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Vicisitudes del cuerpo en la clínica psicoanalítica.

Partiré de la idea que el sujeto habita un cuerpo marcado por el Otro


dejando huellas y cicatrices que hacen del organismo un cuerpo.

Esto nos lleva a pensar que no se nace con un cuerpo, sino que éste es un
producto, proceso que quedará oculto bajo la ilusión imaginaria que la
consistencia del cuerpo provee.

Lo descripto constituye una paradoja velada para el sujeto, pues siendo lo


más ajeno, en tanto otorgado por el Otro, el cuerpo funciona como lo más
propio e íntimo, permitiéndole la ilusión de hacerse representar por él.

El cuerpo que nos interesa es el cuerpo del sujeto, que tiene tiempos que
no coinciden con los del organismo.

Los tiempos del organismo pueden pasar, pero sin estar acompañados por
los tiempos del sujeto.

El cuerpo del sujeto sólo realiza sus tiempos en pasajes no evolutivos,


dependientes de una progresión promotora de pasos que van inicialmente
desde el cuerpo del Otro al cuerpo propio y luego alcanzan al cuerpo del
partenaire.1

Esto nos lleva a pensar que con la edad no necesariamente crece el


cuerpo.

La trama temporal no se teje espontáneamente, sino que requiere una


sucesiva redistribución de goces que se despliega en contingencias
manifiestas, con angustias, desbordes, prisas, retrasos y urgencias.

Cada tiempo se recreará aún con contratiempos, en la medida que se


produzca una pérdida de goce, condición necesaria para una
redistribución que habilite nuevos goces enlazados al deseo.

Cuando Freud plantea en Metamorfosis de la pubertad que algo nuevo se


avecina… se refiere precisamente a la búsqueda del objeto en el cuerpo
del partenaire, cuestión que no siempre se produce.
1
Flesler, A: El niño en análisis.
1
El hecho que se pueda localizar el objeto de deseo y de goce al final de la
pubertad, exige haber transitado con anterioridad, en la infancia, cada
uno de los tiempos del cuerpo, que como ya planteamos no es sin
contratiempos.2

Consignábamos que la pérdida de goce es condición para causar el deseo.

Si esta pérdida no se verifica, se pagará el precio de una fijación, lo que


habrá de inhabilitar al sujeto la posibilidad de acceso a otros goces.

Es necesario destacar que el sujeto responde al Otro en el intervalo de su


falta, abriéndose de este modo el destino que seguirán los goces de su
cuerpo.

La falta en el Otro, el intervalo, condición necesaria para la respuesta del


sujeto, se recrea una y otra vez en esos tiempos que destacábamos.

Si bien este proceso requiere de un orden, éste no está garantizado.

Los goces del cuerpo dependen de esta recreación, que tiene como
condición la falta primera inaugurada cuando el goce incestuoso quedó
fuera del cuerpo del niño.

La eficacia de esta expulsión permite la unidad de la imagen especular


con la que se asume el cuerpo como propio, produciéndose el primer goce
jubiloso del narcisismo que permitirá que el niño juegue desde la cuna a
ser el falo imaginario del Otro3.

La falta de este goce narcisista, no le permitirá al niño el juego, ni más


tarde los juegos del amor. Sin este tiempo, el sujeto no podrá responder a
la demanda del Otro hecha goce pulsional.4

El desarrollo libidinal se origina en la obra de Freud desde el narcisismo


para ir volcándose luego hacia los objetos. Contrariamente, en los
desarrollos de Lacan, el narcisismo se inicia en relación a una imagen
percibida en el espejo, de acuerdo a la preeminencia del Otro.
2
Flesler, A: Op. Cit.

3
Fleser, A:Op Cit

4
Flesler, A: Op Cit.
2
Esta imagen tiene un poder morfogénico, a través de la cual el niño no
solamente se refleja pasivamente en ese espejo sino que es esa misma
imagen la que va a engendrar el moi del infans y toda su realidad.

De todos modos, no alcanza con la visión de la imagen del otro para


constituir la imagen del cuerpo propio, sino que la eficacia proviene de la
mirada en el campo del Otro.5

A partir del Estadio del Espejo, con el reconocimiento de su imagen, el


sujeto anticipa su unidad iniciándose una relación erótica, libidinal, con
esa imagen que lo regocija en tanto encuentra en ella todo lo que a él le
falta, especialmente el dominio sobre el propio cuerpo.

