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LA CONSTITUCIÓN PASTORAL DEL VATICANO II

El Concilio ha entendido la relación de la Iglesia con el mundo bajo una postura


fundamental que es el dialogo, pero un diálogo que consiste en algo más que en el
intercambio de ideas y en la discusión sobre ellas para encontrar más luz. El diálogo, tal y
como se expresa en la Constitución pastoral, implicaría además:

— El respeto por la autonomía del mundo y por las estructuras humanas. El mundo es
capaz de darse esas estructuras desde las que construye su propia historia. Y la Iglesia las
respeta porque valora y aprecia lo que ellas son. Este reconocimiento implica que no es
misión de la Iglesia marcar esos rumbos ni definir los caminos que el mundo ha de seguir
para construir su historia. Desde los fenómenos naturales hasta las opciones políticas, la
Iglesia sabe que no pertenece a su cometido el trazar los rumbos.

— El compromiso con el mundo para construir su historia. El respeto no supone lejanía o


división, como si a la Iglesia le fuera indiferente esa construcción o como si viera que su
trabajo excluye esa misma construcción. En el mundo se desarrolla el trabajo del cristiano y
de la Iglesia codo con codo con los demás hombres. La novedad de la Iglesia es para el
mundo y se manifiesta en la tarea transformadora de la realidad que el cristiano desarrolla.
El dialogo asi no es sólo intelectual, sino que se da en el compromiso, en la acción, donde
el cristiano se encuentra con el resto de los hombres.

En realidad, lo que la Constitución se propone, al menos en su primera parte, es el diálogo


con la humanidad para «orientar la mente hacia soluciones plenamente humanas» En este
sentido, su misión es religiosa y no técnica, no sirve para construir un mundo que se edifica
desde sus propias mediaciones, sino para servir al hombre desde la respuesta a sus
preguntas fundamentales proponiéndole sus valores con la convicción de que lo cristiano es
lo auténticamente humano.

Las preguntas son claramente formuladas

«¿Que piensa el hombre de la Iglesia? ¿Que criterios fundamentales deben recomendarse


para levantar el edificio de la sociedad actual? ¿Que sentido ultimo tiene la acción humana
en el univernso?»

La respuesta a estas preguntas desde la situación concreta y humana no va a ser otra distinta
de Cristo, cuya palabra y obra iluminan al hombre y cuya palabra y obra continúan
actuando en la sacramentaidad de la Iglesia

El ser sacramental de la Iglesia con respecto al mundo tiene su origen en la sacramentalidad


de Cristo, en su encarnación, que por medio del Espíritu Santo es universalizada e
interiorizada. Lo que Cristo fue para el mundo en su encarnación, en el hoy de la historia lo
es la Iglesia.

1. La primera parte
— Dentro de este fuerte cristocentrismo que preside toda la Constitución, especialmente en
su primera parte, el capítulo primero de la primera parte de la Constitución ofrece la
persona de Cristo como sentido último que resuelve la pregunta misma por el hombre.

«En realidad, el misterio del hombre solo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado
( ) En el, la naturaleza humana asumida, no absorbida, ha sido elevada también en nosotros
a dignidad sin igual El Hijo de Dios con su encarnación se ha unido, en cierto modo, con
todo el hombre»

Estas afirmaciones son, sin duda, la razón y el origen de todo diáligo y del encuentro, en la
persona del hombre, de la Iglesia con el mundo.

— El capítulo segundo, que se centra en la comunidad humana, concluye con el n.32 que
habla de Cristo encarnado no sólo viviendo en comunidad, sino formando una comunidad
nueva que será la plenitud y la perfección de las relaciones humanas; esta comunidad, que
es gracia y será total al final de los tiempos, se vive y se anuncia ya a los hombres en la
Iglesia.

