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Educación pública superior,

hegemonía cultural y crisis de representación política


en Colombia,1842 - 1984
Educación pública superior,
hegemonía cultural y crisis de representación política
en Colombia,1842 - 1984

Miguel Ángel Herrera Zgaib


Investigador

Marco Aurelio Herrera Zgaib


Coinvestigador invitado

Grupo Presidencialismo y Participación


Semillero de Investigación

Historia Social y Política de las Clases Subalternas.


Proyecto Hegemonías y Contrahegemonías en la
Subregión Andina Amazónica
Catalogación en la publicación Universidad Nacional de Colombia

Herrera Zgaib, Miguel Angel, 1952-


Educación pública superior : hegemonía cultural y crisis de la representación
Política en Colombia : 1842-1985 / Miguel Angel Herrera Zgaib, Marco Aurelio Herrera
Zgaib ; Grupo Presidencialismo y Participación. – Bogotá : Universidad Nacional de
Colombia. Facultad de Derecho, Ciencias Políticas y Sociales. Instituto Unidad de
Investigaciones Jurídico-Sociales Gerardo Molina (UNIJUS), 2009
187 p. – (Colección Gerardo Molina ; 20)

ISBN : 978-958-8546-05-6

1. Sociología de la educación - Colombia 2. Comunidad y universidad – Colombia


3. Movimientos de protesta – Colombia 4. Clases sociales – Educación 5. Cambio
Cultural I. Herrera Zgaib, Marco Aurelio, 1955- II. Universidad Nacional de Colombia.
(Bogotá). Facultad de Derecho, Ciencias Políticas y Sociales. Grupo de Investigación
Presidencialismo y Participación III. Tít. IV. Serie

CDD-21 306.43 / 2009

Educación pública superior,


hegemonía cultural y crisis de representación política en Colombia, 1842 - 1984

© Miguel Ángel Herrera Zgaib


© Universidad Nacional de Colombia,
Sede Bogotá
© Grupo Presidencialismo y Participación
Semillero de Investigación

Primera edición, julio de 2009


Bogotá, Colombia, 2009

ISBN: 978-958-8546-05-6

Universidad Nacional de Colombia


Sede Bogotá
Facultad de Derecho, Ciencias Políticas y Sociales
Departamento de Ciencia Política
Instituto Unidad de Investigaciones Jurídico-Sociales
Gerardo Molina - UNIJUS

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Contenido

Introducción . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 9

1. Los antecedentes:
Más de un siglo de educación colombiana, 1842 - 1948. . . . . . . . . . . . . 27
Radicalismo y contrarreforma educativa . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 29
La refundación de la Universidad Nacional. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 39
Hegemonía política y cultural en disputa. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 44
El experimento de la escuela activa . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 53
Dos modelos en pugna . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 58
La reforma administrativa de la educación . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 62
La consolidación del sistema de educación pública . . . . . . . . . . . . . . . . . . 66
El ideal de una escuela laica, nacional y popular. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 70
La parábola trágica de la pedagogía populista. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 73

2. El dilema de la reforma y desarrollismo, 1948 - 1961 . . . . . . . . . . . . . . 79


La educación superior de Colombia. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 79
La contrarreforma: acción estudiantil y dictadura . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 82
Universidad, desarrollismo y conflicto político nacional . . . . . . . . . . . . . . 87
Fordismo y americanismo cultural. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 94
3. Educación superior y revolución pasiva 1961 - 1967 . . . . . . . . . . . . . . . 97
El proyecto híbrido de la universidad privada. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 97
Un cambio de rumbo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 102
El tiempo de la crisis. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 103
El Plan Atcon y la resistencia a la Hegemonía . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 111
La proletarización de la clase media . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 119
El nacimiento de la FUN . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 123
La rebelión en las artes y letras . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 130
El periplo del Plan Atcon en América Latina. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 134

4. Ensayando la reforma en Colombia, 1968 - 1984. . . . . . . . . . . . . . . . . . 139


El mayo francés y las luchas internacionalistas. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 151
Un desenlace ambivalente . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 153
La universidad rebelde. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 155
Un cogobierno fugaz. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 166
¿Y los estudiantes qué?. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 178

Conclusiones . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 181

Glosario de siglas. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 185


Introducción

E l examen del proceso educativo colombiano desde la perspectiva de la educación


superior como vértice de la pirámide socio-cultural implica de suyo determinar
ciertos elementos conceptuales que tienen su origen en la obra de Antonio Gramsci.
La referencia nuclear de todo es tanto la categoría como la praxis misma de la hege-
monía, porque nos permite integrar el análisis espacio temporal de un sistema hege-
mónico cultural, en alguna medida anacrónico, como lo es el colombiano, asumiéndo-
lo de un modo específico a partir de la relación problemática entre la intelectualidad y
la organización de la cultura nacional de “los muchos”, de “la masa de los simples”1.

Un excurso teórico concreto

Implementar la hegemonía como noción ordenadora y analítica principal implica re-


visar una tradición teórica y práctica de cuño marxista, que empieza con los primeros
estudios del célebre marxista ruso Yuri Plejanov, quien intercambió discusiones con
los padres fundadores de esta teoría social y política revolucionaria en sus tiempos de
exilio. Entonces, empezó a utilizar él, sin un rigor específico, la hegemonía para tratar
de caracterizar las luchas de la socialdemocracia y las corrientes que rivalizaban con
ella, en contra de la autocracia zarista.

1 Referirnos a “los muchos” es retornar a la invención del imaginario político en la antigüedad griega, cuando
se crea la polis, en los tiempos del reformador Solón. Y al hablar de "los simples" retomamos el asunto capital
de la politeia, según decir de Aristóteles, en el que los pobres son los muchos, tal y como aparece consignado
en su texto capital, Politeia, erróneamente traducido como La política, durante el Medioevo occidental, por
los intelectuales árabes afincados en España, y luego referido en los trabajos de Tomás de Aquino y otros.
Hoy, "los muchos" es hablar de las multitudes, y así lo enuncian los trabajos de Antonio Negri y Michael
Hardt en los libros Imperio y Multitud. Consultar igualmente, de mí autoría, (2000) La participación y la
representación política en Occidente. Editorial CEJA. Universidad Pontificia Javeriana. Bogotá. 2000

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[ Educación pública superior, hegemonía cultural y crisis de representación política en Colombia (1842-1984) ]

Es Antonio Gramsci quien afirma que la hegemonía es tomada in nuce por Vladimir
Ilich Ulianov, Lenin, y aplicada en la resolución exitosa del contradictorio proceso de
la Revolución Rusa, al que se refirió como un proceso de revolución ininterrumpida,
en el cual el proletariado, en minoría numérica manifiesta en relación con el campesi-
nado recién liberado, era el dirigente, el conductor de los grupos y clases subalternas
para derrocar a la autocracia zarista y el bloque en el poder que la sostenía, tanto en
lo interno como lo externo.

Al respecto, el propio Antonio Gramsci, desde los tiempos en que escribió su corto en-
sayo agitacional, La Revolución Contra El Capital, empezó a recuperar y profundizar
en el entendimiento y en la acción política revolucionaria la significación para la praxis
de tal vocablo. El resultado de tales reflexiones tiene una primera prueba analítica en
su ensayo Algunos temas sobre la cuestión meridional2, pero se profundizará en las
diversas, profusas y dispares notas que Antonio Gramsci produjo durante su estadía
en las cárceles italianas, y que se conocen como los Cuadernos de la cárcel, cuya más
cuidada edición se realizó por parte de una comisión de estudiosos internacionales
presidida por Valentino Gerratana, y que apareció en lengua italiana en el año de 1975.

Tomado de una de aquellas notas –la que Gramsci tituló Análisis de situaciones. Re-
laciones de fuerzas, y en la que entra en polémica, entre otros, con Gaetano Mos-
ca– su escrito Elementi di scienza política, –uno de los primeros libros publicados
con pretensiones científicas–, aparece el tratamiento del problema de la hegemonía
acompañado de una cita previa de la Introducción a la Crítica de la economía política
de Carlos Marx. En aquel ensayo, en la parte correspondiente a las relaciones de las
fuerzas políticas, dice Gramsci lo siguiente:

Un tercer momento es aquel en el cual se llega a la conciencia de que los mis-


mos intereses corporativos propios, en su desarrollo actual y futuro, superan el
ambiente corporativo, de grupo meramente económico … Esta es la fase más
estrictamente política, la cual indica el paso claro de la estructura a la esfera
de las superestructuras complejas; es la fase en la cual las ideologías antes
germinadas se hacen “partido”, chocan y entran en lucha, hasta que una sola
de ellas, o, por lo menos, una sola combinación de ellas, tiende a prevalecer,
a imponerse, a difundirse por toda el área social … creando así la hegemonía

2 Texto hecho público en la revista Stato Operaio, número 1, aparecido en París en enero de 1930, pero
efectivamente escrito por Gramsci en 1926. Volvió a reimprimirlo Palmiro Togliatti en 1945.

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[ Introducción ]

de un grupo social fundamental sobre una serie de grupos subordinados … el


grupo dominante se coordina concretamente con los intereses generales de los
grupos subordinados3.

Queda claro que la hegemonía es construida por un grupo social fundamental. En la


moderna sociedad burguesa, antagónica en su constitución objetiva, son dos los grupos
fundamentales, burguesía y proletariado. De ahí se desprende la lucha, cuando menos,
entre dos hegemonías: una que es dominante y dirigente de un bloque histórico, que
en este caso es la que articula y expresa los intereses de la burguesía, y la clase con la
que rivaliza y antagoniza construyendo una contra-hegemonía. Es decir, hablamos del
proletariado, que, como sujeto histórico colectivo, configura una hegemonía revolucio-
naria. Todo ello aparece primero ejemplificado en el proceso de la revolución rusa, y la
hegemonía creada por el partido socialdemócrata y su mayoría, los bolcheviques, bajo
la conducción de Lenin. Después vino la experiencia del fracaso de la expansión de la
revolución socialista en la oleada que le sigue, y en particular lo que ocurriría en Italia.
Allí Gramsci y el grupo del Ordine Nuovo intentan una revolución como en Rusia.

Después del fracaso revolucionario, Gramsci estructura un principio de explicación


para distinguir lo que él llama Oriente y Occidente. Él encuentra una causa en el desa-
rrollo desigual de sus respectivas sociedades civiles. La primera, primitiva y gelatino-
sa, no consolidada en Rusia, en oposición a las sociedades civiles occidentales, donde
éstas obran como las trincheras y casamatas de la sociedad burguesa. Ellas tienen que
ser “conquistadas”, antes de confrontar al Estado en su sentido estrecho, a la sociedad
política como tal con su fundamental función represiva y coercitiva.

En un nuevo florecimiento de un periodo revolucionario en Europa y el mundo, duran-


te los años sesenta, la llamada por el politólogo Samuel P. Huntington como la tercera
ola democrática, la cuestión de la hegemonía vuelve a ser central en la discusión
política de reformistas y revolucionarios. Quedan bien expresadas tales discusiones y
su significación práctica en los textos polémicos de Norberto Bobbio, Ernesto Laclau,
Perry Anderson y, en fecha mucho más reciente, lo escrito por Slavoj Zizek, Judith
Butler y Ernesto Laclau en el libro Contingency, Hegemony, Universality4.

3 Gramsci, Antonio. 1977. Escritos políticos, 1917-1933. Cuadernos de pasado y presente 54. 1ª edición.
México: 347.
4 Butler, Judith, (et al). 2000. Contingency, Hegemony, Universality. Contemporary Dialogues on the Left.
Verso. New York.

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[ Educación pública superior, hegemonía cultural y crisis de representación política en Colombia (1842-1984) ]

Los últimos están preocupados por la pérdida de centralidad del sujeto proletario clá-
sico, resultado de la emergencia de un sinnúmero de nuevos movimientos sociales: de
las mujeres a los estudiantes, los migrantes, las minorías étnicas; que tienen evidentes
potenciales revolucionarios y cuyo activismo cuestionó las burocracias sindicales y
partidistas, dentro y fuera de las experiencias socialistas. La base del nuevo diálogo
partió del texto Hegemonía y estrategia socialista, escrito por Laclau y Mouffe en
1985. Así lo consignaron los nuevos interlocutores en la introducción de su texto,
señalando que dicho trabajo “representó un giro a la teoría postestructuralista dentro
del marxismo, uno que tomó el problema del lenguaje ser esencial a la formulación de
un proyecto antitotalitario, democrático radical”5.

Hoy tenemos en lo fundamental dos bandos teóricos con efectos políticos, que discu-
ten sobre el estatuto teórico de la hegemonía y sus significación para la praxis, habida
consideración de su carácter siempre incompleto, aunque la negatividad de lo social,
su pluralidad, se operacionaliza en el corazón de la identidad que hace posible la exis-
tencia de un determinado sujeto social. Uno es el bando liderado por Laclau, quien la
refiere en términos de “dislocación” y que teorizó como posición de sujeto apoyándo-
se de modo principal en lo dicho por Derrida y Wittgenstein. De otra parte tenemos
la posición que deriva la problemática de la “incompletez” en términos materiales,
recurriendo a lo real lacaniano, como es el caso de Slavoj Zizek, quien incluso retorna
a Hegel para esquivar el enfoque derrideano.

Dicho lo anterior, conviene también destacar una suerte de tercería en discordia que
da cuenta de la diferencia irresoluble entre identidad e identificación como definitoria
para la constitución de los sujetos. De un lado está Judith Butler, quien acude a otro
enfoque de lo negativo en Hegel, articulado con aspectos tomados de Michel Foucault
y el mismo Derrida. Está también el caso atípico de Negri, quien no tiene una raigam-
bre teórica gramsciana para discutir el tópico de la hegemonía, pero quien –en lugar
del proletariado clásico como universalidad nuclear– propone la referencia a un nuevo
sujeto potencialmente revolucionario, el obrero social, el proletariado social que es
resultado de un hallazgo teórico de Mario Tronti, fruto de su estudio de la industriali-
zación italiana de los años cincuenta y sesenta.

5 Op. cit.: 1.

12
[ Introducción ]

Negri, a partir de esta contribución, reelabora posteriormente la categoría de multitud,


un sujeto de alcance universal, clasista, para lo cual se vale de los aportes de Paolo
Virno y Maurizio Lazzarato, con quienes igualmente hay aproximaciones polémicas.

De vuelta al meollo de la pregunta que se busca responder en este libro, a propósito de


la hegemonía cultural y la crisis de la representación política, tomamos por centro las
transformaciones de la educación superior. Entonces, el análisis se construye a partir
del enfoque sistémico de la complejidad sociopolítica implicada por el término hege-
monía. Como se sabe, ella nos refiere el complejo de las superestructuras, la sociedad
civil y la sociedad política modernas.

En esta articulación asimétrica, en la cual se despliega la lucha de clases, buscamos


examinar, de una parte, el tránsito a la estatización de la educación, que en Colombia
como en Italia estuvo confiada primero al monopolio de un organismo privado. En
Colombia, la Iglesia católica tuvo ese papel protagónico antes y después del Concor-
dato firmado entre el bloque histórico de la Regeneración y el Vaticano, con la inte-
rrupción producida por el interregno del radicalismo que expulsó a las comunidades
religiosas y les confiscó sus bienes materiales; y dio pasó al laicismo en la educación
que tuvo comienzos ambivalentes desde los inicios de la independencia de España.

A partir del siglo XIX, ambas formaciones sociales, Colombia e Italia, experimenta-
ron tal variación que obra en provecho de la educación pública, provista ahora por ca-
pas intelectuales medias, laicas que desplazan la hegemonía religiosa sobre los cuer-
pos y mentes de los muchos, según el caso. En Colombia, el cambio de hegemonía
se derrumbó al triunfar el proyecto capitalista regenerador reaccionario, que, por otra
parte, en Italia condujo a la hegemonía de los moderados conducidos por el príncipe
Cavour, y donde la forma republicana plena queda reprobada. Ante ello, Gramsci
afirma que las condiciones de su país respondían a la “necesidad de un control por
parte del Estado para elevar el nivel técnico-cultural de la población respondiendo
así a las exigencias del desarrollo de las fuerzas productivas”6, sujeto a una lógica de
dependencia entre la periferia nacional y los centros del capitalismo mundial durante
los siglos XIX y XX.

6 Gramsci, Antonio. 1972. Los intelectuales y la organización de la cultura. Editorial Nueva Visión. Buenos
Aires: 141.

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[ Educación pública superior, hegemonía cultural y crisis de representación política en Colombia (1842-1984) ]

En Colombia, la hegemonía cultural obraría, en cuanto forma de tejer el bloque his-


tórico oligárquico, primero que todo apoyándose en la función cumplida por determi-
nadas capas intelectuales especializadas en la educación de los simples, abajo, y en
los grupos intermedios, como parte y dirección del sistema hegemónico. Tal estrate-
gia permitió que el incipiente bloque de poder urbano centralizado conectara lo rural
atrasado, pero definitivo en materia de acumulación primitiva, durante los tiempos
interrumpidos de bonanza monoexportadora.

De ese modo se encauzaba el flujo de las mercancías en los espacios regionales, a


través de incipientes burocracias privadas y públicas vinculadas a los negocios de
agroexportación y explotación minera. Así empieza a configurarse el mercado nacio-
nal de modo paulatino, en lo general, con predominios diferenciados en lo regional
de burguesías comerciales que se alían con los poderes hacendatarios; casi todos alin-
derados políticamente como liberales, radicales y conservadores, quienes al final de
la segunda mitad del siglo XIX dirimen su primacía en los campos de batalla de la
Guerra de los Mil Días.

Precavemos que en el análisis de la hegemonía cultural y la contra-tendencia de los


grupos que se le oponen desde abajo, como ocurrió con el caso de la rebelión e in-
surrección de las denominadas “sociedades democráticas”, no se incorporen pseudo
rupturas en el análisis materialista del proyecto educativo superior; y que tampoco se
ignore en el análisis del entramado institucional que lo conforma desde la indepen-
dencia nacional. Tampoco es posible permitir la reasunción de etapas ya periclitadas,
movidas por la tentación anacrónica que nos oscurece la comprensión de la apari-
ción de lo nuevo en la construcción de las superestructuras complejas y porque nos
impide el entendimiento de la formación de la moderna sociedad civil en Colombia,
el lugar privilegiado del ejercicio efectivo de la hegemonía cultural que posibilita la
configuración de un nuevo bloque de poder que moderniza el compromiso tradicional
oligárquico incorporando a capas medias a las tareas de la dominación y del consenso
ejercido sobre las multitudes.

Aquí queremos explorar y explicar el lugar que para la dominación ocupa la conso-
lidación de una determinada hegemonía cultural como un componente necesario del
desarrollo capitalista, donde el antagonismo entre gobernantes y gobernados nos reve-
la las inagotables luchas de resistencia, así como contestaciones contra-hegemónicas

14
[ Introducción ]

y anti-hegemónicas que dieron existencia y constitución al campo de la cultura, así


como el asentamiento, la efectiva personería de determinadas capas intelectuales que
cumplieron con la función pastoral liderada por figuras tanto renovadoras como reac-
cionarias, en procura de la igualdad social, o en defensa de la organización estratifica-
da, y la salvaguarda de privilegios ancestrales combinados con la estructura de castas
y linajes ibéricos sobreimpuestos a las comunidades nativas.

Reconocida la complejidad de la lucha por la igualdad social, el libro se concentra en


describir y explicar el proceso de la educación superior estudiando de modo preferen-
te la intelectualidad y la organización de la cultura colombiana. El acento está en el
proceso educativo que se extiende durante la mayor parte del siglo XIX y XX. Exige
la crítica de la diversa y concreta experiencia de las luchas reales de las comunidades
educativas en las escuelas y colegios, que corona la movilización y la protesta de la
universidad pública y privada, como un subsistema del sistema hegemónico cultural
que se caracteriza por sus tensiones y conflictividad siempre latentes.

Todo ocurre en el seno de una sociedad cuyas formas de asociación experimentan


el trance de la modernización capitalista, no neutral, conflictiva. Es una dinámica
huérfana7, marcada por las tensiones entre autoritarismo y democracia, las cuales le
fijan una dirección y un sentido siempre precario al rumbo de la dominación sobre los
grupos y clases subalternas que la resisten de múltiples formas.

Esta sociedad es atravesada por contradicciones y antagonismos específicos que la


constituyen, los que se descubren durante el periodo de veintiún años que explora la
transición de la educación superior en Colombia, a partir del reformismo ensayado
en la Universidad Nacional de Colombia. Este es el punto nuclear de la investiga-
ción que se retrotrae a las condiciones de posibilidad y las luchas que la configuran
y constituyen, cuando los grupos y las clases que sufren un proceso de revolución
pasiva capitalista resisten los dictados de disciplina y control que despliega el blo-
que en el poder mediante el proyecto político del Frente Nacional y su desmonte
tragicómico.

7 Así caracteriza el comparatista francés, Bertrand Badie, el desarrollo político del Tercer Mundo, y de
Latinoamérica en concreto, sujetos los nuevos países a la lógica de una dependencia cultural manifiesta. Ver
capítulo III, en Política comparada. 1993. FCE. México: 101-107.

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[ Educación pública superior, hegemonía cultural y crisis de representación política en Colombia (1842-1984) ]

El desarrollo de la educación superior y las crisis que lo atraviesan son analizadas en este
texto, básicamente, al enfrentar la transición de la educación superior en Colombia, en
términos de hegemonía y crisis de representación enmarcada por el periodo 1961-1985.
Tiene como ya se anunció una referencia histórica que es necesario estudiar, en relación
con el desarrollo dependiente de la formación social capitalista colombiana en el plano
de las superestructuras, en la interacción entre sociedad política y sociedad civil.

Nuestra sociedad está entronizada, articulada a un sistema de relaciones internacionales


que, en términos de dependencia, hegemonizan los EEUU. y sus gobiernos en la macro-
región latinoamericana, con la excepción de Cuba. Es una era signada por la bipolaridad
internacional, con la existencia de varios grandes bloques relativamente antagónicos en to-
dos los niveles, pero coexistentes, y en disputa por la conducción y el control hegemónico
mundial y el afianzamiento de sus zonas de influencia en todos los campos.

De hecho, la realidad de la escuela en su nivel superior experimentó tales condicio-


namientos, no entendidos como una camisa de fuerza, ni como la repetición al pie de
la letra de un libreto de antemano ensayado. La educación superior, con sus actores
colectivos, sin embargo, no se apartó en sus grandes líneas de lo acaecido en otras
latitudes, con el agravante de no ser Colombia, en términos burgueses, una formación
social autónoma, sino que, por el contrario, surgimos a la modernidad en la periferia
capitalista y en un cuadrilátero de fuerzas suficientemente definido, en donde los pa-
peles protagónicos se encontraban claramente repartidos; y a los que la República se
plegó, al fin de cuentas, sin muchas alternativas eficaces.

El acento de este trabajo, sin embargo, se produce en lo que tiene que ver con el de-
nominado proceso de la hegemonía, tal y como fue pensada por Antonio Gramsci en
los Cuadernos de la cárcel. Un proceso ejercido por un determinado bloque histórico
dominante y la crisis de representación que lo afecta; y cómo determinado(s) grupo(s)
y clase(s) social(es), que acompañaron el surgimiento y desarrollo actual del capita-
lismo como una formación social concreta, y en el caso colombiano que se examina,
construyen este proceso hegemónico en el plano de la moderna sociedad civil, de las
superestructuras complejas.

La educación es aquí estudiada desde la perspectiva de una sociología crítica de la


cultura; más puntualmente, introducimos un enfoque materialista de los intelectuales

16
[ Introducción ]

y la organización de la cultura en una formación social capitalista dependiente, pero


con una definida impronta política que no rehúye ver cualquier iniciativa cultural des-
de el horizonte de afianzamiento o quiebra de tal poder de clase.

En el análisis no se escatima la importancia de la infraestructura, ni se afirma con


ceguera la predominancia de ésta, sino que se aborda el problema de modo integral
enfatizando metodológicamente el llamado “momento de la hegemonía”, de confor-
midad con la indicación metodológica gramsciana para el estudio de la forma Estado
burguesa en una vía no revolucionaria, como en efecto ocurrió tanto en la Italia de Ri-
sorgimento que coronó el fascismo, y el pacto histórico entre la democracia cristiana
y el partido comunista, como en Colombia, donde el proceso de configuración infra-
estructural del capitalismo se tramitó a través de tres periodos políticos específicos, la
Regeneración, la Violencia y el Frente Nacional, sin que la hegemonía se haya podido
normalizar hasta nuestros días.

En el análisis de la cultura nacional desde el horizonte de la educación formal su-


perior, estriba la singularidad de este enfoque. Por qué no decirlo, aquí se afinca la
originalidad de esta pesquisa sociológica y política centrada en la problemática de la
construcción de la hegemonía en el plano de la sociedad civil colombiana del siglo
XX, después de cincuenta años de disputa entre radicales y conservadores, que se
resuelve en el híbrido de un republicanismo capitalista bajo tutela religiosa de las
mentes de los simples, todo lo cual hace eclosión el 9 de abril de 1948.

El análisis prueba, a la vez, tanto la comprensión como el poder heurístico de la filosofía


de la praxis. Rescatando un materialismo histórico no determinístico, que proviene de la
contribución de Antonio Gramsci y sus continuadores, quienes criticaron el paradigma
positivista sin concesiones. Pero, éste es también un diálogo contemporáneo con los
saberes sociales modernos hegemonizados hasta hace muy poco por la revolución be-
haviorista que afinca primero en la Psicología, la Sociología y la Ciencia Política, y sus
variantes más actuales, donde el positivismo encarna nuevas transformaciones.

Un poco de historia universitaria

Esta revolución conductista tuvo expresión y manifestaciones concretas en la acade-


mia de la Universidad Nacional, a partir de la segunda mitad de los años cincuenta,

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[ Educación pública superior, hegemonía cultural y crisis de representación política en Colombia (1842-1984) ]

en los estudios sociales, y acompañó en parte el proyecto reformista en la educación


universitaria y la disputa de los saberes que ella trajo consigo.

Pero la realidad presente de la educación superior en Colombia, y de la escuela en


particular, con el despliegue de una nueva reforma, la propuesta por el rector Pati-
ño, hasta lo acontecido después de 1985, sigue comportando visos de tragedia y de
comedia. En cierto modo, lo que ocurre se relaciona con lo que ha tocado nuestras
vidas en términos de luchas personales y colectivas, del modo que las experimenta-
mos juntos en el ámbito de una universidad privada y confesional, la Universidad de
Santo Tomás, donde los autores de este texto estudiábamos las carreras de Derecho y
Sociología, y luego su secuela en otros espacios universitarios.

Era la década de los años setenta y participábamos del último coletazo de un nuevo
ciclo de luchas por la autonomía universitaria, que cuestionaba y enfrentaba la inje-
rencia del Plan Atcon en la universidad colombiana toda, como expresión de colo-
nialismo intelectual, para recordar un ensayo del sociólogo Orlando Fals Borda; y
levantábamos como bandera la consigna de la escuela nacional, laica y única.

Entonces yo era un joven militante de la Unión Revolucionaria Socialista. Fui expul-


sado de la Universidad Santo Tomás, después de una prolongada jornada de paros
con ocupación de la sede principal, de donde fuimos sacados con una escolta policial
a la madrugada del último día de aquella ocupación. Todas las manifestaciones de
izquierda estaban allí representadas y desocupamos las instalaciones pacíficamente,
hermanados en la derrota.

Después vino el proceso de juicios disciplinarios a los vencidos. Esa vez me declaré
en pública contumacia, con algo así como 32 estudiantes más. A mi hermano, Marco
Aurelio, con quien hemos escrito este texto que ahora presentamos, quien sí acudió
a aquel tribunal constituido por el Consejo Universitario en pleno, le fue anunciado
por carta, que no podía continuar en el claustro de los dominicos durante el siguiente
año de 1976.

Marco Aurelio concluyó sus estudios universitarios como sociólogo en la Universidad


Indesco de la primera época. Yo fui aceptado en el programa de Derecho de la Univer-
sidad Libre, después de haber recorrido varias universidades, incluida la Nacional. En
18
[ Introducción ]

la Universidad Libre no solo me gradué en el año de 1978, sino que animamos, con
varios estudiantes de Derecho de las Universidades Libre y Santo Tomás, un doble
proyecto colectivo inspirado en la obra de Gramsci.

Tal fue el Círculo de Crítica Jurídica Antonio Gramsci acompañado por un ejercicio
profesional de ribetes socialistas utópicos. La Sociedad Jurídica, lo denominamos, y
con el correr de los años se disolvió dando paso a nuevas aventuras profesionales y
académicas de sus integrantes, individualmente desagregados por diferentes expecta-
tivas, no sin antes haber ensayado una experiencia política regional que denominamos
Avanzada Democrática Cívica y Cultural; que nutrimos por cuatro años, hasta que la
disolvimos en marzo de 1986, después de una segunda participación electoral con
una lista para el Concejo de Girardot, donde centramos nuestro ejercicio político y
jurídico alternativo.

Aquella expulsión de la Universidad Santo Tomás en 1975 la volvieron a recordar


los grupos opuestos a los cambios en la Universidad Libre, afectada por la corrup-
ción académica, ética y financiera más severa experimentada. Era el año de 1993,
cuando tuve el honor académico de ser rector interventor de la Universidad Libre de
Colombia, en la que mi padre había estudiado y se había graduado como abogado en
la promoción de 1938. Era el tiempo cuando dirigía sus destinos Jorge Eliécer Gai-
tán, florecía la nueva escuela de Derecho penal y los proyectos revolucionarios de la
UNIR habían sido abandonados, para regresar el líder de aquel proyecto reformador
en lo agrario y sindical al Partido Liberal.

En un desplegado pagado en la prensa nacional, cuando fue confirmado mi nombra-


miento como rector interventor por la Conciliatura de intervención, me señalaron de
modo confuso por mis convicciones de izquierda, aquellos, entre docentes y estudiantes
que se preciaban de sus convicciones dizque democráticas y liberales. Buena parte de
quienes no he vuelto a ver desde entonces.

Era esta la reedición personalizada de una lucha centenaria y una puesta a prueba
de nuevo de la libertad de expresión y de investigación en Colombia. Ahora, esto
es, a inicios de la década de los noventa, cuando la nueva constitución hablaba de
tolerancia y participación, en un espacio que se preciaba de su laicismo y libertad de
pensamiento, esta universidad se convertía en banco de prueba de las reformas posibles
19
[ Educación pública superior, hegemonía cultural y crisis de representación política en Colombia (1842-1984) ]

en la educación superior privada, cuando Antanas Mockus se hacía célebre en la re-


forma de la Universidad Nacional, acudiendo a las herramientas de la sociedad del
espectáculo para contener a los radicales, encarándolos a campo traviesa.

Pero la Universidad Libre fue un proyecto forjado por la masonería liberal y socialista, en
la que durante los años veinte confluyeron los esfuerzos pioneros de un general liberal,
Benjamín Herrera, ilustre militar derrotado en la guerra civil contra la Regeneración, y con
él el educador y cultísimo maestro de Sociología, César Julio Rodríguez. El primero se
hizo célebre en la arena nacional al presidir la Convención Liberal de Ibagué, a la que lo-
gró integrar un destacadísimo grupo de socialistas colombianos a cambio de la promesa de
un programa social y político que aún no se cumple en sus enunciados más fundamentales.

Del rector, César Julio Rodríguez, rescaté su memoria histórica –a partir de un testi-
monio familiar directo de un egresado de la misma universidad, el abogado Eduardo
Mejía, durante mi brevísimo paso como rector de la institución. Le dimos su nombre
al nuevo edificio anexo en la remodelada sede principal, se ordenó un busto conme-
morativo y escribí un breve ensayo biográfico. Era el tributo colectivo a un proyecto
intelectual incluyente que hizo posible que un joven ávido de ciencia e ideales se
graduara como abogado al servicio de la causa de los humildes, en 1938; y que su
hijo, cuarenta años más tarde, también lo lograra después de haber sido expulsado de
la carrera de Derecho que cursaba en la Universidad Santo Tomás, sede de Bogotá.

Después renuncié como rector interventor de la Universidad Libre, nombrado duran-


te el gobierno que sancionó la Constitución de 1991, porque me esperaba un pleito
desigual de carácter jurídico contencioso administrativo que venía prosperando silen-
ciosamente, mientras yo adelantaba acciones de reforma. Había alcanzado en tres me-
ses a enfrentar el flagelo del clientelismo más hirsuto y vergonzante, que había promo-
vido un rector convertido en senador; y cuyo legado sus opositores no habían querido
finiquitar, en particular, la descomposición cultural y moral de los directivos de la sede
de Barranquilla, quienes permitieron la compra de cadáveres de indigentes y N.N.

Estos cadáveres “anónimos” eran provistos a los estudiantes practicantes de Medici-


na, y los procesos habían quedado refundidos en los anaqueles de los juzgados hasta el
día de hoy. En espera de que se pronuncie la comisión que trabaja hoy por reconstruir
la verdad de tantas bestialidades e indemnizar a los herederos de las víctimas.
20
[ Introducción ]

Reinicié mi tarea docente en la Universidad de los Andes, donde ingresé como pro-
fesor ocasional en el Departamento de Ciencia Política, y permanecí por un periodo
de cuatro años en los programas del pregrado y la maestría, hasta cuando no me fue
renovado el contrato de trabajo, luego de que resultara escogido por los estudiantes
de Ciencia Política como el mejor docente en los dos semestres de aquel año de 1998.

Fue la oportunidad para conocer de modo directo el devenir de un proyecto educati-


vo modernizador animado en sus orígenes por Mario Laserna y Alberto Lleras. Una
propuesta privada que rivalizaba con la universidad pública, la Nacional que dirigió el
maestro Gerardo Molina, cuya labor se interrumpió después del desastre histórico de
1948, cuando fue intervenida y puesta al cuidado de una autoridad castrense.

De la Universidad de los Andes salí cuando se coronaba una nueva reforma en su


interior, dictada por los aires neoliberales que impulsó la rectoría de un ex ministro de
Hacienda, Rudolf Hommes, primero, y después la de un ingeniero. El episodio mismo
es una lección en término del gobierno de las universidades. El decano era quien hoy
“denuncia” los desmanes autoritarios del actual presidente.

Antes, aquel sociólogo de la política aparecía en mi visión académica con el soporte


de ser un reconocido estudioso de los temas de la democracia y el clientelismo, par-
tícipe destacado de la fundación del Iepri en la Universidad Nacional de Colombia.
Pero en los años noventa él estaba plegado a los aires de la contrarreforma. Sus impli-
caciones, las de esa contrarreforma, serán objeto de un estudio posterior.

Después conocí de modo directo otras experiencias universitarias. Entre ellas la de la


Universidad Javeriana, cuya Facultad de Ciencia Política y Relaciones Internaciona-
les hizo posible la publicación de mi primer libro, La participación y representación
política en Occidente (2000). Allí me he desempeñado como docente catedrático en
los programas de posgrado, en varias materias, hasta el día de hoy.

Luego de mi salida de los Andes, donde resulté premiado como el mejor docente
de Ciencia Política, en el último semestre de mi enseñanza trabajé en paralelo en
los programas de posgrado en las materias de gobierno municipal en la Universidad
Externado de Colombia, debido a una generosa invitación de Luis Villar Borda, con
quien compartía desde mis estudios de pregrado el interés intelectual permanente por
la vida y obra de Hans Kelsen y sus críticos.
21
[ Educación pública superior, hegemonía cultural y crisis de representación política en Colombia (1842-1984) ]

Allí fui coautor del libro Régimen de las entidades territoriales, tomo II; y tam-
bién viví de modo directo la expansión de este proyecto universitario capitalista,
que empezó proclamándose como Universidad Republicana, en los tiempos de
otro joven jurista y educador, supérstite del desangre de la Guerra de los Mil Días
y opuesto a la Regeneración, quien fue un líder intelectual de este proyecto uni-
versitario liberal, Nicolás Pinzón Walrosten, a partir de 1886.

Mi experiencia en el Externado, una institución con fuertes lazos internacionales


con diversas universidades públicas europeas y norteamericanas, duró varios años.
Era el mismo establecimiento que paradójicamente no aceptó mi solicitud de cul-
minar mis estudios de pregrado después de mi expulsión de la Facultad de Derecho.
Estuve allí hasta que el profesor Villar Borda se alejó de la dirección de la maestría
de gobierno y asuntos municipales y llegó a reemplazarlo un constitucionalista de
nuevo tipo, un institucionalista con la vocación de juridicizar toda reflexión política.
Entendí que era el tiempo de marcharme, empezaba el triunfo de una Regeneración
al revés en este ámbito que había nacido bajo el cobijo del radicalismo liberal, cien
años después.

La nueva aventura era mi regreso a la Universidad Nacional, de la que había sido parte
fugazmente durante los primeros meses de 1971 y que había visitado de manera breve
para pedir solidaridad de sus estudiantes cuando estábamos en riesgo de perder el paro
en la Universidad Santo Tomás. Hice parte de una delegación estudiantil de denuncia
y peroramos aquella mañana en una improvisada tarima en la vecindad del edificio
de Sociología. Nos recibió un piquete entre solidario y curioso que escuchó nuestras
dolamas en este insólito descentrado mitin mañanero en 1975.

La mía fue una encendida intervención a capela, y los efectos prácticos de esta visita
fueron mínimos. ¿Qué podía pasarle a esos jóvenes pequeño burgueses, que aquellos
curtidos y probados jóvenes revolucionarios no conocieran ya, después de haber pa-
decido las inclemencias y arbitrariedades de los llamados “rectores policías”? Estas
dudas nunca las pude aclarar, pero sí quedaron grabados sus rostros escépticos y su
raquítico entusiasmo.

Sin embargo, desde la segunda mitad de los años sesenta hasta la segunda mitad de
los setenta, “la Nacho” fue un laboratorio de los nuevos movimientos sociales, que
22
[ Introducción ]

adquirieron carta de ciudadanía mundial en 1968, cuando se radicalizó el llamado


movimiento revolucionario liberal y el propio presidente desarrollista Carlos Lleras
Restrepo fue agredido en los predios de la Ciudad Blanca y se ocupó la Universidad
militarmente. Era una forma de recordar que este espacio no era más un claustro me-
dioeval y mucho menos que pudiera preservarse militarmente, como, por ejemplo,
acontecía en la primigenia experiencia de la Universidad de París según se nos relata
en añejos documentos.

Después se le dio paso a la experiencia urbana del Frente Unido, que alimentó la mo-
vilización de los estudiantes santandereanos organizados en Audesa, que marcharon a
Bogotá, reeditando de otro modo la marcha comunera de finales del siglo XVIII. En
“la Nacho” ya hacía carrera la figura carismática de Camilo Torres, quien oficiaba al
mismo tiempo en las aulas de Sociología y en la moderna capilla dentro del campus.
Esto duró hasta que Camilo se marchó a ser parte de la guerrilla del Ejército de Libe-
ración Nacional (ELN), que apareció de modo espectacular en Santander; así lo regis-
tró el periodista mexicano Renato Meléndez en un reportaje gráfico, que conocieron
todos los lectores de prensa y los televidentes. Este testigo aún vive y su relato está
por recuperarse antes de que cumpla su última cita.

De aquel fervor cristiano marxista se desembocó en el populismo tardío anapista,


y de éste a su excrecencia radical, cuando se perpetró el robo electoral de 1970
que acabó con la fementida empresa desarrollista proclamada por el liberalismo
frentenacionalista. Apareció como respuesta, no querida, la guerrilla urbana más
innovadora, heredera del movimiento del 68, llamada Movimiento 19 de Abril que
en la Universidad se expresó como la corriente “Sin Permiso”, y se desparramó
influyendo en todas las expresiones tradicionales de la izquierda que tenían asiento
juvenil en la Nacho.

Lo dicho y anunciado constituye el humus de lo que aquí se estudia. Es parte de un es-


fuerzo de más largo aliento, la construcción de la historia social y política de los gru-
pos y clases subalternas. Una tarea que proponía Antonio Gramsci en sus Cuadernos
de la cárcel como una contribución militante al estudio verdadero de la hegemonía y
como parte propositiva del entendimiento necesario de la derrota histórica sufrida por
la revolución proletaria en Italia. En el horizonte teórico marcado por la denominada
filosofía de la praxis, que él rescataba de su antecesor Antonio Labriola.
23
[ Educación pública superior, hegemonía cultural y crisis de representación política en Colombia (1842-1984) ]

Un nuevo derrotero: la historia política y social


de los subalternos y las subalternas
A la Universidad Nacional regresé sin habérmelo imaginado nunca. Soy parte de ella
desde el año 1998, cuando empecé con lo que de modo eufemístico se define en la
escala docente como profesor ocasional, que es la forma tradicional de iniciar una
carrera universitaria desde abajo y con las más leoninas garantías; y cuando, por su-
puesto, no es uno un alumno de la institución que empieza actuando como monitor.

Entonces existía ya la recién creada carrera de Ciencia Política que le parecía a los
abogados tradicionales una hibridación inaceptable, o cuando menos incómoda en el
seno de la carrera de Derecho. Y se daban en lo interno luchas al respecto, que encar-
naba el ex decano Víctor Manuel Moncayo, quien también sufrió expulsión durante
el periodo de los rectores policías. Allí empezó mi nuevo peregrinar, y la más clara
definición de una vocación de estudio tantas veces aplazada.

Esta vinculación, que repaso en perspectiva, es la que ahora posibilita reempren-


der y concluir esta investigación, como parte de mis renovadas tareas científicas y
formativas a cargo del Grupo Presidencialismo y Participación, adscrito al Instituto
Unijus. Con el concurso de mi hermano Marco Aurelio revisamos y culminamos un
trabajo de pesquisa reflexiva sobre la universidad colombiana, que iniciamos en la
década de los años ochenta, cuando estuvimos en el ojo de la tormenta, como parte
anacrónica, del último coletazo de una ola de rebeldía que había movilizado a los
estudiantes de Colombia.

La investigación hace justicia a unos ideales vitales en el campo del estudio de los
grupos y clases subalternas y a los intelectuales que han intentado conducirlas; y hon-
ra, cómo no, la premisa ética que aprendimos de la vida intelectual y el ejemplo de
un hombre excepcional, Antonio Gramsci. Lo hacemos en un tiempo en que la misma
Universidad Nacional experimenta el desafío de una nueva reforma académica en-
sayada en consonancia con el declive del neoliberalismo, y cuando despuntan en el
horizonte renovadas alternativas radicales en todo el continente americano. Las nue-
vas expectativas de reformas radicales están catalizadas en buena parte por el colapso
financiero del capitalismo global, pero en la tierra colombiana pareciera, contra toda
evidencia, que nosotros fuéramos una de las pocas excepciones en la subregión y el
subcontinente.
24
[ Introducción ]

Antonio Gramsci afirmaba, sometido a la crueldad de la reclusión en las cárceles


del fascismo, que “la verdad es revolucionaria”, recordando lo sentenciado por el
revolucionario alemán Karl Liebneckt, asesinado junto con Rosa Luxemburgo en los
albores del nazismo. Es esta una sentencia que lleva implícita una lectura alternativa
de la modernidad, que los autores de este libro de vocación inter y transdisciplinar
compartimos.

Porque, para recordarlo, no hay una, sino cuando menos dos vías de despliegue de
la modernidad como espacio tiempo de una nueva civilización. Y América Latina,
una vez “descubierta” por los europeos, definió el rumbo de tal cambio de época que
condujo al triunfo de un orden público singular, dirigido por la burguesía que se hizo
hegemónica en diferentes espacios nacionales.

En este espíritu vital, que explora las alternativas a la modernidad, que se hace sensi-
ble a los hallazgos y polémicas iniciados por los estudiosos de la demodernización, y
los cultores de los estudios poscoloniales, y, por sobre todo, en contra de la ética de
la muerte, es que hoy entregamos a la consideración de la comunidad intelectual de
Colombia, de los estudiosos de la obra de Antonio Gramsci y a la ciudadanía general,
este conjunto de reflexiones sobre la hegemonía cultural y el papel que cumple esta en
el campo de la educación superior, para ayudar con sus luces a iluminar la trayectoria
alternativa para unos tiempos oscuros en los que el fantasma del autoritarismo lo per-
mea casi todo en Colombia.

Porque, al mismo tiempo, las renovadas luchas democráticas de los estudiantes y las
minorías organizadas en diversos y heterogéneos movimientos autónomos, median-
te particulares formas de resistencia, renuevan el ánimo contestatario y propositivo
que nutre una vocación transformadora de las condiciones de exclusión, desigual-
dad y miseria.

En estas luchas culturales, científicas y políticas se descubre a una multitud que se


perfila como nuevo sujeto colectivo, definida por su heterogeneidad, pluralidad, di-
versidad y demanda de autonomía. Ella es y ha sido capaz de resistir las pruebas pre-
sentes y futuras, y, durante el año 2007, en los meses de mayo y junio, ha sido capaz
de potenciar las tareas contestatarias en un proyecto alternativo en el campo de la
cultura, la ciencia social y la vida misma de millones.
25
Esta multitud ha venido ganando momento, y uno de sus componentes, el estudiantado
bogotano, se opuso de nuevo con su movilización solidaria al proyecto retrógrado que
en materia de educación pública, desfinancia y privatiza la educación nacional, y que
busca imponer a toda costa el gobierno de la reelección actual de Colombia. Un tópico
sobre lo cual aparecerá pronto un libro publicado por nuestro grupo que conmemora
los cuarenta años del 68, que lo toca y evalúa de modo específico.

Por último, el texto que aquí se presenta es un intento investigativo del modo como se
construye en la lucha un proyecto contrahegemónico por los grupos y clases subalternas
y los intelectuales que le han sido orgánicos a tal proyecto político y social alternativo, y,
cómo no, cuáles han sido sus aciertos, desaciertos y sus actuales proyecciones.

Es un texto con el cual le damos impulso inicial a un programa concreto de la historia


política y social de los grupos y clases subalternas en la subregión andina amazónica
y el Caribe, empezando por Colombia. Es un esfuerzo que se acompañará simultá-
neamente con nuestros colegas del seminario internacional Antonio Gramsci, en las
hermanas repúblicas de Ecuador y Venezuela.

Con ellos celebraremos el II Seminario, entre los días 30 de septiembre y 2 de octubre


de 2009. Mientras esto ocurre, aquí está nuestra contribución a ese evento de signi-
ficación estratégica, cultural y científica, no solo inocultable sino urgente, cuando el
capital experimenta una nueva y profunda crisis y el trabajo parece desconcertado y
huérfano de iniciativas fundamentales. Es nuestra contribución para pensar la función
intelectual, la educación y la cultura de un modo liberador.

Miguel Ángel Herrera Zgaib


Investigador principal

Semillero: Historia social y de las clases subalternas


Director del Grupo Presidencialismo y Participación Bogotá y Girardot, mayo de 2009

Sociólogo, Universidad Cooperativa de Colombia, sede Bogotá (1985). Profesional especializado del Centro
Experimental Piloto, y Director de la UNAD, en San José del Guaviare. Secretario Privado del Comisario del Guaviare.
Director Centro de Documentación de la Corporación Araracuara, Bogotá (1990). Periodista free-lance, y colaborador
en periódicos y tv. comunitaria regional. Investigador y asesor en educación pública y popular.
1
Los antecedentes: más de un siglo de
educación colombiana 1842-1948

N o hay duda de que la segunda mitad del siglo XIX fue la usina en que se fun-
dieron las primeras propuestas educativas de cuño moderno burgués, utópicas
las más, porque el perfil social era aún heredero de la república señorial que empezó
a morir con la reforma liberal del medio siglo XIX. Dicha república recibió un lento
certificado de defunción en el primer tercio del siglo XX, y muchas reencarnaciones
posteriores hasta nuestros días.

Algunos estudiosos encontrarán las primeras huellas reformadoras de la educación


anacrónicamente burguesas en la obra de Moreno y Escandón, un reflejo en el tiempo
del virreinato de la tardía Ilustración borbónica exportada desde España. Otros ubican
la genealogía del fenómeno en el intento de organización de un sistema de educación
pública, avanzadísimo para América, proferido mediante Decreto del 6 de octubre de
1820, bajo la vicepresidencia del general Santander, y con la firma del secretario del
Interior, Estanislao Vergara.

Este decreto obtuvo nuevo desarrollo en el Congreso de Cúcuta de 1821, que dotó al
país de una Dirección General de Instrucción Pública. Este hiato de carácter históri-
co sirve para remarcar que dichas formulaciones jurídicas golpearon los privilegios
del clero, en cuyo poder exclusivo se encontraba la escuela desde el periodo colo-
nial. Dicho en otras palabras, la organización incipiente de la cultura era potestad de
la intelectualidad tradicional de sotana, hija del feudalismo español y trasplantada a
Colombia, donde controló casi todo el aparato educativo, como dirección de la clase
27
[ Educación pública superior, hegemonía cultural y crisis de representación política en Colombia (1842-1984) ]

terrateniente hispana y criolla, dado que la Iglesia católica y sus órdenes religiosas
eran las mayores propietarias.

Hay que enfatizar la importancia de la segunda mitad del siglo XIX, como antece-
dente, porque nadie discute, tampoco, que se quebró entonces una primera vértebra
al régimen colonial en materia socioeconómica. Y en el plano de la cultura, la gene-
ralización de la reforma también encuentra sus adalides, que, explicablemente, no
tienen una clara distinción partidaria en algunos puntos objetivamente comunes para
los primeros liberales (gólgotas o draconianos) y conservadores.

Apoyemos con ejemplos lo dicho. Tal es el caso de lo realizado por el ministro del
Interior, Mariano Ospina Rodríguez, quien en el Gobierno del presidente Herrán dio
vida a lo que sería la Ley 21 de 1842, reformatoria del régimen de la universidad repu-
blicana. Esta había sido establecida en forma inicial mediante la Ley sobre la organi-
zación y arreglo de la instrucción pública del 18 de marzo de 1826, durante la vigencia
de la Gran Colombia, que dio existencia constitucional a las universidades centrales,
a funcionar en Caracas, Quito y Santafé, estipulada en el capítulo VII, artículos 42 a
47, de modo específico. Entonces era vicepresidente Francisco de Paula Santander y
secretario de Estado José Manuel Restrepo.

Estas eran las apreciaciones del reformador Ospina Rodríguez en el mensaje al Con-
greso de 1844:

... contra la excesiva multiplicación de médicos y abogados, sobre todo de tinte-


rillos y charlatanes ... la mayor parte de las cámaras sólo se apresuraron a la-
mentar que se pretendiese poner en ejecución la citada Ley de 15 de Mayo, que
mandó preferir en todos los colegios la enseñanza de la ciencias matemáticas,
físicas y naturales de una utilidad positiva, según las circunstancias de cada
provincia ... y que autorizó a las cámaras para traer de países extranjeros pro-
fesores, máquinas, aparatos y libros y lo demás que se requiere para establecer
enseñanza práctica de aquellas ciencias y de los conocimientos industriales más
ventajosos para la respectiva localidad (Ospina Rodríguez, 1844).

Ospina Rodríguez, por supuesto, mantuvo estables otras diferencias. Al mismo tiem-
po, por su gestión regresarían los jesuitas, reintegrándolos a la enseñanza en el país,
para mantener el cuidado de las mayorías rurales y los pobres de los incipientes asen-
tamientos urbanos de la recién creada república.
28
[ Los antecedentes: más de un siglo de educación colombiana (1842-1958) ]

Por otra parte, los liberales radicales, con el Decreto Orgánico de Instrucción Pública del
1º de noviembre de 1870, producido en el gobierno del general Eustorgio Salgar y bajo
la dirección práctica de la educación en cabeza del pedagogo Felipe Zapata, buscaron
crear un sistema de educación pública laico, estableciendo la escuela gratuita, obliga-
toria y neutral religiosamente, y restableciendo una Dirección Nacional de Instrucción,
dependiente del Ministerio del Interior, que pusiera orden al caos regional y al desmonte
de la administración religiosa de la educación.

