DE HOMBRES Y RATONES
Por Francisco Rodríguez Criado
Hombres y ratones en la casa de los
malfenti
Hace aproximadamente un año, el editor de
una revista literaria me pidió una
colaboración fija. O igual fui yo quien le
propuso esa colaboración, no sé, en el mundo
de las Letras pasa como en el amor: sus
mimbres están tejidos por un desaprensivo y
llega un momento en que ya no se sabe quién
es el conquistador y quién el conquistado.
Sea de una manera u otra, este editor me dio
la posibilidad de bautizar la columna a mi
antojo. Yo que soy un tipo más bien vago, tiré
por el camino de la comodidad y me apropié
del título del libro que estaba leyendo
entonces, “De ratones y hombres”, de John
Steinbeck. Sólo tuve que cambiar el orden de
las criaturas para dar con este De hombres y
ratones. Esa travesura fecundó un título que
no ilumina al lector -más bien lo contrario-
sobre lo que puede encontrar más abajo. (Fue
tanta la desorientación que ese editor
finalmente dejó de publicar mis textos sin
darme una explicación convincente. De
hecho, no me dio ninguna).
La historia vuelve a repetirse. El bueno de
Roberto Goñi ha tenido la gentileza de
hospedarme en su casa (que es suya pero
también de numerosos Malfentis), reputada
en toda la comarca por su biblioteca, su
piscina y su chimenea. Ha aceptado incluso a
mis hombres y ratones, tristes vagabundos
desde que se quedaron sin cobijo. Y todo ello
sin cobrarme alquiler.
Pero, ojo, no es oro todo lo que reluce.
-Tendrás que escribirnos algo, majete, no te
vamos a tener aquí por la cara. Cierto que
ésta es una revista de calidad y sin embargo
tú... Pero, en fin, tus aportaciones nos
vendrán de maravilla para resaltar los valores
literarios de los otros colaboradores.
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Acepté la invitación: ese desastrado escrito a
cambio de “una habitación con vistas”,
desayuno, comida y cena incluidos.
El caso es que no vengo solo. Soy un
solipsista al que le gusta verse rodeado de
sus amigos, valga la posible contradicción. Es
por eso que, de la misma forma que otros
llevan siempre consigo el teléfono móvil o la
foto de sus hijos en la cartera, yo voy
habitualmente acompañado de mis amigos,
almas disipadas que se pellizcan unos a otros
de vez en cuando para cerciorarse de que
están vivos. A algunos los he conocido en la
librería El Buscón, en el bar La Metralleta, en
el hostal Alfonsina o incluso en la cafetería
del tanatorio, lugar que frecuento
asiduamente para aclarar las pocas ideas que
aún conservo. Otros, con más iniciativa, me
asaltan a mí: durante mis paseos, en el
autobús, en mis sueños, mientras guiso las
patatas...
Mi madre no ve con buenos ojos a mis
amigos “del hampa”. Tampoco le gustan mis
veleidades creativas. Dice que después de
leer mis libros tiene que darse una buena
sesión de telenovelas para recuperar el
ánimo.
-Sigues perdiendo el tiempo, hijo, como
cuando eras niño –me reprende-. Si me
hubieras hecho caso cuando te dije que
prepararas las oposiciones de bombero...
Pues no. Nunca quise ser bombero. Pero –
ahora que lo pienso- tampoco anhelé ser
escritor. El mundo es un sinsentido y no seré
yo quien intente a estas alturas regular sus
normas. Y para demostrar lo primero aquí
estamos Héctor Garrido, Gandía, el Chino,
Bubi, este servidor... Nuestros temas son la
muerte, el absurdo de la vida, la apatía, el
hastío existencial, la transmigración de la
especie, la lumbalgia...
Sírvase el lector de seguir o no nuestros pasos
erráticos. Por aquí merodearemos
alimentando nuestros estómagos y nuestras
patologías. Sólo una recomendación, amigo:
trata de apreciarnos si quieres, pero nunca de
MUERTOS EN VIDA
Amigo P.:
Me han dicho que te has comprado un piso y
una motocicleta, has engordado media
docena de arrobas y te has casado con la
dueña de la peluquería en la que trabajabas.
Ignoro si es cierta esta información o si en
cambio es sólo un bulo alimentado por el
hastío y la influencia de alguna película
francesa de culto.
Yo estoy bien, tengo dos hernias discales que
antes no tenía, he de ingresar un día de estos
en el quirófano para que me operen un
"insignificante" pólipo en la garganta y he
conocido a una mujer que remienda mis
calcetines cuando no está ocupada
escribiendo versos alejandrinos a la luz de las
estrellas.
Son otros tiempos, viejo amigo. Nada que ver
con aquella época en la que salíamos cada
noche a boxear con nuestra propia sombra.
Eran noches oscuras, no como las de ahora.
Noches en las que nos esforzábamos en no
ser nadie para ganarnos el respeto de
nuestros muchachos, esos héroes del asfalto
que abordaban las calles después de la cena,
siempre febriles a la busca de los labios de
una dama o, en su defecto, de los labios de
una botella de cerveza. Pero, bien mirado, de
nada les han servido tantos esfuerzos,
acabaron como todos: muertos en vida antes
EL GLAMOUR Y LA CÁBALA
Me entero por una revista de que Madonna
se ha iniciado en el mundo de la cábala.