«Esta índole comunitaria se perfecciona y se consuma en la obra de Jesucristo (...). Esta


solidaridad debe aumentarse siempre hasta aquel día en que llegue su consumación y en
que los hombres, salvados por la gracia, como familia amada de Dios y de Cristo hermano,
darán a Dios gloria perfecta»

El encuentro de la Iglesia y del Mundo en la escatología en una única comunión, fruto de la


acción y la redención de Jesucristo, es razón también para una presencia y una acción de la
Iglesia en el Mundo intentando una comunión que se dirija hacia ese final definitivo.

— El capítulo tercero, que habla de la actividad humana, concluye con los n.38-39 en los
que se afirma que Cristo nos enseña como ley fundamental de perfección humana y de
transformación del mundo el mandamiento del amor, que Cristo por su muerte y
resurrección ha logrado el señorío de una humanidad nueva, que en él se nos han revelado
los cielos nuevos y la tierra nueva, que la Iglesia ha comenzado ya a vivir por la fe y los
sacramentos este nuevo orden de vida, lo anuncia y lo anticipa con su actividad.

«El Verbo de Dios, por quien fueron hechas todas las cosas, hecho El mismo carne y
habitando en la tierra, entró como hombre perfecto en la historia del mundo, asumiéndola y
recapitulándola en sí mismo (...) Constituido Señor por su resurrección, Cristo, al que le ha
sido dada toda potestad en el cielo y en la tierra, obra ya por la virtud de su Espíritu en el
corazón del hombre, no sólo despertando el anhelo del mundo futuro, sino alentando,
purificando y robusteciendo también con ese deseo aquellos generosos propósitos con los
que la familia humana intenta hacer más llevadera su propia vida y someter la tierra a este
fin»

En estos tres capítulos generales de la primera parte, el tema de Cristo está presente dando
el último sentido al hombre, a su actividad y al mundo; y la Iglesia está unida a Cristo en
cuanto que es depositaría de este sentido y lo ofrece continuamente a los hombres como un
servicio.
Pero en la Gaudium et spes no sólo aparece el Verbo encarnado como una referencia al
pasado, sino, y sobre todo, como una esperanza de futuro. El cuerpo del Verbo, gracias a la
resurrección, introduce en la humanidad la novedad a la que todo hombre está llamado;
gracias a su Espíritu derramado, esa novedad llegará y comienza a ser posible ya ahora en
la Iglesia congregada en su nombre. La Iglesia es vista así también como un servicio a la
nueva humanidad y al nuevo Cuerpo de Cristo; como la comunidad en la que, gracias al
Espíritu, la vida nueva comienza a ser realidad, anuncio y fermento para el mundo.
Indudablemente esta visión escatológica de la encarnación es bastante nueva en el
magisterio de la Iglesia y ha podido llegar gracias a la distinción entre Iglesia y Reino.

— Las ideas trazadas por los tres primeros capítulos son el fundamento del capítulo cuarto,
en el que se aborda la misión de la Iglesia en el mundo actual. Realmente ya están dadas las
pautas para que, lejos de toda mera espiritualización o reflexión abstracta en el ser de la
Iglesia, la encarnación en las realidades mundanas sea el único camino de la misión de la
Iglesia. La Iglesia valora y realiza su misión en un mundo real que necesita ser salvado y
convertido en signo del Reino de Dios. Y por ello, la Iglesia y el mundo se encuentran en su
camino y lo recorren juntos. La Iglesia tiene una finalidad para el mundo desde el
acontecimiento de Cristo, que es a la vez salvación de toda esclavitud y anticipo del Reino;
el mundo y la Iglesia caminan juntos siendo ésta fermento y servicio para aquél. De este
modo se explican las dualidades en la Iglesia: el ser humana y divina, el ser visible e
invisible, el ser temporal y escatológica.