Aquellos intentos radicales de reforma tardo ilustrada obtuvieron el concurso de una


misión de educadores alemanes. Aquellos procedían basándose en los informes de
Eustasio Santamaría sobre la organización de la escuela prusiana y el prestigio de la
Universidad de Berlín, una propuesta que consolidó la reforma Humboldt en la Euro-
pa continental.

Obvio que la influencia alemana se importaba sin llegar nunca a promulgar el laicismo
tout court, “que sí fue la consigna de los otros gobiernos liberales latinoamericanos
de la época” (Jaramillo Uribe, 1980). Porque aquí la última palabra la dio la Regene-
ración pactada entre moderados y autoritarios, dirigidos por Rafael Núñez y Miguel
Antonio Caro, después de triunfar con las armas.

Radicalismo y contrarreforma educativa

Los intentos radicales de construir la contrahegemonía laica en la educación de las


masas republicanas citadinas sufrió la enconada oposición de la intelectualidad tradi-
cional, encarnada en Carlos Holguín, José Joaquín Ortiz y Miguel Antonio Caro. Ella
organizó además las sociedades católicas para oponerse, protestando contra la neutrali-
dad religiosa que inspiró y propuso esta reforma radical, por ser violatoria de la Consti-
tución alegaban, puesto que, qué sacrilegio, garantizaba la libertad de enseñanza.

La reforma laica de la educación se vino a pique al concluir la Guerra Civil de 1876,


donde la suerte del Radicalismo fue sellada. La labor de desmonte la ejecutaron las
administraciones sucesivas de Julián Trujillo y Francisco Javier Zaldúa, en un primer
momento. La contrarreforma educativa se consolidó, sin embargo, durante la admi-
nistración de Rafael Núñez, con el Concordato de 1887, registrada así en el texto del
art. 41 de la Constitución de 1886: “La educación pública será organizada y dirigida

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[ Educación pública superior, hegemonía cultural y crisis de representación política en Colombia (1842-1984) ]

en concordancia con la religión católica ... La instrucción primaria costeada con fon-
dos públicos será gratuita y no obligatoria”.

El complemento de este ejercicio regenerador lo ofrece el Concordato, que prescribió


en su art. 12 lo siguiente: “En las Universidades y Colegios, en las escuelas y en los
demás centros de enseñanza, la educación e instrucción pública se organizará y dirigi-
rá en conformidad con los dogmas y la moral de la religión católica...”

Más aún, en una parte del art. 13 se destaca esta admonición con carácter de amenaza
directa: “El gobierno impedirá que en el desempeño de asignaturas literarias, científi-
cas, y en general en todos los ramos de instrucción, se propaguen ideas contrarias al
dogma católico y al respeto y veneración debidos a la Iglesia”.

En consecuencia, los dos intentos de reforma de la educación pública, de filiación di-


versa, fracasaron y quedó pendiente su realización parcial a partir de 1930. El intento
de establecer una educación laica había empezado a tomar cuerpo hacía algo más de
un siglo, en 1826. Para aquel año, se había establecido el proyecto de creación de las
universidades centrales en Quito, Caracas y Santafé.

La realidad social que subyacía estos movimientos de reforma y contrarreforma cul-


tural, impulsados por las élites nacidas de los grupos de comerciantes y terratenientes
regionales, mostraba a Colombia como un país en lo fundamental aplicado a la agri-
cultura y al comercio.

Había una clase artesanal pequeña, aunque de cierta consideración en las ciudades,
que pudo ser el sostén real de la reforma educativa que tuvo sus momentos estelares
en 1842 y sobre todo en 1870. Era la minoría ilustrada y beligerante, una minoría que
fue derrotada políticamente después del corto gobierno de las sociedades democrá-
ticas que ellas impulsaron y defendieron, tuteladas por el general José María Melo,
seguidor del reformismo que encarnaba otra figura militar, José María Obando.

La presión eficaz de la intelectualidad reaccionaria, expresión de la clase terrateniente,


lo fue en grado sumo, apoyada en el aparato de la Iglesia católica, replegado, derrota-
do, pero no vencido. La realidad económica y social del país mostraba apenas trazas
de un incipiente desarrollo de las premisas del capitalismo, que no requería, por tanto,
una modificación sustancial en la vieja cultura. Y la profusión de vasallos ilustrados, a
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[ Los antecedentes: más de un siglo de educación colombiana (1842-1958) ]

la manera como lo pregonaba Joseph de Finestrad en tiempos de la reforma borbónica,


no era la mejor de las recetas a aplicar.

La avanzadilla liberal burguesa marcó un norte ideológico, pero no logró una reforma
económica radical que la acompañara sólidamente en la concreción inmediata de su
propósito, por sobre todo de significación ideológica, en el sentido de construcción de
las libertades políticas; e intentó con timidez la separación entre Iglesia y Estado, pri-
mero, para impulsar luego la concreción de tal principio con la laicización de la cultura,
viviendo en la utopía, pues “El Programa del Estado Liberal del Siglo XIX ... exhibió
las limitaciones inevitables en un pensamiento puramente político” (Jiménez, 1979).

Enfrentada a la propuesta de reforma se impuso la conciliación entre la naciente bur-


guesía comercial y la clase terrateniente, luego de apabullar y eliminar físicamente al
artesanado como fuerza política y económica. Bajo la lógica del libre cambio, el país
vivió la impronta de supeditarse a la exportación de materias primas de origen agríco-
la, sin llegar a constituir propiamente un mercado interior que integrara las regiones,
más allá de la unidad político-jurídica formalmente impuesta por la Regeneración.

Ello tan solo se logró con el intensivo desarrollo del cultivo del café, que trajo también
estabilidad institucional. Así expresó este proceso de consolidación Nieto Arteta: “La
inestabilidad económica ocasionaba la anarquía política y ésta hacía más intensa y
aguda a aquélla. Un efecto se hacía causa o condición de la causa que lo había produ-
cido. Esa es la historia de Colombia hasta la aparición del café” (Nieto Arteta, 1971).

Más adelante resumirá así lo acontecido en medio siglo:

Del radicalismo al orden, de la infancia a la edad madura, del desorden a la es-


tabilidad, de la anárquica subjetividad a la mesurada y fría objetividad; he ahí
las transformaciones históricas que el café produce en Colombia. Los pequeños
productores, los propietarios que han cultivado, ellos mismos, la tierra, han
triunfado (Nieto Arteta, 1971).

Este proceso, además, traía consigo la integración de Colombia en el capitalismo


mundial, hecho expresado así por Marco Palacios:

La segunda mitad del siglo diecinueve colombiano estuvo caracterizada por


la inestabilidad política. Seis guerras civiles nacionales y unos cuarenta
31
[ Educación pública superior, hegemonía cultural y crisis de representación política en Colombia (1842-1984) ]

pronunciamientos, levantamientos y bochinches locales dan buena cuenta de


los obstáculos interpuestos para el desarrollo estatal y de la fragilidad de los
regímenes políticos. Al mismo tiempo fue este el periodo de la incorporación al
mercado mundial bajo condiciones de permanencia. Por esto no es extraño que
los contemporáneos hayan advertido que existía algún tipo de nexo entre la cri-
sis del comercio exterior y la inestabilidad política; más explícitamente entre el
ciclo exportador depresivo, la caída de los ingresos fiscales y las guerras civiles
(Palacios, 1983).

Desde la política, la burguesía, en ascenso notorio al inicio de la segunda mitad del


siglo XIX hasta su afirmación en el interregno de la Regeneración, sí presentó crite-
rios dispares cuando tuvo que discutir la organización constitucional del Estado, así
como sus relaciones con la Iglesia. Y para conquistar su hegemonía tuvo que librar
“una lucha prolongada en tres frentes: primero, contra cierto grupo de artesanos pro-
teccionistas, sus aliados iniciales; luego contra los ‘libertadores’... los militares de las
guerras de independencia y, finalmente, contra el poder y la extraordinaria influencia
política que entre la vasta feligresía rural ejercía la Iglesia” (Palacios, 1983).

Aquí se describe la hegemonía, por supuesto, de una de las fracciones burguesas, la


comercial, que no pudo construir sola el bloque histórico dominante, sino que tuvo
que compartir su gobierno con los sectores más tradicionales, con los terratenientes
nuevos y viejos, quienes empezaron a moldear nuestro incipiente Estado Nación entre
guerra y guerra.

El apoyo definitivo provino de la economía cafetera basada en las haciendas y en la


agricultura campesina de las zonas de colonización; acompañada luego con la des-
composición de las grandes haciendas del centro del país, que da origen, también, a
una capa de campesinos medios.

El enfrentamiento entre el liberalismo radical y los tradicionalistas, ambos partidarios


del libre cambio, se resume bien en la fórmula sentenciosa de Luis Ospina Vásquez:
“Los conservadores invierten la fórmula de los radicales: no se trataba de que la li-
bertad nos trajera el progreso, sino más bien que el progreso nos trajera la libertad”
(Ospina Vásquez, 1955).

En lo educativo, esta alianza entre tradicionales y liberales radicales, en lo fino de la


Regeneración, se concretó en las premisas de un sistema nacional educativo, en una
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[ Los antecedentes: más de un siglo de educación colombiana (1842-1958) ]

época en que los escolares eran 144.667 en todo el país, y la universidad estaba dividi-
da y atomizada en facultades bajo el cuidado de los ministerios. Todo se plasmó en la
Ley 89 y el Decreto Reglamentario 349 de 1892, como lo recordó el historiador Jaime
Jaramillo Uribe en un escrito reciente, incluido en el manual III de Historia.

Ahora es importante anotar que el paquete legislativo, desde el punto de vista ad-
ministrativo y organizativo, gira en torno a dos aspectos: uno, la consolidación del
dogma católico, con el predominio clerical en la enseñanza, y dos, que la educación
universitaria y secundaria depende del gobierno nacional. Como también el comienzo
del siglo, conservando la misma postulación ideológica, reedita tímidamente temas
comunes a la burguesía liberal de la segunda mitad del siglo XIX.

El presidente José Manuel Marroquín con su ministro de Instrucción Pública, Antonio


José Uribe, dictan la Ley Orgánica 39 de 1903 y su Decreto Reglamentario 419 de
1904, sobre temas que tienen que ver con la parcelación de la segunda enseñanza en
técnica y clásica; y ordenan que la escuela primaria rural vuelque sus preocupaciones
instruccionistas en las actividades agrícolas, industriales y comerciales. Y fijan con-
troles políticos a la educación con las juntas de vigilancia compuestas por el alcalde,
el párroco y personalidades del municipio, que expresa a las claras la mentalidad edu-
cativa del periodo de la Regeneración en el que lleva la batuta el sector reaccionario.

Pero, el proceso de la moderna sociedad colombiana está haciendo sus pinos. Apa-
recen las inversiones extranjeras, provenientes de la indemnización de Panamá; el
desarrollo de la infraestructura vial durante el quinquenio de Reyes, el desplazamiento
consiguiente de la población campesina atraída por mejores salarios; y, como ya se
dijo, el proceso lento pero regular de la formación de un mercado interior que tiene su
hilo de oro en el café. A su vez, las exigencias de una modificación en la educación,
en términos de calidad y cantidad, pasaron del terreno de la retórica a las realidades
de la economía.

La burguesía liberal empieza a librar renovadas luchas, retomando postulados del


radicalismo, pero con un contenido, de hecho, diferente. A más de reclamar por la
independencia de la estrechez clerical, exige un tipo de enseñanza activa en dos fren-
tes: la preparación de los técnicos de nivel superior, y trabajadores que conozcan el
alfabeto y las operaciones elementales de la aritmética. Ya empiezan a debatirse en el
ámbito educativo las exigencias de la moderna sociedad burguesa, por supuesto que en
33
[ Educación pública superior, hegemonía cultural y crisis de representación política en Colombia (1842-1984) ]

un espectro reducido, reflejo de las condiciones del país, desfasado del desarrollo de las
metrópolis capitalistas, pero tendencialmente hermanado a ellas.

Una precisa ilustración de lo dicho es la experiencia educativa del Gimnasio Mo-


derno, fundado por Agustín Nieto Caballero en 1914, quien defendió los postulados
de la nueva escuela nacida en Europa de las experiencias de Montessori, Decroly y
Pestalozzi. Antes, el influjo libresco de estos pensadores burgueses era conocido y sus
artículos se reprodujeron en los anales de la universidad, y sobre todo en la Revista de
Instrucción Pública. Pero su reconocimiento público y concreto estaba muy distante
del credo ideológico dominante en un país eminentemente rural y con notorios rasgos
semiserviles, y por tanto era visto como un desafío a la bucólica república señorial.

Este pionero de la moderna educación, pronto fue autoridad en Suramérica y el mun-


do. Entre 1914 y 1924 mantuvo su ensayo contra la oposición de los sectores más
atrasados; y ya con suficiente autoridad, aunada al despegue de la incipiente burguesía
industrial que puso en el sitio de Bolívar a Pedro Nel Ospina, logró que este apoyara
la venida de una nueva misión educativa de Alemania. Luego, se configuró un comité
de especialistas con los nacionales Tomás Rueda Vargas, Emilio Ferrero y Gerardo
Arrubla. Se elaboró un proyecto de ley orgánica de la educación pública en 1926, que
fracasó ante la resistencia religiosa y de los establecimientos privados.

Dos avances se lograron, sin embargo: el establecimiento de la educación primaria


obligatoria con ciertos recortes, en la Ley 56 de 1927, que reglamentó el Decreto
1790 de 1930, y la organización del Instituto Pedagógico Nacional Femenino, bajo la
orientación de los alemanes Julius Siebers y Franziska Radke.

La influencia del primero fue notoria en el rumbo impreso a la Escuela Normal de


Tunja, génesis de la actual Universidad Pedagógica Nacional, reformando la enseñan-
za de las matemáticas y las ciencias de la naturaleza, tardía conquista sugerida en el
siglo XVIII por Moreno y Escandón y José Celestino Mutis y el mismo Caldas en el
siglo XIX; en los que hizo gran eco la Ilustración tardía difundida por Jovellanos y
Saavedra en la Península.

Observamos que la ley de 1927 buscó nuevamente penetrar en el campo y modificar


el atraso de la peonada rural, con pocos efectos, por las incipientes formas de control
y por, sobre todo, al choque de la realidad ambiente. Eran los segundos pasos, luego
34
[ Los antecedentes: más de un siglo de educación colombiana (1842-1958) ]

de 1903 y espontáneos todavía, de la burguesía difundiendo las posibilidades de la


primera enseñanza entre el pueblo trabajador.

En la creación del Instituto Pedagógico transcurrieron diez años, desde el gobierno de


José Vicente Concha hasta Abadía Méndez, cuando abrió sus puertas a 73 jóvenes, el
9 de marzo de 1927, bajo la directriz de Franziska Radke (1927-1935), dando paso
al ensayo radical de Dámaso Zapata, director legendario de instrucción pública en
Cundinamarca, quien logró fundar diez escuelas normales, una de ellas para mujeres,
aplicando los postulados pestalozzianos.

Entonces se buscó conscientemente materializar un principio de unidad nacional,


reuniendo a jovencitas de todos los departamentos, orientadas por el método del Ar-
beitsunterricht (enseñanza trabajo). Al Instituto se unieron luego la Escuela Anexa
(1929) y el Kindergarten (1934). Como recordaba la profesora Radke, allí se for-
maron, además, “profesores aptos ... para la dirección e inspección de la enseñanza
pública nacional”.

La importancia de esta digresión radica en el rastreo que se hace del primer esfuerzo
efectivo por construir un sistema de educación en la naciente sociedad burguesa co-
lombiana, que superó el papel, y las oposiciones surgidas entre las mismas fracciones
en pugna. Tales son indicios elocuentes de que las diferencias se van paliando entre
los intelectuales de procedencia bipartidista de cara a los imperativos hegemónicos de
la incipiente burguesía industrial que necesita darle perfil a la naciente sociedad civil
que crece en los principales centros urbanos de Colombia.

Dicha burguesía ha surgido de la confluencia de la burguesía comercial, crecida en


la exportación cafetera, con ciertos terratenientes, no pocos caudillos de las guerras
del siglo XIX, convertidos en burgueses, cuyo plusvalor resultó de la explotación del
campesino parcelario y de la apropiación de las rentas nacionales, y sobre estos pilares
acumularon el capital necesario para levantar las primeras fábricas en serie.

Es correcto decir, que se concretó una sólida avanzadilla de la reforma educativa


de cuño burgués, limada en parte por las polémicas principistas entre el clericalis-
mo y el laicismo, que dio paso a una conciliación, la cual viabilizó la ampliación y
organicidad de un aparato educativo moderno. Estos son los primeros pasos en firme
de la escuela capitalista que padecerá variadas resistencias en el transcurso del siglo.
35
[ Educación pública superior, hegemonía cultural y crisis de representación política en Colombia (1842-1984) ]

No hay que olvidar tampoco que el exponente de la Nueva Escuela fue un liberal,
nacido al final del siglo XIX –unidad integral de la bautizada como Generación del
Centenario, comprometida en la vigencia de la nueva sociedad burguesa, convencida
de los riesgos del nuevo enfrentamiento de las clases–, y cómo este pionero, sucesor
de Dámaso Zapata, tuvo el apoyo de conservadores heterodoxos, de Ospina, impulsor
de la industrialización auspiciada desde el quinquenio de Rafael Reyes.

La construcción de la hegemonía burguesa empezó por lo bajo y con bastante cau-


tela. La universidad estaba sujeta duramente a la férula confesional, lo que motivó
la fundación de la universidad republicana del general Pinzón, desaparecida con el
experimento político del mismo nombre. Vino después la Universidad Libre, fundada
en 1923, bajo el patronato del general Benjamín Herrera. Ella involucraba ya una hi-
bridación de las universidades populares que se ensayaban en Lima con las escuelas
superiores de pensum clásico, donde el Derecho aún campeaba.

Sin exagerar, el equivalente del Gimnasio Moderno fue la Universidad Libre, en la


educación superior, como iniciativa de carácter privado apoyada por el liberalismo, en
papel de fuerza de oposición y arrastrando tras de sí los reclamos sociales de un pro-
letariado incipiente al que se unían artesanos en trance de obreros con los campesinos
desplazados de los campos, para lograr luego la sanción pública, generalizándola; com-
promiso cumplido por la República Liberal, mientras la hegemonía conservadora se
quebraba por la misma crisis del capitalismo mundial. Comenzó Olaya Herrera crean-
do la Facultad de Ciencias de la Educación, que, en 1932 bajo la dirección de Rafael
Bernal Jiménez, difundió masivamente los nuevos principios, con centro en Bogotá.

En estas iniciativas subyace la presencia de una pequeña burguesía que opera como
fuerza de maniobra de la alianza burgués-terrateniente, pero que a ratos amenazó
con obtener la independencia ideológica consolidando una unión con el pueblo,
que en sus sectores más avanzados, ubicados en los enclaves imperialistas y en las
zonas de obras públicas nacionales, era guiado por los socialistas, impregnados de
utopismo y reformismo.

Ello obligó al liberalismo a darles cabida formal en el Programa de la Convención


de Ibagué de 1922. Y obvio que una de sus formas de control para la clase media
en crecimiento fue la ampliación del aparato educativo incipiente y maltrecho,

36
[ Los antecedentes: más de un siglo de educación colombiana (1842-1958) ]

aprovechando además la protesta continental, que tuvo tanto eco en Perú, Argen-
tina, Chile y Cuba: la reforma de Córdoba en 1918 cuya onda expansiva llegó con
retraso por Colombia.

Estos cambios, en términos de composición social en la escuela, y hasta cierto punto


en la calidad misma de la enseñanza que difundían las instituciones públicas y priva-
das, enfrentarán la realidad heredada que describía así Fernán Torres León, modifi-
cándola con lentitud:

En Colombia, desde el punto de vista de la composición social, no es posible es-


tablecer diferencia entre la universidad colonial y la post-independentista. Am-
bas tuvieron como objetivo principal suministrar educación superior a los hijos
de las familias de clases altas clases durante el siglo XIX y primeras décadas
del siglo XX, formadas por terratenientes, grandes comerciantes, industriales y
funcionarios del gobierno (Torres León, 1975).

La reforma liberal de la educación se dio de 1930 a 1940. Intentó desarrollar las su-
gestiones de la Ley 56 de 1927, impulsando con vigor la consigna de Tierra y Cultura,
que encontró su inicial conductor en Luis López de Mesa con su “cultura aldeana”
fracasada en parte por su utopismo; el Town norteamericano que olvidó la pobre vida
económica del campesino colombiano. Esta experiencia creyó encontrar piso con la
Ley de Tierras de 1936, ahora bajo la batuta de Darío Echandía.

Hoy sabemos mejor el significado de tal reforma, que no buscó, en su esencia, dar tie-
rra al campesino sino compulsar a los propietarios a explotarla. Así terminó ese sueño,
prolongado un poco por la administración de Eduardo Santos. Como lo comentara Ja-
ramillo Uribe, tales planes “tuvieron su prolongación en la administración de Eduardo
Santos con la idea de las escuelas vocacionales agrícolas...”, sólo que se les introdujo
una variante. Ahora pensaban en la capacitación del campesinado no para explotar su
tierra, sino como trabajador asalariado en un campo en transformación debido a las
nuevas relaciones de producción.

Este proceso tampoco obtuvo, por demás, un cabal desarrollo. El liberalismo en el


poder, enseguida impulsaría la transformación de la educación superior abocando,
también, la construcción de la Ciudad Universitaria. En 1935, afirmaba Alfonso Ló-
pez Pumarejo: “La universidad colombiana deberá preocuparse muchos años por ser
una escuela de trabajo más que una academia de ciencias. Es urgente ponernos al día en
37
[ Educación pública superior, hegemonía cultural y crisis de representación política en Colombia (1842-1984) ]

el manejo de una civilización importada...Mientras ello no ocurra no habrá autonomía


nacional, no habrá independencia económica, no habrá soberanía” (Tomado de El
pensamiento económico de Alfonso López. Economía Gran Colombiana).

Desde otra perspectiva, así ha comentado Tirado Mejía el pensamiento de López en


materia educativa:

Uno de los problemas graves en la orientación de la educación [según López],


hasta ese momento, era que en el fondo de toda educación colombiana, pú-
blica y privada, ha predominado un espíritu de casta, que se comprueba con
la ocurrencia frecuente de que los hombres salidos de la entraña del pueblo
suelen ser los que más desprecian, desatienden y temen a su clase originaria.
Era preciso ... reestructurar el bachillerato que se había convertido en un
“negocio apostólico”.

Proceder a la reforma universitaria ... que según él, “si obedeciera solo a mis
deseos, estaría figurando como el motivo principalísimo de los negocios del
gobierno” ... Esto correspondía a su idea de que era preciso modificar sustan-
cialmente la orientación del sistema universitario y cambiar radicalmente la
universidad colombiana que se había convertido en “una represa para desviar
el cauce normal de nuestra actividad a las inteligencias mejor dotadas”, en una
“fábrica de doctores” creadora de “una aristocracia intelectual paupérrima”
que se desbordaba hacia la burocracia (Tirado Mejía, 1981).

El mismo historiador y abogado Álvaro Tirado Mejía trae una anécdota que grafica el
enfrentamiento de la intelectualidad burguesa liberal y la tradicional. Tal es el caso del
veto contra el profesor Miguel Roberto Téllez, psicólogo en el Instituto Pedagógico,
proferido por el arzobispo de Bogotá, quien enseñaba “que los hombres actualmente
existentes no descienden de una sola pareja”, a lo cual el ministro de Educación de
la época, Castro Martínez, se negó diciéndole al arzobispo, además, que: “el profesor
Téllez es un distinguido pedagogo católico, conservador por añadidura”. Este último
episodio refleja muy bien cómo la moderna burguesía se hermanaba sin importarle a
su fracción avanzada, la filiación banderiza liberal o conservadora, para consolidar el
nuevo orden que impulsaba la república liberal en ciernes.

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[ Los antecedentes: más de un siglo de educación colombiana (1842-1958) ]

La refundación de la Universidad Nacional

La Ley 68 de 1935 reorganizó la Universidad Nacional y facultó al gobierno para ha-


cer la ciudad universitaria. En la exposición de motivos, Carlos García Prada arguyó:

En verdad [la U. Nacional] no puede seguir ofreciendo el espectáculo de lo


“que no es una entidad ni una federación de entidades” ... sino la dispersa
maquinaria de una fábrica de doctores de cuatro carreras que está superpro-
duciendo profesionales sin acomodarse a la urgencia de preparar al ciudadano
para habilitar su propio país y dominarlo.

Por fin obtendría sustancia la idea de la universidad integrada, defendida por la mi-
sión alemana, traída a instancias de la Ley 57 de 1923, idea complementada con la
autonomía en lo académico y administrativo, a contrapelo de lo sustentado en lo fino
de la Regeneración, que impúsole el control directo del Estado y la dispersión en lo
académico.

A la reforma contribuyó considerablemente la crítica estudiantil exponente de los sec-


tores medios en ascenso, quienes acompañaron los reclamos educacionistas con la
petición de reformas en lo social y económico. De ahí que el 8 de junio de 1929 se
patentice la presencia de los universitarios en la protesta política que se cerró con la
muerte de Gustavo Bravo Pérez y la caída del gobierno de Bogotá.

Orgánicamente se dio vida a la Federación Nacional de Estudiantes, presidida por


Carlos Lleras Restrepo, Diego Luis Córdoba y José Francisco Socarrás. Esta Federa-
ción, en el primer Congreso de Ibagué (1928), adoptó los siguientes puntos rectores:

1. Libertad de cátedra. 2. Libertad de asistencia de los alumnos a cursos. 3.


Elaboración de programas anuales y actualización periódica de ellos. 4. Exá-
menes orales y escritos ajustados a los programas. 5. Si la tercera parte de
los alumnos de un curso invitaba a una persona a dictar conferencias sobre
determinada materia, el curso debía dictarse. 6. No bastan las clases ordinarias
y las conferencias magistrales. Junto a estas deben organizarse seminarios de
investigación. 7. Las cátedras deben otorgarse por concurso. 8. Representación
estudiantil en el seno del Consejo Directivo de la Universidad, en proporción
de una tercera parte y elección directa de estos representantes. 9. Universidad
autónoma y elección de sus órganos de gobierno por los componentes de ella
(Arciniegas, 1929).

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[ Educación pública superior, hegemonía cultural y crisis de representación política en Colombia (1842-1984) ]

Carlos Lleras Restrepo, un caracterizado líder estudiantil entonces, añadía en los apar-
tes del discurso introductorio a dicho programa:

Debemos trabajar también por la elevación material, intelectual y moral del


proletariado ... Nos corresponde de hecho y de derecho arrancar al pueblo del
pantano donde vegeta, separarlo de la línea donde oscila entre la criminalidad
y el fanatismo, darle conciencia de sus propios formidables destinos.

A la vez, el proyecto puntualiza la liberación ideológica de la mujer y la necesaria con-


quista para ella de la igualdad jurídica. Además, establece que la mujer se libere en el
orden espiritual por la enseñanza, por lo que la universidad debe abrírsele de una vez
por todas. Carlos Lleras Restrepo insiste en la necesidad de que “la mujer se libere en
el orden jurídico, y para ello se deben cambiar radicalmente los preceptos que regulan
la constitución de la familia y de la sociedad conyugal” (Lleras Restrepo, 1983).

No hay duda, pues, de que los estudiantes de la época estaban sensibilizados por cau-
sas sociales, extraacadémicas si se quiere, pero de hondura en términos de la lucha que
libraba la oposición burguesa. Volvamos al testigo de primera mano, Lleras Restrepo,
para explorar los orígenes:

El grupo de amigos a que pertenecí tenía la dirección intelectual de Germán


Arciniegas ... Estudiamos primero los trabajos de la Misión Alemana que en
definitiva fracasaron y más tarde nos preocupó sobre todo la cátedra libre, la
necesidad de libertar a la Universidad Nacional del confesionalismo ... En 1927
entré a formar parte del Centro Departamental de Estudiantes.

Entre los animadores de tal iniciativa de la intelectualidad burguesa liberal se contaba


a Baldomero Sanín Cano, un ensayista de postín,

invitado a la Casa del Estudiante para exponer los avances de la Unión Soviéti-
ca en el campo de la educación. Tomás Rueda Vargas disertó sobre los orígenes
de los partidos políticos en Colombia. El Centro nombró a Germán Arciniegas
director de la Biblioteca de la Casa ... Del Centro salió también la iniciativa de
que el Consejo Estudiantil de la Facultad de Derecho invitara al doctor Alfonso
López Pumarejo, para instaurar la cátedra libre (Lleras Restrepo, 1983).

Lleras Restrepo recuerda, además, en sus memorias, el clima intelectual del periodo:

En la Facultad de Derecho y Ciencias Políticas el único profesor liberal era


el doctor y general Lucas Caballero ... los liberales, y en general los estudian-
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[ Los antecedentes: más de un siglo de educación colombiana (1842-1958) ]

tes de izquierda, no sentíamos un clima de amplitud doctrinaria sino con el


presbítero José Alejandro Bermúdez ... En su texto de filosofía leí las primeras
explicaciones sobre el marxismo y Bermúdez ponía especial interés en discutir
los fundamentos de esta escuela, con mucha libertad (Lleras Restrepo, 1983).

Al mismo presbítero Bermúdez, Jorge Eliécer Gaitán lo designó como presidente de


su tesis de grado “Las ideas socialistas en Colombia”; como figura excepcional, es la
mejor prueba del ambiente confesional reinante durante la Regeneración en la princi-
pal institución superior del país, cuya excepción era la Escuela de Minas, establecida,
también en el siglo XIX, en Medellín, y que después se incorporó a la Universidad
Nacional actual.

También se hacían patentes las presiones ejercidas por la élite de intelectuales nuevos,
y del tipo de debates ideológicos que concitaban sus preocupaciones políticas con
los más lúcidos exponentes de la Generación del Centenario. En síntesis, el clima de
reforma tenía un buen trecho recorrido cuando tomó cuerpo y sentido la reforma de la
Universidad Nacional con la acción rectora del presidente López Pumarejo en 1935.

El primer tanteo reformista lo hubo en 1932, y fue el más radical, a catorce años del
grito de Córdoba. No es caprichoso que el ponente fuera Germán Arciniegas, quien
propuso la dirección universitaria en cabeza de profesores, alumnos y ex alumnos,
con una autonomía total para la institución universitaria, académica y financiera. El
proyecto de ley, cómo no, fue rechazado, y como contrapuesta apareció divulgado en
la revista Educación el proyecto de Estatuto Universitario, cuyo redactor era Carlos
García Prada, quien, como se vio, será ponente de la Ley 68 de 1935.

Este proyecto era incluso, en términos de gobierno democrático de la universidad,


menos recortado que el que se aprobó en definitiva. García Prada proponía, original-
mente, que la dirección estuviera en manos de un gran consejo compuesto de cuatro
representantes de profesores, tres representantes del gobierno nacional y dos de los
alumnos y ex alumnos, con un presidente nombrado por el Gobierno.

El Consejo Académico era el encargado de elegir el cuerpo administrativo, rector, de-


canos y directores. Al final, quedó establecido que en el Consejo la representación ma-
yoritaria la tenía el gobierno, que además proponía una terna de la que se seleccionaba
el rector. Se dotó a la universidad de personería jurídica, pero desde 1935 sus recursos
financieros tienen como base las apropiaciones presupuestales.
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[ Educación pública superior, hegemonía cultural y crisis de representación política en Colombia (1842-1984) ]

Dice un autorizado analista de la reforma, el historiador Jaime Jaramillo Uribe, que esta

no se detuvo en las modificaciones de estructura jurídica y formal ... Nuevas


facultades y nuevos estudios profesionales fueron instaurados: arquitectura,
veterinaria, agronomía, química, filosofía, economía, administración de em-
presas ... En una palabra se hicieron esfuerzos por rectificar la tradicional
educación libresca y verbalista que todavía predominaba en los medios de
educación superior.

Siguiendo esta dirección intelectual del bloque en el poder de vocación liberalizante,


estimuló la investigación de modo discreto, pero apunta Jaramillo Uribe,

el concepto de la universidad como complejo de investigación y docencia hizo


su aparición en el país. Introdujeron en la política universitaria dos nuevas
instituciones: la extensión cultural y el bienestar estudiantil ... La reforma del
35 introdujo el profesorado de dedicación exclusiva (Jaramillo Uribe, 1980).

El mismo historiador destacaba otra innovación de la reforma en comento:

la selección del personal docente y dicente. Para los primeros se establecieron


los concursos y oposiciones; para la selección de estudiantes, los exámenes de
admisión. Estos últimos dieron lugar al surgimiento del laboratorio psicope-
dagógico de la Universidad Nacional, que sentó las bases de los sistemas de
pruebas (Jaramillo Uribe, 1980).

La extensión en las citas y testimonios aquí consignados sirve para fijar con perfil au-
téntico el horizonte conceptual y las realizaciones y limitaciones que trajo la reforma
de 1935. Ella es la expresión de las contradictorias aspiraciones del liberalismo en
el poder, ahora plenamente consciente de los cauces por los que transita la sociedad
burguesa colombiana en su consolidación efectiva.

La reforma de la educación superior, en cabeza de la Universidad Nacional, a la vez


que satisfizo, en parte, los reclamos de los sectores medios, afanosamente erigió pron-
to diques a su promoción de masa, mediante la fórmula de las pruebas de admisión.
El carácter elitista encontró como la excusa perfecta, ser una aduana para la imprepa-
ración de la enseñanza secundaria, un argumento que en su tiempo fue aceptado hasta
por el mismo maestro Gerardo Molina, quien no ocultaba su manifiesta inclinación
por el socialismo no marxista, ejercicio doctrinario del que era principal cultor Anto-
nio García Nossa.

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[ Los antecedentes: más de un siglo de educación colombiana (1842-1958) ]

Lo cierto es que los estudiantes venidos de la pequeña burguesía no aceptaron tranqui-


lamente la medida, percibida por ellos como claramente discriminatoria. Bástenos re-
cordar un comentario de Carlos Lleras, que de hecho no era ejemplo de imparcialidad
en su recuerdo y evaluación: “El problema de violencia se presentó, en cambio, con
caracteres graves a partir del 5 de mayo por razón de las protestas estudiantiles contra
los exámenes de admisión y el llamado ‘curso preparatorio”.

Estas protestas asumieron desde el primer momento características de inaudita belige-


rancia. Después, para atemperar la tensión y los señalamientos, se dijo

que los culpables del desorden no eran los estudiantes sino agitadores ... Pero
la verdad fue que, en un principio, fueron estudiantes enceguecidos los que asal-
taron el edificio donde funcionaba el Ministerio de Educación, invadieron el
propio despacho del Ministro cuyo mobiliario destrozaron e hirieron a oficiales
y agentes de la policía.

Tales son los recuerdos de Carlos Lleras Restrepo, quien había sido animador y líder
en esa primera lucha por la reforma universitaria, y que se hacía eco del mensaje y el
ejemplo de la Universidad de Córdoba.

El movimiento estudiantil universitario continuó, a pesar de las sensatas explicacio-


nes que ante el Senado dio el doctor José Joaquín Castro Martínez, ministro de Educa-
ción. Más aún, el propio presidente López recibió el 10 de mayo a una delegación de
estudiantes. Este fue el paso que condujo a “conversaciones para una pacífica solución
y el doctor Mariano Ospina Pérez aceptó participar en ellas como amigable compo-
nedor al lado de Francisco Samper Madrid y Don Tomás Rueda Vargas ... La huelga
estudiantil sólo vino a levantarse el 25 de Mayo”. (Lleras Restrepo, 1983).

Al fin se impuso el criterio de las admisiones que existe hasta hoy, donde los excluidos
alcanzan decenas de miles de bachilleres, setenta años después de impuesta la medida.
Para que la comparación sea válida, no sobra reseñar que para entonces, 1938, Colom-
bia tenía una población calculada en 8’701.810 habitantes, de los cuales el 70,9% era
de extracción rural, y apenas 29,1% era de población urbana.

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[ Educación pública superior, hegemonía cultural y crisis de representación política en Colombia (1842-1984) ]

La hegemonía política y cultural en disputa

La hegemonía de un centro director sobre los intelectuales se afirma a


través de dos líneas principales: 1. una concepción general de la vida,
una filosofía, que ofrece a los adherentes una dignidad intelectual, que
provee de un principio de distinción y de un elemento de lucha contra las
viejas ideologías que dominan por la coerción; 2. un programa escolar,
un principio educativo y pedagógico original, que interesa y dan una
actividad propia, en su dominio técnico, a la fracción más homogénea y
numerosa de los intelectuales: los educadores, desde el maestro de escue-
la a los profesores universitarios.

Antonio Gramsci. 1954. Risorgimento. Einaudi. Torino: 105.

La educación superior se sensibilizó en lo social, debido a los reclamos de la pequeña


burguesía, que como parte de la oposición que lideraba el liberalismo, contribuyó al
derrumbe definitivo de la hegemonía conservadora en el aparato educativo superior, y
consiguió, al mismo tiempo, refugio en la educación privada que empezó a crecer de
modo continuado.

La burguesía industrial, como fracción dirigente del despegue capitalista, le dio acce-
so a aquella intelectualidad en el aparato educativo en el campo de las artes liberales,
en particular, la abogacía, la medicina y las ingenierías, como un parcial intento de de-
mocratización y como forma de mantener en la subordinación a la parte de los grupos
y clases subalternas, el pueblo, sobre todo, de raigambre citadina, y el que habitaba
en la vecindad de las principales ciudades de entonces, que amenazaba con constituir
una fuerza política diferenciada.

Tales eran los casos del Partido Socialista moderado, luego del Unirismo, y los en-
sayos del Partido Socialista Revolucionario, que culminaron en el establecimiento
del Partido Comunista, fundado en 1930, y del Partido Radical Socialista. Todos
ellos constituían amenazas al bipartidismo en la construcción de un nuevo bloque
histórico dirigente. Aquellos aparecían como fuerzas contrahegemónicas en poten-
cia, alternativas al tradicional poder de la “oligarquía”, que no era para ahora más
que la sólida alianza entre terratenientes aburguesados y burgueses industriales al
comando del Estado, aplicados a las reformas necesarias, sin desbordamientos.
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[ Los antecedentes: más de un siglo de educación colombiana (1842-1958) ]

De la estrategia que se implementó, que tuvo por sus gestores y ejecutores a la Gene-
ración del Centenario, se obtuvieron magníficos resultados neutralizando la izquierda
liberal, que en la gestión parlamentaria fue derrotada y controlada, mostrándola como
extremista y romántica. Tal fue la suerte corrida por Gerardo Molina, Diego Montaña
Cuéllar, José Mar, Ricardo Sarmiento Alarcón, Diego Luis Córdoba y otros. Un epi-
sodio que muestra bien el talante con que se manejaron los conflictos en el seno del
liberalismo, que gobernaba solo.

Lo dicho puede verse confrontando las opiniones de un hombre de centro, entonces,


quien comentaba la suerte corrida por la Ley 12 de 1934, impulsada por el profesor
López de Mesa: “No le fue fácil al profesor obtener la aprobación de su proyecto.
Este recibió duros ataques por parte de algunos liberales en la Cámara y de la extrema
izquierda (Molina, Córdoba) que querían algo más radical. En el Senado tuvo también
el profesor que hacer frente a Laureano Gómez” (Lleras Restrepo, 1983).

Sobre este tipo de ligazón, de absorción por la generación burguesa, de más claros
perfiles sobre la pequeña burguesía radicalizada, bueno es escoger otra cita polémica
de uno de sus herederos, lanzada por Alfonso López Michelsen en 1950, cuando él
daba sus primeros y exitosos pasos como catedrático universitario:

Así como la Generación del Centenario fue una generación independiente, sin
mentores ni jefes, estas nuevas generaciones, que se pretenden rebeldes, no son
sino apéndices declarados de rebeldías ajenas ... Si el término no fuera exce-
sivo, nos atreveríamos a decir que estas han sido generaciones de protegidos.

No nos referimos, desde luego, a aquellos que por su juventud tuvieron que ini-
ciar su carrera a la sombra de sus mayores ... ni a unidades independientes que
se han abierto su propio camino (López Michelsen, 1950).

Más adelante, Alfonso López Michelsen precisaba su análisis, subrayando que:

Lo típico de la Generación del Centenario fue la independencia con relación


a las generaciones anteriores y, bien que mal, cada uno de sus miembros puso
su granito de arena en el progreso patrio. Algunos entre ellos llegaron a Presi-
dentes de la República; fundaron periódicos con renombre continental; estable-
cieron colegios que rompieron con la tradición pedagógica nacional; ocuparon
puestos destacados en el mundo internacional o le devolvieron al Partido Li-
beral, el gobierno después de cuarenta y cinco años (López Michelsen, 1950).
45
[ Educación pública superior, hegemonía cultural y crisis de representación política en Colombia (1842-1984) ]

El proceso descrito hasta aquí con cierto detalle, en lo que tiene que ver con la cons-
titución de la institución escuela, o del sistema escolar colombiano, si se prefiere,
debe completarse no solo con la presentación de la pugna política que tiene su tra-
sunto ideológico en el debate laicismo-confesionalismo, sino con lo que podríamos
llamar, sus directores y animadores, los grandes intelectuales guardianes del pro-
ceso de conservación o transformación de la escuela en Colombia en sus aspectos
formales y contenidistas.

Aceptada la concepción gramsciana, la tarea principal de aquellos es “construir un


bloque intelectual moral que haga posible mantener la hegemonía sobre el conjunto de
la sociedad, y en especial sobre la masa de los simples”, o crear un bloque de iguales
características pero que

haga políticamente posible un progreso intelectual de masas y no solamente


de escasos grupos intelectuales. En un sentido más amplio: la hegemonía
no apunta sólo a la formación de una voluntad colectiva capaz de crear
un nuevo aparato estatal y de transformar la sociedad, sino también a la
elaboración y por consiguiente a la difusión y a la realización de una nueva
concepción del mundo.

Como prueba del primer tipo de bloque ideológico que construyó el periodo de la
hegemonía conservadora y desmontó el proyecto radical, confrontemos lo dicho por
Jaramillo Vélez:

La Regeneración clausuró el debate ideológico del siglo XIX en el que se en-


frentaron los positivistas y utilitaristas liberales a los conservadores, partida-
rios irrestrictos de la ideología hispano-católica y de su interpretación ortodoxa
por parte de la Iglesia, al entregar a esta última la dirección y orientación de la
educación e instrucción públicas. (Jaramillo Vélez, 1984).

A tal punto llegó el celo de los conservadores en este asunto,

“que durante el mandato de don Miguel Antonio Caro ... se llegó a confiar a un
sacerdote la Secretaría de Educación, con el propósito más o menos expreso de
dar cumplimiento a instrucciones impartidas solamente por el Papa León XIII
a través de su Encíclica Aeternis Patris (1879) en el cual el Sumo Pontífice ex-
hortaba a la instauración de la filosofía tomista en las cátedras universitarias”
(Jaramillo Vélez, 1984).

46
[ Los antecedentes: más de un siglo de educación colombiana (1842-1958) ]

El mismo historiador introducía de inmediato la comparación con el resto de Eu-


ropa, donde

se habían dado pasos significativos con el establecimiento de la Escuela de To-


más y la fundación de la Universidad de Lovaina, Bélgica, la obra del Cardenal
Desiderio Mercier, quien comparte con el sacerdote español Jaime Balmes ... y
de quien se haría discípulo amado aquel Secretario de Educación Pública lla-
mado a implantarla en Colombia por gestión gubernamental: Monseñor Rafael
María Carrasquilla (Jaramillo Vélez, 1984).

La cita prueba claramente la preocupación instruccionista del confesionalismo, en


el sentido de orientar la educación por intelectuales tradicionales, herederos de la
antigua hegemonía, cuestionada por el radicalismo liberal. Al no ser quebrado este
pasajero aggiornamento, definitivamente era recuperado a su modo por el bloque de
la reacción, portador de la contrahegemonía regeneradora. Otro estudioso del pensa-
miento filosófico en Colombia, Rubén Sierra, en esas materias resaltó la importancia
de monseñor Carrasquilla, como intelectual tradicional.

Él era uno de los ejes preclaros de la hegemonía conservadora, mentor del mismo
Darío Echandía, uno de las audacias menores de treinta años, que acompañaron la
revolución liberal de Alfonso López, el viejo. Así lo refería el profesor Sierra:

Durante las primeras décadas de este siglo, los estudiosos filosóficos estuvieron
dominados en Colombia por el Neotomismo, que como reacción al utilitarismo y
al positivismo, impuso Rafael María Carrasquilla desde su cátedra del Colegio
del Rosario, que durante toda la República Conservadora apareció como la
filosofía oficial (Sierra Mejía, sin año).

Hay que decir que monseñor Carrasquilla, autoridad máxima de la Facultad de Juris-
prudencia, más que un creador en sentido filosófico derivó su importancia de la fun-
ción publicística y divulgadora que hizo en defensa del neotomismo, en confrontación
con otros sistemas de pensamiento moderno que rivalizaban con él.

Tal fue la visión que transmitió el liberal Darío Echandía, uno de sus discípulos de la
Universidad del Rosario y destacado ideólogo político durante la reforma liberal; así
era como lo recordaba en su conferencia “De Hegel a Marx”, dictada años después, en
octubre de 1973: “Monseñor Carrasquilla, mi profesor de metafísica, de quien aprendí
47
[ Educación pública superior, hegemonía cultural y crisis de representación política en Colombia (1842-1984) ]

quién era Hegel, clasificado entre los panteístas, no ocultaba su admiración por el ge-
nio aquel. Naturalmente lo combatía: era un panteísta” (Echandía, 1982).

No fue Carrasquilla, ni mucho más, el negativo de Benedetto Croce, sino más bien,
con cierta distancia, de su rival Giovanni Gentile, si recurrimos a la comparación con
Italia. Al primero de los dos, Antonio Gramsci lo bautizó en sus Notas de la Cárcel
como el “pontífice laico de la cultura italiana” de cuño moderno burgués.

El signo de nuestra dependencia y atraso, nuestra dinámica huérfana, según decir del
estudioso actual, Bertrand Badie, también atravesó y en parte condicionó a los pen-
sadores colombianos de la primera mitad del siglo XX, quienes no son originales, ni
hicieron aportes significativos a doctrinas ya consolidadas de reconocimiento inter-
nacional. Carrasquilla fue uno de ellos, un intelectual católico, que sí cumplió, en la
modesta cúpula intelectual de la que era su arco principal, como repetidor autorizado
de una cultura cosmopolita que mantenía su centro hegemónico en Roma para toda la
catolicidad.

Él era guardián, sin embargo, de una tradición que constituyeron en el siglo XIX Ser-
gio Arboleda, autor de La república en la América española, y sobre todo, el humanis-
ta conservador Miguel Antonio Caro, durante un buen trecho de aquel siglo. Fueron
los tres tipos de intelectual tradicional, quienes mantuvieron la unidad de la dirección
político-cultural para el bloque histórico reaccionario que se impuso al proyecto libe-
ral radical de una sociedad civil moderna.

Los primeros dos intelectuales, Arboleda y Caro tradujeron en el plano de la superes-


tructura, un intento de conciliación entre burguesía comercial y los terratenientes, sin
abandonar el legado ibérico y confesional para configurar espacios de sociedad civil
de hegemonía conservadora. Ambos grupos sociales, después de la desamortización
de bienes de manos muertas, eran también en alto porcentaje liberales en lo ideológico.

Ellos terminaron envueltos y en conformidad, casi sin excepción, con la propuesta


estratégica de la Regeneración, cuyos adelantos hizo Rafael Núñez, pasándolo de sus
escritos en la prensa regional al Congreso Nacional de Delegatarios (1885): “El siste-
ma educativo tendría por principio primero la divina enseñanza cristiana, por ser ella
el Alma Mater de la civilización del mundo” (Henao Arrubla, 1950).
48
[ Los antecedentes: más de un siglo de educación colombiana (1842-1958) ]

Rafael Núñez, quien se había educado en Gran Bretaña, siendo cónsul en Liverpool, al
posesionarse como presidente reafirmó su nuevo ideario reaccionario, enfatizándolo
como fórmula antirradical: “Combatir por medio de un sistema de educación profun-
damente cristiano las nociones deletéreas que han sido causa de los males sufridos,
será por tanto el objetivo primordial de mis esfuerzos” (Henao Arrubla, 1950).

Ocurría todo un viraje al interior del bloque dominante, donde ahora el peso específico
lo adquirirían los terratenientes, puesto que la economía asumió la fórmula exporta-
dora, con pingües dividendos derivados de la expansión nacional del cultivo del café,
sin que para ese momento la industria adquiriera su peso fundamental en el desarrollo
capitalista. Gestábanse un mercado interno y el proceso de acumulación “originario”
del capital con sus peculiaridades, bajo la batuta de Núñez, quien buscó cohesionar
la Nación con una proposición monárquica, la República Señorial. Y la educación
respondió a ese imperativo, postergándose en lo sustancial a las veleidades radicales.

Según el historiador Jaramillo Vélez, precursor con Luis Eduardo Nieto Arteta de la mo-
derna historiografía nacional, estos intelectuales tradicionales impusieron: “Una cultura
señorial y de viñeta como la llama Rafael Gutiérrez Girardot, resultado de una fórmula
política que permitió a las clases tradicionales mantener su predominio sin tener que
realizar grandes esfuerzos de adaptación y legitimación” (Jaramillo Vélez, 1984).

Él concluye su balance del periodo con los siguientes asertos en materia de vida in-
telectual y cultural: “Bohemia cachaca y neotomismo, cultura señorial y simulación
que no parecen ser propiamente los elementos propiciadores de un clima en el cual la
filosofía se hiciera posible y necesaria” (Jaramillo Vélez, 1984).

Los intelectuales tradicionales, que articulaban el bloque intelectual oligárquico,


acompañaron entonces, “La conversión de la clase terrateniente (hacendaria) en una
pseudo-burguesía industrial, que se lucra, no con las armas capitalistas, clásicas (aun-
que no renuncie a ellas), sino con el control del poder público a partir de los partidos
tradicionales” (Guillén Martínez, 1979).

Para el ejercicio de la hegemonía renovada, rechazada por el bloque hacendario-co-


merciante se llegó según el citado sociólogo a “pactar la institucionalización en cierto
modo superestatal del Clero ... La garantía de que tal cambio no ocasionaría trastornos
básicos imprevisibles”. (Guillén Martínez, 1979)
49
[ Educación pública superior, hegemonía cultural y crisis de representación política en Colombia (1842-1984) ]

Esta función eclesiástica de socialización cumplió una tarea de cooptación y confor-


mismo de las emergentes clases subalternas. Así lo expresa el estudioso del poder
político en Colombia, para referirse al momento en que “la centralización industria-
lista de finales del siglo XIX, y en la media centuria posterior, es casi idéntica y por
lo menos tan importante como la que cumplieron los clérigos garantizando para los
hacendados un sistema de obediencia mestiza fundada en las mismas pautas que la
obediencia india encomendada”.

