Está en la página 1de 3

JIM MORRISON (THE DOORS)

Por Kástor Cabrera Solarte

No hay tal vez en la historia del rock una figura tan desmesurada, tan contradictoria, tan llena de
vitalismo y de excesos como la de Jim Morrison. Su vida fue vertiginosa y nunca tuvo descanso,
estaba como predestinado a morir joven, murió a los 27 años, y ahora, con otros músicos y
cantantes comparte el fatal privilegio y la triste fama de pertenecer al Club de los 27. Tal vez esa
frase del poeta inglés William Blake nos dé las claves para acercarnos: “Si las puertas de la
percepción fueran depuradas, todo aparecería ante el hombre tal como es: el infinito”.
Precisamente, la palabra Puertas (Doors) es el nombre de la ya legendaria banda de rock de la
que él fue su cantante, su compositor y su guía. Poeta, provocador, visionario, obsceno, sublime,
marginal, soñador, todos estos calificativos pertenecen a esta mente compleja que no tenía un
asidero social, familiar, generacional, su espiritualidad le hacía negar toda norma y regla pues las
encontraba cansadas y obsoletas y por eso se enfrentó a ellas, con poemas, con canciones, con
acciones, con maldiciones, con delirios; su verdadera familia era su grupo, The Doors; también
abandonó a sus padres, pues cuando se le preguntaba por ellos, contestaba: están muertos. Y
cuando no tenía más cadáver sobre su mesa se buscaba a sí mismo o mejor, se perseguía a sí
mismo, para encontrar lo bello, lo extraño, para encontrar lo nuevo.

Jim Morrison nació en Melbourne, Florida, en 1.947, de niño y de adolescente fue ejemplar,
estudioso, lector insaciable y desde entonces tenía ya afición por la literatura, la filosofía y las
artes. Su familia llevaba una vida nómada, pues su padre era almirante de la Marina y por mucho
tiempo vivieron en bases militares. Pero su formación artística la hizo en Los Angeles donde
adelantó estudios de cinematografía. Su adolescencia coincidió con esa marea social del hipismo,
del rock and roll, de la sicodelia, de las drogas, de las luchas de los negros en EE.UU. Elvis Presley
fue su cantante favorito, fue su modelo, pues de él aprendería la sensualidad, el baile, la
teatralidad. También Frank Sinatra fue de sus afectos. En la literatura, La Beat Generation, estos
poetas vagabundos y místicos lo marcaron, especialmente Jack Kerouac y su libro En el Camino
(On the Road). Su hermana lo confirmaría: “Él era un beatnik”, es decir, un rebelde, un vitalista, un
marginal.

Un día de playa en Los Angeles se encontró con Ray Manzarek, un amigo de la universidad y le leyó
unos poemas, éste quedó fascinado y lo invitó a formar parte de una banda, la que sería pronto
The Doors; con la llegada del guitarrista Robby Krieger y el percusionista John Desmore, la
agrupación quedó definitivamente formada. Poesía, rock y teatro era la fórmula. Desde su primer
álbum The Doors, 1967, llegaron a los primeros lugares de los listados de Billboard. Empezaron
tocando en pequeños bares como el Whisky a Go Go, donde Morrison ya era famoso por sus
excentricidades, se había iniciado en las drogas, en el LSD, la marihuana y el alcohol, que fueron
sus compañeros hasta el final. El éxito empezaba, la fama, el dinero, los contratos, pero él era
impredecible, vivía sin familia, dormía en la azoteas de los edificios, en hoteles. Robby Krieger, el
guitarrista, decía, parecía que él se esmerara en arruinarlo todo, cuenta que una noche, cuando la
banda tenía que tocar, Jim no llegó, salieron a buscarlo y lo encontraron borracho, tuvieron que
llevarlo a rastras para subirlo hasta el escenario. A medida que su éxito crecía, sus conflictos y
escándalos se multiplicaban, como aquél en Miami, cuando fue detenido en pleno concierto; fue
sorprendido en un cuarto, detrás del escenario, haciendo el amor con una muchacha; fomentaba
el desorden frente a la multitud, insultaba a la policía, hacía gestos obscenos de masturbación. Esa
noche en Miami se le imputaron los cargos de incitar a motín, indecencia y obscenidad pública.
Como buen seguidor del humor negro del surrealismo, no faltaban sus bromas oscuras con las que
pisoteaba la moral pública, para deleite de sus miles de seguidores. En una ocasión, como había
reescrito la tragedia Edipo Rey, una noche en un escenario, en un rapto hipnótico, improvisando
con el fondo musical repetía que quería matar al padre y hacer el amor con la madre. La policía
tuvo que suspender el espectáculo y los Doors fueron vetados no sólo en Miami, sino en seis
ciudades más donde tenían que ir de gira. Ese estigma del escándalo, en vez de condenarlos, hacía
crecer su fama y pronto se convirtieron como en guías de esa contracultura que crecía violenta en
las calles norteamericanas.