La misión de la Iglesia supone para el mundo el descubrimiento de la verdadera


humanidad, el sentido de su existencia humana, la dignidad de la persona, la inviolabilidad
de sus derechos (n.41), no sólo como teoría e iluminación, sino también como compromiso
con ellos. La encarnación de Cristo supone para la Iglesia una completa visión
antropológica, ya que, en Cristo, en su humanidad concreta e histórica, está el verdadero
hombre. La misión de la Iglesia es de orden religioso, pero capaz de dar las pautas para la
construcción de la comunidad humana; de este modo no se identifica con ningún sistema
concreto, puede dar luz a todos y puede unir distintos sistemas (n.42). La misión de la
Iglesia es exigencia en las labores temporales de los cristianos sin que la esperanza del
Reino pueda entrañar un desarraigo de este mundo; todo lo contrario, exige su
transformación (n.43). De este modo la Iglesia no se recluye en el terreno de las ideas o del
mero anuncio; más bien pone por obra lo que anuncia y va transformando el mundo desde
los planes de Dios. La misión de la Iglesia es así compromiso con el mundo en el que está
encarnada.

Toda esta misión eclesial también ha recibido y recibe bienes del mundo. El intercambio es
asi completo. El capítulo cuarto concluye reconociendo la Iglesia lo que ha recibido del
mundo (n.44); gracias a la cultura de la humanidad, la Iglesia ha podido conocerse mejor,
expresarse y acomodarse a los tiempos. La Iglesia tiene necesidad del mundo para realizar
su misión, del mundo concreto y preciso que en cada momento de la historia la acompaña;
lo cual exige de la Iglesia un conocimiento cultural y una adaptación histórica para que el
mensaje de salvación pueda encarnarse y llegar ciertamente a los hombres de todo tiempo y
lugar. El final del capítulo, como en los anteriores, se centra en Cristo como recapitulador
del mundo y de la Iglesia (n.45).
El capítulo cuarto de la Gaudium et spes supone así el mayor esfuerzo hecho por el
magisterio de la Iglesia en orden a sacar las consecuencias prácticas de la doctrina de la
encarnación de Cristo y de la sacramentalidad de la Iglesia. Desde Cristo encarnado, la
Iglesia cree y fomenta un hombre comprometido en la historia concreta, transformador del
mundo y de sus estructuras, instaurador del Reino de Dios. Gracias a la doctrina de la
encarnación, la gracia llega al mundo por medio del hombre. Y centrando esta idea, es la
encarnación de Cristo la que descubre el papel auténtico del hombre en medio del mundo
que la Iglesia anuncia y vive; pero Cristo como acontecimiento completo, como pasado
histórico y como presente y futuro escatológico.

2. La segunda parte
Puestos todos estos presupuestos, la Constitución pastoral pasa en su segunda parte a
analizar concretamente problemas urgentes de la humanidad: la familia, la cultura, la vida
económico-social, la comunidad política, la paz en el mundo, todos aquellos problemas que
en un principio no se veían como objeto de una constitución conciliar, pero ahora, puestas
las bases de la primera parte de la Gaudium et spes, tienen perfecta cabida y son exponente
concreto de la doctrina de la encarnación.

No nos detenemos ni entramos en el desarrollo de todas las ideas que, en este terreno, están
presentes en la Constitución. En nuestra temática, nos interesaba más el análisis de su
forma de hacer teología y de tratar las realidades mundanas y el diálogo de la Iglesia. La
doctrina concreta en torno a los temas de la segunda parte es más histórica y está sujeta a
cambios culturales y a las nuevas situaciones de la humanidad.

Sin embargo, es preciso que hagamos alguna referencia a unas cuantas ideas que van a
iluminarnos después en el camino de algunos temas pastorales.

En cuanto al tema de la cultura, el texto conciliar hace tres afirmaciones fundamentales


— La necesidad de que la fe esté encarnada en una cultura concreta, ya que solamente así
puede llegar en profundidad a los hombres y formar parte de su vida. El Evangelio ha
necesitado y necesita siempre la cultura de los pueblos.