De este modo, en virtud de una temprana revolución pasiva, “la estructura arcaica
pudo perpetuarse bajo las condiciones nuevas y aun revolucionarias, cuando las con-
diciones objetivas que había engendrado esa estructura ya no existían sino en la me-
moria colectiva” (Guillén Martínez, 1979).

Estos hechos nos permiten citar a Gramsci cuando analizó el comportamiento de los
intelectuales en la organización de la cultura del advenimiento de la burguesía en
Europa y tipificaba los casos de Francia y de Italia. En Francia “la burguesía estaba
completamente capacitada para todas las funciones sociales, y por eso luchó por el
dominio total de la nación, sin avenirse a compromisos esenciales con las viejas cla-
ses, sino subordinándolas a sus propios fines” (Gramsci, 1972). El examen de Italia se
aproxima más a la comprensión del caso colombiano.

Allí, como se vio en Colombia, la burguesía transigió con la Iglesia, que monopo-
lizaba a las escasas capas intelectuales, confiándole la dirección de gran parte de la
primitiva sociedad civil de un país eminentemente rural. Aquella realidad permitió
la alianza entre la burguesía, comercial, y los terratenientes. Unos y otros forjaron
un bloque histórico que, beneficiario de la hegemonía clerical, logró imponerse en el
campo de batalla.

Esta fue la circunstancia que permite estimar el peso de los intelectuales tradicionales
sobre la masa de los intelectuales, que detuvo el ritmo de la evolución cultural del país
y consolidó lo que con la rebelión de los artesanos y militares liderados por José María
Melo, heredero del estamento militar de las guerras de independencia, amenazaba con
convertirse en una crisis de hegemonía que diera la conducción del proceso político a
la pequeña burguesía urbana.
50
[ Los antecedentes: más de un siglo de educación colombiana (1842-1958) ]

Este connato de crisis orgánica del medio siglo la resolvió el bloque dominante con
el empleo del poder represivo de la sociedad política y sus caudillos militares coali-
gados, usando la coerción sin contemplaciones. Esta lucha coyuntural, sin embargo,
reflejó la crisis de la estructura que se prolongó por decenas de años en Colombia.
Ella se selló de modo provisional en un nuevo sistema hegemónico, erigido durante la
hegemonía conservadora.

De otra parte, las clases subalternas, aunque escindidas, no arrastraron consigo al


campesinado sujeto a una servidumbre de varios siglos. Así las cosas, el proyecto de-
mocratizador de las sociedades democráticas tuvo un influjo fugaz, y no contó nunca
de modo significativo en las propuestas radicales ensayadas durante la segunda mitad
del siglo XIX.

Tales propuestas fueron derrotadas por el bloque dominante, con los generales en la
dirección única del bloque de reaccionarios, sin distinciones banderizas: “fenómeno
orgánico y normal, aunque su ritmo sea rapidísimo y casi fulminante en relación con
las épocas tranquilas. Representa la fusión de todo un grupo social ... capaz de resol-
ver un grave problema existente y alejar un peligro mortal” (Gramsci, 1962).

La antes descrita fue la crisis hegemónica de 1854, objeto de una solución cesarista
de nuevo cuño en cabeza de los caudillos de los dos protopartidos nacionales. Ella
resultó ser la hija de un equilibrio fortuito debido a las divisiones internas de la clase
dirigente, debilitada frente a la clase artesana unida al estamento militar nacido del
ejército permanente.

En este punto es conveniente puntualizar que la solución fue cesarista regresiva,


vista en la perspectiva histórica del devenir democrático de las clases subalternas
que tenían expresión bajo la conducción de las sociedades democráticas, donde se
destacaban Ambrosio López y Lorenzo María Lleras, representantes de las clases
medias emergentes.

El segundo tipo de opción hegemónica frente al proceso educativo orientado y contro-


lado por Rafael Núñez, Miguel Antonio Caro y su discípulo Rafael María Carrasquilla
durante la primera mitad del siglo XX, lo perfilaron, paradójicamente, las figuras de
Baldomero Sanín Cano, Germán Arciniegas y Agustín Nieto Caballero.
51
[ Educación pública superior, hegemonía cultural y crisis de representación política en Colombia (1842-1984) ]

Sus esfuerzos, dice Nieto Caballero, herencia del Radicalismo, fructificaron en la re-
forma educacionista de “la revolución en marcha”, que pese a no haber sido orquesta-
da como un todo orgánico hizo del contenido y rumbo de la educación un desarrollo
más conforme con la estructura capitalista en trance de consolidarse, reformando la
educación de la pequeña burguesía urbana y del campesinado.

La opción liberal, rebajada por la cuota conservadora, la resumió la investigadora


suiza Aline Helg, una estudiosa actual de la educación colombiana, en estos términos:

Una multitud de reformas surgieron en todos los campos, sin coordinación nin-
guna, a veces contradiciéndose entre ellas o careciendo de medios de aplica-
ción. Ocho ministros de educación se sucedieron ... de los cuales solo Luis Ló-
pez de Mesa y Darío Echandía permanecieron en el cargo lo suficiente para dar
un mínimo de orientación a la política lopista. A nivel propiamente educativo,
los modelos eran importados tanto de México y de la España Republicana como
de Bélgica, Italia y Francia, sin adaptación alguna a las condiciones específicas
de Colombia.

A pesar de que López Pumarejo declaró que “no va el liberalismo a ganar las elec-
ciones con escuelas”, el conflicto entre liberales y conservadores por el control de la
educación no era desprovisto de consideraciones del clientelismo político.

Algunas de las medidas de política social implementadas en esa dirección, sin preocu-
parse por la autonomía de los grupos y clases subalternas, especialmente las dirigidas
hacia el campo, tales como la creación de la Comisión Cultura Aldeana, los proyectos de
maestros ambulantes y del servicio escolar voluntario y la ley que fijaba el presupuesto
nacional para educación en un mínimo del 10% del presupuesto general, fueron así, a
no dudarlo, más declaraciones políticas que de principios, pues “se abandonaron rápi-
damente o nunca se cumplieron”. Así lo confirma la investigadora que venimos citando.

Sin embargo, también asiente Aline Helg, compartimos la conclusión sobre la acción
educativa del gobierno liberal de la llamada revolución en marcha:

No dejaremos millares de escuelas, no terminaremos todas las normales, ni nos


tocará inaugurar la Ciudad Universitaria, ni daremos de comer a la totalidad
de la población escolar, ni curaremos a los niños palúdicos y sifilíticos en las
colonias de vacaciones; pero hemos alcanzado ya el objetivo de crear un afán
general en favor de la educación del pueblo (Helg, 1980).

52
[ Los antecedentes: más de un siglo de educación colombiana (1842-1958) ]

El experimento de la Escuela Activa


La hegemonía, donde la sociedad civil tiene superioridad sobre la sociedad política
y la clase fundamental, más dirigente que dominante, utiliza el bloque ideológico de
los intelectuales para controlar los grupos auxiliares, sin tener en cuenta los intereses
propios de estos grupos.

Hugues Portelli. 1979. Gramsci y el bloque histórico. Siglo XXI Editores. México: 81.

Detrás del principal conductor político de la reforma liberal, Alfonso López Pumare-
jo, están tres intelectuales aplicados a la difusión de la concepción educativa burguesa
y a su construcción. En lo estrictamente educativo, Agustín Nieto Caballero, Germán
Arciniegas y Rafael Bernal Jiménez brillan con luz propia en dos planos diversos,
aunque aquella luz sea de patente europea.

Esta ilustración, para que se refleje de un cierto modo esta específica dinámica huérfana,
vale la pena que se contraste de modo ejemplar con la experiencia nacionalista de un
José Vasconcelos en el México posrevolucionario, o de José Carlos Mariátegui en su
reivindicación de lo indígena, lo raizal, en Los siete ensayos sobre la realidad peruana.

Ahora bien, el laboratorio inicial de Agustín Nieto Caballero fue el Gimnasio Mo-
derno, más localizado entre la clase media y los hijos de la burguesía cachaca, y el
propósito del mismo experimento lo descubrió él mismo con estas palabras:

... formar una nueva clase dirigente, una clase dirigente que nada tiene que ver
con las antiguas élites aristocráticas o capitalistas del pasado, pero que tampo-
co puede encerrarse en un círculo de proletarios. Clase dirigente de los mejor
preparados, de los de más alta categoría moral, descartada su procedencia: así
entendemos esa selección hecha por lo alto (Nieto Caballero, 1979).

Agustín Nieto Intentó difundir con éxito relativo la llamada “Escuela Activa” desde
la Dirección General de Educación Pública como primer inspector nacional, en la
rectoría de la Universidad Nacional (1938-1941) y en el Consejo Superior de Edu-
cación, y como ideólogo internacional de la nueva escuela, labor esta que consumió
la mayor parte de su tiempo. Es la estrategia consentida por él y desarrollada por su
clase de origen.

Los límites del pensamiento y acción de Agustín Nieto Caballero quedaron fijados en
esta apreciación sentenciosa:

53
[ Educación pública superior, hegemonía cultural y crisis de representación política en Colombia (1842-1984) ]

Alguna formación cívica han debido recibir los alumnos del Gimnasio cuando
en cincuenta años no se les ha visto participar en ninguna de las borrascosas
asonadas estudiantiles que una y otra vez se ponen al orden del día. Ellos han
sido extraños a las huelgas vocingleras, extraños a las depredaciones de la pro-
piedad privada. (Nieto Caballero, 1979)

Era el año de 1963 y lejano estaba 1913, cuando el pedagogo liberal conmovió con
su impulso renovador la clerigalla hirsuta. La conciliación de intereses fue situándolo
poco a poco en el espíritu centenarista y en el estrecho marco de un colegio de élite
privado: “La escuela nuestra no ha sido, ciertamente, una escuela de ricos, pero, como
toda institución privada, no es tampoco la de los desheredados de la fortuna ... quienes
aquí se educan no pertenecen a los menos favorecidos, y están por ello obligados a
preocuparse de los demás”. Nítido es el sentido de división, y quiénes deberán preocu-
parse del resto de la Nación, de los demás.

La idea del reformador de la educación es integral, pues comprendió todas las facetas;
su papel era el del intelectual orgánico en el ámbito de la cultura, de una intelec-
tualidad nueva burguesa moderna. Conviene completar la visión educativa de Nieto
Caballero citando ahora su concepción de la universidad, en todo de acuerdo con la
sociedad civil naciente, que era la hija del nuevo orden que pretendía la libertad de
oportunidades.

En febrero de 1939, en la Universidad Nacional, siendo su rector, tuvo una ocasión


propicia para explicitarla:

Somos santanderistas, sepámoslo o no, cuando sentimos arraigado en lo


más hondo de nuestra entraña el espíritu cívico colombiano y el amor a la
escuela ... Henos aquí reunidos al calor de esta restauración cultural. Nues-
tra aspiración sería ver convertida la universidad en la casa del espíritu
colombiano, en el lugar de la cultura patria, en la escuela de la ciudadanía.
(Nieto Caballero, 1979).

Más adelante en su discurso, reclamaba Nieto Caballero:

Quisiéramos que la universidad fuera no solamente la fábrica de profesio-


nales más o menos expertos, sino también un laboratorio de investigación
... y un refugio seguro para la juventud estudiosa de toda la nación. No por
hacer honor a nuestra tradición de república letrada con un estado mayor de
intelectuales puros ... hemos de olvidar la urgencia que tenemos de formar los
54
[ Los antecedentes: más de un siglo de educación colombiana (1842-1958) ]

cuadros de un ejército de trabajadores capacitados para labores, si menos ex-


celsas, más en consonancia con nuestras necesidades del momento. Faculta-
des de Agronomía, instituciones de oficios y artes, escuelas industriales en la
proporción de diez para una con las facultades de abogados (Nieto Caballero,
1979. Subrayado nuestro).

Este partidario de la reforma desde abajo hacia arriba era su protagonista tempra-
nero. Él se sabía defensor de los ideales de la democracia burguesa de corte liberal,
a tono con las exigencias modernas; consciente de los fines del sistema económico
proclamaba: diez facultades técnicas por una de abogados. Aunque tal propósito no se
llegara a cumplir sino en escasa proporción. Él era el defensor interesado de las vir-
tudes del ciudadano: envanecido con su santanderismo que machacaba en el recuerdo
dictatorial de El Libertador Simón Bolívar.

A pesar de que pregonara tácticamente neutralidad en la enseñanza, no sucedía ello


al escudriñar en las entrelíneas de su discurso. Agustín Nieto tuvo que hablar claro
cuando polemizó con la Iglesia al ser anatematizada su novedosa experiencia pedagó-
gica y se enfrentó con el gobierno de facto del general Rojas. En la clausura de 1956,
tomó partido abiertamente: “... una escuela es una cátedra, y no sería leal para con
los padres de familia que nos confían la educación de sus hijos no informarlos de la
ideología que inspira a esa cátedra”.

El pedagogo rector avanzó mucho más en su función de intelectual orgánico de la bur-


guesía liberal, advirtiendo al auditorio de clase media convocado en la Universidad
Nacional:

Dos tendencias, diametralmente opuestas, se disputan hoy el predominio del


mundo: de un lado, la fuerza de los déspotas sabiamente organizada para el
estrangulamiento de la libertad; del otro lado, el ideal republicano, artillado él
también, pero con las armas del espíritu ... De un lado la democracia; del otro
el totalitarismo; y ante tal dilema no cabe ser neutrales ... Apoderarse de la
juventud: esto fue lo hecho por los dictadores de Italia y de Alemania; esto es lo
que hace la Rusia de hoy, y esto lo que para el triunfo de nuestros ideales hemos
de hacer nosotros también.

Enfrentando una situación límite, el rector Nieto Caballero, quien compartía honores
con los intelectuales que hicieron parte de la llamada “generación de los nuevos”,
tutelados por los centenaristas, delineó su credo político-ideológico y mostró cómo la
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[ Educación pública superior, hegemonía cultural y crisis de representación política en Colombia (1842-1984) ]

escuela de la que era defensor no es ni ha sido neutra, sino servidora de una causa, en
su caso, de la burguesía industrial al comando del bloque dominante.

Otro notable intelectual en el ámbito de la moderna cultura burguesa hacía lo propio


como adalid de la reforma universitaria que completaba el proyecto de la escuela
activa en su peldaño superior. Germán Arciniegas era su principal propulsor, desde
los inicios del siglo XX, en su condición de padrino intelectual de la generación de
“Los Nuevos”, así llamada por la publicación que estos ensayistas, literatos y poetas
animaron en sus primeros tiempos de diletancia rebelde y bohemia.

Arciniegas recordaba bien, al polemizar con Carlos García Prada, célebre enseñante
de español de la universidad norteamericana, el proceso para renovar la Universidad
Nacional. Él quería rescatarla del confesionalismo en que cayera luego del relevo
en funciones del Consejo Académico de los nueve: Santiago Pérez, Manuel Ancí-
zar, Salvador Camacho, Antonio Vargas Vega, Manuel Plata, José I. Escobar, Narciso
González, José Manuel Marroquín, Rufino J. Cuervo y la secretaría de Tomás Herrán.

En un célebre artículo escrito para la Revista Educación, “Crítica de la proyectada


universidad colombiana”, con algo de sorna y sin ocultar su ironía, Arciniegas de-
nunció la originalidad de García Prada: “La motivación y orientación del proyecto
de Arciniegas corresponde esencialmente a lo que nosotros mismos (García Prada)
propusimos en la serie de conferencias que nos tocó en honra dictar en el Gimnasio
Moderno de Bogotá”. Él recuerda los dos párrafos de una conferencia suya, dictada
en el Gimnasio Moderno hacia 1928, que decían textualmente: “Nuestra universidad
actual es una suma informe de átomos y de funciones aisladas, y no un organismo
capaz de labor armoniosa y fecunda de carácter nacional ... Yo no copie nada de eso
... ya lo tenía dicho en 1919 el señor Germán Arciniegas ... en sus editoriales de Voz
de la Juventud”.

“De una manera más concisa se hallarán esas mismas ideas expresadas en el Mani-
fiesto de los estudiantes a la misión pedagógica de octubre de 1924, redactado por mí
y firmado en primer término por mí”, insiste de nuevo Arciniegas, y se retrotrae en
el tiempo hasta llegar a la generación Radical: “... la idea venía expresada ya, desde
1867, por una ley de la República que ... incorporaba dentro de la universidad tanto la
biblioteca nacional, como el observatorio astronómico”.
56
[ Los antecedentes: más de un siglo de educación colombiana (1842-1958) ]

Para finalizar su diatriba esclarecedora, recordaba Germán Arciniegas que “en al-
guna ley de hace años se dispuso la compra de los terrenos que deberían servir de
asiento a la universidad, para agrupar a todas las facultades. Finalmente, debe men-
cionarse toda la corriente de pensamiento que años atrás se produjo en favor de la
centralización universitaria”.

Esta extensa cita, atravesada por el ácido hilo de la polémica histórica, demuestra de
contera el retraso que vivió nuestra educación superior, desde el siglo XIX, que, pese a
proponerle coetáneas tareas con la universidad del mundo en aquel entonces, no pudo
adelantarlas, y sólo pudo hacerlo en parte hasta la primera mitad del siglo pasado,
porque la estructura socioeconómica de Colombia y la ideología clerical dominante
se interpusieron en el camino de la reforma decimonónica.

Como enunciado quedaba claro que la moderna educación superior burguesa se agitó
desde el mismo siglo XIX. Hasta ella se trató de imponer desde 1826 en Colombia,
durante la vicepresidencia de Francisco de Paula Santander, con fracasos sucesivos
que animaron incluso una guerra civil. Luego, la pequeña burguesía urbana y pro-
vinciana, concentrada en las primeras urbes, retomó este credo inconcluso y lo em-
pleó como ariete para quebrar o, mejor, recomponer la vieja hegemonía conservadora
afianzada con el triunfo de la Regeneración.

Esta era una realidad económica que se imponía, así como la agitación social que la
acompañaba en los exclusivos enclaves urbanos y rurales. Esta realidad contradictoria
posibilitó que su reforma, aunque recortada, obtuviera alguna materialización aupada
por la emergente clase media y las masas irredentas que ésta empezaba a conducir.

Era un pago modesto por el transformismo, la adhesión de la intelectualidad de clase


media que se hacía eco de las reivindicaciones proletarias y populares, como se pro-
baba, por ejemplo, en los debates congresionales promovidos por Gabriel Turbay y
Jorge Eliécer Gaitán, en las postrimerías de la hegemonía conservadora. Tal posible
alianza amenazaba no sólo al establecimiento conservador sino las mismas reformu-
laciones liberales, con el decálogo de propuestas más radicales que enarbolaron los
socialistas de la época. El rumbo trágico de ambos políticos expresa bien el resultado
de aquella travesía sinuosa y accidentada por la geografía política de la reforma de la
primera mitad del siglo pasado.
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[ Educación pública superior, hegemonía cultural y crisis de representación política en Colombia (1842-1984) ]

Los paradigmas de esa intelectualidad radical, a punto de divorciarse definitiva-


mente de la burguesía, fueron las trayectorias políticas e intelectuales truncadas de
Luis Tejada, hijo del educador Benjamín Tejada Córdoba; María Cano, hija también
de otro educador radical, Rodolfo Cano, quien levantó colegios independientes de
la Iglesia y del Estado; y otros más, como Ignacio Torres Giraldo y Luis Eduardo
Mahecha, o Tomás Uribe Márquez y Guillermo Hernández Rodríguez (Mescchkat
y José María Rojas, 2009).

Es obvio que este bloque ideológico, como pieza de un bloque histórico alternativo en
construcción, tenía diversa procedencia social pequeño burguesa y distintos lideraz-
gos, ávido en principio de socialismo y de libertad ideológica. Lo motivaba y acompa-
ñaba una masa trabajadora en rebeldía, y se ensayaba en encabezar las reivindicacio-
nes de los grupos subalternos que rompían los lazos de dependencia y subordinación
que padecían desde los tiempos coloniales.

María Cano recordaba bien estos hechos de las masas levantiscas, espontáneamente
socialistas, en un escrito que hizo para celebrar el 3 de marzo de 1960:

Pronto hará cuarenta años que fui traída por las masas trabajadoras del país,
en cuya noble compañía estuve mientras se consideró que podría serles de gran
utilidad. Y fui a confundirme con la gran masa popular, desde mi modesta posi-
ción de escritora de periódicos y revistas, porque tenía convicciones entonces,
como las tengo ahora, de las razones justas que impulsaban al pueblo trabaja-
dor a luchar por sus legítimos intereses.

Pero poco, y casi nada, decían María Cano y los socialistas liberales de un proyecto
de universidad popular o de escuela proletaria, como por ejemplo la agenciaban Lom-
bardo Toledano en México, o Víctor Raúl Haya de la Torre en Perú, o José Carlos
Mariátegui y el proyecto cultural de la Revista Amauta durante la misma época.

Dos modelos en pugna

El núcleo de la polémica en torno al proyecto de universidad de la república liberal


que enfrascó a Germán Arciniegas, reformista heredero del estallido de Córdoba, cu-
yas aspiraciones agitaba por medio de la ficción literaria de Tamí Espinoza, el estu-
diante de la mesa redonda, contra García Prada, el vocero temprano de la universidad
americana, era precisamente el modelo a seguir.
58
[ Los antecedentes: más de un siglo de educación colombiana (1842-1958) ]

Arciniegas criticaba acerbamente el modelo de educación superior americano:

Juzgo que la institución de los trustes ha venido a dominar materialmente el


alma madre de las escuelas saxoamericanas. Me parece odioso ese dominio de
una burguesía poco ilustrada, nada comprensiva, que ha llevado a las escue-
las universitarias por los caminos de una especialización bastarda, robando
la amplia línea del horizonte que cautiva la juventud ... Qué diferencia más
grande entre la escuela saxoamericana, cuyo ensanche va siendo indicado por
los magnates de la industria, y la escuela europea, que crece bajo la dirección
de los sabios.

El siguiente era, en concreto, el tipo de universidad por el que propugnaba Arciniegas


en ese periodo de reformismo:

Hay que buscar una organización que le permita a la ciencia señalar rumbos,
marcar direcciones, para destruir la concepción medioeval de las tres facul-
tades, sobre la cual tenemos levantado el edificio de la universidad ... porque
aunque no tengamos la rama teológica, aún no le hemos concedido el puesto
que hoy ocupan dentro de las preocupaciones universitarias a las ciencias: a las
naturales y a las culturales, a las económicas, a las sociales.

En este examen que respeta en su línea gruesa el imperativo cronológico y que marcha
con cierta fidelidad al ritmo de la historia general de Colombia –y vistos los compor-
tamientos de ciertos tipos de funcionarios de la superestructura, artífices de la reforma
liberal, y confrontada esta en sus implicancias educacionistas–, reconstruimos antes
que nada el camino de la consolidación de otra hegemonía en el escenario de la so-
ciedad civil.

Esta reconstrucción obedeció a los imperativos de recomposición del bloque histórico


tradicional resquebrajado. Se pasa a la observación de detalle del proceso de consoli-
dación parcial de una tesis modernizante al interior de la escuela, uno de los pilares de
la adolescente sociedad civil colombiana.

Dos historiadores contemporáneos de la política educativa, Alfredo Molano y César


A. Vera, se permiten estos comentarios acerca de la nueva etapa, en un ensayo publi-
cado en los ochenta: “Las reformas y las realizaciones de la primera administración
López desarrollaron una fuerte y decidida oposición, no solo en el partido conserva-
dor y en la iglesia, como se ha visto, sino en el seno mismo del liberalismo...” (Molano
y Vera, 1982). La nueva etapa corresponde a la administración de Eduardo Santos, un
59
[ Educación pública superior, hegemonía cultural y crisis de representación política en Colombia (1842-1984) ]

centenarista que algunos califican como partícipe en la herencia republicana de Carlos


E. Restrepo y Enrique Olaya Herrera, signada por la conciliación bipartidista que per-
mite dar cierto respiro y aclimatación a las reformas del presidente López, resentidas
como revolución por la derecha de las dos colectividades, puestas a la defensiva con
la agitación campesina en las haciendas.

Pocos sabían apreciar con claridad la trascendencia de la táctica asumida por el viejo
López ante los intentos de independencia de la pequeña y media burguesía. Estas no
sólo intentaron la insurrección sino que siguieron presionando después del fracaso de
los Bolcheviques del Líbano, maniobrando con el proletariado que empezó a aglome-
rarse en las ciudades y con los campesinos que trabajaban en los enclaves imperia-
listas; o quienes proseguían con los indígenas liderados por Manuel Quintín Lame el
reclamo ancestral por la tierra. Todos en contacto con la nueva vida de las industrias
y la agitación socialista de la época.

La coyuntura mundial que presionó la industria nativa colombiana, y el nutrirse de


materias primas, junto con la indemnización de 25 millones de dólares en compensa-
ción por el robo del Istmo de Panamá, hicieron que el régimen agrario continuara en
sus transformaciones, marcado por la irrupción de nuevos renglones de la agricultura
comercial, de evidente corte capitalista, impulsada por la necesidad de alimentar al
ejército de obreros y braseros que movían el transporte fluvial y carretero, en franca
expansión durante la primera mitad del siglo pasado, en procura del establecimiento
de un modesto mercado nacional.

En lo educativo el tercer presidente de la República liberal, el periodista Eduardo Santos,


dio cabida, en reemplazo del liberal Alfonso Araújo, al joven unirista arrepentido, Jorge
Eliécer Gaitán, en la cartera de Educación. Este se hallaba a la fecha aislado temporal-
mente del quehacer político, después de la derrota del proyecto izquierdista que lideró
en busca de la reforma agraria y la defensa de la sindicalización rural y urbana. Gaitán
ejercía su magisterio como rector de la Universidad Libre, donde un considerable sector
de la intelectualidad progresista y masona se aplicaba a labores docentes y dicentes. Lo
acompañaban Gerardo Molina, Alzate Noreña, Moisés Prieto, Diego Montaña Cuéllar,
Diego Luis Córdoba exponentes del socialismo liberal.

La Universidad Libre, fundada por el general Benjamín Herrera y el educador Cé-


sar Julio Rodríguez, era una especie de oasis y laboratorio de ideas para la pequeña

60
[ Los antecedentes: más de un siglo de educación colombiana (1842-1958) ]

burguesía radical, desencantada en buena parte con los mezquinos resultados sociales
de la revolución en marcha. Atraída, además, por el desencanto popular o afectada por
la influencia de la reacción en el incierto destino de la segunda república liberal, au-
paba desde el Parlamento, los púlpitos y los mismos periódicos su prédica reformista.

No es de extrañar que así respondiera El Siglo, el diario conservador de Laureano Gó-


mez, al nombramiento del rector de la Libre: “Los antecedentes del doctor Gaitán no
dejan margen para optimismo alguno sobre lo que puede representar en escándalo, atro-
pello, exhibicionismo, petulancia, manía innovadora y actividad malsana atolondrada”
(El Siglo, 2 de febrero de 1940).

De hecho lo fundamental a destacar, amén de definir rasgos de personalidad del caudi-


llo liberal de juventudes, falsos o no, en este editorial, es la advertencia negativa de la
posibilidad de cambio que simboliza semejante nombramiento. O mejor, la continui-
dad de la reforma en la escuela, que empezó López Pumarejo, contraria a la hegemo-
nía tradicional, herida como estaba la Regeneración en un amplio frente de dirección
de la sociedad civil, que empezaba a constituirse con celeridad en las ciudades.

Así las cosas, en otro editorial del 10 de febrero de 1940, El Siglo adelanta un nuevo
elemento a la conceptualización de la problemática educativa y el novel ministro,
figurada o real: “El pueblo colombiano no quiere conflictos ... si el estado actual se
sobrecarga con un agrio conflicto político, peor aún si tiene sentido religioso; las pers-
pectivas del país se ensombrecen...”

A partir de aquí ya la educación se globaliza y la estrategia descubre su dimensión po-


lítica e ideológica, que permite observar la importancia, en términos de consenso, de
la escuela cuando empieza a transitar hacia otras manos. Es el saludo combativo de la
intelectualidad tradicional enfrentando el proceso de tímida laicización, y de defensa
al superelitismo de la herencia colonial. Estas tensiones caracterizaban en pleno siglo
XX a una Colombia que se resistía a seguir siendo un “país de peones”.

Miremos ahora, hasta qué punto el nuevo ministro J.E. Gaitán se identificaba con el
desarrollo de la gestión del presidente Eduardo Santos en materia instruccionista:

Bien es sabido que harto hay que temer por el progreso de un pueblo cuando los
políticos profanos tomen como bandera la persecución religiosa. Ya podemos
61
[ Educación pública superior, hegemonía cultural y crisis de representación política en Colombia (1842-1984) ]

entonces dar por seguro la aspiración de impedir que cuajen las realidades
objetivas ... encegueciendo las ambiciosas pupilas de los pueblos con la cortina
de humo de una lucha indebida contra sus creencias místicas (Discurso de po-
sesión de J.E. Gaitán. El Tiempo, 12 de febrero de 1940).

En síntesis, Gaitán responde de entrada a las afrentas reaccionarias distinguiendo en-


tre el respeto a la religión y el desarrollo de su proyecto educativo como sinónimo de
mejora moral, económica y social, sin terciar frontalmente con el fanatismo, ni las
“creencias místicas” de las que ya había hablado con agudeza ejemplar en su discurso
del Hotel Granada.

Por qué inquietaba la gestión de Gaitán de modo general al conservatismo, y a cierta


franja liberal. Captémoslo de nuevo en el periódico rival, El Siglo: “El discurso no
causó ni podía causar el efecto anunciado. El país no cree en las transformaciones
ofrecidas por el nuevo apóstol en orden a mejorar la educación pública y poblar los
campos y veredas de escuelas, cines ambulantes, roperos infantiles y comparsas de
danzarines y bailarines autóctonos...”

Más adelante, el editorial se preguntaba: “Qué importa para el nuevo ministro que
en el presente las almas piadosas oren en las catedrales y los sacerdotes prediquen el
reinado de Cristo, si a la juventud y a la niñez se le arrebatan los centros de enseñanza
católica, y se pervierten las escuelas con las máximas del materialismo...” (El Siglo,
17 de febrero de 1940).

En esta catilinaria de la reacción, escrita con seguridad por el propio Laureano Gó-
mez, se hacía referencia a la pretensión de nacionalizar la educación primaria, clara
potestad derivada del intervencionismo de Estado, antecedente doctrinario manejado
e implementado por la burguesía liberal de cuño industrial que aclimataba las premi-
sas de un capitalismo entrado ya en la fase monopólica, cuyos adelantos mundiales
infringieron perdurable huella a las conciencias, entonces jóvenes en años, de los
centenaristas, López y Santos incluidos.

La reforma administrativa de la educación

El nuevo ministro de Educación, Jorge Eliécer Gaitán, a pesar de todos los ataques,
había tomado carta en el asunto según el diagnóstico ofrecido por su antecesor Alfonso
62
[ Los antecedentes: más de un siglo de educación colombiana (1842-1958) ]

Araujo. Este había indicado cómo el 47% de la población colombiana no sabía leer ni
escribir, esto es, había más de tres millones de analfabetas.

El proyecto de Gaitán aparecía reforzado, además, por un examen de las causas


estructurales del atraso educativo, debido en parte a una administración irracional
de recursos e instancias hecha a conveniencia de la antigua hegemonía regene-
radora, connatural a la realidad pastoril de las grandes haciendas, cuyos dueños
vivían de los réditos de la renta agraria que disfrutaban en las ciudades y en sus
paseos por el extranjero.

De todo ello, él desprendía la urgencia de la nacionalización de la escuela primaria,


que requería constituir un fondo de educación primaria, para centralizar la ejecución
efectiva de las partidas municipales, departamentales y nacionales en las tesorerías
departamentales, a la vez que en lo ideológico imponía un plan pedagógico para todas
las escuelas, el cual era dictado y organizado por el Ministerio del ramo.

A este desafío en materia de organización, respondió de inmediato la Iglesia católica


colombiana, escuela de la intelectualidad tradicional, con tono retador, desde la Re-
vista Javeriana, entonces una trinchera reaccionaria: “Padecemos un ateísmo estatal
escondido e hipócrita ... El Plan Oficial de Enseñanza Pública en Colombia descansa
en la tarea de socavar las creencias religiosas de nuestro pueblo”.

Más adelante el mismo editorialista de la revista sentenciaba y advertía:

El pueblo colombiano de abrumadora mayoría católica tiene perfecto derecho


e indeclinable deber de solicitar que la enseñanza costeada con el producto
de sus contribuciones se dé de acuerdo a la doctrina que profesa. Y no puede
dirigir esa enseñanza de acuerdo con el dogma de sujetos incrédulos, mate-
rialistas, masones.

Y, qué sorpresa, el proyecto de nacionalización de la educación primaria naufragó


y condujo a la dimisión de Gaitán. Era este impase una prueba clara de que la hege-
monía tradicional no estaba quebrada del todo, sino una que otra de sus vértebras.
Tan solo se había recompuesto en parte la dirección ideológica de la sociedad civil,
incorporando ciertos reclamos de la pequeña burguesía y aireando la despensa co-
lonial de un peso muerto. Pero, el tiempo de las audacias estaba cancelado por la
gestión parlamentaria, influida en su mayoría por tendencias reaccionarias.
63
[ Educación pública superior, hegemonía cultural y crisis de representación política en Colombia (1842-1984) ]

El intento del ministro había ido muy lejos: golpear el corazón de la dominación terra-
teniente. Aparecía amenazada la hegemonía local entronizada por más de dos siglos
en veredas y municipios por los curas párrocos. Allí el analfabetismo campesino era
garantía del dominio religioso y donde la Iglesia aplicaba el poder pastoral en el adoc-
trinamiento de las masas, por intermedio de los sacerdotes y los curas doctrineros.
Estos mantenían el bloque agrario incólume, conectando a campesinos e indígenas en
menor grado con el control de los terratenientes y burgueses.

La plusvalía se extraía del trabajo campesino semiservil, que permitió acumular viejas
y nuevas fortunas y dar sustento a la recuperación de Iglesia en pago desproporciona-
do por sus servicios. A la vez, los gobiernos le conservaron las prerrogativas concor-
datarias de control cultural y educativo sobre los muchos, campesinos e indígenas, y
grupos urbanos de católicos, principalmente.

La intromisión avanzada del ministro Gaitán para combatir los privilegios coloniales
en materia de educación se ensayó tímidamente en tiempos de López de Mesa y de
Echandía. Pero este superó con creces tales propósitos hasta despertar la ira de la re-
acción clerical. Con todo y lo agudo de la polémica, la gestión de Gaitán consiguió el
progreso administrativo, definiendo cada vez más el sistema educativo burgués en su
arquitectura organizacional básica.

Claros fueron los logros administrativos: la reorganización de la Inspección Nacio-


nal de Educación Primaria con el Decreto 1964 de 1938 y su reglamentación por la
Resolución 908 de 1938, y el manejo de los auxilios destinados a restaurantes y cons-
trucción de escuelas, Decretos 15 y 16 de 1939, que, como se ve, son anteriores al
nombramiento de Gaitán. Y luego el Decreto 722 de 1940, sobre el Patronato Escolar,
que buscó neutralizar la virulencia de la Iglesia, pero que de todos modos de nada
sirvió; se produjeron los Decretos 1317 de 1940, para racionalizar la construcción de
nuevas escuelas según el Mapa Escolar de la República; 559 de 1940, que reglamentó
los auxilios destinados a educación, y el 707 de 1940, que instituyó el Congreso de
Educación Secundaria y Normalista y los consejos de coordinación educativa.

Así mismo, se reemplazó el modelo de los consejos por los centros de estudios pe-
dagógicos, mediante el Decreto 1486 del mismo año, profundizándose así las su-
gerencias de la Misión Alemana de Siebers y Radke, para citar los más conocidos
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[ Los antecedentes: más de un siglo de educación colombiana (1842-1958) ]

pedagogos que trabajaron en la enseñanza normalista. Este decreto, a la vez, dio


organicidad al Congreso Pedagógico Nacional, definido como la instancia máxima de
orientación y crítica a los proyectos a proponer para su adopción a la Nación.

Las propuestas administrativas no concluyeron allí. Gaitán fue acucioso, igualmente, en


el terreno de la enseñanza técnica. Ello se plasmó en el Decreto 1341 de 1941, creador
del Consejo Técnico de Enseñanza Primaria, que definió también la práctica agrícola
en escuelas rurales y urbanas. También se reglamentó el funcionamiento de las escuelas
normales con la Resolución 500 de 1941, y que las vacantes fueran cubiertas por norma-
listas, mediante el Decreto 16 de 1940.

En el ámbito de la educación superior el aparato educativo obtuvo sensibles progresos


que respondían también a las presiones regionales y al desarrollo de núcleos capi-
talistas en diferentes departamentos. En estos se enraizaba y crecía una clase media
nacida de los cambios estructurales que produjeron la economía cafetera, el despegue
industrial y la misma actividad comercial de tipo exportador-importador que venía
consolidándose desde el siglo XIX.

Ello nos explica también cómo en 1940 se crea la Facultad de Ingeniería en Bucara-
manga, seguida por el establecimiento de la Universidad Popular de Caldas en 1943,
la Universidad del Tolima y del Valle en 1945 y la del Atlántico en 1946. Se formaliza
la importancia de estudios en las instituciones extranjeras, no solo para los hijos de
grandes burgueses y terratenientes, sino para los vástagos de la pequeña burguesía
integrada al despegue de la sociedad capitalista, y una cortapisa a la vez a su ingreso
indiscriminado a la universidad con los exámenes de admisión de 1942, lo cual en
1938 produjera una huelga nacional de los estudiantes.

Cerremos el periplo de la llamada República Liberal, con dos hechos administrativos


de importancia: la Ley 5ª de 1945, que dio a los maestros el carácter de empleados
permanentes con acceso al correspondiente régimen prestacional, forma importante
de control y de reconocimiento al peso adquirido por este sector social; así como la
organización del Escalafón de Enseñanza Secundaria por medio de la Ley 43 de 1945,
que daba alguna estabilidad a las aspiraciones del gremio, lo cual después se hizo
extensivo al nivel de primaria por la Ley 97.

Esta era, sin duda, una manera de ensayar la hegemonía sobre los maestros, organi-
zadores medios e inferiores de la cultura, de incipiente cuño moderno, disputada con
65
[ Educación pública superior, hegemonía cultural y crisis de representación política en Colombia (1842-1984) ]

ardentía por el liberalismo frente a la reacción clerical, que no admitió llegar hasta
la nacionalización, cuando menos, de la educación primaria, que era un golpe brutal
a su fuero, pero que no pudo oponerse a las mejoras salariales del magisterio, que
además no lo afectaban demasiado en sus controlados colegios y universidades de
carácter privado.

La consolidación de un sistema de educación pública

La primera mitad del siglo XX puede caracterizarse como una etapa de consolidación
de la educación elemental y secundaria, en menor medida. El peso lo tuvieron los ad-
ministradores: constructores, remozadores del sistema educativo. Uno de sus artífices,
el más destacado, nacido bajo las banderas pedagógicas de la Nueva Escuela, aunque
de talante moderado y conciliador, fue Rafael Bernal Jiménez, quien no en vano se
desempeñó como rector de la Facultad de Educación de la Universidad Nacional.

De Rafael Bernal puede decirse que fue un impulsor orgánico de la que llamaban en-
tonces la educación popular, a la vez que un abanderado de la defensa elemental del
magisterio. De hecho, este pedagogo pensaba desde una perspectiva de clase, enmar-
cada en el proyecto reformador de López que hablaba de “una restauración cultural”,
para contrastar con el oscurantismo de la hegemonía rota.

Este líder de la educación nacional, que ampliaba y consolidaba la tarea emprendida


por la República Liberal, utilizó como vehículo autorizado para sus propuestas, y
para difundir el hálito modernizador, una nueva publicación, Educación, de la que
fue su director, mientras estuvo como rector de la Facultad de Educación de la Uni-
versidad Nacional.

Estas eran las reflexiones que hacía en el primer número de Educación, de agosto
de 1933:

... fijar nuestro concepto espiritualista de la cultura y en segundo la de deter-


minar nuestra posición frente a los problemas educativos colombianos. Esta
no puede ser otra que la que nos indica de un lado nuestra fe católica y, de
otra, la convicción hondamente arraigada de que en la lucha por asegurar
la supremacía del espíritu, no puede prescindirse del sentimiento religioso
(Bernal Jiménez, 1933).

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[ Los antecedentes: más de un siglo de educación colombiana (1842-1958) ]

Así lo decía Bernal Jiménez, confirmando, de una parte, el rechazo a la concepción


materialista de la historia, y lo que llamó el culto plutoniano al becerro de oro, en lo
que a principios filosóficos se refiere. Y, de la otra, tomaba equidistancia en filosofía
educativa, ante el idealismo epistemológico de Natorp y el pragmatismo utilitario de
John Dewey. Él proclamaba sin sonrojo su convicción ortodoxa, cultor de una manida
metáfora: “meter vino nuevo a odres viejos”.

Bernal pasó de los presupuestos teóricos a la praxis educativa, proclamando: “Hemos


hecho un llamamiento a todos los escritores nacionales que sean capaces de sentir la
trascendencia de la cuestión educativa en su conexión con la vida colombiana, para
que hagan conocer en esta revista el resultado de sus meditaciones”. Al mismo tiem-
po, el rector precisaba la razón de su misión nacionalista y burguesa:

Queremos servir a los intereses intelectuales y materiales del magisterio al cual


ha llegado ya la hora de organizarse como entidad respetable para tomar la
injerencia que corresponde en la orientación del pensamiento colombiano ...
proclamaremos la necesidad de una gran federación del magisterio nacional y
apoyaremos todo intento en este sentido (Bernal Jiménez, 1933).

El educador cerraba la justificación del programa reformista en curso con la siguiente


consideración: “No se explicaría suficientemente el empeño que ahora iniciamos y
que nos proponemos ... si no estuviéramos convencidos de que la base de todos los
problemas colombianos es un problema de educación”. El remate era una exhortación
nacionalista de ambiguo sabor antiimperialista:

Esto nos lleva al convencimiento de que el deber histórico de las nuevas genera-
ciones colombianas –y ello quizá por el resto de siglo que nos ha tocado vivir–
será el de preparar un número humano vigoroso, en espíritu y materia, para
adelantar la conquista de nuestro medio y superar los problemas que la trans-
formación de las sociedades humanas va a plantear... (Bernal Jiménez, 1933).

El vino nuevo tenía ingredientes de nacionalismo, de sindicalismo y de moderni-


zación de las fuerzas productivas, y una intelectualidad convocada para escanciar-
lo. Todo era, sin embargo, sospechosamente interpretado a la luz de una ideología
confesional. El sentimiento religioso era fundamental. Bernal aparecía respetuoso,
cauteloso con la preponderancia de la vieja hegemonía sobre el aparato educativo;
significativo era su hacer en el sentido de la recomposición del bloque intelectual
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[ Educación pública superior, hegemonía cultural y crisis de representación política en Colombia (1842-1984) ]

que propiciaba la República Liberal con su reforma social de la escuela extendién-


dola a los espacios rurales.

Los invitados a escribir eran, con sus matices, lo más representativo del “aggiorna-
mento” pedagógico nacional. Por un lado, Agustín Nieto Caballero, que escribió sobre
“el sentido social de la escuela”, y Julius Sieber, miembro de la misión pedagógica
alemana, y a la sazón director de la Facultad de Educación de Tunja, quien precisó lo
que entendía como “El concepto moderno de instrucción”.

Cómo no iba a estar Germán Arciniegas, el proponente de la reforma universitaria,


l’enfant terrible, quien habló de la “República Universitaria” con tono admonitorio:
“la democracia pura y simple, tal como salió de las imprentas de Filadelfia y de París
en el siglo XVIII, partía de la creencia de que dotados los hombres de derechos igua-
les todos el simple juego de las libertades públicas les daría la felicidad y abriría los
canales de la justicia”, para verla como salvación, convirtiendo a la universidad en
“conductora intelectual de los pueblos, y de organizarla democráticamente”.

También escribía allí un contradictor, Carlos García Prada, crítico de Arciniegas y autor
de la exposición de motivos para el proyecto de reforma de 1935. Él introdujo las prime-
ras críticas al proyecto Arciniegas, habló de las facultades y, por primera vez, de la de-
partamentalización como orientación deseable para la universidad colombiana en trance
de restauración. El equipo de ilustrados colaboradores lo cerraba Manuel J. Huertas, el
secretario del Ministerio de Educación, hablando sobre “Feminismo y la educación”.

A no dudarlo, en la mente de Bernal Jiménez, el reformador de la escuela primaria,


tomaba cuerpo una estrategia que buscaba el concurso de las más disímiles volunta-
des. La búsqueda de una justa adaptación de la educación al nuevo estado de cosas,
útil al naciente orden burgués, pero atento a que su construcción se hiciera por la
vía de la conciliación. No se podía pedir demasiado de los compañeros de fórmula.
El talante era pragmático, reformador en la práctica, pero conservador en la carga
ideológica a difundir.

Bernal cumplió como presidente del comité organizador de la Conferencia Nacional


del Magisterio, realizada en 1934. A todas estas, el profesorado debía conducirse por
las fuerzas burguesas y terratenientes, antes que ser tentado por las nuevas corrientes
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[ Los antecedentes: más de un siglo de educación colombiana (1842-1958) ]

socializantes e izquierdistas. Cabe recordar que el magisterio ya era numeroso, y se-


guiría creciendo. Para 1933 había 10.501 maestros, y en 1935 se contabilizaban 2.570
profesores de secundaria. En suma era ya una fuerza importante en lo electoral y lo
político, en general.

Él se encargó de recordar a estos maestros cómo su accionar debería estar acorde


con el propósito del presidente López de “hacer de la educación popular el eje
de su actividad administrativa”. Tal accionar lo traducía en las siguientes ideas
orientadoras: “Si perseguimos la gremialización del cuerpo docente, es con el fin
principal de que éste halle los caminos más adecuados para su dignificación y per-
feccionamiento y un amplio campo para el intercambio de sus ideas y la expresión
de su pensamiento sobre las cuestiones que atañen a la orientación de la cultura
colombiana”.

Él contrastaba la realidad del magisterio con una población en su mayoría de cuño


aldeano, veredal y aislada y desarticulada: “Discutir, por ejemplo, sobre la con-
veniencia de implantar un mínimo de enseñanza obligatoria para todos los niños
colombianos en edad escolar, equivale a discutir sobre la conveniencia de proveer
de instrumentos de labor a un grupo de trabajadores agrícolas”.

Sin embargo, él insistía de nuevo en la necesidad de la escuela pública obligatoria,


la bandera del Radicalismo, que quedó descartada por la hegemonía conservadora,
vista en relación con la superación del atraso rural y con la liberación del campesi-
nado, sincera o no, de la servidumbre.

En coincidencia con los modestos programas de la reforma agraria, Bernal Jiménez


proponía: “el aspecto teleológico de la educación pública...”, y reconocía a renglón
seguido cómo “la escuela colombiana de primaria no puede aspirar a formar técnicos
para la explotación en cada uno de los campos de la actividad agrícola o industrial;
más debe dar la preparación primordial teórica y práctica para facilitar la orientación
posterior hacia todos aquellos campos”.

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[ Educación pública superior, hegemonía cultural y crisis de representación política en Colombia (1842-1984) ]

El ideal de una escuela laica, nacional y popular


Las clases subalternas, por definición, no se han unificado y no pueden unificarse
mientras no puedan convertirse en Estado: su historia, por tanto, está entrelazada con
la de la sociedad civil, es una función “disgregada” y discontinua de la historia de la
sociedad civil y, a través de ella, de la historia de los estados o grupos de estados.

Antonio Gramsci. 1971. Antología a cargo de Manuel Sacristán.


Siglo XXI. México: 491.

En su discurso inaugural, el líder educativo, Rafael Bernal Jiménez introducía una


nueva idea polémica: “Contra quienes piensan que la escuela nuestra debe ser única-
mente el reflejo de un determinado sistema pedagógico extranjero, hemos afirmado
la necesidad de una escuela colombiana que, basada sobre los principios universales
y fundamentales de la psicología experimental, contemple la realidad de un pueblo”.

Además, para él existía una idea fija que descubre su talante burgués en materias
educativas y lo hace deslindar posiciones con otros pedagogos colombianos. Para
Bernal Jiménez, “la escuela primaria, en el estado actual del mundo, es la base de
la economía nacional”. Este intelectual orgánico de la burguesía tiene clara con-
ciencia del real contenido de la reforma instruccionista que orienta en los fueros
del quehacer de la naciente sociedad burguesa en expansión.

Ya no es más una preocupación humanista abstracta la que se exhibe, sino una concre-
ta exigencia de expansión de la educación para incorporar a una población marginal
al nuevo modo de producción, que ha hecho que la nueva clase crecida en la conci-
liación eleve sus pretensiones del estrecho marco gremial, dando “homogeneidad y
conciencia de la propia función, no sólo en el campo económico sino en el social y en
el político”, como teorizaba Gramsci en un texto clásico para el examen del papel de
los Intelectuales.

Es posible definir que el pedagogo Rafael Bernal Jiménez ya no es un intelectual tradi-


cional típico, no es parte de una “categoría social cristalizada, esto es, que se concibe
así misma como continuación ininterrumpida de la historia y por lo tanto independien-
te de la lucha de los grupos”. Por el contrario, él aunque sea alérgico a la concepción
materialista de la historia, aparece como un sujeto “expresión de un proceso dialéctico
por el cual cada grupo social elabora su propia categoría de intelectuales” (Gramsci,

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[ Los antecedentes: más de un siglo de educación colombiana (1842-1958) ]

1971), encargado de la construcción y mantenimiento de un organismo privado estra-


tégico: la escuela para la definición y encauzamiento disciplinario de la nueva ciuda-
danía venida de los campos.

Para concluir con el examen de esta fase fundamental de la reforma educativa, des-
pués del análisis de los más importantes funcionarios de la superestructura burguesa,
en términos de la construcción de la nueva sociedad civil, activos en la recomposición
de la capa intelectual que articula el nuevo bloque histórico de la dominación bur-
guesa, no sobra hacer explícita la propuesta de la burguesía colombiana en materia
educativa: el ensayo estratégico por orquestar una política hacía los intelectuales.

Recordemos así lo que Gramsci introdujera como lúcido estudioso de la época del
Risorgimiento italiano. Él insistía en que la clase fundamental, la burguesía, re-
quería también ser dirigente para configurar un sistema hegemónico que hiciera
posible la existencia de un Estado. Y la burguesía tenía que construir un programa y
un liderazgo de los educadores. En las propias palabras de Gramsci, “un programa
escolar, un principio educativo y uno pedagógico original, que interesan y dan una
actividad propia, en su dominio técnico, a la fracción más homogénea y numerosa
de los intelectuales: los educadores, desde el maestro de escuela a los profesores
universitarios” (Gramsci, 1970).

Como cierre y punto de partida del viraje conservador, implementado entre 1946 y
1958, recojamos algunas conclusiones del estudio “Evolución de la política educativa
en el siglo XX”, que ya se citó en otro de sus apartes:

La reforma de la educación no era la excepción. Se hacía urgente calificar y es-


pecializar la fuerza de trabajo a todos los niveles; integrar las masas al merca-
do; satisfacer las demandas del nivel de vida originadas en las clases populares,
crear nuevos valores y patrones culturales que legitimaran la modernización.