¿Uno podría preguntarse, si andar entre multitudes, estar casi corrompido por la fama, no era sino
la afirmación de un alma solitaria? Toda la melancolía y la tristeza que se expresa en canciones
como Love her madly, por ejemplo, refleja como un regreso a la inocencia perdida: ¿No la amas
locamente? ¿No la necesitas urgentemente? ¿Quieres ser su padre? ¿No te gusta cuando sale por
la puerta? Toda esa teatralidad absurda en el escenario no era sino la basura del alma que había
que botar para reencontrarse con el amor perdido. Pero esa teatralidad en él era sin maquillajes
porque sabía que se estaba buscando a sí mismo, al otro, que era él mismo, perdido entre esa
multitud frenética y ciega. En Love her madly parece estar Pamela Courson, Pam, su novia
“cósmica”, que lo acompañó hasta su muerte. Fue su verdadero amor, con ella se fue al destierro
y ella le supo dar la poca paz que tuvo en sus días. Pienso que en ellos se cumple como en nadie
esa frase de Nietzche (una de sus grandes influencias): La mujer es el solaz del guerrero. La poesía
era el centro de su gravitación, publicó más de tres libros de poesía, pero la poesía de sus
canciones, como en los viejos trovadores, es la que alcanza esa extraña y conmovedora armonía
que puso su sello al arte que él quería expresar. Todo ese desorden en el que vivía, con
acusaciones, procesos encima, persecuciones, delirios, paraísos artificiales creados en una
bohemia llena de alcohol y de drogas, parecía nutrir un arte extraño, salvaje, pero este arte era la
catarsis que lo llevaba a la lucidez del genio. Y es aquí donde se encuentra ese nexo con los poetas
malditos franceses, no se puede separar vida y obra. A Rimbaud, cuando era un vagabundo y un
mercenario que traficaba armas en Africa, le dijeron que en Francia era el poeta más celebrado, él
contestó: A la mierda la poesía. Igual, Jim Morrison, pero al contrario, estando en París, le dijeron
que su música rompía fronteras, él contestó, yo no tengo nada que ver con eso.

The Doors publicaron seis álbumes de estudio, de los cuales, el primero, The Doors, el segundo,
Días Extraños y L. A. Woman, el último, fueron los más aclamados por la crítica y el público en
general, han vendido más de 150 millones de discos y obtuvieron discos de oro y platino. La
esencia de su música es el Blues y el rhithm and blues. En sus inicios retomaron elementos del
folk, pero su estructura musical, su estética innovadora, su capacidad de improvisación y de
experimentación se configuró desde su primer álbum. Esta síntesis proviene de corrientes
artísticas que los precedieron. Muchas canciones utilizan riffs de órgano o de guitarra,
improvisaciones vocales, sonidos guturales, susurros, gritos, sofocaciones, son raptos hipnóticos,
consciente e inconscientemente concebidos para crear atmósferas alucinantes y conmovedoras.
The End tiene una estructura dramática parecida a un guion, es una canción de amor, de
despedida, mediante crescendos se va logrando una intensidad, se acelera el tempo y con él el
drama hasta que hay una explosión final. Del teatro se nutre su puesta en escena: delirios, humor
negro, provocaciones, imprecaciones al público, lenguaje procaz y vulgar que se ejerce como una
salmodia del cuerpo, creando así atmósferas perturbadoras donde la orquesta hace un fondo y
dialoga con el canto individual. A veces la orquesta, como en el coro griego, es consciencia a su
vez. Todas estas técnicas que provienen de las vanguardias del teatro y también del cine,
especialmente del surrealismo, fueron introducidas por Manzarek y Morrison. En la parte musical,
la libertad del ejecutante, su capacidad de improvisación proviene del jazz.

Terminado L. A. Woman, el último álbum de estudio, hastiado y asqueado de la fama, casi


enfrentando la cárcel, perseguido y tratado como un convicto, Jim, con su novia Pamela, parten
para Paris. Pero es paradójico que, cuando se había convertido en un ídolo, en un símbolo de la
sensualidad, en esos tiempos violentos, él diga “Debo encontrar un lugar para esconderme”. París
era para él la poesía, el sosiego, el anonimato. Pero en realidad esa paz nunca la encontró. Lo
vemos en sus últimas fotografías, de brazo con su incondicional Pamela, caminando por los
bulevares de Saint Germain, o en los cafés; una tarde, desde la colina de Montmartre divisó el
cementerio de París, y como si fuera una premonición, dijo que le gustaría que lo enterraran ahí.
Ya no era el rey lagarto de otros tiempos, llevaba a sus espaldas un duro pasado, era un ser
melancólico, pero su ternura, que brillaba en sus ojos, no había desaparecido, era como la última
luz de ese drama que había vivido. Su tranquilidad no llegó, su adicción al alcohol y a las drogas lo
regresaban a su pasado. Una noche de un 3 de julio de 1971, Pamela lo encontró en la bañera del
apartamento, con un hilo de sangre saliendo por la nariz. Estaba muerto.

Pero París le hizo justicia, fue enterrado, como él quiso, en Pére Lachaise, donde se encuentran
Oscar Wilde, Edith Piaff o Modigliani, artistas que llevaron una vida no menos tormentosa que la
suya. Muchos años más tarde, su padre, el almirante Morrison, con lágrimas en los ojos, viejo,
cansado y vencido, y sin culpa, porque la culpa a veces es una invención de los cobardes, dijo, ese
cementerio de París fue creado para sus mejores hijos, para sus escritores y artistas y no se debe
sentir sino agradecimiento que mi hijo esté allí, pues a pesar de todo, fue un buen hombre.
Pamela Courson murió en Los Angeles tres años después, también a la edad de 27 años, según se
dice por sobredosis de heroína. Era como si hubiera esperado tres años de infierno para unir con
heroísmo los lazos del Amor y de la juventud perdida.

También podría gustarte