Admiro a Madonna desde mi más triste
adolescencia. La cantante americana es una
de esas mujeres compulsivas que, excepto
llevarme a la cama, ha realizado las mayores
extravagancias que pueda uno imaginar.
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entendernos. Esto último nos frustraría aún
más que la certeza de saber que no estamos
muertos del todo.
del berrido de la campana. Han aprendido
que la autodestrucción, como la venganza,
hay que servirla fría. ¡Por Dios!, si ahora se
echan a temblar en cuanto se hacen un
rasguño al afeitarse. Al final han decidido
dejarse crecer la barba durante una semana
para que, con algo de suerte, cuaje una de
cuatro días.
Tú lo hiciste bien, compañero, bajaste los
brazos antes de que nadie pudiera tacharte
de idealista. Partías con ventaja: en el fondo
nunca fuiste joven y si hiciste de tu vida un
naufragio fue más que nada para poder huir
a nado de nuestra isla de proscritos.
En fin, no sé por qué hoy escribo “noche",
"hastío", "autodestrucción" o "idealista",
palabras que había borrado de mi
diccionario. Sé que en el pasado estuvieron
ahí, flotando sobre nuestras cabezas como
gatos aburridos que rondan los tejados y
maúllan a la luna con emoción acartonada.
Te dejo, que es tarde y llega la hora de
rendirme bajo las sábanas. Si te ha llegado
esta carta dime si tú también sientes el nudo
de la nostalgia, si has hecho las paces contigo
mismo o si por el contrario todavía te debes
algo. Pero, sobre todo, dime: ¿qué hay de ese
asunto con la peluquera?
Lo frustrante es que a pesar de leer las
novelas atávicas de Isaac Bashevis Singer,
donde tanto menudean las referencias
cabalísticas, poco o nada puedo opinar sobre
la dichosa cábala. Todo esto viene a resaltar
una vez más mis carencias en el ámbito de las
filosofías orientales. Mis mayores logros
hasta el momento han sido sumergirme en
las páginas de Filosofías del Underground de
Luis Racionero y dejarme invitar por mis
amigas descarriadas a tallarines y arroz tres
delicias en el restaurante chino de la esquina.
Madonna lo ha hecho casi todo en esta vida,
al parecer. Lo suyo es glamour aderezado con
sesiones de yoga, viajes en carroza mágica
por todo el planeta, posados fotográficos de
alto contenido erótico y una buena dosis
sexual a partir de carne y pescado.
Apabullante su currículum, sobre todo si se
compara con el mío.
Lo que subyace en el fondo es, como siempre,
una cuestión económica. Si en vez de andar
sin blanca tuviera una cuenta corriente que
me granjeara la sonrisa del director de mi
banco, podría detenerme a pensar cómo
convertir mi existencia en un número especial
de Vanity Fair. No estaría mal, por ejemplo,
seguir alguna terapia neonaturalista con la
que desintoxicar mi organismo de energías
alienantes, hacer ecología tapando agujeros
UNA EXCUSA PARA VIAJAR A PARÍS
Estoy cansado de vivir en esta ciudad. Me
gustaría salir al mundo, viajar. A París, por
ejemplo. Sí, París estaría bien. Mudarme a la
capital francesa y escribir los Trópicos antes
de que se me adelante Henry Miller; diseñar
y construir una gigantesca estructura
metálica a la que podría llamar la Torre Eiffel;
levantar el castillo de Versailles; respirar el
mayo del 68 o dar un paseo por la orilla del
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en el campo con pelotas de golf o apuntarme,
como Tom Cruise, a la Iglesia de la
Cienciología, si es que aún quedan plazas.
Héctor Garrido, asiduo de la librería El
Buscón, dice que en cierta manera soy un tipo
con glamour. “Si no fuera por la giba y
porque te sobra nariz y te falta altura podrías
colocarte de aparcacoches en algún casino de
Las Vegas”. Quién sabe, igual tendría que
probar la experiencia. Tengo leído que las
estrellas rutilantes de Hollywood, antes de
pasar por la cábala y por los focos de la fama,
tuvieron que sobrevivir desempeñando los
trabajos más ingratos. Aunque, ahora que lo
pienso, yo llevo veinte años en esa línea y por
el momento ningún fotógrafo o fotógrafa me
ha pedido que me quite la ropa. Empiezo a
tener la sensación de que siempre estoy en el
momento equivocado en el sitio equivocado.
Lo siento por mujeres como Madonna o
Giselle Bundchen: las pobres, tendrán que
seguir esperando.
Sena acompañado de Victor Hugo. Pero,
claro, todo eso es imposible... Si algún día
voy a París tendré que conformarme con
avistar en el cielo las cigüeñas y sus cestitas
de mimbre cargadas de recién nacidos. Unos
amigos que han estado allí hace poco me han
dicho que es un espectáculo no exento de
cierto atractivo, a fin de cuentas.