Al respecto, la característica más sobresaliente de la política educativa de Ló-


pez fue sin duda la de prescindir del tutelaje de la Iglesia sobre la educación y
otorgar al estado esa facultad. La reforma del Art. 41 de la Constitución del 86
y la sustitución por el Art. 14 que introdujo la enmienda del 36, sintetizan este
cambio y dotan al Estado de una gran autonomía para acometer la transforma-
ción del aparato educativo ... La Universidad fue sin duda la gran beneficiada...
su estructura, naturaleza y funciones fueron transformadas radicalmente (Mo-
lano y Vera, 1982).
71
[ Educación pública superior, hegemonía cultural y crisis de representación política en Colombia (1842-1984) ]

Molano y Vera, estudiosos colombianos, en una supersíntesis, señalan que “la Re-
pública Liberal pese a sus fracasos e inconsistencias revolucionó profundamente el
sistema educativo, modernizándolo, democratizándolo y poniéndolo en los umbra-
les del siglo XX” (Molano y Vera, 1982). Sin que olvidemos que ya iban recorridos
cuarenta y más años del mencionado siglo. A partir del llamado Viraje Conservador,
o el intento reaccionario de devolver el fuero a los intelectuales tradicionales en el
control excluyente del sistema hegemónico, aquella floreció en un momento excep-
cional de la economía colombiana.

Era la época de la sustitución de las importaciones y del afianzamiento o relativa ple-


nitud del capitalismo, con una alta participación extranjera, norteamericana, como
lo expresó Fred J. Rippy en su libro El capital norteamericano y la penetración
imperialista en Colombia. Concurrente con la circunstancia de la II Guerra Mundial
y el cierre de las economías metropolitanas, este modelo, que fue luego insignia
de la corriente cepalina, liderada por Raúl J. Prebisch, permitió acumular divisas y
luego expandir la industria, a la vez que reclamaba la transformación de la agricul-
tura tradicional, ahora dedicada a la producción de materias primas. Es decir, urgía
por la presencia vigorosa del capitalismo en el campo para lograr la integración de
nuevos sectores a la economía moderna. De contera se aceleraba la urbanización de
Colombia y la constitución de un mercado nacional que recibió el espaldarazo final
con la Violencia, que concentró aún más la tierra. Ella fue el colofón del fracaso de
los incipientes esfuerzos de reforma agraria desde arriba que empezaron con la Ley
de Tierras de la revolución en marcha, cuyos magros resultados fueron duramente
denunciados por Jorge Eliécer Gaitán y el proyecto político de la UNIR que fracasó
en el intento.

Dicho intento reformista, hecho de conciliaciones y alianzas con sectores de las cla-
ses subalternas, campesinos y obreros de la CTC, pronto reveló las ataduras inter-
nas y externas y los antagonismos que lo subyacían. La reforma, en últimas, uncía
al carro burgués a las demás clases. Sin embargo, los anhelos de redención social
recibían magras satisfacciones; y la cuestión agraria insoluta conspiraba violenta-
mente sobre el porvenir de la reforma, incorporando a las ciudades contingentes
campesinos que huían de las luchas desiguales con los terratenientes, o arruinados
por comparación con los ritmos de la agroindustria y estimulados por el despegue
de nuevas industrias.
72
[ Los antecedentes: más de un siglo de educación colombiana (1842-1958) ]

Este “ejército” de campesinos transformados a la fuerza en proletarios urbanos empe-


zó a engordar las primeras ciudades del territorio nacional. De ellas, y de los puertos y
enclaves, se nutrió el descontento que permitió después un espacio político al populis-
mo reformista de Gaitán, quien denunciaba los fracasos en política social del oligarca
López Pumarejo, uno de los dos más destacados líderes intelectuales y políticos de la
Generación del Centenario.

En ese laboratorio social de la transición modernizante, los conservadores y reac-


cionarios liberales se fueron preparando para responder a esa amenaza de ampliar la
democracia en términos económicos y sociales, con la que el caudillo popular con-
frontaba el país nacional y el país político, proclamando un incipiente imaginario de
voluntad nacional popular construido desde arriba.

La parábola trágica de la pedagogía populista


No es destrozando la corriente política que en Colombia representa al partido
avanzado o de oposición, como mejor se labora por el triunfo de los altos principios
que guían hoy los anhelos reformadores de los pueblos, pensamos que es mejor
luchar porque las fuerzas progresistas de Colombia inscriban en sus rodelas de
batalla la lucha integral por las ideas nuevas, por la salud del proletariado y por la
reivindicación necesaria de los actuales siervos del capital.

Jorge Eliécer Gaitán. Las ideas socialistas en Colombia: 241.

El primer intercambio entre la fracción burguesa y pequeño burguesa del liberalismo,


lo llevó a perder el control del gobierno y a profundizar las diferencias de corte clasis-
ta en su interior. El conservatismo asumió la tarea de dirección burguesa, proponiendo
un gobierno de unidad nacional, burgués, frente a la clase media dispuesta a liderar
cuando menos demagógicamente a los trabajadores descontentos, todo por supuesto,
dentro de los cánones constitucionales.

En aquella coyuntura se inicia el viraje en materia educativa, que primero se dis-


fraza de reestructuración continuada de la parte organizativa y administrativa del
sistema educativo y que ocupó la mayoría del tiempo del gobierno Santos, resumida
en el lema de “sin prisa, pero sin pausa”.

Ahora, era el tiempo de la pausa, lograda mediante los Decretos, con fuerza de ley,
2261 de julio de 1947 y 2272 del mismo año, siendo ministro de Educación de Ospina
73
[ Educación pública superior, hegemonía cultural y crisis de representación política en Colombia (1842-1984) ]

Pérez, Eduardo Zuleta Ángel. Este viraje tenía que ver con la reforma del pensum de
secundaria, que insistió de nuevo en materias religiosas y en la que se llamó ense-
ñanza de la Historia Patria al servicio de “La cohesión social, la unidad nacional y la
consolidación de los hábitos democráticos que han sido gravemente quebrantados”.

Y también con la implementación de la Ley 6 de 1945, que hablaba de la obligación


de escuelas patrocinadas por las empresas al servicio de los hijos de trabajadores,
plan que fue reglamentado por el Decreto 3927 de 1948 y que permitió retomar en los
sectores urbanos influencia para la intelectualidad tradicional en el aparato educativo
penetrado por la reforma aunque muy débil en las ciudades, así como para la educa-
ción privada, pues las escuelas no eran calificadas dentro de la órbita oficial.

A tales iniciativas se unió el reforzamiento de la inspección escolar, investida ahora


de una función por fuera de la competencia de inspeccionar y vigilar, ocultando tras la
fórmula de la extensión cultural, una labor de adoctrinamiento político, que impulsaba
la ola de la restauración de los antiguos cánones ideológicos en las comunidades. Este
desafío ideológico tuvo su punto de encendida polémica en el ámbito de la educación
superior, en torno a la dirección de la universidad y a la cátedra libre.

Así lo testimoniaron los dos periódicos más influyentes de la época:

En el caso concreto de Colombia, el hecho de que el implantamiento de la cáte-


dra libre y la seguridad de su ejercicio, se hayan efectuado bajo gobiernos del
liberalismo, y haya corrido serio peligro bajo administraciones conservadoras,
indica precisamente la mejor y más intensa cercanía de las mayorías colombia-
nas a los postulados esenciales de la democracia (La libertad de cátedra. El
Tiempo, 4 de febrero de 1948).

Mientras que el periódico El Siglo contestaba con los siguientes argumentos a la liber-
tad de cátedra como realización del liberalismo:

El partido liberal entregó al comunismo la rectoría de la juventud ... El am-


biente de cultivo de resentimiento comunista dio pruebas tan escandalosas y
notorias como que el propio rector, Gerardo Molina, figuró a la cabeza de los
radio-amotinados del 9 de abril ... La infiltración comunista en la universidad
fue obra del Liberalismo. Imposible hacer comunismo más eficazmente que por
ese medio (El Siglo, 28 de julio de 1949).
74
[ Los antecedentes: más de un siglo de educación colombiana (1842-1958) ]

No puede soslayarse que Ospina Pérez era también un burgués y le interesaba avanzar
las ideas al plano práctico; en tanto la educación buscaba calificar el trabajo nacional
y promover cuadros de la pequeña burguesía a los equipos en las recién constituidas
industrias. En tal sentido, impulsó, bajo el Ministerio de Eliseo Arango, la educación
femenina, reglamentando el funcionamiento de los colegios mayores con el Decreto
178 del 28 de enero de 1949. Con la Ley 143 de 1948 reorganizó la enseñanza técnica.

De otra parte, en la educación superior se materializó la exigencia de las Naciones


Unidas de crear un organismo para coordinar los becarios en el extranjero, antes bajo
su cuidado, fundando así el Instituto Colombiano de Crédito y Estudios Técnicos en
el Exterior (Icetex). El gobierno de la pausa conservadora estableció la Universidad
Industrial de Santander (UIS) y la Universidad de Pamplona, y reglamentó la ense-
ñanza comercial. Todo de conformidad con la realidad empresarial. Acomodado a su
espíritu de capitán de industria, el presidente Ospina Pérez puso término a sus días de
gobernante clausurando el Congreso, ante la eventualidad de un enjuiciamiento polí-
tico programado por el liberalismo supérstite del gran caudal de masas, que orientó la
rebelión gaitanista.

Se pasó enseguida al doctrinarismo de Laureano Gómez, otro caudillo centenarista,


quien antes opinaba “que en el reformismo agitacional de López se gestaba la corrien-
te que sin pautas de solución conducía al revolucionismo irresponsable de Gaitán”.
Era, como se ve, además, no partidario de los desmanes populistas, en los que veía la
cercanía de una revolución social y la amenaza de los intereses estratégicos de la clase
a la que se pertenecía. Y maduró la idea de un régimen corporativo, cuyo ensayo hizo
al ser elegido en 1950, ante la abstención liberal.

La línea de adecuación de la educación al aparato se mantiene, e incluso se acrecien-


ta, pero el control ideológico, el borrón y cuenta nueva con relación a los escarceos
liberalizantes, se hace más férreo. Lo comprendió así Ivon Lebot: “Bajo el gobierno
de Laureano Gómez se derogan las leyes educativas elaboradas por los gobiernos
liberales ... se vuelve a la discriminación entre educación rural y urbana ... se refuerza
la dependencia del maestro frente a las autoridades eclesiásticas y políticas”.

Correspondió también a la corta presidencia de Laureano Gómez, la llegada de la Mi-


sión Currie, del Banco Internacional de Reconstrucción y Fomento (BIRF), altamente
75
[ Educación pública superior, hegemonía cultural y crisis de representación política en Colombia (1842-1984) ]

interesada en la productividad, intensificada por la educación. Se hicieron patentes


el querer de Norteamérica para estos países y una cierta sumisión a sus dictados, que
era una continuación de lo tratado en la dramática Conferencia Panamericana que
dio existencia a la OEA, y de cuya delegación fue excluido Jorge Eliécer Gaitán. La
conferencia fue presidida por Laureano Gómez, quien fuera presidente de los colom-
bianos por un brevísimo periodo, derrocado por un golpe militar protagonizado por el
general conservador Gustavo Rojas Pinilla.

En aquel informe elaborado por el especialista Lauchlin Currie, fogueado en los tiem-
pos de la gran depresión norteamericana, se leía: “Colombia posee una clase dirigente
reducida pero altamente educada y preparada que puede dirigir el entrenamiento del
pueblo a través del Estado, la Iglesia y la Empresa Privada”.

En otras palabras, la hegemonía construida en el interregno de la República Liberal no


corría riesgo si se ampliaba el nivel educacional del pueblo. Por el contrario, ello redun-
daría en unos aumentos notables de productividad y expansión del sistema capitalista.
El informe enfatizaba sí en la estrechez del bachillerato, “fuente principal de producción
de técnicos, empleados y funcionarios necesarios ... para el desarrollo de la economía”;
e insistía en que “el número de maestros era excesivamente reducido en relación con la
necesidad”, y que en la educación vocacional, “las escuelas industriales eran relativa-
mente reducidas ... ya que se da más importancia a la educación general”.

Con tales dilemas se avanza al periodo crucial del evangelio desarrollista, que tuvo
un proceso de traumático debut en el interregno dictatorial del general Gustavo Rojas
Pinilla, que suprime los brotes insurreccionales de los grupos y clases subalternas
de estirpe liberal, y posibilita un acuerdo en la cumbre, entre las jefaturas histórico
doctrinales de ambos partidos, Liberal y Conservador, cuyas cabezas, Alberto Lleras
y Laureano Gómez, se reunieron bajo el cobijo de la España franquista,.

Ellos producen y orquestan un acuerdo de paz entre ambas facciones, el Frente Nacio-
nal, que fuerza la salida del dictador y pacificador y abren las puertas a un desarrollo
capitalista con visos reformistas, inducidos por el triunfo posterior de la revolución en
Cuba y su proclamación como primer proyecto socialista en América Latina.

El acuerdo del Frente Nacional fue una dosis rebajada del Pacto de Punto Fijo, un mo-
delo de revolución pasiva, de reforma del capitalismo desde arriba, que dio renovada
76
[ Los antecedentes: más de un siglo de educación colombiana (1842-1958) ]

existencia al bipartidismo en Venezuela e impulso al capitalismo sujeto a los vaivenes


de la renta petrolera, bajo la conducción del socialdemócrata Rómulo Bentancourt.

El segundo fue un proyecto político reformista radical, en parte, debido a la partici-


pación dada a las clases subalternas organizadas sindical y políticamente, que duró
hasta fecha reciente, cuando fue interrumpido por la crisis petrolera, y el triunfo del
Movimiento V República, liderado por el coronel Hugo Chávez Frías.

77
2
El dilema de la reforma
y desarrollismo, 1948 - 1961

La educación superior de Colombia

L a nueva concepción desarrollista recomendaba con cautela, pues, que se in-


crementara la formación de maestros, encargados enseguida de ampliar la
educación primaria rural y la educación vocacional y enfiladas a alimentar los
reclamos de la industria, aceptando que el Estado era el protagonista único del
proceso, sin parar mientes en la “política” y despreciando la democracia en las
instituciones educativas.

El nuevo bloque histórico se mostraba solidario con una conducción autoritaria del
proceso de la educación como factor de elevación económica, compartida la dirección
con la Iglesia y la empresa privada. Esta era la orientación ideológica del gobierno
conservador, que la expuso sin ataduras. Al proclamar los nuevos planes de estudios,
se permitió estas consideraciones, que hablan por ellas mismas: “Dios, la Patria y la
Sociedad, esperan a la puerta de la escuela. Entreguémosles hombres dignos y labo-
riosos, patriotas sin tacha y católicos sin vacilaciones”.

Con posterioridad se promulgaron los Decretos 3468 de 1950, que introdujo el nuevo
plan para la primaria, y 75 de 1951, que introdujo su equivalente para la enseñanza
media; así como para las escuelas normales con el Decreto 192 de 1951. No se agotan
con lo dicho todos los ensayos reformatorios de cuño reaccionario en el plano ideoló-
gico, si no se menciona lo hecho en materia de educación superior.

79
[ Educación pública superior, hegemonía cultural y crisis de representación política en Colombia (1842-1984) ]

Allí lo más notorio fue la modificación de la Ley 68 de 1935, estandarte de la reforma


liberal, golpeada en lo sustancial por los Decretos 3708 de 1950 y 0364 de 1951, en
materia de participación de profesores y estudiantes en el gobierno y administración
de la universidad. El arquitecto de la contrarreforma era Lucio Pabón Núñez, ministro
de Educación, quien recibía el apoyo laudatorio de El Siglo:

Todo el mundo sabe que el liberalismo desde el gobierno para asegurar que
socialistas y comunistas tuvieran en su poder todas las palancas del mando de
la Universidad Nacional, creó un sistema de elecciones populares y de Jun-
tas Legislativas, al que bautizó pomposamente con el nombre de “Autonomía
Universitaria”.

El periódico conservador condenaba la reforma liberal, señalando: “no consagraron


otra autonomía que la de los individuos como Gerardo Molina y Antonio García, que
pudieron utilizar toda clase de instrumentos para convertir la Universidad Nacional en
una fortaleza del comunismo y un semillero de turbas triquiñuelas” (Editorial de El
Siglo, 4 de febrero de 1951).

Bien claro queda también el sentido de la contrarreforma: la represión al pensamiento


diverso al tradicionalismo neotomista de monseñor Carrasquilla, que sufrió desplaza-
mientos y críticas durante el rectorado de Gerardo Molina en la Universidad Nacional,
todo lo cual contribuyó a la quiebra de la hegemonía confesional en la cultura colom-
biana. Volvió a servir este enjuiciamiento para esta “recuperación” reaccionaria de la
universidad pública.

Es conveniente también analizar la respuesta liberal. Se levantaron las voces desde la


tribuna de El Tiempo: “Ya es hora de que los periodistas conservadores –los unos y los
otros– dejen la monserga de la Universidad Atea, porque eso ni corresponde a la ver-
dad histórica, ni presenta cosa distinta a una excusa pueril para el empleo de la intriga
contra quienes intervinieron lealmente los intereses de la cultura”.

La justificación altruista venía en seguida, de este tenor “sin otra preocupación que la
de trabajar por el progreso y el desarrollo de la inteligencia colombiana, sin detenerse
a pensar si tal inteligencia era roja o azul ... parda o negra ... no hubo persecuciones
... Es eso lo que se acaba con la quiebra de la autonomía y con la imposición de un
criterio confesional” (Editorial de El Tiempo, 8 de febrero de 1951).
80
[ El dilema de la reforma y desarrollismo ]

Al respecto, la opinión de un doctrinario conservador, Abraham Fernández de


Soto, introduce algo de equilibrio y sindéresis en esta polémica por la autonomía
de la universidad. Sus opiniones las publicitó Fernández de Soto en un ensayo que
daba respuesta a lo acontecido el 8 de junio de 1954 en la ciudad universitaria.
Este decía:

La universidad nunca ha sido autónoma, ni aún en el campo estricto de la di-


rección académica. Es sabido que en Colombia, a partir del año de 1936, se
implantó el sistema de intervención en la educación pública ... En el campo
económico, no lo fue tampoco. Porque los bienes que le fueron entregados como
propios por la Ley 68 de 1935, nunca le produjeron rentas, antes bien, fueron
siempre utilizados por distintos ministerios para diversos objetivos...

El ensayista abundaba en la caracterización de la seudo autonomía universitaria esta-


blecida en 1936:

Administrativamente, tampoco es libre...Esto dice en relación con el nombra-


miento del rector, tradicionalmente elegido de ternas que el Señor Presidente de
la República lleva, a través del Ministerio de Educación, al Consejo Directivo.
Como el gobierno ha tenido siempre tres miembros en esa entidad la voluntad
del ejecutivo se cumple inexorablemente... (Fernández de Soto, 1954).

La crisis económica le restó piso al intento corporativista de Laureano Gómez, y a su


intento de continuación del gobierno del dictador que lo reemplazó, el general Gus-
tavo Rojas Pinilla. Primero estuvo el excesivo doctrinarismo que aupó los intereses
reeleccionistas de los moderados conservadores y el populismo de Alzate Avendaño.
Ello agrietó la hegemonía conservadora que empezó con el triunfo de Ospina Pérez.
Vino luego el paso al golpismo como un cambio de táctica de la clase dominante en
su conjunto. Los conservadores estaban preocupados por el devenir del 9 de abril,
ante el florecimiento de la resistencia campesina y el desarrollo de la guerrilla, cuyos
controles perdía el mismo liberalismo, que, por medio de Carlos Lleras y López Pu-
marejo animaban la táctica de la resistencia armada a la reacción conservadora que
se concentraba en los Llanos como en los tiempos de la guerra de la Independencia.

Dos días antes de la convocatoria de la Asamblea Constituyente, que propondría para la


educación el supremo control y orientación según el dogma católico, cayó Laureano Gó-
mez. El sucesor, Rojas Pinilla, es recibido con beneplácito, pero apenas toma un camino
81
[ Educación pública superior, hegemonía cultural y crisis de representación política en Colombia (1842-1984) ]

diverso e independiente con la fundación del MAN y la CNT, se preparó su caída, que se
produjo finalmente en 1957.

La contrarreforma educativa: Acción estudiantil y dictadura

Con todo y la caída del “monstruo” conservador, Laureano Gómez, la reacción ideo-
lógica no abandonó el proyecto de contrarreforma que restablecía la obediencia a
los cánones del “poder pastoral” de la Iglesia católica, reduciendo al mínimo la
democracia interna de los aparatos educativos.

Paralelo crecía el reforzamiento incontrastable del sector privado de la educación,


en detrimento de la educación pública. De hecho la acción del Estado quedaba limi-
tada: “La intervención estatal en la educación se ha ceñido a estas normas superiores
y cada día está perfeccionándose en el sentido de más cooperadora de la obra de los
particulares, más sencilla y eficaz en sus fines concretos”. Tales eran las palabras
del ministro de Educación de Laureano Gómez, quien lo sobrevivía, pronunciadas
en septiembre de 1952.

Los avances administrativos, en cambio, continuaron en la “era” intervencionis-


ta, desarrollista del general Rojas. Incluso hubo algunos adelantos de proyección
ambiciosa. La preparación de docentes fue fructífera con el establecimiento de la
Universidad Pedagógica Nacional con sede en Tunja, por el Decreto 2655 del 10 de
octubre de 1953.

La imposibilidad de unificar las escuelas normales superiores de Bogotá y Tunja


condujo también a que el presidente de facto, por Decreto 197 de 1955, creara la
Universidad Pedagógica Femenina como fruto de la integración del Instituto Peda-
gógico, las facultades, el bachillerato y las anexas. Se racionalizó así la producción
de docentes, que permitió la futura expansión de la educación, que iba en consonan-
cia con la medida de nacionalización de la educación primaria en 1954, acompañada
por una nueva reestructuración del Ministerio del ramo, que fue simplificada esta-
tuyendo siete divisiones: bachillerato, educación industrial y comercial, normales y
primaria femenina, educación campesina, extensión cultural y coordinación univer-
sitaria, reglamentadas con el Decreto 2543 de 1954.

82
[ El dilema de la reforma y desarrollismo ]

El sistema educativo nacional, igualmente, adquirió una mayor complejidad con


las siguientes instituciones. Son creadas la Escuela de Arte y Folklore, el Archivo
Histórico Nacional, el Instituto Colombiano de Estudios Históricos, el Instituto Co-
lombiano de Antropología, la Junta Nacional de Censura y el Instituto de Estudios
Psicológicos y Orientación Profesional.

Por sobre todo se incorporan la radio y la recién establecida Televisora Nacional,


como componentes del aparato material de la hegemonía, las cuales se aplican a
ambiciosas campañas de alfabetización. Es importante mencionar el Decreto 0610
de 1955 a este respecto, el cual nos aclara qué grandes eran las pretensiones de la
administración Rojas y de sus ministros Aurelio Caicedo Ayerbe, Daniel Henao He-
nao y Lucio Pabón.

Sin embargo, en la educación superior se mantuvo el statu quo en materia de cober-


tura elitista de la población, aunque se estableció el Fondo Universitario Nacional
destinado a financiar los posgrados y las investigaciones, el cual muy pronto se
transformó en el organismo primigenio de planeación de la educación del país, y
sirvió como puente organizativo entre la universidad pública y privada para direc-
cionar esta política pública, en la mira del discurso desarrollista que tenía sustento
en la momentánea bonanza económica, inducida por el incremento notable de los
precios internacionales del café.

La burguesía cum manu militari introdujo el criterio de la planeación educativa


como otra función del intervencionismo estatal posconflicto. Es explicable que apa-
rezca ahora, cuando el moderno aparato educativo adquiere un cuerpo definido y
complejidad creciente. Esta herramienta de la planeación coincide, en parte, con la
cercana fundación de la Escuela Superior de Administración Pública y la privatiza-
ción de la enseñanza.

Fue también importante el hecho de que se suprimiera el año preparatorio instau-


rado por el gobierno de Laureano Gómez, antesala del año básico. En cambio se
pusieron como requisitos de ingreso a la educación superior el diploma de bachiller,
la situación militar definida y el paso del examen de admisión como filtro principal
para los sectores de clase media que egresaban masivamente del bachillerato.
83
[ Educación pública superior, hegemonía cultural y crisis de representación política en Colombia (1842-1984) ]

Lo más significativo en el ámbito de la educación superior tuvo que ver con las ac-
ciones de protesta estudiantil. La restauración en la Universidad Nacional condujo a
la permanente comparación con el rectorado de Gerardo Molina que duró hasta 1949,
cuando fue retirado a raíz de su participación en la agitación del 9 de abril, junto a los
estudiantes y a destacados catedráticos de inclinaciones izquierdistas, comprometidos
algunos con el gaitanismo y su ansia de reforma. En su reemplazó se nombró a un
conservador, Julio Carrizosa Valenzuela, y a él tocaron los acontecimientos más críti-
cos al pie de su secretario general, Abraham Fernández de Soto, que pasó a la historia
como la persona que llamó a la Policía a los predios universitarios. Este mismo título
puso a su alegato de descargos aparecido en 1954.

Se sabe con claridad qué aconteció con el tránsito de la República Liberal a la reac-
ción conservadora en materia de política educativa. Otros, caricaturizando un poco,
señalaron a la Universidad Nacional como la sede nueva del morbo laureanista y lugar
para la difusión obligada del totalitarismo falangista. Y esta leyenda alcanzó hasta el
gobierno del teniente general.

Sin embargo, era cierto que no solo conservadores alojaban el alma mater, si acep-
tamos estas apuntaciones sacadas del ensayo de Abraham Fernández de Soto: “En
la línea del profesorado figuraban hombres como Darío Echandía, Antonio Rocha,
Luis Eduardo Gacharná, José Hernández, Fabio Lozano y Lozano, Arturo Valencia
Zea, Rafael Campo Restrepo, Jorge Cárdenas García, Luis Eduardo Nieto Arteta,
Gabriel Giraldo Jaramillo, Rafael Bernal Jiménez, Hernán Jaramillo Ocampo, Wi-
lliam Villa Uribe, Hernando Morales...” (Fernández de Soto, 1954).

El clima de la protesta correspondió al 8 y al 9 de junio de 1954. Sin duda el liberalis-


mo y parte del conservatismo operaron en la sombra animando al creciente desconten-
to de la clase media ilustrada contra el populismo del general Rojas Pinilla. En la uni-
versidad el descontento se apoyó en el hecho de reemplazar el día de los estudiantes,
que era recordatorio de la muerte del universitario Gonzalo Bravo Pérez, que precipitó
la crisis de la hegemonía conservadora en el año de 1929.

Ahora cumplíanse 25 años del insuceso. Dos meses antes del aniversario empezó el
descontento cuando las autoridades fijaron en cambio el 1º de abril, día de inicio de
la Expedición Botánica, como la fecha de los estudiantes colombianos; y a raíz de la
84
[ El dilema de la reforma y desarrollismo ]

salida de monseñor Rudesindo López Lleras, que fue aprovechada para combatir la
realidad política de la Universidad Nacional.

A propósito del asunto editorializaron El Espectador y La República. Y también se


expresaron los estudiantes, que conducían Crispín Villazón de Armas, Guillermo Coll
Salazar y Jaime García Parra. El primero era del grupo socialista de Antonio García.
Los estudiantes decidieron preparar, pese al cambio, la celebración tradicional en la
que se comprometieron las universidades Nacional y Libre, y la convirtieron en un
acto de desafío político.

En el interior del claustro existían conflictos en Medicina y Odontología. El 8 de junio


se clausuró la jornada académica y se solicitó la vigilancia de una radiopatrulla. Al
terminar la peregrinación del Cementerio Central, grupos regresaron a la ciudad univer-
sitaria. Y después de las 3:30 p.m. una radiopatrulla, al mando del teniente Mejía Lara,
a tiros de fusil, dio muerte al estudiante de medicina Uriel Gutiérrez, simple espectador
del barullo armado por un grupo que vivaba las consignas de la fecha en la entrada de la
calle 26. El 9 de junio hubo marcha, luego de las explicaciones del día anterior hechas
por Evaristo Sourdís y los abucheos al ministro de Educación encargado.

Lucio “pavor” fue quien no pudo hablar en el paraninfo de la Facultad de Derecho.


La marcha salió hacia el Palacio de la Carrera, a pedirle cuentas al gobierno, enca-
bezada por mujeres, y llegó hasta la calle 13 esquina, donde la esperaba una patrulla
del Ejército en posición de fuego. Él era partícipe del gobierno de excepción, y uno
de los intelectuales tradicionales entusiasmado con el proyecto de revolución pasiva,
orquestado por los militares y el bloque cívico integrado a ellos, que intentaba hacer
como en la Argentina peronista, precaviendo por la independencia de los subalternos.

Al prohibirse el paso de la manifestación, los estudiantes se sentaron en la calzada y


comenzaron los discursos agitacionales y de denuncia en el café Windsor. Después de
la intervención de Luis Carlos Trujillo Polanco, sonó una primera descarga de carabi-
na punto 30. Y algunos entre la audiencia gritan: “no corran que es al aire”. Viene una
segunda descarga y otras dirigidas contra los estudiantes, siendo alcanzados Álvaro
Gutiérrez, Elmo Gómez (peruano), Hernando Morales, Rafael Chávez Matallana, Jai-
me Moure, Hernando Ospina, Hugo León y Jaime Pacheco Mora, quien murió frente
a San Francisco.
85
[ Educación pública superior, hegemonía cultural y crisis de representación política en Colombia (1842-1984) ]

Después del asesinato vino la disculpa del general Alfredo Duarte Blum, artífice de
la “pacificación” de los Llanos en 1953, bajo las órdenes del dictador Rojas Pinilla:

El comandante de las FF.MM. había dado orden de que en ningún caso se


hiciera fuego sobre los estudiantes ... Pero si se disparaba desde la manifes-
tación sobre las fuerzas armadas había orden de hacer fuego. Desgraciada-
mente eso ocurrió así, y al caer muertos nuestros cuatro militares el ejército
disparó para defenderse ... Esta es una maniobra de comunistas y laureanistas
unidos, que prepararon estos actos de revuelta subversiva para producirse
alrededor del 13 de junio.

La realidad de lo ocurrido la explicó así un columnista de El Espectador, Alfonso


Chaux Herrera, así:

Un soldado por descuido no aseguró debidamente su arma y en un movimiento


brusco se le disparó e hirió precisamente a sus compañeros quienes en un acto
primo, convencidos de que se les atacaba, dispararon sus armas contra los inde-
fensos e inofensivos estudiantes (tomado de El Espectador, 8 de junio de 1984).

Se comisionó a Carlos Arango Vélez para adelantar la investigación, que quedó en la


impunidad. Sin embargo, este hecho fue un elemento de importancia en el precipitado
de acciones que condujeron después a la caída de Rojas Pinilla. En la perspectiva de
la vida de la universidad, desde aquella vez, el fuero universitario se quebró, y desde
entonces esta actitud de los gobiernos de turno contra la autonomía se ha repetido en
forma compulsiva pretextando diversidad de razones.

En esta primera vez, el rector de la Universidad Nacional, Carrizosa Valenzuela, ante


la muerte del estudiante Uriel Gutiérrez presentó renuncia irrevocable acompañándola
de la exigencia:

... la universidad necesita una reforma profunda que la saque del juego de los
partidos políticos. Hay que decirles a todos esos secuaces de nuestras misera-
bles banderías que retiren las manos de la universidad ... Téngase en cuenta que
desde el año 67 [1867], en que se promulgó la Ley Santos Acosta, primera que
reorganizó la universidad, esta no ha sido otra cosa que un péndulo que va de
un partido a otro... (Fernández de Soto, 1954).

La proclama del rector saliente insistía en el imperativo de una universidad con pre-
ocupaciones estrictamente académicas, profesionales y científicas. Pero ello era y es

86
[ El dilema de la reforma y desarrollismo ]

imposible en Colombia desde entonces, porque la realidad social del entorno que la
condiciona no se lo permite. Ella, ante todo la universidad pública, no puede dejar de
ser su caja de resonancia.

Universidad, desarrollismo y el conflicto político nacional


La universidad volvió a ser epicentro del conflicto entre la intelectualidad tradicional
y la que podríamos denominar la nueva capa intelectualidad subordinada a la burgue-
sía industrial, civilista y de talante liberal que se había forjado como resultado del
trámite de “la revolución en marcha”, que aparecía como guía en la lucha contra la
prolongación del gobierno militar de facto y tenía arraigo y liderazgo entre los estu-
diantes universitarios. Ella hizo alianza con la dirigencia política de los partidos tradi-
cionales en rebeldía y fue parte de la conspiración contra Rojas Pinilla y sus aliados.

Este proceso de disputa hegemónica mostraba a las claras, sin embargo, lo frágil que
había sido el proyecto educativo de la autodenominada revolución en marcha, por
armonizar los intereses de la burguesía industrial y la oligarquía heredera de la rege-
neración de Núñez y Caro.

Por supuesto que existían más centros superiores de cultura. La dirección de la alta
cultura la tenía la Universidad Nacional, mientras que en el ámbito privado conservaba
su prestigio la Universidad Libre en el campo del Derecho y ampliaba su influjo a la
formación de maestros. En materia política ambas colectividades se habían fogueado
en las jornadas del 9 de abril de 1948 y los días posteriores, defendiendo el reformismo
liberal encarnado en la figura del líder inmolado.

Con todo, en una época de perfeccionamiento de la escuela burguesa como componente


central en la construcción de hegemonía sobre las clases medias emergentes, se daban
paralelamente confrontaciones de la gravedad ya descrita. Estos conflictos bebían de la
autonomía universitaria rota, de la ausencia de libertades públicas coartadas por la im-
posición de un régimen castrense y la intromisión renovada del confesionalismo.

Todo ello chocó con la libertad de cátedra que pudo ejercerse en el interregno de
la República Liberal, cuando la Universidad Nacional fue restaurada y con ella una
suerte de autonomía para el ejercicio de las tareas de la cultura, la ciencia natural y los
saberes sociales críticos.
87
[ Educación pública superior, hegemonía cultural y crisis de representación política en Colombia (1842-1984) ]

Tal mensaje de rebeldía obligaba a la clase dominante a variar su estrategia educa-


tiva. Esta impulsó sin reato, después del desastre del 9 de abril, el sector privado,
aplicando la fórmula a la educación superior, y los índices de su crecimiento en nada
lo desmienten.

Se vio desde la perspectiva política la explosiva potencialidad que albergaba la


universidad pública, a la cual acudían los sectores medios en número creciente,
portadores de las nuevas contradicciones y reivindicaciones de los grupos y clases
subalternas que producía el despliegue del capital monopólico en una formación
social dependiente, una suerte de neocolonia bajo la égida estadounidense, con la
lógica de la bipolaridad mundial que ordenaba los dos campos que competían por la
hegemonía internacional.

Empezó a madurar la necesidad de combatir el gigantismo relativo del aula máxima


de la cultura nacional, en la que, además, enseñaban élites intelectuales difusoras del
pensamiento moderno burgués y del marxismo con cierta raigambre nacional, que
exponía Antonio García en la recién fundada Facultad de Economía. Y el puro trata-
miento policial, la misma restauración de que se habló, no podía ya echar completa-
mente por la borda la nueva herencia cultural. Había un punto de no retorno que sólo
podía ser reprimido. Notoria era ya la propuesta imperial para encauzar los rumbos de
la educación del continente.

El bloque en el poder en Estados Unidos de Norteamérica pregonaba, difundía e im-


ponía la nueva teoría pedagógica, que, de acuerdo con la estudiosa Adriana Puiggrós,
comprendía tres fases sucesivas: “las he denominado –dice– Educación y Progreso,
Educación y Desarrollo, Modelo Educativo Universal” (Puiggrós, 1980). Era, por su-
puesto, la nueva receta del hegemón continental, y su traspatio uno de los lugares para
su consiguiente expansión.

La restauración conservadora, en cabeza de su máximo líder doctrinario, Laurea-


no Gómez, su abanderado, dio un primer impulso al segundo momento de la es-
trategia estadounidense de Educación y Progreso: “en el cual el progreso aparece
como un producto exportable y juega un papel justificador de las políticas expan-
sionistas” (Puiggrós, 1980). Con las particularidades de Colombia, tal “progreso”
debía cumplirse dentro del orden, recortando al máximo la expresión popular que
88
[ El dilema de la reforma y desarrollismo ]

había asumido la acción insurreccional como respuesta a la frustración de sus


demandas democráticas.

Al fracasar el intento populista de Jorge Eliécer Gaitán, que proponía al gobierno con-
servador de Mariano Ospina Pérez paz en vez de guerra entre facciones burguesas, se
impuso como ensayo político y social el corporativismo de posguerra por Laureano
Gómez, quien era un observador atento de lo que se hacía en Portugal y España.

El proyecto no alcanzó la sanción constitucional, pero Rojas Pinilla fue su continua-


dor de hecho, para buscar el progreso como justificación al recorte manifiesto de las
libertades públicas. Era el costo a pagar de la expansión desarrollista del capitalismo,
basándose en la momentánea recomposición del bloque en el poder, con el binomio
pueblo-fuerzas armadas, que juntaba pacificación con despegue económico industrial.
El proyecto reaccionario tenía influjo de las realidades vecinas de Argentina, Brasil y,
sobre todo, de Venezuela, sin alcanzar nunca el carácter de un Estado de compromiso
entre trabajadores, burguesía y militares.

La función de la reforma y ampliación del sistema escolar nacional tenía que obrar,
en el sentido de refrendar las nuevas relaciones sociales, y fue la constante durante la
restauración impuesta por los gobiernos conservadores entre 1946 y 1957. El acento
económico en términos de calificar la fuerza de trabajo para las empresas nacionales
y multinacionales adquirió preponderancia, que en el país condujo a la estructuración
de una doble red jerárquica.

Para los de abajo se establecía el SENA, que preparó a obreros calificados y técnicos
para las modernas industrias de transformación, y para los sectores medios las univer-
sidades de corte tecnológico, el modelo politécnico con visos humanistas liderado por
la nueva Universidad de los Andes.

El nuevo proyecto hegemónico coincidía con el de la élite bipartidista cultora del


desarrollismo de impronta norteamericana, que había sellado una alianza estratégi-
ca al crear la OEA, en la Conferencia Panamericana de Bogotá, con la asistencia
del general Marshall. Este bloque ideológico y político asumirá el compromiso de
orientar la reforma de la escuela, procurando la implementación del modelo de edu-
cación y progreso.
89
[ Educación pública superior, hegemonía cultural y crisis de representación política en Colombia (1842-1984) ]

Se asumía así un proyecto cultural dependiente, un colonialismo cultural, en el que ju-


gaban el papel protagónico la difusión y el afianzamiento de la ideología desarrollista,
la teleología del crecimiento lineal, etapista del capitalismo. Todo ello adquirirá plena
vigencia durante el Frente Nacional, después del decenio de la transición reaccionaria
de los gobiernos conservadores constitucionales y de facto, ideología que, en los cua-
dros medios, procurará al régimen de partido único: los administradores, economistas
e ingenieros que exigió la estructura económica, luego de su desarrollo durante la II
Guerra Mundial y después de ella.

En líneas generales es correcto afirmar, por lo anterior, que el populismo de corte au-
toritario “acentuó la enseñanza vocacional y técnica, impulsó campañas de educación
masiva y aumentó la incidencia del Estado en la gestión educativa sin debilitar la de
la Iglesia” (Molano y Vera, 1982). Más aún, con cierto arresto nacionalista, buscó
establecer el Banco Educativo, que diera sustento financiero a la expansión instruc-
cionista, aplicando las conclusiones de la Conferencia Interamericana de Ministros de
Educación (1956).

Así se expidió el Decreto 2113 en el mismo año. El proyecto fracasó, entre otras razo-
nes, por la altísima demanda educativa y la poca disponibilidad de fondos, punto este
último bastante cuestionable, al examinar el conjunto del presupuesto nacional y la
manera en la que destinaban los recursos y con qué prioridades.

Aceptando parcialmente el dilema de Civilización o barbarie, pregonado por Domin-


go Faustino Sarmiento en el siglo XIX argentino, pasando por el mensaje del Ariel,
de Jorge Enrique Rodó, en el Uruguay, se dio inicio a la batalla instruccionista en
América Latina entre la escuela colonial y la capitalista, en boca de las burguesías
progresistas y racistas, que en Colombia obtuvieron el espaldarazo del Radicalismo
y del liberal Francisco de Paula Santander, en la primer etapa de la Independencia
cuando fungía como vicepresidente de la Gran Colombia.

En lo intelectual, en términos de concepciones del mundo en disputa, se pasó por


la polémica entre positivistas y espiritualistas. La respuesta más contundente y ma-
dura, singular en su descentramiento, fue del movimiento de reforma universitaria,
proclamado desde Córdoba. Aquel intentó sacar del estrecho marco de las clases do-
minantes y dirigentes el control del aparato escolar, dándole cabida a la clase media
90
[ El dilema de la reforma y desarrollismo ]

radicalizada, que indicaba a las claras su importancia política que adquiría como gru-
po intelectual, como elemento legitimador en el interior de la naciente sociedad civil
connatural al capitalismo.

Esta ya florecía en Argentina, en medio del subdesarrollo de los demás países del
Cono Sur, pero, que muy pronto advirtió al potenciarse en diversos agrupamien-
tos políticos sus límites, en el horizonte de hacer la revolución o desmontarse por
el lado de la reforma. Entonces se terció por la fórmula populista, la salida del
llamado estado de compromiso, del que nos habló el sociólogo brasileño Fran-
cisco Weffort.

El hecho anterior, en materia de configurar un subsistema educativo moderno, condu-


jo a lo que Pérez Rocha calificó como “educacionismo”; es decir:

esa actitud generalizada de quienes atribuyen propiedades casi mágicas a la


educación y pretenden que primero debe educarse y luego atacar todo lo demás.
Hija del idealismo y del individualismo... sostiene que todos los problemas de la
humanidad se originan en la falta de educación de los individuos... que los hace
incapaces, ineficaces, indolentes, egoístas e inmorales.

Se arriba en este periodo al punto en que estamos frente al sistema escolar capitalista
dependiente, afianzado en la sociedad civil latinoamericana y colombiana. Y ante la
quiebra de la ideología reformista, pequeño-burguesa, que no quiere la revolución
sino ascender y compartir el poder con la burguesía y los terratenientes aburguesados,
en nuestro caso. Esto planteará un nuevo polo de contradicción, que sacará a la escue-
la del marco estrictamente político al plano económico.

Ella aparecía como dinamizadora del desarrollo capitalista (para todos los “desarro-
llismos” que se nutren del funcionalismo norteamericano) o señalando la escuela
como necesitada de un cambio estructural radical y, por tanto, incapaz de colocarse
por encima del sistema dependiente en marcha hacia una ilusoria meta desarrollista,
que saque al país del atraso a la plenitud de las sociedades occidentales, con su máxi-
mo guía: Norteamérica.

La primera tendencia, sobra decirlo, es la dominante hoy en Colombia, y con más


veras lo era al finalizar 1957. Y esta tendencia consistía, según uno de sus agudos
analistas, Antonio García,
91
[ Educación pública superior, hegemonía cultural y crisis de representación política en Colombia (1842-1984) ]

en la propagación de la dinámica modernizadora desde la industria manufacture-


ra hacia la agricultura y desde las economías de exportación hacia las economías
articuladas al mercado interno, como en la reciente transformación de las corpo-
raciones transnacionales en las principales beneficiarias de las políticas y proce-
sos de sustitución de importaciones manufactureras y agrícolas (García, 1981).

Esa dinámica trajo la predominancia del modelo educativo norteamericano a corto


plazo en las universidades del periodo, y por supuesto, la clara dependencia de las
corporaciones, que a partir de la segunda posguerra buscaron lucrarse de nuestro
proceso de industrialización básica, y lo consiguieron, “insertándose en las áreas
protegidas y tomando desde dentro el sistema de defensas” (García, 1981), que
no eran otros que la sustitución de importaciones, la exportación de manufacturas
industriales y la integración económica regional y subregional.

La claudicación de los intelectuales orgánicos de la burguesía, y de aquellos asimila-


dos de las clases subalternas, producirá una contradinámica, que, ante la obsecuente
entrega a la potencia imperial y la detención de la revolución democrático-burguesa
en su contenido popular, produce un giro en las expectativas de la nueva intelectuali-
dad que se rebela contra el partido único y que bajo las fórmulas autoritarias predica-
das como antídoto contra la guerra civil promulga su Frente Nacional.

Esta era una estrategia que excluía a la gran masa del pueblo de los beneficios exi-
gidos por el desarrollo capitalista, a no ser como fuerza de trabajo real o potencial,
partícipe sin más del “proceso de concentración social del poder económico o de cen-
tralización geográfica del aparato manufacturero, comercial, cultural y bancario en el
triángulo metropolitano Bogotá-Cali-Medellín” (García, 1981).

Pareciera que ahora se buscará por parte de la intelectualidad de corte progresista


retomar una tradición rota en 1930, cuando

la acción sindical y política de las masas obreras y campesinas, así como el


pronunciamiento de las nuevas generaciones universitarias, demostraron al pa-
triciado liberal y conservador que los mecanismos de manipulación tradicional
estaban rotos, que el Estado no solo carecía de legitimidad sino de iniciativa y
que la movilización social ... podía transformar los andamiajes de un nuevo tipo
de Estado Liberal (García, 1981).
92
[ El dilema de la reforma y desarrollismo ]

Antonio García afirmaba lo anterior, porque estaba en la vecindad histórica la espe-


ranza traicionada de un reformismo pequeño-burgués hecho dentro de la instituciona-
lidad burguesa. Era una reforma sometida a la prédica del caudillo populista radical
Jorge Eliécer Gaitán, quien escarnecía a la oligarquía, pero que no se atrevió a hacer
la revolución, hasta su asesinato. Era un hito para la masa del pueblo, que buscó
encauzarse de nuevo por el populismo de charreteras, que la burguesía, bien avisada
pronto tronchó.

Ahora la intelectualidad volvería a pensar en la revolución, a lo cual ayudaron los


triunfos de Cuba y de China Popular. Estas influencias pronto emergerán en las uni-
versidades y en la intelectualidad, que elabora los presupuestos ideales del cambio.
La educación superior se verá pronto afectada en su impulso reformista por el tamiz
salvaje de la Violencia y del Frente Nacional, que son las dos caras de una revolución
pasiva que conjuraba la perspectiva inmediata de la revolución social que abría el
compás populista de la prédica niveladora encarnada por el movimiento gaitanista.

Las clases subalternas interpeladas por el discurso reformista redentor en lo social


tendrían que confrontarse con el

sistema constitucional de la hegemonía compartida: la totalidad del Estado se


reparte por partes iguales, entre los dos partidos; se establece una vigencia de
16 años para este sistema señorial de cogobierno; se niegan los derechos polí-
ticos y electorales a quienes no militan en los dos partidos oficiales; se anulan
las posibilidades de reforma en las corporaciones públicas, por medio de la
exigencia constitucional de una mayoría de dos terceras partes; se instituye la
Iglesia Oficial (García Nossa, 1981).

En resumen, será el comienzo de la lucha de las fuerzas revolucionarias y democráti-


cas “contra el Estado de Fuerza”. Para salir de aquel equilibrio catastrófico, que empe-
zaba a adquirir ribetes de levantamiento popular, se disfrazó la estrategia de un nuevo
y urgente consenso entre élites. Así aparecía la formulación del propósito nacional de
luchar contra la violencia, por la paz, como lo repetía a voces el primer protagonista
del ensayo, Lleras Camargo.

Lo cierto era que el consenso estaba roto; la medida de consagrar no menos del 10%
del presupuesto a la educación no impidió que se acudiera a la fuerza, a la represión
institucionalizada para conducir al país por los horizontes de “progreso” que proponía
93
[ Educación pública superior, hegemonía cultural y crisis de representación política en Colombia (1842-1984) ]

a América Latina el amo amenazado por la evolución de la situación cubana y el atra-


so de nuestras sociedades.

Fordismo y americanismo cultural


Había sido superada la fase crítica de la contrarrevolución y debelada la amenaza
insurreccional del campesinado por medio de la movilización guerrillera, en un
momento histórico en que la doctrina de las fronteras ideológicas había agudizado
el conflicto entre las dos superpotencias pero en que tomaba cuerpo el movimiento
popular en Bolivia, la escala campesina en América Central y el ascenso del
movimiento obrero en Chile y Uruguay.

Antonio García Nossa. 1983. Gaitán: Apogeo y crisis de la República Liberal.


Ediciones Tercer Mundo. Bogotá: 278.

Colombia, en lo institucional, en materia educativa, será presa de los modelos de la


pedagogía funcionalista “en los que la explosión educativa y la necesidad de formar
recursos humanos para el desarrollo son presentados como objetos de indiscutible
realidad,” nos dice Adriana Puiggrós, estudiando el caso latinoamericano. Se trata
del triunfo de la hegemonía norteamericana en lo educativo, que traduce su dominio
político y económico de posguerra.

Ahora, con interrupciones de resistencia manifiesta, “los términos que componen la


relación pedagogía-economía, se singularizan en términos de desarrollo económico-
reproducción ampliada del capital sobre la base de un mayor rendimiento de la fuerza
de trabajo” (Puiggrós, 1980).

Prontísimo aparece en Colombia la misión norteamericana que reemplazará las ale-


manas, con las que se estructuró la escuela capitalista original, cuando discutían po-
sitivistas y neotomistas, al estilo de Rafael María Carrasquilla y Agustín Nieto Caba-
llero. Y hubo en Colombia un pionero, Mario Laserna, y una obra, la Universidad de
los Andes, que sancionaron la presencia del nuevo poder mundial hegemónico en el
ámbito de nuestra cultura dependiente.

Será otro intelectual orgánico de la burguesía en la fase de la construcción de su hege-


monía, Darío Echandía, quien concluya esta semblanza introductoria a la educación
superior colombiana, caracterizadamente burguesa para este periodo y a punto de ini-
ciar su fase crítica:
94
[ El dilema de la reforma y desarrollismo ]

¿Cómo fue ideada la creación de esta Universidad (los Andes)? Qué propósitos
tuvieron en mente Mario Laserna y el grupo de generosos e iluminados espíri-
tus que le dieron decidido apoyo a esta empresa”. Según el maestro Echandía,
humanista y político liberal, se trataba de “Programas que debían precisar las
condiciones propias de un clasicismo que, sin dejar de ser clásico, no mirara
tanto al pasado como al porvenir y fuera capaz de adaptarse a las posibilidades
del futuro.

En síntesis, era necesario y urgente renovar el concepto de universidad. No hay duda de


que en el pensamiento de Mario Laserna debió germinar esta idea ante el espectacular
desafío que le ofreció asistir a los grandes centros estadounidenses. Allí se creaba y
difundía el nuevo evangelio laico al mundo: la alta cultura en el periodo de posguerra.

Era una ideología de recambio y un programa científico que respondía a la ruina y


desmantelamiento de la anterior hegemonía europea que tuvo por centro industrial y
económico a Inglaterra, y a París como capital de la política, las artes y las letras. En
el nuevo esfuerzo intelectual de posguerra estaba mancomunada la intelectual europea
del exilio y las élites norteamericanas que habían madurado en dos siglos de empiris-
mo, pragmatismo y democracia liberal.

