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Miguel de Unamuno (Español)

Niebla (Libro)
I
Al aparecer Augusto a la puerta de su casa extendió el brazo derecho, con la mano palma abajo
y abierta, y dirigiendo los ojos al cielo quedóse un momento parado en esta actitud estatuaria y
augusta. No era que tomaba posesión del mundo exterior, sino era que observaba si llovía. Y al
recibir en el dorso de la mano el frescor del lento orvallo frunció el sobrecejo. Y no era
tampoco que le molestase la llovizna, sino el tener que abrir el paraguas. ¡Estaba tan elegante,
tan esbelto, plegado y dentro de su funda! Un paraguas cerrado es tan elegante como es feo un
paraguas abierto. «Es una desgracia esto de tener que servirse uno de las cosas ––pensó
Augusto––; tener que usarlas, el use estropea y hasta destruye toda belleza. La función más
noble de los objetos es la de ser contemplados. ¡Qué bella es una naranja antes de comida! Esto
cambiará en el cielo cuando todo nuestro oficio se reduzca, o más bien se ensanche a
contemplar a Dios y todas las cosas en Él. Aquí, en esta pobre vida, no nos cuidamos sino de
servimos de Dios; pretendemos abrirlo, como a un paraguas, para que nos proteja de toda
suerte de males.» Díjose así y se agachó a recogerse
los pantalones. Abrió el paraguas por fin y se quedó un momento suspenso y pensando: «y
ahora, ¿hacia dónde voy?, ¿tiro a la derecha o a la izquierda?» Porque Augusto no era un
caminante, sino un paseante de la vida. «Esperaré a que pase un perro ––se dijo–– y tomaré la
dirección inicial que él tome.» En
esto pasó por la calle no un perro, sino una garrida moza, y tras de sus ojos se fue, como
imantado y sin darse de ello cuenta, Augusto.
Y así una calle y otra y otra. [...]

Disponible en:
<http://www.bibliotecasvirtuales.com/biblioteca/LiteraturaEspanola/unamuno/Niebla/capitulos
1a5.asp> Acceso el 31 de agosto 2010.

Gabriela Mistral (Chilena)


Decálogo del artista (Poesia)
I. Amarás la belleza, que es la sombra de Dios sobre el Universo.
II. No hay arte ateo. Aunque no ames al Creador, lo afirmarás creando a su semejanza.
III. No darás la belleza como cebo para los sentidos, sino como el natural alimento del alma.
IV. No te será pretexto para la lujuria ni para la vanidad, sino ejercicio divino.
V. No la buscarás en las ferias ni llevarás tu obra a ellas, porque la Belleza es virgen, y la que
está en las ferias no es Ella.
VI. Subirá de tu corazón a tu canto y te habrá purificado a ti el primero.
VII. Tu belleza se llamará también misericordia, y consolará el corazón de los hombres.
VIII. Darás tu obra como se da un hijo: restando sangre de tu corazón.
IX. No te será la belleza opio adormecedor, sino vino generoso que te encienda para la acción,
pues si dejas de ser hombre o mujer, dejarás de ser artista.
X. De toda creación saldrás con vergüenza, porque fue inferior a tu sueño, e inferior a ese
sueño maravilloso de Dios, que es la Naturaleza.

Disponoble en: <http://www.poemas-del-alma.com/decalogo-del-artista.htm> Acceso el 28 de


agosto 2010.
Julio Cortázar (Argentino)
A casa tomada (Cuento)
Nos gustaba la casa porque aparte de espaciosa y antigua (hoy que las casas antiguas sucumben
a la mas ventajosa liquidación de sus materiales) guardaba los recuerdos de nuestros
bisabuelos, el abuelo paterno, nuestros padres y toda la infancia.
Nos habituamos Irene y yo a persistir solos en ella, lo que era una locura pues en esa casa
podían vivir ocho personas sin estorbarse. Hacíamos la limpieza por la mañana, levantándonos
a las siete, y a eso de las once yo le dejaba a Irene las ultimas habitaciones por repasar y me iba
a la cocina. Almorzábamos al mediodía, siempre puntuales; ya no quedaba nada por hacer
fuera de unos platos sucios. Nos resultaba grato almorzar pensando en la casa profunda y
silenciosa y como nos bastábamos para mantenerla limpia. A veces llegábamos a creer que era
ella la que no nos dejo casarnos. Irene rechazo dos pretendientes sin mayor motivo, a mi se me
murió María Esther antes que llegáramos a comprometernos. Entramos en los cuarenta años
con la inexpresada idea de que el nuestro, simple y silencioso matrimonio de hermanos, era
necesaria clausura de la genealogía asentada por nuestros bisabuelos en nuestra casa. Nos
moriríamos allí algún día, vagos y esquivos primos se quedarían con la casa y la echarían al
suelo para enriquecerse con el terreno y los ladrillos; o mejor, nosotros mismos la voltearíamos
justicieramente antes de que fuese demasiado tarde. [...]

