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Paluca de Perulapán

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Paluca de Perulapán

La Esperanza en
Tiempo de
Alomdra

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Paluca de Perulapán

Copyright 2021 por Paluca de Perulapán.

Todos los derechos reservados. Ninguna parte de este


libro puede ser reproducida en manera de imprenta, sin
permiso escrito del propietario del copyright. Los
derechos de esta obra solo se extienden a Ena Y. Carpio,
Víctor A. Carpio y a sus descendientes.

Esta es una obra de ficción. Cualquier parecido con la


realidad es mera coincidencia. Todos los personajes,
nombres, hechos, organizaciones y diálogos en estos
escritos son o bien producto de la imaginación del autor
o han sido utilizados en esta obra de manera ficticia.

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Paluca de Perulapán

Comentarios:

Álvarez Emmi:

Nomino este título: “La Esperanza en Tiempo de


Alomdra”.

Rosy Amaya de Vásquez:

Me encantó esta obra, la leí desde el principio y me


cautivó hasta el final. ¡Felicidades!

Elizabeth Castaneda:

¡Wow, qué final!

Excelente narración, pude transportarme y


sentirla. Quedó grabada en mí. Gracias por
compartir y hacerme sentir parte de ella.

Perla Maldonado:

Doblemente triste: la muerte del noruego y el


final de la obra. Me encantó y me atrapó de
principio a fin.

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Paluca de Perulapán

Como siempre, para vos Ena Yanira.

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Paluca de Perulapán

Dedicatoria:

Con mucho cariño y en recuerdo de mis


hermanos José Neftalí y Ana Elia Carpio
Joaquín, quienes en el proceso de escribir esta
corta historieta morían ambos en menos de
un mes. Fue mi hermano mayor Neftalí quien
tuvo la oportunidad de leer los primeros
segmentos que escribí y de hacerme las
primeras críticas. A ellos dos dedico este
sencillo escrito. ¡Hasta pronto hermanos!

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Paluca de Perulapán

Otros libros publicados por Paluca de


Perulapán:

Un Cuento Guanaco

Una Princesa Moderna

Un Libro Para mi Pueblo

El Mismo Poema de Amor

La Sonrisa del Tiempo

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Paluca de Perulapán

Agradecimientos

Agradezco a todos esos lectores que han


seguido pedazo a pedazo este sencillo escrito
y especialmente a Emmi Álvarez cuya
nominación fue la escogida para llevar el
título propuesto para esta humilde obra: La
Esperanza en Tiempo de Alomdra.

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Paluca de Perulapán

Prólogo

La tierra de La Esperanza es un
surrealismo mágico donde
trascienden las frecuencias de varios
mundos. La idiosincrasia de un
pueblo marginado como aquel y las
luces de un mundo más avanzado
como las de Ragnar Olsen, un
científico de primer mundo que queda
hipnotizado ante el misterio de su
propio cuento. Alomdra, su principal
personaje, cree en el amor y en la
esperanza que encuentra en su propia
tierra, pero para ser feliz en la vida se
verá obligada a salir de ella. Descubre
que el amor no solo es un zarpazo
sorpresivo de las circunstancias, sino
que también que con el tiempo
aprende a encontrarlo con mucha
más paciencia. Ha de regresar a su
tierra empujada otra vez por las

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Paluca de Perulapán

mismas sorpresas amargas de la vida,


para descubrir que, en cada tumba de
aquel pequeño cementerio de su
poblado, habita un recuerdo que
alimenta lo que ahora ella es: una
sencilla mujer que entre sus quimeras
tendrá que sobreponerse al estigma
de los fantasmas del pasado para
entender su propio misterio.

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Paluca de Perulapán

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Paluca de Perulapán

Contenido

Comentarios: ............................................. 4
Dedicatoria: ............................................... 6
Agradecimientos ....................................... 8
Prólogo ...................................................... 9
Capítulo 1 ................................................ 14
Capítulo 2 ................................................ 21
Capítulo 3 ................................................ 28
Capítulo 4 ................................................ 35
Capítulo 5 ................................................ 44
Capítulo 6 ................................................ 52
Capítulo 7 ................................................ 61
Capítulo 8 ................................................ 67
Capítulo 9 ................................................ 76
Capítulo 10 .............................................. 85
Capítulo 11 .............................................. 93
Capítulo 12 ............................................ 103

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Paluca de Perulapán

Biografía................................................. 109

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Paluca de Perulapán

Capítulo 1

A
quella tarde de verano, en las
vísperas de la fiesta del
pueblo, Alejandro le llevó la
noticia de la tragedia a Alomdra y, antes que
sus pulmones se le llenaran de aire para
lanzar el grito y que sus ojos se aguaran por
el dolor que precipitadamente le llegaba a su
alma, en un microsegundo sintió detener el
tiempo y recordó las palabras temblorosas en
unos decibeles elevados por el odio y el vacío
de los celos: ¡Nunca serás feliz, ni con él ni con
nadie! – Volvía a escuchar las palabras con
impetuoso estruendo y su mente dibujaba
una vez más la escena del cuerpo que caía del
árbol de pitos paralelo a la ermita. Su amiga
de infancia quedaba colgada frente a la
muchedumbre y ante ella.

- ¡Meme ha muerto!

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Paluca de Perulapán

Se tomó del cabello y parte de aquella


melena le quedaba en unas frías manos y,
como una loca gritaba recorriendo un
ensombrecido patio alborotando la paz de los
perros y gallinas que, con la conmoción
provocada con tal sorprendente noticia, se
convertía en una escandalosa algarabía. Se
encerró en un pequeño cuarto, le puso la
tranca que su padre había elaborado para
detener a la insurgencia de aquella época y no
salió por todo un día a pesar de los ruegos de
sus padres, hermanos y amigos.

No tuvo que cuestionarlo, ella sabía


con certeza que aquella noticia era la
respuesta al puñado de malos presagios con
los que se había puesto de pie aquel día. En la
madrugada el canto de las lechuzas y el aullar
de los perros la habían despertado. Escuchó
la tensión del cacaraquear de las gallinas y
con un candil tristón se había hecho camino
para espantar a los tacuacines. Se levantaba
con una tensión que solo se incrementó
cuando vio entrar a la mariposa negra al
aposento sagrado de su cuarto. Solo se

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Paluca de Perulapán

cuestionaba: - ¿Por qué a las sombras de mi


cuarto, habiendo todo un jardín lleno de sol?
– Del almendro salió volando una nube
oscura de pijuyos que le asustaron con el
ruido sorpresivo de su aleteo. Nunca una
bandada de aquella especie se vio por esos
lugares y todo aquello alimentaba más su
ansiedad. Cuando se echaba las guacaladas
de su baño en una pileta encerrada con unas
paredes de madera cruda, escuchó su nombre
con el timbre de la voz de su amado Meme: -
Alfonsa. -escuchó que decía claramente dos
veces. Pensó que la espiaba desde el paterno
que se elevaba majestuoso a la par de la
pileta.