Ahora, la Universidad de Columbia, en la ciudad de Nueva York, era un buen ejemplo


del nuevo paradigma que incluía a Barnard College para las mujeres, una Facultad
de Pedagogía y otra de Periodismo. Allí, estuvo Mario Laserna como buen tomis-
ta egresado de los claustros de la Universidad del Rosario, aprendiendo la vulgata
capitalista. Se trasladó persiguiendo, primero, la enseñanza del prestigioso católico
francés Jacques Maritain, quizás el más brillante expositor vivo del pensamiento de
Tomás de Aquino, interesado en darle sustento al discurso de la democracia cristiana
para contribuir a la reconstrucción de Europa.

Las mismas universidades de Columbia, fundada con el apoyo de la comunidad judía


neoyorquina, y Princeton eran singulares creaciones americanas, que no escapaban,
sin embargo, a los influjos paradigmáticos de Oxford y Heidelberg, que provenían de
invenciones corporativas religiosas dedicadas a los saberes clásicos, cocinadas en las
asociaciones libres de estudiantes y maestros de la Europa medioeval.

Pero al día, en los finales de la II Guerra Mundial, le permitieron a Laserna, adentrar-


se también en los últimos desarrollos de las ciencias naturales. Él estaba en plan de
95
fundar una universidad privada que contrapesara al proyecto de universidad pública
liberal concebido por Germán Arciniegas y apadrinado por Alfonso López Pumarejo.

En la Universidad de Princeton, New Jersey, Mario Laserna se familiarizó con las


proyecciones de la revolución de la física matemática, escuchando a Albert Einstein
acerca de la teoría de la relatividad en discusión con la teoría de los quanta, esto es,
la indeterminación que provenía de las contribuciones hechas por Werner Heisenberg
y Niels Borh, y sumergirse y empaparse en el océano de la metafísica alemana des-
de Kant y el neokatismo, que servían a la fundamentación del neopositivismo como
filosofía de la ciencia natural, hasta Husserl y su fenomenología, que exploraba las
premisas filosóficas de la geometría.

En el campo de las ciencias sociales pudo el inquieto Laserna, joven intelectual con-
servador, amigo del Estado fuerte, sopesar la crítica esencial de la metafísica hecha
por Martín Heidegger, quien desde Friburgo había cuestionado al humanismo cristia-
no y apoyado desde el rectorado la experiencia nacional-socialista.

Con estos ingredientes científicos e intelectuales en mente, el joven Mario Laserna


regresó a Colombia para darle concreción al proyecto de la nueva universidad, una
especie de híbrido cultural, un cruce entre instituto politécnico y escuela de humani-
dades juntos.
3
Educación superior y revolución
pasiva 1961-1967

El proyecto híbrido de la universidad privada

A hora bien, el noble, el iluminado propósito de los que idearon y realizaron la


Universidad de los Andes, juntó a Mario Laserna con Alberto Lleras, Abelardo
Forero Benavides, Tito de Zubiría y el propio Germán Arciniegas, fue el de crear en el
país un centro de cultura que difundiera “el conocimiento y el ejercicio de las técnicas
poderosas de nuestro tiempo, pero dirigidas e ilustradas por el humanismo de todos
los tiempos” (Echandía, 1968).

Esta universidad traducía bien el contenido de la nueva hegemonía, que el plano de


las ideas buscaba ensayarse en la captación y formación de las capas intelectuales
comprometidas en la aventura del “desarrollo” colombiano, de incuestionable sentido
capitalista, por lo que intentó ser una suerte de politécnico con un importante implante
humanista en su cuerpo tecnológico y científico. Claro, bajo la notoria impronta del
sistema universitario norteamericano, tal y como lo reglaban las corporaciones de la
costa Este y Sur de los Estados Unidos. La Ivy League descollaba como agrupación
académica-gremial de las universidades privadas de élite de mayor tradición y contro-
laba el aparato educativo de la costa Este.

El experimento de la Universidad de los Andes fue un prolegómeno elitista de la uni-


versidad colombiana posterior a la Violencia, y resultó ser al comienzo una suerte de
eclecticismo universitario en lo doctrinario.
97
[ Educación pública superior, hegemonía cultural y crisis de representación política en Colombia (1842-1984) ]

Allí se hibridaron el neotomismo y los desarrollos espiritualistas del idealismo alemán


en su vertiente cientista y místico existencial, en pareja con la difusión de la moderna
ciencia del átomo y la energía aplicada como patrón tecnológico exportado a la peri-
feria, sin ninguna autonomía.

No existía en sus fundadores algo así como una especie de ciencia propia que pudiera
hacer su recepción con sentido crítico. Era lo contrario de lo preconizara un poco
después otro intelectual, Orlando Fals Borda, también formado por la universidad
estadounidense, de la que había tomado distancia cuando escribía Ciencia propia y
colonialismo intelectual 8.

La Universidad de los Andes pronto se convertiría en la universidad modernizante, en


respuesta a la apuesta por los saberes críticos, y al breve ejercicio insurreccional de
la Universidad Nacional, que comprometía a su rector, Gerardo Molina, a Carlos H.
Pareja y a Jorge Zalamea, entre otros, en los acontecimientos del 9 de abril de 1948.

Mucho se cuidará el nuevo proyecto científico e intelectual para el liderazgo de las


clases medias de aplicar las indicaciones y recetas del profesor Rudolph Atcon, en
particular, en cuanto a restringir al máximo cualquier forma de participación estu-
diantil o profesoral, todo lo cual estaba más que aprendido por este especialista que
ejercitó sus saberes en el espacio de la Universidad de Berkeley.

Esta universidad estadounidense era uno de los focos principales de la protesta estu-
diantil contra la guerra de Vietnam y la conscripción obligatoria de jóvenes, y con-
traria al compromiso de científicos y analistas en las tareas de la agresión contra los
pueblos del sudeste asiático. Era, en suma, un espacio de la contracultura, como lo era
a su manera la Universidad de Kent, núcleo de la reforma educativa, enclavada en el
Estado de Ohio, y uno de los escenarios de la protesta reprimida con balas.

El problema ya se había desencadenado; las estrecheces de la economía dependiente


de desarrollo contradictorio, con sectores modernos y bajo control extranjero, coexis-
tía con un país casi patriarcal, lo que impedía la absorción, en igual proporción, de
los universitarios egresados. Gerardo Molina anotaba, después: “... no haber planea-
do la expansión del sistema de educación superior de acuerdo con las necesidades

8 Fals Borda, Orlando. 1970. Ciencia Propia y colonialismo intelectual. Editorial Nuestro Tiempo. México.

98
[ Educación superior y revolución pasiva, 1958-1985 ]

colectivas. Saber cuántos profesionales deben producirse cada año, y en que carreras
... Para un país en construcción no es lo mismo preparar maestros y técnicos en cien-
cias agropecuarias que abogados y sociólogos” (Molina, 1978). Esta resultó ser la más
notoria falla de los años de la democratización.

El experimento liberal tocaba fondo. No era posible hacer más, ni había interés, ni
tampoco resistían la infraestructura económica ni los recursos. Estaba lejano el cuarto
de hora de la fementida República Liberal, donde cesaron los retozos reformistas de
la burguesía colombiana durante el siglo XX, heredera del radicalismo decimonónico
derrotado en la Regeneración conducida por Núñez y Caro.

A partir de 1957 la pauta será otra, fijada por un bloque histórico de clase, el Frente
Nacional, con el desdoro y abandono en materia de la universidad y la educación pú-
blicas. Como contracorriente apareció el incremento de la universidad privada, bajo
dos proyectos visibles, amparados por el bipartidismo en el poder del Estado, la Uni-
versidad de los Andes y la Universidad Javeriana.

Una era conducida por un pacto de caballeros liberal-conservador, y la otra por la


comunidad jesuita, bajo el liderazgo carismático del padre Giraldo, y el notablato
conservador, que controlaban el rumbo de este proyecto desde la Facultad de Derecho,
y que a la vez estaba dirigido a reconstruir la hegemonía sobre los grupos y clases
subalternas afectadas por la brutal crisis de representación abierta en varios frentes
por el estallido del 9 de abril.

Todo este proyecto modernizante y contrarreformista era hecho, de modo general, con
la injerencia y luego bajo la tutela más abierta y descarada del imperialismo cultural
de cuño norteamericano, cuya expansión tenía a América Latina como su trastienda
estratégica, amenazada por el desenlace de Bahía de Cochinos en la insurrecta y triun-
fante Cuba.

En el otro polo se producía la politización del estudiantado, en primer lugar, de la uni-


versidad pública, quien se había ensayado en la lucha contra la dictadura restauradora
del general Gustavo Rojas Pinilla, y, sobre todo, como consecuencia crítica del desen-
canto acumulado contra el devenir de las promesas liberales de igualdad social y, ante
todo, porque la pretendida movilidad social de la clase media colombiana no llegaba
99
[ Educación pública superior, hegemonía cultural y crisis de representación política en Colombia (1842-1984) ]

más; se había interrumpido de manera abrupta por la contrahecha industrialización


que arrastraba la rémora del atraso rural.

Sin embargo, la demanda de una formación superior, por fuera de la universidad pú-
blica, vino seguida por la proliferación de las fundaciones privadas, que como ya se
dijo lideraba la experiencia politécnica de la Universidad de los Andes (1948), Me-
dellín (1950), Gran Colombia (1951), América (1952), Jorge Tadeo Lozano (1954),
Incca (1955), Santiago de Cali e Indesco (1958).

Estas tres últimas, en la perspectiva de reproducir una suerte de proyecto liberal refor-
mista, que se hacía eco de una intelectualidad de izquierda democrática liderada por
un joven rebelde, Alfonso López Michelsen, abogado de la Universidad del Rosario,
y crítico del proyecto del Frente Nacional en ciernes y las élites que lo conducían.

La universidad privada desplaza a la pública en trance de conflicto y asumió el puesto


preponderante en estrecha relación con los intereses de los nuevos ricos, industriales y
agroindustriales, benefactores de la guerra civil que subyugó la resistencia campesina,
permitiéndoles una considerable tasa de acumulación que ahora invertían. En conso-
nancia con los intereses de la burguesía integrada en la Unión Nacional, se acrecentó el
influjo de la gran potencia del Norte, que intentó el control total de la esfera educativa.

La Universidad de los Andes fue el paradigma, como se vio, del ensayo imperialista:
“La misión de la Universidad de los Andes es solicitar apoyo permanente del capital
privado, ya que solamente por medio de este apoyo se sabe quiénes opinan que su
labor es meritoria y que vale la pena sacrificar algo del patrimonio particular para que
esta institución continúe existiendo” (Laserna, 1955).

Laserna se ufanaba de los estudiantes colombianos que cursaban los dos últimos años
en Illinois, Pittsburg y Texas. Ya nada quedaba de los ecos reformistas y nacionalistas
agitados por el gaitanismo, la LAP y la misma izquierda liberal timorata. Releámoslo:

... con el envío de muchos de los estudiantes a los Estados Unidos, la univer-
sidad se identificaba estrechamente a la solución de los problemas nacionales,
suministrando al país técnicos preparados con toda idoneidad... cumple hoy,
sumada a la finalidad técnica, una imponderable labor de acercamiento a la
vida e instituciones de nuestro gran vecino del Norte.

100
[ Educación superior y revolución pasiva, 1958-1985 ]

El nuevo modelo de universidad privada era elitista, de pequeñas dimensiones, y sin


representación estudiantil. Desde 1948 fue cierto que: “en la Universidad de los An-
des el administrador administra, el profesor enseña y el estudiante estudia”. Tenden-
cialmente la educación superior retrocedió rotundamente en los intentos de democra-
tización, aunque la matrícula siguió creciendo. Proporcionalmente empezó a hacerse
notable el aumento de los cupos en la universidad privada, y el encarecimiento de los
costos educativos.

En la etapa de los gobiernos militares, los estudiantes participaron en las jornadas de


protesta y en la caída del régimen de Rojas Pinilla, como apéndice de la burguesía.
Las élites universitarias, en pago, fueron cooptadas a algunos puestos de comando
intermedio del Estado; pero fue apenas una reasunción de papeles harto fugaz.

Para 1957, la Junta Militar dictó el Decreto 0136, el Estatuto Orgánico de la Univer-
sidad Nacional, que golpeó mortalmente la autonomía otorgada en 1935 y mantuvo el
confesionalismo. Ello se hizo extensivo para las universidades estatales, con el Decre-
to 0277 de 1958. Para consolidar el predominio de la educación privada, en 1957 se
creó un organismo gremial, la Ascun, con fines de inspeccionar y vigilar la educación
superior, absorbiendo las que tenía el FUN, nominalmente.

Entonces, ¿qué función cumplió la educación superior? Ella configuró un grupo


tecnocrático, apegado a Norteamérica y a la burguesía local; comprometido en los
planes de desarrollo, inspirados en la linealidad de los esquemas de Rostow, grupo
alineado como administradores de empresa, expertos en comercio exterior y en pla-
neación, técnicos al servicio del sector público y privado, y menos hombres de ciencia
y artistas. Empezaba la etapa profesionista de la educación superior, la desnacionali-
zación de los intelectuales y la burocratización de la pequeña burguesía subordinada.

Entre tanto, los universitarios agrupados en las instituciones públicas se vieron tenta-
dos por las experiencias políticas del Movimiento Revolucionario Liberal (MRL) y la
guerrilla, que engrosaron con generosidad hasta la muerte.

Era más evidente el proceso de determinación clasista de la universidad colombiana,


y el fuerte peso adquirido por la universidad privada en la provisión de empleo para
sus egresados. Seguía en ascenso el proceso de politización bajo la influencia de las
alternativas democrático-revolucionarias, desprendidas del engaño liberal, y que han
101
[ Educación pública superior, hegemonía cultural y crisis de representación política en Colombia (1842-1984) ]

convertido la universidad pública en lugar para la contestación, que el gobierno trata


como centro de poder político que le es extraño.

Un cambio de rumbo
Que el país en donde la instrucción está más esparcida, y más generalizada la
educación de la numerosa clase destinada á cultivar las artes, la agricultura y el
comercio, es el que más florece por la industria, al mismo tiempo que la ilustración
general en las ciencias y las artes útiles es una fuente perenne y un manantial
inagotable de riqueza y de poder para la nación que lo cultiva.

Primera consideración de la Ley de 18 de marzo de 1826.

La educación superior en Colombia fue objeto de una continuada controversia teó-


rica y práctica, desde el siglo XIX, cuando empieza la construcción de la república
como resultado de la guerra de Independencia, y la consiguiente y tortuosa construc-
ción de una forma estatal estable. Mucho mayor resultó ser esta controversia entre
los años 1961 y 1982, que son el banco de prueba de la hegemonía burguesa sobre la
educación y la cultura moderna, como componentes de una formación estatal capaz
de controlar y dirigir el rumbo de los grupos y clases subalternas nacionales.

La controversia gira de modo principal, en este periodo de consolidación y tem-


prana crisis del modelo desarrollista de universidad, en torno a la interpretación de
las transformaciones acaecidas, primero que todo, en su estructura y en su función
social, inducidas estas en buena parte por las modificaciones experimentadas por el
principal sujeto social beneficiado con una cobertura elitista, una clase media que no
sólo ha crecido notoriamente, sino que también se ha diversificado.

Tales transformaciones se hacen más notorias en el nivel superior, por ser cúspide de
la pirámide educativa en el país, pero afectan, sacuden, al conjunto de esta, todo lo
cual queda expresado de acuerdo con la filosofía que da sentido al modelo imperan-
te y que algunos teóricos de la educación representan con la metáfora del embudo.
Dichas transformaciones, en la lectura gramsciana del asunto, tienen como sus pro-
tagonistas y antagonistas, en primera fila, a los intelectuales en diversos niveles de
escolaridad y formación y al pueblo colombiano que concurre a la universidad y a la
escuela privada y pública.

102
[ Educación superior y revolución pasiva, 1958-1985 ]

Aquí, para dar cuenta del proceso de la educación superior en Colombia, se utiliza,
precisamente, un enfoque social y político que acentúa el seguimiento de las conduc-
tas de las clases sociales y los grupos involucrados en el ámbito de la educación y de
la universidad, para singularizar la función especializada de los intelectuales en una
formación social capitalista dependiente, y el porqué de su crisis durante este periodo,
que da contenido a este estudio monográfico en el que comparten criterios, de modo
interdisciplinario, un sociólogo y un politólogo.

Nuestra indagación partió del reconocimiento explícito de que Colombia es un país


dependiente, inserto en la órbita de influencia capitalista que lidera los Estados Uni-
dos de América durante el siglo XX, y que reemplaza en el liderazgo al imperialismo
británico, cuya presencia se había hecho notoria a partir de la guerra de Independen-
cia, gracias a préstamos financieros onerosos, apoyo militar minoritario y, luego, in-
versiones en infraestructura, actividades extractivas y proyectos agrícolas de carácter
monoexportador como el tabaco y el café.

La anterior premisa económico-política, la dependencia económica experimentada


como país de la periferia capitalista, constituyó un primer gran marco de referencia
para el estudio de las relaciones sociales objetivas fundamentales. Como segunda pre-
misa se tomó la obligatoria interacción entre la educación superior, como parte que es
del sistema educativo, y la formación económico-social, que entiende a la sociedad
como una totalidad interactuando, articulada por la intelectualidad, organizadora ma-
terial de la cultura y de la educación.

En principio, se acepta la caracterización hecha por Germán W. Rama en su estudio


publicado en 1970 sobre la universidad, con el fin de enjuiciar la viabilidad y rea-
lización del objetivo de la modernización parcial de la institución universitaria. La
mirada analítica tenía una doble perspectiva: económico-social y educativa, con sus
constituyentes básicos: la función social de la educación superior y su estructuración,
y los procesos político-sociales que impulsan su crisis, hasta el desenlace de esta en
1984, el cual no será tratado aquí, específicamente.

El tiempo de la crisis

El periodo propuesto para el análisis de la crisis se subdividió en dos etapas. Una pri-
mera, que comprende de 1961 a 1972, y una segunda, que abarca de 1973 hasta 1982.
103
[ Educación pública superior, hegemonía cultural y crisis de representación política en Colombia (1842-1984) ]

Se tomó como punto divisorio el descenso de la lucha universitaria de resistencia, en


el interregno de los años de 1970 a 1972.

Ahora bien, la crisis del modelo privatizador y la injerencia del imperialismo en el


sistema universitario nacional es el fruto de la respuesta dada por el movimiento es-
tudiantil colombiano al intento reformista de la administración Pastrana Borrero y
su novel ministro de Educación Luis Galán Sarmiento, quienes se jugaron por la im-
plantación del Plan Atcon, que ya se venía experimentando en el laboratorio de la
Universidad de los Andes.

Ahora se trataba de hacerlo extensivo a todas las universidades, y en particular, al


incipiente sistema de las universidades públicas. Dicho plan, entre otras cosas, propo-
nía: “El mejor sistema legal para lograr más libertad consiste aquí en transformar la
universidad estatal en una fundación privada”. El reformismo fue traducido en el plan
básico, elaborado por diez autoridades de la Universidad de California.

Para su implementación se sugirió la participación igual de las instituciones privadas


y oficiales en el desarrollo de la educación superior, así como la división en dos del
tercer nivel superior: institutos universitarios y universidades. Palabras más, palabras
menos, se adoptaba el modelo norteamericano pleno, porque el coro reformador con-
cluía que la hora del concepto europeo ha pasado para Colombia.

A pesar de la formidable resistencia que despertó dicha medida gubernamental, ella


sólo sufrió un aplazamiento, obteniendo por fin la sanción legal, con ciertas adecua-
ciones, en el Decreto 80 de 1980. Legalmente sancionado, de modo extraordinario,
el Decreto de la reforma no impidió el deterioro creciente de la universidad pública,
que desembocó en el cierre de 1984, luego de una “masacre” de estudiantes en la
Universidad Nacional, cuyos hechos siguen siendo objeto de disputa y de leyenda.
Era el tiempo del rectorado del médico Sánchez Torres.

Después, en palabras del nuevo rector, Marco Palacios, un historiador, doctorado en


Oxford, y abogado de la Universidad Libre de los años sesenta, está claro que se re-
quiere una verdadera reforma de la Universidad Nacional y de la educación superior.
A la vez, esta reforma, según su decir, necesita el restablecimiento de la participación
real de todos los estamentos y que se respete la esencia crítica y pluralista del quehacer
104
[ Educación superior y revolución pasiva, 1958-1985 ]

intelectual, para que la universidad piense y actúe sobre los problemas nacionales de
mayor urgencia.

La primera etapa del nuevo periodo de reforma la podemos denominar ensayo y fra-
caso de la “universidad modernizante”. Ella pretendía orientar a la democratización
educativa con el acceso de los estratos medios al servicio del desarrollismo guiado por
el capital financiero.

El proceso acelerado de urbanización que provocó el desplazamiento en masa del


campesinado, expulsado por la violencia bipartidista, planteó los imperativos de la
masificación educativa, que en algo más de una década aparecía cuestionada por la
estrechez del aparato productivo, que impedía que la educación tuviera un efecto de
nivelación y fuese un factor de movilidad efectiva.

En la edad de oro de la universidad modernizante dominó el proyecto de sustitución


de importaciones, que empezó reemplazando los bienes de consumo inmediato, y
aprovechando a las élites formadas en la universidad colombiana, que no era aún,
para nada, la universidad de masas. En Colombia esta forma de universidad tuvo su
momento más importante de florecimiento durante la segunda postguerra.

Era el tiempo en que el capital monopólico hegemonizaba el ensayo de nueva socie-


dad en América Latina, que había tenido dos fases de incorporación según niveles de
desarrollo de los países. El primer grupo, como lo registrara Aníbal Quijano, corres-
pondió al bloque de países más propenso a industrializarse: Argentina, Brasil, Méxi-
co, Chile y Uruguay.

En la segunda fase participó Colombia, y su estrecho mercado laboral especializado


pronto se agotó en cuanto a oportunidades, y una buena parte de los profesionales con
elevada preparación técnica universitaria terminaron viajando al exterior y radicándo-
se en número considerable en los Estados Unidos.

Sin embargo, en aquellos países en los que se realizó una estrategia de industrializa-
ción nacional con cierta autonomía, mayor fue el número de egresados que se integró
productivamente a la sociedad y desistió de tomar el rumbo de la emigración de la
periferia al centro capitalista hegemónico.
105
[ Educación pública superior, hegemonía cultural y crisis de representación política en Colombia (1842-1984) ]

La crisis del modelo modernizante condujo también a la crítica de la ideología edu-


cativa que le era consustancial, el funcionalismo. El más destacado difusor para
el conjunto de América Latina de este paradigma teórico de las ciencias sociales
fue Talcott Parsons, y su más destacado difusor y practicante, el sociólogo ítalo-
argentino Gino Germani, estudioso del tránsito de las sociedades tradicionales a las
sociedades modernas.

Pero, en materia de reforma social, el más influyente fue, sin duda, Rudolph Atcon,
un discípulo de esta escuela aplicado a las políticas públicas centradas en la edu-
cación para el desarrollo. La validez de su discurso quizá tenía una indiscutible
consonancia, en forma tendencial, con la realidad de Norteamérica industrial, pero
al trasladarse a otro contexto, Colombia, el discurso sufrió los obvios tropiezos de
una realidad socioeconómica esencialmente desigual, aunque aparentemente se la
encuadrara en la linealidad progresiva del desarrollo económico, siguiendo las re-
flexiones de W.W. Rostow.

La igualdad de oportunidades por ellos defendida a través de la extensión de la edu-


cación vivió la prueba decisiva. La igualdad de oportunidades aparecía como equiva-
lente a la democracia que preconizaba el reformador Abraham Lincoln, pero, pronto
fue descubierta su verdadera dimensión y aplicabilidad en los países dependientes y
periféricos al orden capitalista mundial.

Ni siquiera el resultado de la reforma podía satisfacer los requerimientos de cupo que


demandaba la pequeña burguesía. Ella pronto presionó masivamente a las puertas de la
universidad, pugnando por un ingreso menos restringido y, muy pronto, en la década
que va entre 1961 y 1972, cuestionará las virtualidades del desarrollismo, que suponía
una industria sujeta a los imperativos extraños, contrahecha y parcial, que dictaba el
hegemón continental, a la que definía como su zona de seguridad nacional, y Colombia
quedaba incluida en ese plan estratégico comandado por los Estados Unidos.

Además, en el país, hubo una importante variación, fruto de la situación de emergen-


cia, de guerra civil que confrontaron liberales y conservadores, lo que los hizo asumir
una reaccionaria manera de encauzar la educación: la vigilancia y el control estableci-
dos constitucionalmente, pasaron, en virtud de la Junta Militar, prácticamente, al do-
minio privado, donde los propietarios de las universidades condujeron y privilegiaron
106
[ Educación superior y revolución pasiva, 1958-1985 ]

su proceso, en detrimento de la influencia creciente, en el periodo anterior, del sec-


tor público. La Universidad Nacional fue castigada por su rebeldía y sus mecanis-
mos de participación democrática interna reducidos al mínimo, a la vez que un ferro
tutelaje burocrático se convirtió en el sino del nuevo tiempo, con la provisión de
recursos por cuentagotas.

El Fondo Universitario Nacional, creado en 1954, fue suplantado por la Ascun en


1957, para cumplir la misión que ya se describió. La Junta Militar hizo tal transforma-
ción, al igual que modificó la composición del Consejo Directivo de la U. Nacional,
eje de toda la educación superior colombiana, reformando la Ley 68 de 1935; pero
la acción más fundada de cuño reaccionario vino con la Ley 65 de 1963, obra de la
administración segunda del Frente Nacional.

Al presidente pacificador, Guillermo León Valencia, le tocó también hacer la guerra


preventiva al interior de los claustros, en los que cada vez más los estudiantes se
hacían eco de los logros de la revolución cubana. La actuación de la Junta Militar
hallaba el camino a la adopción del plebiscito, para prometer el 10%, cuando menos,
del presupuesto nacional para educación.

Pronto el Fondo Universitario Nacional perdió la prerrogativa constitucional que ma-


terializaba al intervencionismo estatal, la postura laica en el plano educativo. Se re-
signaba, por conveniencia, tal posición en Ascun, que mancomunaba a eclesiásticos
y civiles en defensa del confesionalismo y contra la irrupción del revolucionarismo
pequeño-burgués y los practicantes de la teología de la liberación.

Se mostraba así la debilidad y parcialidad de lo que había sido reforma liberal de


la educación y la universidad, interrumpida a mitad de camino de su realización, y
sellada con el compromiso del Frente Único de Clase que conocemos como Frente
Nacional, y que no resultó ser otra cosa que una estrategia de revolución pasiva, de
guerra de trincheras contra las masas ciudadanas y rurales movilizadas por la Violen-
cia bipartidista.

Ahora era más claro, que la democracia que defendían la burguesía y los terratenientes
capitalistas es la que funciona “conforme con las leyes de la oferta y la demanda”; la
que abona la libre competencia de los individuos instruidos por el Estado o los parti-
culares, siempre que puedan estudiar.
107
[ Educación pública superior, hegemonía cultural y crisis de representación política en Colombia (1842-1984) ]

Pero más allá existe otra forma, la forma política democrática radical que se llena de
contenidos sociales y económicos que no excluyen a las mayorías. Esta, por supuesto,
era irrealizable e inaceptable, estaba proscrita, pues conducía al cambio del sistema,
así como a la introducción de un nuevo equilibrio en la geopolítica de la región, y
producía una autonomía necesaria de los centros de poder en el Occidente capitalista
que lideraba el gobierno estadounidense como mano de hierro.

Entre los intelectuales que conformaban la escuela pública en todos los niveles, se
produce una quiebra que es supremamente sensible para el ámbito de la universidad
colombiana. El Frente Nacional fue percibido con especial sensibilidad por las capas
de la pequeña burguesía, partícipes secundarios del proceso democrático que tuvo por
punto de arranque el populismo gaitanista.

Ahora la crítica científica alimentaba la problematización radical del desarrollo in-


ducido desde la metrópoli capitalista y de la independencia que del modelo entrañó
el caso de Cuba como alternativa, así como de las experiencias internacionales que
tomaron cuerpo en la irrupción del socialismo chino, que revisaba de hecho el socia-
lismo soviético.

Un país de predominio agrario-terrateniente y de pequeños propietarios, como era


Colombia entonces, a finales de los cincuenta y comienzos de los años sesenta, los dos
ejemplos eran inspiradores y comprometedores. Y será la pequeña burguesía el motor
de la rebeldía contra el establecimiento, y cuando descubra su destino real, la prole-
tarización, animará los proyectos más radicales de la década, armados y desarmados,
engrosando las filas de la guerrilla o del MRL y el anapismo, en un primer momento.

El recorte sufrido por la democracia representativa como terapia de la burguesía dio


aliento a la oposición por dentro y por fuera del sistema. Y los que llamara Gramsci
“empleados del grupo dominante para el ejercicio de las funciones subalternas de la
hegemonía social y del gobierno político”, los intelectuales, se escindieron, y empeza-
ron a explorar las rutas de la revolución, generando un importante vacío en el bloque
ideológico y una crisis manifiesta de la universidad pública como centro de irradia-
ción de la dominación ideológica.

Se marcaba la huella de un consenso puesto en cuestión: la ausencia de un propósito


nacional, tal y como lo pregonaba Alberto Lleras Camargo, uno de los arquitectos del
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[ Educación superior y revolución pasiva, 1958-1985 ]

Frente Nacional, como última ratio de los sacrificios que imponía adoptar la fórmula
del partido único de la alternación pactada por veinte años. Todo fue denunciado como
falso. Y la sociedad civil que nacía convulsionada por los más desafiantes episodios de
una guerra larvada aceptó a regañadientes la existencia de la guerrilla. La oposición
armada atrajo a no pocos de los mejores miembros de las juventudes, escépticos de la
institucionalidad que los excluía, subordinaba y hambreaba.

Esta etapa, que va de 1961 hasta 1972, encuentra en las siguientes palabras de Alfon-
so López Michelsen, extractadas del discurso de diciembre de 1972, pronunciado en
el Coliseo de Ibagué, una buena conclusión, aunque no la solución a la crisis de la
universidad:

Para tratar el problema universitario, se precisa una terapeútica que ponga en


juego el genio de nuestra sociedad para el compromiso y la inteligencia, como
la vía de resolución de los conflictos. Es un problema político, una cuestión po-
lítica, que abarca, más allá, todo el contexto de la vida colombiana ... Quienes
estudiábamos en otros tiempos sabíamos de antemano que un pasar seguro nos
esperaba como consecuencia de un grado. Hoy son muchos los estudiantes que
protestan no únicamente contra la concepción académica de la universidad,
sino contra el contexto de las condiciones de la vida colombiana que hacen
muchas veces estériles el estudio y la consagración...

Aquí se hace evidente el contraste entre la capacitación superior y la realidad del tra-
bajo disponible en Colombia.

Más adelante en su intervención, López Michelsen muestra el desapego de los jóve-


nes por las agrupaciones partidistas tradicionales: “Si ayer nos apasionábamos por
las causas partidistas, hoy la juventud lucha por su propia suerte, despojada ya de su
condición de apéndice ... Todo esfuerzo tendiente a darle participación, desde la uni-
versidad misma, es una inversión en el futuro de Colombia...”

Varias cosas se pueden destacar del discurso de López Michelsen. Una, las razones
del conflicto universitario y, dos, las soluciones al mismo. Para este caso, el hecho
crucial residía en devolverles la participación a los estudiantes en la orientación de
los claustros. Todo ello aparecía enmarcado como un problema político, una situación
que desbordaba el terreno puro y simple de la educación. Él aceptaba la dimensión
política del conflicto, sin pretender reducirlo más a los parámetros del capricho de
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[ Educación pública superior, hegemonía cultural y crisis de representación política en Colombia (1842-1984) ]

minorías subversivas y, mucho menos, a la supuesta suplantación de la voluntad de


una mayoría estudiosa y ajena.

Ya en Bucaramanga, el máximo dirigente del MRL, en junio de 1972, había insistido


en una fórmula de arreglo, de compromiso e inteligencia: “Es necesario regresar al
concepto de que la universidad es para los estudiantes, los hospitales para los enfer-
mos, los buses y vehículos de servicio público para los pasajeros...”

En puridad, el conflicto estudiantil no se quedó atenazado en los marcos de la par-


ticipación en el gobierno de la universidad, sino que avanzó más allá en una abierta
censura y rechazo a la sociedad capitalista dependiente, hasta sustituir el compromiso
académico por el compromiso político para lograr el cambio social mediante la vía
revolucionaria.

El marxismo pasó de ser curiosidad científica o una excentricidad, a ser guía de la


acción transformadora. Las universidades privadas y públicas vieron desprenderse de
sus aulas a brillantes jóvenes intelectuales, que de las protestas por problemas de la
misma marcha de la universidad, pasaron a cerrar filas con los insurgentes en los cam-
pos. Cambiaban la vida urbana por los rigores del campo, atrasado y aislado, desde
donde preparaban la marcha por la conquista del poder para el pueblo.

El marxismo criollo, encarnado en las diferentes tendencias que en lo internacional


exhibían sus proyectos políticos triunfantes o no realizados (como los trotskistas), se
hizo eco de las afirmaciones de Mariátegui: la clarísima condición dependiente de los
aparatos educativos, en el sentido de que la educación nacional que se proponía no
tenía espíritu nacional sino colonial y colonizador. Con este credo la lucha por la li-
beración nacional abarcó, también, la escuela penetrada de instituciones y programas
distribuidos por el imperialismo norteamericano.

Carlos Lleras Restrepo, liberal progresista, en el sentido de alentar el sofisma de la


“igualdad de oportunidades”, propugnaba por el papel creciente de la juventud, pero
dentro de los marcos institucionales, lejos del influjo comunista. Postulando el carác-
ter revolucionario del liberalismo, con un acento marcado en la ausencia de libertades
de la dictadura proletaria. Todas eran invocaciones abstractas, pero explicables en su
funcionalidad histórica.
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[ Educación superior y revolución pasiva, 1958-1985 ]

Eran los tiempos de la Alianza para el Progreso, o de la estrategia de los Estados Uni-
dos frente a la intromisión del socialismo revolucionario en su patio trasero. Mientras
tanto, la reacción perdía la posibilidad de ser interlocutor válido, porque sobre ella
descansaba el peso histórico de reprimir la vida universitaria impulsada en la etapa
de la República Liberal, para reemplazarla por el tecnocratismo, y el incremento de
la economía en términos de indicadores económicos, sin cambios sustanciales en las
condiciones de vida de las masas, conocida desde entonces como la ideología desarro-
llista. Esta buscaba en lo posible atemperar los incipientes avances del intervencionis-
mo estatal como materialización de una cierta autonomía en la gestión de la burguesía
nativa. Más apegada al realismo de la pertenencia a una zona geopolíticamente con-
trolada por el capitalismo.

No es por eso casual, que uno de los intelectuales orgánicos de la burguesía en su sec-
tor reaccionario, Álvaro Gómez, dedicó sus primeras cogitaciones al examen de “Las
revoluciones en América”, y trató de acudir al expediente del cristianismo y la espa-
ñolidad, o hispanidad, si se prefiere, como la herencia, el nudo de nuestra tradición
frente a la invasión del ateísmo y el totalitarismo, que de todos modos, él entendió
eran atractivos en la medida que pregonan la redención social de las mayorías.

En términos estrictamente universitarios, gustó más de la privatización de la educa-


ción superior, de transformar la Universidad Nacional en un gran politécnico a la ma-
nera francesa y de que los estudiantes se apliquen en lo fundamental a estudiar, ajenos
a las inquietudes políticas del “tiempo de las revoluciones”.

En el panorama socioeconómico, quizá sea justo calificar que la década del cin-
cuenta mostró una economía en ascenso cuantitativamente, en la que la burguesía
pudo asignar una parte de la torta a la clase media, y su capacidad de maniobra fue
así aumentada, para salir de la emergencia nacional. Pero la década inmediatamente
siguiente varió ese rumbo, mostrando lo que se ha denominado “la proletarización
de la clase media”.

El Plan Atcon y la resistencia a la Hegemonía

Apremiados por la explotación capitalista y las crisis mundiales, reacios antes al


sindicalismo, irrumpen políticamente con sus reclamos estrictamente gremiales los
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[ Educación pública superior, hegemonía cultural y crisis de representación política en Colombia (1842-1984) ]

trabajadores bancarios, los profesionales, los empleados oficiales y los maestros, que
vivían los contrastes del desarrollismo conducido por el capitalismo monopólico.

Bien pronto, la universidad modernizante que se ensayaba en Colombia extrajo la ma-


yoría de su contingente intelectual de la pequeña burguesía y, vivió con intensidad la
crisis del sueño del crecimiento con justicia, sólo que a un nivel superior. Aparecerán
sus reclamos, primero, como un mentís integral al régimen de la pacificación que se
llamaba Frente Nacional, y enarbolará con urgencia la construcción de un nuevo or-
den, ante el derrumbe del reformismo encarnado en el MRL, primero, y el populismo
anacrónico de la Anapo.

Hacia la revolución social y política convergerán las mayores energías juveniles, y


nuevas corrientes, a contramarcha incluso de la izquierda tradicional, que tenía el
sabor del Partido Comunista y de la conciliación de clases, aparecerán, guiadas en un
primer momento por el Movimiento Revolucionario Liberal, después por el proyecto
del Frente Unido y los partidos de la izquierda marxista de diversas denominaciones,
y casi todos con vocación por la lucha armada, animados por el ejemplo de la revolu-
ción cubana y los progresos de las luchas de liberación en el tercer mundo.

Quizá algunos apartes de la carta abierta de Pedro Hernando Vásquez Rendón, fecha-
da el 3 de diciembre de 1963, trasunten en parte ese clima de rechazo:

Mi expulsión y la de otros camaradas, cancela por el momento la posibilidad de


que la base del PC se haga oir por ustedes sin correr el riesgo de ser aplastada
y demuestra que ustedes han copiado lo peor del revisionismo para erigirlo en
línea política ... “

El mismo Vásquez Rendón puntualizaba en su discusión política:

Hemos planteado para que se discuta conforme a los Estatutos: Si es cierto ... que
la burguesía colombiana es progresista en todo o en parte, o si, por el contrario,
es proimperialista y figura entre las más sanguinarias del mundo. Si la revolu-
ción que necesita el pueblo colombiano es un simple cambio de gobierno, como
ustedes sostienen en la práctica, o si es un cambio cualitativo del sistema ... Si
el reformismo salvador de la burguesía ha de suplantar al marxismo-leninismo.

Si la alianza fundamental de la clase obrera para la revolución es la burguesía o


parte de ella o son los campesinos y todas las demás clases explotadas. Después
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[ Educación superior y revolución pasiva, 1958-1985 ]

de militar quince años en las filas del partido, soy testigo no solo de que ustedes
se equivocan frente a los problemas nacionales ... y que detestan la discusión de
carácter ideológico porque siempre los pone en peligro de que se vea su esencia
revisionista.

Creo en el Marxismo, en el Leninismo, en el Socialismo Científico, en la Revo-


lución, en el Pueblo, pero ya no puedo creer en ustedes, como no pueden creer
las más claras inteligencias colombianas, ni las masas populares que ustedes
dividen, fraccionan, pacifican, para que la burguesía traidora sobreviva.

Vásquez Rendón se convertirá luego en secretario político del PCC (ML), y morirá
combatiendo como guerrillero en las serranías de la costa colombiana. El brazo juve-
nil del partido por él construido será portador de un mensaje radical para los jóvenes
universitarios, que a la luz de la experiencia china serán llamados a participar directa-
mente o apoyar al Ejército Popular, a las juntas patrióticas de liberación, abandonando
las preocupaciones de la academia por el inminente triunfo de la revolución. O cuando
menos a combatir en el seno de la educación superior al revisionismo, a la concilia-
ción de clase.

Esto decía un ensayista en temas educativos, Fernán Torres León sobre la coyuntura
de entonces:

... Las actividades políticas de izquierda estuvieron siempre, hasta la revolución


cubana, matizadas de cierta irrealidad que lindó con la utopía ... Pero Cuba,
de un solo golpe, demostró la viabilidad del Socialismo, en América Latina,
convirtió la utopía en realidad: los grupos socialistas o comunistas o de inspi-
ración marxista se vieron reforzados como nunca antes por verdaderas oleadas
de estudiantes que, halando al otro polo, creyeron inminente y fácil el paso del
país al socialismo (Torres León, 1975).

Otro gran intelectual de la burguesía liberal colombiana, protagonista de los ensayos


reformistas de la década del treinta, Rafael Bernal Jiménez, el día 20 de agosto de
1962 se dirigía, en su condición de decano de la Facultad de Ciencias de la Educación,
al estudiantado de la Universidad Nacional, luego de disturbios que la mantuvieron
cerrada por dos meses, hablando así acerca de la “universidad restaurada”:

La universidad debe ser recinto sacro de la investigación y del saber ... pero
ajeno a toda algazara tumultuosa y alérgico a todas aquellas pasiones sub-
alternas que suelen enturbiar las contiendas partidistas ....los organismos
113
[ Educación pública superior, hegemonía cultural y crisis de representación política en Colombia (1842-1984) ]

directivos de la universidad no podían permanecer indiferentes a tan graves


violaciones, como tampoco ante un sistema de dictadura establecido sobre la
gran masa estudiantil.

Él mismo intentaba definir el nuevo tiempo, cuando decía:

El nuevo orden universitario, tiene, por tanto, el carácter de una empresa eman-
cipadora. Las directivas han obrado en defensa de los auténticos fueros estu-
diantiles; han querido liberar la universidad de las oscuras presiones políticas;
salvaguardar de incursiones externas su dignidad y su autonomía. La universi-
dad es cálido fermento de los más nobles ideales; pero nadie entendería que se
pretenda aprovecharla como instrumento de aventuras filibusteras.

El mismo Bernal Jiménez hacía más precisiones al respecto diciendo:

La universidad es campo fértil para la siembra de altas ejecutorias culturales,


pero nadie podría admitir que se la quiera tomar como feudo de ambiciones po-
líticas y proselitismos foráneos. Si a algo puede atribuirse, con razón, la causa
de la crisis de la autoridad y disciplina a que ella se vio enfrentada, es preci-
samente al hecho de que el orden legal y normativo venía siendo reemplazado
por una situación extralegal en que autoridades de facto habían subrogado sus
funciones a los órganos de gobierno estatutarios.

Igualmente, este pedagogo, adalid de la reforma educativa de la revolución en mar-


cha, insistía, en un tiempo de marcada intolerancia y de tensiones en el campo y las
ciudades, en el respeto a la libertad de pensamiento:

No debe coartarse en forma alguna la libertad de exposición de cualquier sis-


tema filosófico, político o científico... Lo que sí parece inadmisible en cambio,
es el aprovechamiento de la cátedra para hacer labor de puro proselitismo po-
lítico... o el aleccionamiento sobre técnicas de subversión que nada tienen que
ver con las disciplinas académicas. Entonces esto que se ha llamado huelga, en
el campo de la universidad no es sino un recurso de hecho, una modalidad de
la indisciplina colectiva, que provocada generalmente por grupos minoritarios
refluye, con todo, en grave perjuicio para la gran masa estudiantil.

Al mismo tiempo, el propio Bernal Jiménez censuraba el uso de la huelga como ins-
trumento de la lucha estudiantil y proponía una solución para las reclamaciones justas:

Pero la exclusión de la huelga como recurso lícito en el proceso de las reivindi-


caciones estudiantiles no quiere decir cerrar a los estudiantes los caminos para

114
[ Educación superior y revolución pasiva, 1958-1985 ]

la presentación de sus reclamos. También yo uní mi voz a la de quienes propug-


naron un nuevo tipo de universidad, de escuela, de educación para el pueblo
colombiano. Pero... nunca nuestros actos de presencia colectiva se pusieron al
servicio de facciones políticas, ni rebasaron los lindes del respeto a la Ley, ni se
desbordaron por los ilícitos senderos del atropello de hecho contra los bienes,
las personas o las instituciones de la patria (Bernal Jiménez, 1962).

Para finalizar la dramática disertación del antiguo reformador, éste se dirige a los es-
tudiantes de la Facultad de Ciencias de la Educación, diciéndoles:

Ahora me encuentro de nuevo al frente de una alta y ponderosa responsabili-


dad. La de orientar la formación de quienes han de ser los definitivos refor-
madores de la educación colombiana. En veces me tortura el pensar si vuestra
labor ha de continuar siendo dislocada por agentes perturbadores... (Bernal
Jiménez, 1962).

La exhortación se entendía dentro del nuevo clima estudiantil, cuando el antiguo re-
formador se enfrentaba a una nueva insurgencia, afincada en las mentes de las nuevas
clases medias afectadas por el recorte a la democracia prometida, y respondía a los
nuevos retos de la conducción cultural con viejos argumentos: la defensa del Estado
de Derecho, que permitía la combinación de la tradición con la evolución, como lo
quería Augusto Comte bajo esta metáfora: “Nada indica, por tanto, que todo hombre
maduro sea necesariamente un intransigente tradicionalista, pero nada impele necesa-
riamente a todo hombre joven a ser un desenfrenado revolucionario”.

En el educador liberal era patente un temor avisal por las protestas estudiantiles, que
ahora no se hacían con el cuño liberal sino con la impronta de la revolución marxista. Se
coronaba un proceso de reglamentaciones que buscaban prevenir las asonadas y revuel-
tas estudiantiles. La batuta la tenía el rector, Arturo Ramírez Montufar, a quien según
el mismo Bernal: “... no lo ha animado otro móvil que el de salvar la universidad de la
aviesa conjura que contra ella venían urdiendo los ocultos enemigos de su dignidad”.

A la rectoría de Ramírez lo sucedió por un cortísimo periodo Víctor Emilio Jara, hasta
el nombramiento de Darío Echandía en el año de 1962. Se daba garrote a los díscolos
universitarios, a la vez que se les asignaba un intelectual de tradición democrática,
para que los orientara en el regreso a la antigua convivencia pacífica con el régimen.
Pero todo aquello no eran más que ilusiones que un estatuto orgánico represivo no
podría detener.
115
[ Educación pública superior, hegemonía cultural y crisis de representación política en Colombia (1842-1984) ]

La calentura no estaba en las sábanas; la enferma era la sociedad, y la universidad era


parte de la sociedad y de la enfermedad. Sin embargo, el tratamiento escogido no po-
dría ser otro que la represión abierta o embozada: el manejo de los recintos universita-
rios con criterios de orden público como hasta hoy, según los dictados de la Seguridad
Nacional, de la que luego se hablará en extenso.

Abandonado el interés por reformas verdaderas, había, pues, que convivir con el mal.
Y el mismo liberalismo se mancomunó con la manera de ser conservadora, prevenidos
de la actitud de abierta rebeldía política de los estamentos estudiantiles. Para ellos no
había otro camino que la vigilancia policial de los claustros y el combate contra la
subversión camuflada en la academia. En el comando del Estado colombiano se halla-
ban antiguos estudiantes “rebeldes”.

El escenario nacional lo signaba la estrategia reaccionaria del Frente Nacional, la


enseña del progreso con orden, así como la aceptación del “destino manifiesto” de
los EE.UU. Pero el cambio en la brújula americana, con la emergencia sin permiso de
Cuba, aireó de nuevo el espíritu revolucionario y contracultural interno y externo. De
una parte, estaba el conservadurismo interno, inferido por la alianza de los partidos
tradicionales, que tenía a contramano dentro de la nación y desde el exterior un anta-
gonista que lo confrontaba en reñida competencia.

Desde México, Alfonso López Michelsen, un joven burgués progresista, profesor uni-
versitario de quilates se oponía a la alternación aludiendo la necesidad de la oposición
frente al unanimismo proclamado y defendido por los dos partidos. Estos buscaban
ponerle punto final al desorden populista, convertido en esperanzadora reforma para
los discípulos de Gaitán, que armados luchaban a pesar de la amnistía.

En la “Postdata a la alternación”, López invitaba a las fuerzas excluidas a combatir


el Frente Nacional en su punto más débil, y así tomó cuerpo el Movimiento Revo-
lucionario Liberal y, lo más creador del ensayo, las juventudes del MRL, por sus
efectos en las universidades colombianas y en la misma política. Mucha tinta se ha
gastado para definir los verdaderos ribetes del MRL aceptemos lo que los hechos
dicen. Este sector reformista del liberalismo integró bajo su bandería lo mejor de
la adolescencia liberal, y con ella al Partido Comunista y a su juventud, lo mismo
que a intelectuales independientes y socialistas, populares, principalmente, en la

116
[ Educación superior y revolución pasiva, 1958-1985 ]

maltrecha vida universitaria en trance de restablecimiento, por los excesos de la


guerra civil y militar que la siguió.

Pronto la juventud descubrió los límites de la propuesta “emerrelista”, y su radi-


calización se hizo irreversible. No hay que olvidar que antes del aparecimiento del
MRL vivía ya una organización de corte radical que asumió el compromiso armado:
el MOEC, prácticamente desmantelado por los servicios secretos del gobierno, de
dramático final con la muerte de Antonio Larrota. Sin embargo, la perspectiva guerri-
llera no terminó. Las universidades, desde 1948, eran focos de violencia y, a la vez, de
respuesta a la represión oficial.

El tercer Congreso de las Juventudes del MRL, que marcó una ampliación de la
protesta radical, decidía para el año 1963 la constitución del Ejército de Liberación
Nacional (ELN), siendo los universitarios extraídos en buen número de la educa-
ción superior oficial los componentes del nuevo contingente, quienes se disponían a
“campesinarse”. Para ellos el lenguaje de la reforma no se entendía sino en tanto era
elemento integral de la revolución. La revolución soñada se vuelve elemento actual y
actuante, se hace una idea fuerza.

Esta avanzada aceptará de primer momento el esquema triunfante en Cuba; pensaba


en las zonas atrasadas, en el campesinado colombiano, con la tradición cosechada
durante la violencia bipartidista, como el lugar expedito para organizar la conquista
del poder. De allí partiría el asedio a las ciudades como lo enseñaba la estrategia del
Partido Comunista de China, dirigido por Mao.

Pero estos jóvenes universitarios enmotados y acompañados por un puñado de cam-


pesinos sólo se presentarán al país en la acción Simacota de 1965, con una proclama
revolucionaria que tenía antecedentes en intentos guerrilleros aislados, como el en-
sayado por el médico guerrillero Tulio Bayer sepultado en las selvas del Vichada, y
claro, sobre todo, las guerrillas liberales del Llano.

Entretanto la universidad latinoamericana y colombiana se hacía obligatoriamente


sensible a las propuestas de reforma que se difundían desde el centro rector: EE.UU.,
que propugnaba luego de la guerra fría por modernizar su traspatio, ahora con más
veras por la aparición del comunismo en su propia casa.
117
[ Educación pública superior, hegemonía cultural y crisis de representación política en Colombia (1842-1984) ]

Citemos al chileno Felipe Herrera, uno de los portavoces de esa reforma, alto funcio-
nario el capitalismo internacional presidente del BID:

... cada periodo de agitación ideológica o política que han vivido nuestros paí-
ses ha tenido inmediato reflejo en la universidad. Así fue en el periodo de nues-
tra emancipación ... Así ocurrió en el siglo XIX con el advenimiento de las
incipientes clases medias, cuando los espíritus más lúcidos y los intelectuales
de avanzada trataron de liberalizar sus países ... Idéntica repercusión produjo
... el impacto ideológico y político generado por la Primera Guerra Mundial ...
que inspiró a la llamada Generación de Córdoba, que esgrimió la bandera de
la reforma universitaria ... formándose así la mayoría de los nuevos dirigentes
políticos que desde la década del 20 en adelante se empeñaron en lograr la
transformación institucional, económica y social.