No voy a entrar en detalles sobre del Estadio del Espejo, solamente me


interesa subrayar lo que Lacan en el Seminario de La Transferencia llama
el estadio del espejo generalizado.

Lo importante de esta experiencia es el lugar del Otro que sostiene al niño


en sus brazos delante del espejo coordinado con el giro de la cabeza del
pequeño buscando la mirada de asentimiento.

Guy Le Gaufey en El lazo especular ha señalado que: de este modo se


construye una escena que desborda su puro valor fáctico para imponerse
como la matriz a partir de la cual habrá sujeto. 6

La trascendencia que puede otorgársele a este cruce de miradas reside


en el hecho que esta mirada de asentimiento es confirmatoria y tiene un
carácter de fundación para el sujeto, ya que en función de ella surgirá el
yo auténtico como producto del giro de la cabeza del niño.

No está de más señalar con énfasis que este cruce de miradas se produce
por fuera del espejo.

El yo auténtico, será producto del sostén de la mirada confirmatoria del


Otro, y será amado a pesar de no ser perfecto, de no ser el yo ideal.

5
Heinrich, H: Locura y melancolía.

6
Le Gaufey, G: El lazo especular, citado por Heinrich, H. en Locura y Melancolía.
3
La mirada de asentimiento del Otro posibilitará la interiorización del Ideal
del Yo como lugar tercero, sede de lo simbólico, constituyéndose como
introyección simbólica de un rasgo.

El júbilo del niño, coordinado con la diversión del adulto, surge en el


intercambio de miradas y ya no solamente por el reconocimiento en el
espejo.

La mirada de asentimiento es la que provoca el júbilo del niño, gracias a


la cual se reconoce unificado en el espejo, siendo a posteriori, a través de
esta unidad lograda, que se deduce la fragmentación previa.

Esta mirada de asentimiento resulta ser en última instancia un signo de


amor.7

Podríamos preguntarnos: ¿qué pasa si el niño gira la cabeza y no


encuentra la mirada del Otro? El adulto es cómplice, dice Le Gaufey,
participa directamente del acontecimiento, no solamente pasa
distraídamente dedicándose a otras ocupaciones.

Resulta posible pensar, sin embargo que podría suceder que esté
distraído.

Anticipemos en ese sentido que “el melancólico es ese niño abandonado


demasiado pronto por una madre demasiado ocupada en contemplar su
propia imagen. La madre está ausente para su hijo y para el padre, ella
sólo está presente para ella misma”.8

En este caso no habrá intercambio de miradas, a pesar que el giro se haya


producido. Esto traerá como consecuencia trastornos del narcisismo, en
tanto no se habrá introyectado una instancia pacificadora de la tensión
especular que al mismo tiempo instaure al sujeto como amable.

Recordemos que el Ideal del Yo es ese lugar desde el cual el sujeto puede
verse como amable.

7
Heinrich, H: Op Cit

8
Hassoun, J: Citado por Heinrich H. en Locura y melancolía.
4
Lacan permitirá articular la introyección simbólica del Ideal del Yo en el
acto de asentimiento como aquello que sanciona la diferencia estructural
entre el moi y el yo ideal, dechado de virtudes. Sin esto, el sujeto creerá
que no es amado porque tiene imperfecciones.

Las imperfecciones quedarán inscriptas como fallas, y no como la


necesaria falla estructural que mencionaba anteriormente.

No voy a hacer un desarrollo en torno a la melancolía, solamente lo


menciono con el fin de destacar la importancia de la introyección del Ideal
del yo.

H. Heinrich, en “Locura y melancolía” se pregunta si estas cuestiones no


podrán ayudarnos a entender el dolor, la inhibición e incluso los excesos
de algunos pacientes. Así como también la elección narcisista de objeto
en términos de esa añoranza por un amor intenso, eterno, pasional que
autentifique al sujeto como digno de ser amado.

Hace unos años participé de un grupo de lectura sobre psicoanalistas


anglosajones coordinado por Alejandro Varela. Entre otros textos
trabajamos un artículo de Winnicott: “La capacidad de estar solo”9, no
dimensionando en ese momento la importancia de ese concepto.

La capacidad de estar solo, para este autor, surgiría en la infancia, en


presencia de la madre quien tiene que ser “apenas suficientemente
buena”10. Subrayo el apenas, ya que en nuestro ámbito “lacaniano”
muchas veces esta idea ha sido banalizada.