Nadie la llamaba Alfonsa desde el día


que su padre la matriculaba al primer grado
en la única escuela de un pueblo cercano. Y
don Jesús Alfonso Aguilar y Aguilar, un viejo
chelón y muy corpulento, pero analfabeta
como la mayoría de aquel poblado, descubría
que el escriba del pueblo donde asentó a su
primogénita se había equivocado con el
nombre. Estaba tan furioso con aquel viejo
que sí lo hubiese podido resucitar de su
tumba lo hubiera estrangulado con sus
propias manos. El nombre oficial de su

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querida hija se leía en aquel documento en


letras de carta como María Alomdra Aguilar y
Aguilar. Un par de meses atrás don Jesús
Alfonso había asistido al entierro del escriba
que, a sus ochenta años, ya era totalmente
sordo y ciego.

El llamado en la voz le sorprendía,


pues desde esa época nadie la volvió a llamar
Alfonsa. Se cubría con una toalla y con cierta
inseguridad salía del pequeño baño de
madera e investigó de una manera vaga y, sin
identificar de dónde venía la voz se adentró
de nuevo para terminar de quitarse el jabón.
Intentaba no pensar en esos malos presagios,
pero de repente su piel se erizó, sintió una
corriente eléctrica bajar desde su coronilla y
recorrer su cuerpo hasta la punta de cada uno
de los dedos gordos de sus pies y, escuchó el
tropel y el relinchar de una caballada. La
tierra parecía temblar y cuando todo quedó
en silencio, recordó el sueño.

En el sueño se vio a ella misma en el


río que muchas veces visitaba en ese afán de

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lavar no solamente sus trapos, pero también


los del resto de su familia. Mientras lavaba
sobre las piedras, el caballo de su amado
Meme apareció solitario. Le llamó por su
nombre para poderlo retener, pero este salió
caminando entre los arbustos de una espesa
maleza hasta verlo desaparecer. En su sueño
se preguntaba el por qué el equino no se
había ido por los caminos ya trazados y
familiares para todos los humanos y las
bestias de carga. Sentía una enorme tristeza
cuando lo veía desaparecer a solas.

Aquella tarde de la tragedia en


vísperas de las fiestas del pueblo, Francisco
Manuel Linares Concepción, mejor conocido
en el pueblo como Meme, practicaba junto a
su amigo Alejandro lo que era tradición y un
gran entretenimiento de la fiesta: las carreras
de cinta. Habían ocupado el alambre donde
secaban la ropa, lo habían elevado y ambos
hacían pase una y otra vez en ese afán de
enganchar la argolla con un lápiz empujados
por la velocidad bestial de sus caballos. Y
aunque ambos eran jinetes desde su niñez, de
repente Meme había caído sin que pareciera

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que fuese algo para preocuparse. Alejandro


le fue a asistir al ver que no respondía a su
llamado y cuando lo levantaba, este sangraba
a través de sus fosas nasales y su boca. No lo
pudo levantar y afligido se fue en busca del
padre de Meme y, cuando regresaron Meme
ya no respiraba.

La Esperanza era un pueblo muy


alejado del mundo moderno. No había
electricidad, no contaban con escuela o
servicios de salud y, sí sus pobladores lo
bautizaron con aquel sencillo y seductor
nombre, era porque tenía tierras muy fértiles,
una flora tan diversa que era imposible
morirse de hambre en ese lugar. Se podían
ver las siembras del frijol y maíz prosperar y
se daban unos tulares que era la materia
prima para elaborar los petates y, en este
pequeño paraíso de un país tan pobre, se
nacía en un petate y al final de nuestros días
se iba al sueño eterno envuelto en el tule de
esta tierra. Como típico pueblo de esos días de
la década de los años cuarenta, sucesos como
la muerte de Francisco Manuel Linares
Concepción a sus veintidós años, se

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decoraban con el folclor amarillento de


nuestros pueblos y, la muerte de un conocido
y querido Meme pasaba a formar parte del
inicio de esa maldición en el conjuro de Tina
cuando se colgaba del palo de pitos: ¡Nunca
serás feliz, ni con él ni con nadie! - Eso
comenzaron a decir todos, pues era una
enorme casualidad que, a solo una semana
para la boda entre ambos enamorados,
apareciera la muerte tan repentina. La niña
Chepita, la curandera del pueblo, maestra en
males de ojo, empachos y con una vasta
experiencia de los males del amor nunca
podría haberse dado cuenta del aneurisma
cerebral que había cegado la vida del
muchacho, pero ella no dudó en afirmar: ¡Es
simplemente la venganza de la Tina! -dijo con
su voz gangosa.

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Capítulo 2

A
nastasia Martina Joaquín
Vivas había dejado marcado
al pueblo de La Esperanza.
Nadie en la corta historia de este poblado
recordaba un suceso más dramático que el
suicidio de la muchacha de solo diecisiete
años. Había sucedido algunas otras tragedias,
las cuales eran siempre empujadas por la
chicha o el chaparro, sucesos que de alguna
manera se podían conjeturar por los indicios
de la malaleche que algunos creaban, pero la
tragedia de Tina, ni sus más cercanos amigos
ni familiares la vieron venir.

A los catorce años le llegó ese


mariposeo al corazón cuando en esa pasión
adolescente sintió ese tropel de hormonas
enloquecidas al solo mirar al también
adolescente Meme. Se conocían desde
infantes, pero ese 9 de abril de 1937,

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recordaría ese viernes a las tres de la tarde


cuando lo vio bajar de su caballo. De repente
no era el mismo Meme que había visto antes,
este tenía un aura de misterio que ella sentía
debería de descubrir, le provocaba una
cosquilleo interior y se le erizó la piel y, de
repente sintió esa humedad íntima…
menstruaba por primera vez. Asociaba todo
aquello a la fuerza del amor y con toda la
fuerza de su ser desde ese día se sintió
profundamente enamorada del joven Meme.

En el poblado de La Esperanza había


una pequeña ermita construida de adobes y
techo parcialmente de tejas y láminas
oxidadas. Un pequeño altar se podía divisar
desde la entrada y unas seis bancas de
madera cruda y rustica se alineaban frente a
este. Las misas se deberían de oficiar por lo
menos a cada quince días según el mandato
de la parroquia más cercana, pero a veces
pasaban más de un mes que la población no
miraba aparecer al padre Gregorio Macanche,
pues hasta aquel pequeño poblado llegaban
los rumores que al padre le gustaba en
abundancia los espíritus de caña brava más

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que al vino de consagrar. Aun así, al pequeño


hombre se le respetaba y muchos le tenían un
genuino cariño y quizá el único y más
recordado legado del cura en aquel alienado
poblado era haber llevado la idea de construir
letrinas. En los primeros años que visitaba La
Esperanza, los pobladores no sabían que era
un escusado o una letrina cuando el cura por
las necesidades de la naturaleza se vio
obligado a buscar el lugar baldío más
inmediato. Odiaba ir hasta esta elevada y
distanciada tierra, pues era una caminata de
dos horas en ir y venir y la cuesta al pasar el
río se le era una reto monumental
acercándose a su quinta década. Y quizá sí las
ofrendas monetarias no eran abundantes en
un pueblo perdido en la pobreza, sí lo eran en
grande en otras especies. Deberían enviar a
un par de bichos para acompañarlo con algún
caballo y cargarlo con los sacos de naranja y
de variadas frutas, al igual que algún par de
gallinas donadas al cura. Se le hubiese hecho
más liviano el compromiso al padre Gregorio
Macanche sí hubiese aprendido a cabalgar a
una bestia, pero siempre lo provocó un pavor
hacerlo.