Después del recuento histórico, Felipe Herrera llegaba al presente:

por fin ha ocurrido después de la Segunda Guerra Mundial... surgen decenas


de nuevos países y en todas las regiones atrasadas se manifiesta un impulso de
cambio que conmociona las estructuras... como consecuencia en parte del deba-
te ideológico mundial, en el cual también ahora los países más débiles quieren
dejar oír una voz propia...

Unos párrafos adelante viene la propuesta de este tecnócrata del desarrollismo, por-
que el chileno Felipe Herrera era un agente ilustrado de la burguesía liberalizante. La
propuesta estaba emparentada en lo sustancial con los diagnósticos de la Cepal, que
quería impulsar el desarrollo endógeno como lo concebía Raúl Prebisch, intelectual
orgánico del fordismo latinoamericano:

Que pidamos comprensión para la inquietud que hoy las convulsiona no quiere
decir que no corresponde a las propias universidades hacer su propio esfuerzo
para adecuar sus estructuras a la realidad... que puedan canalizar esa inquietud
y esa exigencia de cambio hacia las constructivas tareas del desarrollo integral.
...cuando se emprenden reformas auténticas que modernizan los planes de estu-
dio y se consigue que la capacidad y la idoneidad de los maestros sea la regla
general, la inquietud estudiantil deja entonces de ser obstáculo para convertirse
más bien en dinámica fuerza de colaboración.

Claro, él advertía sobre los radicales de la izquierda latinoamericana, los jóvenes


universitarios ganados para la causa de la revolución y la reforma: “Siempre habrá
agitadores y extremistas pero cada vez será menos su influencia ... estará no solo
118
[ Educación superior y revolución pasiva, 1958-1985 ]

impartiendo conocimientos sino que estará incorporando plenamente a los estudiantes


a la común tarea cultural y científica. Y estará cimentado su prestigio, y por ende,
facilitando la consecución de los recursos materiales...” (La universidad en Latino-
américa). Para nada se habló en ella de la ausencia de democracia en la universidad
latinoamericana. Bueno es el “desarrollo” pero sin una masa deliberante.

La proletarización de la clase media


Era el tiempo del desarrollo interno, el despegue del capitalismo latinoamericano,
junto con la discusión e implementación del Plan Atcon, que correspondía en el
perfil social a lo que se conoció como “la proletarización de la clase media”, o si
se quiere la crisis del modelo elitista de la educación superior, estaba sometido a
la prueba de la escasez presupuestal y la estrechez del “desarrollo”, dirigido por
patrones extraños y la afluencia masiva de gente a las universidades.

Era la otra cara de un proceso, que tuvo sus mejores frutos entre 1934 y 1946, si nos
atenemos a lo sucedido en la educación pública, y a su muestra más representativa: la
Universidad Nacional. Entonces al aporte anual hecho por el gobierno creció 11 veces
y media, en tanto que el alumnado se triplicó, y aplicados los índices necesarios para
ajustar las cifras con la inflación, Torres León estudioso de la estadística educativa,
concluyó que los recursos destinados por el gobierno se cuadruplicaron, mientras que
los estudiantes se triplicaron, sin incluirse los gastos aplicados a la construcción de la
ciudad universitaria. Proceso que nunca recuperó tales índices.

El contralor, Alfonso Romero Aguirre, para referirse a la situación factual descrita


apuntó el siguiente rasgo comparativo: “...la verdad es que en los últimos 5 años (1938
a 1942) se han invertido en la universidad más dineros que en los 150 años anteriores”
(Romero Aguirre, 1942). Ya en este tiempo Arciniegas, consciente de la situación
generada por la democratización universitaria, recordaba cómo, a su pesar, hubo que
restringir el acceso:

Para ingresar a estudios profesionales en la universidad, sería requisito suficien-


te, aparte de las condiciones personales, el título de bachiller ... Pero el aumento
creciente del número de solicitudes ha hecho imposible satisfacer el anhelo de to-
dos los solicitantes ... se hizo necesario fijar condiciones especiales de admisión,
por medio de la sección de psicotecnia... encargada de verificar los exámenes del
caso a los aspirantes (Arciniegas, 1946).

119
[ Educación pública superior, hegemonía cultural y crisis de representación política en Colombia (1842-1984) ]

A este proceso de restricciones lo acompañó a los pocos años la proliferación de las


universidades privadas. Según documentos, en el siglo XIX se fundaron apenas 6
universidades, en tanto que en el siglo XX hasta 1973, iban en 84 los establecimientos
creados, siendo mayoría absoluta los establecimientos privados. Para dar ejemplos,
vista la etapa comprendida entre 1950 y 1959, se fundan y restablecen un total de 14
universidades, la mayoría privadas; y para 1960 y 1973, el número asciende a 60, de
las cuales 54 son privadas. Ya la tendencia advertida se muestra irreversible.

Todo lo anterior, que constituye la nueva faceta, la parte contradictoria y el desenlace


de la edad de oro de la universidad pública, conducirá al siguiente diagnóstico del
Ministerio de Educación Nacional en 1957:

La universidad en el país se venía desarrollando en una forma moderada hasta


aproximadamente el año 1930, pero a partir de esa época hasta nuestros días el
desarrollo ha sido enorme, pero sin orden ni concierto ... ha obedecido a varios
factores: La falta de un organismo capaz de hacer una planeación teniendo en
cuenta las necesidades y capacidades del país. El afán de lucro ha hecho que se
utilice la educación universitaria como un buen negocio.

El diagnóstico del Ministerio insistía en el crecimiento de la universidad:

Si se considera el desarrollo monstruoso de la universidad durante los últimos


25 años, y se piensa que el gobierno durante este mismo periodo solamente en
dos oportunidades ha tratado de legislar el régimen universitario ... se encuen-
tra como un hecho claro que ha habido descuido por parte del Estado en el cum-
plimiento de su función orientadora de esta importantísima rama ... la falta de
orientación y las dificultades económicas, son las causas principales de muchos
de los males que hoy aquejan a la universidad colombiana.

Obvio que la reflexión política subyace oculta tras estas consideraciones.

Luego, gracias a los estudios de Benson y Rojas, se supo que entre 1960 y 1966, las
matrículas universitarias pasaron de 24.500 a 50.100, pero les merece a aquellos los
siguientes reparos:

el crecimiento ... parece haberse caracterizado:


a. por el desarrollo de una estructura ruinosa,
b. por la insuficiente atención a los requerimientos de mano de obra del país,

120
[ Educación superior y revolución pasiva, 1958-1985 ]

c. por la falla en el desarrollo de instituciones de excelencia-capacidad investigativa


de las universidades, y
d. por una menos que adecuada atención a las técnicas de administración (Benson y
Rojas, 1970).

Toda esta crisis de la universidad colombiana encontrará en los estudios de Germán


Rama, en su trabajo sobre el sistema universitario, una evaluación global:

Tal situación no proviene de un proyecto de extensión de la educación superior


ni está motivada en la racionalización de los recursos disponibles, sino que cons-
tituye un producto de los esfuerzos encontrados de los distintos grupos sociales,
en que unos intentan acceder a la educación y otros se esfuerzan para limitar a
aquellos el acceso (Rama, 1970).

Aquí la alusión política será abierta y esclarecedora. Estos intelectuales, procedentes


en su mayor porcentaje de la clase media, verán y sentirán las estrecheces de la vía
profesional y el engañoso sueño en que se sumergieron. El modelo propuesto desde la
reforma de Córdoba se resentía en su fundamento económico-social.

Poder satisfacer los repetidos pedidos de mejora social y de estatus solo era posible a
estas alturas con una modificación de la sociedad, y ello era superior a la voluntad de
la clase dirigente colombiana, clase que en un principio utilizó la universidad como
válvula de escape a las presiones de los incipientes sectores medios, aún en la emer-
gencia que debió vivir con la frustración que acompañó al pueblo por la detención
de las expectativas generadas y bloqueadas por la segunda administración de López
Pumarejo y la de Eduardo Santos.

Los hijos de la clase dirigente pronto tomaron el camino del extranjero, de donde re-
gresaron con sus patrones modernizantes. En las universidades de Europa y Estados
Unidos se preparó la capa de intelectuales que “al comenzar la década de 1960 asu-
mió la dirección de empresas y organizaciones estatales con nueva escala de valores”
(Torres León, 1975).

El mismo autor también intentaba una precisión histórica sobre el caso de los intelec-
tuales en Colombia, interesados y partícipes en las gestiones de la sociedad política. Él
quería advertir el nuevo viraje, la “revolución pacífica” operada, cuando la revolución
violenta se insinuaba en el horizonte nacional con caracteres más que preocupantes:

121
[ Educación pública superior, hegemonía cultural y crisis de representación política en Colombia (1842-1984) ]

Hasta comienzos del siglo, el manejo de los negocios públicos fue responsa-
bilidad personal de la alta burguesía, si como tal puede calificarse a la orgu-
llosa y superculta capa superior de la población; pero cuando el crecimiento
y mayor complejidad que este trajo a sus empresas económicas le exigió
atención preferencial y tiempo completo en la administración y gerencia, se
convenció de la necesidad de facilitar su relevo, como clase, en las posicio-
nes políticas y procedió a llenarlas con gentes de la clase media que demos-
traron merecer su confianza mientras se reservaba cuidadosamente el poder
de las decisiones últimas, o el de tomar aquellas de trascendencia económica
(Torres León, 1975).

Se implementaba así una suerte de transformismo frente a las clases subalternas.

A lo dicho se añade una circunstancia de corte académico, si se quiere, y no menos


polémica: el desfase de la educación media y de la misma universidad con relación
a las exigencias de la nueva cultura, emparentada con la revolución científica y téc-
nica, a la que los estudiantes se enfrentaban con el llamado bachillerato clásico, que,
heredero de realidades periclitadas, se veía transformado en puro afán memorístico a
contrapelo en sus principios y códigos con el ambiente.

Dicen algunos que las deficiencias se hicieron notar cuando hubo afluencia masiva al
aparato escolar; cuando la riqueza cultural de la familia no podía nivelar a los nuevos
párvulos, quienes, así las cosas, exigían de la educación formal no solo un principio
ordenador y sistematizador. La nueva clase escolarizada, por extensión y tradición, en
la mayoría de sus unidades estaba ayuna de modernas pautas culturales; así, pues, la
escuela debería cumplir casi sola el esfuerzo “civilizador” y ser a la vez el espaldarazo
en la perspectiva de una anhelada movilidad social.

Todo aquello pronto se sintió lejano, y la rebeldía existencial primero, y política ense-
guida, fueron las respuestas que conmovieron el aparato educativo, convirtiéndolo en
trinchera para sus frustraciones y en caja de resonancia de las exigencias de un nuevo
orden, que para realizarse debía estar hermanado con los intereses nacionales y popu-
lares. Este será el mensaje que acompañará una década de heroísmo y sacrificio de la
joven intelectualidad radicalizada e inmediatista.

La clase media y los sectores populares que se movilizaron en los comienzos del
siglo, cuando el capitalismo dio las primeras puntadas, quedaron frustrados al no
122
[ Educación superior y revolución pasiva, 1958-1985 ]

lograr quebrar mortalmente las estructuras del viejo poder afincado, enfeudado en la
propiedad de la tierra y en la especulación financiera. Esta frustración revirtió anima-
da por el discurso y el ademán popular reformista de un ala del liberalismo acaudillada
por Gaitán, quien arreció en sus críticas al establecimiento. Sobrevino una catástrofe
para las masas, enfrentadas entre sí en confusa retaliación.

Ello “permitió” el renovado afianzamiento de la clase dirigente y un obligatorio pacto


entre las fracciones de la burguesía, que preconizaba con anticipado tacto político
López, antes de la tragedia. Lo cierto es que no hubo más intento reformista. Y una
circunstancia momentáneamente feliz, en términos de intercambio, permitió aplazar
la crisis, que aguantó desde los cincuenta hasta la década de los sesenta, en los cuales
el movimiento popular vuelve a encauzarse convirtiéndose en presión notable sobre la
vieja estructura, que tendrá que renovarse con significativo retardo.

La dependencia y la inflación crecientes, los desiguales términos comerciales de in-


tercambio, la promesa de una reforma agraria, la ilegalización de la protesta obrera,
constituyeron necesarios componentes en la politización del estudiantado de las uni-
versidades. Y así una avanzada conciencia de clase tocó a las puertas de las universi-
dades, naciendo la Federación Universitaria Nacional, después de un silencio de más
de treinta años.

El nacimiento de la FUN

Si nos atenemos a lo dicho por Galo Urbano, un dirigente universitario, quien incluso
llegó a la Presidencia del Comité Ejecutivo de la Federación Universitaria Nacional
(FUN), esta

surgió a raíz de los intentos llevados a cabo durante los Congresos Estudian-
tiles de Barranquilla y Medellín ... la necesidad de agrupar al estudiantado
colombiano en torno a un organismo que le permitiera obtener reivindicaciones
inmediatas en lo referente a su condición de estudiantes, y al mismo tiempo,
formular planteamientos sobre la realidad socio-económica del país. El anhelo
de los representantes estudiantiles de las universidades oficiales y de aquellas
que siendo privadas tienen una orientación popular y democrática, se cristalizó
en el congreso efectuado en noviembre de 1963 en la Universidad Nacional, en
el que 17 universidades del país le dieron origen.
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[ Educación pública superior, hegemonía cultural y crisis de representación política en Colombia (1842-1984) ]

La FUN recién establecida retomaba tras de sí un pasado, que empezó en 1922 con
el Primer Congreso Nacional de Estudiantes celebrado en octubre de ese año en la
ciudad de Medellín, centro de importante agitación obrera, donde se difundían los
postulados del socialismo.

Vino después, en 1924, el 2º congreso, en el cual se aprobaron los estatutos de la


Federación Nacional de Estudiantes y su sigla identificadora, para consolidarse en
1928, en el 3º congreso, celebrado en Ibagué, cuando ya era notable la influencia del
liberalismo, preparándose para la reconquista del poder.

Allí se denunció el desencanto oficial por los intentos de reforma educativa esbozados
por la Misión Alemana, se hizo eco de las propuestas de Córdoba, se rechazó el pro-
yecto de Ley Heroica y se asumió una clarísima postura antiimperialista:

El tercer congreso de universitarios colombianos condena el imperialismo en


todas sus manifestaciones ... Así mismo repudia las dictaduras que hoy intentan
estrangular el espíritu democrático de los pueblos ... En consecuencia, dirige
una voz cordial de aliento y adhesión a las juventudes que luchan contra el
imperialismo y las dictaduras, consigna su admiración ferviente hacia César
Augusto Sandino (Tercer Congreso Nacional de Estudiantes, Declaración de
Ibagué, Agosto 28 de 1928).

Las condiciones de la lucha gremial de los estudiantes en Colombia sufrían de cierto


cosmopolitismo, heredero de la observación pasional de los acontecimientos sufridos
en el aparato educativo robusto y mejor definido del resto de la América del Sur. De
ahí que las palabras de un patricio liberal, Tomás Rueda Vargas, quien dimitiera de la
Misión Educativa Alemana, sonaron con realidad cuando escribiera en la revista Uni-
versidad, eje ideológico de la reforma liberalizante, un artículo en octubre de 1927,
“Mientras las aguas bajan”, en el que señalaba como primer objetivo “hacer en la
realidad la Universidad Nacional”, y después sí gritar “por la supuesta cátedra libre”.
Invitaba pues, a poner los pies sobre la tierra colombiana.

En el interior de la organización pugnaban sectores de derecha e izquierda. En abril


de 1929 la crisis era patente y había tenido sus preliminares en mayo de 1927, con el
conflicto electoral producido en el Centro de Estudiantes de Cundinamarca.

Todo se debía al deslinde que sufría la Federación en torno a las modificaciones insti-
tucionales que trajera una verdadera reforma educativa; si quería afincarse realmente
124
[ Educación superior y revolución pasiva, 1958-1985 ]

debía primero precederla “una profunda renovación de la sociedad”. Así lo entendió


uno de los dirigentes estudiantiles de la época, Antonio Vicente Arenas, en un escrito
publicado en abril de 1929, “La crisis de la Federación de Estudiantes”.

Dispersa y cuestionada en su interior, la organización estudiantil participó en la lucha


del 8 de junio y recibió como premio, a la vez que respuesta neutralizadora, la reorga-
nización de la Universidad Nacional de 1935. Era el triunfo de la tendencia burguesa
progresista interesada en la quiebra de la hegemonía religiosa, que le hizo concesiones
a la corriente pequeño-burguesa, dominante en la Federación de Estudiantes, hacién-
dole primero naufragar su proyecto educativo que había expuesto el representante
Germán Arciniegas en las sesiones del Congreso de 1932.

Con la Ley de 1935 se enterró la lucha estudiantil por cierto tiempo. Objetivamente
éste había funcionado como cabeza de puente del reformismo burgués, y los inte-
lectuales que directamente participaron fueron integrados con el correr de los días
al establecimiento. Basándose la fracción de la burguesía industrial, que superaba al
corporativismo, en el transformismo para descoyuntar la fracción intelectual que por
momentos amenazó su hegemonía, dejando huérfanas de dirección a las clases subal-
ternas, en las que la intelectualidad pequeño-burguesa ejerció una exitosa agitación de
la ideología revolucionaria.

Después la lucha social integrará los cuadros estudiantiles más radicales dentro de
la protesta popular, y los no asimilados ingresarán en las actividades de la corriente
gaitanista. No se constituirá una nueva fórmula orgánica de los universitarios, excep-
ción hecha de la reorganización de la JUCO en mayo de 1952. Esto se explica porque
los estudiantes perdieron piso como sector diferenciado, al diluirse en el movimiento
general, hasta que este fracasa, sumado al hecho de que en 1950 se prohibieron, por
parte del gobierno laureanista, los consejos estudiantiles y la asamblea universitaria.

Los acontecimientos del 8 y 9 de junio de 1954, donde la lucha política tuvo como ca-
talizador al movimiento estudiantil bogotano, gestó, en aquellas jornadas, la propuesta
del comité reorganizador de la Federación de Estudiantes Colombianos de realizar un
congreso que la reconstituyera, objetivo que se impidió entonces con el cierre de la
Universidad Nacional, bajo la dirección, primero, del coronel Manuel Agudelo, y el rec-
torado después de Jorge Vergara Delgado, quien prohibió las elecciones estudiantiles.
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[ Educación pública superior, hegemonía cultural y crisis de representación política en Colombia (1842-1984) ]

Sin embargo, la FEC logró constituirse de hecho, y sufrió la prueba de fuego en la


protesta contra la dictadura en 1957, al hacer parte del Frente Civil, controlada, es
cierto, por los poderosos círculos burgueses, liberales y laureanistas “que impusie-
ron a la coordinación estudiantil un verdadero cerrojo para actuar independiente-
mente” (Caicedo, 1979).

Así fue su nacimiento y bautizo sociales como el antecedente más cercano de la FUN.
Pero en el crisol de la lucha dio paso, con vigor, a la adultez política. El mismo Jaime
Caicedo, secretario de la Juventud Comunista, historiando la lucha estudiantil pone
de presente que como resultado de la huelga nacional estudiantil de mayo de 1957,
acto fundamental en el proceso de derrocamiento de la dictadura militar, se produjo el
primer desprendimiento del estudiantado universitario colombiano frente a las mani-
pulaciones y control de la burguesía colombiana.

De ello fueron expresión primaria los congresos estudiantiles de diciembre de 1957 y


julio de 1958, que se hicieron portaestandartes de la democratización de la enseñanza, la
reforma agraria y la recuperación de las riquezas naturales de la explotación imperialista.
Y ello se expresó en un nuevo intento de integración gremial, la Unión Nacional de Estu-
diantes Colombianos, liderada por el Partido Comunista, de existencia pasajera, porque
el afán de los nuevos contingentes de la baja clase media, y la reanimación de la lucha
de clases jalonarán por el enfrentamiento y la solución militar de las contradicciones.

Para este tiempo se produjo “un rompimiento de fondo de la juventud estudiantil con
las camarillas oligárquicas”, principalmente en sus núcleos dirigentes, más que en el
grueso de la población universitaria. Además logran los comunistas organizarse con
independencia dentro del estudiantado, sin embargo la radicalización de la juventud
los desbordará para llegar así a la fundación de la FUN, que la llevará a avalar la expe-
riencia guerrillera hasta su desmantelamiento durante el gobierno de Lleras Restrepo.
Estamos pues en las postrimerías del sueño liberal, cuando apareció la FUN, y murió
con su desenmascaramiento.

Este era un sueño de comienzos del siglo XX, en las postrimerías de la Guerra de los
Mil Días, que tomó cuerpo en las reflexiones del general Rafael Uribe Uribe, quien
en 1909, teniendo como trasunto la política educativa de la Regeneración, proponía
al Congreso “la más avanzada reforma de la U. Nal. y un estatuto orgánico de la
126
[ Educación superior y revolución pasiva, 1958-1985 ]

misma ... concepción que rescata y actualiza lo mejor de las tradiciones democráticas
de nuestra historia...”

Partía Uribe, siguiendo el estudio de Rodrigo Alzate, sociólogo de la Universidad Nacio-


nal, por decir que el principio más eficaz de los agentes de concurrencia es la educación.

Hasta ahora la educación tradicional (colonial y clerical) –afirmaba Uribe– ha


producido desadaptados bohemios, incomprendidos y abstencionistas. La refor-
ma debe pues comenzar por la cumbre del sistema de la educación pública, por
la Universidad ... La Universidad debe ser: pública, científica, experimental,
unificadora del alma nacional.

Añadía el general liberal más adelante:

...en la existencia del claustro y del aula en la convivencia bajo una misma
dirección educativa y bajo idénticos anhelos científicos y patrióticos, los ca-
racteres iniciales divergentes, se fundirán en un tipo mental homogéneo, sin
cuya formación no puede esperarse que haya verdadera unidad nacional ni casi
verdadera patria (Alzate, 1983).

También propuso el general Uribe, desde 1909, la especialización regional de la Uni-


versidad Nacional, así como que las facultades o escuelas funcionaran como entidades
federativas de la república universitaria, con base en la división del trabajo aplicado
a las ciencias y sus métodos, y las ciencias humanas como las que producen el punto
de vista general, la crítica del proceso y especialización y su orientación consecuente.

Las reflexiones de Uribe, en parte, quedaron plasmadas en 1935 durante la administra-


ción López, que se prometió: “La Universidad Nacional está en el deber de aspirar a
ser el alma misma del Estado, su cerebro y su voluntad, el centro radiante de vida, de
acción, de arte, de ciencia y de dominio expansivo del pueblo colombiano”.

Toda esta tradición, unida a las ejecutorias del general Santos Acosta, la Ley 2067
del 16 de septiembre de 1867, que reorganizó la Universidad Nacional de los Estados
Unidos de Colombia, a expensas de la Iglesia y del Ejército, con fondos tomados del
Colegio Militar, más los edificios de las instituciones religiosas expulsadas del país
y contribuciones de la Nación, el Estado de Cundinamarca y Bogotá, y su Decreto
Reglamentario del 13 de enero de 1868, más el intento de unificar el sistema de ins-
trucción pública mediante la Ley 30 de mayo de 1868, en cuya cúspide se entronizaba
127
[ Educación pública superior, hegemonía cultural y crisis de representación política en Colombia (1842-1984) ]

la Universidad Nacional, y cuya tradición liberal y contestataria será con el correr de


la década comprendida entre 1958 y 1968 dilapidada por la clase dirigente.

El bloque histórico constituido con el Frente Nacional ensayará un nuevo viraje, la


universidad del Estado de sitio permanente, en atención a los dictados de la nueva po-
lítica imperial. Y estas tradiciones servirán de acicate a las nuevas capas intelectuales,
partícipes del aparato educativo para conducir sus luchas de resistencia primera, y de
ilusoria vanguardia revolucionaria después.

En los años cincuenta empezará el tratamiento de la universidad pública en particular,


con el criterio de ser ella centro privilegiado para la subversión cultural. Todo ello
enmarcado por el surgimiento de un nuevo concepto de Estado, legitimado por la
nueva ideología de la “Seguridad Nacional”. En América Latina empezó a cuajarse a
partir de 1949, “en que la Escuela Superior de Guerra del Brasil fue establecida” con
los generales Juárez Tavora, Cordeiro de Farías, Augusto Fragoso, luego Golbery de
Couto e Silva y Castelo Branco en el tiempo reciente.

Esta ideología se basó en tres conceptos: geopolítica, geoestrategia y el rol privile-


giado de las fuerzas armadas, ha dicho el estudioso francés José Comblin, y quien
además la explica así:

En el momento actual, en el mundo existe un gran antagonismo que lo domina:


el occidente contra el comunismo ... América Latina y sus aliados del mundo
occidental están en estado de guerra contra el comunismo mundial. Esta guerra
total demanda una estrategia global ... La política tiene que ser dirigida según
esta estrategia... que se basa en tres conceptos: el proyecto nacional, la segu-
ridad nacional (última norma de todas las actividades públicas o privadas), y
el poder nacional. Y en el ámbito de la cultura... todas las ideas tienen valor
estratégico, positivo o negativo.

Para el mismo analista arriba citado:

La estrategia consiste en descubrir cómo se pueden escoger y utilizar las ideas


beneficiosas y como eliminar las peligrosas. En todo caso, toda la cultura es un
campo estratégico. La religión es un factor indispensable en la estrategia psi-
cosocial. La razón es que el occidente tiene tres sistemas de símbolo, que son:
Cristiandad, Democracia y Ciencia. Son necesarios como signos de identifica-
ción e incentivos para la lucha contra el marxismo ... Para confirmar la alianza

128
[ Educación superior y revolución pasiva, 1958-1985 ]

Iglesia-Estado el nuevo Estado será más generoso en los privilegios que ofrece.
Permitirá la enseñanza de la religión en las escuelas públicas; censurará las
publicaciones contra la moralidad cristiana; proporcionará asistencia material
a las instituciones católicas... (Comblin, 1976).

Esta teoría preventiva tuvo plena aplicación en el Brasil a partir de 1964, y en Colom-
bia de modo parcial, de acuerdo con las circunstancias y obedeciendo a las particulari-
dades de nuestra democracia restringida, que adoptó desde antes de 1948 la forma del
Estado de sitio. En fecha reciente, volviendo sobre el tema de la subversión cultural.

Rafael Rivas Posada optaba por dos caracterizaciones: una, “el intento de cambiar las
ideas y representaciones que sirven de base a las instituciones y que se reflejan en las
obras materiales del grupo...” y otra, menos ofensiva, “aquella actividad del ser hu-
mano en sociedad que fundamentalmente se basa en el trabajo intelectual y que tiene
como manifestaciones las obras de arte y las grandes corrientes del pensamiento...”.

Su contradictor, Gustavo Gallón, autor de “La República de las armas”, centraba el


problema en el marco de la doctrina de la seguridad nacional, así: “La expresión for-
ma parte de la familia de vocablos engendrados por la lógica del poder para proteger
el régimen existente”, y cumple dos funciones: ideológica, porque “aglutina en un
mismo saco todas aquellas expresiones de inconformidad que puedan socavar la se-
guridad del régimen, y sirve para descalificar socialmente a todo aquel que se acoge
bajo esta expresión ... pues subversivo es un enemigo de la sociedad”.

No hay que olvidar que estos comentarios se hacían en 1983, y recordaban el famoso
episodio del 15 de agosto de 1979, cuando los militares censuraban a Andrés Holguín
por sus apreciaciones en torno a las discusiones sobre los consejos verbales de guerra
contra la guerrilla, por “su identificación con los grupos subversivos del país”. Pero su
implementación era añeja, como lo reconoció en la mesa redonda el polemista Gallón.

En este tiempo la clase dirigente del Estado decide adoptar la “política del dejar ha-
cer” en la universidad pública y de trasladar su apoyo a la institución superior privada,
confesional o no. A ello se refería en fecha reciente Gerardo Molina: “Se me olvidaba
mencionar el peso de la clase política ... porque cuando esa clase política vio que la
juventud se había radicalizado, que se les había salido de las manos, se desentendió
creyendo que no había nada que hacer ahí” (Molina, 1984).
129
[ Educación pública superior, hegemonía cultural y crisis de representación política en Colombia (1842-1984) ]

Desatención que por supuesto se convirtió en la táctica de tratamiento de la universi-


dad con criterios de orden público, y la cuota de estudiantes universitarios asesinados
que no termina, la confirma. En otro de los apartes de la entrevista recuerda Gerardo
Molina, el cambio sufrido con el tránsito de la universidad de élite a la de masas,
guardadas proporciones:

Pero en los últimos cuarenta años empezó la irrupción de las clases medias y
medias bajas... que antes se satisfacían con la escuela primaria y a lo sumo con
la secundaria... vino un cambio cualitativo en la Universidad convirtiéndose
esta en lo que se llama una universidad de masas y el lugar donde acudían
nuevas gentes. Cambió el signo de la Universidad; esta dejó de ser tranquila,
para volverse una universidad afectada...porque esos muchachos ... llevaron los
problemas de sus familias y de su comunidad... todo eso se hizo sentir ya en el
medio universitario, y al parecer ya la guerrilla como institución permanente a
partir de los años 60 y 70, repercutió en la Universidad... (Molina, 1984).

La rebelión en las artes y letras

El tiempo de la FUN es el de la ruptura de los universitarios con la burguesía en el


poder. Una ruptura que tuvo también cierto correlato estético en las experiencias inte-
lectuales agrupadas en torno a Mito, fundada por el escritor y poeta Jorge Gaitán Du-
rán, y de la que participaron Hernando Valencia Goelkel y Pedro Gómez Valderrama,
entre muchos.

De aquella empresa cultural se pronunció así Eduardo Cote Lamus, el 2 de julio de


1962, en el entierro de su compañero de aventura cultural y literaria, Gaitán Durán:

Y para ti ser sincero quería decir ser libre. Y sabes lo dífícil que es llegar a serlo,
lo duro del camino y el todavía más arduo gobierno de la libertad ... Luchabas
por la libertad, y a través de la libertad por la verdad y viceversa... Denuncia-
bas una sociedad de la que te sabías solidariamente responsable... Criticabas
el Estado de las cosas pero lúcida y valerosamente te quedabas dentro de ellas.
Muchos no comprendían tu actitud. Los unos y los otros... (Cote Lamus, 1973).

Veamos por fin algunas de las opiniones de Gaitán Durán, contenidas en el diario de
Ibiza, que dicen de su posición política y vital:

La de Dantón es en cierto modo la historia del Stalinismo. Como Robespierre,


Stalin era un puritano y ponía los intereses abstractos de la revolución por
130
[ Educación superior y revolución pasiva, 1958-1985 ]

encima de los inmediatos intereses humanos. Robespierre aborrecía la corrup-


ción de Dantón como Stalin –con inclinación policiaca– descubría la corrup-
ción burguesa en cualquier manifestación de vitalidad o de cultura ... La ene-
mistad de las propagandas ecuménicas le ha restado sentido a las palabras. El
“mundo libre” no es libre y el “mundo comunista” no es comunista.

Apenas el comunismo se humanice, el capitalismo morirá. Y con él todos noso-


tros. El capitalismo vive de los errores, de las crueldades, del dogmatismo de los
partidos comunistas, más exactamente, del Stalinismo. También de la conformi-
dad y de la ineptitud de la inteligencia (Gaitán Durán, 1973).

Después aparecía la generación literaria del Nadaísmo, que afirmará tener por padre al
filósofo antioqueño Fernando González, y como supremo oficiante a Gonzalo Arango.
A esta irrupción violenta y mordaz en las letras nacionales se refirió Luis Vidales,
exponente del advenimiento del siglo XX en la cultura nacional, con “Los Nuevos”.

De hecho, él solo reconocía que la iconoclasta fue su generación, porque acepta escue-
tamente el marxismo ortodoxo, para sostener que el afianzamiento de la vía capitalista
trajo que “el modo de ser y de pensar de la gente cambió también ... Eso determinó,
también, que la de los nuevos fuera la única generación iconoclasta de este siglo...”,
al ser ella expresión de un cambio económico y social radical, paso del viejo modo de
producción al nuevo, el capitalismo.

Comparativamente le resulta apenas negativo el Nadaísmo, en su análisis de 1984:

Llega el Frente Nacional en 1958, cuando aparecen los Nadaístas, y nadie se


explica la muerte de 300.000 personas en la violencia contra los liberales y
marxistas. Eso es una atmósfera de la nada, del Nirvana...Ese pacto entre los
partidos no se lo explicaba la gente que había sufrido la lesión de la violencia.
Dentro de ese vació surgió el movimiento nadaísta... (Peña Gutiérrez, 1984).

En el ambiente nacional florecían tendencias de libertad de conciencia, al estilo bur-


gués librepensador, que en América tenían ya estatura continental con la prosa del
ensayista mexicano Octavio Paz, colaborador, además, de Mito; también una suerte de
existencialismo de sabor provinciano, para asustar a burgueses, propio de una fracción
pequeño-burguesa hastiada y culta, que detonó su ira y su aburrimiento en la literatu-
ra en prosa y verso, mientras otros hacían sonar los fusiles. Casi todos eran jóvenes
universitarios insatisfechos con su condición y su futuro. Veamos una corta selección
131
[ Educación pública superior, hegemonía cultural y crisis de representación política en Colombia (1842-1984) ]

de Gonzalo Arango, hecha en su columna “Luz y ondas”, después de que ingresó en el


establecimiento burgués de artistas nadaístas:

Eduardo Escobar: “Dios es tan perfecto que ni siquiera le importa existir”. Jotamario:
“La civilización occidental hizo de Buda un cenicero, y castiga a los fumadores de
opio”. Angelita: “El sentido de la vida es descubrir su sentido. La revolución no es
de monte, sino de mente”. Junto a estas vanguardias literarias, aparecieron nuevas
vanguardias políticas contradictorias entre sí, pero todas eran parte de un nuevo fenó-
meno político y social, producido por el distanciamiento de las masas populares de los
partidos tradicionales, ahora apertrechados en el Frente Nacional.

Nacen en la década una serie de ensayos políticos, pasajeros unos y otros que se man-
tienen hasta hoy, salidos o emparentados todos con las aulas universitarias. El primero,
el MOEC, luego “a partir de 1960 ... empiezan a generarse disidencias frente al Partido
Comunista, inspiradas en nuevos modelos extranjeros de revolución”; parejas con “el
surgimiento de una intelectualidad marxista que empieza a profundizar en los proble-
mas reales del país. Ya desde el 62 o 63 Estanislao Zuleta y Mario Arrubla empiezan a
publicar una serie de artículos de importancia” (Solidaridad, 1983).

Es el tiempo del foquismo guerrillero, inspirado en la revolución cubana: el ELN, que


el 7 de enero de 1965 hizo su presentación oficial, con asiento en las universidades
Nacional, UIS, Antioquia y Libre. Apareció el Partido Comunista ML, orientado por
la experiencia china, que también ensayó otra variante de foquismo fundando el EPL
en 1967, y fue altísima la cuota de universitarios. Surge después, en 1969, el MOIR,
apoyado en el bloque del sindicalismo independiente de Antioquia y en una dirigen-
cia intelectual extraída de la universidad colombiana. Más aún éste, estructuró una
organización juvenil de especial incidencia en los conflictos del periodo: la JUPA,
como ya se verá, logrando cierta hegemonía para desplazar a los comunistas dentro
del estudiantado de la universidad pública. Seguirán los exponentes de las corrientes
socialistas y trotskistas, con mayor presencia intelectual que de masas; todos ellos en
mayor o menor grado ligados al mayor foco de cultura: la universidad pública.

Es indiscutible, desde el prisma de la historia presente, que ese tiempo significó


un reacomodamiento en la estructura de clase del país; y en él participaron la clase

132
[ Educación superior y revolución [pasiva,
A modo 1958-1985
de cierre ]

media y la clase media baja, que con ciertos desprendimientos de la misma burguesía
presionaron el sistema cerrado del bipartidismo y pusieron necesariamente en movi-
miento a amplias capas del pueblo, para enfrentar la estrategia desarrollista que se
hacía eco de la doctrina de la Seguridad Nacional, y que obedeciendo a los dictados
de la Conferencia de Punta del Este al hablar de reforma agraria, aupó en el campo la
lucha por la tierra, ante el fracaso de hecho de las políticas oficiales.

Será este el tiempo de los campesinos, los estudiantes y los marginados de las ciuda-
des apiñuscados en ellas, por el urbanismo creciente y la concentración de la tierra
que estimuló la violencia. La clase obrera, desarticulada por Alberto Lleras desde
1946, irá en barrena, y su papel protagónico será más bien excepcional, sujeta a las
camarillas, convertida en caja de resonancia de las guerrillas.

Esta es la superficie socio-política, cultural y económica de un proceso que lo subya-


ce, una reforma continental de la estructura capitalista, como lo apuntaba, entre otros,
Julio Godio:

En la década de los 60 se hacen sentir nuevos cambios ... caben mencionarse


fenómenos socio-económicos de importancia como el término generalizado de
la fase de la sustitución de importaciones una mayor presencia de las empresas
multinacionales que inciden en la rapidez del proceso de la industralización, el
abultamiento generalizado de la deuda externa, en suma la reintegración ace-
lerada de las economías latinoamericanas a la economía internacional sobre
nuevas bases” (Godio, 1982).

Pero el universo artístico cultural de la reforma que camina está hecho a medias tintas,
con todo y la violencia vivida. Vale pues la pena citar a Darío Ruiz Gómez, “Colom-
bia la Generación de 1950: un necesario balance”. Allí se lee:

Emmanuel Caraballo señalaba, atinadamente la continuidad que una obra


como Cien Años de Soledad tiene respecto al mundo de Tomás Carrasquilla.
Y es claro que en un país, donde los conflictos sociales no han sido profundos,
donde ni son ciertas esas presuntas dicotomías que pretenden establecerse en-
tre lo antiguo y lo moderno, entre lo urbano y lo rural, ese ámbito de sueños,
nostalgias y mitos sigue viviendo en terrenos casi inmodificados. Porque se da
un paso, salimos de nuestra ciudadela de “civilizados”, y lo que sigue ahí es
el azar, la violencia, la febril irracionalidad: este reino de lo estrambótico, del
despropósito (Ruiz Gómez, sin año).
133
[ Educación pública superior, hegemonía cultural y crisis de representación política en Colombia (1842-1984) ]

El comentario lo hacía Ruiz Gómez para introducir una impronta entre lo que trajo el
urbanismo a Colombia y los facilismos comparativos con el resto de América. Para
sostener que aquí se produce una transición, en la que los polos en vez de aparecer
como contradictorios, se necesitan y se suplantan mutuamente. Es el fruto del hecho
político que encarna una hegemonía burgués terrateniente invicta, dispuesta a cobrar
caro cualquier reforma. Y de ello y en ella se nutre la intelectualidad colombiana que
creció en ese singular proceso de hibridación. La modernidad colombiana tiene en
todas sus manifestaciones una cierta huella de anacronismo; es lo que en la política
bautizó Antonio García como “la república señorial”.

En la otra orilla está el sector tradicional, que aceptando el desarrollo capitalista, quie-
re mantener el control de los aparatos educativos y evitar los desbordes por fuera del
liberalismo y el conservatismo, luego de la sangría popular a que tuvo que acudir para
sofocar un movimiento popular que cuestionaba en tono amenazante su hegemonía
política, conducido por universitarios envalentonados por el verbo y los desplantes del
último caudillo radical, Jorge Eliecer Gaitán.

El periplo del Plan Atcon en América Latina

Para la intelectualidad desarrollista, la biblia en educación era Estados Unidos de


América con su embajador Rudolph Atcon y su procónsul Felipe Herrera. Una pri-
mera contribución fue “el informe Atcon sobre las Universidades Latinoamericanas”,
que reprodujo la revista Eco, de Bogotá, y que fue objeto de un detallado comentado
por el historiador liberal Jaime Jaramillo Uribe.

De aquel comentario extractamos las tesis de Atcon y sus réplicas (estas no eran
subrayadas):

1. Frente a lo que parecen ser rasgos predicables de todas las universidades de A.L.
[América Latina], hay que valorar los aspectos particulares de la vida universitaria,
por ejemplo, de Colombia.

2. El profesorado universitario es una oligarquía. En Colombia fue cierto hasta 1936.


Hoy la mayoría proviene de la clase media, el concurso es la excepción, y la norma
es el nombramiento directo, y la titularidad es un premio que llega con los años.

3. El prestigio de los doctores. Es un rasgo predicable de la cultura europea entre el


Renacimiento y la Revolución Industrial, herencia del concepto humanista de cultura.

134
[ Educación superior y revolución pasiva, 1958-1985 ]

4. El feudalismo de las facultades y las dificultades de la departamentalización. El


caso de Colombia lo confirma, pues requiere una universidad organizada en forma
diferente: requiere adoptar el sistema de créditos, o la libre asistencia; y acabar
con la falsa especialización de las materias, que deben variar según se trate de
profesiones diferentes.

El mismo plan Atcon continuaba con ocho mandamientos para la reforma con domi-
nio ideológico estadounidense:

5. La exagerada ampliación de los planes de estudio. Se busca instruir en todo y no en


lo básico. Por ejemplo, 10 disciplinas por año y un promedio de 25 horas semanales.

6. El impulso a la especialización y la disciplina en grupo. Enfrentada a la dispersión


y al amor por las ideas generales.

7. El restablecimiento de la disciplina y el sentido jerárquico. Para combatir el flojo


temple latinoamericano, en palabras de Jaramillo Uribe, ayudado por la falta del
servicio militar.

8. La excesiva intervención de los estudiantes en la dirección universitaria. La


participación estudiantil, descontados ciertos excesos, ejerce un papel positivo, y
no puede equipararse “a la de un espía en el estado mayor de un ejército”. Aunque
debe deslindarse el campo entre la redención social y la preparación académica.
Es partidario con Helmut Schelsky de “reivindicar el derecho a la soledad para el
profesor universitario”.

Cierra Jaramillo Uribe su comentario analítico con esta sentencia: “Que los políticos
y los apóstoles de la redención social crean que es un deber de la juventud estudiosa
convertirse en una fuerza política beligerante, tiene su explicación y su lógica. Que lo
crean y estimulen quienes tienen en sus manos la dirección educativa, es algo que solo
puede llegar a producir resultados catastróficos” (Jaramillo Uribe, 1966).

En otro ensayo, aparecido también en el mismo número de la revista Eco, “La reforma
universitaria”, el propio Rudolph Atcon definía el desarrollo de la universidad:

a. Tradicional: escuelas y facultades profesionales, aisladas y con autarquía


administrativa, didáctica, financiera y de personal.
b. En transición, cuando hay cierta coordinación estructural y administrativa.
c. Integral, cuando hay una administración central, e intervinculación entre enseñanza,
investigación y extensión al servicio de todas las carreras.

135
[ Educación pública superior, hegemonía cultural y crisis de representación política en Colombia (1842-1984) ]

Él introducía también el criterio de lo que entendía por reforma integral en lo educati-


vo, bajo tres facetas: estructura, administración y lo académico-científico. Y aclaraba:
“Con política la reforma estructural y administrativa de cualquier universidad no tiene
nada que ver, considerando que estos asuntos son puramente técnicos de investigación
en los campos pedagógico y sociológico, y no materias candentes para alimentar la
demagogia...” (Atcon, 1966)

Para Atcon, “El contenido de la reforma académica, sin embargo admite la posibili-
dad de una politización del medio ... La comunidad, decidirá sobre la orientación que
quiere dar a su enseñanza y si lo hace mal, el azar es de ella ... si estamos de acuerdo,
que no convienen las interferencias desde fuera, de intereses ajenos a la nación...”
(Atcon, 1966).

Para él la mayoría de las instituciones superiores en América Latina se acercaban a


lo sumo a la segunda etapa del desarrollo educacional; sus consideraciones “exclu-
sivamente” técnicas eran encubridoras de su misión política y pronunciadas en un
contexto socio-político por sí solo revelador del dilema: la politización creciente de la
intelectualidad de cuño pequeño-burgués ante las falacias del desarrollo económico,
preconizado por el Banco Mundial y el BID y, su cabeza, la Misión Rockefeller.

Por momentos, el pragmatismo de Atcon deja colar su visión al servicio del imperio
estadounidense. Por ejemplo: “Así es que, antes de la reforma científica, viene la refor-
ma estructural, la integración de los currículos y el aumento numérico...el perfecciona-
miento de la calidad y una real economía de los recursos siempre limitados...” (Atcon,
1966). A pesar de que él mismo hablara de la emancipación nacional en correlato con la
investigación científica; en la época del cambio incesante tecnológico y científico, ad-
ministrado por las potencias centrales de los dos grandes bloques geopolíticos. Cuando
explicita los conceptos en torno a la presión de los movimientos estudiantiles:

Con vehemencia e intolerancia poco académicas él rechaza, de plano, cualquier


tentativa de encontrar y ampliar soluciones verídicas como:

a. un intento a la subversión - sin decir que;

b. una entrega al imperialismo - sin darse cuenta a cual, o

c. una conspiración de los reaccionarios, a su favor (Atcon, 1966).

136
[ Educación superior y revolución pasiva, 1958-1985 ]

Acepta después, que el problema universitario es universal, “aunque sujeto a su propia


interpretación ... necesitamos, en primer lugar, una explicación coherente y consistente
del fenómeno actual de una rebelión en escala mundial de los universitarios contra la pro-
pia universidad, de los jóvenes contra cualquier autoridad” (Atcon, 1966). Para intentar
una salida biologista a tal crisis, sosteniendo que puede ser atribuible “a leyes biológicas
que nos empujen al suicidio colectivo e individual, porque nuestra especie ultrapasó el
límite regulador de su relación cuantitativa con el espacio vital que ocupa” (Atcon, 1966).

El escrito concluye con una propuesta de dimensiones planetarias, pero solo audible
en América Latina. Es la proclamación altisonante de la nueva hegemonía cultural,
aplicable a varios países, donde trabajó Atcon: Chile, Brasil y Honduras, principal-
mente: “parar, de inmediato, la tendencia disgregadora en nuestros sistemas educati-
vos y disminuir la reproducción biológica para restablecer el equilibrio ecológico”.

137
4
Ensayando la reforma
en Colombia, 1968 - 1984

L o que viene después tiene que ver con el intento de instrumentalizar la reforma
en Colombia, por intermedio de la misión contratada con la Universidad de Ca-
lifornia, un poco en silencio. El paquete que se preparaba estuvo oculto por el tiempo
en que el conflicto social universitario ocupó la escena nacional, y se escenificó prefe-
rencialmente en la administración Lleras Restrepo y la de Misael Pastrana, su sucesor
en medio de un fraude electoral

La agitación universitaria confluyó con un importantísimo movimiento de masas,


cuya dirección asumirá un intelectual tradicional, Camilo Torres Restrepo, capellán
de la Universidad Nacional. Luego de una intensa pesquisa sociológica, desembocó en
un cuestionamiento cristiano de la función de la Iglesia católica y en un acercamiento
entre cristianos y marxistas, que lo condujo a la plaza pública, a la renuncia del ejer-
cicio del sacerdocio activo y a la propuesta de constitución del Frente Unido. Pero,
¿cómo entendía el papel de la universidad y los universitarios?

Lucharán a escala nacional y contribuirán a que las masas tomen conciencia posi-
tiva del cometido. Los estudiantes son inconformes cuando entran a la universidad;
pero su reacción contra la burguesía es superficial... y traduce su inconformismo
en manifestaciones superficiales. Y ese estudiante, que no utiliza los símbolos bur-
gueses, tiene en su mente el ideal del profesional burgués. Los estudiantes deben
ser gentes decididas a crear conciencia en base de principios técnicos, sin grupo
y sin antigrupo. Deben ser nacionalistas, y sacrificar sus ambiciones por el ideal.

139
[ Educación pública superior, hegemonía cultural y crisis de representación política en Colombia (1842-1984) ]

Todavía Camilo Torres no se había vinculado a la lucha armada, y al ser preguntado si


la revolución sería violenta, contestaba:

Éticamente la violencia no se aplica sino con las siguientes condiciones: que se


hayan agotado todos los medios pacíficos; que haya posibilidad de éxito; que
los males que traiga consigo no sean peores que los que consigue; que un grupo
de gentes sensatas opinen en favor de ella. Además, para que haya violencia se
requiere dos grupos: una presión de la clase popular, contra una presión de la
clase dirigente.

Y al cuestionársele acerca de los componentes del cambio sociocultural, replicaba:

La presión ha de partir de la clase popular y tiene que ser la base de ese cambio.
Las decisiones en favor de la mayoría no las puede emitir un grupo minoritario.
Pero en las mayorías sólo hay actualmente una conciencia negativa, que se
traduce en la desconfianza a los partidos tradicionales ... Por eso en este gran
movimiento, lo primero que hemos de crear es una conciencia positiva. Y lo
segundo, una organización.

Camilo proseguía con su análisis: “Actualmente esas ideas se han divulgado pro-
fundamente y los partidos oposicionistas han logrado un acuerdo en torno a nuestra
plataforma”. Y al ser interrogado sobre el clericalismo en Colombia replicó:

el anticlericalismo es resultado del clericalismo, que es culpa de la Iglesia, pero


no solo de la Iglesia, sino de los políticos que han visto en la Iglesia una gran
fuerza de influencia en los demás (creo que la supervaloran), y viven en compe-
tencia de quien alaba más a la Iglesia; y esto da a la Iglesia el poder temporal,
que es lo que más la puede corromper.

Entró en conversaciones con la dirigencia universitaria de la FUN y en particular, con


militantes universitarios del ELN, como Julio César Cortés, Armando Correa, Jaime
Arenas, hasta convertirse en apoyo de la guerrilla. Después, con el fraccionamiento
del Frente Unido y el predominio del foquismo puro, Camilo abandonó la agitación
urbana integrándose a la lucha armada, en la que encontrará la muerte. Lara Parada,
un sobreviviente del ELN, ex alumno de la Universidad Industrial de Santander, esto
apuntaba en 1980 sobre el caso Camilo:

Del clero arrogante de levitas negras, sale un hombre que se rebela contra la
tradición moral y política. Es el hombre que el pueblo busca ... Encuentra eco
en las clases medias y populares, porque no es una figura impuesta ... Camilo
140
[ Ensayando la reforma en Colombia, 1968-1985 ]

sabía que la revolución sería realidad combinando un trabajo integrado polí-


tico-militar. También por azar sabe el enemigo que está comprometido con el
ELN (Lara Parada, 1980).

Lara Parada cita un hecho histórico importante, luego de producirse la muerte de Ca-
milo en el combate de Patio-Cemento:

Tras la muerte de Camilo la guerrilla se retira con una derrota incalculable.


Después de tres días se reúnen en el cerro de los Andes. A los ocho días se em-
prende el análisis ... Julio César Cortés y el médico Hermidas Ruiz ... en cierta
forma responsabilizan a Fabio de la muerte de Camilo... En ese momento se
abren dos sectores y una crisis que revienta con la famosa división del ELN
en 1967 y que conlleva la muerte de Ayala y la escisión de Aguilera. A Medina
Morón lo fusilan en Enero de 1968.

Aquella vez también juzgaron a Ochoa y Cortés, y sirvió de fiscal Jaime Arenas.
Sufrirá entonces el más duro revés la guerrilla, y la intelectualidad universitaria
revolucionaria vinculada a ella. Y será el comienzo de un largo fin de la experiencia
foquista, ahora reducida a los desfogues anárquicos de minorías, que movilizan a
las masas por objetivos inmediatos, eminentemente políticos, sin perspectiva dife-
rente a la agitación.

