Antropología de la Universidad de Antioquia.

— 213 —
HACIA LA RECONSTRUCCIÓN DEL PAÍS

que han pasado de la ocupación de la guerrilla a la de los paramilitares, ase-


PANEL 1

gura que es posible observar una especie de continuo en los órdenes locales
cambiantes, pese a que también puedan identificarse puntos de ruptura. En
relación con el comentario de Omar Gutiérrez sobre la diferencia entre los
tipos de colonización y las manifestaciones del conflicto armado, responde
que su trabajo comparado en tres veredas de un mismo municipio de Córdo-
ba muestra efectivamente que una “misma” comunidad, con características
culturales, étnicas e históricas comunes, responde frente a la incursión de
los grupos armados con expresiones organizativas diferentes.

Por su parte, Camilo Echandía define el interés de su trabajo como un


intento de interpretar las estrategias militares en un cuadro más general del
conflicto armado, y señala que su foco se concentra en la presentación de las
tendencias más gruesas y la relación entre la continuidad de la lucha armada
y las otras expresiones criminales. Aclaró que considera muy importantes los
comentarios de Gutiérrez y Torres Ribeiro sobre la relevancia de los microa-
nálisis, pero que hizo énfasis en las tendencias macro por petición expresa
de los organizadores del seminario.

Echandía invitó a participar en la Mesa de Trabajo sobre los escenarios y


las transformaciones de los actores armados en Colombia, pues esto permitiría
profundizar en algunos puntos de su exposición. Se refirió a la pregunta de
Teófilo Vásquez sobre si la disminución de la operatividad de las guerrillas
era resultado de una decisión estratégica o una respuesta forzada por la pre-
sión militar. En la mesa de trabajo se podría también avanzar en la discusión
sobre la naturaleza de las bandas emergentes, para intentar contestar a la
pregunta de si ellas funcionan como retaguardias de grupos desmovilizados
o si se trata, más bien, de nuevos grupos con una expresión criminal.

Posteriormente, aclara que la metodología de su trabajo se basa en la


comparación de los bancos de datos de la Presidencia de la República y del
Cinep, que es una tradición inaugurada por Mauricio García Durán en su libro
“De la Uribe a Tlaxcala: procesos de paz”, publicado por el Cinep. Coincide
con Teófilo Vásquez en la similitud de las tendencias encontradas en ambos

— 214 —
I PARTE : TERRITORIO Y CONFLICTO

estilos de información y reconoce la complejidad del intento de realizar una

PANEL 1
comparación del cuadro de violencia global con la violencia correspondiente a
grupos organizados y a la violencia derivada del conflicto armado. Hace esta
aclaración al citar trabajos previos de Teófilo Vásquez: añade, no obstante,
que las investigaciones realizadas por el Observatorio de Derechos Humanos
muestran que sí existe una coincidencia entre la dinámica de la violencia ge-
neral y la violencia desplegada por los grupos armados y las organizaciones
al servicio del narcotráfico. A partir de la exposición de Clara Inés García
sobre el caso del oriente de Antioquia, lo mismo que de la información sobre
regiones como el Bajo Cauca y Urabá, sostiene que no tiene dudas sobre
la estrecha relación que existe entre la dinámica de los homicidios en su
conjunto y la que surge de la violencia derivada de los protagonistas de la
confrontación armada.

Más adelante cita el estudio realizado en 1987 por los violentólogos, que
estima que la participación de la violencia política solo equivalía entonces a
un porcentaje entre 10% y 15% del conjunto de la violencia homicida del país.
Trae a colación el estudio de Francisco Gutiérrez Sanín aparecido en el libro
“Nuestra guerra sin nombre”, publicado por el Iepri, que estima en un 25% la
participación de la violencia política en el total de la violencia colombiana. En
este punto, Echandía habla de la dificultad de establecer cifras definitivas o de
calcular ese porcentaje, lo que se hace aún más difícil debido al enorme su-
bregistro que existe, cuando ni siquiera la justicia consigue determinar quién
ha perpetrado la mayoría de los homicidios ocurridos en el país. Lo que sí se
puede concluir es que el análisis enfocado sobre determinadas regiones hace
más evidente la relación entre la dinámica de la violencia global y la perpe-
trada por los actores armados. Esto queda comprobado en una investigación
reciente del Observatorio de Derechos Humanos de la Vicepresidencia de la
República sobre los departamentos de Arauca, Casanare, Meta, Guaviare y
Putumayo, donde la correlación entre las altas tasas de homicidios en general
y las tasas de homicidios cometidos por grupos organizados coinciden en
un 90%. Sin embargo, en este escenario causa mucha sorpresa la correlación
del 25% encontrada en el departamento del Valle, dato que pone de relieve
la dificultad de interpretación de los registros existentes.

— 215 —
HACIA LA RECONSTRUCCIÓN DEL PAÍS

Ante la pregunta formulada sobre las estrategias que los gobiernos locales
PANEL 1

deberían adelantar para aumentar la capacidad de resolución de conflictos


en el marco del fortalecimiento institucional, Jorge Restrepo respondió que
éste era también un tema para ser profundizado en la Mesa de Trabajo. No
obstante, intentó hacer un esbozo de respuesta insistiendo en que la construc-
ción de instituciones era la única salida que podía perdurar en el tiempo, en
un contexto de la heterogeneidad regional del conflicto armado. Invitó luego
a tener en cuenta que hay un amplio rango de instituciones, como las de di-
suasión, persuasión, inclusión, creación de oportunidades o de capacidades
de desarrollo. Por tanto, la respuesta institucional debe ser diferenciada. La
policía comunitaria, por ejemplo, puede funcionar en ciertas regiones como
institución de disuasión, persuasión, cohesión y administración de justicia,
pero en otras no.

De igual manera, Jorge Restrepo habla de un proceso de victimización de


las comunidades por el empleo conflictivo de los recursos agroindustriales o
agroeconómicos. A diferencia del caso citado de la policía comunitaria, aquí
habría que diseñar estrategias centradas en la protección de la propiedad
y no de la persona. En los casos de conflicto político, el foco debería ser el
análisis de la institución que está fallando para tratar de contrarrestar los
efectos de esa falla.

Para cerrar la sesión de debate, Arjona hace algunos comentarios frente a


cinco preguntas que le fueron hechas por la audiencia. En primer lugar, afirma
que para estudiar los órdenes locales como si fueran regímenes se podría usar
la comparación entre una sociedad democrática y una dictadura. Para analizar
lo que llama órdenes coercitivos, una pregunta pertinente sería: ¿cuáles son
los efectos a largo plazo de vivir en una zona de disputa, donde no hay lazos
constructivos con los actores armados? Según Arjona, se podrían emplear
estudios realizados sobre los efectos de la dictadura en la población civil. La
respuesta estaría en una perspectiva que contemple formas de reparación y
reconciliación, tanto sicológicas como simbólicas, encaminadas a la supera-
ción de traumas colectivos e individuales. De otra parte, afirma que es posible
encontrar una cultura jurídica diferente de la oficial del Estado o una imagen

— 216 —
I PARTE : TERRITORIO Y CONFLICTO

negativa del Estado en situaciones donde una comunidad se desarrolla al lado

PANEL 1
de un grupo armado. En ese caso, el tratamiento del posconflicto tendría que
centrarse o enfocarse, como primera instancia, en el ámbito institucional y
no tanto en la superación de la “traumatización colectiva”.

En relación con el proceso de los desmovilizados, habría que diferenciar


la existencia o ausencia de simpatías con los paramilitares en las regiones.
De eso dependería una reintegración social de los desmovilizados que con-
temple sus expectativas individuales y locales en la escena del posconflicto.
Otra de las preguntas a la que responde Ana María Arjona es cómo pueden
las instituciones estatales recuperar su autoridad y reincorporar el orden en
una comunidad en conflicto, dominada por un grupo armado ilegal, sin que
la comunidad resulte afectada. Arjona asegura que la salida sería la cons-
titución de esquemas de participación que permitan que la comunidad no
estigmatice su propio proceso, sino que lo reconozca a la luz de un proceso
participativo. A la pregunta sobre el desarrollo de la paz, ligado a la sociedad
y no al Estado, afirma que no ve una disyuntiva entre sociedad y Estado. En
este sentido, trae como ejemplo el caso de una comunidad beligerante de
Cundinamarca que invadió tierras y tuvo enfrentamientos armados con las
autoridades locales, pero que, años después, eligió concejales comunistas.
Ese fenómeno se ha prolongado por varias décadas.

Ante la pregunta sobre la posibilidad de que una comunidad autárquica no


solo hiciera resistencia sino se empeñara también en recuperar a integrantes
que hubieran pertenecido a grupos armados, Arjona respondió que existe
posibilidad de negociación si el grupo armado ha reconocido la capacidad
de resistencia de las comunidades, que las hacen un “resistente creíble”. Para
reforzar su respuesta cita algunos casos trabajados por Ricardo Peñaranda
entre comunidades indígenas del Cauca; esas comunidades lograron recu-
perar individuos reclutados por grupos armados y en algunos casos esos
individuos fueron juzgados por la propia comunidad de acuerdo con sus
formas de justicia tradicionales. Aclara que estos casos no solo se presentan
entre indígenas, pues ella encontró, dentro de su información empírica, dos
casos correspondientes a grupos campesinos con una fortaleza similar.

— 217 —
HACIA LA RECONSTRUCCIÓN DEL PAÍS

Para finalizar, Arjona respondió a la pregunta de si sus análisis sobre la


PANEL 1

población civil tenían en cuenta el principio de distinción entre combatien-


tes y población civil prevista en los convenios de Ginebra, los tratados de
derechos humanos y la Constitución colombiana. En caso afirmativo, de qué
forma lo tendrían en cuenta y, en caso negativo, por qué. Arjona aclara que,
a su modo de ver, no hay una diferenciación clara entre combatientes y no
combatientes, y que, precisamente, una de las preguntas de su investigación
pretende indagar por los que están en el punto medio entre ambos. Según
ella, la categoría de miembros de un grupo armado se refiere a aquellos
combatientes de tiempo completo; la población civil, por su parte, estaría
conformada por simpatizantes, colaboradores y no colaboradores. En el
caso de los milicianos, no los consideraría combatientes sino colaboradores
que probablemente están en un estadio de colaboración plena. La razón
de esta caracterización es que ellos no reciben un entrenamiento, ni van al
campamento guerrillero, ni se dedican al combate de tiempo completo, y no
visten uniforme. Lo que tendrían efectivamente sería un nexo con el grupo
armado y, por lo tanto, cumplirían con algunos papeles específicos dentro
de la comunidad.

— 218 —
II PARTE
ECONOMÍA
Y CONFLICTO
Desarrollo y conflicto:
los retos para el trabajo y la investigación
Arturo García Durán*

La presente ponencia es complementaria, en cierta manera, del trabajo que


he venido haciendo en Colciencias para apoyar temas de prospectiva de este
centro de excelencia. Quisiera hacer un reconocimiento a Guillermo Llinás,
con quien he venido desarrollando este proyecto de prospectiva y vigilancia
tecnológica y discutido muy de cerca estos temas.

En esta presentación me propongo abordar, a manera de ensayo, cuatro


temas básicos. Primero, esbozar algunos elementos de las relaciones entre
desarrollo y conflicto, que por cierto son bastante complejas; segundo, re-
saltar la importancia del tema institucional como elemento central de estas
relaciones; tercero, identificar lo que considero podría ser el aporte de los
programas regionales de desarrollo y paz (PDP), como programas de inter-
vención, a la superación de los problemas de desarrollo y paz; y cuarto, an-
ticipar los retos conceptuales que afrontan los programas de intervención e
investigación para ir más allá de lo que tradicionalmente se ha hecho, que es
claramente insuficiente a la luz de situación de muchas regiones del país.

* Economista de la Universidad de los Andes, Bogotá y master en Economía del London School of Economics; profesor de la Universidad
de los Andes y la UIS. Director Ejecutivo de la Fundación Ideas para la Paz, ex funcionario del Departamento Nacional de Planeación.
Consultor de entidades gubernamentales y de programas regionales de paz y desarrollo.

— 221 —
HACIA LA RECONSTRUCCIÓN DEL PAÍS

1. Relación entre conflicto y desarrollo

El análisis sobre la relación entre conflicto y desarrollo lo haré funda-


mentalmente desde el punto de vista de la economía, que es mi área de
competencia. Sin embargo, tal como Odecofi lo plantea, el abordaje de un
tema como el desarrollo debe tener una perspectiva integral donde, al me-
nos, se consideren las contribuciones de la economía, la ciencia política, la
antropología, la geografía y la historia. Sin embargo, metodológicamente el
tema puede ser abordado a partir de una de estas áreas para profundizar
en ella, a sabiendas de que en una etapa posterior algunas de las proposi-
ciones iniciales deben complementarse e incluso replantearse, conforme se
consideran esas otras dimensiones.

En ese sentido es muy relevante partir del tema del desarrollo para abor-
dar el de la construcción de la paz. Tal como lo plantea Francisco de Roux
en el último número de los “Pertinentes del Magdalena Medio”, “Tomamos el
nombre de ‘desarrollo y paz’ porque el desarrollo sostenible e integral que
hacemos busca hacer los cambios estructurales necesarios para que la paz
sea posible”.

En este planteamiento se considera que el desarrollo que se obtenga, en


buena medida crea condiciones favorables o perjudiciales para la paz. Sin
embargo, la relación entre desarrollo y conflicto opera en los dos sentidos:
de la economía hacia el conflicto, y viceversa. Empecemos analizando cada
uno por aparte.

1.1 EFECTOS DE LA ECONOMÍA EN EL CONFLICTO

La estructura y la dinámica económica crean condiciones que pueden


favorecer un desarrollo en paz o en violencia, pero ésta no es una relación
unívoca. En el mundo se tienen experiencias de países con economías de
mercado con muy diversos resultados en términos de violencia y conflicto.
Eso pasa igualmente en las economías socialistas.

— 222 —
II PARTE: ECONOMÍA Y CONFLICTO

Con esto se quiere resaltar que lo económico no es el determinante único


ni final de la situación de convivencia en una región. Es necesario considerar
otros factores, como las dinámicas políticas o los desarrollos instituciona-
les. Por supuesto, algunas alternativas de desarrollo ayudan más que otras,
particularmente cuando de manera explícita se trabajan los aspectos que
pueden afectar más sensiblemente la convivencia.

De los muchos factores del desarrollo económico que influyen en la paz


quiero centrar la atención en tres, estrechamente interrelacionados: la po-
breza, la inequidad y la forma de organización de la producción.

Pobreza
Al dar un vistazo general a los países que soportan conflicto armado, se
encuentra que muchos de tales conflictos se concentran donde existen los
mayores problemas de pobreza. Los conflictos armados no son un problema
de los países con ingresos altos. Incluso tampoco de los de medianos ingre-
sos, por lo que el caso colombiano resulta un tanto atípico.

Al tratar de entender las razones de esta relación se encuentra que la


pobreza hace que haya poco que perder, o menos que perder, al participar en
un conflicto armado. En términos económicos se podría afirmar que el costo
de oportunidad es bajo, y en tal sentido una opción como el reclutamiento
por parte de grupos armados ilegales, a pesar del riesgo que conlleva, puede
resultar atractiva para amplios grupos de la población.

Igual criterio concurre en lo que puede ser el involucramiento de campe-


sinos en la siembra de cultivos ilícitos y, en general, en cualquier actividad
ilícita, por pocos que sean los beneficios que finalmente les reporte. No se
requiere ofrecer mucho si la alternativa es quedarse sin empleo e ingresos,
cuando existe una familia que alimentar.

En estos términos la pobreza es un factor que se debe tener en cuenta,


pero que no explica realmente la existencia de un conflicto armado. En una
situación donde todos son pobres es muy probable que no se presenten

— 223 —
HACIA LA RECONSTRUCCIÓN DEL PAÍS

movimientos revolucionarios, ni siquiera protestas. En otros casos la pobre-


za puede explicar un comportamiento individual para la búsqueda de unas
mínimas condiciones de vida, pero no explica que exista una situación de
insurgencia.

Este planteamiento es contraevidente en el caso de Colombia, donde bien


podría afirmarse que el mapa de los conflictos armados tiende a coincidir
con el mapa de la riqueza, no con el de la pobreza.

Inequidad
La existencia de riqueza y diferencias significativas entre distintos gru-
pos de la población crea la situación perfecta para una disputa distributiva.
Esta situación, al menos en el caso colombiano, podría explicar el conflicto
armado mejor que la pobreza. El mapa de la violencia en Colombia, como
lo han detallado múltiples autores, coincide en buena medida con el mapa
de la riqueza, particularmente aquella asociada con los recursos naturales:
petróleo, carbón, ganadería extensiva, esmeraldas, banano, coca, etc.

Como elemento común de estas regiones está la existencia de productos


donde la riqueza está más asociada a la generación de rentas que a la de
valor agregado. Cuando el valor agregado es importante en la producción,
el trabajo tiene un valor significativo y la distribución de la riqueza tiende a
ser más equitativa.

Cuando la producción está asociada a la extracción de una renta, el


mercado no ofrece elementos claros para la distribución de la riqueza. Se
presenta una disputa distributiva que solo va a resolverse en el plano político,
en contextos donde las instituciones suelen ser débiles y donde fácilmente
termina primando la ley del más fuerte.

Organización de la producción
Igual que la pobreza o la inequidad, la forma específica que tome la orga-
nización de la producción puede ser determinante para el desarrollo y la paz.
Colombia ha tenido experiencias que, vistas en retrospectiva, la marcaron

— 224 —
II PARTE: ECONOMÍA Y CONFLICTO

significativamente, y podría decirse que estamos ad portas de llegar a una


situación similar.

A finales del siglo XIX y comienzo del XX se optó por la caficultura de


pequeñas y medianas parcelas, en lo vendría a denominarse, con el tiempo,
como el Eje Cafetero, en contraposición del desarrollo de grandes haciendas
cafeteras en la Cordillera Oriental del país, entre los Santanderes y Cundi-
namarca. Cada una de estas alternativas tenía implicaciones muy diferentes
para el desarrollo económico y político.

De manera similar, hoy en día el país enfrenta un dilema equivalente con


la palma de aceite, donde un modelo de plantación y monocultivo se con-
fronta, en cierta manera, con un modelo alternativo de pequeñas parcelas,
que se combina con otros productos. La palma de aceite enfrenta enormes
debates, todavía no resueltos, asociados a problemas como su impacto am-
biental o sus implicaciones sobre la seguridad alimentaria. De hecho, podría
no ser un buen ejemplo, pero ilustra cómo, dependiendo de la forma en
que se organice la producción, se producirán efectos muy diferentes en el
desarrollo y el conflicto. Adicionalmente, el aceite de palma es un producto
que, llegado el caso, podría desarrollarse a gran escala, con posibilidades
de impacto regional y nacional.

En el desarrollo de una región influyen significativamente los encadena-


mientos que pueden presentarse. Una cosa es una actividad productiva con
pocos encadenamientos a escala local, y otra, muy distinta, es una iniciativa
que se vuelve motor de una serie de actividades en el entorno regional. En
actividades tipo enclave se ve una gran riqueza pero queda poco localmente,
por lo cual no es extraño que se desenvuelva una disputa distributiva.

En algunos casos los encadenamientos no resultan tan factibles: no es


posible construir una refinería en cada municipio que tenga producción pe-
trolera. En ese caso la alternativa son los impuestos (impuestos de renta, de
industria y comercio, regalías, etc.), los cuales pueden considerarse como

— 225 —
HACIA LA RECONSTRUCCIÓN DEL PAÍS

sustitutos de los encadenamientos y una forma de distribución de los bene-


ficios asociados a una riqueza.

Detrás de la forma específica de organización de la producción, de los en-


cadenamientos y de la tributación, se está definiendo la dinámica económica,
que varía enormemente, según las opciones que se presenten. Desarrollos
regionales montados sobre sistemas productivos que arrojan rentas más que
valor agregado, sin mayores encadenamientos ni reinversión de la riqueza
por vía fiscal, tienden a ser excluyentes por su propia naturaleza y están en la
base de una situación un tanto paradójica: la coexistencia de enormes riquezas
con una gran pobreza. Claramente, estas son formas de organización de la
producción que no resultan favorables para la paz ni para el desarrollo.

Un último asunto sobre la organización de la producción: es indispensable


que la producción sea eficiente, particularmente en los productos transables
que traen ingresos a una región; de lo contrario, no existiría la posibilidad de
crear una riqueza sobre la cual se produzca el desarrollo. Pero, igualmente,
es importante la consideración de la propiedad, no solo por los efectos que
tiene sobre la producción (sin que sea muy clara la relación entre distribu-
ción y eficiencia —economías de escala versus empeño del propietario—),
sino también por las implicaciones políticas asociadas al hecho de ser o no
ser propietario.

El escenario es muy distinto si se trata de una región de propietarios o


una región de asalariados, así los niveles de vida sean equivalente. Esto nos
lleva de nuevo al problema de la inequidad, referido anteriormente, pero no
solo en términos de ingreso sino también de activos, allí donde se tienen
situaciones de inequidad claramente inaceptables en el campo y la ciudad.

Finalizaría este aparte resaltando que cada uno de los componentes


mencionados (pobreza, inequidad y organización de la producción) es impor-
tante, pero que es más importante la interacción de estos elementos. Como
se plantea más adelante, para el desarrollo resulta más pertinente la acción
colectiva que el comportamiento individual.

— 226 —
II PARTE: ECONOMÍA Y CONFLICTO

1.2 EFECTOS DEL CONFLICTO SOBRE LA ECONOMÍA

Mientras las consecuencias derivadas del desarrollo pueden ser positivas


o negativas para la paz, según las características que tengan, los efectos del
conflicto armado sobre el desarrollo son fundamentalmente negativos.

El primero y más obvio de los efectos negativos es la dedicación de


recursos a actividades no productivas. Para sostener un conflicto armado
es necesario destinar grandes recursos a crear, dotar y mantener ejércitos.
Todos los recursos dirigidos a este fin son recursos que dejan de financiar
los bienes públicos o privados que demanda la población, con la consecuente
disminución de bienestar que eso implica. Este argumento es válido tanto
para los recursos que manejan los grupos armados ilegales como para los
que se asignan a las fuerzas armadas del Estado. De hecho, una medida de
la intensidad del conflicto es la magnitud de los recursos que se gastan en
la parte militar.

Lo que sigue es identificar de dónde vienen esos recursos y las conse-


cuencias que eso acarrea. Las posibles fuentes de financiación son varias.
En el caso colombiano aparecen, entre otros, los cultivos ilícitos, el robo de
gasolina, el secuestro, la extorsión y el saqueo del erario público. Cada una
de estas formas de financiación tiene, a la vez, diferentes consecuencias
negativas sobre el desarrollo productivo.

La extorsión y el secuestro implican la depredación de empresas o indivi-


duos, lo que entraña, en general, un desestímulo de la actividad productiva.
La propiedad privada puede y debe tener limitaciones en función del bienestar
general, pero esas limitaciones deben ser claras, no discrecionales. Incluidas
dichas limitaciones, debe respetarse la propiedad privada. De lo contrario
nadie, en tanto que corra el riesgo de perder lo que invierte, tendría el menor
interés de invertir para producir.

El robo del erario público conlleva también una depredación de las or-
ganizaciones públicas, que provocaría deficiencias en la prestación de los

— 227 —
HACIA LA RECONSTRUCCIÓN DEL PAÍS

servicios a la comunidad, factor que también tiene un impacto negativo en


el bienestar de la población.

Adicionalmente, actividades como los cultivos ilícitos producen cambios


en la cultura y el comportamiento. Por un lado aparece la cultura del dinero
fácil, que es lo que más atenta contra la creación de riqueza. Por otro lado,
la existencia de actividades ilícitas muy rentables puede terminar desesti-
mulando la actividad legal (menos rentable con un mayor esfuerzo), con el
gran riesgo de que, cuando terminen los ciclos de las actividades ilícitas, sea
poco factible retornar a las actividades legales.

Las maneras como el conflicto armado afecta el desarrollo tienden a expre-


sarse más fuertemente conforme se avanza en ese desarrollo. En situaciones
de atraso hay poco que depredar. Conforme se avanza, tienden a acentuarse
los efectos negativos sobre el desarrollo, al extremo de llegar a frenarlo.

2. Falencia institucional básica

En el origen de todos estos problemas aparece la incapacidad del Estado


para: a) mediar en los conflictos, en cuanto son problemas básicos de convi-
vencia, que van de pequeñas disputas personales a fuertes enfrentamientos
entre grupos de poder por motivos como la distribución de la riqueza, el ac-
ceso a la tierra, etc.; b) garantizar mínimas condiciones de vida, y c) reprimir
expresiones que no corresponden a los acuerdos socialmente aceptados.

Esta falencia aparece en el nivel local del Estado, para el cual problemas
de esta dimensión exceden con frecuencia su capacidad de manejo, con el
agravante de que, cuando se presentan dichos problemas, el Estado nacional
no suele acudir en apoyo del Estado local.

Implícito en todo esto, a lo largo y ancho del territorio, encontramos el su-


puesto de un Estado estándar que no tiene en cuenta las grandes diferencias
que existen entre las regiones. Políticas generales iguales no provocan los
mismos efectos en las distintas regiones. Un buen ejemplo es la transformación

— 228 —
II PARTE: ECONOMÍA Y CONFLICTO

de los antiguos “territorios nacionales” en departamentos hecha por la reforma


constitucional de 1991. No por adoptar esos territorios la misma estructura
administrativa que los departamentos lograron los mismos resultados en tér-
minos de bienestar.

Por supuesto, la incapacidad del Estado refleja a su vez una falla de la


sociedad para proveerse de unos gobiernos que sean capaces de manejar
estos problemas. Aquí se entra en el campo de la dinámica política, que es
fundamental en el análisis del conjunto de problemas pero que excede el
tema que busca tratar esta ponencia.

A estas alturas de la exposición se observa que el desarrollo económico


y el conflicto tienen una estrecha relación con el desarrollo que vayan expe-
rimentando las instituciones. Es justamente en este escenario donde surgen
los PDP con una propuesta innovadora de intervención.

3. Aporte de los PDP

Provistos ya de una visión general de las relaciones de conflicto y desa-


rrollo, ilustrada con unos pocos ejemplos, así como del papel de las institu-
ciones, vale la pena dar una mirada al aporte de los PDP.

Es importante aclarar que ellos no son las únicas iniciativas en este campo.
En el país existen muchas otras que igualmente trabajan por la construcción
de la paz. Sin embargo, por varias razones, conviene hacer referencia espe-
cífica a los PDP, que tienen, por cierto, una gran responsabilidad con todo el
país por el monto de recursos que han canalizado (de los mismos pobladores
—especialmente en especie—, del Estado —en los distintos niveles— y de la
cooperación internacional). Tales recursos, aunque son siempre insuficientes
para el trabajo que los PDP se proponen adelantar, son muy superiores a los
de la gran mayoría de iniciativas similares. Otra responsabilidad reside en la
amplia convocatoria que han despertado.

— 229 —
HACIA LA RECONSTRUCCIÓN DEL PAÍS

Además del monto de recursos invertidos y la convocación, estas iniciati-


vas son muy importantes porque se han mantenido por un tiempo significati-
vo dentro de un mundo cortoplacista, donde todo cambia con los relevos de
gobierno, y esa permanencia permite valorar sus resultados en el tiempo.

Como punto de partida para estimar la contribución de los PDP hay que
resaltar dos hechos: primero, las regiones donde operan sufren las peores
condiciones de desarrollo y paz; segundo, aún más importante: las políticas
y los programas que han funcionado adecuadamente para muchas otras
regiones del país, no dan allí los resultados esperados.

Partiendo de esta perspectiva, a juzgar por las evaluaciones que se han


hecho de algunos de estos programas y en particular la “estimación de re-
sultados e impactos tempranos” en la que participé, los PDP pueden mostrar
importantes aportes:

1. Hacer explícito un punto de referencia claro para la valoración de las


distintas alternativas de desarrollo: la dignidad humana. Este concepto,
arraigado entre los PDP, tiene igualmente una importancia significativa
en el ordenamiento legal colombiano. Se encuentra en el primer artículo
de la Constitución como referencia obligada para resolver problemas en
los cuales hay en disputa derechos fundamentales de las personas. Se
trata de un concepto que existe, pero que poco se aplicaba en la práctica.
Recuperarlo y darle el realce que le corresponde es ya, de por sí, un gran
aporte.

2. Partir de una propuesta que plantea una intervención integral como úni-
ca alternativa para enfrentar los problemas de estas regiones. En esta
estrategia se incluyen: a) la atención humanitaria, b) el desarrollo de una
base económica, y, c) la reconstrucción de lo público.

3. Promover unos valores que suelen sonar un tanto extraños en medio de


un entorno tan negativo: honestidad, transparencia, participación, etc.

— 230 —
II PARTE: ECONOMÍA Y CONFLICTO

4. Dar alta prioridad a la figura de la inclusión, incluso como prerrequisito para


el desarrollo de grandes proyectos, lo cual incluye hacer a los pobladores
partícipes de su propio desarrollo y darles la posibilidad de interactuar
con los grandes actores de poder.

5. Todo lo anterior corresponde, en buena medida, a los resultados directos


que han tenido los PDP, pero, en mi concepto, el principal aporte de ellos
es el de disponer de una variada muestra de experiencias en las cuales
se han aplicado los principios anteriormente mencionados. Este es el
insumo principal para promover un debate, no sobre teoría y conceptos,
sino sobre experiencias prácticas para las opciones reales de desarrollo
de estas regiones.

Los PDP no tienen el propósito de ser una alternativa para atender las
necesidades de los pobladores, aunque con frecuencia se siente esa tenta-
ción. Los PDP deben estimarse como laboratorios de la sociedad destinados
a encontrar formas alternativas de intervención que resuelvan los problemas
de estas regiones, que por mucho tiempo no han encontrado alternativas.

4. Retos para avanzar en el desarrollo y superar el conflicto armado,


pero también para la investigación

En la dirección de encontrar alternativas para las regiones que han sido


afectadas por el conflicto armado, los PDP han hecho un gran aporte al país
pero el camino que queda por recorrer es todavía más largo. Lo que se hizo con
gran esfuerzo ha sido importante, pero hacia adelante se afrontan nuevos retos.
Quiero exponer los que considero los más importantes:

• La urgencia de diferenciar los problemas de atención humanitaria de las


posibilidades de desarrollo. Con frecuencia se tiende forzar el paso de la
atención humanitaria a programas de desarrollo, cuando en muchos casos
no existen las condiciones para ello.

— 231 —
HACIA LA RECONSTRUCCIÓN DEL PAÍS

• El no funcionamiento de las regiones como unidades con unas mínimas


capacidades efectivas de coordinación. Todo municipio quiere hacer y
tener de todo. Esto no es factible. Falta una visión regional de conjunto.

• La existencia de serios problemas de correlación espacial que configuran


lo que se podría denominar círculos viciosos, que potencialmente tienen
la capacidad de convertirse en círculos virtuosos, pero sobre la base de
mayores esfuerzos respecto a lo que serían programas de intervención en
otras zonas, para romper las condiciones adversas.

• Finalmente, el reto central que tiene los PDP es trascender. Primero,


porque se lo proponen ellos mismos, de lo contrario no tendría sentido
llamarlos programas regionales de desarrollo y paz. Segundo, porque en
la dinámica que han puesto en marcha se ha concentrado tal cantidad de
recursos y entidades, que solo tiene sentido para hacer cosas que sean
significativas. Por eso es necesario:

- Superar los entornos que no les favorecen, debido a la alta correlación


geográfica negativa que tienen estas regiones, lo cual equivale a pre-
sentar situaciones del tipo de círculos viciosos, que solo con un gran
esfuerzo coordinado pueden llegar a convertirse en círculos virtuosos.
Lo anterior también podría interpretarse en términos de la existencia
de situaciones del tipo trampa de la pobreza. Ante factores tan adver-
sos del entorno solo es factible salir de esa situación dando grandes
saltos que permitan alterar las condiciones del entorno. Esto significa
que acciones marginales no producen impacto.

- Derivada del primer punto aparece la necesidad de garantizar masas


críticas mínimas en los procesos de intervención. Acciones muy pe-
queñas se desvanecen en el territorio y en el tiempo. La implicación
operativa es uno de los problemas más críticos: ¿cómo lograr ciertas
concentraciones territoriales mínimas sin poner en riesgo la posibilidad
de atender a todos los municipios que lo necesitan?

— 232 —
II PARTE: ECONOMÍA Y CONFLICTO

- En parte la respuesta a esto está en lograr la propagación de impactos


por varias vías: copiar experiencias exitosas, expandir aquellas que
ya funcionan, buscar encadenamientos, etc. En esta dirección la ma-
yor propagación ocurrirá conforme se logre impactar en las políticas
públicas o en general en los problemas de lo público, lo cual a su vez
podría ocurrir por las siguientes vías:

Acompañamiento a la formulación o ejecución de planes de desarrollo


municipal.
Formulación de propuestas de políticas públicas en asuntos específicos
(por ejemplo: educación, salud, procesos productivos, seguridad,
etc.), en niveles definidos (municipal, departamental o nacional),
donde se cuente con interlocutores definidos y con capacidad de
decisión.
Apoyo a las iniciativas que vienen desarrollando los PDP en cualquiera
de los temas de su campo de acción y que puedan proyectarse en
los niveles municipal o regional. Éste podría ser el caso de proyectos
productivos o de propuestas educativas que pudiesen llegar a tener
carácter regional.
Asesoramiento a los PDP, especialmente los más nuevos, o a similares
iniciativas de la sociedad civil para la formulación de sus programas
de acción, a objeto de que logren mantener, desde un principio, la
perspectiva de impactos regionales.
Participación en debates sobre temas públicos que correspondan a
problemas estratégicos del país, aunque no sean tan concretos
como los de la actividad anterior. Ahí podrían abordarse temas
como el acceso a la tierra, las negociaciones con los grupos armados
ilegales, la distribución del ingreso, el problema ambiental, etc. En
cualquier caso estos asuntos se trabajarán siempre con base en la
experiencia de las regiones y teniendo en cuenta los efectos que
podrían arrojar sobre ellas.