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Precisamente el 8 de diciembre de
1940 cuando el pueblo celebraba a la virgen
de la sagrada concepción, la patrona del
pueblo y, que para el padre Gregorio se le era
imperativo oficiar la misa; lo único que no
dijo en latín fueron las amonestaciones en el
anuncio de la boda entre Meme y Alomdra,
anuncio que para una joven Anastasia
Martina Joaquín Vivas fue como un dardo en
el corazón. Por tres años vivió esa fantasía de
sentirse novia del apuesto joven Meme y
aunque algunas veces se le insinuó en ese
transcurso del tiempo, Meme solo tenía ojos
para la espigada Alomdra. En un pueblo
como lo era La Esperanza, las noticias y
rumores internos de esta tierra estaban a la
orden del día y a Tina le cayó como un balde
de agua fría, pues nunca supo del noviazgo
entre ellos. Sintió un enorme desprecio y
odio por Alomdra y, Tina se dejó hundir en el
vacío funesto de la depresión. Dejó de comer,
de comunicarse con el mundo y en ese mismo
mes previo a la vísperas de navidad saltó a la
otra vida desde el palo de pitos.

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Por aquella conmoción provocada


por el único suicidio en la historia del poblado
y porque Tina se había dirigido a Alomdra al
decir sus últimas palabras maldiciéndola, la
boda se había pospuesto para once meses
después. Ahora, en otro mes de diciembre de
1941, repentinamente aquel amor guardado
de Anastasia Martina Joaquín Vivas, también
se le unía a ese misterio, a una nueva
dimensión de espacio y tiempo.

Eran amigas, aunque por los últimos


dos años se habían distanciado dado que
Alomdra, siendo la mayor entre cuatro
hermanos tenía la responsabilidad de asistir
en los quehaceres de la casa y al contrario de
Tina, ella era la menor entre sus hermanos y
por tanto la más consentida. También tenían
un año y medio de diferencia en su edad, y
aquel espacio le daba a la espigada Alomdra
una aura de madurez bien marcada y,
mientras esta se mantenía ocupada en la
cocina y la pequeña y única tiendita del
poblado, Tina pasaba haciendo volar la
imaginación y alimentando su amor platónico
escuchando las radionovelas en un pequeño

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aparato de radio de los pocos que se oían


murmurar con ese sentido de la admiración
en estas tierras. Sintió morirse desde que
escuchó las amonestaciones y desde entonces
se sabía ya muerta que, cuando subió al palo
de pitos solo esperaba que la gente saliera de
la misa, identificar a Alomdra y sin ningún
temblor en su voz había dicho aquellas
palabras.

Y a pesar de que para Alomdra el


tiempo sentía se detenía abruptamente
encerrada en su pequeño cuarto, ni ella ni sus
familiares se dieron cuenta que esa misma
tarde don Esteban Manuel Linares Segura,
padre de Meme, había hecho mandar a traer
al señor cura para que oficiara la misa de
cuerpo presente de su hijo y esa misma tarde
de su muerte se doblaron las campanas y fue
enterrado junto a la tumba donde yacía el
cuerpo de Martina. El panteón no había sido
diseñado como tal y era el padre Gregorio
Macanche el que determinaba donde se abría
la fosa en un terreno santo donde el cuerpo
de Meme era a penas el séptimo en ser
enterrado. Nadie de la familia de Alomdra

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asistió, nunca escucharon el doblaje de las


campanas y siempre intuyeron que el
entierro se llevaría a cabo la siguiente
mañana, pero olvidaban en una amnesia
temporal provocada por la sorpresa, pues el
siguiente día se celebraba la fiesta del pueblo.

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Capítulo 3

Q uizá nadie recordaría aquellos


sucesos si es que el geólogo y
vulcanólogo Ragnar Olsen no
se hubiese aparecido por aquella tierras de La
Esperanza con esos instrumentos raros y
chistosos para muchos pobladores. Al no
poder pronunciar su nombre, aquella tierra lo
bautizó como el Chelón y de esa manera
quedó marcado en el recuerdo, aunque para
María Alomdra Aguilar y Aguilar, el científico
fue más allá de ser un simple recuerdo: se
enamoró del Chelón a primera vista. No había
pasado tanto tiempo desde que su padre la
había llevado hasta la capital y había vivido
una misa dominical a las afueras de su pueblo.
Era una experiencia única y exquisita y donde
conocía a un Jesucristo a colores y no como
las simples figuras de barro que ella siempre
conoció. Aquel Cristo era de piel blanca,
cabello amarillento como las mazorcas del
maíz y sorprendentemente sus ojos eran tan

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azules como la inmensidad del cielo. La


imagen estampada en cuadros y estatuas se
quedaban tan grabadas en su memoria que el
día que vio aparecer al geólogo y vulcanólogo
Ragnar Olsen pensó que Jesucristo había
bajado de los cielos. Él estaba sudando
cuando entró a la pequeña tienda y le
preguntó con un español raro para María
Alomdra:

- Señorita, busco al señor Jesús


Alfonso Aguilar y Aguilar. ¿Él vive
aquí?
- Si… ¿Quién le busca?
- Mi nombre es Ragnar Olsen y dígale
que me envía el padre Gregorio
Macanche.

Ciertamente pensó en un momento


que diría era Jesucristo y en milésimas de
segundos deseaba que no se tratara de ese
Dios que había venerado y alabado, pues en
ese mismo instante hizo a un lado el luto de
cinco años y se perdía en esos ojos azules que
le hacían vibrar de nuevo sus entrañas y su

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Paluca de Perulapán

vida: estaba vulnerablemente a los pies de


este foráneo.

Ragnar Olsen tenía como agenda


medir los cerros de aquella tierra jorobada.
Él estaba agendado para estudiar los cerros y
volcanes de la voluptuosa Nicaragua, pero un
colega español le dijo de una manera de doble
sentido: Ve a la tierra de Cuscatlán y verás las
mejores tetas de esta tierra… ellos le llaman
el Chichontepec. – De esa manera aparecía en
un mes de verano en el subtrópico cuscatleco
y llegó con el rocío del sudor de las tres de la
tarde en su frente y donde por primera vez
tomó sin importar lo que bebía, el refresco en
agua de tiempo de la aromática guanaba.

