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ALEJANDRA JUNO

Cartel promocional de la película

En este filme, Andrew Niccol, guionista y director de Gattaca, retrata a una sociedad en
la que la investigación ha dado lugar a transhumanos, cuya configuración genética es
alterada desde el momento mismo de su concepción con el objeto de crear
superhombres y supermujeres. Son los válidos. No tienen cualidades suprahumanas,
pero poseen lo mejor de los humanos: inteligencias superdotadas y físicos perfectos.
Además de ello, toda tara como enfermedades hereditarias, obesidad, calvicie y otras
muchas son eliminadas de raíz en la cocina genética. Frente a ellos se encuentran los no
válidos, también conocidos como Hijos de Dios o Nacidos por fe, aquellos miembros
cuya configuración biológica aún ha dependido del azar (único cauce existente hasta
hace muy poco), y que conforman una nueva clase baja en la que un redefinido
componente de la sangre vuelve a serlo todo. El genoma se convierte así en una especie
de currículum vítae que abre y cierra puertas por igual. No es ésta una idea nueva, pues
en nuestro mundo actual y no tan actual el mismo físico cualifica o descarta
tajantemente para muy diferentes profesiones, independientemente de la voluntad, la
ilusión o el esfuerzo. La diferencia con lo que nos propone Niccol es que en este caso la
posibilidad no nacería de la aceptada casualidad.

Lo primero que nos propone esta película es el debate identitario primario, presente
incluso en la infancia: ¿qué es el yo? y, ¿dónde se establecen los límites del yo? ¿Yo
resido en mi pensamiento o por el contrario yo soy la suma de mi psique y de mi cuerpo?
¿Es mi entendimiento una consecuencia de mi materia o está por encima de ella? ¿En
caso de perder parte de mis atributos físicos o mentales sigo siendo yo, o esa realidad
cambia? (cuestión sustancial ésta última muy en boga y base de debates
contemporáneos como el de la eutanasia). Al hilo de esta consideración sobre quién soy
yo, lo que también define cómo nos juzga el mundo, surge la clásica discusión entre
monistas y dualistas, piedra angular de Gattaca. Para los monistas existe una única
sustancia, un único principio que compone el universo, mientras que los dualistas
propugnan la existencia de dos o más principios. Referido al tema cuerpo- mente, ya
Platón se configura como un dualista que distingue como realidades independientes
estas dos entidades, mientras que Aristóteles se decanta por una única sustancia
inspiradora. Ahora bien, es un conocimiento básico en todo ser humano distinguir de
forma intuitiva los diferentes procesos del cuerpo y de la mente, y es por ello que el
dualismo ha sido canónico en nuestra cultura hasta hace bien poco (ayudado sin lugar a
dudas por el cristianismo, que establece una clara distinción entre ambos, y que crea
nuestro tradicional concepto de yo basado en la supuesta existencia de un alma
inmaterial). Es justamente la investigación biológica, psiquiátrica y, sobre todo, genética,
la que empieza a empujar nuestra filosofía hacia un monismo materialista. Todo en el
mundo, también el ser humano, estaría conformado únicamente por materia resultando
por lo tanto todo un proceso material, incluidos los estados mentales.

El mundo de Gattaca es claramente monista. La materia es reina y señora de la creación,


y no hay lugar para la vivencia inmaterial. El límite está marcado por los dictados
genéticos y cada individuo está predestinado a ocupar el lugar que esos mismos dictados
imponen. Pero en este panorama aparece Vincent, un hijo de Dios, poseedor de un físico
muy limitado, aunque dotado de una voluntad férrea. Vincent quiere ser astronauta,
pero no importa cuanto estudie o entrene, su genoma le impide automáticamente la
entrada en los procesos de adiestramiento, enclaustrándole en los servicios de limpieza.
Por ello, Vincent asume la identidad genética de un válido (confinado a una silla de
ruedas a causa de un accidente), y se convierte en un escalón prestado, expresión
referida al ascenso social que implica tener la configuración genética correcta. Una vez
dentro de Gattaca, esta ficcional NASA, Vincent demuestra que es mejor y más capaz
que el resto de los aspirantes. Niccol se decanta claramente a favor del dualismo mente-
cuerpo, porque según su visión solamente en él puede perdurar el concepto de libre
albedrío que nos es tan propio y que defiende que los seres humanos tienen el poder de
elegir y de tomar sus propias decisiones. Esta capacidad está basada en gran parte en la
existencia de la incertidumbre sobre lo que podemos dar de nosotros mismos, y en la
creencia en que no existen límites para ello, experiencias que alimentan nuestra
esperanza. Si Dios representaba hasta este momento la codificación de ese azar
inexpugnable a la hora de conformar la realidad humana, los posibles avances en
investigación genética podrían sustituir esa idea de armonía y potencialidad
indescifrable, y desde el momento mismo del nacimiento determinar en gran parte
cuáles serían las únicas posibles decisiones del individuo. Ante este posible futuro
presentado en Gattaca, preferimos seguir pensando, como sostiene esta excelente
película, que "no hay un gen para el espíritu humano" y que "no hay un gen del destino".

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