Queda un reto que he dejado para el final, en parte porque corresponde


a la secuencia operativa en que se van abordando los problemas por parte

— 233 —
HACIA LA RECONSTRUCCIÓN DEL PAÍS

de los PDP, pero igualmente porque constituye el tema central de este semi-
nario: el problema del aprendizaje.

Por el énfasis en la acción que tienen los PDP, se tiende a valorar poco la
sistematización de las experiencias y el aprendizaje que emana de ellos. En
un principio lo más importante es llegar a la población que está padeciendo
los problemas de atraso y violencia, pero con el tiempo debe ir adquiriendo
mayor importancia el aprendizaje, la proyección en terrenos comunitarios y
la formulación de políticas públicas.

Adicionalmente, los problemas que deben abordarse no son los tradi-


cionales. Corresponden a asuntos que bien puede considerase que hacen
parte de la frontera del conocimiento en la economía, en términos de aplicar
los conceptos que se han formulado desde hace mucho tiempo atrás, como
externalidades, propagación de impactos, economías de escala, efectos
crecientes, existencia de condiciones perfectas de competencia, cambio de
las instituciones, etc.

A manera de conclusión

El desarrollo es un inmenso reto. Ese desafío es mayor cuando se tiene,


además, un conflicto armado de por medio. Pero los países y las regiones con
severos problemas de pobreza o conflictos armados no están condenados
eternamente a vivir esa situación. Existe un buen número de experiencias
donde en tiempos relativamente cortos (medidos en décadas, no en años)
se logran cambios radicales de bienestar de la gran mayoría de la población.
Esto muestra que es posible hacer el camino.

Sin embargo, a la par que se tienen estas exitosas experiencias, suele


presentarse, de manera bastante anónima, un sinnúmero de casos donde
iniciativas con la mejor intención terminan en fracasos. Infortunadamente,
estas experiencias fallidas o aún sin un final feliz son mucho más abundantes
que las exitosas.

— 234 —
II PARTE: ECONOMÍA Y CONFLICTO

¿Qué diferencia hay entre unas y otras? Resaltaría dos aspectos. Primero,
la aproximación integral a los temas. La economía aporta muchos elementos
pero no es la única área de conocimiento que debe considerarse. Procesos
organizativos, dinámicas políticas y el desarrollo institucional que se vaya
presentando son tanto o más importantes que las condiciones económicas
que se logren. El avance del conocimiento ha llevado a una creciente división
de las ciencias. Esta división permite profundizar en los problemas, pero a
su vez limita una visión de conjunto, que en determinados momentos pue-
de ser más importante. Aplicar la economía, entendida como el estudio del
uso eficiente de los recursos escasos, cuando se parte de unas instituciones
adecuadamente desarrolladas y socialmente aceptadas, puede ser lo más
conveniente. Si no se cumplen tales condiciones, esa aplicación puede traer
efectos nefastos.

Por el contrario, en regiones donde justamente se está en proceso de


construir o consolidar una institucionalidad, o ambas cosas, lo más pertinente
es trabajar desde una perspectiva de la economía política. En tal sentido, esto
sería un llamado a recuperar una disciplina un tanto olvidada.

El segundo elemento es la capacidad de aprendizaje a partir de las


experiencias que se vienen desarrollando. Desgraciadamente, con mucha
frecuencia se aplica el adagio según el cual quien no conoce la historia está
condenado a repetirla. Los problemas a los que se enfrenta el desarrollo,
como, por ejemplo, la puesta en marcha de proyectos productivos, no son
nuevos. Cambian los actores, los productos y las circunstancias del entorno,
pero en su esencia los desafíos son los mismos. El problema es que suelen
desconocerse otras experiencias que ya se han tenido e incluso a veces no
se aprovechan adecuadamente experiencias de un mismo programa, por-
que no se sistematiza la información ni se asumen de manera rigurosa los
aprendizajes que puedan derivarse de ellas.

Hay que señalar que la ejecución y el aprendizaje con frecuencia se miran


como opuestos. Un gasto en investigación puede estimarse como recursos
que se pierden para atender a poblaciones que están necesitadas. Puestas las

— 235 —
HACIA LA RECONSTRUCCIÓN DEL PAÍS

cosas así, no hay discusión alguna. Nada hay más importante que atender a
las poblaciones que enfrentan necesidades, y cuantos más recursos puedan
dedicarse a ese propósito, tanto mejor.

Sin embargo, este camino puede llevar a una trampa peligrosa. Por la vía
de la cobertura nunca van a alcanzarse efectos importantes de manera direc-
ta por parte de organizaciones que apoyan el desarrollo. Eso no es factible
porque no hay tantos recursos como se desearía, y no es conveniente en la
medida en que ello podría llevar a la desinstitucionalización.

El mayor aporte que pueden hacer las organizaciones de la sociedad


civil que trabajan en proyectos de desarrollo (como los PDP) es encontrar
alternativas de inclusión que tengan posibilidades de ser aplicadas en forma
masiva a grandes grupos de población. Partir de experiencias concretas es
fundamental para obtener el respaldo que da la experiencia y saber que efec-
tivamente se trata de opciones reales, pero igualmente es esencial validar
dichas opciones y tener certeza de que se trata de opciones reales.

En ese sentido los PDP pueden considerarse como programas de investi-


gación aplicada cuyo fin último sería ver qué tanto aportan en términos de
conocimiento social en beneficio de las poblaciones más pobres, en regiones
atrasadas y afectadas por el conflicto armado.

— 236 —
El circuito de Lonergan, la función
distributiva y los programas de
desarrollo y paz
Jorge Iván González*

Introducción

Estas páginas tienen una doble finalidad. Primero, exponer algunas ideas bá-
sicas del concepto de circuito económico propuesto por Lonergan y, segundo,
mostrar las implicaciones que podrían derivarse de él para el análisis de los
laboratorios de paz (LP) financiados por la Unión Europea, los programas de
paz y desarrollo (PD) financiados por el Banco Mundial y, desde una perspec-
tiva más amplia, el conjunto de programas de desarrollo y paz (PDP).

El trabajo de Lonergan ayuda a pensar sobre la forma como interactúan


los PDP en un contexto regional. El circuito lonerganiano ha sido considerado
como un instrumento apropiado para entender la dinámica que sigue la pro-
ducción de excedentes y de bienes básicos. Lo ideal, dice de Roux, sería que
las personas que generan los excedentes puedan disfrutarlos. En la realidad
no sucede así y, a pesar de vivir en regiones muy ricas, estas comunidades
no logran mejorar su estándar de vida. Peor aún, es frecuente que la bonanza
económica esté acompañada de un deterioro de sus condiciones de vida.

* Filósofo de la Universidad Javeriana, Bogotá; magíster en Economía de la Universidad de los Andes; doctorado en Economía en la
Universidad de Lovaina. Profesor de Economía de la Universidad Nacional de Colombia, ex decano de la misma facultad, investigador y
ex director del Centro de Investigaciones para el Desarrollo, CID, de la misma institución. Miembro de Odecofi.
Agradezco los comentarios de María Virginia Angulo, Marta Cardozo y Rubén Maldonado.

— 237 —
HACIA LA RECONSTRUCCIÓN DEL PAÍS

“Se está en la presencia de una estructura económica, que, por fallas en el


capital social, por la forma como este capital se articula con los circuitos
económicos existentes en la Región, y por el modo de comportamiento
de los mismos encadenamientos económicos (por razones locales, nacio-
nales e internacionales), lleva a que los actores más generadores de valor
agregado bruto, o no tengan condiciones para acelerar su velocidad de
acumulación, como ocurre con la producción campesina, o deban dirigir
la gran mayoría de sus excedentes a la construcción de capital social en
el resto del país por ser empresa estatal, como es el caso de Ecopetrol, sin
utilizar con un sentido de Región los excedentes que dejan en el Magdalena
Medio, o tengan un ritmo significativo de aceleración en la producción de
excedentes pero no encuentren condiciones objetivas, ni tengan intereses
subjetivos, para invertir en la Región, y sacan de ella gran parte de los re-
cursos que, de invertirse con criterios productivos en el Magdalena Medio,
podrían acelerar la economía local” (de Roux, 1996: 68).

La preocupación de de Roux es pertinente. Es inaceptable que los exceden-


tes que arroja la región no favorezcan a sus habitantes. Los PDP le apuestan
a la creación de riqueza y al disfrute colectivo del excedente. Cada uno de
estos dos objetivos tiene retos intrínsecos. Por el lado de la riqueza, los PDP
deben superar obstáculos que impiden el cierre del ciclo lonerganiano entre
los bienes básicos y los excedentes (máquinas e inversión). La mayoría puede
apropiarse de los excedentes si las interacciones entre la producción de bienes
básicos y de maquinaria están mediadas por una función distributiva. Las
fuerzas autónomas del mercado no garantizan que el cierre de los circuitos
favorezca el mejoramiento del estándar de vida.

La relevancia de la distribución obliga a que la dinámica de los programas


se inscriba en un espacio que sea compatible con cierto grado de autonomía
fiscal. La dimensión fiscal incluye los ingresos y los gastos. Para que los
excedentes permanezcan en la región es necesario impactar en la política
fiscal. Por esta razón es fundamental que los PDP incidan en las instancias
nacionales, regionales y locales, que tienen capacidad de modificar la función

— 238 —
II PARTE: ECONOMÍA Y CONFLICTO

distributiva. En las democracias representativas estas instituciones son los


concejos, las asambleas y el Congreso.

Una relectura del circuito monetario de Lonergan

La obra económica de Lonergan es dispersa y discontinua a lo largo de


los años. Como anotan sus editores,1 los escritos sobre la economía y los
circuitos corresponden a distintos momentos de la vida del autor. Pese al
notable esfuerzo que hacen los editores, la falta de continuidad dificulta la
lectura de los textos recopilados. Y las confusiones son especialmente noto-
rias en el análisis de los circuitos. En los documentos originales la notación
y su significado cambian. A juzgar por los comentarios de los editores, la
unificación de los símbolos fue una tarea ardua. No obstante estos esfuerzos,
la edición final continúa siendo farragosa. Las categorías analíticas que utiliza
Lonergan no son exactamente las mismas que emplearon los economistas
de su época. Es especialmente difícil de entender el significado preciso de
la distinción lonerganiana entre el ciclo de los negocios y el ciclo puro. El
autor presenta de forma confusa los diagramas de fase y, en general, los
instrumentos analíticos de la economía dinámica.

En la figura anexa presento mi versión del circuito monetario de Lonergan.


Me he basado en la propuesta que hacen los editores en 1999. Debe tenerse
en cuenta que, entre 1944 y 1998, el autor modificó seis veces su diamante.
En la reconstrucción que propongo mantengo los principios básicos loner-
ganianos y trato de simplificar lo mejor posible la notación y las interaccio-
nes entre las variables. No pretendo hacer una interpretación adecuada de
Lonergan sino ahondar en algunas de sus intuiciones básicas, con el fin de
rescatar las potencialidades del análisis dinámico de los circuitos.

El proceso productivo es “el conjunto de actividades agregadas que tie-


nen su origen en las potencialidades de la naturaleza y que culminan en el

1 Ver Lawrence, Byrne y Hefling (1999) y Lawrence (1999).

— 239 —
HACIA LA RECONSTRUCCIÓN DEL PAÍS

Figura 1. Diagrama de flujos de los circuitos monetarios

Fuente: Diagrama propio, inspirado en la versión propuesta por los editores en 1999. Ver Lonergan (1983: 55).

estándar de vida” (Lonergan, 1983: 20). Esta definición es dinámica y toma


numerosos elementos de la escuela austriaca de economía. Para Böhm-Bawerk
(1895, 1895b: 1896), uno de los principales economistas austriacos, solo
existen dos factores de producción primarios: la naturaleza y el trabajo. En
el proceso productivo que se realiza a lo largo del tiempo, estos factores se
agotan en el producto. Quedan subsumidos en el bien final. En la producción
se realiza un doble proceso. Por un lado, los factores se consumen en el bien
final y, por otro lado y de manera simultánea, el producto va adquiriendo
forma. La emergencia del producto es consecuencia del agotamiento de los
factores (Hayek ,1934).2

2 La función de producción de Hayek es dinámica por naturaleza. Esta aproximación es completamente distinta de la función de producción
Cob

— 240 —
II PARTE: ECONOMÍA Y CONFLICTO

Lonergan reconoce que la naturaleza es un factor de producción básico


y que el proceso productivo es dinámico e intertemporal. El proceso pro-
ductivo comienza con la naturaleza y termina en el estándar de vida. Visto
así, la producción puede tomar días y meses. La transformación de la natu-
raleza tiene sentido únicamente si mejora de manera sustantiva el estándar
de vida. En palabras de Kalecki (1954), la principal tarea de la producción es
garantizar la disponibilidad de los bienes-salarios, que son un componente
sustantivo del estándar de vida. La finalidad última del proceso productivo,
dice Lonergan, es mejorar el estándar de vida. Cuando la producción se rea-
liza únicamente con el fin de aumentar la ganancia, los ciclos no conducen
a un ascenso continuo del estándar de vida.

OE es la oferta excedentaria, DE es la demanda excedentaria, OB es la


oferta básica, DE es la demanda básica, FD es la función distributiva. β es el
flujo de la demanda básica, β es el flujo de la oferta básica, δ es el flujo de la
parte de la oferta básica que es asimilada por la demanda excedentaria, δ es
el flujo de la parte de la oferta excedentaria que es asimilada por la demanda
básica. ε es el flujo de la oferta excedentaria, ε’ es el flujo de la demanda ex-
cedentaria. κ1, κ2, κ3 y κ4 representan los flujos de DE, DB, OE y OB que llegan
y salen de la función distributiva.

Lonergan distingue la producción básica de la producción excedentaria.3


A la primera corresponden la oferta básica (OB) y la demanda básica (DB),
y a la segunda la oferta excedentaria (OE) y la demanda excedentaria (DE).
La producción básica se expresa en bienes básicos, o bienes-salarios. La
producción excedentaria representa las máquinas, y cualquier modalidad de
inversión que aumente el stock de capital. Las interacciones entre la produc-
ción básica y la excedentaria se realizan mediante el dinero. Las conexiones
entre los circuitos son de naturaleza monetaria.

3 La categoría excedentario es una traducción del término surplus de Lonergan (1983). El autor se refiere al basic stage y al surplus
stage. El primer término cubre las interacciones que se presentan entre los bienes básicos, y el segundo corresponde a las relaciones
que tienen lugar entre los bienes excedentarios.

— 241 —
HACIA LA RECONSTRUCCIÓN DEL PAÍS

Un “estado básico del proceso productivo puede definirse como el agre-


gado de las tasas de producción de bienes y servicios en proceso y que tie-
nen una correspondencia punto a punto con el estándar de vida emergente”
(Lonergan, 1983: 29). Con respecto al estado excedentario “es un agregado
de tasas de producción de bienes y servicios en proceso en una correspon-
dencia punto a línea, o punto a superficie, o más alta, con los elementos
constitutivos del estándar de vida” (Lonergan, 1983: 31-32).

El estándar de vida emergente es la agregación de las tasas de cambio de


los productos que conforman el estándar de vida. Entre un ciclo y el otro, el
estándar de vida mejora. El conjunto de cambios corresponde al estándar de
vida emergente. El proceso productivo, mediado por una función distributiva
adecuada, debe llevar a una elevación progresiva del estándar de vida. Estos
cambios en el estándar de vida corresponden a la fase emergente. En cada
nuevo circuito mejoran la cantidad y la calidad de los bienes básicos, y por
ello el estándar de vida se eleva.

La relación entre la producción y el bien final es de muy diverso tipo.


Puede ser punto a punto, como la que existe entre la harina y el pan: unos
gramos de harina terminan convirtiéndose en pan y solo en pan. La corres-
pondencia punto a línea significa que el factor de producción puede utilizarse
para hacer más de un bien. El horno sirve para producir más de un pan. La
relación punto a superficie expresa procesos más complejos: la caldera sirve
para hacer hornos que, a su vez, se utilizan para producir varios panes. Es
posible dar un paso adicional en la secuencia, y la correspondencia punto
a volumen sería la que existe, por ejemplo, entre la máquina que hace las
calderas y el pan. La secuencia causal podría llevarse ad infinitum.4 En sín-
tesis, mientras que la producción básica se refleja de manera directa en los
bienes que componen el estándar de vida, la producción excedentaria solo
lo hace de manera indirecta.

4 Y ésta fue una de las grandes preocupaciones de la escuela austriaca. Es necesario que la secuencia de factores productivos tenga un
punto de partida, porque de lo contrario se llegaría a una regresión infinita hacia atrás.

— 242 —
II PARTE: ECONOMÍA Y CONFLICTO

β Y β son los flujos que equilibran la oferta y la demanda básicas (OB = DB).
Un flujo es un cambio en el tiempo, y en equilibrio,

1.

2.

t es el tiempo; ε y ε' son los flujos que equilibran la oferta y la demanda


excedentaria (OE = DE).

3.

4.

Estos equilibrios son monetarios y no reales. Los flujos que permiten


establecer los puentes entre los estados básico y excedentario son δ y δ'.
La relación entre la oferta del estado básico (OB) y la demanda del estado
excedentario (DE) es posible gracias a δ. De manera similar, δ' representa el
vínculo entre la oferta del estado excedentario (OE) y la demanda del estado
básico (DB). Las interacciones implícitas en δ y δ' son muy importantes por-
que informan sobre las transferencias operativas que se llevan a cabo entre
ambos estados. En el esquema de recurrencia de Lonergan, el movimiento
circular debe llevar a mejoras progresivas en los estados básico y exceden-
tario. El estado excedentario necesita bienes elaborados en el estado básico
(flujo δ). El ejemplo típico es el consumo de bienes-salarios que realizan los
trabajadores que producen máquinas. De manera similar, el estado básico
demanda bienes realizados en el estado excedentario (flujo δ'). Al incluir las
relaciones entre los estados básico y excedentario, los equilibrios de oferta
y demanda podrían representarse así:

5. β = β' + δ

6. ε' = ε + δ'

— 243 —
HACIA LA RECONSTRUCCIÓN DEL PAÍS

El conjunto de ecuaciones muestra que el equilibrio general del sistema


exige la perfecta articulación entre los estados básico y excedentario. Si
β = β' → δ = 0. De la misma manera, si ε' = ε → δ' = 0. El sistema llega a un
equilibrio en el que las variaciones intertemporales son iguales a cero. El
balance final se manifiesta en términos de flujos. El estándar de vida emer-
gente es compatible con los equilibrios de los estados básico y emergente.
Estas identidades expresan dos intenciones fundamentales de Lonergan. La
primera es la necesidad intrínseca de la articulación entre los estados, y la
segunda es la convergencia hacia el estándar de vida.

Existe una proporcionalidad armónica entre los estados. La creación


del excedente debe ser compatible con la producción de bienes básicos. La
concatenación es posible porque la convergencia se alcanza a través de los
cambios en el estándar de vida. El equilibrio entre sectores no se plantea
teniendo como referencia la identidad entre la oferta y la demanda de bie-
nes, o entre la oferta y la demanda de dinero. El estándar de vida es el sitio
de llegada. En el equilibrio convencional, las relaciones entre el precio y las
cantidades son, utilizando el lenguaje de Lonergan, punto a punto. Y las
interacciones correspondientes son atemporales. En el modelo alternativo
de Lonergan el equilibrio únicamente se consigue cuando cada uno de los
estándares de vida emergentes subsume la totalidad de los resultados de los
estados excedentarios. Hay equilibrio cuando, en cada fase del circuito, las
máquinas producen bienes que son completamente incorporados en el nuevo
estándar de vida.

Destaco tres diferencias de la propuesta de Lonergan frente al modelo


Arrow y Debreu (1954), que es una versión acabada del equilibrio walrasiano.
La primera tiene que ver con el carácter emergente del estándar de vida. Para
Lonergan, las tasas de variación del estándar de vida están influenciadas por
el stock existente. El pasado importa. La segunda diferencia se origina en la
relación que existe entre el estado excedentario y la emergencia del estándar
de vida. Las secuencias punto a línea, punto a superficie, punto a volumen,
etc., ponen en primer plano los vínculos intertemporales del proceso pro-
ductivo. Arrow y Debreu descartan la dinámica: suponen que cuando una

— 244 —
II PARTE: ECONOMÍA Y CONFLICTO

cantidad se presenta en dos momentos del tiempo debe ser considerada


como dos cantidades distintas. La tercera diferencia está relacionada con
el método recursivo, defendido por Lonergan y rechazado por la economía
convencional que se ha construido sobre el principio de aciclicidad.

Para Lonergan es inaceptable que el excedente se destine a la producción


de bienes de lujo. Para evitar que ello suceda se requiere que en el centro
del diamante exista una función distributiva (FD) que efectivamente logre
canalizar los excedentes hacia una elevación del estándar de vida. En todas
las etapas del proceso se busca que haya consistencia entre los estados ex-
cedentarios y básicos. Los flujos κ1, κ2, κ3 y κ4 representan las transferencias
que garantizan que los excedentes mejoren el estándar de vida.

Destaco dos grandes líneas del pensamiento de Lonergan. La primera es la


importancia del tiempo, que es un legado de la escuela austriaca y de Keynes.
La dinámica se expresa de manera privilegiada en el circuito monetario, que
tiene relación con Quesnay, Knight y Keynes. La segunda es la distribución,
que está asociada a los nombres de Keynes y Kalecki. El tiempo es inherente
al circuito y la distribución tiene que ver con la forma como el producto total
se distribuye entre bienes básicos y excedentarios.

La dinámica y el circuito monetario

El circuito de Lonergan está fundado en el método recursivo, que marca


una diferencia sustantiva con la economía tradicional y permite abordar con
toda radicalidad la dimensión temporal de la teoría austriaca.5 Lonergan
define así la recurrencia:

“Una serie de leyes clásicas forma una cadena cuando la consecuencia


de cada ley anterior de la serie es una condición de la siguiente ley de la
serie. Tales series se convierten en un esquema de recurrencia cuando la

5 La tensión dinámica no se aplica sólo a la economía sino que es un principio básico del pensamiento de Lonergan. Ver, además, Lonergan
(1957, 1971).

— 245 —
HACIA LA RECONSTRUCCIÓN DEL PAÍS

consecuencia de la última es una condición de la primera. Por ejemplo, si


A entonces B; si B entonces C; si C entonces D...; si X entonces A” (Lone-
rgan, 1983: 3).

Esta causalidad circular, o ciclicidad, es rechazada por la corriente prin-


cipal de la economía, la cual está construida sobre el principio de aciclicidad,
que niega la causalidad circular y afirma la causalidad lineal.6 El principio de
aciclicidad se define así: si A entonces B; si B entonces C; si C entonces D...;
no es posible que X entonces A. El principio de recurrencia lonerganiano pone
en primer plano las secuencias causales circulares. El mundo de Lonergan es
auténticamente cíclico.7

La teoría económica ha enfrentado dos visiones del tiempo. Una, defendida


por los austriacos y recogida por Lonergan, pone todo el énfasis en el ciclo.
Otra, que es constitutiva del corpus de la teoría convencional, pone en primer
lugar el estado estacionario y la tendencia.

Lonergan examina la dinámica a partir de los circuitos monetarios. Sus


ideas tienen origen en la visión fisiocrática de la circulación de la sangre.
Desde el siglo XVIII la influencia de la biología en el pensamiento económico
ha sido una constante. Marshall (1898) afirma que la biología, y no la mate-
mática, debe ser la disciplina auxiliar de la economía. La matemática, dice,
sirve para analizar problemas sencillos, pero es insuficiente para compren-
der los aspectos complejos de la realidad. La matemática no lineal es difícil
de manejar y no permite captar los procesos circulares. Lonergan acepta la
teoría del circuito, pero no le da la connotación biológica que tuvo en sus
comienzos.

En sus discusiones con Clark sobre la naturaleza del capital, Böhm-Bawerk


(1895, 1895b, 1896) pone en evidencia la relación entre los procesos cíclicos,

6 Una prueba de este desprecio por la ciclicidad es el olvido en que ha caído el texto de Hicks (1979) en el que defiende la circularidad de
la causalidad.
7 El método dinámico también lo utiliza Lonergan (1957, 1971, 1971 b) en sus trabajos de filosofía y teología. De manera más concreta,
en su análisis de la tensión planteada por Tomás de Aquino entre la libertad humana y la influencia de la gracia divina.

— 246 —
II PARTE: ECONOMÍA Y CONFLICTO

dinámicos y erráticos, inherentes a la naturaleza de cada firma, y la tendencia


armoniosa propia del estado estacionario. En el mundo dinámico, argumenta,
las firmas se parecen a las gotas de agua de una catarata: llegan y se van.
La destrucción de cada gota es creativa. La catarata existe porque las gotas
se destruyen. Desde lejos, el torrente de agua parece armonioso y estable,
como la tendencia del estado estacionario. Böhm-Bawerk critica a Clark por-
que, en sus análisis de los ciclos económicos, mira únicamente la tendencia
(la catarata), sin tratar de indagar por la forma como las gotas mueren y
nacen, en una compleja interacción de destrucción y creación. El estado es-
tacionario, concluye Böhm-Bawerk, no es un buen instrumento para entender
la naturaleza de los procesos intertemporales. El circuito lonerganiano es de
flujos monetarios. Y en todas las relaciones importan las tasas de variación.
Lonergan no se inclina por la tendencia sino por el ciclo, y en este sentido
su posición se acerca más a la de Böhm-Bawerk que a la de Clark.

Lonergan diferencia el ciclo puro del ciclo de los negocios. El primero


se deriva del principio de recurrencia. Hay un permanente ir y venir entre
los estados excedentario y básico, pero en una lógica siempre ascendente.
El ciclo puro siempre avanza. Son fases hacia adelante que Lonergan llama
expansión básica, expansión proporcional, expansión repetida, etc. La inte-
racción entre la aceleración de los estados excedentarios y básicos siempre
es expansiva. La armonización/desarmonización entre ambos estados de-
termina el ciclo puro. En cada vuelta del circuito, el estándar de vida tendría
que ir mejorando. Los saltos cualitativos permiten que en cada vuelta el nivel
sea superior al anterior. Los cambios en las condiciones de vida van a la par
con la acumulación de capital. Las máquinas deben servir para mejorar la
productividad de las industrias que fabrican bienes-salarios. Si hay más ex-
cedentes, crecen las transferencias hacia el estado básico y ello se manifiesta
en un mejor bienestar de la población. En el ciclo puro la dinámica siempre
es positiva, porque se trata de dos ritmos de aceleración. La sincronía tiene
que ser conseguida por la función distributiva. El ajuste no es fácil, porque
la distribución no resulta de los procesos endógenos de los ciclos. Es el re-
sultado de una decisión política. Y si la función de distribución no corrige la
asimetría de los ciclos puros, la economía cae en el típico ciclo de los nego-

— 247 —
HACIA LA RECONSTRUCCIÓN DEL PAÍS

cios, con expansiones y recesiones. En las fases del ciclo de los negocios sí
pueden presentarse procesos de desaceleración (recesión). El ciclo puro se
transforma en un ciclo de los negocios debido a la “falta de adaptación” de
los “agentes humanos” (Lonergan, 1983: 115).

En la presentación lonerganiana la interacción entre ambos ciclos no es


muy clara. El autor tampoco precisa qué significa la “falta de adaptación”. En
lugar de tratar de entender la intrincada lógica argumentativa de Lonergan,
rescato su intuición básica: cuando la economía avanza, la función distributiva
debe permitir que los excedentes se reflejen en un mejor estándar de vida. La
ruptura entre las dinámicas de las máquinas y de los bienes básicos ocasiona
recesión. La fase depresiva del ciclo de los negocios tiene lugar cuando los
excedentes se destinan a la producción de bienes de lujo. En este caso solo
unos pocos se benefician, porque la mayoría de la población no tiene la capa-
cidad adquisitiva para comprar los bienes de lujo. Las máquinas destinadas
a la fabricación de bienes de lujo contribuyen a mejorar el bienestar de los
ricos pero no favorecen el crecimiento del estándar de vida. Como la función
distributiva no logra que los bienes excedentarios (las máquinas) mejoren el
estándar de vida general, el ciclo puro es reemplazado por el ciclo de los ne-
gocios, y la economía entra en recesión. En ambos ciclos el pasado incide en
el presente, y por esta razón el modelo de Lonergan es dinámico. En el ciclo
de los negocios, y de acuerdo con la expresión de Juglar, “la expansión es la
causa de la recesión”.

La función distributiva

La función distributiva contribuye a mejorar el estándar de vida si ga-


rantiza la convergencia entre los circuitos excedentario y básico. Lonergan
no profundiza en las características políticas que debería tener la función
distributiva, ni se pregunta por la forma institucional más adecuada para
garantizar que la distribución cumpla su propósito.

El tema es complejo porque la distribución puede mirarse del lado de los


factores (capital y trabajo), o desde la perspectiva del ingreso y la riqueza.

— 248 —
II PARTE: ECONOMÍA Y CONFLICTO

La relación capital/trabajo incide en el peso relativo de las ganancias de los


empresarios y del monto de los salarios. El segundo camino corresponde
a las políticas públicas que modifican la distribución, bien sea por el lado
de los impuestos o a través del gasto. Aunque el tema distributivo siempre
es político, los organismos de la democracia representativa suelen concen-
trarse en las políticas de la tributación y del gasto público. El vínculo entre
las instancias políticas, la relación tecnológica y la distribución factorial es
indirecto. Por ejemplo, las medidas cambiarias que toma el gobierno inci-
den en el costo del capital y, por tanto, en la distribución del ingreso entre
asalariados y capitalistas, pero esta secuencia es más difícil de seguir que
el impacto de una reforma fiscal en el ingreso disponible de los ricos y de
los pobres. En el circuito lonerganiano el tema distributivo tiene que ver,
fundamentalmente, con la participación factorial en el producto final. La
relación tecnológica debe garantizar que los asalariados dispongan de los
recursos necesarios para consumir los bienes básicos, así que la distribución
es inseparable de la tecnología.8

Inspirado en Kalecki y Keynes, Lonergan aspira a que los cambios cíclicos


en el estándar de vida se reflejen en un mejoramiento de las condiciones de
bienestar de la mayoría de la población. Cada vez que el ciclo avanza hacia
un nuevo nivel debe observarse una elevación del estándar de vida que sea
compatible con los aumentos del excedente. Gracias a la función distributiva,
los logros que se consigan en el estado excedentario se expresan en un mejor
estándar de vida general. En otras palabras, la distribución debe permitir que
el aumento de los bienes de capital se manifieste en un crecimiento de los
bienes-salarios. Los excedentes, expresados en máquinas, no deben servir
para producir bienes de lujo. Según Kalecki (1954), la producción de bienes
de lujo, que únicamente una minoría puede consumir, no favorece el bien-
estar colectivo, porque no incentiva la demanda agregada. En los términos
de Lonergan, este principio kaleckiano se traduce en la siguiente secuencia
circular:

8 La relación entre la relación tecnológica y la distribución la analiza cuidadosamente Edgeworth (1904).

— 249 —
HACIA LA RECONSTRUCCIÓN DEL PAÍS

7. más y mejores máquinas → más y mejores bienes-salarios → más y


mejores máquinas...

Si el circuito entre los estados básico y excedentario es armónico, los


bienes nuevos contribuirán a mejorar el estándar de vida del conjunto de la
población. Como el punto de referencia de Lonergan es el estándar de vida,
el juicio sobre la bondad del ciclo depende de que el aumento de la inversión
y de los bienes de capital se refleje en un mejoramiento del estándar de vida.
Pero esta dinámica únicamente es factible si la función distributiva avanza
en la dirección adecuada.

Volviendo a los PDP, la apropiación del excedente por parte de las comuni-
dades locales requiere la mediación de una función distributiva. Es necesario
que el nivel territorial tenga autonomía fiscal. Sin ella, la tarea distributiva
no se puede llevar a cabo. De allí se derivan conclusiones importantes que
inciden en la definición de los alcances de los PDP. Para que el circuito loner-
ganiano mejore las condiciones de vida de la población es indispensable que
exista una instancia con capacidad distributiva. Desde esta perspectiva, el
circuito de Lonergan no puede operar en regiones como el Magdalena Medio,
los Montes de María o el oriente antioqueño, porque allí no se ha constitui-
do una unidad fiscal autónoma. La organización institucional más cercana
sería una asociación de municipios con criterios impositivos homogéneos
(impuestos predial, de plusvalía, de industria y comercio, etc.). El municipio
tiene un instrumento distributivo muy poderoso que se deriva de la gestión
del suelo, tal como lo dispuso la Ley 388 de 1997.

El diamante lonerganiano muestra que es un error pretender que haya


transferencias de excedentes dentro de zonas que no pueden realizar tareas
distributivas. La función distributiva tiene una jerarquía de preferencias: los
factores, el ingreso y, finalmente, el gasto. La sustitución capital/trabajo
juega un papel crucial, tanto por las implicaciones tecnológicas como por
sus efectos en el empleo.