Disponible en:<http://www.lainsignia.org/2001/enero/cul_031.htm> Acceso el 31 de agosto


2010

Gabriel García Márquez (Colombiano) (Poesia)


Si alguien llama a tu puerta, amiga mía,
y algo en tu sangre late y no reposa
y en su tallo de agua, temblorosa,
la fuente es una líquida armonía.

Si alguien llama a tu puerta y todavía


te sobra tiempo para ser hermosa
y cabe todo abril en una rosa
y por la rosa se desangra el día.

Si alguien llama a tu puerta una mañana


sonora de palomas y campanas
y aún crees en el dolor y en la poesía.

Si aún la vida es verdad y el verso existe.


Si alguien llama a tu puerta y estás triste,
abre, que es el amor, amiga mía.

Disponible en: <http://www.literato.es/gabriel_garcia_marquez_poemas/> acceso el 31 de


agosto 2010
Jorge Luis Borges (Argentino)
El Aleph (Cuento)
O God, I could be bounded in a nutshell
and count myself a King of infinite space. Hamlet, II, 2.

But they will teach us that Eternity is the Standing still of the Present Time, a Nunc-stans (ast
the Schools call it); which neither they, nor any else understand, no more than they would a
Hic-stans for an Infinite greatnesse of Place. Leviathan, IV, 46.

La candente mañana de febrero en que Beatriz Viterbo murió, después de una imperiosa agonía
que no se rebajó un solo instante ni al sentimentalismo ni al miedo, noté que las carteleras de
fierro de la Plaza Constitución habían renovado no sé qué aviso de cigarrillos rubios; el hecho
me dolió, pues comprendí que el incesante y vasto universo ya se apartaba de ella y que ese
cambio era el primero de una serie infinita. Cambiará el universo pero yo no, pensé con
melancólica vanidad; alguna vez, lo sé, mi vana devoción la había exasperado; muerta yo podía
consagrarme a su memoria, sin esperanza, pero también sin humillación. Consideré que el
treinta de abril era su cumpleaños; visitar ese día la casa de la calle Garay para saludar a su
padre y a Carlos Argentino Daneri, su primo hermano, era un acto cortés, irreprochable, tal vez
ineludible. De nuevo aguardaría en el crepúsculo de la abarrotada salita, de nuevo estudiaría las
circunstancias de sus muchos retratos. Beatriz Viterbo, de perfil, en colores; Beatriz, con
antifaz, en los carnavales de 1921; la primera comunión de Beatriz; Beatriz, el día de su boda
con Roberto Alessandri; Beatriz, poco después del divorcio, en un almuerzo del Club Hípico;
Beatriz, en Quilmes, con Delia San Marco Porcel y Carlos Argentino; Beatriz, con el pekinés
que le regaló Villegas Haedo; Beatriz, de frente y de tres cuartos, sonriendo, la mano en el
mentón... No estaría obligado, como otras veces, a justificar mi presencia con módicas
ofrendas de libros: libros cuyas páginas, finalmente, aprendí a cortar, para no comprobar,
meses después, que estaban intactos. [...]

Disponible en: <http://www.ciudadseva.com/textos/cuentos/esp/borges/aleph.htm> Acceso el


31 de agosto 2010.

Miguel de Cervantes (Español)


Don Quijote de la Mancha (Libro)

[...] Capítulo octavo - Del buen suceso que el valeroso Don Quijote tuvo en la espantable y
jamás imaginada aventura de los molinos de viento, con otros sucesos dignos de felice
recordación