A María Alomdra Aguilar y Aguilar


nunca le faltaron pretendientes. El luto lo
había guardado con un amor profundo y
genuino al hombre aquel con el que se había
comprometido. Siempre se le vio ir a la
ermita con sus vestidos blancos o negros,
pero siempre con el velo del color del carbón.
Nadie en La Esperanza podría haber
reprochado su comportamiento por aquellos
años que, incluso los padres de Meme la

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incentivaban para que diera aquel paso. Uno


de aquellos pretendientes indeseados era el
malencarado Ovidio Guillén. Tenía pinta de
matón y de asesino, pero la verdad que lo de
matón se quedaba a la duda pues era flaco,
desnutrido y de poca altura, aunque lo de
asesino era del conocimiento popular. Su
familia no era originaria de aquellas tierras
verdes y jorobadas… aquella tierra de La
Esperanza se prestaba para esto, era esa
tierra donde muchos podrían empezar a
labrar una nueva vida. No había autoridad, no
había leyes y quizá las únicas leyes impuestas
por aquellos días, eran las de la familia
Guillén.

Ovidio Guillén no se había


traspasado ante el magnetismo endiablado
que le provocaba la espigada María
Alomdra… y era por una simple razón. A
pesar del poderío de su machete o como él
diría en esa época: “mi sampedrano”, nunca
tuvo el valor para traspasar esas barreras
familiares que afortunadamente eran un
límite religiosamente respetable y, es que el
señor Jesús Alfonso Aguilar y Aguilar era el

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padrino de su hermano menor. De hecho, fue


la razón por qué Ovidio siempre respetó la
relación de Meme y Alomdra. Una vez
quedaba soltera volvió como en aquellos
tiempos del epilogo de los años treinta a
cantarle sus versos de amor y a ofrecerle las
flores de su tierra. A María Alomdra le
provocaba un pavor, pero su miedo llegó con
los años a ser controlable cuando entendía
que a pesar de que el diablo de Ovidio Guillén
con toda su mala reputación era un angelito
sometido a las gracias de su belleza. Siempre
que hacía algún desmán en su cantón, todo el
pueblo iba en busca de Alomdra para que esta
le quitara el machete y lo llevase a su choza a
dormir los malos espíritus que siempre le
provocaba la chicha o el chaparro. Nunca
fueron nada, pero Alomdra siempre ejerció
esa autoridad por sobre el más descarriado y
encaprichado diablo de la familia Guillén.

El científico Ragnar Olsen preveía


una semana en aquellas tierras de las verdes
y jorobadas esperanzas, pero aquella mirada
café de la espigada muchacha le obligaba a
agregar un día a su estadía. El padre Gregorio

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Macanche lo había recomendado con esta


familia y era por eso y solo por eso que don
Jesús Alfonso Aguilar y Aguilar le había
acomodado en un cuartucho de su extensa
casa. No había cama alguna, más sin embargo
estaba una hamaca colgada la cual el
extranjero parecido a Jesucristo intuyó la
razón de aquel invento milenario; dormía a
placer en la frescura de aquel cuarto oscuro y
sentía tímidamente la brisa en el vaivén de un
infantil paseo, después de soportar los soles
de atardeceres ardientes en la tierra de
Cuscatlán. Siempre le dio curiosidad el aroma
con el que despertaba cada mañana. Un lunes
se despertaba con el olor intenso de los
plátanos fritos, el martes le embriagaron las
fritangas que desde la madrugada emanaban
aquel olor de los chicharrones, el miércoles
anocheció con el aroma del pan de maíz con
dulce de atado, el jueves sucumbía a las
delicias aromáticas del loroco y un viernes
amaneció aterrado con el olor nauseabundo
cuando preparaban y secaban los guacales de
morro. Se enamoró de la dulzura y aroma de
esta tierra, pero más le enamoraba esa
mirada de ojos café que divisó en la morena y
espigada Alomdra. Cuando la familia Aguilar
y Aguilar pensaban despedirlo en un domingo

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soleado, el Chelón le decía a don Jesús Alfonso


con su español raro: -Sabe mi señor, me gusta
su tierra y he decidido quedarme.

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Capítulo 4

E
l Chelón Ragnar Olsen había
nacido en la capital cultural de
Noruega, Trondheim. Desde
joven le entró una enorme curiosidad por los
estudios geográficos y geológicos, lo que le
había dado la oportunidad de viajar por el
mundo donde tuvo una estadía prolongada en
Madrid y era por eso de que hablaba un
castellano muy diferente del regional de
aquel pueblo cuscatleco. Quizá hablaba
mejor el idioma local que los nativos, pero su
fonética de la madre patria era una pequeña
barrera que le tomó una par de meses en
sobrellevarla. Nunca se había bajado al
trópico, siempre estuvo en esos paralelos del
norte. Había vivido en Vancouver Canadá y
en Anchorage, una pequeña ciudad en
crecimiento en el estado de Alaska en Estados
Unidos y en todo aquello, en esos impulsos de
su investigación geológica fue que, por suerte,
lo había alejado de las llamas infernales de lo

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Paluca de Perulapán

que se había convertido la Europa. La


Esperanza estaba tan alejado de todo aquello,
pues la gente en los años cuarenta a penas se
daba cuenta del levantamiento insurgente en
su propio país una década atrás. Cuando
Ragnar Olsen les hablaba de la guerra, del
poderío Nazi y el americano, a los locales les
parecía un cuento de la ficción. En la
esperanza a penas se estaban ensanchando
los caminos serpentinos para que pudiese
pasar un carreta halada por las bestias, era un
mundo mucho más lento, el reloj todavía era
de arena y en muchas ocasiones quedaba
atorado: mágicamente no se movía el tiempo.

El día que llegó, forzadamente debía


de dejar un pequeño vehículo de carga al otro
lado del río, pues desde ahí se miraba la
pendiente inclinada y donde hasta las bestias
de carga tenían dificultad en subir.
Recordaba las instrucciones del padre
Gregorio Macanche, quien le había dado las
instrucciones precisas como un retrato de esa
memoria que sin ser privilegiada lograba
rescatar el recuerdo del sacrificio y que,
según él, debería de alguna forma encontrar

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la gracia de Dios, el día de su juicio. Le dio de


referencia la cuesta serpentina, el paso por
los izotes y los cercos de alambre, el paso por
el cementerio que todavía parecía un terreno
baldío, ahí debería de ver un enorme árbol de
mangos y solamente siete cruces; él había
oficiado las misas de cuerpo presente de seis,
menos de la que se había colgado en el palo
de pitos. Le dijo que llegaría a la ermita y que
reconocería aquella sorprendente estructura
por la cruz de madera frente a ella. Le dijo
que desde ahí la casa de don Jesús Alfonso
Aguilar y Aguilar estaba cerca, que la
reconocería porque quedaba en la división de
dos caminos y el viejo cura le agregaba que la
casa quedaba en lo que la gente por esta tierra
le llamaban La Tijera y es la única tienda que
existe en ese poblado.

El Chelón a pesar de ser de tierras


gélidas rápidamente se adaptaba a la sauna
cuscatleca. Era de cuerpo alargado, pero con
espalda ancha, tan ancha que debería entrar
de lado por aquellas reducidas puertas.
Desde que apareció se le vio con un sombrero
de paja y alas de pijullo. Siempre sonrojado y

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Paluca de Perulapán

limpiándose el sudor con una pequeña toalla


que acostumbró a llevar colgada en uno de
sus bolsillos. Su rostro de beato se
magnificaba con su barba recortada y casi
rojiza al contraste de sus ojos profundamente
azules. Jamás se había visto hombre así
caminar por aquellas tierras y obviamente
fue el centro de atracción entre un poblado de
aborígenes y mestizos. Y cuando el espigado
Chelón le comunicaba a don Jesús Alfonso
Aguilar y Aguilar que se quedaría por
aquellas tierras, este le cuestionaba cuáles
eran sus motivos para tal sorprendente
decisión: - ¡Su hija! – había sido su serena
respuesta.