— 250 —
II PARTE: ECONOMÍA Y CONFLICTO

La importancia central que Lonergan le atribuye a la función distributiva


no está acompañada de un análisis sobre las tareas del Estado. El autor no
discute el tipo de Estado que sería más conveniente para lograr la transfe-
rencia óptima de recursos.

Los equilibrios del ciclo y los limitantes estructurales

El equilibrio del circuito de Lonergan requiere que se superen los obstá-


culos estructurales que limitan los encadenamientos dinámicos. Los cuellos
de botella deben tenerse en cuenta en el diagnóstico. Esta verdad elemental
frecuentemente se olvida en la formulación de los PDP. Entre los principa-
les limitantes estructurales menciono el crédito, las vías y la tierra. Estos
obstáculos son sustantivos porque afectan el ciclo puro e impiden el cierre
del circuito. Para Lonergan, siguiendo a Hayek (O’Brien de Neeve, 2004),9 la
disponibilidad de crédito nuevo es una condición indispensable para que no
haya interrupción en las dinámicas del ciclo puro. Sin vías no se consolida el
mercado interno. Y sin la distribución de la tierra, como diría Walras (1926),
no es posible la competencia. Walras pensaba que el Estado debe ser el pro-
pietario de la tierra. En los últimos veinte años se ha ido consolidando en
Colombia un proceso de concentración de la tierra. Esta lógica es incompatible
con el ciclo puro lonerganiano. La lucha contra la concentración no implica,
necesariamente, reforma agraria. Hay otros mecanismos, como el cobro
adecuado de impuestos prediales (Pnud, 2003). Lonergan no propone una
reflexión sistemática sobre los limitantes estructurales que podrían impedir
el cierre del circuito. Esta preocupación es explícita en Keynes y en Kalecki.
Mientras en Colombia no se consolide el mercado interno, es imposible que
haya un cierre de los circuitos. La falta de armonización del ciclo puro se
refleja en un ciclo de los negocios con recesión y depresiones.

9 Ver, además, O’Brien de Neeve (1997).

— 251 —
HACIA LA RECONSTRUCCIÓN DEL PAÍS

Conclusiones

De los distintos aportes de Lonergan rescato los siguientes:

Primero, el mercado tiene límites intrínsecos y es importante reconocerlos.


Las potencialidades del mercado no pueden absolutizarse porque la confianza
en su autonomía se traduce en un empeoramiento de las condiciones de vida
de la población. Lonergan dice que el equilibrio entre la oferta y la demanda
ha sido considerado como una “ley de hierro” y que la defensa de tal principio
ha ido en detrimento del estándar de vida de la población. En Lonergan los
equilibrios no son de precios y de cantidades. El equilibrio fundante resulta
de la armonía entre los estados básico y excedentario.

Segundo, la economía debe crear mecanismos que permitan que las ga-
nancias aumenten y que los salarios sean suficientes para que las familias ad-
quieran los bienes necesarios para gozar de un mínimo estándar de vida.

Tercero, el circuito económico debe ser una pieza central del análisis. La se-
cuencia virtuosa sigue este orden: producción de bienes básicos, producción
de excedentes (bienes de capital), compatibilidad entre oferta y demanda. Si
los excedentes aumentan, se esperaría que el estándar de vida mejore. Para
que ello sea posible se requiere que la función distributiva permita que el
excedente se convierta en un mejor estándar de vida. El circuito monetario
de Lonergan tiene tres grandes virtudes: asume la dimensión temporal, pone
en el centro el tema distributivo y muestra que los avances en la producción
deben servir para mejorar el estándar de vida del conjunto de la población.

Desde la perspectiva de Lonergan, los PDP deben avanzar en dos direc-


ciones: primero, darle importancia a las instancias políticas que determinan
la función distributiva y, segundo, poner en evidencia los obstáculos es-
tructurales que impiden el cierre del circuito. Mientras no exista una ley de
ordenamiento territorial, la función distributiva pasa por las asociaciones de
municipios y por los departamentos. Sería ideal que los PDP pudieran incidir
también en la transformación de la función distributiva nacional a través del

— 252 —
II PARTE: ECONOMÍA Y CONFLICTO

Congreso, el Departamento de Planeación Nacional, etc. La relevancia de la


función distributiva lleva a rescatar la tarea fundamental que debe cumplir la
democracia representativa. Los concejos municipales han sido muy tímidos
en la aprobación de impuestos distributivos, especialmente los que tienen
que ver con la gestión del suelo (predial, valorización y plusvalías). En este
campo el margen de acción es muy amplio.

REFERENCIAS

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— 255 —
HACIA LA RECONSTRUCCIÓN DEL PAÍS

PANEL 2
Economía y Conflicto

COMENTARIOS DE ADOLFO MEISEL*

En primer lugar, quiero subrayar la importancia de pensar el país desde sus


regiones, enfatizada por los organizadores del evento, porque uno de los
problemas de la planeación económica en Colombia es precisamente el no
reconocimiento de que el país es un país de regiones muy heterogéneas, tanto
en sus niveles de desarrollo como en su geografía y sus aspectos culturales.
Por ejemplo, muchos de los problemas que afronta la descentralización es
que la legislación pertinente supone que las regiones tienen la misma ca-
pacidad institucional y los mismos niveles de desarrollo económico. Esto se
hace evidente en los planes de desarrollo que operan en Colombia, pues en
todos ellos, sin excepción, está ausente la problemática regional.

Antes de comentar las dos ponencias centrales no quiero hacer una pre-
sentación elaborada sino solo mostrar tres gráficos que ilustran de alguna
manera la evolución reciente de las desigualdades regionales en Colombia
utilizando las cifras del ingreso per cápita calculado por el Cega, que refleja
el nivel de ingresos de sus habitantes mejor que el PIB. Por ejemplo, si se
utilizan las cifras del producto interno bruto per capital, La Guajira aparece
con un producto por encima del promedio nacional, ya que ahí se encuentra
el Cerrejón en la zona norte, lo que afecta enormemente el valor de la pro-
ducción y el PIB. Sin embargo, los ingresos del Cerrejón no se perciben en
La Guajira, cuyo ingreso per cápita sigue estando bastante por debajo del
promedio nacional. Así, aunque hay una relación muy estrecha entre ingresos

* Economista de la Universidad de los Andes, estudios de maestría y doctorado en Sociología en la Universidad de Yale, maestría y
doctorado en Economía en la Universidad de Illinois, en Urbana. Investigador del Banco de la República en la sede de Cartagena.

— 256 —
II PARTE: ECONOMÍA Y CONFLICTO

Gráfico 1. IDB per cápita como porcentaje del nacional, 1975 - 2000

Fuente: Banco de la República.

per cápita y cualquier índice de pobreza, no la hay necesariamente entre el


PIB per cápita de un departamento y los indicadores de pobreza.

Lo que vemos gráficamente es que el país se ha venido nivelando por lo


bajo (ver Gráfico 1). Esto significa que estamos en un proceso de desarrollo
donde el conjunto del país no está convergiendo, pero la razón que hace que
los ingresos per cápita del país no converjan en su conjunto tiene que ver
con la situación de Bogotá. Esta no convergencia significa que los diferentes
entes territoriales se están nivelando por lo bajo mientras que Bogotá tiene
un ingreso per cápita muy por encima del promedio nacional. Además, su
participación en el ingreso nacional continúa aumentando.

La participación de Bogotá (ver Gráfico 2) en el ingreso nacional —y esto


no tiene nada que ver con la descentralización— es un proceso que viene
desde la segunda mitad del siglo XX, cuando se inicia el proceso de ascenso

— 257 —
HACIA LA RECONSTRUCCIÓN DEL PAÍS

económico y demográfico de la capital. De Colombia solía decirse que era uno


PANEL 2

de los países de desarrollo regional más equilibrado en el contexto latinoame-


ricano, pues tenía varios e importantes polos de desarrollo. En 1945 todavía
era Medellín la principal ciudad industrial y Barranquilla tenía gran importan-
cia como ciudad portuaria, mientras que el papel de Cali en el occidente era
preponderante en el nivel industrial. Además, había una importante red de
ciudades intermedias. Eso ha cambiado en la medida en que el crecimiento de
Bogotá ha sido vertiginoso, por varias razones que no es del caso profundizar,
aunque una de ellas es el aumento del tamaño del Estado.

Como resultado de este proceso (ver Mapas 1 y 2) se ha ido configuran-


do una periferia compuesta por los departamentos de menor ingreso per
cápita, que son básicamente los de la Costa Caribe y Pacífica, que contrasta
con un área central, compuesta por el eje Bogotá-Antioquia-Valle del Cauca-
zona cafetera. El grueso del país está concentrado en la zona andina y la
pobreza relativa está en la periferia costera, donde se asienta la mayoría de
la población indígena y afrodescendiente del país. Y esta conformación de
una estructura centro-periferia tiene relación con los problemas del conflicto
armado en Colombia.

Entrando ya a comentar las ponencias del día de hoy, empezaría por


destacar que la presentación de Arturo García señalaba tres variables impor-
tantes para el análisis de la distribución espacial del conflicto en Colombia:
los temas de la pobreza, la equidad y la organización de la producción. Estoy
en general de acuerdo con que estas variables, con las precisiones que él
hizo, son importantes para analizar la geografía del conflicto colombiano,
pero creo que hay una variable fundamental que él no tuvo suficientemente
en cuenta en su discusión: la variable geografía.

Si a las tres variables anteriores añadimos el componente geográfico, el


análisis se hace más completo, ya que también hay un componente geográ-
fico en la distribución espacial del conflicto —las regiones montañosas, de
baja densidad de población, de características selváticas—. Además, Arturo
García anotaba algo que es singular y que valdría la pena mirar con mayor

— 258 —
II PARTE : ECONOMÍA Y CONFLICTO

Gráfico 2. Paricipación de Bogotá en el IBN, 1975 - 2000

PANEL 2
Fuente: Banco de la República.

atención: que Colombia constituye un caso excepcional entre los países de


ingresos medios, porque en ellos hay muy pocos con este tipo de conflictos
internos. Precisamente por esta razón hay que preguntarse por el papel que
desempeña en el conflicto la singular geografía colombiana, una de las geo-
grafías más quebradas y complejas del mundo —porque no solo importa el
terreno sino también las características que presenta ese terreno.

Me sorprendió la mención del área productora de carbón como zona de


conflicto, porque las zonas donde está concentrada la producción de carbón
en Colombia no se caracterizan precisamente por el conflicto. A no ser que
estemos hablando de un conflicto de largo aliento que viene desde mucho
antes del carbón. Pero, según mi percepción, el fenómeno de la producción
del carbón no ha contribuido per se al aumento de los conflictos, a diferencia
de lo que sucede en las zonas bananeras y petroleras y de otros productos
de “bonanzas”.

— 259 —
HACIA LA RECONSTRUCCIÓN DEL PAÍS

Mapa 1. Ingreso per cápita como porcentaje de


PANEL 2

la media nacional - 1975

27% - 69%
70% - 100%
101% - 120%
121% - 236%

Fuente: Banco de la República.

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II PARTE : ECONOMÍA Y CONFLICTO

Mapa 2. Ingreso per cápita como porcentaje de

PANEL 2
la media nacional - 2000

27% - 69%
70% - 100%
101% - 120%
121% - 236%

Fuente: Banco de la República.

— 261 —
HACIA LA RECONSTRUCCIÓN DEL PAÍS

García mencionó también algo que es importante subrayar: la necesidad


PANEL 2

de distinguir diferentes tipos de zonas de conflicto, pues unas zonas de con-


flicto corresponden a las áreas de colonización, en muchos casos reciente,
donde se presenta un rápido crecimiento económico, que es un patrón que ha
sido observado por varios investigadores. Sin embargo, también hay zonas
de conflicto que no presentan un rápido crecimiento económico. De ahí la
importancia de considerar también el tema de la organización de la produc-
ción, pues normalmente el tipo de producción de esas zonas tiende a estar
caracterizado por una gran desigualdad de oportunidades y recursos.

Estas grandes desigualdades, al lado de una estructura social muy pola-


rizada, hacen que estas regiones sean fácilmente propicias para la captura
de grupos violentos. Yo creo que este es el caso de las zonas ganaderas
de la Costa Caribe, que no son propiamente zonas de bonanza sino todo
lo contrario: son regiones que se han caracterizado, desde hace muchos
años, por un nivel muy bajo de crecimiento per cápita; en los últimos cin-
cuenta años el ingreso per cápita de la Costa Caribe ha tenido solamente
crecimientos del 1% en promedio anual. Este crecimiento es comparable, en
términos internacionales, con el de los países del África tropical, que son los
de menor crecimiento en el mundo. Buena parte de esto tiene que ver con el
lento crecimiento de las áreas de la economía legal, normalmente zonas de
ganadería, cuya estructura de ingresos es bastante desigual. Tal desigual-
dad hace que sus pobladores sean relativamente fáciles para la captura de
grupos violentos. Este conflicto es muy diferente del que se presenta en las
zonas de colonización.

Con relación a la ponencia de Jorge Iván González, no logré articular dos


aspectos de su trabajo: básicamente, la relación de la presentación inicial con
sus conclusiones. Su ponencia hace referencia a los trabajos de Lonergan,
que enfatizan, entre otros aspectos, el favorecimiento de la producción de
bienes de consumo y el desestímulo a la producción de bienes de lujo hasta
que el consumo básico esté satisfecho. En el fondo, lo que se presenta es,
claramente, la defensa de un ideal igualitario que necesariamente llevaría
—pienso— a un tipo de estructura política donde sea posible el estableci-

— 262 —
II PARTE : ECONOMÍA Y CONFLICTO

miento de esas condiciones por la vía impositiva, creo. Sin embargo, no vi

PANEL 2
la relación de estos planteamientos sobre la construcción de una sociedad
donde primero se solucionan los problemas de los consumos básicos y una
vez estén satisfechos se avanza en los consumos definidos como suntuarios,
con la necesidad de trabajar con los concejos municipales, que es la conclu-
sión que saca. Sobre todo si se tiene en cuenta el estilo clientelista de política
que suele imperar en muchos de ellos.

También Jorge Iván González enfatizó en que la situación ideal sería que
estuviera ya definida la instancia regional en Colombia, porque parte de las
dificultades que afrontamos reside en que no se está avanzando en el or-
denamiento territorial. Si no hablamos de un ordenamiento territorial ideal,
sino del ordenamiento territorial que está establecido por la Constitución
colombiana de 1991, sabemos que la regionalización del país quedó en el
vacío en la medida en que se creó una instancia regional pero sin recursos.
En realidad, yo creo que hay pocas regiones con claras diferenciaciones
en lo cultural y económico. Por ejemplo, la Costa Caribe no es una región
económica desde el punto de vista de muchas metodologías —no todas—.
Algunos sectores de la Costa tienen interés en la regionalización por razones
identitarias más o menos comunes. Pero eso no es cierto en otras partes del
país. En esto reside una de las razones políticas por las cuales se han pre-
sentado ya en el Congreso diecisiete proyectos de ley para decidir sobre el
ordenamiento territorial. Hasta ahora, ese proceso no ha sido exitoso. Pero,
incluso si llegare a ser exitoso, dados los límites que la Constitución impone
y los distintos intereses presentes, una ley de nuevo ordenamiento territorial
sería bastante sosa en sus consecuencias.

— 263 —
HACIA LA RECONSTRUCCIÓN DEL PAÍS

COMENTARIOS DE GABRIEL MISAS*


PANEL 2

Mi intervención en este seminario quiere tocar dos puntos tratados por los
ponentes: uno, que se refiere al aspecto metodológico de la presentación y
el otro, que está dedicado a la discusión sobre el régimen de acumulación o
forma de distribución de nivel nacional. La propuesta metodológica de Jorge
Iván González a partir de Lonergan me permite retomar una discusión que
tengo con él sobre los esquemas de reproducción ampliados, sobre cómo
lograr que el excedente producido en la región o en el país pueda ser utiliza-
do y apropiado en función de la población. O sea, cómo lograr cambiar las
formas de vida de la población, que es la definición clásica de desarrollo. En
otras palabras, cómo lograr que el proceso de producción se convierta en
un proceso de desarrollo, que se mide por medio de las mejoras en el nivel
de vida de la población.

Para desarrollar estas ideas empiezo por analizar lo que ha pasado en


Colombia durante el último medio siglo a partir del régimen de acumulación
basado en la sustitución de importaciones. Este régimen tenía como propó-
sito global desarrollar un proceso centrado en el mercado interno por medio
de la imposición de altos niveles de protección en favor de la producción
nacional, tanto agraria como industrial. El resultado de este proceso, iniciado
a principios de los años cuarenta y vigente hasta el inicio de los noventa, no
fue capaz de inducir un proceso generalizado de desarrollo.

A pesar de las enormes fallas de la información, que dificultan calcular


en detalle las variaciones de los índices de precios desde los años treinta
hasta los ochenta, se pueden observar claramente algunos cambios. En los
inicios del proceso, en los años treinta, predominaban los bienes agrícolas
sin procesar, mientras que en los ochenta se presentaba una combinación

* Economista de la Universidad Nacional de Colombia con maestría en Ciencias Económicas de la Universidad Católica de Lovaina. Actual-
mente director del Instituto de Estudios Políticos y Relaciones Internacionales, Iepri, de la Universidad Nacional de Colombia, de la que
es igualmente profesor titular. Fue vicerrector académico, decano de Ciencias Económicas, consultor y asesor de entidades nacionales
e internacionales.

— 264 —
II PARTE : ECONOMÍA Y CONFLICTO

entre productos agrícolas sin procesar, productos procesados y servicios

PANEL 2
públicos. Nunca ha habido un proceso de distribución que hubiera podido
sostener y ampliar una demanda grande de bienes manufacturados. Por eso,
las misiones como la de Currie en 1949 o los estudios del Banco Mundial
en los años ochenta encontraban que la producción industrial en Colombia
se caracterizaba por una gran gama de bienes ofrecidos en pequeñísimas
cantidades. Esta caracterización estaba íntimamente ligada a la función de
distribución. Además, cabe recordar que la inmensa mayoría de la población
económicamente activa de este país, más de la mitad, ha estado siempre ubi-
cada en el sector informal. Esto nos da una característica de ese régimen de
acumulación profundamente excluyente que hemos tenido en Colombia.

Veamos ahora qué sucede con el proceso de apertura. El discurso teórico


de la apertura suponía que iba a haber una mayor inclusión y que se iba a
producir la ruptura de los monopolios, etc. Es interesante analizar cuáles han
sido los resultados que se han obtenido en los últimos tiempos.

Si dividimos el sector manufacturero colombiano en cuatro grandes gru-


pos, siguiendo a Katz, podemos analizar los subsectores de la metalmecáni-
ca, la industria automotriz, los alimentos, bebidas y tabaco y las industrias
tradicionales de uso extensivo de mano de obra. En este análisis se va a
encontrar lo siguiente: una pérdida radical del grupo metalmecánico en el
último periodo, particularmente entre 1990 y 2005, cuando las industrias
metalmecánicas han perdido el 41% de su participación en la industria nacio-
nal. Hay que recordar que estas industrias emplean mano de obra altamente
calificada y cuentan con grandes encadenamientos hacia atrás porque utilizan
materias primas nacionales y permiten participar a las grandes, medianas
y pequeñas empresas en el proceso productivo. Por ejemplo, esto se puede
ilustrar con el caso de las autopartes, que eran pequeñas y medianas empre-
sas que a su vez subcontrataban a empresas más pequeñas, lo que originaba
un muy importante encadenamiento productivo hacia atrás: este grupo ha
mostrado una caída muy drástica.

— 265 —
HACIA LA RECONSTRUCCIÓN DEL PAÍS

De otro lado, además, el sector de bienes intensivos en mano de obra


PANEL 2

también se ha visto reducido de manera sistemática. Tanto este subsector


como el anterior son fundamentalmente transables.

Por el contrario, el sector de transformación de recursos naturales ha


aumentado de manera considerable, en más de catorce puntos en el periodo
1990-1996. Este desarrollo es muy similar a lo sucedido en el resto de países
de América Latina. Con el agravante, para el caso colombiano, de que este
proceso de transformación de recursos naturales se concentra en productos
que necesitan, a su turno, un alto contenido de insumos importados. Por
ejemplo, la industria textil, hasta los años noventa se abastecía de producción
nacional de algodón en un 99%, pero hoy solo utiliza no más del 5% o 7% de
producción nacional. Igual sucede con los aceites, las grasas y otra serie de
productos, con un alto componente de insumos importados.

En ese sentido, se puede afirmar que la apertura fue impulsada por la gran
industria manufacturera, que reemplazó valor agregado nacional por valor
agregado externo. Además, la apertura convirtió a muchas de las empresas
en importadoras de bienes terminados.

El resultado de esta forma de crecimiento es haber dado lugar, en pri-


mer lugar, a una drástica caída de más de once puntos del valor real de los
salarios, lo que representa una gran disminución de la participación de la
remuneración de los trabajadores dentro del valor agregado. Y, en segun-
do lugar, a un aumento apreciable de más de cuatro puntos del consumo
intermedio sobre el valor de la producción. Esto quiere decir que cada vez
introducimos mayor cantidad de productos importados en nuestros proce-
sos productivos, al tiempo que vamos aumentando la participación de los
insumos importados (alrededor de tres puntos) dentro del total de insumos
de nuestra producción.

Eso ha dado lugar a un proceso masivo de sustitución de valor agrega-


do interno por valor agregado externo. Mientras los industriales, durante
el periodo 1950-1970, estaban interesados teóricamente —y acomodando

— 266 —
II PARTE : ECONOMÍA Y CONFLICTO

las expresiones— a aumentar los salarios para negociar con los sindicatos

PANEL 2
e incrementar el mercado interno, en los últimos años ha sucedido todo lo
contrario. Esta disminución de los salarios refleja un marcado desinterés del
sector manufacturero frente al mercado interno porque lo que está creciendo
es la transformación de recursos naturales, que tiene un mercado exterior.

Entonces vemos aquí una enorme disyunción entre los procesos de cre-
cimiento de los grandes grupos económicos, que se han concentrado, por
una parte, en la producción de bienes no transables y en las zonas que el
gobierno ha privatizado como los servicios públicos, y, por otra parte, se
han volcado hacia las inversiones en el exterior. Los grandes grupos, como
Santodomingo y el Grupo Antioqueño, etc., están haciendo inversiones en el
exterior, lo que muestra que consideran el mercado interior como marginal.
Pero, a la vez, la forma de adaptarse a las nuevas condiciones de la compe-
tencia internacional ha sido romper los compromisos institucionalizados en
el nivel interno. Esto es, los compromisos establecidos con sus trabajadores:
hoy en día prácticamente ninguna empresa tiene convenciones colectivas,
casi la totalidad de las grandes empresas tiene acuerdos colectivos y, en
cambio, hay un recurso enorme de trabajo contratado con terceros. Lo que
más ha crecido es el trabajo informal, la subcontratación, el Outsourcing. El
resultado de todo esto —volviendo a la pregunta inicial— es que no se están
creando las condiciones para hacer que el excedente se traduzca en mayor
nivel de trabajo con más y mejores empleos

Por eso es falsa la dicotomía que el gobierno ha mantenido en el sentido


de que el empleo tiene que crecer cuando la producción industrial crece.
En realidad, está sucediendo todo lo contrario: la producción industrial se
ha multiplicado por 2,62 pero el empleo ha disminuido. La razón es, como
ya vimos, que los sectores altamente generadores de empleo han rebajado
su participación en el producto y, por el contrario, los sectores intensivos
en capital han aumentado sus niveles de producción, con tamaños de plan-
tas enormemente elevados pero que no generan encadenamientos hacia
atrás.

— 267 —
HACIA LA RECONSTRUCCIÓN DEL PAÍS

Y la gran importancia, señalada por Arturo García, de las formas de


PANEL 2

producción se constata en la manera como se concibe el nuevo desarrollo


agrícola, como está claramente planteado en el Documento Prospectivo
2019. Vale decir, además, que ese decreto, tal como lo señala en el prólogo
Santiago Montenegro, es de puño y letra del propio presidente Uribe. Lo que
representa este decreto es la reafirmación y profundización de este proceso
de “reprimarización” de la economía colombiana. Y la única manera de hacerlo
es seguir manteniendo salarios muy bajos para poder ser competitivos en
mercados que son profundamente fluctuantes.

En los últimos años, hasta hoy, tenemos un crecimiento enorme de los


bienes primarios de exportación, cuyos precios están expuestos a caer si se
presenta una recesión internacional. Hace unos cuatro años, José Antonio
Ocampo, en un interesante trabajo sobre el proceso de exportaciones de
América Latina durante más de cien años, encontraba cómo era muy cierta
la vieja tesis de Prebisch sobre el deterioro de la relación de precios de in-
tercambio para los países exportadores de bienes primarios. Obviamente, a
corto plazo la situación puede cambiar a veces, pero se mantiene la tendencia
a largo plazo.

En resumen, la propuesta de cómo utilizar el excedente para fomentar el


desarrollo interno enfrenta enormes problemas en el país porque el régimen
de acumulación que se ha establecido en Colombia —desde antes, pero re-
forzado ahora con el proceso de apertura— es profundamente excluyente. En
consecuencia, la situación se ha agravado de forma tal, que la única manera
de crecer que la economía colombiana ha encontrado hasta ahora es dismi-
nuyendo la participación de los salarios dentro del presupuesto nacional.
Obviamente, esto no permite dar lugar a un nivel mayor de bienestar. No
estamos creando más y mejores salarios: ese es el gran reto que tenemos
al frente

— 268 —
II PARTE : ECONOMÍA Y CONFLICTO

COMENTARIOS DE FRANCISCO DE ROUX*

PANEL 2
En vez de hacer comentarios detallados sobre las ponencias centrales de Jorge
Iván González y Arturo García, quiero hacer algunas referencias históricas
sobre el proceso del Programa de Desarrollo y Paz, para seguir la sugerencia
que hizo Juan Plata en su introducción, en el sentido de que, para entender
la historia, hay que comenzar por contarla. Pero también quiero subrayar la
importancia de lo que aportaba Jorge Iván González sobre el papel signifi-
cativo de la función distributiva y del lugar que la política tiene en ella. Lo
mismo que la llamada de atención de Arturo García para que trascendamos
el estado actual de los programas de desarrollo y paz para ir logrando la
apropiación social del conocimiento originado en los mismos programas.
Además, en el primer comentario de Adolfo Meisel encontré un importante
llamado de atención para que consideremos cuidadosamente el sentido de
lo regional y de la desigualdad creciente del desarrollo regional. Además,
también comparto la idea de la presentación de Gabriel Misas acerca de cómo
vamos perdiendo la participación del trabajo en el conjunto de la producción
del producto interno bruto, lo que incide en la creciente dificultad de acceder
a los bienes de la canasta familiar.

Quiero reiterar que nosotros estamos haciendo programas de desarrollo


y paz, aunque ya nos lo dijo Arturo García. Nosotros creemos que la paz que
podemos conseguir depende del tipo de desarrollo que hagamos. Además,
quiero subrayar que hacemos desarrollo en medio del conflicto armado. No
somos partidarios de la idea de “primero pacifique y después traiga inversión
para que la inversión haga el desarrollo”, pues, para nosotros, el conflicto
es importantísimo. Precisamente por esto nos interesa tanto este proyecto,
porque el conflicto nos llama la atención sobre los puntos donde existen
problemas estructurales no resueltos.

* Provincial de la Compañía de Jesús en Colombia, ex director del Programa de Desarrollo y Paz del Magdalena Medio, ex director del
Cinep, donde fue también investigador. Maestría en Economía de la Universidad de los Andes, master en Economía de la London School
of Economics, Doctor en Economía de la Universidad de París.

— 269 —
HACIA LA RECONSTRUCCIÓN DEL PAÍS

A la vez, el conflicto es completamente dinámico en el debate social. De


PANEL 2

ahí que nosotros no hagamos proyectos meramente para superar la pobreza


o porque haya grupos de desempleados, sino que buscamos dónde hay con-
flictos en las regiones para convertir esos conflictos en mesas de discusión y
a esas mesas de discusión en proyectos. Y, por medio de los proyectos, tra-
tamos de tocar los problemas estructurales que hay en la región a sabiendas
de que cada respuesta parcial es incompleta, pero siendo a la vez conscientes
de que la respuesta total no puede darse de una sola vez.

Lógicamente, es un trabajo que estamos realizando en conjunto con


mucha gente de las regiones. Afortunadamente contamos en este seminario
con la presencia de Ginny Luna, nuestra coordinadora de la red de los Progra-
mas de Desarrollo y Paz en todo el país. Ya que partimos de las experiencias
regionales de esos programas para nuestro intento soñado de construir una
nación desde las regiones (Ver Mapa 1). Por eso me parece fantástico tener
esta oportunidad de compartir juntos experiencias y reflexiones académicas,
pues nosotros somos muy conscientes de nuestras limitaciones académicas
para el planteamiento de conocimiento riguroso en este campo.

Este es el Magdalena Medio (ver Mapa 2). Antes de analizarlo quisiera


llamar la atención sobre la intervención en las regiones, para mostrarles cómo
se construyó este mapa. Nosotros fuimos preguntando a las comunidades
por qué una región donde caben todos y todas tiene tantos excluidos. Es
decir, una región que produce tantas riquezas. Por ejemplo, este contraste
se observa en la foto de San Pedro Frío, el pueblo colombiano más rico en
producción de oro (ver Imagen 1).

Y esta es la otra pregunta: ¿por qué en una región apasionada por la vida
hay tantos asesinatos? Esa cartelera (ver Imagen 2), del año pasado, alude a
un “positivo” del Ejército que mató a Alejandro Uribe, un minero de la cordi-
llera de San Lucas, al cual presentó luego como guerrillero.

Cuando planteamos estas dos preguntas en Barrancabermeja, la gente


nos respondió: “Usted no puede entender lo que está pasando aquí con la

— 270 —
II PARTE : ECONOMÍA Y CONFLICTO

Mapa 1 Red de Programas de Desarrollo y Paz

PANEL 2

Fuente: Grupo Paz y Desarrollo -DNP

Fuente: Red Prodepaz.

— 271 —
HACIA LA RECONSTRUCCIÓN DEL PAÍS

Mapa 2. Magdalena Medio


PANEL 2

— 272 —
II PARTE : ECONOMÍA Y CONFLICTO

Imagen 1. San Pedro Frío

PANEL 2
exclusión y la violencia si no se va al municipio vecino de Yondó”. Y de Yon-
dó nos mandaron a Cantagallo y de Cantagallo a San Pablo y de San Pablo
a Santa Rosa; de Barrancabermeja nos rebotaron a San Vicente de Chucurí
y de ahí a Cimitarra; de Cimitarra a Landázuri y de ahí a Puerto Berrío. En la
respuesta a estas preguntas los pobladores iban tratando de encontrar una
manera de definir lo que estaba pasando, que incorporaba un territorio hasta
cuando se consolidaron unos límites totalmente agibles y flexibles. Pero, de
otro modo, sus respuestas daban cuenta de un problema regional que era a
su vez de violencia y pobreza.

Cuando terminamos de elaborar el primer mapa, una mujer que estaba


con nosotros en la ciénaga de San Silvestre escribió sobre el mapa “primero
la vida” y nosotros añadimos “la vida con dignidad”. Quiero hacer una llamada
de atención sobre esto porque va a tocar estas evaluaciones y transformacio-

— 273 —
HACIA LA RECONSTRUCCIÓN DEL PAÍS

Imagen 2
PANEL 2

nes que se vienen haciendo dentro del programa para subrayar los puntos
en los que nosotros hacemos más insistencia.

Nosotros partimos de definiciones muy descriptivas e ingenuas de las


cosas, pero, con el avance de los trabajos, hemos ido transformando los
conceptos para pasar luego a definiciones cada vez más exploratorias y algo
más explicativas, y a tratar de darles mayor rigor a los conceptos. De ahí la
gran importancia de esta discusión.

Pusimos nuestro énfasis en la dignidad porque en el grupo la centralidad en


los derechos humanos era muy fuerte. Como ustedes recuerdan, la Carta de los
Derechos Humanos pone como eje que todos los seres humanos tienen igual
dignidad; de allí se siguen los derechos, etc. Quisiéramos solamente recordar

— 274 —
II PARTE : ECONOMÍA Y CONFLICTO

que para nosotros está claro que la dignidad humana es absoluta: la dignidad

PANEL 2
humana no depende del Estado, la dignidad —por decirlo de alguna forma
muy descriptiva— es el valor que los hombres y las mujeres nos otorgamos
simplemente por ser seres humanos y que queremos también darles a los
otros. En la ética liberal kantiana esto está perfectamente establecido cuando
afirma que usted no puede utilizar a una persona como medio porque todas las
personas son un fin en sí mismas. O que usted debe tratar a los demás como
quiere que los demás lo traten a usted. Y en la tradición judeocristiana, amar
a Dios, amarse a uno mismo y amar al hermano es un solo mandamiento. Este
mismo mandamiento de amor universal muestra la grandeza del ser humano.
Y ustedes saben que la dignidad no puede crecer: los que son aquí doctores
no tienen mayor dignidad que los que cursan el primer año de universidad.
Ni se puede disminuir por tener el sida o estar en la cárcel. En lo referente a
la dignidad humana, estamos todos en el mismo plano.

Este planteamiento de la dignidad nos sirvió de base para discutir con las
Farc, el ELN, los paramilitares y el Ejército. En esos diálogos hay algo que es
central para nosotros: empezamos por hacerle sentir al interlocutor que, así
como nosotros respetamos su dignidad, respete él la nuestra.

