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En este filme, Andrew Niccol, guionista y director de Gattaca, retrata a una sociedad en
la que la investigación ha dado lugar a transhumanos, cuya configuración genética es
alterada desde el momento mismo de su concepción con el objeto de crear
superhombres y supermujeres. Son los válidos. No tienen cualidades suprahumanas,
pero poseen lo mejor de los humanos: inteligencias superdotadas y físicos perfectos.
Además de ello, toda tara como enfermedades hereditarias, obesidad, calvicie y otras
muchas son eliminadas de raíz en la cocina genética. Frente a ellos se encuentran los no
válidos, también conocidos como Hijos de Dios o Nacidos por fe, aquellos miembros
cuya configuración biológica aún ha dependido del azar (único cauce existente hasta
hace muy poco), y que conforman una nueva clase baja en la que un redefinido
componente de la sangre vuelve a serlo todo. El genoma se convierte así en una especie
de currículum vítae que abre y cierra puertas por igual. No es ésta una idea nueva, pues
en nuestro mundo actual y no tan actual el mismo físico cualifica o descarta
tajantemente para muy diferentes profesiones, independientemente de la voluntad, la
ilusión o el esfuerzo. La diferencia con lo que nos propone Niccol es que en este caso la
posibilidad no nacería de la aceptada casualidad.
Lo primero que nos propone esta película es el debate identitario primario, presente
incluso en la infancia: ¿qué es el yo? y, ¿dónde se establecen los límites del yo? ¿Yo
resido en mi pensamiento o por el contrario yo soy la suma de mi psique y de mi cuerpo?
¿Es mi entendimiento una consecuencia de mi materia o está por encima de ella? ¿En
caso de perder parte de mis atributos físicos o mentales sigo siendo yo, o esa realidad
cambia? (cuestión sustancial ésta última muy en boga y base de debates
contemporáneos como el de la eutanasia). Al hilo de esta consideración sobre quién soy
yo, lo que también define cómo nos juzga el mundo, surge la clásica discusión entre
monistas y dualistas, piedra angular de Gattaca. Para los monistas existe una única
sustancia, un único principio que compone el universo, mientras que los dualistas
propugnan la existencia de dos o más principios. Referido al tema cuerpo- mente, ya
Platón se configura como un dualista que distingue como realidades independientes
estas dos entidades, mientras que Aristóteles se decanta por una única sustancia
inspiradora. Ahora bien, es un conocimiento básico en todo ser humano distinguir de
forma intuitiva los diferentes procesos del cuerpo y de la mente, y es por ello que el
dualismo ha sido canónico en nuestra cultura hasta hace bien poco (ayudado sin lugar a
dudas por el cristianismo, que establece una clara distinción entre ambos, y que crea
nuestro tradicional concepto de yo basado en la supuesta existencia de un alma
inmaterial). Es justamente la investigación biológica, psiquiátrica y, sobre todo, genética,
la que empieza a empujar nuestra filosofía hacia un monismo materialista. Todo en el
mundo, también el ser humano, estaría conformado únicamente por materia resultando
por lo tanto todo un proceso material, incluidos los estados mentales.