Don Jesús Alfonso Aguilar y Aguilar


no tenía inconveniente alguno con las
pretensiones del muchacho extranjero y su
única duda era que desconocía su
procedencia, pero estas encontraban sosiego
por la referencia del padre Gregorio
Macanche. El viejo podría parecer rudo y
tosco, pero tenía sentido común y también,
porque encontraba mucha seguridad entre
los otros hijos que ya eran adultos, en el

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Paluca de Perulapán

tremendo sampedrano que podría


desenvainar en cualquier momento de apuro
y en un revolver que acaba de conseguir, por
ese miedo que siempre le provocaba la
familia Guillén. Le siguió alquilando aquel
cuartucho por algunas fichas de aquel colón
desaparecido y por unas cuantas más, se le
proveía del mismo alimento que se consumía
en aquella casa. Y para mitigar cualquier
preocupación y procurar conservar la buena
reputación de su hija, hizo llamar a su sobrina
Lola y cuya primordial misión en el extenso
laborar de todos los días, era nunca
despegarse de su prima Alomdra y, en
palabras más directas: -Nunca la vayas a dejar
a solas con el Chelón. – había sido sus más
estricta orden.

Conquistar el corazón de la
muchacha no fue nada difícil para aquel ángel
de genes caucásicos. Alomdra desde el
primer segundo se sintió atraída por él y
aunque lo intentaba disimular este le
provocaba un nerviosismo que le hacía
enfriar las extremidades y sudar las gotas
más frías que sintió recorrer por sobre su

39
Paluca de Perulapán

espalda. No sabía que le gustaba más del


muchacho, si su apariencia física o ese talento
y carisma nato de cómo relataba sus
aventuras y experiencias o de esa manera
serena y seria con la que le prestaba atención
al escucharla. Le sorprendía como aquel
hombre de esas tierras lejanas y, (Noruega
debería estar muy lejos porque Alomdra
nunca había escuchado de tal lugar), se
adaptase fácilmente a este ambiente de la
campiña cuscatleca. Por medio del vikingo
Ragnar Olsen supo que existían muchas
lenguas y que aquel hombre hablaba una
media docena de ellas. Aprendió a decir
frases básicas en inglés, francés y en noruego
bokmål, como también por la boca del Chelón
conoció las historietas de Moby-Dick, las
fascinantes aventuras de Julio Verne, las
grandiosas epopeyas griegas, la poesía del
mexicano Amado Nervo… en fin, el
conocimiento de aquel hombre parecía ser
infinito, que deslumbraba tímidamente la
sencillez de la muchacha.

Todo aquello hizo que el mundo de


don Jesús Alfonso Aguilar y Aguilar girara de

40
Paluca de Perulapán

repente a una velocidad nunca


experimentada. En esos días había bajado al
pueblo e indagar con el padre Gregorio
Macanche en referencia a Ragnar Olsen. En
su tercera visita en esos primeros quince días
el padrecito se sorprendía pues aquel viejo
nunca se había asomado al pueblo a hacerle
una visita desde que se hizo cargo de aquella
parroquia. Viéndolo con esa ansiedad e
intriga que se le asomaba por los vidrios de
sus ojos, aquel día lo cuestionaba para de
alguna manera liberarlo de las brumas de sus
dudas:

- ¿Te preocupa el canche?


- ¿Qué?
- ¡El Chelón! – asistió.
- ¿Cómo no me voy a preocupar sí no
sabemos nada de él? Mira… por una
semana se la ha pasado buscando
piedras, escarbando con una
pequeña piocha las paredes de la
peña cerca del río. No es que busque
oro o plata, busca entre todo
piedras… ¿Cómo puede sobrevivir?

41
Paluca de Perulapán

¿Cómo podrá proveer si algún día se


casa con mi hija?
- ¿Ya son novios?
- ¡No… todavía no! ¡Pero lo van a ser!
- ¡Púchica Foncho! Vos sí que lo
asustas a uno por nada. Mira Aguilar
y Aguilar… tranquilo, tranquilo mi
hermano. Este hombre busca
piedras porque ya ha encontrado el
oro que siempre buscó… no te
preocupes, este baboso puede
dormir cobijado en pisto si quiere.
- ¿Usted qué sabe?
- Mira… pasa por aquí. – Y lo hizo
pasar a la intimidad de su habitación.
- ¿Qué es eso?
- Este maletín pertenece a nuestro
amigo Olsen y adentro tiene un
montón de pisto que ni vos ni yo
veremos en toda nuestra vida. ¡No te
preocupes! Ya te lo dije: este baboso
busca piedras porque ya tiene oro
suficiente.

Nunca vio el interior del maletín,


pero la palabra del padre Gregorio Macanche

42
Paluca de Perulapán

bastaba para de alguna manera mitigar sus


ansiedades. Regresaba más calmado a la
tierra de la esperanza, pero llevaba ya
determinado que le pediría al Chelón que
tendría que abandonar su casa, pues ya la
gente empezaba con los rumores de un
supuesto noviazgo y de algunas conjeturas
que podrían perjudicar la diáfana reputación
de su querida hija. El mismo Jesús Alfonso
Aguilar y Aguilar se había encargado de
buscarle un lugar en el rancho de su padrino;
el enigmático don Rufino Locadio Mora
Aguilar. Era en sí un tío de segunda, pero
desde niño siempre le llamó padrino.

43
Paluca de Perulapán

Capítulo 5

E
l Chelón no se inmutó o
sorprendió por la nota del
viejo. La siguiente mañana
tomó su mochila y se fue a buscar al
enigmático señor Locadio. Aquel era un viejo
en el camino del génesis de su séptima
década, aunque parecía de ochenta. Sin más
dientes que sus colmillos superiores, siempre
se le miraba masticando entre sus encillas un
ardiente tabaco. No fumaba y cuando
conseguía un puro era simplemente para
devorarlo. La gente siempre lo recordaría
por aquellas constantes escupidas de color
café y por las ironías bien marcadas del
recuerdo de su vida. En cuando joven
siempre se le vio llevar a su rancho a mujeres
maduras, las cuales nadie en La Esperanza
supo nunca de dónde venían y, cuando ya
viejo, lo divisaron siempre llevando del brazo
a inocentes niñas. Todo el mundo sabía en
aquella tierra que Conchita Segura siempre

44
Paluca de Perulapán

estuvo enamorada de aquel joven Locadio;


que fueron novios hasta un día fijar una fecha
para enlazarse en el matrimonio, pero había
dejado a la mujer pendiente de él en su casa,
pues ni siquiera llegó al altar de la humilde
ermita, pues todos en esta tierra recordaban
de la tremenda zumba que Rufino Locadio
Mora Aguilar se puso por esos días. Hoy,
cincuenta años después don Locadio vivía con
ese amor juvenil de su vida. Conchita no se lo
reprochaba, a pesar de lo que contaban sus
más allegados, quienes envidiaban a aquel
viejo, por las más de doscientas mujeres que
dicen que llevó hasta su petate. ¿Para que
reprocharlo? Sí en esta tierra que siempre le
dio esperanzas a Concha, ella algún día deseó
bautizarla como Soledad. A su sexta década
se reconciliaron y desde entonces contaban
las mentes más degeneradas de aquel
poblado que, el rancho de bahareque de don
Locadio retumbaba de pasión y que no eran
los chuchos quienes aullaban por la
medianoche, sino que eran los dos viejos
saboreando aquel amor relegado y que por
sentirse tan solo ambos, rescataron del
olvido.