Vino luego la desintegración, por decreto presidencial, de la FUN. Esta organización


empezó a figurar cuando condujera la lucha de la Universidad de Antioquia, decre-
tando un paro nacional de solidaridad para presionar una solución al conflicto, en el
cual murió el estudiante Useche, que se extendió hasta julio de 1965, fecha en que
se logró llegar a un acuerdo con el presidente Valencia y los ministros. Bástenos re-
cordar: la Universidad de Antioquia fue una de las seis que empezó a implementar el
Plan Atcon, con el establecimiento del Instituto de Estudios Generales, orientado por
Antonio Mesa Jaramillo, quien argüía:

El sistema viene desde la Edad Media... ha venido evolucionando...Si han co-


piado algo de los Estados Unidos, es porque en ese país es donde más se ha
investigado sobre la problemática de la educación moderna. Ahora bien, los
“americanos” no tienen injerencia alguna en la marcha del Instituto. Que rea-
lizan muchos estudios, rinden informes y hacen sugerencias, es cierto. Pero es
aquí donde se analiza y se piensa y donde se decide la aceptación o el rechazo
(entrevista de Alberto León Gómez).

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[ Educación pública superior, hegemonía cultural y crisis de representación política en Colombia (1842-1984) ]

Después vino el enjuiciamiento de Jaime Sanín Echeverri, conservador, presidente


de la Asociación Colombiana de Universidades. Decía él, a raíz de las actuaciones
de la FUN:

Es necesario encauzar el sentimiento de rebeldía, de inconformidad propio de


la juventud ... De ahí el papel tan importante que pueden jugar los Consejos
Estudiantiles. Su papel debe ser fundamentalmente académico ... Quemando un
bus no se consigue otra cosa que perjudicar a un pobre trabajador ... Es algo
que se repite con frecuencia en Lima, Caracas, La Paz, México ... pero que hay
que solucionarlo con estilo universitario ... Para mí el mayor enemigo que tiene
la universidad hispanoamericana es el anarquismo. No le tengo miedo al comu-
nismo en la universidad ... tanto los comunistas como los que no lo son deben
respetar los reglamentos y las leyes universitarias...

Tanto en lo que pregonaba Mesa Jaramillo como Sanín Echeverri se notaba a las cla-
ras la presencia del discurso atconiano en trance de implementación lenta y mañosa.

Después estallaba un conflicto en la Universidad del Atlántico con enfrentamientos


entre Ejército y estudiantes, que dejaron varios heridos, y a donde tuvo que acudir a
manera de mediador el mismo presidente de Ascun. Y luego en la Universidad del
Tolima, donde se reclamaba por la devolución a la institución de los terrenos de la
Granja Experimental de Armero. Fue un paro que pasó de los 40 días, siendo objeto de
análisis en la IX Asamblea Estudiantil de la Universidad Nacional; presidido entonces
el Consejo Superior Estudiantil por Armando Correa, militante que fuera del ELN.
Asistía también el presidente de la FUN en el año de 1966, Jorge Posada, que tenía la
sede en la ciudad universitaria. En aquella oportunidad, entre el 21 y el 24 de abril de
1966, Armando Correa, incluía estos datos en su informe:

Se apoyó el movimiento de mayo que tuvo origen en la Universidad de Antio-


quia. Durante ese movimiento se movilizaron 3.000 estudiantes diariamente ...
organizados en brigadas. Se apoyaron movimientos obreros y gremiales como
por ejemplo el de la Universidad Pedagógica de Tunja y el paro de transporte.
Se realizó una movilización del 8 y 9 de junio y una movilización silenciosa en
homenaje a Camilo Torres en la que tuve el honor de leer su última proclama.
Fuimos solidarios con la huelga de maestros.

En aquella oportunidad hicieron la siguiente propuesta las comisiones:

Democratización de la educación, acabando con el analfabetismo; autonomía


universitaria, dándole a la U. la facultad de autogobernarse ... mediante un
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[ Ensayando la reforma en Colombia, 1968-1985 ]

cogobierno y una autonomía económica; cátedra libre, lo que significa la ga-


rantía de discutir, exponer y transmitir las diversas corrientes de pensamiento.
De este último postulado se desprende la libre investigación y viene perfeccio-
nado por la cátedra paralela, la cátedra por concurso y la libre asistencia a
clase ... se propuso una modificación substancial de la Ley 65 de 1963 y modifi-
caciones al reglamento interno de la U. Nal en sus artículos 1, 7 y 10.

En esas jornadas hizo presencia, otro grupo juvenil, este de extracción prochina, el
FRES, enemigo acérrimo de la JUCO, nacido al interior de la FUN con estudiantes de
la U. Nacional de Bogotá. Se definían como: “una organización estudiantil antioligár-
quica y antiimperialista, que busca encauzar el descontento del estudiantado hacía una
actividad consciente y revolucionaria, en contra del sistema; con idénticos fines aspira
a consolidar la unidad obrero-estudiantil”. Tenía militantes en Bogotá, Medellín, Buca-
ramanga y pugnaba por organizarse en la U. Libre contra la cerrada resistencia de los
“jucos”. El FRES, creado en julio de 1964, disputó la presidencia del Consejo Superior
de la U. Nacional postulando a Ernesto Calderón con suplencia de Álvaro Concha.

Era una alianza dominada por la JUCO, que propuso a Antonio Hernández Gamarra
y Adid Numa. Estos triunfaron, 71 contra 35, y 4 votos en blanco. Así terminó la IX
Asamblea: dos líneas de acción, una que aspiraba a obtener reformas sin que la re-
volución se diera de inmediato y, la otra, que abogaba por el poder mediante la lucha
armada y resolver así la cuestión universitaria. Surgió la fórmula mediadora de Ar-
mando Correa, partícipe del Frente Unido y del ELN, evitando la inmediata división
de los estudiantes.

Pero la FUN estaba herida de muerte, en su punto neurálgico: El Consejo Superior


Universitario de la U. Nacional; dividida ideológicamente, fácil fue su desintegración
por el gobierno de Lleras Restrepo. El MESC, movimiento estudiantil social-cristia-
no, el 30 de abril de 1964, en sus “Reflexiones sobre el movimiento estudiantil y la
FUN con motivo del III Consejo Directivo de la Federación Universitaria Nacional”,
exigía a la FUN: neutralidad, democracia interna y representatividad:

No puede ser instrumentalizada por un grupo en particular o una coalición de


grupos, sino promover los intereses comunes a la mayoría de los estudiantes ...
debe respetarse el derecho de las minorías a participar en ella y en su gobierno
... La FUN debe ser la única entidad estudiantil que represente a la totalidad de
los estudiantes colombianos.

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[ Educación pública superior, hegemonía cultural y crisis de representación política en Colombia (1842-1984) ]

El MESC tenía presencia activa en las tareas de la democracia cristiana, y sus diri-
gentes eran todos de la U. Nacional: Jaime Niño Díez, Lucía Tarazona, José María
del Castillo, Pablo I. Valero y Hernando Torres, y decía tener influencia en doce
universidades. Lo cierto era que su peso era secundario entre las fuerzas que po-
líticamente se disputaban la hegemonía entre los estudiantes y que sus exigencias
resultaron proféticas. En conjunto, los estudiantes universitarios convirtieron las ins-
tituciones públicas y privadas en caja de resonancia para el reclamo por reformas; los
más radicales publicitaron la idea de que las reformas sólo serían posibles haciendo
la revolución. Ello significaba un rechazo a la clase dirigente y dominante, a la alian-
za burgués-terrateniente.
Ambas fracciones políticas estudiantiles se cobijaban con un hálito nacionalista,
al sentir en la propia carne la hegemonía del imperio, que desde 1911, para Suárez
se traducía en el latinismo “respice polum”, mirar hacia el polo. Una traducción
de la realpolitik imperante que por temporadas soliviantaba los ánimos de los
mismos liberales de corte nacional, sin pasar a mayores.
La clase dominante, perdido parte del consenso sobre la intelectualidad intermedia
con la universidad en su contra, lo primero que hizo, en realidad, fue aliarse con el
MRL, orientado por un sector burgués progresista, dándole cabida al opositor López
Michelsen. Aceptó para la reforma constitucional en proyecto, ciertas ideas, las menos
riesgosas, en el cuerpo de la añeja estructura de 1886; curioso modelo de monarquía
con forma republicana.
La reforma pacífica operó fácilmente en las capas intelectuales superiores, y los
sectores de la base quedaron a la deriva; sus eventuales dirigencias, mayormente
estudiantiles, obligadas a plegarse o a recorrer solas la vía de la revolución. Hundida
la táctica del Frente Unido, se convirtió en revolución armada como proyecto domi-
nante, exigiendo de las capas urbanas, de intelectuales insumisos, la conducción de
un levantamiento campesino en por lo menos dos variantes.
A quien correspondió sofocar la amenaza de revolución y reprimirla, Carlos Lleras
Restrepo, luego de reincorporar al frente burgués a su sector reformista procedió a
desintegrar la protesta pequeño-burguesa. Él buscaba con el nuevo liberalismo re-
cuperar o al menos neutralizar la espina dorsal de la organización de la cultura, del
aparato de la hegemonía, que aparecía puesta al servicio de la subversión cultural y
política. Entre tanto hubo movimiento estudiantil que aportó sus miles en la protesta
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[ Ensayando la reforma en Colombia, 1968-1985 ]

urbana, sirviendo de base, incluso, para los nuevos movimientos de la izquierda na-
cional de impronta cosmopolita.

Apenas a 25 días de asumir Lleras Restrepo, antiguo líder estudiantil reformista, dio
comienzo a la táctica contra la intelectualidad rebelada, buscando aislarla de sus bases,
el grueso del estudiantado acantonado en la universidad pública. En la primera presenta-
ción, con el persuasivo remoquete “Amigas y Amigos” diría que el gobierno rechazaba:
“la agitación promovida ... por grupos de agitadores, que se toman la vocería de todo el
estudiantado, y que desde hace mucho tiempo y con una gran frecuencia perturban la
vida de los claustros con permanentes huelgas y agitaciones” (Lleras Restrepo, 1970).

Al unísono, el presidente arremetía contra el máximo organismo de los estudiantes en


lucha, la FUN:

Hay una entidad, que no sé si tenga personería jurídica, contra la cual he visto
numerosas protestas de estudiantes, que se denomina a sí misma Federación
Universitaria Nacional... Esa entidad, al parecer, me ha formulado un ultimá-
tum para que resuelva todas sus peticiones de acuerdo con sus deseos, en un
plazo perentorio... El gobierno se entenderá con los estudiantes que quieran ha-
blar respetuosamente con él, con los miembros de los Consejos Universitarios.
Pero ante él no será en lo futuro, en ningún momento, interlocutor la llamada
FUN... (Lleras Restrepo, 1970).

El trasfondo de este primer pronunciamiento era el conflicto con los estudiantes de la


Universidad de Antioquia, que recibió la solidaridad de la FUN, y que además durante
la huelga produjo daños superiores a los 500.000 pesos. Se reincidió en el conflicto,
porque a pesar de las promesas del anterior gobierno, de Guillermo León Valencia, en
julio de 1965, cuando se levantó el paro universitario, estas no se respetaron ni se rea-
lizaron. Pasado algo más de un año, se intentó la nueva presión en uno de los puntos,
universidad de enclave, como la llamó Germán W. Rama, en que se ensayaba el plan
básico: la Universidad de Antioquia.

Ahora ya no había conversación, tan solo una altanera y desafiante descalificación de la


FUN, aprovechando el momento político de dispersión y disensiones internas, “aupados
por las críticas a los caminos de la revolución”, cuestionados ahora con más ardentía
con la cercanía de la muerte del principal ideólogo y conductor de las masas urbanas,
Camilo Torres. Se atrevió a realizar un acto provocador culminante: visitar en compañía
de John Rockefeller, el Laboratorio de Investigaciones Universitarias de la U. Nacional,

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[ Educación pública superior, hegemonía cultural y crisis de representación política en Colombia (1842-1984) ]

donde tenía la sede la FUN. Aquella vez se lanzaron guijarros contra la comitiva presi-
dencial, y, el 27 de octubre de 1967, Carlos Lleras hablaba así de lo acontecido:

Soy enemigo de la universidad que tratan de crear los comunistas, la univer-


sidad intolerante, contraria a las ideas liberales... que yo defendí desde mi ju-
ventud. Defendía la libre discusión de todas las ideas en los claustros ... Fui a
defender en la Facultad de Derecho la cátedra libre ... La universidad comunis-
ta es otra cosa. La que nos quieren imponer, o que nos han querido imponer los
jovenzuelos agresivos de la FUN ... Pero tenemos el deber de defender a esos
jóvenes contra la tiranía del fanatismo (Lleras Restrepo, 1970).

El presidente ordenó la primera ocupación militar de la U. Nacional. El rector Guiller-


mo Rueda Montaña declaró, el 20 de octubre de 1966, en reportaje a El Tiempo: “la
inviolabilidad de la universidad se acabó”. Acompañada del apresamiento de 76 estu-
diantes, sujetos a investigación por el Comando de la Brigada de Institutos Militares.
Se refirió luego a la trascendental medida por él adoptada: “...a quienes se extrañan
porque la fuerza pública penetró en los campos de la ciudad universitaria por orden
personal mía ... les quiero decir que no tienen por qué extrañarse”.

En la disputa por la autonomía universitaria, el argumento seguía:

Aún en el supuesto de que los terrenos de la ciudad universitaria, que es un


establecimiento público, se asimilaran enteramente a una propiedad privada, la
Constitución autoriza a que se pueda penetrar a cualquier propiedad privada
si allí se refugia gente sorprendida en flagrante delito ... me extraña mucho que
haya profesores de la universidad que crean que pueden abstenerse de condenar
a los delincuentes, y, en cambio, se lamenten de que la fuerza pública haya pe-
netrado en la universidad para contenerlos... (Lleras Restrepo, 1970).

Esta acción, que acabó con la autonomía universitaria en su sentido clásico, liberal,
estuvo acompañada –recuerda Fernán Torres León, estudioso del periodo– del dic-
tado de otros decretos: el 2687 de 26 de octubre de 1966, que suspendió el Consejo
Superior Estudiantil de la U. Nacional, que presidían Antonio Hernández Gamarra y
Adid Numa, y, con el anterior decreto, vino el 2688 que disponía sanciones contra ac-
tos colectivos de agresión, ataques a vehículos, retención de personas, uso de piedras
y cocteles molotov.

Tampoco sobra comentar el primero del paquetes de decretos, el 2686, que refirién-
dose al orden público proscribía los viajes a Cuba, el confinamiento de personas

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[ Ensayando la reforma en Colombia, 1968-1985 ]

sospechosas, las sanciones a las publicaciones atentatorias contra el orden público.


Lo anterior develaba claramente la táctica gubernamental de golpear al movimiento
estudiantil, foco beligerante de la agitación, para pasar luego a asumir un tratamiento
que no distinguía entre estudiantes y demás nacionales, sujeto a la coartada del orden
público perturbado.

Se pasaba sin ambages a golpear de lleno el movimiento popular supérstite, ahora en


indiscutido reflujo. Esto era necesario, porque las condiciones exigidas por el FMI,
ante una etapa de crisis en el orden internacional, en Latinoamérica, particularmente,
obligaban a tomar medidas que golpearían a la población, propiciando nuevas pro-
testas. Era conveniente desmantelar la intelectualidad potencialmente conductora de
aquellos estallidos espontáneos por venir.

Sin embargo hubo nueva protesta, con ocasión del alza en los transportes, en junio de
1967, y tuvo dimensión nacional.

Este fue el análisis lapidario del presidente Lleras Restrepo, adalid del desarrollismo
nacional:

Probablemente algunos estudiantes se afectan con el mayor costo del transpor-


te. Pero la carga económica no resulta excesivamente grande ... Pero se hizo,
como era de esperar, el bochinche en la ciudad universitaria, por un número
insignificante de estudiantes. El 99% de estos no participan del ánimo pertur-
bador y quieren estudiar ... me indigna esto y me indigna cierta falsa sensiblería
en las gentes que se llenan de indignación cuando un estudiante recibe un ga-
rrotazo en una de esas peleas provocadas por ellos.

Así se expresaba el líder estudiantil de los años veinte, ahora presidente en funciones:

Todo lo que sucede en el curso de esos choques es de la responsabilidad exclu-


siva de quienes los promueven ... es muy posible que algunos sufran en lugar de
sufrir los culpables. El gobierno no está dispuesto a permitir que se entronice
de nuevo el desorden, y vamos a castigar con severidad a los que resulten cul-
pables de promover semejantes hechos ... Sé que se quiere provocar una situa-
ción de perturbación y haremos frente si se presenta. Las Fuerzas Armadas y el
gobierno están listas para ello... (Lleras Restrepo, 1970).

Otra voz, la del líder juvenil de la JUCO en la U. Nacional, Jaime Caicedo, secretario
del Partido Comunista, se pronunciaba en la revista del Partido, desde su reclusión
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[ Educación pública superior, hegemonía cultural y crisis de representación política en Colombia (1842-1984) ]

en la cárcel modelo de Bogotá. Él buscaba caracterizar la protesta estudiantil en la


coyuntura:

Los hechos políticos que crean los estudiantes tienen que ver ante todo con
la agitación: su efectividad no va más allá ... las acciones estudiantiles son
político-agitacionales (dijimos que la ideología era activa) ... No vemos por
ninguna parte los hechos insurreccionales ... La agitación del pequeño grupo ...
no mueve a las masas populares a actuar (Caicedo, 1966).

Los subrayados enuncian puntos importantes del discurso, orientado en parte a definir
la política para la juventud estudiosa, implementada por su partido; en cierto sentido
reclamando especificidad y límites para sus reivindicaciones.

Por oposición, la corriente revolucionaria, actualista, pensaba la agitación como pre-


supuesto de la insurrección, o al menos, de la participación popular. Ambas, operan-
do al interior del estudiantado, polos de una misma contradicción, la del periodo,
calificado o no como revolucionario. Junto al trato por el gobierno de la universidad
como un problema militar, se empleó la fórmula del cierre, embozada, aunque nadie
la creyera. Esto señalaba el presidente en la crisis:

el gobierno no cerró la universidad como suelen decir algunos. El Consejo Di-


rectivo, en vista de la situación que se había creado, anticipó las vacaciones ...
Fueron agitadores estudiantes suficientemente conocidos quienes provocaron
los incidentes ... realizando una asonada; atacando a la policía militar y a la po-
licía nacional. Esta tuvo que penetrar a los predios de la ciudad universitaria...
Pero se provocan los incidentes para presentar al gobierno como enemigo de la
universidad. A un gobierno íntimamente ligado a ella ... que la ve como medio
abierto para que un número mayor de colombianos, sobre todo los salidos de las
clases populares, alcancen los niveles directivos de la sociedad colombiana...
(Lleras Restrepo, 1970).

Aquí aludía hipócritamente a uno de los hechos de la rebeldía estudiantil, el cuestio-


namiento práctico de la realidad de convertirse los miembros de la pequeña burguesía
que accedían, sobre todo, a la universidad pública, en dirigentes de la sociedad. En
cuanto a los cierres universitarios, proliferan a partir de esa fecha, sin ningún reato de
conciencia. El Ejército nacional, plenamente identificado con los dictados de la “segu-
ridad nacional”, cuando fue “invitado” a invadir los campos, lo hizo con puntualidad
religiosa, apoyado por la fuerza disponible de la Policía. En mayo de 1968, en otra
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[ Ensayando la reforma en Colombia, 1968-1985 ]

alocución, se refirió a la extinción del “derecho a la huelga estudiantil”, ejecutada en


el papel, por su gobierno:

...en el año 66, cuando estaban tan alborotados algunos estudiantes ... se
dictó un decreto para impedir que acudieran a los sistemas de huelga y se
les dijo: si hacen huelga y no hay clase por movimientos de indisciplina
colectiva, cada día en que no haya clase se les computa como falla triple ...
se ha hecho correr el rumor de que no se le va a aplicar, que esa norma es
inconstitucional...

El decreto se va a aplicar; se está aplicando. Desgraciadamente ya se ha teni-


do que cerrar el Colegio Santander en Bucaramanga ... Cuando se inició esta
administración estaba en otra huelga como la de ahora. Hay dentro y fuera
del colegio, lo mismo que dentro y fuera de la universidad, gentes empeñadas
en mantener una agitación malsana ... En la Universidad de Santander están
también en huelga... han adoptado una táctica nueva, la de decir que no están
en huelga, que simplemente permanecen en los locales pasivamente; pero la
verdad es que no dejan dar clases y se ha tenido que clausurar ...

Las palabras del presidente desarrollista eran de franca amenaza, cual Jupíter tonante,
quien había sido en los años veinte dirigente de juventudes estudiantiles y experimen-
taba su contracara:

Quiero decirles que los tenemos como se suele decir, chequeados, y que el
Consejo de Ministros ha dado la correspondiente autorización para retener
a las personas ... Pero necesitamos que no nos perturben los agitadores; que
los muchachos y los padres de familia entiendan el gran esfuerzo nacional
que se está haciendo para aquellos que son verdaderamente privilegiados en
comparación con el conjunto de una población que no alcanza a educarse en
su mayor parte ... Si se hallan defectos procuraremos corregirlos... (Lleras
Restrepo, 1970).

La cita probaba que el proceso de agitación estudiantil involucraba a múltiples estu-


diantes, que las actitudes represivas no evitaban las vías de hecho y cómo el estudian-
tado enfrentado a la negativa del gobierno, cambió la huelga por resistir pasivamente
en los salones.

Esto informaba Lleras Restrepo, sin quererlo, sobre la penetración imperialista, levan-
tada como consigna eje de la protesta en 1971:

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[ Educación pública superior, hegemonía cultural y crisis de representación política en Colombia (1842-1984) ]

...El gobierno nacional ha ayudado a contratar y ha dado su garantía, a una


serie de empréstitos: La U. Nal. los ha recibido en 1964 por US$1.100.000
y en 1966, ya bajo este gobierno, se firmó el contrato de empréstito ... por
un valor de US$7.700.000 ... A la Universidad del Valle, que había recibido
US$500.000 en 1965, se le acaba de garantizar ahora mismo un empréstito
de US$6.600.000; a la Universidad de Antioquia otro de US$5.300.000 ... A
la Universidad de los Andes, se le va otorgar garantía oficial para un em-
préstito por US$1.000.000. Total, que el Estado en los últimos cuatro años ha
otorgado su garantía por US$22.200.000, al tiempo que los aportes oficiales,
nacionales, departamentales y municipales han pasado entre 1963 y 1968 de
135 millones a 344 millones de pesos...

El presidente prosigue el inventario de la educación, con el profesorado:

Los profesores que en 1960 eran solo 2.954 llegaron en 1967 a 8.190; y los de
tiempo completo y dedicación exclusiva, que en 1960 ascendían solo a 624 en
todo el país, ya eran en 1967, 2.841 y hoy (1968) deben estar por encima de
tres mil ... si comparamos en los institutos de educación superior los años 66,
67 y 68 con 1957, vemos que en el año últimamente citado teníamos solo 15.000
alumnos en educación superior y hoy tenemos un poco más de 60.000. El aporte
del gobierno central que era en 1957 de 35 millones, subió a 203 millones; el
aporte para la U. Nal., que era de 10 millones, es hoy de 82 millones, fuera
de los empréstitos ... podríamos agregar algunos otros datos interesantes. Por
ejemplo, las universidades en el país, que eran en 1948 once, hoy son 28; el total
de facultades que en 1948 eran de sesenta, es hoy de 253, y el total de carreras
que solo era de 21 es hoy de 84... (Lleras Restrepo, 1970).

Finalmente, el presidente del desarrollo con orden, anunciaba al país y a los estudiantes:

Este año... será, aparte del año de la intensificación de la reforma agraria y


de la reforma administrativa, un periodo que consagraré ... principalmente
a los problemas universitarios ... Necesitamos eso sí, tranquilidad, que no se
nos perturbe, que los agitadores no se mezclen para dañarlo todo ... Aconsejo a
los muchachos que se lean el informe del Banco Interamericano de Desarrollo
sobre A. Latina. Allí se declara que entre los países del hemisferio el que ha he-
cho en los últimos tiempos un esfuerzo más decidido por mejorar su enseñanza
superior es Colombia... (Lleras Restrepo, 1970).

El informe fue leído atentamente, y, en conjunto con el plan Atcon, eran los pilares
de una política social que reforzaba el sentimiento antiimperialista, antinorteameri-
cano entre las masas estudiantiles desorganizadas y fraccionadas por influencias de
izquierda de signo diverso. Se preparaba un nuevo combate antiimperialista, y en el
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[ Ensayando la reforma en Colombia, 1968-1985 ]

mundo parecían madurar las condiciones para un nuevo estallido de rebeldes y revo-
lucionarios, cuando el Estado de bienestar había alcanzado su máximo despliegue en
la posguerra, que hegemonizaban Estados Unidos y la Unión Soviética.

El mayo francés y las luchas internacionalistas

En lo internacional se producían los sucesos del mayo francés, así como las pro-
testas italianas del otoño caliente y los reclamos directos de los universitarios ale-
manes, bajo las directrices de Rudi Dustchke y Daniel Cohn Bendit, Dani el Rojo.
Ambos movilizaban la imaginación juvenil y la protesta social contra la guerra
y la corrupción del modelo del bienestar, que expandía el consumo a los propios
sectores del proletariado.

Esto lo recordaba y analizaba bien Herbert Marcuse, desde su reducto universitario


en la Universidad de California, convirtiéndose en un gurú de la contracultura, que
pronto se movilizaría de la costa Oeste al Este de los Estados Unidos, donde la Ivy
League sería sacudida por las protestas de Kent y la Universidad de Columbia, como
Berkeley en California.

En Europa, Italia era la más beligerante, con la alianza entre el nuevo proletariado y
los estudiantes, que eran liderados por diferentes formas de autonomía, y que predica-
ban abiertamente el rechazo al trabajo y el control y la democratización de la fábrica
fordista. A la vez, invadían con sus novedosas prédicas los intersticios de la sociedad
civil, cruzada y criticada por los nuevos movimientos sociales de mujeres, viviendis-
tas, gays-lesbianas y contrarios a las guerras imperialistas. Eran los años del plomo,
y se extendieron por una década, cuando fueron proscritos y combatidos mediante
fórmulas de terrorismo de Estado.

Adquirirían allí el contenido, las protestas críticas de la modernidad que hegemoniza-


ba el fordismo y el consumismo. Las denuncias lúcidas de Guy Debord y los situacio-
nistas adquirían actualidad y expresión en las calles y plazas del mundo capitalista y
socialista, donde Praga, en Checoeslovaquia, era el más elocuente estandarte. A esto
se unía la ruptura de China con la Unión Soviética, que puso en las calles de París a los
“maos” acompañados por el ícono intelectual más representativo del existencialismo,
Jean Paul Sartre y su compañera, Simone de Beauvoir, líder del feminismo europeo.
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[ Educación pública superior, hegemonía cultural y crisis de representación política en Colombia (1842-1984) ]

Todo tenía la marca de una protesta marcadamente anticapitalista; que en las condi-
ciones colombianas no pudo ser asimilada del todo, por la diversa condición de desa-
rrollo del país, en que las luchas se percibían en su sesgo eminentemente democrático
y nacional. Pero, también tuvo expresión y ganó momento bajo el tamiz de la genera-
ción del Estado de sitio y la dictadura civil, como lo calificaba la fracción socialista de
la nueva izquierda colombiana, que disputaba espacios a la vieja hegemonía comunis-
ta y a los movimientos guerrilleros de la nueva época.

Pero, unas y otras, las influencias internacionales sí contribuyeron a impulsar la for-


mación de los nuevos núcleos maoístas, socialistas y trotskistas en los centros más
modernos, del tipo universidad del Valle y de Antioquia, UIS, y claro la Nacional,
ejes de la implementación del Plan Atcon y los institutos de estudios básicos, que
eran su avanzadilla.

Aunque grupos como Crítica Marxista hablaron de que “la lucha democrática con-
ducía entonces a una lucha anticapitalista en general y antiimperialista”, los nuevos
credos reabrieron el debate sobre la formación social colombiana, su capitalismo o
semifeudalismo, y, por supuesto, para argüir sobre el curso inminente de la revolu-
ción en Colombia.

La ayuda extranjera, desde 1967, merecía observaciones críticas de esencial agudeza.


A ellas la izquierda contribuirá en panfletos y ensayos, al final de este periodo, y leídas
ahora permite comprender mejor el por qué de su rechazo violento.

Un testigo de excepción, Oscar Bonilla, representante del Consejo Superior de la


Universidad de Antioquia, donde para entonces estudiaba el actual presidente de
Colombia, proponía los puntos fundamentales para el análisis: “La proliferación
de las universidades privadas que hacen de la educación ‘libre empresa’ y dan
oportunidad al gobierno de descargar en ellas el peso del presupuesto para la edu-
cación universitaria”.

Allí se leía, que

En el periodo 1959-1964 la universidad oficial tuvo un incremento de alumnos


del 60% y la privada del 119%. La universidad es el reflejo de nuestra sociedad
y la crisis económica de la Nación tiene su imagen más clara y precisa en la

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[ Ensayando la reforma en Colombia, 1968-1985 ]

crisis universitaria. Incremento en las ayudas y préstamos extranjeros que han


permitido el desarrollo de la universidad privada y el abandono por parte del
gobierno de la universidad oficial. Traen consigo requisitos y condiciones que
ponen a la educación en lo que ha dado en llamarse “el coloniaje cultural”.

Un desenlace ambivalente

Bonilla decía para entonces,

Debe tenerse ante todo un criterio eminentemente nacionalista. Luchar por el


fortalecimiento de la universidad oficial y buscar la democratización de la edu-
cación superior... Las becas... que el becario debe ser primero que todo especia-
lizado en nuestro país para que tenga criterio y una conciencia eminentemente
nacionalista y además un conocimiento sobre las necesidades de la Nación. La
revisión de programas... realizados únicamente por elementos colombianos y
con el concurso de los estudiantes (Bonilla, 1967).

En paralelo, el presidente Lleras Restrepo publicitaba y defendía, ni más ni menos, la


introducción a fondo del conocido, desde 1967, como “Plan Básico de la Educación
Superior”; elaborado por un grupo de asesores de la Universidad de California, con
la filosofía e indicaciones del profesor Atcon. Se conoció primero como Síntesis de
Políticas y Normas, puesto a la consideración del ministro de Educación, Gabriel Be-
tancur Mejía, en 1967. “El famoso plan contenía veinte capítulos, en los que se definía
desde la educación superior hasta su financiación; desde el sistema y gobierno de la
educación hasta la localización de las instituciones”. (Diálogos Universitarios, 1967).

Había en seguida un cuestionamiento de la nueva organización universitaria:

la educación superior se dividía en universidades e institutos. Estos dedicados


a la admisión de egresados de nivel medio, para formarlos profesionalmente en
programas cortos, a la educación remedial y de adultos, y a facilitar a grupos
selectos de estudiantes la admisión a programas superiores de las universidades.

Por supuesto, se puntualizó más en las razones del Plan Básico, así:

Y habló el Plan Básico, de los siguientes, como objetivos universitarios: “For-


mar ciudadanos de alta cultura, capaces de entender con profundidad los pro-
blemas de su pueblo ... Proveer a la formación y graduación de docentes, in-
vestigadores y de los profesionales ... para el ejercicio de aquellos trabajos
153
[ Educación pública superior, hegemonía cultural y crisis de representación política en Colombia (1842-1984) ]

señaladamente importantes para los habitantes del país ... Ser consultores del
Estado y de los particulares en cuantas materias interesan al bien común ... no
influidas por interés distinto de la verdad. Dentro de un marco de universalidad
... realizar acercamientos con todos los pueblos del mundo, especialmente con
aquellos que pertenecen a la misma cultura por identidad de lengua, de historia,
de religión ... así como por la semejanza de instituciones democráticas y por la
vecindad territorial (Diálogos Universitarios, 1967).

Contra este plan se libró una lucha cerrada, hasta echarlo atrás por un tiempo, durante
la administración de Pastrana Borrero. De él logró implementar el doctor Lleras un
instrumento para el ejercicio del control y vigilancia de la educación, el Instituto Co-
lombiano para el Fomento de la Educación Superior (Icfes), con el Decreto 3156 de
1968, en la llamada reforma constitucional del mismo año. Despojó a Ascun del ejer-
cicio, en la práctica, de la función de vigilancia, a la vez que convirtió a la Universidad
Nacional en establecimiento público, en el cual el rector era nombrado directamente
por el presidente. Este hecho último, algunos, entre ellos Gerardo Molina, lo atribu-
yeron a un error en la redacción del texto y no a la voluntad de Lleras y sus asesores.

Los desórdenes estudiantiles continuaron. No valían las medidas represivas. En marzo


de 1969, Lleras parecía no desistir del propósito de cerrar las universidades:

En lo que va corrido del presente año, ha habido unos 22 desórdenes en las uni-
versidades y colegios, con toma de las aulas y los restantes edificios ... El gobierno
no es débil ...También se nos dice que estas cosas se están sucediendo en todas
partes ... Pues si el mundo está así está muy mal. ¿Qué se empeñan los estudiantes
en tomarse los colegios y las universidades? Pues dictaremos providencias para
que se cierren estos establecimientos. Si es que no les gusta estudiar se quedarán
sin estudiar ... No voy a dejar que siga creciendo como una bola de nieve el desor-
den, que se va trasladando de una parte a otra (Lleras Restrepo, 1970).

En el año de 1969, suprimido desde 1967 el Consejo Superior Estudiantil, el rector


Jorge Méndez autorizó su funcionamiento, que fue transitorio, hasta cuando recha-
zaron las conferencias de los políticos en campaña dentro de la U. Nacional, más las
protestas contra la visita de Rockefeller, que terminaron con su clausura y la expulsión
de la junta directiva. La clausura se mantuvo hasta las elecciones internas del 16 de
noviembre de 1971. El estudiantado, acéfalo y fraccionado en las diferentes vertientes
políticas de izquierda, actuará sin embargo hasta los sucesos de 1971, integrándose en
el Comité Nacional de Solidaridad, provisionalmente.
154
[ Ensayando la reforma en Colombia, 1968-1985 ]

La cresta de la protesta se alcanzó en la administración Lleras, con la nueva visita


de Nelson Rockefeller, delegado de Nixon, en mayo de 1969. La U. Nacional fue
invadida por el Ejército y se suspendieron las clases. Hubo vacaciones anticipadas
para los estudiantes del Externado que con los de los Andes y de la Libre participaron
en nutridas pedreas y denuncias. En la Universidad de Antioquia murió una persona,
luego de una manifestación que encabezó el rector.

En Cali, Pereira e Ibagué también hubo enfrentamientos; y rechazo a la visita impe-


rial en Montería, Cartagena, Barranquilla y Bucaramanga, donde estalló una bomba
en el Centro Colombo Americano. El gobierno, ahora, dejaba en manos del Consejo
Superior la solución del conflicto. En torno al real contenido y proyecciones de los su-
cesos de mayo de 1969, veamos dos enfoques: Los representantes estudiantiles de las
universidades de Medellín, en su comunicado suscrito el 30 de junio de 1969, dijeron:

... Se denunciaba de esta manera, ante todo el pueblo, la descarada penetra-


ción del imperialismo norteamericano en nuestro país, y además se demostraba
cómo el gobierno nacional –representante de las clases dominantes– es su alia-
do incondicional.

No cabe duda para los analistas y partícipes del movimiento, que estas protestas
... sirvieron a ese mismo gobierno para llevar adelante otros planes de su inte-
rés... impulso mayor al Plan Básico, solucionar en parte las graves crisis finan-
cieras de varias universidades. Se puede ver esto claramente en el caso de la U.
Nacional. (Medellín) ... el gobierno clausuró temporalmente la Universidad y
trató de establecer una serie de reformas ... la implantación del Plan Básico y la
penetración del Opus Dei y del imperialismo norteamericano ... A la inversa, la
U. de Antioquia no fue tan automáticamente azotada ... pues es ya un feudo del
Opus Dei y un modelo de universidad norteamericana...

La universidad rebelde

Bernardo García, el 9 de junio de 1969, por ejemplo, en su trabajo “La Universidad


Nacional: Universidad Rebelde”, presentado a la Comisión de Definiciones Básicas
de la Universidad, apuntaba lo siguiente acerca del sesgo internacional que tomaron
los acontecimientos universitarios, a partir de las conclusiones de Viña del Mar:

Los gobiernos latinoamericanos ... intimidados ante la ofensiva de Nixon que


pretendía adelantarse a los planteamientos colectivos de la Cecla, encontraron
155
[ Educación pública superior, hegemonía cultural y crisis de representación política en Colombia (1842-1984) ]

un pretexto para cancelar apresuradamente la visita de Rockefeller ... Se toma-


ron medidas precipitadas y se infló en forma inexplicable la protesta universita-
ria. Los estudiantes resultaron así los grandes apátridas y los gobernantes, pru-
dentes miembros de la gran patria panamericana, lograron reconstruir a través
del estudiantado la imagen del Che ... tan necesaria para negociar préstamos y
ayudas con los USA ... salvo la juventud del Copei venezolano, ningún partido
en el poder ... explicó a la opinión, la puja existente entre el delegado de Nixon
y la política colectiva planteada por primera vez en la historia del continente a
través de la Cecla (García, 1969).

Otra voz se unió al coro de los intérpretes, el grupo de Golconda, cuyo comité regional
produjo el documento “Llamamiento de clarificación a los estudiantes”, en junio del
mismo año:

No podemos condenar de ninguna manera la valiente actitud ... lo que no enten-


demos y francamente rechazamos es que los estudiantes caigan en el juego del
enemigo sirviéndoles en sus planes de represión para justificar su intervención
directa en A. Latina ... Volvemos a insistir: tienen la razón, pero no la posibi-
lidad concreta de realizar la historia ... La poca autoridad que nos da nuestro
trabajo nos obliga a plantearles como una exigencia histórica, la necesidad de
abandonar los métodos románticos de lucha donde se saltan etapas científicas
en el proceso real de la acción revolucionaria ... les proponemos el camino
arduo y difícil de ascender a las masas populares ... para comprometerse en la
liquidación de un sistema de violencia y de muerte, impuesto por el positivismo
y el pragmatismo capitalista (Comité Regional de Golconda, 1969).

Estamos en 1969, y se mantiene, acrecentándose, el enfrentamiento entre la imple-


mentación de la reforma educativa bajo el sello de Norteamérica y los estudiantes
rebeldes; primero orientados por el Partido Comunista, luego por el Frente Unido-
ELN, y ahora bajo la hegemonía de la Juventud Patriótica, organismo juvenil cons-
truido por el MOIR, que logrará la mayoría en la U. Nacional, luego de que los
marxistas-leninistas, orientados por el Frente de Estudios Sociales (FES) y donde era
predominante el Partido Comunista (ML) abandonaron, dedicándose a la constitución
del amplio frente de masas, en el que el estudiantado era la única realidad. Su influen-
cia teórica se calibra en las ocho ediciones de la publicación del Frente de Estudios
Sociales, que trabajaba en las perspectivas de la inmediata revolución colombiana.
Con el FES principista el estudiantado como conjunto perdió especificidad; aunque
ganaba a profundidad a los estudiantes más avanzados en reflexión y compromiso, se
colocaba por encima de las reivindicaciones inmediatas del grueso de ellos.
156
[ Ensayando la reforma en Colombia, 1968-1985 ]

En ellas enraizaron los grupos que dieron nacimiento a la JUPA, marxista-leninista,


aunque moderados: “Sol Rojo y Fusil, y, Combate”; ambos operantes de la U. Na-
cional. Decidieron publicar un periódico, Nueva Democracia, que en el número 1
propugnaba por “orientación proletaria en el movimiento estudiantil”. La JUPA recién
nacida optó por la reforma como efecto movilizador y creció entre el estudiantado,
que no era la revolución.

En un artículo publicado en la U. Nacional, decía, explicándose lo sucedido entre los


estudiantes, cuál era la táctica:

La naturaleza de la JUPA se adecúa en lo general a la base social, al movi-


miento estudiantil, en cuyo seno le corresponde desarrollar su actividad po-
lítica principal. No significa esto que neguemos la necesaria vinculación de
los grupos políticos estudiantiles al resto de las luchas populares ... el mejor
aporte que los grupos políticos estudiantiles pueden hacer ... no es primer
plano el consistente en el aporte político personal (transitorio y artesanal) a
través de sus militantes, sino un aporte en términos de fuerza política conside-
rable ... la fuerza del movimiento estudiantil como movimiento de masas ... en
la situación actual, la tarea principal... es la constitución de su organización
gremial en la U. Nal., así como la tarea nacional prioritaria ... es construir la
organización nacional de masas para superar su debilidad y desarticulación
(Nueva Democracia, 1970).

Empezó a estructurarse su organización mediante los comités de base, y logró la


hegemonía en la U. Nacional, cabeza del movimiento universitario. En las eleccio-
nes del 10 de noviembre de 1971, obtuvo la elección de sus dos representantes al
Consejo Provisional de Gobierno, con 3.490 votos, seguido por la JUCO, con 818,
y el Frente de Estudiantes Demócratas, que consiguió 817. Por supuesto, que la or-
ganización era hasta cierto punto exclusivamente partidista, e iba a ser luego punto
de futuras disensiones.

Para octubre de 1970 se atrevieron a convocar un Congreso Nacional Estudiantil en


desarrollo de sus objetivos; pero el Congreso se aplazó, sobre todo por resistencia
de las otras fuerzas. El periódico La Chispa, de la JUPA - Universidad de los Andes
introdujo esta explicación: “...en Colombia toca su fin la década del auge y la hege-
monía política de la pequeña burguesía dentro de las fuerzas revolucionarias y se
inicia la etapa de la construcción de la vanguardia proletaria como fuerza dirigente
157
[ Educación pública superior, hegemonía cultural y crisis de representación política en Colombia (1842-1984) ]

de la revolución de Nueva Democracia. La situación actual corresponde al periodo de


transición...” (La Chispa, 1970).

Por fin se realizó el Congreso Nacional Estudiantil en Cali, que elevó como consigna
la necesidad de recrear la organización nacional estudiantil. Fue la última oportunidad
para que la corriente de influencia guerrillera ejerciera su hegemonía, por medio de
los comandos camilistas, organización intermedia, de apoyo al ELN, en alianza con
los socialistas, en las que se ensayaban las primeras influencias del trotskismo. Para la
JUPA, estos últimos sufrían los vicios de la academia, de Althusser, Poulantzas, André
Gunder Frank, y ella, la corriente proletaria, debía ajustarles cuentas hasta imponerse
sobre el conjunto del estudiantado.

Y su dirigente máximo, estudiante de Sociología de la U. Nacional, Marcelo Torres


desarrollará como portavoz la consigna por una “Cultura nacional, científica y de
masas”, ante el Consejo Nacional de Rectores en abril de 1971, a casi dos meses de
haberse suscitado los hechos de la Universidad del Valle, ocurridos el 26 de febrero,
a raíz de la huelga indefinida contra el rector Alfonso Ocampo Londoño, agente del
plan básico. En aquella oportunidad se intentó cercar a los huelguistas, y en los force-
jeos con la policía fue asesinado el estudiante Edgar Mejía Vargas, Jalisco, a quien le
destrozaron la cabeza de un tiro de fusil. Luego murió otro, Moisés Ayala, y la ciudad
se transformó en un teatro del conflicto social y fue sometida a toque de queda a las 2
p.m. Estaba cercana la última fase ascensional del movimiento popular que encarnó la
Anapo con el triunfo electoral del 19 de abril de 1970.

Se volvía a presentar una unión entre la agitación estudiantil que sobrepasaba sus
límites, integrada en un frente espontáneo con fuerzas populares. Antes se había
presentado con los estudiantes de la UIS y la ciudad de Bucaramanga, a mediados de
la década de los sesenta. Fue tal la magnitud de la protesta social, que el 27 de febrero
fue decretado el Estado de sitio por el presidente Pastrana Borrero. Vino después la
caída del rector, y una crisis entre los integrantes del Consejo Superior de la univer-
sidad. Fueron arrestados diferentes miembros de la izquierda, y jamás se identificó ni
conoció la totalidad de los muertos.

Tales acontecimientos desencadenaron una ola de protestas nacionales, que abarcó


prácticamente al conjunto de la universidad; era el momento culminante de la lucha

158
[ Ensayando la reforma en Colombia, 1968-1985 ]

contra el plan básico y la penetración imperialista. Levantándose el “Programa Míni-


mo de los Estudiantes Colombianos”, suscrito el 14 de marzo de 1971 en la Ciudad
Universitaria de Bogotá y votado afirmativamente por 29 universidades y negativa-
mente por la Gran Colombia, eran sus apartes principales:

I. Abolición de los Consejos Superiores Universitarios.

a. Creación de organismos de gobierno provisionales.

b. Conformación de una comisión para que estudie el proyecto de reforma de la


Ley Orgánica de las universidades: 3 representantes de los estudiantes, 3 de los
profesores y 1 del Ministerio de Educación.

c. Establecimiento de un sistema democrático para la elección de autoridades


universitarias en los establecimientos públicos y privados de la educación
superior.

d. Reglamentación nacional y democrática de la estructura de poder en las


universidades públicas y privadas.

II. a. Cumplimiento en la asignación del 15% como mínimo del total del
presupuesto de la educación para la Universidad Nacional y llenar los déficits
actuales de todas las universidades del país.

b. Control oficial del fisco para las universidades privadas.

c. Congelación de matrículas de todos los establecimientos de educación media


y superior a partir de 1970.

d. Suspensión de las cláusulas lesivas a la nación colombiana contenidas en


los contratos de las distintas universidades con agencias internacionales de
préstamos.

Del mismo modo, el texto le daba cabida al gobierno universitario y a la urgente ne-
cesidad de su reforma democrática para el progreso de la ciencia y la cultura, según
aquel ideario. Veámoslo en concreto:

III. Otra comisión con la misma composición de la anterior que estudie:

a. Carácter del rector de la Universidad Nacional en la educación superior.

b. Liquidación de planes y funciones del Icfes.

159
[ Educación pública superior, hegemonía cultural y crisis de representación política en Colombia (1842-1984) ]

c. Financiación estatal de la educación superior.

d. Investigación científica financiada por la nación y planificada por investiga-


dores nacionales.

e. Revisión de todos los contratos y documentos celebrados con entidades ex-


tranjeras y publicación de los mismos.

IV. Retiro definitivo de Alfonso Ocampo Londoño y ruptura definitiva con el FES.

V. Legalización del derecho a constituir organizaciones gremiales de los estu-


diantes en todos los establecimientos de educación media y superior.

VI. Reapertura de la Facultad de Sociología de la Universidad Javeriana.

Con estas exigencias, se llegó al punto culminante que da cierre a la primera etapa
del periodo analizado, y que abre con sus conquistas y frustraciones la siguiente,
la cual trataremos, partiendo de la intervención de Marcelo Torres ante los recto-
res de Ascun.

Del fracaso de la reforma educativa a la adecuación


y reimplantación del Plan Atcon
En una lúcida y directa intervención, Marcelo Torres tomaba posición a nombre de los
estudiantes sobre la crisis universitaria nacional, diciendo: “El problema candente del
problema universitario colombiano es el problema del poder, el problema de quién
determina la política general de la universidad colombiana ... el papel de la universi-
dad colombiana en el marco total de la sociedad colombiana”.

En el seno de la pequeña burguesía se estructuraba una alternativa global y la nece-


sidad de la conquista del poder para poder dar orientación diferente a la educación
superior. Aunque Marcelo se reclamaba de la línea proletaria era tan pequeño burgués
como los “extremo-izquierdistas” que le eran coetáneos. Ahora no era la burguesía la
que iba a remolque del estallido del aparato educativo, como en los treinta, porque
empezaba a deslindarse la utopía de una reforma educativa a profundidad, separada
de una modificación de la realidad social.

Para la intelectualidad universitaria el paso siguiente era la caracterización de la for-


mación social colombiana, y ella arrastraba a todos los matices en una polémica casi
160
[ Ensayando la reforma en Colombia, 1968-1985 ]

bizantina. Y Marcelo hizo su caracterización. No se quedó en el enunciado principista,


pues acto seguido advertía realísticamente:

Entendemos que mientras no sea demolida la estructura estatal por vía revolu-
cionaria, señores rectores, el poder oligárquico proimperialista existente ... no
se va a transformar la universidad. Sin embargo ... nosotros entendemos que es
nuestro deber adelantar una lucha por reformas democráticas o cambios que
aunque no sean substanciales y definitivos plantean por lo menos la posición de
los estudiantes en torno a este problema.

Su discurso estaba, además indigesto de la influencia china, el gran rector del MOIR
y su juventud. A esta posición siguió el ensayo del “cogobierno” en la Universidad
Nacional, que duró poquísimo. Por supuesto que las formulaciones del dirigente del
MOIR sufrieron los ataques más diversos insistiendo en su cuño reformista y apo-
yándose en las concepciones de Althusser, Poulantzas y Marcuse, teóricos, en cierto
sentido, del movimiento de los estudiantes europeos, cuyas influencias eran cada día
mejor difundidas y conocidas.

Los atacados hicieron un buen resumen de las objeciones:

Según ellos, la educación y la cultura en nuestra sociedad no pueden servir sino


para el dominio de las clases dominantes, y la transformación de la cultura solo
puede realizarse con la toma previa del poder político por el proletariado ... que
los estudiantes y profesores no tienen intereses propios opuestos a la domina-
ción imperialista-oligárquica, y son simples agentes ideológicos, así como la
educación simple “productora de trabajo calificado para el sistema”.

El gobierno, ante la impotencia de la represión, ensayó otra táctica, que diera


respuesta a un problema, que llevaba según el propio presidente, una incubación
de quince años. Se puso en la cartera ministerial a Luis Carlos Galán Sarmiento;
casi un contemporáneo de los estudiantes en rebeldía. Salido de una de las institu-
ciones elitistas y tradicionales de Colombia, la Universidad Javeriana, restaurada
desde 1930.

Él mismo se hizo acompañar de uno de los grandes dirigentes del periodo anterior,
renegado de la guerrilla del ELN, Jaime Arenas, a quién vinculó a la Universidad
Pedagógica Nacional de Bogotá. Además, conoció directamente la lucha estudiantil
europea, cuando permaneció en Europa, exactamente, Italia.
161
[ Educación pública superior, hegemonía cultural y crisis de representación política en Colombia (1842-1984) ]

De Jaime Arenas, santandereano como el ministro y dirigente máximo de la protesta


estudiantil en el departamento, luego incorporado a las huestes guerrilleras, dijo el
ministro Luis Carlos Galán, después de que un comando urbano lo asesinara en las
calles de Bogotá:

... fue la persona más importante y valiosa en la generación que estuvo en la


universidad en los últimos diez años. Se vinculó al Ministerio sin renunciar por
ello a ninguno de sus principios ... Lo hizo después de su desilusión por las gue-
rrillas, donde vio cómo varios de sus amigos universitarios perecieron o fueron
fusilados en forma completamente inútil e injusta (Galán, 1971).

