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Jesús ya les había mostrado una señal. Al hacer las obras que el
Mesías debía efectuar, les había dado una evidencia convincente de
su carácter. Esta vez les contestó con una parábola, y demostró así
que discernía sus malas intenciones y veía hasta dónde los
llevarían. "Destruyan este templo y en tres días lo levantaré".
"Por eso puede salvar -una vez y para siempre- a los que vienen a
Dios por medio de él, quien vive para siempre, a fin de interceder
con Dios a favor de ellos" (Heb. 7:25). Aunque el Santuario y
nuestro gran Sumo Sacerdote serían invisibles para los ojos
humanos, los discípulos no sufrirían interrupción en su comunión
ni disminución de poder por causa de la ausencia del Salvador.
Mientras Jesús ministra en el Santuario celestial, continúa siendo,
por medio de su Espíritu, el Ministro de la iglesia en la tierra. Se
cumple la promesa que hiciera al partir: "Y tengan por seguro esto:
que estoy con ustedes siempre, hasta el fin de los tiempos" (Mat.
28:20). Su presencia vivificadora está todavía con su iglesia.