45
Paluca de Perulapán

Entró por un cerco flexible de


alambre de púas y caminó paralelo en un
caminito arenoso desde donde se podía ver el
pequeño perímetro del cementerio. Nunca
había visto a nadie cerca de las tumbas, pero
en aquella mañana divisó lo que parecía ser
desde la distancia a una mujer llevando un
vestido floreado y con un cabello tan largo
que le cubría toda la espalda. Se le hizo
extraño la vehemencia y concentración al
contemplar las tumbas, que ni siquiera se
inmutó cuando Ragnar Olsen abría el cerco y
como los chuchos de don Locadio había
reaccionado cuando se adentró al pequeño
cafetal. Por alguna razón le llamaba la
atención lo que parecía ser una mujer, pero,
aunque la divisó de diferentes ángulos, nunca
le pudo ver el rostro. Se acercó al rancho y
don Locadio hacía con gritos y ademanes por
controlar a su jauría.

Se saludaron y don Locadio parecía


haberlo estado esperando. Le mostró el
cuartucho que no era tan diferente al que
había dejado y quizá la única diferencia era la
majestuosa sombra y una impactante

46
Paluca de Perulapán

frescura que transmitía el cafetal y al igual


que el otro cuartucho se podía ver una
hamaca colgando. Y mientras departían un
café que la niña Conchita les había servido en
unos guacalitos de morro, estos hacían plática
en una forma de conocerse el uno al otro. Era
una conversación donde se repetían las
preguntas igual que las respuestas, pues el
acento español del Chelón y el sonido por
falta de dientes de don Locadio les daba una
expresión interdental a todas sus palabras
que, era difícil lograr entender a primeras.
Platicaban mientras don Locadio le mostraba
los árboles frutales de su rancho y a la vez se
familiarizaba con sus cuatro perros.
Caminaron hasta donde se podían divisar las
tumbas del cementerio y el Chelón había
exclamado:

- ¡Ya no está la muchacha!


- ¿Cuál muchacha?
- Había una muchacha en el
cementerio cuando entraba a su
casa.

47
Paluca de Perulapán

- ¡Quizá miraste a la Tina! Hay veces


que se sale de su tumba para
contemplar la de Meme.

Obviamente Ragnar Olsen no


entendió absolutamente nada de lo que
hablaba don Locadio y tuvieron que pasar
algunos días para que la niña Conchita se
sintiera libre ante el Chelón para contarle
todas esas historietas de aquel pueblo. Supo
días después que aquella visión debía de ser
un fenómeno paranormal, pues en cierta
ocasión que vio a la misma mujer con el
mismo vestido floreado, en una fracción de
segundo cuando desvió la mirada, la mujer
había desaparecido de su vista. Para Ragnar
Olsen aquella experiencia era un elemento
mágico más de esta tierra. No le daba miedo
en absoluto, más la intriga y ansiedad de
volver a experimentar lo que para él era una
fascinante visión. Todo aquello era adornado
con el folclore local de los mitos y leyendas y
siempre deseó conocer personalmente a la
Siguanaba, ver la carreta chillona pasar por
aquellos caminos reducidos o que se le

48
Paluca de Perulapán

presentara el muerto en una de esas noches


oscuras y sin luna.

La conquista se hizo más intensa


desde que se había movido al rancho de don
Locadio. Se aparecía por la mañanas a tomar
el desayuno, pues se sostenía el acuerdo de
tomar los alimentos en la casa de don Jesús
Alfonso Aguilar y Aguilar. Lola siempre se
mantuvo como la escolta de Alomdra y tenía
que aprovechar los momentos sorpresivos
donde por el ajetreo de los quehaceres la
muchacha se miraba forzada a no seguir la
orden estricta de don Alfonso y quizá porque
era cómplice de su prima. Después de
algunos piropos y algunas insinuaciones se le
declaró con una simpleza fría, como
evidenciando que procedía de esos paisajes
nórdicos: ¿Quieres ser mi novia? – Siempre le
proponía una espera, pues una mujer de
campo y con el temperamento de Alomdra
quien se había hundido en un luto tan
profundo, no podía dar un “Si” a primeras y
sin dejarse rogar.

49
Paluca de Perulapán

Nunca en La Esperanza hubo alguien


quien le preguntara su edad, pero Ragnar
Olsen daba esa impresión de rondar los
treinta y cinco años. Había estado en
diferentes lugares y había conocido a mujeres
tan cultas como él, pero estaba en un lugar tan
remoto y mágico del mundo y se sentía
enamorado de una mujer tan sencilla y que
por los años treinta había cursado con
grandes esfuerzos el tercer grado. Un gran
logro por aquella época. Le gustaba ese
rostro moreno y alargado, con cejas pobladas
y pestañas alargadas y una sonrisa de miel y
perlada. Se vestía tan recatada como todas la
mujeres de este pueblo; vestidos por debajo
de las rodillas y Alomdra era una de las pocas
mujeres por este lugar que se había
acostumbrado a usar unas sandalias de cuero.
La mayoría de este poblado eran descalzos y
analfabetas. Incluso los hermanos de
Alomdra, a pesar de que don Jesús Alfonso le
compraba botas para el trabajo en la tierra,
siempre las dejaban a un lado y caminaban las
veredas de La Esperanza con los pies
descalzos. A las dos semanas de tanto rogarle
para que lo aceptara, le dio una respuesta
afirmativa acompañada de una profunda
pena y nerviosismo que fue muy difícil

50
Paluca de Perulapán

entender para el Chelón su significado: - ¡


Vaya pues! -le había contestado.

51
Paluca de Perulapán

Capítulo 6

E
ra obvio que había sentido la
competencia del malencarado
Ovidio Guillén y quien era más
conocido por su apodo que por su nombre
oficial. Nadie se atrevía a llamarle Gallina
porque sabían que no lo pensaba para
desenvainar su sampedrano especialmente si
andaba enchichado. De hecho, don Locadio y
don Jesús Alfonso se lo habían advertido al
Chelón: ¡Tené cuidado con ese baboso… que
no se tienta el corazón para zamparle un
machetazo a cualquiera! – La verdad que se
había ganado aquella fama a pulso, pues de la
boca de Alejandro, este le había contado
como Ovidio Guillén había dejado a dos
agentes de la Guardia Nacional moribundos
en lo que eran las fiestas de un pueblo
cercano. Contaban que desde entonces lo
buscaban las autoridades, pero en el poblado
de La Esperanza era bien sabido que los
hermanos Guillén nunca conocieron la

52
Paluca de Perulapán

diplomacia y que cualquier afrenta se


solucionaba a golpe de machete. El día que
llegaron otro par de guardias a sacarlo de su
casa, contaban con esa euforia arreglada con
algunos disparates de la ficción, que habían
sacado a los que llegaron con sus uniformes
pulcramente almidonados completamente
desnudos por las veredas de La Esperanza.
Les decomisaron los dos fusiles a los dos
guardias y sí antes le temían al capricho de su
testosterona y sus machetes, desistieron al
saber que ahora contaban con dos fusiles de
grueso calibre.