— La no identificación de la fe con ninguna cultura de manera exclusiva e indisoluble. La


afirmación es el resultado de las intervenciones numerosas de padres que pedían una
ampliación en los límites y horizontes de una Iglesia con un tratamiento europeo y
occidental a la hora de hacer un tratamiento pastoral. A la vez se afirma la capacidad del
cristianismo para entrar en comunión con distintas formas culturales, comunión que
enriquece a las dos partes.
La no reducción de la fe a cultura, ni la asunción sin más de toda cultura como vehículo
expresivo de la fe. La necesidad de inculturación de la fe no es automáticamente una
bendición de la cultura en general ni de cada cultura con todos sus elementos específicos.
La Iglesia se encarna culturalmente para una misión propia, la evangelización, y, desde ahí,
purifica y eleva, perfeccionando y restaurando en Cristo los elementos culturales
configuradores de cada pueblo. Desde esa afirmación, la Iglesia reclama una cultura íntegra
e integral para los hombres, sin que los elementos culturales se disgreguen y se atomicen
perdiendo una imagen universal de hombre .
Desde estos presupuestos, el cristiano es invitado a un diálogo cultural y a una presencia en
el mundo de la cultura que pueda traducirse en un verter el mensaje evangélico en los
moldes culturales de cada época y de cada pueblo.

En cuanto a la vida económica, la presencia de la Iglesia en la sociedad se traduce en el


esfuerzo por un progreso integral que haga al hombre más hombre y ponga a su servicio
todos los intereses puramente económicos .

Dentro de esta visión, el trabajo es visto como el elemento fundamental de la vida


económica, superior a todos los demás elementos que tienen un papel instrumental. La
relacion trabajo-hombre es explicitada en el texto y ha de caracterizar esa presencia del
cristiano en la sociedad. Desde esa relación han de ser contemplados muchos elementos del
mundo laboral como consecuencias: derecho al trabajo, remuneración, participación en la
vida de la empresa, organización económica, conflictos laborales, etc.

En cuanto a la comunidad política, también ella misma es comprendida desde el servicio a


una vida plenamente humana que se traduce en la consecución del bien común como
ámbito de auténtica humanidad.

Dada la diversidad humana y la diversidad situacional, el principio general mantenido por


la Iglesia no puede convertirse en opción concreta por un régimen determinado ni por unos
gobernantes; sin embargo, la Iglesia alaba y estima a los que se dedican al ejercicio de la
política y anima a sus fieles al respeto, a la participación y a la profesionalidad de una tarea
que ha de ser entendida como servicio.

La presencia cristiana en la sociedad a través del compromiso político, ya sea individual o


asociado, no ha de ser identificada con la presencia de la Iglesia ni con la opción de sus
pastores. La Iglesia no se siente ligada a ningún sistema político, sino que desarrolla su
misión en la pluralidad de sistemas; pero, como la Iglesia y la comunidad política buscan el
bien del hombre, ambas tienen la vocación de encontrarse en una cooperación mutua que se
traduce en eficacia.

Desde estos presupuestos, la Constitución aborda uno de los temas más candentes en
aquellos momentos, el fomento de la paz y de la comunidad de los pueblos, cuando estaban
aún latiendo las secuelas de una guerra mundial, la humanidad se iba concienciando del
peligro de la guerra total por el desarrollo del armamento atómico y el asentamiento de las
Naciones Unidas hacía pensar en una autoridad universal como camino y arbitro por todos
aceptado de una solución global para la humanidad.

En definitiva, la segunda parte de la Constitución traduce en problemática concreta los


principios trazados en la primera parte, de corte más doctrinal y teológico. Las
consecuencias operativas tienen mucho que ver con una situación concreta de la humanidad
a la que la Iglesia quiere aportar su luz y su participación constructiva.

El camino que se ha elegido para esta colaboración dialogal ha sido el expuesto en toda la
primera parte: el del hombre como valor supremo de la creación y del orden social al que la
Iglesia valora desde el misterio salvador de Jesucristo. El diálogo nace de que Iglesia y
Mundo buscan lo mismo, que el hombre triunfe, aunque la búsqueda sea por
procedimientos y por medios diversos. Esa búsqueda hace que la Iglesia se autocomprenda
como servidora del hombre

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