Estas son fotos de guerrilleros del ELN (ver Imagen 4) erradicando minas
“quiebrapatas” después de una discusión con la comunidad.

La Imagen 5 muestra una reunión con las Farc para liberar a un ingeniero
de Fumpat que había sido secuestrado por ellos.

Estas reuniones ilustran el punto en que quiero centrarme más: nosotros


encontramos una región donde hoy en día se presentan dos perspectivas
de desarrollo. Obviamente, esta es una presentación simplificada, casi una
caricatura: de un lado, una perspectiva presentada por parte del estableci-
miento, por parte del Estado, donde se busca solo la explotación y extrac-
ción primaria; se pretende extraer los recursos naturales renovables y no
renovables para convertirlos en transables, a fin de producir energía y hacer
del Magdalena Medio una plataforma exportadora. Esto es algo fácilmente

— 275 —
HACIA LA RECONSTRUCCIÓN DEL PAÍS

Imagen 3
PANEL 2

explicable porque nosotros tenemos una montaña que produce carbón, una
montaña que produce oro, una planicie cruzada por un río que permite sacar
las cosas producidas directamente a Miami. Aquí existe la posibilidad de
producir biodiesel y extraer, hoy en día, petróleos profundos. Para eso usted
no necesita a la gente, sobran las ochocientas mil personas del Magdalena
Medio; basta con quedarse con la gente de Barranca, Aguachica y Puerto
Berrío, que son solamente trescientas cincuenta mil personas. Y se pueden
repartir los demás entre Cartagena, Bogotá y Bucaramanga.

Nosotros estamos apuntando a otra cosa: el desarrollo en la gente, don-


de la gente, articulada con la naturaleza, pide una enorme conectividad en
la totalidad del procedimiento. Este modelo fija los excedentes posibles en
las regiones: por supuesto, de aquí no nos vamos a ir. Quisiera detenerme
un momento para profundizar la conversación sobre qué es lo que nosotros

— 276 —
II PARTE : ECONOMÍA Y CONFLICTO

Imagen 4

PANEL 2
Imagen 5

— 277 —
HACIA LA RECONSTRUCCIÓN DEL PAÍS

entendemos por desarrollo, que es el punto fuerte de nuestra discusión. No-


PANEL 2

sotros pensamos que de lo que aquí se trata es de crear las condiciones para
que un pueblo pueda vivir su dignidad de la manera como la gente quiere
vivir. Esta es una definición evidentemente muy abstracta pero que supone
unas cosas que son básicas para nosotros.

Es claro que no podemos desarrollar la dignidad, lo que tenemos que


desarrollar son las formas como la gente quiere expresar su dignidad, com-
partir su dignidad y vivir su dignidad con los demás. Y esto supone por lo
menos tres cosas: primero, que la gente sabe lo que quiere vivir: este es un
primer esfuerzo, de tipo cultural y simbólico muy hondo, de apropiación del
territorio y de la cultura; segundo, que la gente quiere acordar la forma de
vivir su propia dignidad, que es el problema de la política y de la manera
como vamos a manejar los recursos públicos; y tercero, el punto en el que
quiero profundizar un poco más: cómo producir las condiciones de la vida
que se quieren vivir.

La pregunta sobre cómo producir la vida querida se traduce, para los


economistas, en cómo convertir la necesidad sentida en demanda efectiva.
Para ello había dos formas posibles: una, por medio de los impuestos, para
que el Estado pueda activar las economías locales y regionales y haya una
demanda estatal sobre los bienes que la gente requiere. Pero también habría
otra, a partir de la participación de la gente en la producción: producir las
acciones, las actitudes, el trabajo, los bienes y servicios de la vida que se de-
sea, y meter a la gente en la producción para que la participación de la gente
en la producción le permita acceder a los bienes y servicios que busca.

Aquí el problema es que hay que producir un flujo sostenible de la vida


que se quiere: a nosotros no nos sirve un proyecto de peces para sacar una
camada de 30.000 cachamas para un pueblo, sino que hay que tener un flujo
continuo de cachamas durante todos los días. Y así con los demás productos.
Y, como bien nos lo explicaba Jorge Iván González, estos flujos se aceleran si
se insertan en un circuito que genere procesos de desarrollo hacia atrás.

— 278 —
II PARTE : ECONOMÍA Y CONFLICTO

Con relación al ejemplo de los peces —y con esto concluyo—, un estudio,

PANEL 2
que nos hizo el año pasado la Corporación Colombia Internacional para un
seminario con los pescadores del Magdalena Medio, mostraba que hoy en
día 95.000 personas participan directamente en los proyectos del programa
en el Magdalena Medio: entre ellos hay 15.000 pescadores. Por otra parte,
nosotros hicimos un estudio que dio como resultado que la oferta de pescado
que hacía el Magdalena Medio en la zona era de 17.000 toneladas, mientras
que el año pasado la oferta fue solo de 750 toneladas. Esto es especialmen-
te significativo para la gente del Magdalena Medio, especialmente para los
ribereños, para quienes parte esencial de la vida querida en su cultura reside
en que la gente no se siente desayunada si no se come un bocachico acom-
pañado con un pedazo de plátano o de yuca. Ahora todo eso se acabó.

Recuperar la posibilidad de que los pobladores ribereños vuelvan a tener


el bocachico para el desayuno de todos los días supone echarse hacia atrás
en la producción: hay que rescatar primero los espacios cenagosos, hay que
suprimir la propuesta bárbara, que lanzó la Universidad Nacional, de ponerle
cemento al río; hay que volver a recuperar las ciénagas donde se produce el
bocachico. Supone que hay que echarse hacia atrás y restaurar los cauces de
las fuentes que llenan las ciénagas; hay que echarse hacia atrás y recuperar
los bosques colombianos. Hay que terminar dando un debate en el Congreso
colombiano para salvar el Magdalena Medio. Todo esto para poder disponer
del desayuno que quiere la gente del Magdalena Medio como bien final.

Me gustaría discutir después puntos como el de la palma africana, que


daría material para un debate bien interesante. Otro asunto que quisiera tocar
es que nosotros hemos saltado a dar un debate en los concejos municipales
para desarrollar con Planeación Nacional el Conpes regional. Y a discutir
con las grandes empresas que están invirtiendo en la región sobre cómo
garantizar que en todo lo que se haga en la región esté primero la vida de
los pobladores. Tenemos una mesa de discusión con Ecopetrol en el proyecto
entre Ecopetrol y la OXY en El Centro, de Barrancabermeja; además, la mesa
muy dura de discusión con Río Tinto, sobre el carbón de la cordillera de los
Yariguíes y el municipio de El Carmen; y la mesa sobre la producción de oro

— 279 —
HACIA LA RECONSTRUCCIÓN DEL PAÍS

en la cordillera de San Lucas, lo mismo que la discusión con los palmeros


PANEL 2

respecto al biodiesel, y ahora la mesa con Isagen acerca de la construcción


de la hidroeléctrica del río Sogamoso.

Todo esto muestra que es un problema muy serio poder lograr el tipo
de desarrollo que traiga la paz al territorio, caracterizado por la cultura de
enclave. La presencia de Ecopetrol, el caso de las extracciones mineras, res-
ponden a un modelo de economía que trata de hacer del Magdalena Medio
una plataforma de exportación dentro del dilema terrorismo-antiterrorismo.
Nosotros queremos escaparnos definitivamente de ese esquema. Por eso
buscamos el diálogo continuo con los actores que están en la guerra de
todos los lados, partiendo de nuestra concepción de la dignidad humana, la
seguridad humana y los derechos humanos.

— 280 —
II PARTE : ECONOMÍA Y CONFLICTO

DISCUSIÓN Y PREGUNTAS

PANEL 2
Relatoría de Silvia Monroy*

En relación con los comentarios realizados por Misas y Meisel, Jorge Iván
González insistió en que su propuesta consiste en un llamado a las instan-
cias que efectivamente pueden incidir en la redistribución de recursos; en
el ámbito local, este sería el caso específico de los concejos municipales.
Y fue enfático en afirmar que en este tipo de instancias se pueden lograr
establecer márgenes de acción. Por su parte, García reforzó su idea de la
necesidad de la sistematización de las experiencias logradas en los Progra-
mas de Desarrollo y Paz; además, señaló otro aspecto que dejó de lado en
su presentación: la diversidad de los grupos de trabajo que participan en
estos programas y que, a la postre, contribuyen a una mayor dispersión del
conocimiento adquirido.

En el espacio destinado para las preguntas del público, Francisco de Roux


respondió a los cuestionamientos que se le hicieron sobre el papel de los
imaginarios de afrodescendientes e indígenas en relación con la producción,
señalando la importancia de las potencialidades de las regiones respecto de
los productos finales. Por ejemplo, en Barrancabermeja podría transformarse
el etileno en polietileno para producir sillas, mesas, aspas de ventiladores,
etc., utilizando la creatividad y mentalidad de la gente y articulándola con la
dinámica económica general. Un proyecto de ese estilo ofrecería, a un mismo
tiempo, empleo y excedentes para la región.

Como respuesta a una pregunta relacionada con la preservación de ciertos


elementos éticos en la práctica de investigadores y facilitadores de paz sin

* Antropóloga de la Universidad de los Andes, Bogotá, y magíster en Antropología Social por la Universidad de Brasilia, donde se encuentra
actualmente realizando estudios doctorales en Antropología Social. Fue docente e investigadora en el Departamento de Antropología de
la Universidad de Antioquia.

— 281 —
HACIA LA RECONSTRUCCIÓN DEL PAÍS

relegar a éstos a una dimensión exclusivamente discursiva, de Roux mostró


PANEL 2

la necesidad de establecer un eje articulador ético y no religioso en la dis-


cusiones con guerrillas y paramilitares sobre el problema del narcotráfico,
que permita viabilizar otras alternativas de desarrollo en las zonas afectadas
por el conflicto.

Por su parte, para responder a una pregunta sobre los aspectos económi-
cos del actual esquema de “Seguridad Democrática”, Gabriel Misas se remitió
a una investigación realizada por la Cepal con base en una encuesta aplicada
en 36 empresas colombianas. Antes de 1998, los empresarios consideraban
que el conflicto solo los afectaba de una forma indirecta y la mayoría de
los inconvenientes que encontraban para la producción tenían que ver con
problemas ligados al transporte y a la infraestructura vial. Ya en el periodo
entre 1998 y 2003 la desconfianza de los empresarios fue en aumento, junto
con los índices de afectación derivados del conflicto armado. En esta etapa
el principal recelo era la posibilidad de que regiones enteras del país fueran
tomadas por la guerrilla, especialmente a propósito del proceso de negociación
de Andrés Pastrana y de la instauración de la zona de despeje. En relación
con el esquema actual de “Seguridad Democrática”, la principal preocupación
apuntada por Misas tiene que ver con la inversión en la guerra, que equivale a
6,3% del producto interno, pues cree que este monto de inversión es insoste-
nible a largo plazo. Además, la concentración de fondos en el esfuerzo militar
va acompañada de la reducción sustancial de los recursos para el Instituto
Colombiano de Bienestar Familiar y el Sena. El aumento de la inversión en la
guerra va de la mano de un aumento en los gastos de seguridad social, lo
cual impide la perpetuación —por lo menos desde una perspectiva fiscal— del
conflicto armado y de la política de “Seguridad Democrática”.

Ante una pregunta hecha por el público sobre la relación entre los Progra-
mas de Desarrollo y Paz y la formulación efectiva de políticas públicas, Arturo
García volvió a reiterar la importancia de la sistematización de las experiencias
de estos programas como paso previo para el establecimiento de políticas
públicas efectivas. García respondió a otra pregunta del público sobre la
relación entre recursos públicos, recursos privados y propuestas específicas

— 282 —
II PARTE : ECONOMÍA Y CONFLICTO

de redistribución, haciendo explícita su reflexión sobre la desigualdad como

PANEL 2
un efecto de la naturaleza de las propias instituciones del Estado.

En esta misma línea, alguien del público formuló a Jorge Iván González
una pregunta sobre la posibilidad de las políticas públicas para modificar
las relaciones sociales. En su respuesta, González volvió de nuevo al tema
de la actuación de los concejos municipales, cuya potencialidad para inci-
dir en los cambios es diferenciada, según las regiones y localidades. Para
ilustrar su respuesta, el conferencista contrasta el caso del funcionamiento
del concejo municipal de Cartagena con el de Bogotá: en el primer caso el
funcionamiento estaría regido por relaciones clientelistas y dominado por la
burocracia local, mientras en el segundo se observa un funcionamiento más
ágil y eficiente, lo que configuraría un escenario con un mayor margen para
la intervención en la redistribución. Si bien Cartagena, Medellín y Bogotá
muestran economías favorables para el periodo 2003-2004, el problema
estaría en las instituciones que tienen posibilidades de redistribución en el
seno del modelo de democracia participativa.

— 283 —
HACIA LA RECONSTRUCCIÓN DEL PAÍS
PANEL 2

— 284 —
III PARTE
POLÍTICA Y
CONFLICTO
Menos Hobbes y más Maquiavelo
Notas para discutir la debilidad del Estado
Fernando Escalante Gonzalbo*

Si se lee la prensa con un poco de atención, el Estado empieza a resultar


algo bastante extraño, que no encaja casi en ninguna definición. Ante esa
incongruencia, lo más cómodo es hacer a un lado las noticias estridentes y
descontarlas como anomalías. El problema es que son muchas.

Por ejemplo, a fines de 2007 el gobierno de Ciudad de México anunció


un programa de regularización administrativa de los llamados taxis “piratas”,
es decir, los que circulan sin autorización: en unos cuantos días entregó do-
cumentos para otorgar licencias a más de veinticinco mil vehículos. Solo un
diputado local protestó, y eso sin mucha energía, porque el programa era
“un poco excluyente”, pues no estaba abierto a cualquiera que quisiese una
licencia de taxi, sino tan solo a quienes ya circulaban de modo irregular (en
particular —eso no lo dijo— a los afiliados a organizaciones como Panteras,
Pancho Villa, Campamento 2 de Octubre, más o menos cercanas al partido
que gobierna la ciudad).

Por otra parte, hace casi una década el EZLN formó en Las Cañadas,
Chiapas, la zona de su mayor influencia, una serie de municipios autónomos

* Licenciado en Relaciones Internacionales y doctorado en Sociología del Colegio de México, donde ha sido profesor investigador, coor-
dinador académico y coordinador general académico.

— 287 —
HACIA LA RECONSTRUCCIÓN DEL PAÍS

bajo su control. Sus límites coinciden exactamente con los de la división ad-
ministrativa vigente, su régimen de propiedad es el mismo y, de hecho, en
todos ellos hay también autoridades municipales elegidas de acuerdo con la
legislación mexicana. En muchos casos, el ayuntamiento constitucional y el
autónomo despachan incluso en el mismo edificio: uno por la mañana y otro
por la tarde. Resuelven problemas distintos, con procedimientos distintos, y
permiten tejer una complicada red de apoyos exteriores por medio de par-
tidos políticos, organizaciones no gubernamentales, iglesias.

Otro ejemplo, un poco más lejano: desde hace casi veinte años en Mathare,
una barriada de las afueras de Nairobi, las funciones cotidianas de gobierno
y policía están a cargo de los mungiki. Es una organización difícil de defi-
nir: según a quién se lea, se trata de una secta, una organización criminal,
étnica, un grupo paramilitar, religioso o político. Venden protección, cobran
el suministro de agua y energía eléctrica tomadas de las redes públicas, or-
ganizan el comercio informal y controlan el transporte colectivo: son kikuyu
y al parecer tienen ritos de iniciación y juramentos que recuerdan los de los
Mau-Mau, la misma beligerancia retórica —antioccidental, tradicionalista— y
una relación densa y ambigua con el gobierno de Kenia.

Hay situaciones similares donde se mire. En el sur de Líbano, por ejemplo,


es Hezbolá quien brinda servicios de salud, educación, seguridad, y en el
centro de Liberia la plantación de caucho de Firestone es casi una sociedad
aparte, como lo son las empresas mineras en Congo o los campamentos de
refugiados bajo responsabilidad de Acnur en Chad o Tanzania. En ningún
caso esas otras organizaciones sustituyen directamente al Estado ni tampoco
podrían prescindir de él: sus funciones no están nunca del todo claras, ni
tampoco su ubicación con respecto a la ley. De hecho, lo que hace que sean
reconocibles como situaciones similares es precisamente esa ambigüedad.
Es lo que me interesa explorar.

— 288 —
III PARTE: POLÍTICA Y CONFLICTO

1. El espíritu del tiempo

La preocupación por el Estado, una preocupación casi obsesiva y un po-


co desorientada, es parte del espíritu del tiempo. Y es producto sobre todo
de la incomodidad que provocan esos que Clifford Geertz llamaba “lugares
complicados”: no del todo modernos ni tradicionales, ni tampoco en tránsito
de lo uno a lo otro; lugares de fronteras cambiantes y ambiguas, donde todo
parece tener doble fondo, y que piden, para ser entendidos, menos Hobbes
y más Maquiavelo.1

En Latinoamérica el tema, con todas sus variaciones, es una de las secuelas


del desencanto democrático del fin de siglo. No tiene ningún misterio. En muy
poco tiempo, los sistemas representativos recién restaurados comenzaron a
producir resultados extraños; por abreviar, mencionemos a Alberto Fujimori,
Abdalá Bucaram, Carlos Saúl Menem, Efraín Ríos Montt, y después Vicente Fox,
Hugo Chávez, Evo Morales y Ollanta Humala. Bajo formas más o menos cono-
cidas persistían el autoritarismo, la arbitrariedad, la demagogia y sobre todo la
corrupción. Y los diagnósticos, por regla general, se orientaron en primer lugar
hacia lo más obvio: en nuestros países no había la “cultura cívica” que el Estado
moderno necesita para funcionar.

En el fin de siglo se multiplicaron los estudios sobre ciudadanía y cultura


política, guiados por una primera conjetura que se puede enunciar en dos fra-
ses: el arreglo institucional más o menos moderno, democrático, liberal, era
un cascarón vacío porque le faltaba la materia prima, porque entre nosotros
no había ciudadanos sino clientelas, corporaciones, intereses particularistas,
inciviles.2 Hubo estudios interesantes, proyectos ambiciosos como el del Índice

1 Clifford Geertz, “What is a State if it is not a Sovereign? Reflections on Politics in Complicated Places”, Current Anthropology, vol. 45,
No. 5, diciembre de 2004.
2 En México es muy notable: ante el desencanto con el gobierno de Vicente Fox, sin la posibilidad de culpar al PRI de la corrupción y
el autoritarismo, muchos comenzaron a buscar el problema en la falta de valores democráticos o de virtudes cívicas en la sociedad
mexicana. No obstante, ninguno de los estudios recientes sobre cultura política mexicana tiene la agudeza y complejidad del análisis de
hace tres décadas de Rafael Segovia, La politización del niño mexicano, México: El Colegio de México, 1975.

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HACIA LA RECONSTRUCCIÓN DEL PAÍS

de Desarrollo Humano del PNUD, y una extensa y animada discusión histórica.3


En las conclusiones ha habido de todo: especulaciones culturalistas a la manera
de Huntington, conjeturas sobre el capital social y sobre la dimensión subjetiva
de la política.4

Me interesa una deriva menos llamativa, casi de sentido común. La falta


de virtudes cívicas no es un problema moral, sino de estructura política.
Sencillamente, en nuestros países no ha habido las condiciones materiales
para el desarrollo de una cultura política individualista, de obediencia incon-
dicionada y confianza en la legalidad. Y no la ha habido, entre otras cosas,
porque no hemos tenido un Estado, digamos, de traza hobbesiana, que es
acaso la pieza fundamental del modelo.5 Para expresarlo con una fórmula
muy simple, no hay ciudadanos porque no hay Estado. O con algo más de
exactitud: no existen las virtudes cívicas que imagina el modelo republicano
porque no existe la forma de Estado que tendría que servirles de soporte.6

Me detengo un poco en esto. No se puede esperar una obediencia inme-


diata e incondicionada de la ley, como se esperaría del ciudadano ideal, si el
Estado no es capaz de garantizar la seguridad en el orden cotidiano, si hay
otros actores con poder para imponerse o, al menos, para torcer sistemáti-
camente el funcionamiento de las instituciones estatales. Es un problema de
supervivencia. Sirve de ejemplo cualquiera de nuestros países en el siglo die-
cinueve, y también las zonas de colonización tardía en Colombia a mediados
del siglo veinte: se obedece, naturalmente, a quien puede ofrecer seguridad,
bajo formas clientelistas, corporativas, comunitarias o de cualquier otro tipo.
El comportamiento cívico forma parte de nuestro repertorio cultural, pero no
siempre es una opción factible.

3 Solo como ejemplos: Hilda Sábato (coord.). Ciudadanía política y formación de las naciones. Perspectivas históricas de América Latina,
México: FCE, 1999; Antonio Annino (coord.) Historia de las elecciones en Iberoamérica, siglo XIX, México: FCE, 1995.
4 Cuento entre ellos, por ejemplo, los trabajos de Norbert Lechner, Los patios interiores de la democracia, México: FCE, 1996, o Lechner,
Las sombras del mañana, Santiago: LOM, 2004.
5 Cuando digo de traza hobbesiana quiero decir: pacificación y desarme general, concentración del poder, supresión de jurisdicciones de
cuerpos intermedios, constitución de una autoridad soberana.
6 Por ejemplo: Marco Palacios, Parábola del liberalismo, Bogotá: Norma, 1999.

— 290 —
III PARTE: POLÍTICA Y CONFLICTO

En el resto del mundo sucede algo similar: poco a poco, en la década de


los años noventa, comienza a adquirir preeminencia el problema del Estado.
En el origen de esta preocupación están los desequilibrios provocados por
la nueva globalización, la aparición de agresivos movimientos étnicos, reli-
giosos, separatistas, catástrofes como las de Ruanda, Liberia y Sierra Leona,
la inestabilidad crónica de Sri Lanka, Pakistán o Líbano, todo lo cual se hace
mucho más visible tras el fin de la Guerra Fría, lo mismo que el fracaso de
las políticas de impulso al desarrollo prácticamente en todas partes. También
está, desde luego, el nuevo terrorismo islámico.

La dificultad conceptual y política en los noventa consistía en hacer


compatible la preocupación por la debilidad del Estado con el lenguaje domi-
nante, neoliberal y democrático. En todo caso, era imposible desentenderse
del tema. A partir de 2001, como consecuencia de los atentados del 11 de
septiembre, el problema de los “Estados fracasados” se convirtió en una de
las preocupaciones mayores del gobierno estadounidense: desaparecida la
Unión Soviética, la principal amenaza para la seguridad internacional estaba
—según el diagnóstico dominante— en los Estados sin recursos ni capacidad
de control territorial, que podían, por eso, servir de refugio o base de ope-
raciones a grupos terroristas, guerrillas o redes del crimen organizado.7 Por
otro lado, el Banco Mundial modificó sus criterios de evaluación y comenzó a
exigir, como condición para otorgar préstamos, que se adoptaran determina-
das medidas para prevenir la corrupción. La idea de fondo era muy sencilla:
sin un adecuado orden institucional, sin garantías jurídicas y administración
estatal eficiente, es imposible el desarrollo.

Para los más pesimistas es un problema sin solución. En tono más o me-
nos dramático, más o menos sensato, muchos han llegado a la conclusión
de que el modelo moderno de Estado no tiene futuro en la mayor parte del
mundo y que debemos más bien acostumbrarnos al lento descenso hacia

7 Sirve como indicio de esa preocupación el Índice Internacional de Fracaso del Estado, elaborado anualmente por The Fund for Peace,
Carnegie Endowment for International Peace y Foreign Policy (ver “The Failed States Index, 2007”, Foreign Policy, julio-agosto, 2007).

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HACIA LA RECONSTRUCCIÓN DEL PAÍS

el caos.8 Con más optimismo, si no con mejores fundamentos, numerosos


gobiernos, organizaciones no gubernamentales y organismos financieros
proponen una reconstrucción del Estado en esos lugares complicados me-
diante una combinación de reformas administrativas, fiscales y políticas para
garantizar la transparencia, la representatividad y la eficacia.

De un modo u otro, la preocupación por el Estado forma parte del espíritu


del tiempo.

2. ¿Qué es un Estado débil?

La debilidad del Estado siempre será relativa: depende, entre otras cosas,
del término de comparación y de las expectativas que se hayan puesto en él.
Y depende también, es obvio pero no sobra decirlo, de la definición que se
tenga de Estado. En general, hoy se piensa que la fortaleza del Estado como
Estado requiere no solo el monopolio de la violencia, no solo la capacidad
coercitiva, sino también el cumplimiento más o menos regular de la legali-
dad. Es una definición discutible pero sirve como punto de partida. Es decir,
cuando se habla del Estado se piensa en un Estado de Derecho.9

La mayoría de los “Estados débiles” de hoy han sido débiles siempre.


Esto no se había visto antes, o por varias razones no se le había prestado
atención. En primer lugar, por la idea, bastante sensata por lo demás, de que
los Estados autoritarios, dictatoriales, capaces de interferir políticamente en
los mercados, eran por esa razón Estados fuertes. En segundo lugar, porque
en el lenguaje político dominante en las últimas décadas del siglo veinte el
enemigo era el Estado, que siempre resultaba excesivo: lo que hacía falta en
todo caso era limitar su poder, restarle facultades, quitarle recursos, dismi-
nuirlo; la idea de fortalecerlo parecía absurda.

8 Es la tesis que ha expuesto en términos trágicos y en general poco convincentes Robert Kaplan, en The coming Anarchy. Shattering the
Dreams of the Post Cold War, Nueva York: Vintage, 2001. Más mesurado, más reflexivo, Robert Cooper llega a una conclusión similar
en The Breaking of Nations. Order and Chaos in the Twenty-First Century, Nueva York: Atlantic Monthly Press, 2003.
9 Por esa razón, entre los indicadores que se usan para medir el “fracaso del Estado” suelen estar la legitimidad del poder público y el
respeto de los derechos humanos, por ejemplo.

— 292 —
III PARTE: POLÍTICA Y CONFLICTO

Hoy sabemos que ambas ideas tienen que matizarse. Sabemos que un
Estado puede ser aparatoso, entrometido y arbitrario y ser, al mismo tiempo y
por esa misma razón, débil: porque gasta mucho más de lo que tiene, porque
su institucionalidad es precaria, porque no puede racionalizar su operación,
porque es ineficiente o falto de legitimidad.10 Y sabemos igualmente que la
liberalización, la desregulación y la privatización no requieren menos Estado
sino otro Estado, que funcione con otras reglas y otros propósitos. Transferir
decisiones o funciones al mercado significa en un sentido concreto despoli-
tizarlas, ponerlas fuera de la esfera de la argumentación pública, nada más:
todo mercado necesita del Estado en cuanto necesita leyes (y legisladores,
funcionarios, jueces y policías).

Volvamos al principio: la debilidad del Estado es siempre relativa y depen-


de siempre del término de comparación. Busquemos algunos. Los hay muy
ostensibles, que se antojan casi de sentido común: la frecuencia con que se
dan golpes de Estado, por ejemplo, la facilidad con que se puede hacer caer
al gobierno, la necesidad de redactar nuevas constituciones, la persistencia de
guerras civiles. Todos son signos de que el poder público no tiene un asiento
muy sólido. Si los usásemos como indicadores, tendríamos que concluir que
en América Latina no ha habido nunca Estados muy fuertes.

Pueden emplearse otros criterios, acaso más sólidos. ¿En qué se reconoce
a un Estado débil? Hay que mencionar, para empezar, la debilidad fiscal: son
Estados con muy baja capacidad de recaudación, en parte debido a la pobreza,
sin duda, pero también debido a la estructura del sistema impositivo, a que
hay pocos contribuyentes, a sistemas plagados de excepciones y altas tasas
de evasión. Eso se puede estimar con varios indicadores: el volumen de la
recaudación comparado con el producto, los porcentajes que corresponden
a impuestos directos e indirectos o los que provienen de otras fuentes, como
la renta petrolera.

10 El caso mexicano es ejemplar: setenta años de estabilidad política y gobiernos del PRI, con un extenso sistema de educación pública y
regulación de todos los mercados, daban la idea de un Estado no fuerte, sino fortísimo. Y no: era un Estado incapaz de cobrar impuestos,
en bancarrota casi permanente, con una burocracia ineficiente y enormes dificultades para que se cumpliera la ley.

— 293 —
HACIA LA RECONSTRUCCIÓN DEL PAÍS

Otro criterio: la debilidad financiera. Sin recursos suficientes, el Estado


no puede cumplir con sus funciones: no puede ofrecer servicios públicos
de mínima calidad, no puede mantener los sistemas públicos de educación
y salud, no puede invertir en infraestructura, es decir, no es capaz ni de
promover el desarrollo ni de mitigar la desigualdad. Pero está obligado a
hacerlo, legal y políticamente, de modo que tiene que gastar mucho más de
lo que tiene. No es difícil imaginar indicadores.

Otro más: la debilidad administrativa. El Estado es relativamente más


débil cuando tiene una burocracia mal pagada y mal formada, sin capacidad
profesional, sin incentivos serios para hacer su trabajo con honestidad y
eficacia. Y, por supuesto, si la corrupción, la pequeña corrupción de los em-
pleados de ventanilla pudiera medirse, sería un indicador útil, lo mismo que
la incompetencia: ausentismo, irresponsabilidad, errores de procedimiento
en los trámites, predominio de vínculos clientelistas. Podría también hacerse
el cálculo de las iniciativas públicas que no fructifican, desde proyectos de
expropiación hasta desarrollo de infraestructura, programas de reforma que
no pueden ponerse en práctica.

Agreguemos un último criterio, difícil de medir pero imprescindible: lo


que podría llamarse la debilidad jurisdiccional. El Estado es débil cuando no
puede imponer el cumplimiento de la ley como norma habitual, uniforme,
incontestada. Es un problema que tiene muchas vertientes: la impunidad, por
ejemplo, el porcentaje de delitos que quedan sin castigo; la magnitud de los
mercados informales; la corrupción, el tráfico de influencias, la inequidad del
sistema de administración de justicia; la escasa presencia de representantes
e instituciones del Estado en algunas partes del territorio; en el extremo,
también la posibilidad de “privatizar” la fuerza pública y sobornar a policías
o militares con cualquier propósito.

En general, como es lógico, son fenómenos que suelen ir juntos, incluso


en un círculo vicioso: sin recursos no hay burocracia eficiente y por lo tanto
no hay capacidad de recaudación, por cuya razón faltan recursos. Y la política

— 294 —
III PARTE: POLÍTICA Y CONFLICTO

transita por otras vías, predominan otros recursos. Un caso típico: Colombia,
a fines del siglo XIX, según la descripción de Marco Palacios:

“Un minúsculo país oficial no podía gobernar ni administrar el país. Hacia


1875 el número de empleados públicos de la Unión y de los Estados rondó
por los 4.500. En estas condiciones, el poder político nacía, retoñaba y
fluía en las redes informales y tradicionales. El Estado no podía ser, sobre
todo en los niveles locales, más que una de tantas expresiones de combi-
naciones familiares y clientelares a través de las cuales se identificaron y
confrontaron veredas, municipios, cantones, provincias”.11

Aclaremos un punto: todos ellos son indicadores a partir de los cuales


puede apreciarse la debilidad estatal, son manifestaciones pero no causas
de esa debilidad. Tratar de corregir esos rasgos directamente, sin otro diag-
nóstico más claro sobre el origen del problema, es comenzar a construir la
casa por el tejado o poner la carreta delante de los bueyes. Es lo que se ha
intentado en los últimos años, con resultados que dejan bastante que desear:
ya que no se pueden cobrar los impuestos directos y que, además, es nece-
sario crear condiciones ventajosas para la inversión, se prefiere un aumento
de los impuestos indirectos; para evitar el desequilibrio financiero se reduce
el gasto público, se eliminan subsidios, se privatizan funciones; para evitar
el desorden burocrático se propone la desregulación, la liberalización de los
mercados, la intervención de la sociedad civil; se imponen reglas rígidas
para las adquisiciones de los gobiernos, sistemas de vigilancia y contraloría
de los altos funcionarios, incluso con mecanismos de sanción externa, como
los que establece el Banco Mundial.

El resultado, en términos generales, es el que podía haberse esperado:


Estados más rígidos y con menos recursos de operación política, con tramos
de la administración muy encorsetados y amplios espacios de poder políti-
co cada vez más opaco, poderes locales apoyados en redes informales. Es

11 Marco Palacios y Frank Safford, Colombia. País fragmentado, sociedad dividida. Bogotá: Norma, 2002, p. 456.

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HACIA LA RECONSTRUCCIÓN DEL PAÍS

decir, a fin de cuentas, Estados seguramente más débiles y sin duda más


frágiles.

Insisto: los indicadores no son explicaciones. No podemos poner remedio


al problema porque no conocemos las causas de esa debilidad.12 Seamos un
poco más agresivos: ni siquiera estamos seguros de que sea un problema,
o en qué términos y para qué sea un problema. Porque resulta que muchos
de esos rasgos de debilidad, desde el clientelismo hasta varias formas de
corrupción o el incumplimiento selectivo de la ley, son recursos indispensa-
bles para la gobernabilidad: un poco de orden, un poco de autoridad (que
es, dicho sea de paso, el primer requisito, absolutamente infaltable, para la
existencia de algo que pueda llamarse Estado).

La concentración del poder es un problema práctico, que no depende


de la ley o no solo de la ley. Idealmente, la autoridad política se funda en el
derecho: cuando se puede contar con la vigencia del Estado, la legitimidad
y la legalidad se identifican y casi se confunden. En la práctica, el derecho
puede incluso ser un obstáculo para la concentración del poder, y por lo tanto,
paradójicamente, un obstáculo para la consolidación del Estado.