Ragnar Olsen, a pesar de todas esas


advertencias y en contra de cualquier
pronostico se volvió tan amigo de Ovidio
Guillén que no era raro verlos departir juntos.
El Chelón no podía dar fe que todo aquello
que se hablaba fuera del todo verdad dado a
que el hombre parecía raquítico y vulnerable
ante el espíritu de la chicha o el chaparro.
Siempre pensó que le convenía tenerlo
alcoholizado y Ragnar Olsen se dio a la tarea
de proveerle todo el chaparro y chicha que
fuera posible. Se daba cuenta que aquel

53
Paluca de Perulapán

hombre viviendo las calenturas de la goma


era una amenaza más real que cuando se
encontraba borracho. Y era por eso por lo
que La Gallina se volvió tan amigo con el
Chelón, que eventualmente era uno de los
pocos que le llamaban por el apodo sin
afrontar consecuencias.

- ¿Y por qué te llaman Gallina? -le


preguntó un día el Chelón.
- ¡No ves pues! La gallina es la que
pone los huevos. – y se echaba a reír
a carcajadas.

El otro que sentía era competencia


seria era Alejandro, el que fue amigo y
confidente del finado Meme. Después de
cinco años de luto se había atrevido a
insinuársele a la espigada Alomdra. Siempre
sintió un cariño muy especial por la
muchacha que desde esos años de la pubertad
solían rifársela entre los muchachos de su
edad; era Alomdra el premio a esas carreras
en los caballos, pero siempre se miraba en
desventaja, pues Alejandro era un poco más

54
Paluca de Perulapán

pequeño que la misma muchacha,


económicamente tenía menos que ofrecer,
pues él era uno de los peones del padre de su
fallecido amigo. Siempre vistió botas de hule,
pues su gran querido amigo Meme le donaba
las suyas cuando estas estaban a media vida,
aunque con la molestia de sentir muy sueltas
las botas, pues Meme tenía un pie mucho más
recio. Y a pesar de que se encontraba en suelo
ajeno, con costumbres ancestrales, aquel
hombre del piel rojiza y quizá el hombre más
alto que haya visto La Esperanza, se hizo
amigo de todo el mundo, pues era una alma
tan dadivosa con los borrachos que se
concentraban en el desvío de La Tijera, como
con los chuchos del poblado, que nunca le
volvían a ladrar después de mirarlo una
segunda vez.

Desde aquella respuesta donde


aceptaba al extranjero como su novio, se daba
cuenta que era un sentimiento diferente. A
sus veinticinco años distinguía esa diferencia
entre la pasión y el verdadero amor. Ragnar
Olsen le atraía físicamente y lo aceptó porque
pensó que aquella extraña atracción eran

55
Paluca de Perulapán

parte del comienzo del amor, pero


definitivamente no sintió ese acercamiento
genuino como si ya hubiese sido escrito como
un designio infalible a como su corazón se lo
indicaba en ese palpitar enloquecido a la
declaración de amor de Meme. Cinco años
después, todavía sentía traicionar ese amor y
cuando el Chelón le tomó de las manos, ella en
una maniobra casi infantil se le escapó y le
dijo con el mismo nerviosismo de su
respuesta: - ¡Hay viene Lola! -aunque el patio
se encontraba callado y desierto.

Las primeras semanas fue un


noviazgo tan platónico como lo fue ese
amorillo que vivió la finada Tina con Meme
por tres largos años. Era algo que el europeo
Ragnar Olsen debería encontrarle sentido y
descubrir que los noviazgos de la época en un
país de línea conservadora eran tan esquivos
y ciertamente confusos. Quizá había
entendido mal y aquel “Vaya pues” significaba
un rechazo. Pero a ambos les gustaba el
juego, el uno acechando y la otra esquivando,
hasta ese sábado que la contraminó a la pileta
y le dio un beso por sobre los labios y

56
Paluca de Perulapán

entonces comprendió la confusión de sus


sentimientos. Sintió que había besado a
Jesucristo y había cometido un sacrilegio sin
ni siquiera conocer tal palabra.

Nadie entendió verdaderamente a


qué se dedicaba el Chelón y ciertamente por
aquellos días fue objeto de burlas al verlo con
su pequeña piocha y pala, los cuales parecían
juguetes, removiendo sedimentos y piedras.
Sin proponérselo la mayoría lo quiso
intimidar con todos aquellos cuentos
ancestrales y mitológicos y los sorprendidos
fueron ellos después de un analice de la
topografía y su contenido geológico:
¡Estamos sobre un enorme volcán capaz de
hacer desaparecer toda esta región! – Quizá
aquella corta nota fue la que muchos
recordarían por cierto tiempo y la que
provocó un temor generalizado y que el
mismo Ragnar Olsen intentaba mitigar al
explicar que todo aquello podría tomar
algunos cientos de años y para un lugar donde
el tiempo gira más lento, aquellos pronósticos
sabían a años luz.

57
Paluca de Perulapán

Asimilaba muy bien y se ajustaba


fácilmente a la cultura que en pocos días no
afirmaba con un “Si” más se le escuchaba
decir “cabal”. Con las semanas entendía
perfectamente las palabras sopladas del viejo
Rufino Locadio Mora Aguilar y emulaba a la
perfección la expresión de desagrado del
viejo: ¡A la pushca! O ¡Púchica! – Quería
sentirse que pertenecía a esta tierra que por
aquellos días olvidaba en el sauna subtropical
de esos mediodías abrasadores que venía de
esa tierra nórdica que la mayoría de las veces
se miraba cubierta de un manto blanco. Al
principio le costaba respirar el aire húmedo y
silvestre, pero aquella molestia había
desaparecido desde el momento que había
visto a la espigada morena, Alomdra.

El viejo cura había intentado no reír


de aquel sentimiento tan difuso del que la
muchacha le hablaba en forma de una
confesión informal. Había confesado que
había aceptado a aquel hombre de piel blanca
como novio, pero nunca mencionó el beso
que Ragnar Olsen le había estampado y que le
provocaba tanto miedo, pero más que todo

58
Paluca de Perulapán

pena. – Don Olsen, parece ser ese Jesucristo


pintado en los cuadros de una iglesia que
visité cuando mi papa me llevó a la capital. –
le había dicho. Y terminaba con un
sentimiento ambiguo muy reflejado en su
inocencia: - No soy… ¡perdón! ¡No puedo!
¡Creo que estoy loca! – Gregorio Macanche
intentó explicar fiel a su conocimiento la
confusión de la muchacha y supo que sus
palabras se tornaban más confusas cuando le
hablaba que en su antigua Guatemala había
un Cristo Negro. - ¿Cómo… y cuántos Cristos
hay?