Esta madre, además de interesarse por el niño, se sentirá atraída por otras
cosas, cuestión que hará que el niño crezca confiado gracias a que ella, o
un sustituto, se encuentra allí, sabiendo que la presencia de cada uno es
importante para el otro, con la particularidad de que no necesitan estar
interactuando permanentemente, es decir, pudiendo cada uno estar
dedicado a sus cosas.

9
Winnicott, D: “La capacidad de estar solo”, en Los procesos de maduración y el ambiente facilitador.

10
Henrich, H: Op Cit. “good enough”: apenas suficientemente buena.
5
Para estar relajado, tranquilo, se tiene que poder soportar la ausencia de
estímulos, soportar estar solo sin sentirse solo, en tanto se tiene la
seguridad que hay otro que acompaña, que a su vez se priva de
interactuar continuamente. Con la convicción y la legalidad de no tener
necesidad de estimular al niño de más para sentir que se es un buen
padre/madre. Sabe que dejar que el pequeño juegue no es abandonarlo y
tampoco es grave si se aburre un poco.

Así, para el niño, acostumbrarse a que cuando el otro está presente, no lo


está del todo, va de la mano con tolerar su ausencia, que tampoco será
total, ya que conlleva la seguridad de su retorno: presencia en ausencia y
ausencia en presencia, fort-da.11

Hay sujetos que requieren contar todo el tiempo con estímulos


suficientemente intensos como para garantizar lo que Winnicott llama
orgasmo del yo, el climax, el éxtasis.

Se observan en el juego del niño dos modalidades bien diferenciables, nos


dice: en primer lugar el juego feliz, relajado, donde el niño es capaz de
excitarse mientras juega y sentirse satisfecho, sin sentir la amenaza del
orgasmo físico de una excitación local. En cambio el niño con tendencia
antisocial o con una defensa maníaca, no puede disfrutar del juego porque
el cuerpo queda involucrado. Son esos niños que llamábamos
hiperkinéticos o más contemporáneamente ADHD.

El segundo necesita un clímax físico y los padres reconocen el momento


en que no hay manera de poner fin a ese desborde, salvo una bofetada
que proporciona un climax falso, pero muy útil, dice Winnicott.

Esta necesidad de participar desenfrenadamente aún en las actividades


más cotidianas e intrascendentes, no solamente se verifica en el niño,
también en adolescentes y adultos: alguna acción impropia en el colegio,
con un vecino, en la cola del supermercado, los lleva a generar una escena
de extrema violencia y agresividad. El límite llegará desde la realidad si no
fue inscripto simbólicamente.

11
Heinrich, H: Op. Cit.
6
Esta posición hace que les resulte difícil soportar la excitación acotada de
una reunión de amigos, una obra de teatro o permanecer sentados
durante una hora de clase, a diferencia de una experiencia sexual donde
la excitación es máxima, dice Winnicott. El problema surge cuando un
climax adecuado a una experiencia sexual es buscado en actividades que
debieran ser sublimatorias o en una sexualidad que no debe decaer
nunca.

Ningún programa les resulta lo suficientemente excitante, si no promete


el éxtasis.

Javier, un joven paciente de 16 años clasifica los boliches en tres grupos:


los tranquis, los turbios y los adrenalínicos.

A los primeros, van los nenes bien, comenta Javier; en cambio los turbios y
adrenalínicos producen una sensación en el cuerpo como cuando mi papá
me está por pegar, agrega, que se traduce en taquicardia, sudoración y
máxima atención para evitar ser golpeado en el camino de llegada y
durante la estadía dentro del mismo. El que logra salir ileso es un kapo,
me aclara, y obviamente se encarga de generar la pelea a la salida.

¡A mí siempre me cagan a piñas!, sonríe, siempre terminamos corriendo


por el descampado hasta llegar a una zona neutral… ahí voy con mis
compañeros de Defe (su club de futbol).

Didier-Weill12 plantea que hay niños que no conocen el aburrimiento


porque todo los sorprende, el deseo es incesantemente relanzado porque
todo los asombra. El aburrimiento sería la percepción dolorosa de la
repetición, bajo el sesgo de lo monótono, señala el autor.

Cuando el aburrimiento y la monotonía se instalan, se ve hasta qué punto


el cuerpo está sometido a la ley de gravedad, a ley de lo Real, y aparece en
primer plano la función de desecho del cuerpo.

Un cuerpo mortificado no encuentra la liviandad del significante que le


posibilite el deslizamiento hacia otra cosa, en un rodeo deseante que le
permita dar la cosa por perdida.
12
Didier-Weill, A: en Lacan. Seminario 26: La topología y el tiempo, inédito. Citado por Heinrich, H en
Locura y melancolía.
7
Resulta ser tan cierto que el relanzamiento del deseo permite no sentir el
agobio del aburrimiento, como que no siempre estamos viviendo
experiencias extáticas maravillosas.

El aburrimiento es también esa atmósfera vital que habitamos, siendo


inherente al deseo su carácter de insatisfecho, prevenido o imposible.

Si el deseo es deseo de otra cosa y la única manera de reencontrar el


objeto es en tanto representado como tal por otra cosa, 13 se hace difícil la
metonimia deseante cuando un sujeto sufre un apego inamovible a la cosa
de la que espera que sea “la verdadera”. Cuando la otra cosa es rebajada a
la categoría de desecho, con cuya indignidad se identifica el sujeto, ningún
señuelo brillará agalmáticamente como para relanzar el deseo.

En este sentido, resultará mejor una pelea, una discusión, turbulencias,


choque pasional, gritos, insultos, algo que permita establecer contacto
antes de padecer la ausencia de estímulos intensos, que no es vivida como
relajación, sino como indiferencia intencional y mortífera que provoca un
desborde similar al del niño que corre alocadamente hasta golpearse o
que lo golpeen y encontrar así finalmente el límite de su cuerpo.

Esta incapacidad de soportar la ausencia de emociones fuertes que den


consistencia al cuerpo y sentido a la vida lleva a la búsqueda de los más
diversos estimulantes, los que al modo del pharmacon, la droga como
remedio, portarán la ilusión de hacer la vida más vivible.14

Esto nos permite pensar la lógica de las adicciones, no sólo las clásicas,
sino aquellas que surgen en las elecciones narcisistas, en las que el menor
signo de desencuentro con la persona elegida es vivido como síndrome de
abstinencia.

Habría que recordar que para los griegos pharmacon era antídoto, tal
como es la ilusión que habita el consumo, como veneno.

Hace un par de años Javier “paraba” en Colegiales, ahí nos dábamos con
todo, dice Javier, después quise “parar” en Villa Crespo, esos son

13
Lacan, J: El Seminario. Libro 7. La ética del psicoanálisis. Citado por Heinrich, H en Locura y melancolía.

14
Heinrich, H: Op cit
8
bravísimos: peleas con botellas, cuchillos, alcohol, merca, eso no lo hago
más, le prometí a mi mamá. Yo a mi vieja le cumplo…

La desorganización loca, el desenfreno, no representan tanto una


respuesta ante una determinada situación desencadenante, ni un llamado
a otro que no escucha, sino que expresan primordialmente la incapacidad
de soportar la falta de interacción intensa con algún otro. Esto se expresa
en un estado de desesperación, nerviosismo, inquietud física diferente a la
angustia, más cercano al síndrome de abstinencia y que no ofrece
asociaciones ni se presta a ser interrogado, sino que es de una urgencia
vital.

Tampoco son síntomas, por lo cual carecen de sentido y no son


interpretables.

En una oportunidad, Javier me cuenta que al salir del colegio fue a la casa
de Mica (su novia), tenía muchas ganas de verla, cabe aclarar que estaba
en Belgrano y ella vive en Pilar, obviamente que esto no fue un obstáculo.
Luego de mantener un encuentro sexual, “nos pegamos un susto
bárbaro”, dice, estábamos sangrados… se me rompió el frenillo… terminé
en la guardia.

No todo es interpretable, lo cual no significa que tengamos que


considerarlo un acting o un pasaje al acto. Podría tratarse de una urgencia
pulsional, que aún en transferencia está a la espera de una contención
similar a la que demandan los niños que no han aprendido a parar por sí
solos. 15

La necesidad de pasiones intensas, de sensaciones extremas deberá entrar


en transferencia y nos obligarán a inventar recursos para evitar las
respuestas imaginarias.

Si lo logramos, con un poco de suerte, tal vez el paciente se serene y


pueda empezar a hablar.16

15
Heinrich, H: Op cit

16
Heinrich, H: Op cit
9
Sara Wajnsztejn
Junio de 2014

10

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