Sirve de ejemplo el caso mexicano. Hay dos momentos fundamentales


en el proceso de formación del Estado: la intervención francesa entre 1862
y 1867, que fue la primera guerra propiamente nacional, y la revolución de
1910. La concentración del poder fue, en ambas ocasiones, un hecho militar,
que se consolidó después mediante la organización de una maquinaria política
de clientelas más o menos disciplinadas: la de Porfirio Díaz y la del PRI.

Por otro lado, conviene tener presente que Estados muy débiles, con
cualesquiera criterios que se empleen para evaluarlos, como Chad, Camerún,
Nigeria o Perú, por ejemplo, han podido suprimir rebeliones, sofocar guerras

12 Los intentos de explicación más o menos sistemática de la debilidad del Estado van por un camino muy distinto: preguntan sobre todo
por la estructura social y la organización del campo político. Por ejemplo, Joel Migdal, Strong Societies and weak States. State-Society
Relations and State Capabilities in the Third World. Princeton, NJ: Princeton University Press, 1988.

— 296 —
III PARTE: POLÍTICA Y CONFLICTO

civiles y movimientos secesionistas, aparte de que mantienen sus fronteras


y organizan la extracción de recursos naturales con relativa normalidad. Ni
su capacidad política ni su legitimidad dependen de criterios abstractos,
normativamente defendibles, pero no son por eso menos reales.

3. ¿Cuál era el modelo? ¿Cuál es el problema?

No hace falta que nadie nos recuerde que el Estado del que se habla en la
literatura académica, en la prensa, en los discursos políticos, es un modelo,
una elaboración abstracta que tiene muy pocas posibilidades de materiali-
zarse. Los Estados concretos, los realmente existentes, se aproximan más
o menos al modelo pero nunca lo reproducen con exactitud. Tampoco hace
falta que se nos recuerde que, como idea, el Estado es producto de la tra-
dición intelectual europea, derivado de las ideas de Hobbes, Locke, Kant, y
que en la práctica, los que nos sirven de ejemplo para seguir son los Estados
europeos.

Eso hace que los Estados del resto del mundo aparezcan siempre defec-
tuosos, deficientes, limitados, porque no reproducen exactamente el modelo
o porque no poseen los mismos rasgos que los europeos. Es una crítica un
poco descaminada, que nos obliga a concebir el Estado y la política a partir
de lo que no son. Pero es igualmente un error desestimar el modelo porque
ha sido importado y no responde a estas otras realidades.

Aclaremos eso, porque importa. El modelo del Estado moderno con todos
sus atributos —soberanía, representación, igualdad, libertad, democracia—
es nuestro modelo de organización política. No tenemos otro en América
Latina.13 Las ideas a las que responde el modelo estatal forman parte de
nuestro idioma normativo desde hace siglos, están en la letra y en el espíritu
de todas nuestras constituciones, sobre todo las que han sido redactadas

13 En muchos aspectos, desde luego, nuestro Estado es diferente del europeo, como producto de una historia diferente, pero no es otra
forma política. Ver Marcello Carmagnani, El otro Occidente. América Latina desde la invasión europea hasta la globalización, México:
FCE, 2004.

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HACIA LA RECONSTRUCCIÓN DEL PAÍS

como programas de transformación social, a sabiendas de que el orden es


distinto. En nuestro repertorio cultural no hay la posibilidad de imaginar un
orden político legítimo que no cuente con la igualdad ante la ley, la igualdad
de derechos, la libertad individual, la soberanía del Estado.

El Estado es al menos dos cosas. Es una idea y un conjunto de prácticas. Es


la idea de una autoridad única, superior, racional, ajena al conflicto social, y un
conjunto de prácticas concretas: edificios, uniformes, sellos, trámites, oficinas,
reglamentos, personas concretas que vigilan, autorizan, juzgan y castigan.
La idea da coherencia a las prácticas y las hace significativas. Aparte de la
coordinación material que pueda haber entre distintas oficinas, funcionarios
y trámites, es la idea del Estado la que las hace aparecer como partes de una
misma cosa y permite ver en cada una de ellas al Estado: hace abstracción de
la situación particular, la borra como relación social concreta. Por otro lado,
las prácticas estatales no solo despliegan la lógica del Estado en los hechos,
sino que contribuyen a darle verosimilitud a la idea, producen lo que Mitchell
llamó el “efecto Estado”,14 porque son instrumentos de disciplina: deciden la
distribución y el uso del espacio, organizan horarios y calendarios, regulan
conductas, imponen jerarquías y procedimientos, distribuyen recursos, todo
ello de acuerdo con una lógica general, abstracta, ajena a la voluntad de los
individuos concretos que vigilan, aprueban, autorizan.

Esa ilusión de exterioridad del Estado es el corazón del modelo. Los demás
rasgos —soberanía, legalidad, racionalidad, eficacia— son derivados. En lo
esencial el Estado, la idea del Estado, supone una separación nítida entre lo
público y lo privado, entre Estado y sociedad, réplica de la distinción kantiana
entre el ámbito exterior de la legalidad y el ámbito interior de la moralidad,
que se supone que es también, en última instancia, una distinción entre el
reino de la razón —objetiva, impersonal, universal— y el de los intereses,
emociones, sentimientos, vicios y virtudes particulares.

14 Mitchell Timothy, “Society, Economy and the State Effect”, en Aradhana Sharma y Akhil Gupta (eds.), The Anthropology of the State,
Londres: Blackwell, 2006.

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III PARTE: POLÍTICA Y CONFLICTO

La idea del Estado depende de esa línea de demarcación que lo separa y


lo distingue de la sociedad. Pero no puede darse por descontada: hace falta
producirla, hacerla creíble y legítima.

En el modelo, los funcionarios no hacen más que imponer la racionalidad


general y abstracta del Estado, que trabaja como un mecanismo para discipli-
nar a la sociedad. Pero, en los hechos, las prácticas estatales ocurren en un
espacio concreto, en un lugar con mejores o peores comunicaciones, con mil
o cien mil habitantes, más o menos recursos, empleo, con una trama densa de
relaciones de clase, de parentesco, étnicas, y con estructuras tradicionales de
poder no estatal. Y todo eso implica la posibilidad de que la lógica del Estado
se desvirtúe en el proceso de acomodo entre los distintos intereses sociales y
la racionalidad estatal. Porque entre el Estado y la sociedad está la política.

Digamos en un aparte que la política en el orden moderno es básica-


mente un sistema de mediación entre los intereses sociales y el Estado, con
distintos grados de eficacia, independencia o poder. Es posible imaginar dos
tipos ideales, en los extremos: el empleado público, que debe su influencia
estrictamente al puesto que ocupa y no tiene ningún margen de maniobra
personal, y el agitador, sea un líder social o un cacique, sin ninguna clase
de vinculación institucional; entre ellos, dirigentes sindicales o gremiales,
funcionarios de partidos políticos, representantes populares, alcaldes, go-
bernadores, etcétera. El poder político se produce precisamente en el terreno
intermedio, donde es posible emplear recursos del Estado con algún margen
de discrecionalidad.

Es sumamente elocuente el análisis de Ingrid Bolívar sobre la configu-


ración del campo político en el Magdalena Medio a fines del siglo XX. El
orden institucional del Estado es solo uno de los recursos que emplean los
diferentes actores, incluso los actores armados: pero todos ellos tratan de
aprovecharlo. Y sus estrategias terminan produciendo espacios ambiguos,
donde se negocian las relaciones de poder.15

15 Ingrid Bolívar, “Transformaciones de la política: movilización social, atribución causal y configuración del Estado en el Magdalena Medio”,
en Mauricio Archila et al., Conflictos e identidades en el Magdalena Medio, 1990-2001, Bogotá, Cinep, 2006.

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HACIA LA RECONSTRUCCIÓN DEL PAÍS

A partir de ello se puede inferir otro indicador de la fuerza relativa del


Estado. Es fuerte cuando la lógica desplegada a través de las instituciones
logra imponerse con razonable facilidad, por encima de los poderes fácticos
o la influencia personal de la clase política, y es débil, en cambio, cuando ella
resulta subordinada a cualquier otro interés. Vistas las cosas así, se entiende
bien que no es solo un problema de dinero o de la capacidad y formación de
la burocracia: las prácticas estatales, con todo y su pretensión de autoridad,
son recursos que se introducen en un campo político donde hay otros muchos
más, de distinta naturaleza: recursos económicos, culturales, simbólicos. Y
se entiende igualmente, imagino, que, con ese criterio, el Estado puede ser
más o menos fuerte en algunos terrenos pero débil en otros.

Para Colombia, por ejemplo, Fernán González, Ingrid Bolívar y Teófilo


Vásquez han hablado de una “presencia diferenciada del Estado”.16 En ocasio-
nes es una diferencia en la materialidad del Estado: oficinas y dependencias
de gobierno, servicios públicos, funcionarios, fuerzas de policía. A veces la
diferencia está en la capacidad para imponer la racionalidad estatal, cuando
se tropieza con otros poderes sociales. Sucede también, y no es tan extra-
ño, que un mismo funcionario o una misma dependencia pueda actuar con
perfecta legalidad en la contratación de obras públicas, digamos, pero que
tenga que recurrir a otros métodos para resolver una disputa agraria. El
mismo Estado puede ser fuerte para arreglar su política monetaria y débil
para controlar los mercados informales.

El bandolerismo político de mediados de siglo es un caso extremo, pero


no insólito: la misma clase política podía organizar elecciones, discutir en
el parlamento, elaborar leyes, organizar y proteger partidas de bandoleros
y decidir su aniquilación, unos años después: “Las disidencias tácticas de
los partidos y los gamonales negociaron, sobre la base del poder que les
había dado el mismo bandolerismo, su incorporación al sistema político

16 Fernán González, I. Bolívar y T. Vásquez, Violencia política en Colombia. De la nación fragmentada a la construcción del Estado. Bogotá:
Cinep, 2003.

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III PARTE: POLÍTICA Y CONFLICTO

nacional y desde las gobernaciones y ministerios planearon la gran cruzada


de exterminio”.17

¿Cuál es el problema? En las hipótesis más catastróficas un Estado débil,


es decir, uno que no se ajusta al modelo, está siempre al borde de la guerra
civil y termina por ofrecer asilo a grupos terroristas, sirve de base a la de-
lincuencia organizada y es una amenaza para la seguridad y la estabilidad
regional.18 Es un poco exagerado.

Según otra hipótesis, mucho más socorrida en los tiempos recientes, la


debilidad del Estado es un obstáculo para el desarrollo. Veamos. El punto
de partida es discutible: se supone que la vigencia del Estado de Derecho es
una condición indispensable para el desarrollo económico y el bienestar, y
como ejemplo se señala a los países europeos, donde resulta que coinciden
el desarrollo, la riqueza, el bienestar y un Estado bastante parecido al del
modelo. Ahora bien, esa coincidencia no implica un nexo de causalidad. Dice
que ambas cosas, el desarrollo económico y el Estado de Derecho, forman
parte de un mismo proceso histórico en el que hay que incluir, además, siglos
de concentración paulatina del poder, la colonización del resto del mundo,
una larga serie de guerras en el continente y dos catastróficas guerras mun-
diales, por lo menos.

La correlación no es enteramente espuria, pero hace falta verla con cui-


dado. Las empresas, los inversionistas prefieren las garantías que ofrece
un Estado relativamente fuerte, a menos que sea un mejor negocio invertir
en Estados débiles. La corrupción del poder público puede ofrecer oportu-
nidades que de otro modo serían imposibles, pues las zonas turbias, con
escaso control por parte del Estado, también permiten enormes ganancias:
los diamantes ensangrentados de Sierra Leona son un caso particularmente

17 Gonzalo Sánchez y Donny Meertens, Bandoleros, gamonales y campesinos. El caso de la violencia en Colombia, Bogotá: Punto de
Lectura, 2006, p. 346.
18 “Los Estados más débiles no solo son un peligro para ellos mismos, sino que pueden amenazar el progreso y la estabilidad de países a
medio mundo de distancia”, The Fund for Peace and Foreign Policy Magazine, “Failed States Index 2007”, Foreign Policy, julio-agosto,
2007.

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HACIA LA RECONSTRUCCIÓN DEL PAÍS

escandaloso, pero que en algunos rasgos puede asimilarse a la explotación


de minas y maderas en buena parte de África, por ejemplo.

Las deficiencias del Estado de Derecho tampoco han sido un obstáculo


para el crecimiento económico reciente de China e India. Incontables em-
presas, de todos los ramos, han prosperado durante décadas en América
Latina gracias a la debilidad del Estado, gracias a su incapacidad para hacer
cumplir las leyes, gracias a la facilidad con que la lógica estatal puede ser
subordinada a intereses particulares, o incluso gracias a su escaso poder
real de expropiación. Colombia fue durante muchos años un caso ejemplar:
el país iba mal, la economía iba bien.

La economía de un país puede crecer con un Estado débil y pueden ha-


cerse muy buenos negocios —negocios legales también—, incluso durante
una guerra civil.19 Por otra parte, la población de los países pobres que no
tiene acceso al mercado formal no podría subsistir sin una cierta flexibilidad
en la aplicación de la ley. Lo que no puede haber, si el Estado es débil, es una
orientación pública del desarrollo económico, una planeación ordenada del
crecimiento, una distribución humanamente razonable de los costos y benefi-
cios. Sería bueno todo ello, pero ni siquiera es seguro que se consiga a partir
del fortalecimiento del Estado, ni está claro cómo podría conseguirse.

4. El Estado, en la práctica

La idea del Estado se desarrolló en paralelo con el proceso histórico euro-


peo que va de las monarquías absolutas al Estado nacional, democrático: un
proceso cuyo rasgo fundamental es la progresiva concentración del poder, la
pacificación general y la destrucción de los cuerpos intermedios, que podían
condicionar la obediencia, resistir a la autoridad estatal o crear espacios de
excepción.20 Corrijo: decir destrucción es inexacto. Lo que se hizo fue qui-

19 Es una de las razones por las que resulta cada vez más difícil terminarlas. Ver Paul Collier et al., Breaking the Conflict Trap. Civil War and
Development Policy. Washington: World Bank/Oxford University Press, 2003.
20 Es la historia que relató Tocqueville hace siglo y medio, la que ha documentado con masiva erudición Norbert Elias en El proceso de la
civilización, México: FCE, 1988.

— 302 —
III PARTE: POLÍTICA Y CONFLICTO

tarles autoridad jurisdiccional y aumentar en esa medida los márgenes de


autonomía personal. Fue un proceso político en el que personas concretas
se impusieron por la fuerza, acapararon recursos, armas, ejércitos, capital
simbólico. Con el paso del tiempo dicho orden se institucionalizó bajo la
forma del Estado.

No sobra decir que la pacificación y la concentración del poder se apoyaron


también en la integración física del territorio y en el desarrollo de mercados
nacionales, hasta formar espacios relativamente homogéneos.

Desde luego, en contraste con el frondoso paisaje legal del Antiguo Ré-
gimen, lleno de corporaciones, estamentos, fueros, parlamentos y tribunales
particulares, la sociedad moderna se antoja a primera vista un páramo, don-
de no hay sino individuos frente a la estructura única del Estado. Además, la
elaboración filosófica de la forma estatal contribuye a acentuar los rasgos de
esa imagen: en el modelo ideal —generalizo con alguna licencia— el espacio
público es un campo abierto, vacío, donde los individuos se encuentran como
ciudadanos, capaces de encarnar una racionalidad de validez universal, de la
que resulta el interés público.

Las instituciones que configuran ese espacio —por ejemplo, partidos


políticos, iglesias, sindicatos, etcétera— aparecen como pequeñas anomalías
que se aceptan por una necesidad práctica, siempre con algún recelo, porque
interfieren en el proceso de argumentación puramente racional. Donde pre-
dominan, además, instituciones informales con un poder fáctico que no se
justifica normativamente —caciques y clientelas, para resumir—, se supone
que el modelo no puede funcionar: no hay individuos, no hay ese proceso de
formación argumentativa, racional, de la voluntad colectiva, y, por lo tanto,
ni ciudadanos, ni verdadera democracia ni casi Estado.

Las consecuencias están a la vista. No es infrecuente que en nuestras


sociedades, por ejemplo, donde coexisten polos más o menos modernos,
individualistas, con formas políticas clientelares, se distinga entre un “voto
ciudadano” y un “voto irracional” o tradicional o incivil; el voto que se supone

— 303 —
HACIA LA RECONSTRUCCIÓN DEL PAÍS

reflexivo y desinteresado, que busca el interés público, y un voto particula-


rista, miope, que quiere privilegios. Y casi explícitamente la defensa de la
cultura cívica se convierte en un lenguaje de clase.

En la práctica, la diferencia es mucho más difícil de establecer. Es induda-


ble que donde hay un Estado fuerte, es decir, donde se impone la racionalidad
estatal de modo que hay condiciones uniformes de seguridad y estabilidad
y se puede contar con el mecanismo impersonal del mercado, es mayor el
margen de autonomía individual. Pero nunca desaparecen las estructuras
intermedias como formas de vinculación y reconocimiento, de participación,
que articulan y organizan intereses particulares y traducen —ajustan, mode-
ran— las prácticas estatales. Para decirlo con otras palabras, la diferencia que
puede verse entre clientelas y ciudadanos se refiere a la relativa debilidad
del Estado, a la organización del campo político y la estructura social; no es
un problema ni de virtud ni de racionalidad. Y no es tampoco una diferencia
nítida, definitiva.

Se supone también que las formas clientelares, cuando se organizan como


poderes fácticos, son un obstáculo para el funcionamiento normal del Esta-
do y en esa medida un obstáculo también para el desarrollo de una cultura
cívica. A primera vista es una obviedad: un cacique, una organización de
comerciantes informales, de invasores de tierras, lo mismo que las organiza-
ciones de narcotraficantes, que pueden negociar con éxito el incumplimiento
selectivo de la ley, están creándose privilegios a expensas del Estado (y por
eso, se supone, a expensas del interés público). Están en las antípodas de la
ciudadanía. Valdría la pena verlo con más detenimiento.

Todos estos son signos en que se manifiesta la debilidad del Estado. No


obstante, en algunos casos esa debilidad no es tanto un problema como una
solución, una manera de mantener el orden donde la aplicación de la ley sin
mediaciones podría tener efectos catastróficos. Y no es algo tan raro en países
como los nuestros, en los que la desigualdad hace imposible que la ley se
cumpla de manera uniforme; nuestras constituciones son en buena medida
programas políticos que incorporan aspiraciones impracticables en el presente.

— 304 —
III PARTE: POLÍTICA Y CONFLICTO

Eso significa que para un porcentaje apreciable de la población las formas


clientelares ofrecen acceso al campo político y un modo de exigir y ejercer
derechos. No es irrelevante que, con frecuencia, organizaciones informales
de comerciantes ambulantes, invasores de tierras, taxistas sin autorización,
busquen articular sus demandas en un lenguaje jurídico.21 Ni están ni quieren
estar del todo al margen de la ley, y sus aspiraciones y su forma de hacer
política están condicionadas en buena medida por el orden jurídico.

La actitud frente al Estado, tal como se manifiesta en la legalidad, no


puede más que ser ambigua para la mayoría de la población cuando no
puede darse por sentado el marco de seguridad y estabilidad mínimo. En
su vertiente redistributiva el poder del Estado es atractivo, igual que en su
vertiente punitiva resulta hostil: las redes, corporaciones, clientelas y demás
organizaciones informales sirven para “capturar” los recursos del Estado que
se desean y para evadir la acción del Estado que se teme.22 Y eso puede
justificarse de muchos modos, pero rara vez —hablo sobre todo de América
Latina— se traduce en un nuevo principio de legitimidad, que evoque otra
forma política no estatal.

En resumen: clientelismo y ciudadanía no son necesariamente polos


opuestos, incompatibles. Pero me interesa más mirar el fenómeno en sentido
inverso, es decir, lo que significa para el Estado ese acomodo con los poderes
fácticos. He dicho, y parece obvio, que siempre se trata de manifestaciones
de debilidad estatal. También pueden ser formas de afirmar o consolidar el
poder político.

Algunos matices, para entendernos. El poder tiene muchas manifestacio-


nes y no es exclusivo del Estado, pero hay siempre una concentración del
poder social en las instituciones estatales, que permite esperar la obediencia
más o menos inmediata; básicamente, el poder coactivo, el uso de la fuerza

21 Sirve como caso ejemplar el de los invasores de tierras en los alrededores de Ciudad de México que ha estudiado Antonio Azuela de la
Cueva, La ciudad, la propiedad privada y el derecho, México: El Colegio de México, 1989.
22 Ver David Pratten, “The politics of Vigilance in Southeastern Nigeria”, en Christian Lund (ed.), Twilight Institutions. Public Authority and
Local Politics in Africa, Oxford: Blackwell, 2007, p. 33 y ss.

— 305 —
HACIA LA RECONSTRUCCIÓN DEL PAÍS

física, y el poder simbólico que deriva de la legitimidad de la forma estatal.


En un Estado débil la concentración del poder no es completa, hay siempre
quienes controlan recursos, incluso de fuerza, y pueden condicionar su
obediencia —o incluso resistir directamente—, de modo que para mantener
la gobernabilidad, como mínimo de orden y autoridad, es necesaria una
solución de compromiso.

En algún sentido, la situación es similar a la del momento de transición


del Antiguo Régimen europeo. No es extraño que para explicar la situación
de nuestros países se busquen analogías o paralelismos con las formas de
corrupción política, clientelismo y arreglos electorales de Inglaterra o Francia
en los siglos XVIII y XIX, o de la España de la Restauración. La comparación
es útil: con episodios épicos, fue un largo y sinuoso proceso de expropiación
del poder social, que implicaba alianzas y conflictos con los notables locales,
corporaciones, iglesias.23 No obstante, hay una diferencia fundamental con
el presente. Existe ya la forma Estado con legitimidad, organización jurídica
y reconocimiento internacional.

Eso significa que desde el Estado se puede calificar, autorizar o legitimar


cualquier organización, cualquier forma de poder. El lenguaje de la ley pro-
duce diferencias, traza fronteras, nombra las cosas, discrimina, y con eso
transforma prácticas e instituciones, por limitada que sea la capacidad para
imponer el cumplimiento efectivo de la legalidad24. El poder de un cacique
es distinto cuando se convierte en delegado del gobierno o presidente mu-
nicipal; una invasión de tierras es distinta si la tierra es propiedad privada,
municipal o reserva ecológica; aunque la capacidad para vigilar una frontera
sea mínima, si alguien es legalmente contrabandista está en una posición de
relativa vulnerabilidad, lo mismo que un comerciante que vende en la vía pú-

23 Sirven de ejemplo los clásicos de Sir Ivor Jennings, Party politics, Cambridge: Cambridge University Press, 1960, y Sir Lewis Namier,
The structure of politics at the accession of George III. Londres: MacMillan, 1957, o para el caso español el libro de José Varela Ortega,
Los amigos políticos, Madrid: Alianza, 1977.
24 Para un análisis de la importancia de ese capital jurídico que permite al Estado producir distinciones, Christian Lund, “Twilight Institutions”
en Lund, op. cit., pp. 17 y ss.

— 306 —
III PARTE: POLÍTICA Y CONFLICTO

blica sin autorización, o el conductor de un taxi sin licencia: están expuestos


a ser extorsionados y por eso pueden ser utilizados políticamente.

Hay una extensa franja fronteriza, liminal, donde las instituciones estatales
y los poderes fácticos se encuentran: el cacique convertido en delegado o
juez de paz, la agrupación de vendedores ambulantes tolerada, el grupo de
vigilantes informalmente amparado por la policía. Siempre hay esa franja,
pero es mayor en los Estados débiles. Es un espacio extraordinariamente
productivo en términos políticos. Ciertamente revela la debilidad del Estado
como Estado de Derecho, pero sirve para producir una forma de poder par-
ticularmente eficaz, a la vez atractiva y amenazadora, justo porque está en
el punto en que coexisten a la vez los recursos, la autoridad y la racionalidad
del Estado, junto con la arbitrariedad de los poderes sociales.25

En ese espacio puede haber muchas configuraciones. En un extremo


pueden desarrollarse incluso formas cuasi estatales, cuando hay un princi-
pio alternativo de legitimidad lo suficientemente poderoso, como es el caso
de Hezbolá en El Líbano.26 En situaciones de inestabilidad grave o de muy
precario control territorial puede presentarse una multiplicación de prácti-
cas predatorias dispersas, como ha pasado en el Congo, en Sierra Leona o
en extensas zonas del territorio colombiano. Puede también suceder, como
fue el caso de México durante décadas, que el conjunto de intermediarios
de esa zona liminal encuentre en un partido político una institucionalización
alternativa. Lo más frecuente, sin embargo, es alguna forma de parasitismo
recíproco, donde políticos y funcionarios pueden aprovechar, desde el Estado,
los recursos de poder informal, y los individuos y grupos informales ganan
influencia a partir de la tolerancia o la complicidad del Estado. Además, en
las circunstancias actuales, en que proliferan, imposibles de controlar, los
mercados informales y criminales (falsificaciones, armas, personas, merce-

25 Ver Deborah Poole, “Between Threat and Guarantee: Justice and Community in the Margins of the Peruvian State”, en Veena Das y
Deborah Poole (eds.) Anthropology in the Margins of the State, Santa Fe: School of American Research Press, 2004, p.45 y ss.
26 Ver Paul Kingston e Ian Spears, States within States. Incipient Political Entities in the Post-Cold War Era, Nueva York: Palgrave / MacMillan,
2004.

— 307 —
HACIA LA RECONSTRUCCIÓN DEL PAÍS

narios, droga, diamantes), el Estado puede extraer indirectamente una renta


que de otro modo —un Estado fuerte— no existiría.27

La globalización, por una parte, aumenta la complejidad del panorama


e incluso favorece cierta inercia centrífuga: facilita la formación de merca-
dos informales e incluye en los espacios nacionales a una serie de actores
que no es del todo fácil ubicar jurídica y políticamente (tales como Acnur
u organizaciones no gubernamentales del estilo de Médicos Sin Fronteras).
Por otra parte, sin embargo, la presencia de esos actores globales puede
inducir la concentración del poder, puesto que el agente indispensable para
autorizar y organizar la distribución de sus recursos es el Estado, aunque
sea un Estado de papel.

Eso significa que, precisamente por la debilidad del Estado, puede haber
un proceso de acumulación del poder y de fortalecimiento de la autoridad
política a partir de redes informales, clientelas y caciques, en un sistema
que Achille Mbembe ha llamado de “gobierno privado indirecto”,28 favore-
cido además por la economía de concesiones del régimen neoliberal. Desde
luego, podría ser que, a largo plazo, esa acumulación de poder diese lugar
a la formación de un Estado más parecido al del modelo: “Nada nos permite
decir que, a la larga, la prosperidad y la democracia no pueden surgir del
crimen”.29 De momento, lo que padece sobre todo es la dimensión pública
del poder político.

Conclusión

No quiero extraer ninguna conclusión muy firme. Creo que no es posible.


La recomendación de Clifford Geertz me parece la más sensata. En el futuro
previsible seguiremos teniendo Estados y serán débiles, y seguramente au-
mentarán esas zonas liminales de gran productividad política. Pero la forma

27 Janet Roitman, “Productivity in the Margins: The Reconstitution of State Power in the Chad Basin”, en Das y Poole, op. cit., p. 221.
28 Achille Mbembe, “On Private Indirect government”, en Mbembe, On the Postcolony, Berkeley: University of California Press, 2001, p.66
y ss.
29 Ibidem, p.93.

— 308 —
III PARTE: POLÍTICA Y CONFLICTO

concreta que eso adquiera, su sentido, solo puede conjeturarse a partir del
análisis de las estrategias particulares de los distintos actores en cada caso,
es decir, para entenderlo hace falta menos Hobbes y más Maquiavelo.

Solo un apunte para terminar. La historia de México, puesta en contraste


con la de Colombia, permite algunas conjeturas sobre el proceso de formación
del Estado. Varios factores explican la estabilidad del régimen posrevolucio-
nario mexicano: la temprana integración del territorio, la movilidad social,
la reforma agraria, la modernización económica y, sobre todo, un sistema
de incorporación nacional de clientelas y corporaciones con el arbitraje de
la Presidencia de la República. En conjunto, todo ello permitió la consolida-
ción de la autoridad política, pero a costa de condicionar el funcionamiento
del Estado. La metáfora con que lo ha explicado Rafael Segovia sirve para
ahorrar comentarios:

“La función del Estado mexicano ha venido creciendo incluso en contra


de su voluntad; la multiplicación y diversificación de los grupos sociales
y económicos ha dejado a lo largo del camino modernizador una cauda
de residuos institucionales engastados en el aparato estatal. Tratar de
librarse de ellos equivale a arrancar una planta trepadora que sostiene el
viejo edificio que en parte ha destruido”.30

En años recientes se ha tratado de arrancar esa trepadora, con los resulta-


dos que podrían imaginarse. Separado de la densa trama de arreglos políticos
informales, el Estado federal se ha ido debilitando frente a los gobiernos
locales, y el sistema político nacional ha perdido coherencia. A eso hay que
sumar las nuevas desigualdades, en particular las desigualdades regionales
producidas por la globalización. El resultado general parece ser un “retroce-
so” en el proceso de concentración del poder: un Estado más moderno, más
eficiente, más vigilado, pero también más rígido y más frágil.

30 Rafael Segovia, Lapidaria política, México: FCE, 1996, p.53.

— 309 —
Ciudadanía e instituciones
en situaciones de conflicto
Daniel Pécaut*

Introducción

El tema de la sesión de hoy, centrado en el problema de la ciudadanía y las


instituciones en medio del conflicto, plantea de entrada una paradoja porque
la noción de ciudadanía no se articula fácilmente con la de conflicto interno y
menos con la de guerra interna. La razón de esa paradoja reside en el hecho
de que los conflictos armados que se viven en Colombia nada tienen que ver
con los conflictos ordinarios que atraviesan las sociedades democráticas. Ni
se asemejan tampoco a los conflictos internacionales por medio de los cuales
se ha ido frecuentemente conformando el vínculo nacional. De la misma ma-
nera, es obvio que los fenómenos de violencia que afronta Colombia implican
que las instituciones sufren muchos síntomas de descomposición, tanto en
el nivel local de las regiones más severamente afectadas por los conflictos,
como en el nacional; así lo muestran la expansión de la corrupción y la crisis
de la representación política.

Por otra parte, no existen argumentos suficientemente comprobados para


sostener —si seguimos la conceptualización de Charles Tilly— que Colombia

* Pregrado y doctorado en Sociología, Universidad de París; director de estudios de la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales,
París. Recientemente recibió la ciudadanía colombiana por su labor de investigación sobre nuestra vida política y nuestros conflictos.
III PARTE: POLÍTICA Y CONFLICTO

estaría en realidad recorriendo el mismo camino por el que han pasado mu-
chos países donde la violencia y las guerras internacionales fueron algunos
de los factores que contribuyeron a la conformación del Estado moderno y
de la ciudadanía nacional. Puede ser que ese enfoque sea válido para el caso
de las guerras civiles colombianas del siglo XIX, pero es dudoso que pueda
aplicarse a los fenómenos de violencia de la segunda mitad del siglo XX.
Aunque es claro que estos conflictos han provocado ciertos efectos centrí-
petos, muchos de ellos han sido más bien centrífugos. Además, no debemos
olvidar que Colombia no se encuentra precisamente en el mismo momento
europeo de consolidación estatal al cual se refería Tilly, sino más bien en
un momento de debilitamiento de los puntos de referencia nacionales y, a
veces, incluso también de los referentes estatistas.

Por otra parte, hoy parece demasiado prematuro hablar de las posibili-
dades de reconstrucción posconflicto. Además, no hay que volver a repetir
lo que decía Camilo Torres, quien afirmaba que uno de los resultados de
la Violencia de los años cincuenta habría sido el surgimiento de un nuevo
campesinado, mucho más autónomo y consciente de sus derechos, lo que
nunca aconteció.

Después de estas inquietudes generales, quiero más bien replantear breve-


mente la pregunta que se nos pide responder formulando otros interrogantes
previos: ¿hasta qué punto se podría hablar en Colombia de ciudadanía y de
instituciones más o menos estabilizadas antes del episodio de la violencia
reciente? Para responder a eso quisiera recordar con algunas palabras las
ideas que he formulado en varios trabajos anteriores en torno a las razones
de la estabilidad de las instituciones colombianas a lo largo de gran parte
del siglo XX.

La “ciudadanía” en la historia previa de Colombia

A mi modo de ver, la tradicional estabilidad política de Colombia obedece


a la combinación de tres factores:

— 311 —
HACIA LA RECONSTRUCCIÓN DEL PAÍS

En primer lugar, a la hegemonía de las elites civiles sobre las militares,


ya que Colombia es el único país latinoamericano, que yo sepa, donde se
ha mantenido, sin haber sido cuestionada, la subordinación política de los
militares a lo largo de su historia. La única excepción en el siglo XX fue el
episodio de Rojas Pinilla, que, además, estuvo lejos de ser realmente un
clásico golpe de Estado. Normalmente, las elites civiles han considerado
al Ejército como una simple fuerza policial destinada a mantener el orden
público y le han prohibido cualquier toma de posición política. El estatuto
social de los militares se ha mantenido en un nivel modesto: a diferencia de
lo que ocurre en el Brasil y en otros países latinoamericanos, los militares
retirados nunca son llamados a desempeñar funciones importantes en la
gestión económica.