Tendría que ser la pedagogía de


aquel hombre caucásico el que diera la mejor
explicación para una confundida Alomdra. –
Un Cristo blanco y rubio es la creación de los
artistas de una época donde siempre el
hombre blanco ha dominado el planeta, el
Cristo Negro que habla el padre Gregorio, es
nada más la rebelión del hombre negro ante
el blanco, pero la verdad y con pocas
posibilidades a equivocarme, Jesucristo es
más parecido a tu color de piel… los árabes y
judíos son morenos: Jesucristo debió de ser

59
Paluca de Perulapán

moreno también. -No le disipó las dudas del


todo, pero su explicación fue la más
convincente. De lo que sí la convenció es que
deberían casarse y fijaron una fecha para el
primer fin de semana de mayo.

60
Paluca de Perulapán

Capítulo 7

E
n aquel tiempo semanas a esa
fecha de mayo se tornaron con
una espesa neblina. Las
cortinas de las brumas eran tan anchas como
las ansiedades de las dudas y de repente
apareció un mundo paralelo a través de sus
sueños que muchas veces la llevó a confundir
la realidad de la fantasía. En los cinco años
oscuros de un religioso luto nunca lo había
soñado y parecía que después de dar aquel
“sí” para una boda, los duendes de la culpa
comenzaron a erosionar la paz de su alma.
Primero, volvía a ver aquel caballo que según
contaban y que ella corroborara por boca de
Alejandro, que el canelo patas blancas y que
desapareció de aquellas tierras jorobadas
desde que Meme caía en aquella tarde fatídica
le aparecía de nuevo en sus sueños. Luego
días después sus sueños la transportaron a
esos días de escuela donde un grupo de cinco
niños, entre ellos Meme, bajaban a caballo

61
Paluca de Perulapán

hacia el pueblo para atender a esas mañanas


mágicas de escuela. Las veces que iba en
ancas sostenida de la cintura de Meme y su
pequeño morral colgando con algunos
cuadernos elaborados por sus propias manos
en papel de empaque. Las veces que ambos
reían al sonido del dígrafo de lo que antes era
considerado la letra “Ch” y quedaban
estancados sin llegar a la “D” porque se les
hacía muy gracioso tal pronunciación. Todos
aquellos días volvían a aparecer y aunque
tenían un efecto de buenos recuerdos, a
Alomdra le llevaban un sentido secundario de
aflicción.

Había escuchado del fantasma de


Tina contemplando la tumba de Meme en el
cementerio. Quizá esa fue la razón de más
peso que la alejó de ir a enflorar la tumba
todos esos años en esos primeros días de
noviembre. Había pedido disculpas a los
padres de Meme por no haber estado
presente en el entierro sorpresivo y cuyo
doblaje de campanas se vio opacado por el
escándalo de los cuetes de las vísperas de las
fiestas del pueblo a pesar de que vivía

62
Paluca de Perulapán

inmediato a la ermita. En aquellos años


también corroboraba ese enigma fomentado
por el candor popular de una terruño como La
Esperanza: El palo de pitos, nunca más volvió
a florecer pitos. Sentía que los
acontecimientos de aquel día procuraban
estigmatizar su nombre, el cual ya el escriba
ya muerto lo había estigmatizado al mal
deletrearlo, pero irónicamente era a lo que
más se parecía a la fonética de cómo la
llamaba aquel pueblo, pues nunca la llamaron
Alondra y siempre su nombre en esta tierra
había sonado a Alomdra. No solo era el oído
del escriba, era la lengua de este pueblo. Y
todo parecía oscurecer de repente en el
despertar de una mañana cuando volvía a ver
de nuevo una bandada de pijuyos que
soltaron su vuelo escandaloso desde el
almendro y el paterno.

¡Ahí estaba! Alomdra iba a darle


lumbre a la hornilla cuando lo divisó de
espaldas sentado en la misma banca de
madera cruda donde estuvo sentado la última
vez. Era una mezcla de miedo y curiosidad,
pero Alomdra no dio un paso atrás. Sabía que

63
Paluca de Perulapán

era Meme o el fantasma de Meme que


reaccionaba a la noticia que por esos
momentos era solo del conocimiento de su
padre y hermanos. Por la sorpresa o por el
miedo no supo que decir y se quedó callada y
solo vio como Meme se levantó, caminó hacia
los palos de morro donde había un cerco y
salió como siempre lo hizo rumbo a su casa.
Pensó que estaba en el trance de un sueño,
pero reaccionó a la realidad cuando escuchó
la voz de su prima Lola.

Aquella experiencia se habría


repetido en varias ocasiones y siempre
sucedía temprano por las mañanas cuando la
espigada muchacha comenzaba con la rutina
de atizar la hornilla. Nunca la volteaba a ver
y ella nunca le dirigía una palabra. Cuando
Alomdra tuvo la oportunidad se lo había
compartido al padre Gregorio Macanche y
quien le aconsejó rezarle diez padres
nuestros y hacerle el rosario junto a su prima
por nueve días. – Verás… de esa manera Dios
nuestro Señor te dará el valor para hablar con
él. Si él ha regresado es porque de seguro te
quiere decir algo. – Fue el consejo del viejo

64
Paluca de Perulapán

cura. Así lo había hecho y precisamente


después del noveno día en una mañana más
nublada que de costumbre, escuchó de nuevo
el aleteo atemorizante de los pijuyos y al
dirigirse de nuevo hacia la hornilla, ahí
estaba, siempre de espaldas sentado en la
banca. Esta vez tuvo el valor de hablarle: -
Meme, ¿me quieres decir algo? – La pregunta
se repitió tres veces y cada vez Alomdra sintió
que le faltaba el aire. No dijo nada, pero esta
vez había volteado su cara hacia Alomdra y la
muchacha pudo ver su rostro amarillento,
emanando sangre por la boca y la nariz, así
como Alejandro le había contado de aquellos
sucesos. Tenía los ojos tristes y una barba y
bigote descuidado que le hacían parecer
había envejecido. Alomdra ya no le dijo nada
y aquel hombre comenzó a caminar hacia los
palos de morro donde estaba la salida de los
cercos y en ese momento venía entrando
desde esa misma dirección Ragnar Olsen, con
sus botas de cuero y sombrero de paja con
alas de pijuyo. Sintió alivio al verlo entrar,
pero también le invadió la intriga de saber sí
el Chelón había visto al fantasma de Meme
salir. No se lo tuvo que preguntar, Ragnar
Olsen le daba la respuesta:

65
Paluca de Perulapán

- ¡Qué hombre más raro!


- ¿Lo has visto?
- ¿Qué le pasó? Va sangrando de la
boca y nariz y le he dicho: ¡Buenos
días! – y él solo me ha dicho: ¡Llévate
a Alfonsa de aquí! ¿Quién es Alfonsa
o quiso decir Alfonso? ