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1. CZ/PASION/MACION J/PASION/CZ/MACION
J/MU/CAUSAS:
Pocos temas de la teología han sido tan manipulados y
corrompidos en su interpretación como éste de la cruz y de
la
muerte de Jesucristo. En especial las clases adineradas y
detentadoras del poder, han empleado el símbolo de la cruz
y el
hecho de la muerte redentora de Cristo para justificar la
necesidad
del sufrimiento y de la muerte en el horizonte de la vida
humana.
Se dice, piadosa y resignadamente, que cada uno debe
cargar con
su cruz día a día, que lo importante es hacerlo con paciencia
y
sumisión; todavía más: que por la cruz llegamos a la luz y
reparamos a la infinita majestad de Dios ofendida por los
pecados
personales y por los del mundo.
Este tipo de discurso es extremadamente ambiguo y se
presta a
una fácil manipulación. No arranca ciertamente de la muerte
histórica de Jesús, que no fue ninguna fatalidad ni fue vivida
en la
resignación. Aquella muerte fue provocada, inducida desde
fuera y
ejecutada con violencia. Fue el resultado de una praxis de
Jesús
que afectaba a los fundamentos mismos de la sociedad y de
la
religión judaica; éstas no habían conseguido asimilar a Jesús
y
acabaron por expulsarlo de sí por la vía de la liquidación
física. Tal
fue el precio que hubo de pagar por la libertad que se había
tomado, la consecuencia del combate sostenido en contra
del
fariseísmo, el privilegio, el legalismo, el endurecimiento del
corazón
ante Dios y ante el hermano. El sufrió y murió luchando
contra las
causas objetivas que generaban y todavía generan el
sufrimiento y
la muerte
La apelación a la muerte y a la cruz puede ocultar la
iniquidad de
las prácticas de aquellos que precisamente están provocando
la
cruz y la muerte de los demás. Esa apelación no es más que
una
vulgar ideología que propicia que el sufrimiento y la muerte
prosigan su obra avasalladora en términos de explotación,
relaciones injustas entre personas y clases, privilegios y
dominación. La cruz de Cristo no puede ser interpretada de
tal
manera que deje abierto el camino a semejante
instrumentalización. La gloria de Dios no consiste en que el
hombre sufra, sea expoliado y crucificado día a día, sino en
que
viva y sea feliz. Nuestro Dios no tiene el rostro de los dioses
paganos que envidiaban la felicidad de los hombres. Es un
Dios
que nos impele a vivir de tal modo que se haga cada vez
más
remota la posibilidad de repetición del drama de la crucifixión
de
Cristo y de los demás hombres a lo largo de la historia. La
muerte
de Cristo fue un crimen y no la necesidad de la voluntad de
un
Dios ávido de reparación de su honra ultrajada, preocupado
de la
estética de las relaciones entre El y la humanidad. Como
decía con
razón un teólogo mexicano: «Cristo murió para que se sepa
que no
todo está permitido» (P. Miranda, «El ser y el Mesías»,
Salamanca,
1973, 9). La muerte de Cristo significa la condena de las
prácticas
opresoras y la denuncia de los mecanismos que segregan el
sufrimiento y la muerte. No puede jamás servir para su
consagración y legitimación. La cruz no evoca un dolorismo
malsano, sino que convoca a la lucha contra el dolor y contra
las
causas productoras de cruz. Se hace imprescindible, en la
piedad
y en la teología, la recuperación de la densidad histórica de
la cruz
de Jesucristo en contra de su transformación en puro símbolo
de
resignación y de expiación, con las mistificaciones a que se
ve
sometido todo símbolo.
EP/META:La esperanza cristiana no apunta a la cruz sino al
crucificado porque ahora es el Viviente y el Resucitado. Y es
el
Viviente y el Resucitado porque Dios ha mostrado que ser
crucificado en razón de la identificación con los oprimidos y
los
pobres de este mundo tiene un sentido último tan ligado a la
vida
que no puede ser devorado por la muerte. La resurrección
sólo
conserva su significado cristiano y escatológico cuando se
mantiene en estrecha conexión con la crucifixión. La
resurrección
es el sentido último de la insurrección en pro del derecho y
de la
justicia. Al margen de esto, la resurrección corre el riesgo de
ser
mistificada, como lo ha sido la cruz, en cuanto símbolo de
un
mundo totalmente reconciliado en el futuro sin pasar por la
conversión de los mecanismos causantes de la iniquidad
presente.
Como veremos a lo largo de nuestro ensayo, la existencia
cristiana
sólo conservará su identidad de tal en la medida en que se
mantenga en la dialéctica pascual de crucifixión y
resurrección
como exigencia de seguimiento a Jesucristo. Únicamente
entonces
saltará claramente a nuestra vista la oferta de sentido que
se
desprende del camino doloroso de Jesucristo: MU-OBLATIVA:
la
muerte impuesta puede ser acogida como forma de amor de
oblación que se dona una vez más a los hombres, a todos
los
hombres, incluidos los verdugos. Una muerte semejante no
es
fatalidad sino fruto de una libertad. Como dice
acertadamente
·HANS-Küng: «al hombre le cabe la decisión. Puede rehusar
ese
sentido oculto por obstinación, cinismo o desesperación.
Puede
aceptarlo, con la confianza creyente en aquel que confirió
sentido
al absurdo padecimiento y a la muerte de Jesús. De ese
modo
están de mas la revuelta, la protesta y la frustración. Y la
desesperación tiene un fin» («Ser cristiano», Madrid, 1976,
Rio,
377).
(Págs. 20-23)
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(Págs.33-42 /47-64)