El otro factor de estabilidad es la multiplicidad de las elites políticas y


económicas del país, ligada, además, a grandes diferencias regionales y de
intereses. De ahí la competencia entre elites nacionales y regionales, que
termina contribuyendo a la configuración de un modelo que se asemejaba
a un modelo liberal, tanto en el manejo de la economía como en el estilo de
la coexistencia política. No se trata, obviamente, de un modelo liberal en
el sentido teórico: no se quiere afirmar que en Colombia hubiesen existido
muchos liberales doctrinarios. Muy por el contrario, importantes corrientes
políticas, presentes en el Partido Conservador pero con frecuencia también
en el Liberal, se han definido a lo largo de la historia colombiana por su opo-
sición al liberalismo político. Igualmente, hasta hace muy poco tiempo las
elites económicas han defendido vigorosamente la permanencia de medidas
proteccionistas. Si se puede hablar de un “modelo liberal”, eso se debe al
rechazo generalizado de estas elites a cualquier forma de excesiva concen-
tración del poder en un Estado central o en un dirigente político, cualquiera
que éste sea.

Un tercer factor de estabilidad lo constituye la subordinación de las cla-


ses populares a las elites por medio de los partidos políticos, que se han
constituido permanentemente en un instrumento de preservación de la hege-
monía de las elites sobre las clases populares. Esto trajo como consecuencia

— 312 —
III PARTE: POLÍTICA Y CONFLICTO

la omnipresencia de los puntos de referencia políticos partidistas en todos


los sectores de la sociedad y la consustancialidad de la actividad política en
la cultura de Colombia. Tal situación se traduce también en la existencia de
un espacio de opiniones relativamente abierto, excepto en algunos raros
momentos, lo cual fortalece el modelo liberal.

Sin embargo, en el sentido moderno, la ciudadanía siempre ha sido en


Colombia algo limitado, algo precario y dudoso. En vez de unas relaciones
de ciudadanía en el sentido estricto, en muchas zonas del país prevalecen las
lealtades a clientelas y subclientelas locales, regionales y nacionales, con toda
una jerarquía establecida, donde lo realmente importante es la pertenencia
a esas redes de poder. Es difícil hablar entonces de una ciudadanía política
fundada sobre derechos de una validez más o menos general. Igualmente,
lo más propio y característico de Colombia es haber sido un país donde,
a diferencia de lo que aconteció en las naciones del Cono Sur, no se logró
definir, en los años treinta y cuarenta, una ciudadanía social, con derechos
sociales de carácter también universal. Es decir, se introdujeron algunas
reformas pero no se produjo realmente una legislación social global. Para
empeorar más la situación, la llegada de la Violencia de los años cincuenta
provocó el descalabro total de lo poco que se había logrado. En resumen, en
Colombia existe realmente una muy fuerte participación política, porque están
presentes el sentimiento de afiliación partidaria y las lealtades a las redes
de los partidos. Pero el interrogante es: ¿existe una ciudadanía democrática
moderna? Hay que tener mucho cuidado antes de hablar de esto.

Los efectos de la Violencia de los años cincuenta

La Violencia de los años cincuenta arrojó como resultado paradójico el


hecho de que el sistema político basado en la dupla estabilidad institucio-
nal-ciudadanía precaria haya podido mantenerse por más tiempo, ya que
los resultados más visibles de la Violencia fueron el mantenimiento y el
reforzamiento de la subordinación de las clases populares. Por ejemplo, en
esos años fueron destruidas muchas organizaciones sociales que existían en
los años cuarenta. Además, la Violencia logró que se mantuviera el peso del

— 313 —
HACIA LA RECONSTRUCCIÓN DEL PAÍS

país periférico y rural en la vida política de Colombia a pesar de la creciente


urbanización. Si uno mira la manera como ha venido funcionando la vida
política del conjunto del país, se evidencia la enorme influencia de lo que
pasaba en las regiones rurales. En gran parte, eso se debe a los efectos de
la Violencia.

Otro efecto de la Violencia de los años cincuenta ha sido el de que mu-


chos colombianos afectados por la violencia, e incluso los no afectados por
ella, se convencieron de que el empleo de la fuerza es el motor y el fondo
de las relaciones sociales y políticas, más allá de las reglas institucionales
y legales. Así, la Violencia ha dejado de ser una característica exclusiva de
algunos episodios y fenómenos históricos específicos para convertirse en un
imaginario colectivo, dominado por una violencia que habría regido desde
siempre todas las relaciones sociales. Como todo imaginario, éste se apoya
en una sustancialización: la cultura o el ser “naturalmente” violento de los
colombianos.

Otro resultado de la Violencia y de esta hegemonía de las elites es algo que


puede ser calificado como “cultura del resentimiento” entre amplios sectores
de las clases populares. La subordinación y el resentimiento van juntos. Si se
quiere comprender en alguna medida la visión política de Manuel Marulan-
da, hay que tomar en serio su ira cuando evoca la pérdida de sus gallinas y
marranos después del bombardeo de Marquetalia. Esta evocación tiene dos
significados: el de una humillación que nada puede borrar y que marca de
una vez y para siempre “la identidad campesina”, y el de una historia que se
interpreta a partir de una pérdida inicial, lo que condena a vivir la historia,
no en relación con un horizonte de espera y un futuro, sino como una eter-
na repetición. Esa humillación no encierra una expresión política definida
pero puede tener una expresión armada; además, es un sentimiento que
se encuentra en muchos sectores rurales y urbanos y que se expresa en la
crítica y la desconfianza hacia las instituciones, sin que eso conduzca a una
expresión política clara.

— 314 —
III PARTE: POLÍTICA Y CONFLICTO

El análisis del conflicto reciente

Pasando al conflicto más reciente, considero que él puede analizarse desde


varios ángulos. En primer lugar, es posible tomar como punto de partida las
estrategias de los actores armados; en segundo lugar, se puede partir de las
relaciones entre población civil y actores armados.

En lo que respecta al estudio de las estrategias, este análisis no puede


basarse exclusivamente en la consideración de los propósitos manifiestos
y las declaraciones explícitas de los actores armados. Por lo demás, en el
caso colombiano se trata de actores que no hablan mucho, que tampoco
tratan de desarrollar una visión del mundo ni muestran una gran creatividad
ideológica. Si se considera el caso de una guerrilla como las Farc, es siem-
pre sorprendente cómo una agrupación armada que se supone tiene más
de cuarenta años y que es posiblemente la más importante del mundo, no
ha desarrollado ningún cuerpo doctrinal ni ninguna “visión del mundo” que
suscite adhesiones apasionadas. Esta guerrilla no constituye ejemplo alguno
para ninguna juventud radical en ninguna parte del país: entre la juventud
radical de ninguna universidad nadie ha leído los textos de Jacobo Arenas
o Manuel Marulanda. Porque no los hay o son muy pocos, y los pocos exis-
tentes reflejan sobre todo el momento inicial de la pérdida. Nada puede ser
más pronunciado que su contraste con una guerrilla como Sendero Lumino-
so, que proponía alimentar, con las tesis de Abimael Guzmán, la necesidad
de creencia de algunos jóvenes. La disparidad es grande incluso con otras
guerrillas colombianas: el EPL podía reclamar, al menos, la figura carismática
de Mao y luego la de Enver Hoxa, mientras el ELN podía reivindicar las de
Camilo Torres y el Che. Ni las Farc ni los paramilitares produjeron textos.
Ese silencio relativo hace del conflicto colombiano un caso muy especial, por
esa incapacidad de los actores de tener un discurso, de tratar de convencer
por medio de un discurso.

Otro factor que hay que recordar siempre es la pluridimensionalidad de


estos actores, pues ellos funcionan con base en el control de la población, la
acumulación de recursos económicos, la capacidad militar, etc. A eso hay que

— 315 —
HACIA LA RECONSTRUCCIÓN DEL PAÍS

añadir la diversidad de sus prácticas: en el caso de las guerrillas, la mezcla


del recurso a la protección con el de la intimidación, como se observa en el
terror ejercido sobre la población y la banalización de la práctica de los reclu-
tamientos. Todo esto complica todavía más la definición de sus estrategias, ya
que ellas deben amalgamar estas distintas dimensiones y tener en cuenta los
efectos de sus prácticas cotidianas en sus estrategias de conjunto. Además,
la combinación de los procedimientos va cambiando según los momentos en
que van sucediendo y según las regiones donde acontecen. En algunos mo-
mentos y situaciones puede ser fundamental la consideración de la dimensión
económica pero en otros no. Adicionalmente, es más complicado analizar
las estrategias cuando los actores van definiendo su conducta a mediano
y corto plazo sobre la marcha, en función de las interacciones con el resto
de agrupaciones armadas. Cuando hablo de interacciones me refiero a una
mezcla de transacciones, fenómenos de cooperación, fenómenos de guerra
a muerte, fenómenos de competencia local. Todo eso se va mezclando: el
tráfico de drogas en la zona del sur colombiano no habría podido funcionar
durante mucho tiempo sin una cooperación-transacción entre narcotraficantes
y guerrilla; en muchos casos, la cooperación se presentaba entre guerrilleros
y paramilitares, como ocurre todavía en no pocos municipios. Habría que de-
cir, pero no tengo tiempo, que, por supuesto, se pueden señalar importantes
disimetrías organizativas entre narcos, guerrilleros y paramilitares.

¿Qué tipo de “política” manejan los actores armados?

Por todas estas cambiantes interrelaciones y situaciones, es importante


preguntarse por los métodos y los medios que sostienen la pretensión de los
actores armados de conseguir sus fines políticos y hacerse reconocer como
actores políticos. Voy a mencionar tres de ellos.

En primer lugar, el control que ejercen sobre los territorios y sus pobla-
dores. La definición de esos territorios obedece también a múltiples crite-
rios: importancia estratégica (corredores de comunicación, cercanía a las
fronteras), presencia de economía cocalera o de recursos mineros, carencia
de implantación de las instituciones estatales. Conviene subrayar que, a

— 316 —
III PARTE: POLÍTICA Y CONFLICTO

medida que se prolonga el conflicto, las características sociales y culturales


previamente existentes en esos territorios intervienen cada vez menos en
la implantación de los actores armados. Lo que entonces cuenta más es la
dinámica misma de la confrontación y la capacidad de los agentes para im-
poner su influencia.

En segundo lugar, esta influencia depende cada vez menos de la adhe-


sión de sus habitantes y mucho más del uso de la intimidación y el terror. Si
Colombia cuenta actualmente con cerca de tres millones de personas despla-
zadas, es claro que la prioridad de los actores armados no es convencer a la
población sino obtener su sumisión. Basta que la instauración del dominio
sobre los territorios permita que los grupos armados sustituyan las redes
políticas preexistentes y tomen el control de las instituciones locales. La ac-
tualmente llamada “parapolítica” no es sino la traducción por excelencia de
esta situación. Durante algunas fases, las guerrillas, en particular las Farc,
pretendieron obtener el mismo resultado (basta con recordar el momento en
el cual ellas expulsaron de sus regiones a una gran parte de los funcionarios
elegidos por voto popular), pero encontraron mayores dificultades para el
control de las autoridades locales, porque no podían beneficiarse del apoyo
de la fuerza pública ni de los representantes locales del Estado.

En tercer lugar, la multiplicación de las atrocidades y actos de crueldad.


La acumulación de masacres perpetradas por los paramilitares es lo que
finalmente ha conducido al gobierno, no a reconocerlos plenamente como
actores políticos (tal como planeaba inicialmente), pero por lo menos a dar-
les un tratamiento político (la Ley de Justicia y Paz). Aunque las guerrillas
han realizado menos masacres, el tratamiento que aplican al asunto de los
secuestrados, y especialmente al de los secuestrados “políticos”, demuestra
que ellas también buscan acceder a un estatus político por esta vía.

Finalmente, interviene el manejo de importantes recursos económicos,


entre los cuales aquellos provenientes de la droga, en la medida en que
esto tiene impacto, tanto sobre las relaciones internacionales como sobre
los indicadores macroeconómicos nacionales. El acceso a lo político está

— 317 —
HACIA LA RECONSTRUCCIÓN DEL PAÍS

estrechamente ligado a las repercusiones internas y externas del tráfico de


drogas.

Por eso, repito, la política de los grupos debe analizarse a partir de estas
situaciones: no por sus declaraciones sino por lo que hacen; no a partir de
las finalidades que subrayan sino por los efectos, no siempre deseados, que
provocan sus actuaciones, incluso sobre las mismas políticas gubernamen-
tales.

¿Qué pasa con la población en medio del conflicto?

Ayer quedé con algunos interrogantes sobre la manera como se analizaba


la relación entre los actores armados y la población. Concuerdo con lo dicho
acerca de que la población civil está totalmente inmersa en el conflicto, lo
que la obliga a adoptar conductas para adaptarse. En ese sentido, están muy
bien las tipologías propuestas por Ana María Arjona en la sesión de ayer.
Durante los últimos años ha habido en Colombia sectores muy simpatizantes
de la lucha armada y algunos otros con menor intensidad, pero yo diría que
toda Colombia, de alguna manera, está relacionada con los actores armados.
La Iglesia católica está en el pleno corazón del conflicto, lo que le permite
hablar con los actores armados, y lo mismo ocurre con los alcaldes. Es de-
cir, la situación general de este país obliga a que haya necesariamente una
relación con los actores armados.

De todas maneras, me parece demasiado simple analizar esta relación


en términos de sentimientos o intereses personales, aunque ellos puedan
existir en algunos momentos. Por ejemplo, es bien sabido que las Farc han
recibido una buena acogida en muchas zonas de colonización campesina
y especialmente en áreas de cultivos de coca. Sin embargo, las carencias
ideológicas de los actores armados conducen a que las adhesiones de los
pobladores no puedan asimilarse a convicciones muy sólidas ni tengan
tampoco un impacto profundo sobre la evolución del conflicto. Obviamente,
tampoco se puede seguir ignorando los efectos de esta adhesión tácita o
explícita de los habitantes de algunas regiones a uno u otro de los actores

— 318 —
III PARTE: POLÍTICA Y CONFLICTO

armados. Pero creo que el punto de partida que hay que tener siempre en
cuenta es la capacidad de intimidación y coerción que manejan los grupos
organizados en armas.

Yo sugeriría rehacer la tipología de la siguiente manera: distinguir dos


situaciones. En una primera situación, un actor legal o ilegal mantiene un
monopolio casi total de la capacidad local en el ámbito local, como ha sido
el caso de las Farc en algunas regiones durante muchos años, y como ahora
puede ser el caso de los paramilitares en otros tantos departamentos. Una
segunda situación representaría casos muy importantes ocurridos en Colom-
bia en los años recientes, y en ella ningún grupo armado tiene un monopolio
total sino que hay competencia por el control del territorio. Así, encontramos
lugares donde prácticamente no existen fronteras entre los actores armados,
donde la desconfianza de la gente es muy grande porque no sabe quién va
a ser el dueño del territorio, y se produce entonces un fenómeno que puede
denominarse como desterritorialización. Esto significa que lo que antes se
llamaba territorio se convierte ahora en un mero campo de relaciones de
fuerza, sin que entren a jugar las preferencias individuales o colectivas de
la población y menos todavía las identidades previas.

Lo que quiero afirmar es que hoy, en el año 2008, esta situación se ha


vuelto muy extendida: ya no son muchas las zonas plenamente controladas
por las Farc donde la población no tenga que temer que mañana las cosas
cambien y que lleguen los paramilitares a desplazar a la guerrilla. Si bien
ahora son numerosas las regiones totalmente controladas por los grupos pa-
ramilitares, parece que frecuentemente sus habitantes mantienen una actitud
de cautela frente a ellos. He leído varios trabajos interesantes sobre zonas
paramilitares como Urabá, que muestran que la gente se siente feliz y acepta
el dominio de los paramilitares, toda vez que, según criterio extendido, ellos
“al menos establecieron el orden”, etc. Pero la gente no se atreve a hablar de
política ni a discutir mucho sobre las medidas que toman los paramilitares.
Cuando éstos matan a una persona, la población no va a preguntar qué pa-
sa, porque no hay ningún espacio público para el reclamo. En este país se
ha producido un proceso de aprendizaje que ha llevado a las poblaciones a

— 319 —
HACIA LA RECONSTRUCCIÓN DEL PAÍS

moverse con bastante cuidado y a no confiar demasiado en los vencedores


de hoy, dada la inestabilidad de las fronteras entre los grupos armados y los
cambios de los mismos detentadores del poder local.

No conozco ninguna zona simpatizante de la guerrilla donde los padres


ahora acepten sin problema que sus hijos salgan camino a la guerrilla, como
sucedía hace un tiempo. No conozco testimonios de ninguna zona donde la
población civil acepte tan fácilmente los castigos, a veces de muerte, que
la guerrilla o los paramilitares imparten a los que hicieron algo que no les
gustaba. Es decir, es claro que existen múltiples modalidades de relaciones
de la población con los grupos armados, pero lo que cuenta es el poder de
esas organizaciones, mucho más que las opiniones de los habitantes. Des-
pués viene todo el análisis de los acuerdos de la población civil, pero estos
arreglos, por sí solos, no influyen mayormente en la evolución del conflicto.
Tampoco creo que el conflicto colombiano se componga sencillamente de un
conjunto de escenas locales donde las situaciones no están relacionadas con
las que prevalecen en otras partes. Si bien es cierto que hay escenas locales
diferentes y que éste debe ser uno de los puntos de los análisis, no podemos
tampoco aceptar que una situación local sea totalmente autónoma de otra. La
Violencia de los años cincuenta también cubría múltiples fenómenos locales,
pero ello no implicaba que hubiera que buscar una interpretación específica
para cada situación local.

Prueba de eso fue la capacidad del Frente Nacional para lograr la supera-
ción del conflicto, porque en ese periodo las pertenencias políticas partidistas
ayudaban mucho: en pocos años, este acuerdo permitió la disminución de la
violencia en numerosas zonas. Esto significa que el problema no se reducía
únicamente a condiciones de venganza local existentes en algunas zonas
que sirvieran para explicar el conflicto del nivel central. No era así: había
elementos manejados por los actores organizados que hacían que tuviera
sentido buscar arreglos con altas esferas del nivel nacional que surtieran
efecto en el ámbito local.

— 320 —
III PARTE: POLÍTICA Y CONFLICTO

El problema de las desigualdades y jerarquías sociales

A diferencia de lo que ocurría en la Violencia de los años cincuenta, en


el momento actual las jerarquías sociales se han visto especialmente “res-
quebrajadas”. En 1950 teníamos todavía una sociedad jerarquizada en la
que persistían relaciones de respeto y donde los “notables” mantenían su
influencia sobre las redes políticas. Allí también la economía de la droga
trastocó todo: se constituyó todo un conjunto de clases emergentes que
se tomó las redes de poder y las instituciones políticas locales y, a veces,
incluso las nacionales.

Esta ruptura de la estructura jerárquica no significa que Colombia se haya


transformado en una sociedad más igualitaria. Por el contrario, nunca como
ahora habían sido tan acentuadas las desigualdades sociales. Pero hoy es
inútil esperar, como sucedía en 1960, que las situaciones de exclusión social
puedan ser reabsorbidas por las políticas públicas o por la acción colectiva de
los excluidos. El resultado de la violencia reciente es, más bien, un fenómeno
general de “desafiliación” —para citar el término utilizado por Robert Castel—,
que debilita las posibilidades de identificación colectiva y solo deja lugar para
adhesiones instrumentales o para un individualismo “negativo”, es decir, un
individualismo que no es portador de una pretensión emancipadora.

En sus diversos trabajos, y a propósito del impacto de la mundialización


sobre las distintas sociedades, Antonio Negri evoca la llegada de una era de
la “multitud”. Subraya así la necesidad de renunciar a razonar en términos
de identidades colectivas o de intereses de clase, pero también en términos
de la democracia representativa clásica: conviene ahora partir de la desor-
ganización de estos mecanismos tradicionales de constitución de los sujetos
colectivos.

La noción de “multitudes” evoca también la posibilidad de que se esta-


blezcan, entre la gente, redes horizontales que pueden expresar nuevas
formas de solidaridad y resistencia, aunque por ahora carezcan de expresión
política. Cuando se estudia el problema de los desplazados en Colombia, uno

— 321 —
HACIA LA RECONSTRUCCIÓN DEL PAÍS

se sorprende al ver que se mantienen formas de solidaridad y, más general-


mente, de “civilidad”. La civilidad es solo un componente de la ciudadanía.
No implica necesariamente la adhesión a las instituciones ni la apropiación de
los derechos proclamados en los textos jurídicos. La civilidad se manifiesta
mediante prácticas horizontales de reconocimiento recíproco entre la gente
que está bajo las mismas condiciones. Sin embargo, no hay que hacerse
demasiadas ilusiones. Por ahora, la experiencia vivida por los desplazados
hace que la desconfianza atraviese muchas relaciones sociales, incluso las
horizontales. Entre los desplazados por los paramilitares y los desplazados
por las guerrillas subsisten distancias que están lejos de superarse. Estas dis-
tancias son aún mayores entre los desplazados y aquellos que no han vivido
esa experiencia: prueba de ello es la estigmatización a la cual es sometida
la población desplazada.

Por eso, las iniciativas de la “sociedad civil” no bastan para reconstruir


ciudadanía. Las huellas dejadas por los sufrimientos recientes arriesgan
desembocar en una nueva cultura del resentimiento. La exacerbación de
las desigualdades sociales no puede por menos de contribuir a ello. Por eso
mismo resulta esencial la evolución de las instituciones en sentido democrá-
tico. A propósito, la manera como la Comisión Nacional de Reconciliación y
Reparación y la Comisión de Verdad Histórica desarrollen sus tareas se va a
convertir en un indicador fundamental. No se trata solamente de “reparar”,
se trata de dar un sentido a lo que sucedió, de construir relatos que permitan
la expresión de las diversas experiencias y la aceptación de la legitimidad de
las múltiples versiones que se produzcan sobre los hechos. Después de todo,
talvez la formación de sensibilidades democráticas requiera, como momento
inicial, la aceptación de la multiplicidad de los puntos de vista.

— 322 —
III PARTE: POLÍTICA Y CONFLICTO

— 323 —
HACIA LA RECONSTRUCCIÓN DEL PAÍS

PANEL 3
Política y Conflicto

COMENTARIOS DE JENNY PEARCE*

Retos para la construcción de ciudadanía en situaciones de conflicto

Mis comentarios parten de los interrogantes que han planteado Daniel Pé-
caut y Fernando Escalante sobre la posibilidad de hablar de ciudadanía en
contextos como el nuestro, marcados por la violencia y las relaciones clien-
telistas. Sin descartar del todo la posibilidad del pesimismo del intelecto,
quiero inyectar un poco de optimismo de la voluntad al debate, que hasta
ahora se ha caracterizado por el pesimismo. Por eso quiero mirar las cosas
desde otro “lente”.

En ese sentido, quiero plantear que no es posible la existencia de un


Estado de Derecho, de un Estado eficiente y legítimo, sin que la sociedad lo
desee, lo sustente y siga luchando activamente para que sea sustantivo. En
este sentido es interesante que siga estando vigente el concepto de socie-
dad civil, a pesar de ser un concepto ambiguo, heterogéneo y complejo. Es
importante que se siga hablando de él hoy en día, porque al final de cuentas
es un término que nos hace pensar en cómo construir un Estado de Derecho
fuerte y eficiente, y al mismo tiempo, en cómo garantizar la ciudadanía. La
vida asociativa construye capacidades colectivas, por ejemplo, para garantizar
y proteger los derechos individuales.

* Directora del Instituto de Estudios de Paz, ICPS, de la Universidad de Bradford. Profesora de Política Latinoamericana en el mismo instituto.
Sus áreas de interes investigativo son la política contemporánea y cambio social en América Latina, la construcción de ciudadanía en
contextos de violencia crónica, especialmente en Guatemala y Colômbia.

— 324 —
III PARTE: POLÍTICA Y CONFLICTO

Ayer salí pensando en cuál era la relación entre las dinámicas locales y
regionales de la guerra en Colombia y los problemas estructurales econó-
micos y sociales que se discutieron en la sesión anterior del seminario. Esta
relación me llevó a preguntarme cómo pensar, dada esta estructura y esta
dinámica violenta, en lo que podríamos denominar “agencia” como práctica
y normatividad. Por ejemplo, ¿cuál sería la diferencia entre la adaptación a
los órdenes de facto impuestos por los actores armados, como analizó Ana
María Arjona, y la construcción de ciudadanía, en el sentido presentado por
Daniel Pécaut?

Quiero complementar lo que Ana dijo sobre la resistencia como una forma
que surge a veces en estos contextos, mencionando lo que encuentro en mu-
chos lugares de Colombia. En mi experiencia de trabajo de campo en zonas
de conflicto en Colombia, es común encontrar en muchos lugares algo que
es mucho más positivo que la resistencia: por ejemplo, hay muchas formas
de desafío a estos órdenes impuestos. En muchos casos los actores locales
y regionales están creando lo que yo llamaría “las bases de una forma de
proto-ciudadanía” en torno a la búsqueda de paz.

El carácter paradójico de la violencia reside en que, al mismo tiempo, impi-


de y fomenta la participación. Por eso hay que preguntarse: ¿Qué tanto impide
la violencia la participación? ¿Qué tanto y cómo la fomenta? En mi trabajo
de campo en zonas de violencia en Colombia siempre me ha sorprendido la
manera como la gente se organiza, en medio de la violencia, para reclamar
los derechos de respeto, igualdad, participación política, libre desplazamiento,
salarios mínimos, protección de abusos y lo más fundamental, el derecho a la
vida. Es también sorprendente cuántos miles de colombianos han muerto en la
lucha por estos derechos. Ahí hay un ejercicio de ciudadanía latente, centrada
en el reclamo individual y colectivo de los derechos a pesar de la falta de
reconocimiento de la esencia de ciudadanía, como lo mencionó Daniel Pécaut,
por parte de los actores armados y a veces de parte del mismo Estado.

Lo que me parece muy interesante de este proyecto de Odecofi es que


tiene la ventaja de abrir la posibilidad de investigar cuáles son los factores

— 325 —
HACIA LA RECONSTRUCCIÓN DEL PAÍS

regionales y locales que hacen posible los esfuerzos de proto-ciudadanía.


PANEL 3

En este sentido hay varios factores que se pueden tomar en cuenta: el tipo
de actor armado, las cuestiones de género, las relaciones hombre-mujer, los
factores generacionales –juventud y longevidad –, las historias previas de
organización social, la evolución del clientelismo en el lugar, etc. La com-
binación de estos factores nos da entonces la posibilidad de mapear, junto
con los actores sociales de las comunidades, la manera como todos ellos
intervienen, para analizar si son y hasta qué punto, la base de una posible
ciudadanía del futuro.

Mis visitas en los trabajos de campo me permiten tener muy clara esta
gama de posibilidades. A pesar de la mirada pesimista de muchos, yo creo que
esta conferencia también llama la atención a la heterogeneidad. El contraste
de situaciones es muy visible: hace dos años, me dijeron en Sincelejo “ya no
hay sociedad civil aquí”, mientras que en Buga me decían que el control de
los narcotraficantes se reflejaba en todo tipo de incursión en la vida diaria de
la gente, lo que distorsionaba, obviamente, esas posibilidades. Sin embargo,
esto contrasta con el Nororiente antioqueño donde –como dijo ayer Clara
Inés García- hay una historia bastante llamativa de organización social; ade-
más, del hecho de que esta región no haya producido grupos paramilitares
propios. Todo esto muestra que hay factores que hacen posible un ejercicio
distinto de ciudadanía.

A pesar de todo este espectro de situaciones en contraste, me sorprende


mucho la cantidad de gente que todavía se atreve a hacer algo en la esfera
pública en medio de las peores situaciones. Recuerdo por ejemplo, lo que
me contaron en Yopal, Casanare, en 1999 sobre la recientemente pasada ce-
lebración del Día Internacional de la Mujer: entonces, con todos los espacios
cerrados a la movilización, las mujeres marcharon por la ciudad, a pesar de
recibir abusos de todos los hombres que circulaban alrededor. Ellas lograron
así marcar la posibilidad de mantener algún espacio público.

En los pocos minutos que tengo todavía quiero profundizar un poco más
sobre la diferencia que supone realizar este tipo de participación en medio

— 326 —
III PARTE : POLÍTICA Y CONFLICTO

de la violencia, sin reificar ni exagerar las experiencias, pero tratando sí de

PANEL 3
reconocer algo que es muy vital en la política colombiana. En un estudio
de diferentes formas de participación en Colombia que hicimos hace dos
años, miramos varios espacios de poder donde actúan varios actores de la
sociedad civil y en varios niveles, a veces local, a veces regional y a veces
hasta nacional.

Esa investigación realizada por nuestro equipo, en compañía de organiza-


ciones sociales, comunitarias y de ONG en espacios rurales y urbanos, identi-
ficó acciones que están en la base de un ejercicio de ciudadanía: algunas de
estas acciones son la deslegitimación de algunos tipos de violencia, como la
violencia doméstica, la inclusión de la violencia como una cuestión de políticas
públicas, el cuestionamiento a relaciones de género que fomentan prácticas
violentas, la búsqueda de relaciones respetuosas entre sujetos, etc.

Evidencia de este tipo de acciones se encuentra en algunos de los tes-


timonios recogidos en el curso de la investigación, como los que cito a
continuación:

“(…) Conoció la guerra cuando llegó al municipio. (Las mujeres querían)


cambiar la parte violenta por la parte afectiva del ser humano.[Decidieron
adelantar] una acción no violenta, rechazando la violencia sexual contra
las niñas. Las mujeres por temor no denuncian. Así que en compañía de
la alcaldesa, la Personería y la Secretaría de Salud, sacaron una camiseta
contra las violaciones, letreros para que denuncien, [hicieron] una marcha
municipal y se pararon en los sitios donde ellos trabajan y les dijeron que
sabían quienes eran. Los adultos llevaban las pancartas y los niños seña-
laban a los violadores y ya saben que no pueden entrar a esos sitios solos.
Los hombres se quedaron quietos. Las mujeres están dando el paso…”

Esta participación va fortaleciendo las relaciones e incorporando las


opiniones de otros, lo mismo que compartiendo experiencias en beneficio
de una comunidad:

— 327 —
HACIA LA RECONSTRUCCIÓN DEL PAÍS

“Participar es que se meta todo el mundo en el cuento: que si se va a hacer


PANEL 3

una actividad, es lo que piensa cada uno, todo eso articularlo de forma
constructiva para fortalecer las relaciones, incorporar todas las opiniones
que son valiosas. Es tener la oportunidad de compartir experiencias de
beneficio de una comunidad o una persona, de dar soluciones.”

Y algo fundamental para el tema que nos ocupa: la participación permite


hacer de la violencia privada una cuestión pública:

“En el país no existe política pública frente a la violencia porque la con-


vivencia estaba dentro de las casas, pero ya están saliendo al público
por eso la importancia de la política. Los administradores están dando
grandes obras, pero no invierten en la persona. El mismo ICBF lo tiene
descuidado, están interesados en que al niño no le falte la comida, pero
no en lo que está pasando al interior de las familias; les interesa más la
escuela, hacerla bonita.”

Estas acciones pueden llevar a hacer pensar que hay algo más allá de la
resistencia que está emergiendo en Colombia hoy en día, si las reconocemos
como un ejercicio de construcción de ciudadanía en el sentido de ser también
una reclamación de derechos. Esta emergencia de sujetos de derechos está
en el fondo de lo que es la ciudadanía, especialmente si destacamos el he-
cho de que este tipo de actividades son realizadas en medio de la violencia:
ellas abren espacios, visibilizan violencias ocultas y deslegitiman violencias
sancionadas. Este ejercicio de movilización social se caracteriza por legitimar
algunas violencias y deslegitimar otras, como el caso de la violencia domés-
tica. Hace unas décadas esta violencia no era considerada importante en el
mundo; pero gracias a muchos esfuerzos dentro de la sociedad civil, aunque
todavía se practica, por lo menos es sancionada.

Este es un punto muy importante: tiene que ver con la trascendencia de


los reclamos por derechos — individuales y colectivos — a la esfera pública.
Allí es donde se limitan las posibilidades de acción política social, pese a la

— 328 —
III PARTE : POLÍTICA Y CONFLICTO

capacidad creativa de las organizaciones sociales que existen en Colombia

PANEL 3
en la actualidad. La acción social por la defensa de los derechos hace de
la violencia una cuestión de políticas públicas, cuestionando las relaciones
de género que generan violencia y proponiendo formas de relación respe-
tuosa y constructiva entre los sujetos capaces de producir beneficios para
muchos.

Al mismo tiempo me pregunto ¿cuál es la diferencia de actuar en un con-


texto caracterizado por un poder asimétrico, como muchos de los espacios
donde los colombianos tienen que actuar? O, ¿cuál es la diferencia de actuar
en situaciones de violencia crónica, o en contextos en los que el espacio está
totalmente dominado por los actores armados? Creo que este es un punto
muy importante, porque, como dijo Daniel Pécaut, hay que tener en cuenta
factores como el miedo y la violencia dentro de un espacio. No puedo pro-
fundizar este tema ahora, pero creo que hay que reconocer que la violencia
hace cosas diferentes al poder dominante, pues implica también la negación
del cuerpo, la existencia del otro y el cierre de los pluralismos.

Además, la violencia impide el desarrollo de las relaciones sociales, impone


fronteras en relación con el espacio y se reproduce mediante ciclos generacio-
nales. Este último aspecto trae implícita una reflexión sobre la socialización de
la masculinidad en contextos de guerra prolongada. La violencia se reproduce
y se transmite en espacios generacionales de socialización: por ejemplo, la
mayor parte de violencia a nivel mundial —según estadísticas de la OMS— es
cometida por jóvenes entre 15 y 44 años sobre jóvenes entre 15 y 44 años.
Lo mismo ocurre en la socialización por género: los hombres se sienten más
masculinos ejerciendo la violencia y las mujeres más femeninas no ejerciéndo-
la. Y no exagero la diferencia: aunque también hay mujeres violentas, según
las estadísticas que tenemos el número de ellas es muchísimo menor.

Esto muestra cómo la participación en estas movilizaciones en situaciones


de violencia no solamente abre un espacio de acción cívica sino que también —
trata de interrumpir estos círculos generacionales de violencia. En esta forma,

— 329 —
HACIA LA RECONSTRUCCIÓN DEL PAÍS

se mantiene el valor civil en medio de la violencia, en lo que yo llamaría la


PANEL 3

base de una ciudadanía. Hacer de la violencia privada una cuestión pública


responde en mi juicio a lo que Daniel Pécaut planteó: aún en medio de la vio-
lencia los colombianos están construyendo las bases para la ciudadanía.

COMENTARIOS DE MAURICIO GARCÍA VILLEGAS*

Quiero aclarar que los organizadores del seminario me pidieron que, en lugar
de comentar propiamente las dos ponencias principales de esta mañana, hi-
ciera una brevísima presentación sobre una investigación en curso que está
relacionada con jueces que operan en zonas de conflicto armado. Creo que
tal estudio está estrechamente relacionado con esas dos exposiciones.

Esta investigación parte de un marco teórico en el que se relacionan Estado


y sociedad civil en Estados periféricos, particularmente en América Latina y
en Colombia. Quisiera empezar mostrando el siguiente esquema, que rela-
ciona diferentes tipos de Estado o diferentes expresiones y manifestaciones
de Estado con diversas expresiones y manifestaciones de la sociedad civil.
En nuestros países el Estado es un Estado camaleónico que se adapta, se
mimetiza y se acomoda a las circunstancias en las cuales se presenta. Para
ponerlo en términos simples y esquemáticos, hay tres manifestaciones de
Estado. A pesar de los conflictos y de todo lo que se ha dicho aquí en estos
días, tenemos situaciones en las cuales el Estado colombiano se comporta
como un Estado moderno: esto sucede en ciertas partes de Bogotá —quizás
no en todas ellas— o en Medellín y en regiones sobre todo urbanas. Allí el
Estado es capaz de imponerse frente a los actores sociales, de imponer jus-
ticia y cobrar impuestos, y de ahí que tenga recursos suficientes para hacer
obras públicas, etc. Así, a pesar de todo, también tenemos en Colombia ese
tipo de Estado.

* Abogado, doctor en Ciencia Política de la Universidad Católica de Lovaina, con estudios post-doctorales en la Universidad de Wisconsin-
Madison, USA; profesor de Derecho de la Universidad Nacional de Colombia y director de investigaciones del Centro de Estudios de
Derecho Justicia y Sociedad - DeJusticia.

— 330 —
III PARTE : POLÍTICA Y CONFLICTO

Al lado de eso aparecen situaciones en las cuales el Estado no existe, y no

PANEL 3
existe para nada. Tenemos grandes extensiones del territorio nacional donde
el Estado no tiene ninguna presencia ni ninguna capacidad de imposición;
allí existe una especie de situación precontractual –que persiste hoy en día
como existió durante la Colonia, el siglo XIX y parte del XX–. En una posición
intermedia tenemos una situación donde el Estado existe de alguna manera:
están los jueces, los alcaldes, los procuradores, la fiscalía, la policía, etc.,
pero estas instituciones en realidad no funcionan como tales, sino que con
mucha frecuencia tienen que negociar con los actores hegemónicos de las
localidades y regiones, con los intermediarios, los gamonales, los políticos
clientelistas. Es decir, allí se presenta un proceso muy complejo de imbrica-
ción entre instituciones que tienen poder.

Por otro lado está la sociedad civil, que también es un concepto demasiado
general para expresar la complejidad del fenómeno que tenemos en América
Latina: hay una parte de la sociedad civil que está tan cerca del poder y del
Estado, que los maneja casi como una propiedad privada. Estos sectores no
dependen del Estado sino que lo operan como suyo: llaman al ministro para
que le resuelva un problema en un ministerio o lo relativo a un contrato. Al
lado de esos sectores aparece una sociedad civil completamente huérfana
que no tiene ninguna capacidad de acceder al Estado para hacer respetar
sus derechos. Y en la mitad de esos dos extremos se observa algo que se
parece a una sociedad civil.

Si relacionamos esas categorías tenemos una situación compleja donde


contrastamos, por un lado, un país moderno fruto de la confluencia de un
Estado constitucional y una sociedad civil relativamente organizada y, por
otro, un país ajeno que combina un Estado ausente con una sociedad des-
valida. Por otra parte, encontramos también un país difuso en la mitad de
las dos situaciones anteriores. Este es el país que nos interesa fundamen-
talmente, el país que da lugar a esta investigación que está en curso, de la
cual voy a exponer unos datos muy breves y preliminares. Desde luego, voy
a mostrar tipos ideales en una presentación muy esquemática, que no hace
suficiente justicia a las múltiples formas de combinación que pueden apa-

— 331 —
HACIA LA RECONSTRUCCIÓN DEL PAÍS

recer entre estos rasgos. De este interés surgieron dos investigaciones que
PANEL 3

estoy llevando a cabo en DeJusticia, el Centro de investigaciones de Derecho,


Justicia y Sociedad: una, a la cual me voy a referir en esta exposición, sobre
los jueces en zonas de conflicto armado, y la otra, que trata sobre la cultura
del incumplimiento de las reglas en América Latina.

Para hablar de esta primera investigación empiezo por decir que el tema
de la justicia ha estado dominado tradicionalmente en Colombia por los
ministerios de justicia y los abogados, aunque de un tiempo para acá ha
despertado el interés de economistas y gerentes del Banco Mundial, el BID
y las agencias de cooperación internacional, todos los cuales buscan hacer
más eficiente la justicia. Es un tema del cual se han preocupado muy poco
los politólogos, los violentólogos y los expertos en violencia en Colombia, de
manera negligente, creo yo. Hace un tiempo hice una revisión de los artículos
publicados durante más de veinte años por la revista Análisis Político, del Iepri.
Encontré que, de unos cuatrocientos cincuenta artículos, solo había diez sobre
la justicia. Además, hay que tener en cuenta que esos diez artículos fueron
publicados en una época muy particular: hace más de diez años, cuando en
el Iepri estaban Hernando Valencia Villa, Juan Gabriel Gómez e Iván Orozco,
todos abogados e interesados en el tema de la justicia y que escribieron unos
ocho o nueve artículos poco relacionados con el conflicto armado.

A mí me parece increíble que los politólogos no se hayan ocupado más


del tema de la justicia. Para el estudio del conflicto armado son muy impor-
tantes los análisis sobre el Ejército y la economía de la guerra, pero también
es fundamental la justicia, porque si bien hay que enfrentar a la guerrilla
fundamentalmente por medio de un ejército, es claro que a los paramilita-
res se los confronta primordialmente como se enfrentan las mafias: no con
ejércitos sino fundamentalmente con aparatos de justicia. Así ha sucedido en
Italia y en muchos otros países. La mafia es un poder tan fuerte como una
guerrilla, pero está tan enquistado en la sociedad, que un aparato de justicia
es lo único que puede disuadirla y acabarla.

— 332 —
III PARTE : POLÍTICA Y CONFLICTO

Por eso esta investigación se ubica dentro de la perspectiva política de la

PANEL 3
justicia como un elemento fundamental del conflicto y de la violencia en que
vive Colombia. La investigación consiste en mirar qué pasa con la justicia en
los territorios donde hay presencia de actores armados: son entre trescientos
cincuenta y cuatrocientos municipios. Lo que hacemos fundamentalmente
en la investigación son dos cosas, entre otras muchas. En primer lugar,
realizar entrevistas en profundidad a jueces que están en esos territorios,
pidiéndoles que nos cuenten de qué manera operan en esos territorios; en
eso hemos gastado más o menos un año. Inicialmente pensé que todos esos
jueces estaban amenazados, y muchos de ellos lo están realmente. Pero
lo que nos hemos encontrado es que muchos de ellos hacen muy poco en
términos de administración de justicia: permanecen en esos territorios pero
no deciden prácticamente casi nada, porque no les llegan casos sobre los
cuales decidir. Es decir, son jueces inocuos: siguen teniendo un despacho
judicial, siguen recibiendo los sueldos que les corresponden, siguen siendo
funcionarios públicos pero pierden el estatus jurídico de jueces, pues no tie-
nen la posibilidad de resolver los conflictos fundamentales que se presentan
en sus municipios.

Sin embargo, no quisimos reducirnos solamente a estas entrevistas,


pues queríamos tener una prueba fuerte de esa hipótesis inicial. Para eso,
obtuvimos unos datos del Consejo Superior de la Judicatura, los datos que
los jueces deben enviar en su informe trimestral a ese Consejo sobre todo
lo que les entra a los juzgados y lo que deciden en los juzgados. Esto quiere
decir que el Consejo tiene información de todo lo que hacen los jueces cada
tres meses en el país. Nosotros recibimos esa información, que todavía está
en bruto, de la cual hemos ido filtrando algunos datos, porque los informes
se refieren a todos los temas de la justicia: derecho penal, civil, cuestiones
de familia, derecho agrario y sucesiones. Se trata de una lista enorme de
entradas temáticas por asunto legal y por decisiones o salidas.

Lo que hemos hecho es clasificar esos cuatrocientos cincuenta municipios


según la presencia del actor armado de que se trate: separar municipios con
presencia paramilitar, municipios con presencia guerrillera, municipios en

— 333 —
HACIA LA RECONSTRUCCIÓN DEL PAÍS

disputa donde están los dos actores armados y municipios pacíficos. A partir
PANEL 3

de esa clasificación hemos venido analizando qué es lo que entra y sale en


estos municipios: qué casos llegan a los jueces y qué decisiones toman ellos.
Así, por ejemplo, para el año 2002 tenemos datos muy parciales sobre los
delitos de hurto: en ellos ustedes pueden observar que los municipios donde
no hay presencia de actores armados tienen muchísimas mayores entradas por
hurto que los municipios con presencia paramilitar o guerrillera. Y, de nuevo,
el cúmulo de salidas (condenas, sentencias anticipadas o absoluciones) es
mucho mayor en los municipios pacíficos que en los demás. En cuanto a los
delitos relacionados con lesiones personales la diferencia es menos evidente,
pero también es significativa. Con relación a lo que pasa en municipios en
disputa la situación es aún más dramática.

En 2005 la historia se repite: en el caso de entradas y salidas por hurto


los municipios pacíficos superan a los demás; en el caso de las lesiones per-
sonales, de nuevo, la situación es menos evidente aunque también hay una
diferencia tanto en entradas como en salidas.

Ahora estamos dedicados a analizar lo que la sociología jurídica denomina


la pirámide de la litigiosidad, una pirámide cuya base está compuesta por los
conflictos reales de la sociedad, de los cuales solo una parte llega a la justi-
cia. Muchos de ellos se resuelven por frustración, otros por mediación, otros
por conciliación o distintos mecanismos que tiene la sociedad para resolver
estos problemas. Uno de los problemas que tiene Colombia es que se han
debilitado mucho esos mecanismos informales de resolución de conflictos,
pero además, creo yo, la justicia misma también se ha debilitado.

Estamos averiguando la relación de esta conflictividad real con la jus-


ticia. En el caso de los homicidios parecería —de acuerdo con los trabajos
hechos por Fabio Sánchez, Camilo Echandía, Mauricio Rubio y otros— que
ha habido una relación proporcional entre el aumento de la presencia de los
actores armados y el incremento de la conflictividad homicida, que da lugar
a los homicidios. Lo que queremos mostrar es que, a mayor aumento de la
presencia de actores armados, hay un mayor aumento de esta conflictividad

— 334 —
III PARTE : POLÍTICA Y CONFLICTO

y una mayor disminución de la justicia. Hasta ahora tendemos a ver, aunque

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no tenemos todavía suficiente evidencia, por disponer solo de la relación
entre homicidios y la justicia en el año 2002, que la relación entre el cúmulo
de justicia y la criminalidad real es más importante en los municipios pacífi-
cos. Todavía habría que profundizar en la comparación haciendo referencia
a las resoluciones de acusación, sentencias anticipadas, absoluciones y
condenas. Pero la tendencia es que la relación entre la conflictividad real y
las decisiones de justicia es mucho mayor en los municipios pacíficos que
en los demás municipios.

COMENTARIOS DE GLORIA ISABEL OCAMPO*

Quiero iniciar mi comentario tomando dos sugerencias expuestas por los


conferencistas. De Daniel Pécaut tomo la pregunta sobre si la noción de
ciudadanía y las instituciones pueden tener cabida en una situación de
conflicto prolongado y las dificultades que él anota para la construcción de
ciudadanía en situaciones de presencia de actores armados. De Fernando
Escalante asumo la idea o la duda que él manifiesta sobre las dificultades
que implica, para la comprensión de las instituciones en muchos lugares
del mundo y especialmente en Colombia, el hecho de tomar como referente
una forma política que en muchos aspectos nos parece como exótica, desde
el punto de vista de nuestras sociabilidades políticas, nuestras ideas de las
relaciones políticas, nuestras identidades políticas, nuestros esquemas y
posibilidades de participación, etc. También acudo a la idea de que la ilusión
de exterioridad del Estado es constitutiva del Estado y de que éste se cons-
truye cotidianamente por medio de prácticas y de relaciones que exceden
el ámbito de lo que normalmente consideramos como estatal, como, por
ejemplo, el clientelismo.

* Pregrado y postgrado en Etnología, Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales, París. Investigadora del Instituto Colombiano de
Antropología e Historia (Icanh), vicerrectora académica de la Universidad de Antioquia, profesora y, actualmente, jefe del Departamento
de Antropología de esa misma Universidad. Coordina el grupo de investigación Observatorio de las relaciones Estado/sociedad en
contextos locales, que es Miembro de Odecofi.

— 335 —
HACIA LA RECONSTRUCCIÓN DEL PAÍS

Para mis comentarios voy a asumir el punto de vista local. Quiero aclarar
PANEL 3

que local no significa aislado: o sea, soy consciente de que las situaciones
locales hacen parte de dimensiones mucho más amplias, que pueden ser na-
cionales e incluso planetarias. También quiero advertir que mi consideración
de lo local no significa que piense que la situación del país sea simplemente
la sumatoria de situaciones locales, como criticaba Daniel Pécaut de algunas
interpretaciones. Considero que la situación nacional es mucho más que eso,
pero creo que hay que poner atención a esas situaciones locales.

Acudo también a la idea expuesta por Pécaut acerca de la incertidumbre


y la confusión que ocasiona la presencia del conflicto armado. Ahora bien,
mi percepción es que la gente tiene, en los departamentos de La Guajira y
Córdoba y en el municipio de Medellín, que son los casos que hemos anali-
zado, una idea de la importancia de la existencia del Estado pero carece de
claridad respecto de lo que sería ese Estado. Ésta solo aparece en los ámbitos
académicos, donde hay otro tipo de discusiones. A lo que aspira la gente
común es a que exista un Otro, un tercero que pueda situarse con legitimidad
por encima de la sociedad y garantice la realización de las ideas locales, que
tienen que ver básicamente con la justicia. Por eso, ante la ausencia de ese
Estado que se espera, o de lo que se esperaría que fuera el Estado, la gente
hace arreglos para garantizar la solución de las tensiones de acuerdo con
dichas ideas locales de justicia.

En el caso de varias regiones de Córdoba, en la época en que las Auto-


defensas Unidas de Colombia eran dirigidas por Carlos Castaño, el poder
paramilitar llegó a ser la imagen especular del Estado: Castaño actuaba como
un referente mítico (a la manera del Estado), que, incluso, podía producir
efectos con solo nombrarlo. Como se hace con el Estado, el centro de poder
paramilitar se nombraba metafóricamente, de modo que en el medio oficial
se decía que una persona había “hablado con Bogotá” o que allí se había to-
mado una decisión. “Estuvo allá arriba” o “Es una orden de allá arriba” eran las
fórmulas que se utilizaban para indicar que alguien había ido a conversar con
los jefes paramilitares (en el alto Sinú) o que una orden provenía de ellos.

— 336 —
III PARTE : POLÍTICA Y CONFLICTO

En esta misma línea, a partir de mis observaciones en el departamento

PANEL 3
de Córdoba, quiero continuar tratando de responder a la pregunta que se ha
hecho aquí sobre lo que pasa con la sociedad en situación de conflicto armado,
pero quiero advertir que ellas son mucho más consistentes y precisas para
el momento en que Carlos Castaño era el jefe de las Autodefensas Unidas de
Colombia. Sobre la situación actual, estoy todavía haciendo observaciones
pero no podría avanzar en resultados.

Ante todo, creo que es muy importante cuestionar la visión dicotómica


que presenta la sociedad civil que está sometida a jurisdicciones de facto,
simplemente como cómplice o víctima de los actores armados. Es decir, hay
que superar la idea de que la sociedad, o es aliada o es enemiga del grupo ar-
mado, que obedece o colabora. Creo que esta visión dicotómica de la sociedad
civil como aliada o como enemiga está implícita en la posición o concepción
de los oponentes mismos y que ella fundamenta las exacciones y presiones
de los grupos armados, incluyendo a la fuerza pública, como vemos en las
masacres, las detenciones masivas, las ejecuciones sumarias, etc.

En contraste con esta visión simplista, considero que la relación de la


población civil con los grupos armados es muchísimo más compleja. En este
sentido, quiero complementar las distinciones de grados de dominio y acep-
tación de la sociedad civil frente a los actores armados, que hizo Ana María
Arjona en su presentación: a las distinciones que ella hizo habría que agregar
una visión situacional, que tenga en cuenta que la posición de los individuos
y de la sociedad respecto del grupo armado puede variar dependiendo de
las circunstancias concretas, que son esencialmente inestables, en vez de
considerarlas en una situación estable, como su esquema parece sugerir.
Obviamente, estoy pensando en situaciones de presencia e incluso de control
paraestatal; por ejemplo, en lo que pasaba en el departamento de Córdoba, y
no en las situaciones que se viven en las zonas de conflicto activo o intenso,
como podría ser en ciertos momentos el Nudo de Paramillo, en Córdoba.

Me refiero entonces a esas situaciones de presencia y control paraestatal


pero donde la sociedad todavía tiene márgenes de negociación en relación

— 337 —
HACIA LA RECONSTRUCCIÓN DEL PAÍS

con aspectos de su identidad y con algunas condiciones de su existencia.


PANEL 3

La posibilidad de existencia de estos espacios de negociación depende de


la necesidad que tiene el para-Estado de negociar con la población civil
para verse legitimado, o de la incapacidad de este grupo para ejercer pleno
control de la población y el territorio. En el curso de esas negociaciones, los
individuos y las colectividades desarrollan competencias para transitar entre
sistemas normativos disímiles e interpretar, en su favor, reglas distintas a las
oficiales. Más aún, se hacen capaces para interpretarlas estratégicamente:
esto puede darse en la relación de la sociedad con distintos para-Estados,
como observó María Clemencia Ramírez en el Putumayo, donde encontró
este mismo tipo de relación de negociación entre el Estado, la guerrilla y los
cocaleros, a pesar de la diferencia de contextos y actores. En estos casos
se produce una coincidencia donde se encuentra la necesidad que tiene el
para-Estado para legitimar su control y al mismo tiempo la capacidad de la
sociedad para mantener márgenes de autonomía y negociación.

En ese contexto, el poder paraestatal no se explica solo por la violencia ni


por la incapacidad o la aquiescencia del Estado, sino también por su pretensión
y por su capacidad de asumirse como Estado. Esta necesidad de legitimación
del para-Estado origina una posición de paralelismo con el Estado que da
lugar a estrategias como la sustitución o el uso instrumental de los mecanis-
mos de legitimación: por ejemplo, en Córdoba el periódico local denunciaba,
en su titular, que algunos candidatos a las elecciones estaban utilizando el
nombre o el respaldo de los paramilitares para impulsar sus candidaturas. El
titular, aparecido en la primera página, aclaraba: “No respaldamos a nadie”,
pues las AUC anunciaban no tener candidatos y solicitaban a los aspirantes a
tales cargos no utilizar su nombre o su respaldo aparente para impulsar las
candidaturas. Esto me sorprendió inicialmente, pero después me dí cuenta
de que era una práctica generalizada, hecha posible por la relación de la
sociedad con este paralelismo entre Estado y para-Estado.

Habría que mencionar, además, las circunstancias que hicieron y hacen


posible la inserción del paramilitarismo en Córdoba y cómo el paramilita-
rismo llegó a ser funcional no solo para los hacendados y políticos sino

— 338 —
III PARTE : POLÍTICA Y CONFLICTO

también para una población que no se había sentido atendida por el Estado

PANEL 3
en diversos aspectos o dimensiones. Y también la manera informal como el
Estado respondía a esto. Sabemos bien que la respuesta de los hacendados
a la inseguridad fue resuelta ayudando a los paramilitares a armarse, pero
también en los sectores populares el Estado creaba frentes de seguridad y
otras formas de organización de la gente que podían sustituir al Estado. Estas
circunstancias refuerzan el paralelismo ya mencionado entre el Estado y el
para-Estado (y los juegos miméticos entre ellos), que puede percibirse en las
estrategias políticas o de manejo del conflicto.

En ese mismo contexto quiero hacer algunas referencias al clientelismo.


En una situación como la de Córdoba el clientelismo proporciona a los sec-
tores populares una sensación de protección y seguridad en su relación con
los políticos. Por medio de estas relaciones, los sectores populares tienen
la posibilidad de sentirse representados, disponer de alguien que hable y
gestione por ellos la posibilidad de acceso a bienes y servicios —cosas que
para nosotros pueden ser irrelevantes pero que son muy importantes para
una población muy pobre—. Esta situación hace que en unas circunstancias
como las de Córdoba la política ocupe un lugar determinante en la vida co-
tidiana de la gente: allí todo el mundo está hablando permanentemente de
política, oyen la radio, siguen los chismes y declaraciones de los políticos,
leen periódicos cuando pueden, etc., para mantenerse siempre informados
sobre las incidencias políticas locales. La información permite a la gente ha-
cer permanentemente alianzas y apuestas para asegurarse en los resultados
electorales. A pesar de los efectos negativos y de los abusos del clientelismo,
hay que reconocerle cierta funcionalidad como mecanismo de integración y
mediación entre la sociedad y el Estado.

Para terminar quiero mencionar las dificultades de un Estado y una rela-


ción Estado-sociedad como la que estoy tratando de describir para asumir
los retos que implica la modernización del Estado. Hay que anotar, además,
que ese proceso de modernización del Estado, con todo lo que implica, está
marchando entre nosotros simultáneamente con la instauración de un estilo
presidencial en la relación con los sectores populares que incluye prácticas

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HACIA LA RECONSTRUCCIÓN DEL PAÍS

como la dádiva directa, la apelación a la emoción y la personificación del


PANEL 3

Estado en el gobernante, que son expresiones más próximas a medidas de


regímenes populistas que a lo que entendemos como un Estado moderno.
Por ejemplo, se suprimieron los auxilios parlamentarios que permitían a los
caciques regionales utilizar recursos públicos para mantener sus clientelas,
pero fueron reemplazados por subsidios y otro tipo de auxilios que el Estado
entrega directamente. Estos subsidios son percibidos por la gente como una
dádiva directa del Presidente; es más, la gente lo dice de esa manera, pues
habla del “subsidio que me mandó el Presidente”.

Estas prácticas contribuyen seguramente a lo que algunos, como Fernán


González, han llamado la crisis del modelo de la presencia diferenciada del
Estado; habría que preguntarse entonces qué efectos tendrán estas prácticas
que implican una mayor integración selectiva y fragmentan a los sectores
subalternos por medio de programas focalizados en determinados sectores
de la población. O sobre el efecto que esas medidas tendrán sobre los me-
canismos institucionales de mediación y sobre la clase política, que en estos
momentos la vemos afectada por estas transformaciones.

Para finalizar, habría que preguntarse también por los efectos de este tipo
de políticas en momentos cuando el país está adelantando unos procesos de
reinserción de los grupos armados. No sé si habría que invertir los términos
de estos procesos para preguntarnos si esta etapa posconflicto no requiere
más bien un proceso inverso, que podríamos llamar “reinserción del Estado
a la sociedad”, para redefinir esas relaciones.

— 340 —
III PARTE : POLÍTICA Y CONFLICTO

COMENTARIOS DE INGRID BOLÍVAR*

PANEL 3
Además de agradecer la capacidad de los conferencistas para compartir
con nosotros lo que están pensando, quiero aprovechar la experiencia y
la presencia de ustedes aquí —y cuando digo ustedes me refiero a mucha
gente involucrada en los Programas de Desarrollo y Paz— para hacer unos
comentarios que alienten la discusión de las mesas de trabajo que tendremos
esta tarde y que, a la vez, me ayuden a problematizar nuestros hábitos de
pensamiento sobre la política y el Estado. Por eso he decidido elegir algunos
puntos para precisar, aunque en algunos aspectos no les hagan justicia a
los conferencistas, pero que tal vez nos permitan avanzar en la discusión.
He organizado mi presentación en tres partes. En la primera voy a llamar la
atención sobre tres cosas que señaló el profesor Pécaut, que quisiera que
discutiéramos; luego algunos comentarios puntuales sobre algunas asuntos
que señaló el profesor Escalante y, en tercer lugar, dos discusiones que los
articulan a los dos.

En primer lugar, me parece interesante lo que señala el profesor Pécaut


sobre la multiplicidad de competencias entre elites políticas, tanto regionales
como nacionales, que se presentan entre los niveles local, regional y nacional.
Mi experiencia como investigadora del Cinep y mi experiencia de conversar
con la gente en algunos programas de desarrollo y paz me muestran que
esa situación sigue muy viva. Y me gustaría que pensáramos el significado
que esto tiene en las claves de la expansión y transformación del campo
político, que actualiza también viejas contradicciones. Esto nos hace ver con
sospecha a los recién llegados, a los inexpertos en política, y hace percibir
a la gente de los programas precisamente así, como inexpertos en política
—más adelante se va a entender por qué traigo eso—.

Un segundo punto que Pécaut señaló con insistencia es que el conflicto


colombiano no se reduce solo a una serie de escenas locales que no tienen

* Politóloga e historiadora, maestría en Antropología Social de la Universidad de los Andes, investigadora del Cinep y profesora e investi-
gadora de la Universidad de los Andes en el Departamento de Ciencia Política. Miembro de Odecofi.

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HACIA LA RECONSTRUCCIÓN DEL PAÍS

relación unas con otras. Eso me parece muy importante porque una cosa que
PANEL 3

me ha gustado siempre del trabajo de Pécaut es su insistencia de que la ciu-


dadanía se traduce en la capacidad de ligar la historia personal con un relato
colectivo: ciudadano es el que dice que esto que me está pasando a mí tiene
que ver con la negociación que está haciendo Uribe con los “paras”, o con
cualquier otro evento nacional. Hay que recordar que uno de los propósitos
de Odecofi, como centro de excelencia, es precisamente construir tecnologías
sociales, lo cual significa ser capaces de conectar lo que las Ciencias Sociales
y lo que los investigadores de las Ciencias Sociales conocen y hacen con la
experiencia que tienen esos otros gestores locales, esos otros actores de
conocimiento que viven en las regiones. Nuestro desafío es cómo conectar.
Entonces, la pregunta que tengo —sobre las escenas locales no relacionadas
unas con otras— busca averiguar qué historia está contando la gente en las
regiones donde ustedes están, cuáles son las referencias centrales que atan
esas historias, cómo se está reeditando o no otra vez la alusión a la violencia,
quiénes son los protagonistas y qué es lo que da sentido a esos relatos.

Una tercera cosa que señaló Pécaut en dos momentos tiene que ver con
la pregunta sobre qué llamamos política hoy, qué llamamos política entre los
actores armados, qué de lo que hacen ellos es fundamental. En la primera
parte de su intervención Pécaut dice que los jóvenes ya no los leen, que las
Farc, por ejemplo, no inspiran a nadie hoy. Esto me parece muy gracioso
porque nos habla ya de una comprensión determinada de la política, de una
comprensión de la política que nos hace creer que la política consiste en los
discursos, que la política es la orientación ideológica y que la política es un
tipo de actividad muy específica. En cambio, lo que he estado investigando
recientemente es que la misma definición de la política es objeto de lucha
política en las distintas sociedades, y que nosotros tenemos, como tarea,
precisamente discernir qué formas y qué contenidos asume la política, en
qué regiones y por qué es así.

En otra parte de su intervención el profesor Pécaut —después de afirmar


que no había discurso, que los actores están muy silenciosos— dijo que po-
díamos definirlos como políticos a partir de lo que hacen. Por mi parte, yo

— 342 —
III PARTE : POLÍTICA Y CONFLICTO

quiero también recordarles a ustedes que hay una intensa discusión alrede-

PANEL 3
dor de cómo se define un actor político o cómo se define una organización
política. En unos trabajos fundamentales, como los del sociólogo Max Weber,
está claro que una asociación política no se define por sus propósitos, porque
históricamente las asociaciones políticas han perseguido los propósitos más
distintos. Sin embargo, hoy, después de dos guerras mundiales y el Holocaus-
to, no podemos reducirnos solamente a acuñar definiciones procedimentales
de lo político —lo político definido por los medios—, sino que tenemos que
hacer otras cosas. Por otra parte, quisiera, de nuevo, volver a la experiencia
que tienen ustedes, volver a uno de los objetivos del Odecofi, que es revisar
nuestras formas de conocimiento y producir formas de pensar distintas sobre
nuestras sociedades.

Hasta aquí mis comentarios respecto al profesor Pécaut, a quien voy a


retornar al final con relación a otras cosas. Con respecto al profesor Escalante,
quiero subrayar que, como ustedes vieron, él hizo una invitación constante a
que comprendamos esos espacios liminales como espacios productivos para
la política y su conceptualización. No resisto el deseo de compartir con uste-
des algo que aprendí de uno de los trabajos del profesor Escalante cuando
era integrante del Cinep y tenía a mi cargo tareas de formación política. En
uno de sus libros Escalante dice que la formación política de la gente está
dividida en dos grupos: los que leyeron “El Príncipe” y los que leyeron “El
Principito”. Ahora quiero preguntarles cuántos han leído “El Príncipe”: que
levanten la mano, y cuántos han leído “El Principito”: que levanten la mano.
Constato así que gran parte de la gente que está en nuestra llamada sociedad
civil, en nuestras organizaciones sociales, que trabaja en los programas de
desarrollo y paz, que “está fajada” con iniciativas de paz y con el respeto a
los derechos humanos, ha leído “El Principito” pero poca ha leído “El Prínci-
pe”. Me pregunto cuál es el drama de no haber leído “El Príncipe”. Si ustedes
recuerdan, la intervención de Escalante hecha hoy se llamó menos Hobbes
y más Maquiavelo, que se nos escapa mucho de la lógica del oficio de los
políticos, de la lógica del poder y sobre el cómo de las relaciones de poder.
Y queremos resolver esas carencias con buena intención y buena voluntad.

— 343 —
HACIA LA RECONSTRUCCIÓN DEL PAÍS

Hay dos cosas más que quisiera recalcar. Una, sobre la que Escalante
PANEL 3

llamó la atención: el hecho de que los procesos de formación del Estado y


los procesos de concentración de autoridad política no son lineales y no son
siempre los mismos. Sin embargo, nuestras categorías de pensamiento, la
manera como hablamos de política, hacen que nos dejemos “meter” siempre
al Estado, permanentemente: casi siempre que hablamos de política termi-
namos hablando del Estado, al que tenemos siempre como el referente de
nuestros relatos. El resultado de eso es que no podemos ver otro tipo de
órdenes políticos, que también están ya funcionando, de manera operativa
y efectiva.

Otro punto que Escalante señaló dos veces —y que me pareció bello— es
la necesidad de que la legalidad sea respetada no solo por los ciudadanos
sino también por los propios funcionarios del Estado. Ahí hay un punto
importante. Ustedes, y nosotros en los programas de desarrollo y paz, ex-
perimentamos una relación constante con los funcionarios públicos, pero
no tenemos investigaciones que nos digan quiénes son los funcionarios del
Estado colombiano en las regiones, ni cuál es la trayectoria de esos fun-
cionarios, ni cómo son. También sabemos que muchos funcionarios de los
programas de desarrollo y paz están pasando a ser funcionarios del Estado.
Esto nos presenta también un campo inmenso para trabajar y para observar
qué lógicas se imponen, dadas las condiciones estructurales en que se hace
la vida política en Colombia.

Quisiera cerrar señalando un problema muy importante sobre el que


ambos conferencistas llamaron la atención: la semejanza de algunos de los
rasgos de la situación colombiana actual con la conflictiva concentración
de los recursos de coerción en los procesos de formación de los Estados
de Europa. Sin embargo, también advirtieron que en los siglos XVII, XVIII y
XIX se estaban apenas configurando los procedimientos políticos y las ideas
que hoy consideramos constitutivas del Estado. En cambio, hoy existe ya un
sistema internacional de Estados, con unas regulaciones internacionales y un
reconocimiento de derechos que hacen que finalmente las situaciones sean
incomparables. A mí me gusta llamar la atención sobre ese contraste porque

— 344 —
III PARTE : POLÍTICA Y CONFLICTO

se traduce en una pregunta concreta sobre el tipo de conocimiento que como

PANEL 3
sociedad, como científicos sociales y como ciudadanos queremos construir
sobre nuestras sociedades. Cuando Escalante dice que algunos miran por la
ventana y no ven mexicanos en México, yo me pregunto: ustedes qué ven
cuando se asoman por la ventana. Cuántos de nosotros, cuando hacemos
procesos de formación política, no vemos sino gente inculta, ignorante y
manipulada por el partido político o por el cacique. Eso nos hace revisar las
formas de conocimiento desde donde producimos nuestros informes para
las agencias, las formas de conocimiento desde donde se producen nuestras
propias relaciones como integrantes de una ONG o de una universidad. Es
posible que a las agencias haya que hablarles en un lenguaje específico,
pero el problema es cuando uno no sabe que está hablando con el lenguaje
de quien lo domina, con el lenguaje de quien le ha dado las categorías para
analizar su propia experiencia.

Termino con una cita del sabio Caldas que me gusta y que dice: “qué triste
destino ser americano; nada de lo que encuentro está en mis libros”. Esa cita
siempre me impresionó porque a mí me pasaba lo mismo: nada de lo que
yo encontraba estaba en mis libros, lo que yo encontraba era clientelismo y
eso estaba mal, no encontraba partidos políticos, no encontraba sociedad
civil, no encontraba ciudadanía, no encontraba paz, no encontraba Estado,
no encontraba nada de lo que los libros me decían que debía ser el Estado.
Sin embargo, en las regiones, como ustedes saben, la gente tiene un gran
anhelo del Estado, en los pueblos más distintos no hay agencias del Estado
pero la gente dice “el Estado nos abandonó, el Estado nos hace falta, el Es-
tado”. Eso no es realismo mágico pero a eso solo le podemos dar un lugar
analítico si podemos conversar más, por medio de este tipo de iniciativas
como las del Centro de Excelencia, con aquellos que tienen experiencia en
las regiones y comprenden el sentido común de los pobladores y con las
personas que pueden, desde estos lugares, traducir eso en libros que los
científicos sociales sí pueden leer.

— 345 —
HACIA LA RECONSTRUCCIÓN DEL PAÍS

COMENTARIOS DE GUSTAVO DUNCAN*


PANEL 3

Más que hacer una serie de comentarios sobre mis acuerdos y desacuerdos
con los ponentes centrales, quisiera agregar otra serie de puntos a la discu-
sión sobre lo que han dicho los dos expositores. Hay una idea general que se
nota en ambas presentaciones: el consenso sobre el hecho de que la creación
del Estado moderno liberal es hoy la única opción viable como un proyecto
articulado, como un discurso articulado en el proyecto de la modernidad. En
otros casos pueden existir otras formas alternas de Estados y orden social,
pero estas formas, sean como sean, no tienen una expresión en un discurso,
no están articuladas en una construcción académica e intelectual. Sin em-
bargo, tienen un peso más allá de su forma puramente espontánea, lo que
me sitúa en el problema que vamos a analizar: esas “zonas grises” donde no
están definidas las formas tradicionales del Estado y la sociedad, pero donde
tampoco se ha llegado a un estadio mínimo de modernidad apreciable.

Habría que preguntarse entonces por la explicación de esas zonas grises,


su permanencia y sus causas, lo mismo que por las posibilidades de trans-
formarlas en un orden moderno. Ahí volvemos al principio: pensamos en lo
deseable y en lo que habría de posible de ello en el caso colombiano, aunque
eso sigue siendo materia de discusión. Aquí tendría que hacer una cuña de
los patrocinadores, de Fescol en mi caso, con el que estamos ya tratando el
tema de cómo construir un Estado moderno de derecho en Colombia, qué
recomendaciones habría que hacer para ello, en un ejercicio que va un poco
más allá de la dimensión puramente explicativa. En esa discusión sobre las
zonas grises quisiera centrarme sobre un aspecto muy particular del orden
social que va surgiendo en ellas: las relaciones clientelistas. Me pregunto
por qué siguen primando esas relaciones entre caciques y clientelas que
van configurando ese orden social con formas alternas de ciudadanía. Y, en
el caso particular de Colombia, me pregunto por qué esa transición de las
relaciones clientelistas y las tensiones entre facciones no ocurre en forma
pacífica sino en forma particularmente violenta.

* Investigador independiente, profesor asistente de la Universidad de los Andes, master en Global Security de la Universidad de
Cranfield.

— 346 —
III PARTE : POLÍTICA Y CONFLICTO

Para responder a esos interrogantes creo necesario tomar un punto que

PANEL 3
se ha ido paulatinamente olvidando: el apoyo de la población para el poder
de los caciques. Normalmente, analizamos mucho el contenido del inter-
cambio desigual que llega de los caciques hacia las bases clientelistas pero
nos alejamos un tanto de considerar qué es lo que esas clientelas otorgan a
los caciques y patrones para que accedan al poder que detentan. Y tampoco
nos preguntamos hasta dónde llega ese poder de regulación, ni sobre qué
pueden regular, ni sobre qué transacciones permiten que los caciques ad-
quieran ese poder. Creo que todo esto va a estar dado por el tipo de apoyo
que van a recibir.

En el análisis del caso colombiano veríamos que, a diferencia de otros


países e incluso de algunas regiones de Colombia, en muchas zonas bajo
el dominio clientelista el respaldo al poder no es solo electoral, por medio
de los votos, sino militar, con mano de obra para armar ejércitos. Este es el
apoyo que las clientelas pueden otorgar a sus caciques. Obviamente, tam-
bién les dan prestigio y otra serie de combinaciones. Esto nos trae al tema
de las elites, que Pécaut estaba analizando en su presentación: cómo se han
utilizado estos mecanismos clientelistas para mantener subordinadas a las
clases sociales más bajas. A mi modo de ver, en los años más recientes se
ha operado una gran transformación, que puede inclusive ser considerada
como una revolución en las elites colombianas, sobre todo en las regiona-
les. Esto se va a presentar principalmente porque esas transformaciones
han producido dos figuras nuevas en esas zonas grises: los guerreros y los
empresarios del narcotráfico.

Sé que esto puede sonar polémico, pero no creo que hayan sido las oligar-
quías ni las elites tradicionales de las regiones las que formaron los ejércitos
de autodefensa ni las que crearon una organización con suficiente disciplina y
capacidad de fuego para imponerse regionalmente. Considero que los orígenes
de estos grupos son muy confusos: algunos de estos jefes, como Mancuso
o “Jorge 40”, provenían de las clases altas pero otros, como “Don Berna” y
“Macaco”, tienen un origen totalmente lumpenizado. Pero ambos tipos de
grupos se parecen en que logran transformar esas relaciones clientelistas y los

— 347 —
HACIA LA RECONSTRUCCIÓN DEL PAÍS

espacios que van a hacer parte del poder. Es decir, las relaciones clientelistas
PANEL 3

van a controlar el poder y el tipo de apoyo que van a recibir ahora en la rela-
ción clientelista. Si antes los caciques políticos de los setenta controlaban el
presupuesto público y ciertas inversiones en barrios marginales, aumentando
su prestigio carismático en determinadas comunidades, la llegada de estos
ejércitos produce una transformación radical, pues alcanzan a convertirse en
Estados de hecho en numerosas regiones, sobre todo en zonas rurales.

Por otro lado, otro elemento importante de esa transformación está dado
por los empresarios del narcotráfico, que no son empresarios capitalistas
racionales en el sentido weberiano, sino de una lógica empresarial muy dife-
rente: la gran diferencia de estos empresarios, lo que los hace convenientes
para estas sociedades es su capacidad de crear nuevas fuentes de ingreso
dentro de los limitados mercados de sus regiones, semejantes a la depreda-
ción local que amplía el respaldo de estas bases clientelistas. Los paramilitares
eran capaces de cobrarle impuestos a Chiquita Brands, no porque querían
hacerle un favor a esta multinacional bananera, sino porque controlaban el
narcotráfico y este control los hacía capaces de imponerse como poder re-
gional: si Chiquita o la Drummond o quienquiera quería trabajar en su zona,
pues, tenía que pagar un impuesto.

Esta presencia de los empresarios del narcotráfico produce grandes cam-


bios en las elites regionales, porque su organización militar y su capacidad
empresarial les permiten negociar en condiciones de poder muy distintas de
las que existen con el centro político y con la misma comunidad internacio-
nal. Este cambio en las elites permitió también la exposición de sociedades
tradicionales —no las llamemos premodernas para no entrar en ese debate,
pero, digamos, no tan próximas a muchos elementos del mundo moderno—,
sobre todo por medio del consumo y los cambios de hábito y sensaciones
que éste conlleva. Un punto que es necesario analizar va a ser cómo el acceso
a mercados y excedentes del mundo externo ha permitido la solución del
problema de vivienda y nutrición por medio de la monetarización económica
de las grandes ciudades. Gloria Isabel tiene un trabajo muy interesante al
respecto sobre el clientelismo en Montería.

— 348 —
III PARTE : POLÍTICA Y CONFLICTO

Esto se hace obviamente sin mayores ideologías, y en el caso colombiano

PANEL 3
diría que afortunadamente, porque no resistiría a un Marulanda que fuera
tan locuaz como el subcomandante Marcos. Esto sería un esperpento y ya
tenemos suficiente con los consejos comunitarios. En este caso el punto im-
portante es que en estas sociedades hay órdenes espontáneos que funcionan
sin necesidad de un gran discurso: paramilitares y guerrillas defienden algún
tipo de orden sin que éste pase por un discurso ideológico que convenza a
la población. Sin embargo, su orden termina imponiéndose, de manera que,
incluso, cuesta mucho trabajo transformarlo después. En el día de hoy puedo
decir que hasta los jefes paramilitares recluidos en Itagüí han perdido ya su
poder frente al rearme de las regiones que antes controlaban, porque esto
les va a significar su no retorno a largo plazo; no van a poder regresar a esas
regiones porque las condiciones de seguridad van a ser incontrolables. Eso
nos muestra que el orden que ellos estaban ejerciendo era un orden espon-
táneo, que no era muy fácil de transformar para esa organización armada.

También habría que decir que no solamente los cambios en esas formas
de Estados locales van a estar expresados por la interacción de los actores,
sino que van a ser también fruto del mismo contexto social. Es decir, los
actores armados solo controlan hasta donde la sociedad se deja controlar,
pero se trata de una situación estática, pues la acumulación de recursos del
narcotráfico ha posibilitado también grandes transformaciones sociales. Por
ejemplo, veamos simplemente dos hechos que van de la mano del proceso
de modernización: por un lado, han permitido la acumulación de grandes
núcleos de población en capitales y centros urbanos, pues entre los dos
censos ciudades como Villavicencio han crecido un 67%, y Montería un 39%,
mientras que Soledad y Soacha, ciudades satélites de Barranquilla y Bogotá,
respectivamente, crecen al 90% y 70%. Eso nos muestra que se está dando
una condición mínima del proceso de modernización, que es la aglomeración
de población, mientras que los municipios de menos de diez mil o veinte
mil habitantes van decreciendo en tasas promedio del 20% entre censos,
aunque existen grandes fluctuaciones, dependiendo del tipo de municipio
de que se trate.

— 349 —
HACIA LA RECONSTRUCCIÓN DEL PAÍS

Eso también ha permitido la creación de mercados de consumo, aunque


PANEL 3

ellos siguen estando en zonas grises porque no son regulados por el Estado.
Me refiero a los “sanandresitos” y las ventas ambulantes, que permiten el
acceso a ciertas mercancías y servicios del mundo globalizado con todos
los cambios que producen en el sistema de hábitos y normas, pero que no
pueden ser regulados por el Estado, debido a cuestiones de precio y a la
economía política del narcotráfico, si no por algún tipo de mafias, grupos
paramilitares, etc.

Y quisiera terminar con un caso que no me resisto las ganas de contar


para mostrar que todo ese problema del terror y la violencia ejercidos por
estos grupos armados está sumamente relacionado con el contexto social.
En Marialabaja, un personaje que había estado mucho tiempo ausente del
pueblo y sobre el cual corrían rumores de estar enfermo de sida, fue asesina-
do por el jefe paramilitar por petición de las madres de los adolescentes del
lugar; ellas estaban preocupadas por el peligro de un posible contagio por
intermedio de actos sexuales con burras, que es una práctica considerada
común en la región. A pesar de la escasa o nula posibilidad de contagio, el
personaje fue eliminado por la “petición de justicia” hecha al jefe paramilitar
por personas de la comunidad. La pregunta que queda sobre la responsabi-
lidad del crimen es si ésta recae en el paramilitar o en la comunidad, cuyos
hábitos y creencias dieron origen al asesinato.

COMENTARIOS DE MAURICIO ROMERO*

En primer lugar, quiero problematizar la afirmación de Fernando Escalante


acerca de la posibilidad de que la democracia y la prosperidad podrían sur-
gir del crimen. Aunque éste ha sido el caso de otros países y otros lugares,
una afirmación de este estilo resulta lapidaria en el contexto colombiano y

* Doctor y master en Ciencia Política del New School for Social Research, economista de la Universidad de los Andes. Profesor de la
Facultad de Ciencia Política y Relaciones Internacionales de la Universidad Javeriana.
La intervención de Mauricio Romero no pudo ser reproducida en su totalidad por fallas en la grabación pero la relatoría de Silvia Monroy
nos permitió reconstruir las ideas centrales de la misma.

— 350 —
III PARTE : POLÍTICA Y CONFLICTO

especialmente para los propósitos de los Laboratorios de Paz. No me imagino

PANEL 3
que sean precisamente los descendientes de los jefes paramilitares los que
van a liderar la reconstrucción del país.

En segundo lugar, quiero volver al tema de la competencia entre las eli-


tes, resaltado por Pécaut. Desde el punto de vista de las Farc, los sectores
correspondientes a las elites conservadoras y liberales son vistos como total-
mente homogéneos, pues desconocen las fisuras y contradicciones internas.
Si volvemos a la historia reciente de los procesos de negociación, es posible
observar que el Partido Conservador apostó a un acuerdo con las Farc para
redefinir las mayorías electorales de algunas y tratar de construir así una
especie de Estado republicano. Pero estas apuestas fallaron con los procesos
de negociación que hubo en 1982, en el gobierno de Belisario Betancourt, y
volvieron a fracasar con lo ocurrido bajo Pastrana en 1998. En este último
caso, el liberalismo estaba dividido y, de nuevo, una minoría conservadora
trató de hacer una negociación política con las Farc. En ambos casos, tanto
en 1982 como en 1998, se trató de coaliciones menores de facciones, sin
apoyo del Congreso, ni de los militares, ni de la empresa privada.

A propósito de las características de las negociaciones del actual gobierno


de Álvaro Uribe con la Autodefensas Unidas de Colombia, que incluyen a
sectores del narcotráfico, me pregunto qué se puede hacer con los actuales
Estados grises, diferentes de los que existían en las épocas de los anteriores
procesos de negociación con la guerrilla. En este sentido, quiero referirme
a la idea señalada por Jenny Pearce sobre la necesidad de insistir más en
el “optimismo de la voluntad” que en el “pesimismo del intelecto”. De esta
idea podemos partir para el propósito de identificar focos de ciudadanía
regionales que puedan competir con el poder de facto que quedó luego de
la desmovilización de las AUC.

— 351 —
HACIA LA RECONSTRUCCIÓN DEL PAÍS
PANEL 3

DISCUSIÓN Y PREGUNTAS
Relatoría de Silvia Monroy*

En primer lugar, Daniel Pécaut se refirió a una pregunta, relacionada con su


apreciación sobre la carencia de expresión política clara, al lado de una ex-
presión armada cruel de los grupos armados colombianos, específicamente
las Farc. Según él, la discusión se centra en la definición de actor político, y
reitera que éste no se define por los discursos ni por las propuestas genéri-
cas que pueda transmitir, sino por su manera de actuar. Sobre su actuación,
juzga que el balance de las actuaciones de las Farc no es favorable, pues no
han conseguido construir un modelo de sociedad local, ni siquiera en áreas
donde tuvieron tanta influencia, como El Caguán. En ese sentido, Pécaut
afirma que es necesario exigir que los actores armados participen del debate
político nacional, y cita nuevamente los casos del subcomandante Marcos,
Abimael Guzmán y algunos líderes de las guerrillas de El Salvador: esas
personas contribuían a un debate político y contaban con cierto prestigio,
incluso internacional. Pécaut se pregunta, en cambio, por la doctrina política
que han escrito las Farc: cuestiona específicamente el caso de Alfonso Cano,
supuestamente el ideólogo e intelectual, del cual no se conoce un texto ni un
esfuerzo claro de sistematización de determinados postulados ideológicos
del movimiento.

Sin explicitar claramente las preguntas del público a las que se refirió,
Pécaut analizó el tema de las sociedades jerárquicas. Reconoce que las eli-
tes colombianas se han venido transformado, como lo muestra el caso de
la familia Ospina, una de las familias que poseían simultáneamente el pres-

* Antropóloga de la Universidad de los Andes, Bogotá, y magíster en Antropología Social por la Universidad de Brasilia, donde se encuentra
actualmente realizando estudios doctorales en Antropología Social. Fue docente e investigadora en el Departamento de Antropología de
la Universidad de Antioquia.

— 352 —
III PARTE : POLÍTICA Y CONFLICTO

tigio histórico, económico y político. En la actualidad ya no existe ese tipo

PANEL 3
de formaciones sociales de la misma manera, máxime en un contexto en el
cual los pobres se vuelven rápidamente ricos y los ricos se empobrecen con
la misma rapidez.

Ante una tercera pregunta del público en relación con la significación de


una memoria colectiva en Colombia, Pécaut respondió que era actualmente
uno de los temas que más le interesaban. Reafirmó enfáticamente la necesi-
dad que tiene Colombia de hacer historia y memoria, pues el país no puede
seguir con las visiones míticas de su propia historia, en las cuales se supone
que todo ha sido igual desde el siglo XIX hasta la actualidad. La construcción
de la historia debe, dice Pécaut, marchar a la par del reconocimiento de las
diversas memorias existentes en relación con la experiencia del conflicto.
Ya para finalizar, destaca la fortaleza de las personas que viven en áreas
de conflicto armado. Recordando un recorrido que hizo por Chocó, lamenta
que los académicos hagan lo mismo que los políticos: llegar a la población,
dar un discurso y salir después de dos días, dejando a las poblaciones en un
estado mayor de vulnerabilidad.

Por su parte, Fernando Escalante, en su respuesta a las preguntas hechas


por el público, aclaró, en primer lugar, que la frase sobre “la necesidad de
menos Hobbes y más Maquiavelo” la tomó del último artículo de Geertz,
“¿Qué es el Estado cuando no es soberano?”. En segundo lugar, comprende
que suscite escándalo la frase sobre la posibilidad de que la democracia surja
del crimen; sin embargo, señala que la importancia de la frase radica en que
las comunidades puedan instrumentalizar la violencia —idea que toma del
comentario de Gustavo Duncan—. Enseguida resalta de la presentación de
Gloria Isabel Ocampo el argumento de que el clientelismo proporciona una
seguridad a las clases populares. Para reforzar esto cita el caso del Ejército
Zapatista, que se constituyó en una alternativa rentable para las comuni-
dades de Chiapas, aun para las que no eran zapatistas, que recibieron, no
obstante, ayuda del gobierno y de las ONG gracias a la existencia del con-
flicto armado.

— 353 —
HACIA LA RECONSTRUCCIÓN DEL PAÍS

En referencia a la idea expuesta por Gloria Ocampo sobre la necesidad


PANEL 3

de un tercero que haga justicia, Escalante insistió en que las personas del
común piden justicia y no ley. En México, dice Escalante, una encuesta re-
ciente arrojó como resultado que un 60% de los mexicanos piensa que la ley
no debe cumplirse si es injusta. Para el conferencista, esto refleja una cultura
política elaborada, en la cual las personas creen que debería haber un vínculo
entre la ley y la justicia, lo que significa que se continúa aspirando a que la
ley represente a la justicia.

Ante otras preguntas del público respecto a los momentos cuando la


debilidad del Estado se torna en una solución de los problemas, Escalante
usó el ejemplo de la legislación mexicana sobre las vedas en las pesca del
camarón, que ordena reducir la captura en la costa durante un mes del año.
Esta ley es inviable, según el conferencista, pues existen comunidades de
la costa de Campeche que solo pueden dedicarse a la pesca en el área del
litoral, en contraste con las grandes empresas pesqueras, que pueden pescar
en alta mar. El cumplimiento de la norma condenaría a las comunidades de
pescadores a morirse de hambre. Así que, apunta Escalante, solo un Estado
que sabe ser débil en ocasiones puede ofrecer una solución en lugar de hacer
cumplir la ley de manera unívoca, lo cual crearía problemas mayores.

Frente a la pregunta sobre la posibilidad de reconstruir el Estado, Escalante


volvió a presentar la necesidad de reflexionar sobre qué es el Estado y para
qué sirve. Dijo estar convencido de que el Estado del modelo está fuera de
nuestro alcance, así que lo importante sería entender cuáles son las formas
actuales de concentración del poder y de la autoridad política. En lugar de
continuar propiciando discusiones privadas un tanto académicas en relación
con un poder que no existe, afirma el comentarista, se deberían estudiar a
fondo aquellos poderes concretos que están emergiendo. Un siguiente paso
sería hacer una discusión pública sobre esos hallazgos

Para responder a una última pregunta formulada por el público sobre la


relación entre clientela y ciudadanía, Escalante insistió en que este tipo de
preguntas partía de una definición conceptual, de carácter dicotómico, que

— 354 —
III PARTE : POLÍTICA Y CONFLICTO

contrapone un ciudadano virtuoso, individualista y racional, a otro, miembro

PANEL 3
de clientelas, egoísta, interesado y bárbaro. El problema es que el acento sobre
las virtudes del ciudadano —el sacrificio, el valor, la abnegación— nos hace,
en palabras de Escalante, correr el riesgo de defender una ciudadanía ideal
abstracta, que puede terminar convirtiéndose en un lenguaje de clase.

Finalmente, Jenny Pearce respondió una pregunta sobre la incidencia en


políticas públicas de las experiencias positivas y negativas que ella destacó
en el marco de los proyectos de construcción de paz. Para la investigadora,
la formulación de políticas públicas es precisamente la parte más débil de
toda la acción civil llevada a cabo hasta el momento en zonas de conflicto.
Asegura que esto tiene que ver con las características intrínsecas de las pro-
pias políticas públicas; sin embargo, insiste en afirmar que no es un aspecto
inmodificable, sobre todo en relación con lo que se ha adelantado respecto
a la discusión de nuevas formulaciones en torno del espacio público.

Al final de su exposición Jenny llamó la atención sobre el peligro, de-


tectado por ella a partir de su experiencia con organizaciones sociales en
zonas de conflicto, de que las reconceptualizaciones propuestas por la
academia puedan interrumpir procesos en los cuales las organizaciones de
base utilizan algunos de estos conceptos. Para ella, el uso de ciertas nocio-
nes por parte de organizaciones de la sociedad civil se hace, justamente,
en momentos históricos puntuales y decisivos. En este punto, ella une esta
última reflexión con la pregunta hecha por el público sobre cómo articular
academia, organizaciones sociales e instituciones gubernamentales en pro
de la transformación positiva del conflicto. Para responder a esta inquietud,
Pearce propone una transformación de la academia en el sentido de reconsi-
derar las bases de la investigación, pues ésta debe vincular los procesos de
los actores sociales. Según ella, hay una necesidad urgente de que todos los
intelectuales asuman su responsabilidad en la transformación social, para
ofrecer, de forma particular, apoyo a los procesos que se están llevando a
cabo en las regiones.

— 355 —
HACIA LA RECONSTRUCCIÓN DEL PAÍS
PANEL 3

— 356 —
CONCLUSIONES
El papel de las Ciencias Sociales en
la resolución de los problemas del país:
algunos retos
Mauricio García Durán, s. j.*

En primer lugar, quiero reiterar la importancia y gran significación que para


el Cinep tiene la participación en un proceso de reflexión como el que hemos
realizado en este evento, expresión de un trabajo de investigación de largo
aliento que busca contribuir a la construcción de país en regiones afectadas
por el conflicto armado. El esfuerzo concertado que implica Odecofi es una
muestra de la necesidad que tenemos de sumar esfuerzos para poder conso-
lidar el horizonte de nuestro aporte, no solo en la comprensión de la realidad
diversa y conflictiva de nuestro país, sino ante todo en la consolidación de
los caminos de respuesta y las estrategias de transformación necesarias para
consolidar una convivencia justa, sostenible y en paz entre nosotros.

Teniendo presente este marco, quiero referirme a algunos retos que en-
frentan las Ciencias Sociales en su esfuerzo por contribuir a la resolución de
los problemas del país, particularmente los emanados del conflicto armado
y la violencia. En la Colombia de hace veinte años era escasa, por no decir
nula, la investigación y la producción académica sobre temas de paz y re-
solución de conflictos. Eso ha cambiado significativamente en estos últimos
años. Hoy no se encuentra una universidad que no maneje un programa o

* Director del Cinep, politólogo de la Universidad de los Andes, maestría en Filosofía de la Universidad Javeriana y doctor en Estudios de
PaĐ

— 359 —
HACIA LA RECONSTRUCCIÓN DEL PAÍS

una especialización que de una u otra manera aborde el tema; igualmente,


es difícil encontrar una ONG que no tenga algún proyecto dirigido hacia esa
temática. Es prácticamente imposible hacer seguimiento cotidiano a toda la
significativa literatura sobre el tema, que no solo ha crecido en número sino
también en la diversidad de aspectos y asuntos desarrollados.

Un primer desafío es lograr la producción de un conocimiento más com-


prensivo e integral de nuestra realidad de conflicto y de sus alternativas de
solución. Aunque existe una gama grande de estudios y análisis, en general
tienden a ser parciales y enfocados a un determinado aspecto de la reali-
dad; falta ciertamente más diálogo entre los análisis sobre la violencia y los
trabajos sobre construcción de la paz, entendida ésta en su acepción más
amplia y en sus diferentes dimensiones. En los últimos años se han hecho
algunos esfuerzos por tender miradas más comprensivas de la dinámica del
conflicto y de sus eventuales alternativas, entre los que vale la pena destacar
“La paz: desafío para el desarrollo”, estudio promovido por el Departamento
Nacional de Planeación al final de los noventa, y “El conflicto, callejón con
salida”, impulsado por el Pnud como informe nacional de desarrollo humano
en 2003. Considero que es necesario seguir profundizando en ese sentido, es
decir, ahondar el diálogo entre una investigación académicamente rigurosa
y los esfuerzos que hacen distintos actores sociales por construir la paz,
como es el caso de los programas de desarrollo y paz (PDP). Este es uno de
los grandes retos que enfrenta Odecofi.

Una segunda tarea que tienen los esfuerzos de análisis e investigación


sobre la realidad colombiana y sus perspectivas futuras es dar adecuada
cuenta de las distintas temporalidades del conflicto y la paz, estableciendo
al mismo tiempo las conexiones y relaciones entre una y otra. No solo es
necesario distinguir entre las dinámicas estructurales y de larga duración y
los procesos coyunturales, sino que también hay que prestar atención a las
distintas fases del conflicto, que coexisten de diversa manera, dependiendo
de las regiones y los contextos: es decir, situaciones donde el conflicto está
latente; situaciones donde se ha escalado y alcanzado niveles serios de vio-
lencia; situaciones donde se buscan formas de desescalar el conflicto, avanzar

— 360 —
CONCLUSIONES

en acuerdos humanitarios o iniciar negociaciones de paz; y situaciones de


posconflicto. De la situación diversificada de temporalidades del conflicto se
deriva así mismo la existencia de acciones diversificadas en la construcción
de la paz: prevención, contención del conflicto, negociación, acciones de
posconflicto y reconciliación. Esto tiene implicaciones al abordar temas que
son estratégicos en la perspectiva de la paz.

Por ejemplo, las Ciencias Sociales deben aportar los elementos necesarios
y pertinentes para reflexionar sobre problemas como la seguridad en nuestro
país, a fin de distinguir las diversas exigencias que se derivan de las distintas
temporalidades de la guerra y la paz. Es un tema que no todos los actores
sociales hemos asumido y trabajado. Está el ejemplo del movimiento por la
paz, que en ocasiones se dejó de lado por considerarlo un tema “retrógrado”.
Ello ha creado un vacío para avanzar en la consolidación de un Estado social y
democrático de derecho, para plantear alternativas concretas en los distintos
momentos de escalamiento del conflicto y de procesos de negociación. Se
requiere pensarlo y trabajarlo a fondo, teniendo presentes las complejidades
de nuestro conflicto y los distintos momentos de la construcción de la paz,
de forma tal que Colombia pueda avanzar hacia un legítimo monopolio de
la fuerza, en unas condiciones de seguridad que respeten la democracia
y la participación social: es decir, que podamos contar con una seguridad
verdaderamente democrática.

Un tercer reto que tienen las Ciencias Sociales en Colombia es dar cuen-
ta crítica de los principios y fundamentos normativos que subyacen en las
categorías y conceptos que utilizamos en las investigaciones para analizar
las situaciones de conflicto y los esfuerzos en la construcción de la paz. De
hecho, la crisis de paradigmas dejó en la sombra la relación entre nuestras
categorías de análisis y las condiciones de cambio social. Es necesario resca-
tar ese debate. En los estudios del conflicto no siempre es claro el horizonte
normativo que existe en algunos de nuestros análisis. Por ejemplo, una co-
rrelación estadística, por muy alta que ella sea, no obvia la pregunta acerca
de los supuestos que subyacen en la relación que se pretende establecer
entre dos variables.

— 361 —
HACIA LA RECONSTRUCCIÓN DEL PAÍS

Otros dos ejemplos planteados a lo largo de este seminario fueron el tema


de la función distributiva de los ciclos económicos (cf. Jorge Iván González)
y la tensión que puede percibirse entre el optimismo de la voluntad y el pe-
simismo de la inteligencia (cf. Jenny V. Pearce).

Un cuarto reto que enfrentan las Ciencias Sociales en el contexto colom-


biano es la necesidad de traducir el conocimiento alcanzado sobre la realidad,
sobre el conflicto y la violencia, en políticas públicas que sean alternativas
concretas para la construcción de una sociedad más justa, sostenible y en paz.
Es indiscutible que hoy contamos con análisis muy sólidos sobre la dinámica
de la violencia y de los procesos políticos de configuración del Estado. Sin
embargo, no podemos quedarnos ahí. El reto que tenemos es pasar de las
Ciencias Sociales “puras” a las Ciencias Sociales aplicadas, es decir, a conoci-
mientos sociales que se traduzcan en soluciones sociales y políticas posibles
y pertinentes para la paz, que se traduzcan en cambios institucionales que
permitan afianzar un Estado social y democrático de derecho.

Un quinto reto, derivado del anterior, es no solo traducir este conoci-


miento en políticas públicas, sino igualmente hacer de él una herramienta de
formación sociopolítica para el empoderamiento de los actores sociales y las
organizaciones de la sociedad civil, de forma tal que puedan desempeñar el
necesario papel en el proceso de construcción de Estado y de consolidación
de una ciudadanía más real, menos hipotética. Así como necesitamos más
Estado (un Estado que cumpla sus funciones), también necesitamos más
sociedad civil, es decir, más actores sociales capaces de demandar la paz,
la democracia y la justicia que demanda cualquier avance en la construcción
de nación. Se requiere que el conocimiento social contribuya positivamente
a que la movilización social tenga incidencia política real en la consolidación
de un Estado social y democrático de derecho.

Una sexta y última tarea que tenemos en las Ciencias Sociales colom-
bianas es la de ampliar la capacidad comparativa del caso colombiano con
situaciones de conflicto y construcción de paz de otros países. Se han hecho
esfuerzos en esa dirección, particularmente en lo relacionado con los proce-

— 362 —
CONCLUSIONES

sos de paz, pero se requiere enriquecer y “confrontar” la experiencia colom-


biana con lo que acontece en otras latitudes, con la ayuda de más estudios
comparados. El ejercicio comparativo puede ayudarnos a entender mejor las
especificidades de nuestro conflicto e impulsarnos a explorar y ajustar a la
realidad colombiana alternativas que en otros contextos se han mostrado
útiles para resolver conflictos profundamente arraigados. El caso de Irlanda
del Norte, por ejemplo, nos interpela por lo menos en tres puntos: habla de la
necesidad de encontrar un esquema de solución negociada que permita que
todas las partes enfrentadas se sienten a la mesa; llama a promover políticas
públicas que hagan frente a problemas sociales que alimentan el conflicto,
como ocurría con las discriminaciones en vivienda y empleo para los católi-
cos irlandeses; e impulsa a multiplicar los esfuerzos de construcción de paz
y reconciliación que desde la base, a partir de los grupos y organizaciones
sociales, van creando alternativas en el orden local y regional.

Relacionada con este desafío está la exigencia de discutir los implícitos


existentes en la cooperación internacional. En el conocimiento acumulado
de la realidad de conflicto y paz encontramos elementos importantes que
nos permiten debatir con seriedad los implícitos que alientan las estrategias
de cooperación internacional y, en consecuencia, formular propuestas y
sugerencias para una acertada redefinición de las mismas, de forma tal que
puedan responder adecuadamente a las necesidades que plantea la cons-
trucción de la paz en el país. Los programas de desarrollo y paz formulan
objetivos muy concretos en ese sentido, como ya ha sido planteado por los
observatorios de los mismos.

Cartagena, 25 de enero de 2008.

— 363 —

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