La insistencia del Gobierno provisional en continuar la guerra —muy impopular— impedía
la aplicación de las profundas reformas que exigía la población. La ausencia de estas hizo que el programa bolchevique, reflejado en sus consignas de «Paz, pan y tierra» y «Todo el poder para los sóviets» (consejos), ganase partidarios rápidamente en el otoño de 1917. La crisis económica, que se había agravado desde el verano, la amenaza del frente para los soldados de la capital, la desilusión con la falta de reformas gubernamentales y el respaldo al Gobierno provisional de la mayoría de los partidos favoreció a los bolcheviques, que desencadenaron una intensa campaña de propaganda en la capital, por entonces Petrogrado. Entre las clases más desfavorecidas de la urbe, el rechazo a los sacrificios para continuar la guerra y a seguir en Gobiernos de coalición con los kadetes después del golpe de Kornílov era general. A pesar de la aparente debilidad del Gobierno provisional, pocos días antes de la revolución quedó claro que una insurrección armada contra el Gobierno provisional por parte exclusivamente de los bolcheviques —como defendía Vladímir Lenin— sería rechazada por las masas. Se aprobó entonces la toma del poder, pero siguiendo una estrategia defensiva, dirigida principalmente por León Trotski, que consistía en asegurarse el traspaso del poder durante el II Congreso de los Sóviets a punto de celebrarse. Sería el Sóviet de Petrogrado y no el partido el que tomase el poder y cualquier intento de resistencia del Gobierno se presentaría como un ataque contrarrevolucionario. La orden gubernamental de enviar parte de la guarnición al cercano frente des