En esto descubrieron treinta o cuarenta molinos de viento que hay en aquel campo, y así como Don
Quijote los vió, dijo a su escudero:
- La ventura va guiando nuestras cosas mejor de lo que acertáramos a desear; porque ves allí, amigo
Sancho Panza, donde se descubren treinta o poco más desaforados gigantes con quien pienso hacer
batalla, y quitarles a todos las vidas, con cuyos despojos comenzaremos a enriquecer: que esta es buena
guerra, y es gran servicio de Dios quitar tan mala simiente de sobre la faz de la tierra.
- ¿Qué gigantes? dijo Sancho Panza.
- Aquellos que allí ves, respondió su amo, de los brazos largos, que los suelen tener algunos de casi dos
leguas.
- Mire vuestra merced, respondió Sancho, que aquellos que allí se parecen no son gigantes, sino
molinos de viento, y lo que en ellos parecen brazos son las aspas, que volteadas del viento hacen andar
la piedra del molino.
- Bien parece, respondió Don Quijote, que no estás cursado en esto de las aventuras; ellos son gigantes,
y si tienes miedo quítate de ahí, y ponte en oración en el espacio que yo voy a entrar con ellos en fiera y
desigual batalla. Y diciendo esto, dio de espuelas a su caballo Rocinante, sin atender a las voces que su
escudero Sancho le daba, advirtiéndole que sin duda alguna eran molinos de viento, y no gigantes
aquellos que iba a acometer. Pero él iba tan puesto en que eran gigantes, que ni oía las voces de su
escudero Sancho, ni echaba de ver, aunque estaba ya bien cerca, lo que eran; antes iba diciendo en
voces altas:
- Non fuyades, cobardes y viles criaturas, que un solo caballero es el que os acomete. Levantóse en esto
un poco de viento y las grandes aspas comenzaron a moverse, lo cual visto por Don Quijote, dijo:
- Pues aunque mováis más brazos que los del gigante Briareo, me lo habéis de pagar. Y en diciendo
esto, y encomendándose de todo corazón a su señora Dulcinea, pidiéndole que en tal trance le
socorriese, bien cubierto de su rodela, con la lanza en ristre, arremetió a todo el galope de Rocinante, y
embistió con el primer molino que estaba delante; y dándole una lanzada en el aspa, la volvió el viento
con tanta furia, que hizo la lanza pedazos, llevándose tras sí al caballo y al caballero, que fue rodando
muy maltrecho por el campo. Acudió Sancho Panza a socorrerle a todo el correr de su asno, y cuando
llegó, halló que no se podía menear, tal fue el golpe que dio con él Rocinante.
- ¡Válame Dios! dijo Sancho; ¿no le dije yo a vuestra merced que mirase bien lo que hacía, que no eran
sino molinos de viento, y no los podía ignorar sino quien llevase otros tales en la cabeza?
- Calla, amigo Sancho, respondió Don Quijote, que las cosas de la guerra, más que otras, están sujetas a
continua mudanza, cuanto más que yo pienso, y es así verdad, que aquel sabio Frestón, que me robó el
aposento y los libros, ha vuelto estos gigantes en molinos por quitarme la gloria de su vencimiento: tal
es la enemistad que me tiene; mas al cabo al cabo han de poder poco sus malas artes contra la voluntad
de mi espada. - Dios lo haga como puede, respondió
Sancho Panza. Y ayudándole a levantar, tornó a subir sobre Rocinante, que medio despaldado estaba; y
hablando en la pasada aventura, siguieron el camino del puerto Lápice, porque allí decía Don Quijote
que no era posible dejar de hallarse muchas y diversas aventuras, por ser lugar muy pasajero; sino que
iba muy pesaroso por haberle faltado la lanza y diciéndoselo a su escudero, dijo:
- Yo me acuerdo haber leído que un caballero español, llamado Diego Pérez de Vargas, habiéndosele en
una batalla roto la espada, desgajó de una encina un pesado ramo o tronco, y con él hizo tales cosas
aquel día, y machacó tantos moros, que le quedó por sobrenombre Machuca, y así él, como sus
descendientes, se llamaron desde aquel día en adelante Vargas y Machuca. Hete dicho esto, porque de
la primera encina o roble que se me depare, pienso desgajar otro tronco tal y bueno como aquel, que me
imagino y pienso hacer con él tales hazañas, que tú te tengas por bien afortunado de haber merecido
venir a verlas, y aser testigo de cosas que apenas podrán ser creídas.
- A la mano de Dios, dijo Sancho, yo lo creo todo así como vuestra merced lo dice; pero enderécese un
poco, que parece que va de medio lado, y debe de ser del molimiento de la caída.
- Así es la verdad, respondió Don Quijote; y si no me quejo del dolor, es porque no es dado a los
caballeros andantes quejarse de herida alguna, aunque se le salgan las tripas por ella.
- Si eso es así, no tengo yo que replicar, respondió Sancho; pero sabe Dios si yo me holgara que vuestra
merced se quejara cuando alguna cosa le doliera. De mí sé decir, que me he de quejar del más pequeño
dolor que tenga, si ya no se entiende también con los escuderos de los caballeros andantes eso del no
quejarse. [...]
Disponible en: <http://www.elmundo.es/quijote/capitulo.html?cual=8> Acceso el 31 de agosto
2010.

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