Así, se hallaron, pues, reunidos tres intelectuales como síntesis de una nueva etapa: el
ministro de Educación, después inmolado; Jaime Arenas, el antiguo universitario que
fracasó haciendo la revolución –el ministro, que dentro del establecimiento pretendía
reformar la educación colombiana; y el que pretendiendo encontrarse por fuera del
sistema, con el “correcto” punto de vista proletario, no despreciaba la lucha estudian-
til, sin hacerse esperanza alguna sobre una verdadera modificación de la naturaleza y
contenidos de la educación superior–; y Marcelo Torres, a quien trece años después
encontraremos convertido en uno de los dirigentes máximos del MOIR, sin que la
revolución haya triunfado y sin que la universidad se transformara.

Una hegemonía a medias

Lo que comenzó accidentalmente con la protesta por la elección del decano de la


División de Ciencias de la Universidad del Valle; centro éste que había sido escogido
con cinco instituciones más, Antioquia, Atlántico, Caldas, UIS y Nacional de Bogotá
para “acelerar los programas de mejoramiento”, de acuerdo con lo dispuesto en “El
Plan Básico”, cristalizó en el famosísimo “Plan Mínimo”, bandera de la comunidad
universitaria nacional.

A la crisis el gobierno respondió, reconociendo la necesidad de acometer una rees-


tructuración de la universidad colombiana desde los cimientos, de todo el sistema
educativo nacional, con especial énfasis en la educación rural y primaria. Según los
analistas, lo que distinguió el momento de las crisis anteriores era la coincidencia por
urgir cambios en el aparato educativo, que compartía la dirigencia política de turno
en el gobierno.
162
[ Ensayando la reforma en Colombia, 1968-1985 ]

Pero, qué diferenciaba la nueva proposición de reforma del presidente Pastrana, del
Plan Básico en proceso de implementación. El proyecto de ley del 29 de julio de 1971,
presentado por Galán, denotaba las siguientes diferencias con el plan básico; diferen-
cias que atendían a los “factores de poder” (recordatorio de lo dicho por Torres delante
de la asamblea de Ascun) y la filosofía de la educación superior:

1. La Comisión Nacional de Educación Superior, formada por el ministro de


Educación y siete miembros designados por el propio presidente, por un periodo de
ocho años, suprema rectora del sector ideológico, era reemplazada por el Consejo
Nacional Universitario, compuesto por dos profesores, dos estudiantes, seis
rectores de universidades oficiales, uno de las universidades privadas, el ministro
de Educación y el rector de la U. Nacional, elegidos por dos años y no reelegibles.

2. El Fondo Universitario (ahora como Icfes), instancia ejecutiva de la Comisión,


era suprimido, y sus funciones las ejercía el mismo Consejo, con un secretario
ejecutivo.

3. Los consejos superiores regionales los reemplazaban los consejos regionales


universitarios, que incluían a maestros y estudiantes, a los rectores de las
universidades públicas y a uno de las privadas, excluyendo a representantes de los
gremios y de la Iglesia.

4. Los consejos superiores universitarios, estatuidos por el Decreto 277 de 1958, eran
modificados en su composición para la universidad pública y privada, incluyendo:
dos representantes de profesores y estudiantes, un egresado, el ministro y cuatro
directivos de las unidades académico-administrativas de la universidad.

5. Frente al fortalecimiento de la universidad privada, que es clara expresión de la


Comisión Nacional de Educación Superior, se fortalece la pública y se integra la
privada dentro de un plan nacional de desarrollo, sujetando su apoyo al beneficio
que brinden a los estudiantes de menores recursos.

6. Ante la indefinición con la asistencia técnica extranjera, se definen fórmulas de


control y selección de esta.

Según reza el artículo 37 del proyecto que citamos;

Ningún proyecto o programa de donación, ayuda, asistencia o cualquier otra


clase de cooperación técnica o financiera de carácter u origen extranjero para
la educación superior, podrá adelantarse sin previa evaluación y aprobación
del gobierno nacional ... que se dé prelación a la ayuda multilateral y que se
asegure la participación de las entidades colombianas en la definición, direc-
ción y ejecución de los proyectos o programas.
163
[ Educación pública superior, hegemonía cultural y crisis de representación política en Colombia (1842-1984) ]

7. La dependencia de los institutos universitarios se acaba, con la posibilidad de


convertirlos en universidades.

8. La universidad nocturna, que no se menciona, es apoyada con créditos y beneficios


especiales.

9. La adopción del sistema de créditos no se adopta en forma rígida, dejando al


Consejo Nacional Universitario la decisión del problema de las transferencias.

10. Frente al contrato laboral a término fijo, se estipula un sistema de contratación


libre, sujeto a lo que se disponga en el Estatuto de Profesores.

Y hay otras diferencias más. Pero sin duda, los puntos neurálgicos tenían como cen-
tros: el problema de la relación de poder al interior de la universidad, la injerencia
imperialista en el rumbo de la educación superior y el punto mismo de la autonomía,
para lo cual el nuevo proyecto otorgaba a las universidades, la posibilidad de dictar
su propio estatuto orgánico y los respectivos para profesores y alumnos, distribuir y
administrar bienes y rentas y nombrar y remover su personal académico y administra-
tivo. Pero la estructura del plan básico se mantenía.

Los estudiantes presionaron para que estas medidas se materializaran de inmediato,


conscientes de que el trascurso del tiempo los perjudicaba y que el trámite parlamen-
tario de la reforma, la mataría en sus aspectos positivos.

El gobierno rechazó la posibilidad de utilizar las facultades extraordinarias del ordinal


12 del artículo 120, previa consulta al Consejo de Estado, que se rindió el 4 de mayo
de 1971, negándole la posibilidad de variar la composición de la dirección de las uni-
versidades oficiales del orden nacional, regida por el Decreto Legislativo 277 de 1958.
Los dirigentes estudiantiles invadieron la rectoría de la Universidad Nacional el 24 de
marzo, sacando al rector. El 27 de marzo renunciaron el rector y los decanos; luego los
profesores condenaron la toma de la rectoría.

El ministro de Educación respondió que el gobierno dialogaba y que estaba en des-


acuerdo con “la sustitución inmediata del Consejo Superior Universitario distribuyen-
do sus funciones actuales entre una comisión universitaria y el consejo académico”. A
cambio sugería organismos provisionales concebidos dentro de las posibilidades del
Decreto 277. Luego vendría la posible abolición, a seis meses vista, de los consejos
superiores universitarios, punto primero del Programa Mínimo de los Estudiantes.
164
[ Ensayando la reforma en Colombia, 1968-1985 ]

Entre tanto, el Decreto 580 de 1971 permitió suspender el semestre académico en las
Universidades de Antioquia, UIS y Nacional, sanción que se derogó por el Decreto
973 del 1 de junio de 1971. Al anunciarla, volvió Galán a referirse sobre la modifica-
ción de los órganos directivos, en términos que a la postre resultaron definitivos.

Este era el contenido de la propuesta oficial de reforma a los consejos superiores


universitarios cruzada entre el ministro y sus representantes en ellos, el 1 de abril de
1971, en la que abundaba en razones, incluso de corte polémico:

La universidad ha oscilado en el conflicto de dos extremos: de un lado, quienes


la consideran entidad formadora de profesionales preocupados tan solo de su
éxito personal o aptos para servir las necesidades e intereses de determinados
sectores pero no a las aspiraciones de un destino nacional. De otro lado, quie-
nes quieren comprometerla rígidamente con doctrinas y consignas fuera de las
cuales todo es herejía o revisionismo.

La reflexión proseguía destacando los dos extremos, así:

Los dos extremos representan, aunque suene paradójico, la universidad tradi-


cionalista ... Como no existe la noción de un destino nacional compartido por
todos los habitantes, el uso y abuso de estos medios de coacción y amenaza (la
huelga y el motín) se dirige casi exclusivamente a la satisfacción de necesidades
e intereses aislados.

Como resultado de la protesta estudiantil, se establecía que,

El gobierno considera necesario examinar el Decreto 277 de 1958 para facilitar


una organización directiva más propicia ... La modificación requiere la expedi-
ción de una norma con fuerza de ley permanente ...

Como el Decreto establece que los miembros son 9 y fija explícitamente 3 re-
presentantes, la posibilidad reglamentaria de los estatutos, en la norma vigente,
consiste en distribuir 6 cupos ... b. Es conveniente, por ejemplo, duplicar la
representación de profesores y estudiantes en el Consejo Superior si ello no se
ha establecido aún en su universidad ...

c. Es ostensible que no basta organizar los Consejos Superiores... si no se esta-


blecen mecanismos capaces de garantizar que los representantes de los profe-
sores, los estudiantes y egresados sean elegidos en forma inconfundiblemente
democrática ... con candidaturas unipersonales y no por sistemas de listas o
procedimientos afines.
165
[ Educación pública superior, hegemonía cultural y crisis de representación política en Colombia (1842-1984) ]

Un cogobierno fugaz

Se sabe ya, en este ensayo, que lo máximo logrado fue el establecimiento del Consejo
Provisional de Gobierno, con dos representantes de los estudiantes, en elección verifi-
cada el 10 de noviembre de 1971, con triunfo de la Juventud Patriótica elegidos Juan
Arango y Uriel Ramírez. Vino luego la polémica de si se instauraba así el cogobierno.
Todas las corrientes respondieron el desafío ideológico.

El primero en señalar puntos de referencia, el mismo ministro Galán, dijo en repor-


taje a El Tiempo:

El cogobierno consiste en que la universidad sea dirigida solo y en propor-


ción igual por profesores y estudiantes ... Hasta donde llegan mis informa-
ciones ni profesores ni estudiantes apoyan el cogobierno. Además, se incu-
rrirá en errores suficientemente conocidos por los países (Venezuela, Bolivia,
Perú, Uruguay, etc.) donde se aplicó esa fórmula y se acabaron las univer-
sidades. No funcionaría porque origina un manzanillaje sin límites de pro-
fesores y estudiantes. Además, la nación perdería la posibilidad de conocer
objetivamente si los presupuestos son reales o no ... El caso de Caracas es
muy elocuente y la situación llegó a tal punto que la universidad ha cumplido
más de un año cerrada.

Para el ministro no se trataba pues de cogobierno. Tampoco aceptaba que fueran seis
los estudiantes y profesores, lo que le daría hipotética mayoría a los estamentos bá-
sicos. Ello acercaría la propuesta a la hecha en el Plan Mínimo, aduciendo que la re-
presentación última correspondía a corporaciones económicas, asociaciones profesio-
nales o antiguos alumnos, e inclinándose el ministro por escoger a ex alumnos como
puente para solucionar los problemas financieros de la educación nacional.

De otra parte, la corriente más teórica, agrupada en Crítica Marxista, reflexionaba así,
en el Nº 10 de agosto de 1971, aparecido en Cali:

Lo que el movimiento estudiantil golpeaba en su conjunto, era la tendencia en


marcha del desarrollismo y que significaba una mayor adecuación de los apa-
ratos universitarios y de educación a las exigencias del capitalismo, tanto en la
colonia como en la metrópoli misma ... Y como respuesta a lo que se ha llama-
do el Plan Básico, a la ofensiva imperialista en la universidad, el movimiento
golpea políticamente y en su conjunto a esta tendencia. Tendencia que en lo
general ha sido retomada por Pastrana y su ministro ... El carácter de la crisis
166
[ Ensayando la reforma en Colombia, 1968-1985 ]

en los cinco meses de duración del conflicto (hasta hoy), ha estado determinado
por múltiples elementos: el carácter monopólico de la industria y la estrechez
del mercado; la significación política y económica de la reforma agraria; el
bipartidismo; el Frente Nacional y la Anapo; el desempleo acelerado y el mo-
vimiento sindical...

El mismo documento de este grupo de activistas políticos y universitarios radicales


consignaba lo siguiente:

El movimiento ha logrado movilizar a sectores de desempleados, pequeña bur-


guesía y lumpenproletariado. Esta movilización ... de una intensa y profunda
violencia... ha conformado verdaderas explosiones sociales. Y si el movimiento
estudiantil no puede ser visto esquemáticamente a partir de su procedencia de
clase, específicamente, tampoco es conclusión válida ocultar el cordón umbi-
lical que lo une con los sectores de donde procede... sectores de la pequeña
burguesía urbana reprimidos, sin organizaciones y con limitaciones sociales de
la más variada índole. Los intelectuales revolucionarios encuentran la oportu-
nidad de cumplir lo que el movimiento les pide y requiere ... aportar al análisis
y el estudio de los objetos en cuestión ... Y si ha sido en el terreno de la lucha de
clases que el movimiento estudiantil adquiere el aspecto, o mejor se constituye
en fuerza social y política, es también en ese mismo terreno que queda claro sus
tremendas limitaciones y las profundas contradicciones que lo acechan; que lo
hacen en este aspecto una fuerza pequeño burguesa.

Además a manera conclusiva, Crítica Marxista sostenía, que en el movimiento estu-


diantil se enfrentaban dos concepciones, servidoras de otras tantas visiones políticas: la
del sindicato estudiantil y la de considerarlo como organización de masas para la lucha
política y reivindicativa, concepciones que han florecido en ausencia de una política
proletaria en el movimiento obrero.

Y para nada aparecía consideración alguna sobre la representación en el Consejo Su-


perior. En Crítica Marxista Nº 12, en la que se entrecruzaban Psicoanálisis con las
más modernas interpretaciones del marxismo europeo, se incluía la siguiente susten-
tación teórica:

... una crisis universitaria no puede pensarse sino en un marco predominante-


mente capitalista ... en la medida que el nivel universitario del aparato escolar
se ha dado como respuesta a la demanda de fuerza de trabajo mercancía capa-
citada e ideologizada ... como consecuencia de una aguda contradicción en los
términos de la relación de la oferta y de la demanda de fuerza de trabajo ... La
167
[ Educación pública superior, hegemonía cultural y crisis de representación política en Colombia (1842-1984) ]

problemática del estudiante universitario es, pues, una problemática articulada


al proceso de las relaciones sociales de producción, no solo por la circunstancia
de que el saber que el estudiante adquiere en la universidad es una mercancía,
sino porque tal tipo de mercancía adquirida es aquella que permite la repro-
ducción de las relaciones sociales, técnica e ideológicamente hablando, porque
además, produce en su adquisición otro tipo de mercancía fuerza de trabajo.

Con todo, el trabajo teórico de estos socialistas se cerraba con una advertencia peren-
toria: “las perspectivas del movimiento estudiantil, como movilización política im-
portante, no pueden trazarse por fuera de la articulación que el movimiento debe tener
a una organización política proletaria”.

Todo lo dicho tenía un horizonte cercano, lo que había sido un intento serio de cuestio-
nar la administración Pastrana, el conocido como paro del 8 de marzo, recortado por
la actitud reformista de las camarillas de la UTC y la CSTC y con el rechazo del paro
por la CTC. Para noviembre de 1971, el grupo de Crítica Marxista, tuvo que enfrentar
el retiro de uno de sus más destacados cuadros, Moritz Akerman, quien públicamente
expresó en Voz Proletaria, “Por qué me hago comunista”. Censuraron su abandono
acremente: “El lenguaje ‘honesto’... silencia lo que constituye su propia refutación.

El carácter marcado de su actuación, su engaño a la organización a que pertenecía y


su incapacidad de afrontar el debate ideológico. Su deshonestidad ... y su arribismo
social como expresión acabada de su posición”.

A manera de justificación pragmática, Akerman respondía: “nuevas son las fuerzas


que se cuecen en la caldera de la lucha, pero éstas sólo vienen a engrosar las que en
forma dura y larga han venido batallando contra la explotación de las distintas clases
dominantes y el imperialismo”. Después aparecería incluido en las listas electorales
del Partido, y los comunistas de Crítica terminaban recomendando “la proletarización
para las filas socialistas”.

Con el correr de los días los socialistas supérstites intentaron construir la organización
proletaria que el proceso revolucionario, según su análisis, requería. Empezaron por
unificarse en lo que se conoció como Bloque Socialista, luego de la oleada de protestas
estudiantiles, para luego desarrollar importantes trabajos entre las masas campesinas
movilizadas por la reforma agraria de Lleras Restrepo y la Alianza para el Progreso.

168
[ Ensayando la reforma en Colombia, 1968-1985 ]

Después se dividieron estos revolucionarios aprendices, cocinados al calor de las luchas


sociales de los años sesenta, en dos grandes, y pequeños agrupamientos: Uno le dio vida
a la Unión Revolucionaria Socialista, que rompía con la herencia trotskista, y buscó la
apertura a sectores no socialistas provenientes de la corriente M-L, desintegrada en múl-
tiples grupúsculos; la otra, fiel al trotskismo, después dio nacimiento, casi que por de-
creto, al Partido Socialista de los Trabajadores, para luego escindirse en dos, surgiendo
el Partido Socialista Revolucionario, haciéndose eco de las divisiones internacionales
que marcan a los herederos de la Cuarta Internacional en todo el mundo, así como a las
vicisitudes vividas por el grupo de Nahuel Moreno en la misma Argentina.

Digamos, pues, que estos fueron los últimos productos de las famosas jornadas de los
años 71 y 72, junto con un sinnúmero de contribuciones teóricas, pequeñas y grandes,
que quedaron consignadas en el Primer Mandato Campesino, de Tierra sin Patronos,
así como en varios números de Ideología y Sociedad, Teoría y Práctica en A. Latina,
y otras tantas publicaciones de menor espectro. Inclusive produjeron el ensayo de una
prensa periódico, El Manifiesto, que logró superar los cincuenta números.

Y bien, el proyecto de reforma universitaria no prosperó. Murió lentamente en el


Congreso. Y su adalid, renunció al mismo. Para ese momento, las palabras de Fernán
Torres León, estudioso de la política universitaria para el equipo de gobierno de López
Michelsen, eran justas: “Así la crisis no tiene solución: los estudiantes no harán la
revolución y el gobierno no obtendrá que una institución con la importancia socializa-
dora de la universidad cumpla cualquier tipo de papel en el país”.

Recomendaba sensatez para las fuerzas contendientes: “Nada hay en el marxismo que
señale a la universidad como pivote de la revolución, ni nada en el liberalismo que
justifique el tratamiento de fuerza que emplea con los universitarios...” No se hizo caso
a ninguna de tales exhortaciones. Pronto fue cuestionada la participación de los estu-
diantes en el Consejo Superior Universitario, quedando desiertas sus bancas para 1972.

Luego, la promesa de López de volver la universidad a los estudiantes quedó en el


papel y fue reemplazada por la idea de enjugar los déficits recurrentes de la universi-
dad pública por medio de la fórmula de la autofinanciación. El ensayo de nombrar un
rector marxista, como se dijo, de Luis Carlos Pérez, terminó en un conflicto, cuando
se presentó el gran paro médico, en el cual los estudiantes se hicieron fuertes en el
169
[ Educación pública superior, hegemonía cultural y crisis de representación política en Colombia (1842-1984) ]

Hospital de la Hortúa, y tanto el rector como el decano, Guillermo Fergusson, hicieron


causa común con los amotinados.

Vino después la renuncia. Antes se había ejercido la persecución de la izquierda, por


la rectoría de Luis Duque Gómez, en la última parte del periodo Pastrana, en la U. Na-
cional. De nuevo la hubo. Y todo condujo a la convocatoria del último gran encuentro
estudiantil nacional, que tuvo por sede a la Universidad Nacional de Bogotá.

En aquella fecha, la corriente dominante al interior del estudiantado lo fue el M-L,


unificado momentáneamente en todas sus fracciones para oponerse a los demás gru-
pos, e impuso sus puntos de vista, sólo que ya el movimiento estudiantil como tal
vivía sus estertores. Hasta 1974 y 1975 se extendieron la gloriosa lucha de los estu-
diantes bajo los viejos parámetros y los intentos de reorganizar el estudiantado, que
hasta la fecha fracasaron.

Después de que Galán salió de la cartera de Educación, lo sucedió Juan Jacobo Mu-
ñoz, quien cumplió la triste tarea de reprimir los vestigios de movimiento estudiantil.
Así lo comentaba Jaime Rodríguez, en extenso, en su ensayo “Las transformaciones
del sistema educativo y sus repercusiones sobre la universidad de la década del ochen-
ta”, el cual ahora citamos por partes como documento de la época:

Por medio del Icfes el Estado ejerció control y vigilancia ... a cuyo fin se regla-
mentó la aprobación de instituciones de educación superior por medio de los
Decretos 125 y 1275 de 1973, y así se ordenó la clausura de 10 entidades ...
Pero fue también durante este periodo cuando el Estado llegó al peor conflicto
de la historia universitaria del país ... dejó de existir autonomía, el nombra-
miento y remoción de profesores quedó al arbitrio personal de los rectores ...
Fue el periodo que acentuó la línea tecnocrática y profesionalizante ... a la par
que cerraban las Facultades de Ciencias Humanas y de Agronomía.”

De igual manera, el documento era crítico al decir que:

... No se tradujo, sin embargo, en ningún intento de racionalización para ade-


cuar la educación superior a las necesidades del país ... El Estado no promovió
la Universidad. Simplemente se comportó con estrategia ante el hecho univer-
sitario, lo mantuvo dentro de determinados límites y abundó represión contra
lo que se saliera de los mismos. Mientras tanto ... se potencia y se expande por
razones obvias la universidad privada y crece la demanda de sus cupos...

170
[ Ensayando la reforma en Colombia, 1968-1985 ]

A pesar de haber derrotado la reforma universitaria, ésta se siguió imponiendo con


base en la inmovilización represiva del estudiantado. Ella era portadora de la perspec-
tiva del desarrollo económico como directriz general y de la universidad como una
variable de tal desarrollo.

En la administración López era tan evidente el crecimiento del sector privado, a ex-
pensas de los conflictos en la educación oficial, que un intelectual formado en la uni-
versidad de enclave de la burguesía, los Andes, al frente de Planeación Nacional, Mi-
guel Urrutia, propuso la formalización de un sistema descentralizado de educación, el
privado, bajo la vigilancia curricular del Estado, y con subsidio a las familias de bajos
ingresos. También entonces saltó a la liza la proposición de la Universidad Militar,
para acabar con la protesta universitaria.

En mayo de 1977 el conflicto universitario volvió a incrementarse, conduciendo al


cierre indefinido del centro de la educación superior y al anuncio por parte del minis-
tro de Educación, Rafael Rivas Posada, de que con el mismo régimen de excepción
serían tratadas las otras universidades que no quisieran funcionar normalmente.

Atendiendo a lo dicho por el ministro se prolongaba el cierre en el ánimo de pros-


pectar: “Una universidad del Estado que sea modelo por su organización, por su alto
nivel académico y por su influencia sobre el desarrollo de la sociedad colombiana y
no por su crecido número de estudiantes o por el tamaño de sus edificaciones o por
su frondosa nómina de profesores y empleados o por su capacidad de alterar el orden
ciudadano” (Rivas Posada, 1977). Y tal cambio tampoco llegó a producirse.

Lo que sí hizo López Michelsen fue reformar la educación media y la primaria con la
implementación de la jornada popular, que luego repercutirá en la presión al nivel supe-
rior. Él agitó la idea de ampliar las posibilidades de la universidad nocturna, e impulsó
la expansión del nivel elemental en los campos con las famosas concentraciones rurales.

Pero, el impulso de devolver la universidad a los estudiantes sólo alcanzó hasta el


rectorado de Luis Carlos Pérez. Se hicieron cada vez más claras las tendencias defor-
madoras, implícitas al sistema educativo colombiano, expresadas en estos términos,
que denunciaban el contenido real de la llamada “democratización” y “modernización
de la educación, y de la universidad colombianas”:
171
[ Educación pública superior, hegemonía cultural y crisis de representación política en Colombia (1842-1984) ]

La expansión de la escolaridad ha sido acompañada por una privatización en


aumento de la educación en los niveles medio y superior, contrariamente a lo
que se constata en las expansiones de la cobertura educativa en la generalidad
de los demás países. Las clases medias emergentes son las principales con-
sumidoras de educación secundaria y los estratos más altos de aquellas y las
clases altas constituyen la clientela absolutamente mayoritaria de la educación
superior. Ante la falta de respuesta del gobierno ... la expansión educativa se
debe ... a la iniciativa y al capital privados ... lejos de constituir un proceso de
democratización de la educación, es una elitización creciente de la misma y la
expansión de un sistema de desigualdades... (Rodríguez, 1977).

Y saca como conclusión, el estudioso de la educación, una, que compartimos:

La universidad ha sido el último filtro de toda la acción seleccionadora del


sistema educativo. Es una depuración de clase social, la reafirmación de las
élites socio-económicas y la coronación de la desigualdad de oportunidades que
constituye el sistema educativo ... no representa el acceso de las clases popula-
res a la universidad sino la consolidación de las clases medias urbanas a través
del consumo de educación universitaria (Rodríguez, 1977).

Por más sutiles vías, la educación superior colombiana se acercaba a los deseos de
Rudolph P. Atcon, cuyo emocionado introductor para el país fuera el ministro Jaime
Posada a comienzos de los sesenta. ¿Cuáles eran tales deseos? “La universidad lati-
noamericana debe consolidar su autonomía y adquirir una porción mayor de indepen-
dencia real. El mejor sistema legal para lograr más libertad consiste aquí en transfor-
mar la universidad estatal en una fundación privada...” (Molina, 1978).

El doctor López entre líneas, en su plan Para cerrar la brecha, continuó esta ten-
dencia en apoyo de la privatización de la enseñanza superior, buscada mediante la
independencia presupuestal de las universidades nacionales con relación al erario,
recomendando que se autofinancien: adjudicándoles tierras baldías y subiendo las ma-
trículas. Anunció la creación de un fondo administrado por el Icetex, obtenido de los
fondos antes destinados a las universidades para prestar a los estudiantes.

Estos esfuerzos presidenciales mancomunados e ininterrumpidos permiten afirmar,


como lo hiciera Jaime Zuluaga Nieto, antiguo experto del Icfes, que:

Bastaron apenas dos lustros para que la política contenida en el frustrado “Plan
Básico” lograra aplicarse con éxito y se produjera una profunda transforma-

172
[ Ensayando la reforma en Colombia, 1968-1985 ]

ción en el sistema universitario privatizándolo, debilitando a las universidades


públicas, incrementando sensiblemente la oferta de programas tecnológicos y
adecuando la enseñanza a las demandas del sector empresarial.

La reforma educativa derrotada se impuso, al precio de acabar con la autonomía y


con el ejercicio democrático de la autoridad en los claustros. Tal estrategia explica,
en parte, por qué la universidad ha asumido en su comportamiento colectivo una ac-
titud anárquica o eminentemente pasiva. Pero el proceso de politización no terminó,
a pesar de que se buscó exterminarlo sistemáticamente, conduciendo a la asfixia de
la universidad pública y a la inestabilidad permanente en el sector oficial del nivel
educativo superior.

No se podrá detener así la politización, porque, como bien lo anotaba Germán Rama
en su ensayo “Autonomía Universitaria”,

su origen no está en el seno de la universidad sino en la relación entre un sector


de la juventud y la estructura social, lo que comprende desde el problema de
las relaciones entre generaciones hasta la capacidad de la sociedad de cambiar,
acoger nuevas ideologías y ofrecer nuevas fórmulas de participación, pasando
por el problema de las relaciones de los técnicos y científicos con el mercado de
empleo y con las formas de control, de ese nuevo poder socio-cultural que es el
conocimiento...

Una nueva arremetida contra el proceso de lucha del estudiantado de extracción peque-
ño-burguesa, que tuvo bajo sus hombros el peso de las reivindicaciones de la revolución
democrática, como dirigente y como fuerza de maniobra política, se vino a producir con
el nuevo intento de reforma educativa de Turbay Ayala, hecha con el patronato espiritual
del padre Borrero y el apoyo de Ascun. La consigna del nuevo presidente: “Devolverle
la Universidad a la Universidad”, pronto adquirió su verdadera figura, la que le imponía
el PNUD con directa injerencia del Banco Mundial y del BID, que diagnosticaron la
obligación de un replanteo global del sistema educativo colombiano, si quería responder
con eficacia a las nuevas pautas del desarrollo capitalista.

Turbay Ayala, como presidente del Frente Nacional, se encargó del reordenamiento
del tercer nivel, puesto que el ocupacional había sido objeto de cierto tratamiento;
como el básico, que recibió importantes impulsos bajo los imperativos del DRI,
reemplazo de las reformas agrarias suspendidas por los altos costos políticos que

173
[ Educación pública superior, hegemonía cultural y crisis de representación política en Colombia (1842-1984) ]

producía su ensayo. Por la Ley 8ª de 1979, el Congreso otorgó facultades extraordi-


narias al Ejecutivo.

Como documento de trabajo hizo circular el comité operativo para la reestructuración


de la educación post-secundaria, lo que se denominó “Hacia un sistema de educa-
ción post-secundaria para Colombia”. Se habló del sistema con la esperanza de que
fuera un correctivo a “los efectos de un desajuste universitario universal: violencia
estudiantil, fractura del principio de autoridad educativa, lentitud académica y serias
dudas sobre la utilidad de las instituciones formales de educación y sobre la necesaria
persistencia de la institución universitaria” (Icfes, 1979).

La vocería oficial la tuvo Rodrigo Lloreda, ministro de Educación. En el encuentro de


rectores del 8 de agosto de 1979 se refirió a los objetivos del sistema:

Dicho sistema ... debe facilitar el acceso al nivel superior de la educación, con-
tribuir a la orientación de los otros niveles, garantizar programas docentes e
investigativos ... brindar sólida fundamentación científica y práctica a las profe-
siones liberales, propiciar la formación tecnológica, estimular las instituciones
regionales, armonizar la acción de estas con los organismos planificadores y
directivos del sistema, e integrar la educación post-secundaria con los demás
sectores básicos de la actividad nacional (Lloreda Caicedo, 1980).

Es el anterior un discurso bastante genérico, aunque se nota la línea que define un


interés por la preparación tecnológica, la planeación educativa, el proceso de descon-
centración universitaria (son Cali, Medellín, Bogotá, Barranquilla las que captan la
mayoría de los cupos) y la relación necesaria entre educación y actividad productiva.

Al definir las instituciones del sistema en discusión hizo estas puntualizaciones:

El Comité Operativo del Icfes ha propuesto tres tipos de instituciones, las Uni-
versitarias, las Tecnológicas y las de Capacitación ... ofrecerían cuatro clases
de formación: Avanzada o de Postgrado, Profesional o de Pregrado, Tecnoló-
gica y de Capacitación Técnica. Para reducir el profesionalismo e impulsar la
investigación, debe abrirse el campo a la creación de instituciones dedicadas
exclusivamente a la formación avanzada o de postgrado.

Y luego el ministro, hace patentes los verdaderos propósitos, en cuanto sujetos a una
realización urgente, de la reforma, que no son otros diferentes a atender la diversifi-
174
[ Ensayando la reforma en Colombia, 1968-1985 ]

cación del bachillerato e intentar detener la ola siempre creciente de la profesionali-


zación sin empleo: “...una sensible y deliberada expansión de los programas técnicos
y tecnológicos ... eliminar definitivamente la extendida concepción del ‘doctor’ como
único símbolo de status, romper la estructura ‘tubular’ de nuestro sistema educativo,
multiplicar las salidas hacia el mercado de trabajo y ofrecer oportunidades de educa-
ción útil” (Lloreda Caicedo, 1980).

Pero, qué se planteaba sobre la cuestión del poder en la universidad, punto de fricción
por más de una década entre la intelectualidad pequeño-burguesa radicalizada y el
gobierno hijo o heredero del Frente Nacional, destacado por “la ausencia de canales
de participación... que excluía toda formación partidaria que no fuera liberal o conser-
vadora y la discrecionalidad del poder que puede catalogar de subversivo ... a quien
es opositor”.

Así contestaba Lloreda: “Cosa diferente es que la universidad se convierta solamente


en la expresión de esos importantes sectores (profesores y estudiantes) de su vida
interna. La Universidad trasciende la importancia de sus propios componentes y debe
cumplir una función ecuménica” (Lloreda Caicedo, 1980). Sobre el abandono o des-
cuido para las áreas críticas de la universidad, lo respondió así:

...sobre el estímulo que pretende la reforma para las áreas tecnológicas. Unos
dicen que es una maniobra para acabar con las expresiones de la inteligencia,
la cultura y el cambio social ... Señalan que el empeño de abrir nuevas áreas
para el estudio de tecnologías específicas, es una estrategia para castrar men-
talmente a los colombianos ... Al lado de la universidad tradicional, es impor-
tante crear nuevas alternativas para la juventud... (Lloreda Caicedo, 1980).

Al abordar el otro gran punto de debate del periodo anterior, la autonomía, además de
anunciar que sería por primera vez definido en el papel, en el Decreto, hacía el minis-
tro de Educación estas anticipaciones:

La autonomía universitaria ... para que la universidad asuma responsabilida-


des, para que ejerza libremente la investigación, para que cumpla su función
crítica, para que sea motor de cambio ... Autonomía que no puede confundirse
con irresponsabilidad ... Si el Estado es el que financia las universidades pú-
blicas, pues mal haría en apropiar dichos recursos sin conocer exactamente la
utilización que se les va a dar (Lloreda Caicedo, 1980).

175
[ Educación pública superior, hegemonía cultural y crisis de representación política en Colombia (1842-1984) ]

Para finalizar, en noviembre 13 de 1979, se refirió a dos notas diferenciadoras; exigi-


das las dos por el movimiento estudiantil, subyacentes a sus luchas: la privatización
del sistema universitario y la consiguiente injerencia del sector privado. Acudió al
expediente de los auxilios, indicando que solo el 0,8% del presupuesto oficial les era
entregado. Falacia en el enfoque, por supuesto, puesto que la universidad privada se
desarrolla bajo los parámetros de la ayuda externa y privada. Cuando se aducía, y se
aduce la privatización de la educación superior, se alude a un hecho estadístico, y al
abandono de la universidad pública por el Estado.

Ciertamente, las apropiaciones presupuestales crecieron, pero deflactadas, por los


efectos de la inflación, los incrementos no aparecerán exagerados, como pretendían
los miembros de la Misión Wiesner-Bird, sino más bien de poca significación com-
parados con años anteriores. Y en cuanto a la injerencia, invocó la norma constitucio-
nal que establece la vigilancia y control del gobierno sobre la universidad, que poco
se ejerce, puesto que el sector privado dominante en Ascun varía los destinos de la
educación, esgrimiendo como contrafuerte, entre otros, “el amparo constitucional de
la libertad de enseñanza”. En su alocución de 17 de diciembre de 1979, expresando
lo inconfesable, el ministro Lloreda declaraba acerca de la elección de rector por las
mismas universidades:

Es indispensable que haya unas instituciones muy bien concebidas, unos Conse-
jos Superiores donde haya un equilibrio entre las fuerzas internas y las fuerzas
de gobierno, y que ese equilibrio garantice que esas universidades actuarán con
un criterio del bien común dentro de un gran clima de armonía interna. Sólo así
se ve factible que el Congreso entregue la facultad de nombrar rectores a unos
cuerpos que hasta hace poco aparecían como reductos de la anarquía o expre-
sión egoísta de los intereses particulares de los estamentos.

Con este remate, en 1979, todavía la clase dirigente reconocía el aserto de Bernar-
do García en su estudio “Universidad Rebelde”: “...la crisis se origina en la falta de
consenso respecto al cambio, las vías por las cuales debe realizarse y las metas del
mismo”. Traducido en términos de clase, quiere decir, que existen por lo menos dos
proyectos políticos encontrados, uno de los cuales, la revolución, fue la divisa acogida
por el movimiento estudiantil, con más o menos beligerancia, según lo permitieran las
coyunturas por las que atravesó el país hasta hoy; y cuando no el movimiento, sí sus
vanguardias eficaces en la acción agitacional.
176
[ Ensayando la reforma en Colombia, 1968-1985 ]

Los parámetros de la vida política colombiana, típica democracia restringida, han he-
cho más recurrente la crisis de la universidad, tan hermanada con las vicisitudes de las
mayorías del país. Y el correr de los días ha mostrado a tirios y troyanos, que el trata-
miento policivo de la universidad pública y su sitio por hambre, jamás permitirán que la
normalidad acceda a ella. Y el gobierno siempre prefirió mantenerla cerrada y ocupada.

Hasta la saciedad se probó en los últimos veinte años, que la universidad politizada
tiene sus propios límites, y que los estudiantes, con las posibilidades de investigación
y recortado libre examen, de los cuales disfrutan, siempre tendrán razones de sobra
para enjuiciar esta educación superior divorciada de sus propias expectativas, como
ciudadanos y como trabajadores profesionales. El trato de minoría de edad a la educa-
ción superior, pública y privada, sólo sirvió para neutralizar la protesta masiva de los
estudiantes, y ni siquiera eso, porque varias veces fue desbordada la represión.

La nueva reforma, hoy llamada de la educación postsecundaria, para golpear lo que


se denomina la universidad tradicional, en cumplimiento, con simulación, de los pre-
supuestos de la reforma de 1967, que hablaba entonces de universidades e institutos,
para dar curso a la modernización en la visión desarrollista, fue aprobada, aceptando
la enseñanza tecnológica, pero diciendo vigorosamente no a los aspectos que consa-
grarían su democratización.

El 22 de enero de 1980 entró en aplicación la reforma, consignada en el Decreto


080 de igual año, con los siguientes desarrollos en cuanto a la estructura de poder:
Los consejos superiores de las universidades públicas quedaron constituidos por: tres
representantes del gobierno, un decano por el Consejo Académico, un egresado, un
profesor y un estudiante.

La consigna de devolverle la universidad a la universidad quedó de nuevo aplazada.


Introdujo una clara distinción en el régimen laboral de los docentes, quienes queda-
ron calificados como empleados públicos. Se reducía así al máximo la franja de los
trabajadores oficiales. Incluyó los conceptos de autonomía, libertad de cátedra y carácter
universal de la educación superior y se “regarantizó” para la universidad privada la li-
bertad de enseñanza, prometiéndose combatir en ella el creciente ánimo de lucro.

El último episodio de esta reforma lo constituyen los acontecimientos, que han te-
nido por escenario la Universidad Nacional. Tienen ahora como eje, el bienestar
177
[ Educación pública superior, hegemonía cultural y crisis de representación política en Colombia (1842-1984) ]

estudiantil, una gran conquista que se ha perdido, convertida en una fórmula de


subsidiar particularmente a cada estudiante necesitado, y transformadas las residen-
cias en un hospital ambulatorio. Y esta conducta pronto buscará hacerse extensiva a
toda la educación pública. La Universidad Nacional lleva hasta la fecha contabilizado
el más amplio cierre de su historia, que condujo a la renuncia del rector Fernando
Sánchez Torres.

Su reemplazo fue el abogado e historiador Marco Palacios, líder estudiantil de los con-
flictos del anterior periodo, en la Universidad Libre, conocedor de cerca de la naciente
experiencia guerrillerista y del MRL. Por sus intervenciones, parece circunscribir los
criterios de la autonomía al ámbito de lo estrictamente académico, y disponerse con la
mano dura contra los revoltosos. Sin que nada se haya dicho sobre la modificación de
la estructura de poder en la educación superior.

Se valió, eso sí, como secretario general, de otro líder estudiantil del pasado, de
importante participación durante la fracasada rectoría de Luis Carlos Pérez, de mar-
cada formación marxista, procedente de la antigua corriente democrático-revolucio-
naria. De los dos, y del gobierno en última, parecía pender el inmediato futuro de la
Universidad Nacional, clave de bóveda, punto de articulación de la dominación y
conducción de los grupos y clases subalternas cultos, en el inconcluso proyecto de
unidad nacional de Colombia.

¿Y los estudiantes qué?

En los últimos cinco años, la apatía ha sido grande, salvo esporádicos y salvajes
enfrentamientos con la fuerza pública, o grandes concentraciones motivadas por el
asesinato de profesores, la desaparición de universitarios o la defensa de la univer-
sidad pública.

Sus demostraciones pacíficas en la Universidad Nacional sufrieron dos rudos golpes:


uno, la agresión contra la asamblea de universitarios en la Plaza Che, por las fuerzas
del Ejército, cuando se buscaba lograr un claro deslinde con los grupos anarquistas
y la delincuencia común; dos, cuando el rector, Fernando Sánchez Torres dio un ul-
timátum a la asamblea estudiantil en el sentido de desocupar residencias en un plazo

178
[ Ensayando la reforma en Colombia, 1968-1985 ]

perentorio, cuando lo democrático hubiera sido prestar atención a la decisión que


tomara la multitudinaria reunión.

Ambas oportunidades permitían revitalizar la universidad por cauces diferentes a la


violencia y a la contestación, pero el gobierno los castró; y los estudiantes, todavía sin
reponerse de los golpes de la represión, bajaron la guardia. Luego vino la no aclarada,
suficientemente, masacre, pretexto para las medidas de hoy.

También existen los grupos que desarrollan lo que el profesor Antanas Mockus llamó
“contracultura”, que tiene variadas expresiones artísticas y periodísticas: por ejemplo,
Sin Permiso, Punto de Partida, Causa y Efecto, que no hace la revolución política,
pero propone un cambio vital actual, y ejerce la crítica permanente. Es, a su manera,
otra opción contra la hegemonía burguesa que aborrece; fruto creativo del fracaso y la
impotencia del inmediatismo revolucionario del primer periodo.

179
Conclusiones

P arece haberse cerrado un gran periodo de lucha estudiantil, y en el terreno polí-


tico-cultural tocó igualmente fondo el cuestionamiento de la hegemonía sobre
el sector de la intelectualidad emergida en el trámite modernizador de la universidad
colombiana. En nuestra relativa masificación en el nivel superior, las clases medias
han escapado a la dócil dirección de la burguesía. Ellas, ensayadas en la movilización
del sector estudiantil, al descubrir los reales factores de poder, en la práctica aceptaron
ya que los estudiantes por sí solos no harán la revolución, pero que en cambio hay que
mantener viva su capacidad de protesta.

A su vez, la fractura en la juventud universitaria que vivió la impotencia, o las limi-


taciones de la lucha, permitió la constitución de importantes cuadros políticos, cultu-
rales y militares, que integraron en buen volumen los destacamentos democrático-re-
volucionarios que ensayaron paralelamente la iniciativa de la revolución democrática
de nuevo cuño, por ambas vías, sin lograr éxito, y exhiben positivo expediente en la
incipiente cultura nacional, intelectual y artística. Para citar apenas dos ejemplos, el
nuevo teatro y la nueva música.

En la universidad pública, y en mucho menor grado en la privada, el enfrentamien-


to con el modelo desarrollista9, traducción de la estrategia del capitalismo mundial

9 Por universidad desarrollista se entiende la que busca transmitir, enseñar, memorizar asuntos para que los
profesionales logren producir más. Responde a la impronta del desarrollo económico como simple crecimiento

181
[ Educación pública superior, hegemonía cultural y crisis de representación política en Colombia (1842-1984) ]

para los países subdesarrollados, y para Colombia, nación piloto de los planes de la
Alianza para el Progreso, así como de los intentos de renovación educativa, permitió
la constitución de vanguardias intelectuales, repartidas en el amplio espectro de lo
que es actualmente la izquierda colombiana y las demás fuerzas democráticas. Hoy,
estos intelectuales, luego de privilegiar la lucha armada como táctica obligatoria para
enfrentar la democracia restringida –que aherroja a la pequeña burguesía y a las masas
populares desde la última gran experiencia de masas, con vocación de poder, el gaita-
nismo–, han decidido introducir una variante en su accionar político.

Se le dio vida a la que se ha denominado etapa del diálogo nacional y de la apertura


democrática, que empezó con la tregua pactada con las más numerosas agrupaciones
guerrilleras activas. Y un ex universitario, de la Facultad de Derecho de la Universidad
Nacional, Jaime Bateman, ha sido hasta su muerte, quizá el principal artífice de este pro-
yecto, que parece privilegiar ahora el trámite de reformas efectivas en la vida política,
económica y social de Colombia, sin usar las armas.

La intelectualidad que cuestionó la hegemonía de la burguesía no ha llegado aún al


poder político, y sus reivindicaciones máximas no han sido satisfechas. La nueva
década dirá si esta fractura en el aparato de la hegemonía conducirá a la irrupción de
la nueva sociedad por la vía de la reforma o de la revolución. Por lo pronto, la intelec-
tualidad de cuño pequeño burgués salida de la universidad colombiana en el curso de
los últimos treinta años ha cambiado de táctica, sin renunciar al proyecto que satisfaga
su herencia social y la exigencia nacida de su ideología marxista, aplicada al examen
de la realidad de la Patria. Enfrentará la posibilidad de la asimilación o la coronación
de sus propósitos. Los nuevos días con sus desarrollos, lo dirán.

Aceptado que la universidad colombiana vive la última fase de su modernización par-


cial, y vista la componente social que la dinamiza: la clase media en sus gradaciones.
Aceptado también que tal modernización lleva implícita una contradicción, magnificada
por la toma de posición política del estudiantado, motivado en lo fundamental por la
imposibilidad de realizar tanto sus expectativas teóricas como económicas. Ello lo con-
dujo a asumir una de tres actitudes: la pasividad ante la suerte de la educación superior,
la reforma de la misma o la revolución social para cambiar la universidad, luego de
de la producción, ajena a toda crítica al sistema social y político imperante.

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recorridas las particularidades de este conflicto, en el periodo comprendido entre 1961
y 1982, fijados claro está unos antecedentes que permitieron rastrear las tendencias que
en lo educativo, a partir del siglo XIX, irán definiendo con vaivenes la configuración del
aparato educativo burgués como alternativa laica al control clerical de la vieja sociedad
civil. Este problema en el ámbito de la sociedad colombiana se zanjó históricamente
bajo la fórmula de la conciliación, en el que el ejercicio de la hegemonía es compartido
entre los intelectuales tradicionales –clericales los más– y los nuevos intelectuales, sur-
gidos del capitalismo instaurado en los primeros cincuenta años del siglo XX.

Se esclarece en este estudio, que la conciliación producida en la organización de la


cultura, en la que la piedra ciliar es el aparato educativo, en el nivel superior no se
pudo cristalizar definitivamente. Y no pudo cristalizarse por la presión que ejerce la
clase media, que inició su ingreso a la universidad, en forma masiva, a partir de la
década de los cuarenta, y que ante el aplazamiento de las reformas en la estructura de
la producción y la dependencia creciente de la potencia imperialista, no ha visto más
alternativa que protestar.

Cuestionar la vieja hegemonía y, luego, convertirse como estudiantado en una fuerza


revolucionaria que no ha podido concitar a las demás clases para hacer real la revo-
lución social y quebrar el bloque de las clases dominantes. Sin embargo, aquel sí ha
logrado quebrar positivamente uno de los aparatos, la espina dorsal de la hegemonía
en Colombia, la escuela burguesa en su piso superior.

De ahí que el bloque dominante haya decidido neutralizarla con el recurrente método
de la fuerza, puesto que acepta la pérdida del consenso al interior de la nueva inte-
lectualidad, método que condujo, en su último momento, al enfrentamiento armado
directo entre estudiantes y fuerzas del orden. Ahora, ante la eventualidad de una so-
lución catastrófica de la llamada “crisis universitaria”, los dos bloques enfrentados
ensayan otro método, propugnando por la reforma que no se ha hecho.

En la forma como se hizo la conciliación en la organización de la cultura y el modo


como fue cuestionada en la lucha entre las clases, en el marco de la universidad, radica
la particularidad de la educación superior y la intelectualidad que en ella se constitu-
yó. Esto diferencia a Colombia de todos los países que sí materializaron en América
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[ Educación pública superior, hegemonía cultural y crisis de representación política en Colombia (1842-1984) ]

Latina los presupuestos de la reforma de Córdoba de 1918, que llevó a la pequeña


burguesía del continente al poder o a las puertas del mismo, como aconteciera con
Víctor Raúl Haya de la Torre y José Antonio Mella.

De este modo consideramos cumplido el objeto de la presente investigación, tejida en


torno a la experiencia de la lucha de los grupos y clases subalternas, a propósito de la
hegemonía cultural burguesa y su desafío en la disputa del capital cultural presente en
la educación superior colombiana; para proponer en cambio una reforma radical de la
cultura tradicional, oligárquica y jerárquica.

La reforma de la educación superior, que respondía a la imposición del Plan Atcon,


en su sola formulación condujo a una confrontación política de inocultables propor-
ciones, a la vez que un proceso de rica inserción en la modernidad negada desde el
siglo XIX, por el influjo político reaccionario de la Regeneración republicana y su
penúltimo engendro, el Frente Nacional.

Uno y otro de estos ejercicios antidemocráticos fueron lúcidamente denunciados en


su momento por la obra intelectual individual y colectiva del politólogo Fernando
Guillén Martínez y, en su praxis trágica y festiva, por los movimientos contestatarios
y revolucionarios, quienes poblaron las tres décadas que van desde los sesenta a fines
de los años ochenta. Ellos reinventaron el mundo provinciano con su heroicidad, re-
flexiones y compromiso.

Hoy, gracias a ellos y ellas, otro es el horizonte pletórico de resistencias y liberación, y


mayor la comprensión de la urgencia ética de liberarnos del orden capitalista y de sus re-
voluciones pasivas, como lo han sido de modo sucesivo el fordismo y el posfordismo
que aquí y ahora sufrimos, para construir la nueva vida colectiva.

La historia que sigue está por escribirse, y estas páginas hechas a cuatro manos, son
apenas un anticipo reflexivo y ojalá provechoso de un pasado rico y polifónico, que
necesita el rescate de la historia política y social de los vencidos, ad portas de la cele-
bración de doscientos años de independencia incompleta y contrahecha en esta tierra
que se llamaría Colombia.

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Glosario de siglas

Anapo Alianza Nacional Popular


Ascun Asociación Colombiana de Universidades
Audesa Asociación Universitaria de Estudiantes de Santander
BID Banco Interamericano de Desarrollo
BIRF Banco Internacional de Reconstrucción y Fomento
Cecla Comisión Especial de Coordinación Latinoamericana
CNT Confederación Nacional del Trabajo
Copei Comité de Organización Política Electoral Independiente
(Venezuela)
CSTC Central Sindical de Trabajadores de Colombia
CTC Confederación de Trabajadores de Colombia
DRI Desarrollo Rural Integrado
EEUU Estados Unidos
ELN Ejército de Liberación Nacional
EPL Ejército Popular de Liberación
FES Frente de Estudios Sociales
FMI Fondo Monetario Internacional
FUN Federación Universitaria Nacional
Icetex Instituto Colombiano de Crédito y Estudios
Técnicos en el Exterior
Icfes Instituto Colombiano para el Fomento de la Educación Superior
Iepri Instituto de Estudios Políticos y Relaciones Internacionales
Indesco Instituto de Economía Social y Cooperativismo
JUCO Juventud Comunista
JUPA Juventud Patriótica

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[ Educación pública superior, hegemonía cultural y crisis de representación política en Colombia (1842-1984) ]

LAP Liga de Acción Política


MAN Movimiento de Acción Nacional
MESC Movimiento Estudiantil Social-Cristiano
MOEC Movimiento Obrero Estudiantil y Campesino
MOIR Movimiento Obrero Independiente y Revolucionario
MRL Movimiento Revolucionario Liberal
OEA Organización de Estados Americanos
PCC Partido Comunista Colombiano
PCC (ML) Partido Comunista de Colombia (Marxista-Leninista)
PNUD Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo
SENA Servicio Nacional de Aprendizaje
UIS Universidad Industrial de Santander
Unijus Instituto Unidad de Investigaciones Socio-Jurídicas y
Políticas Gerardo Molina
UNIR Unión Nacional Izquierdista Revolucionaria
UTC Unión de Trabajadores de Colombia

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Educación pública superior,
hegemonía cultural y crisis de representación política
en Colombia (1842-1984)

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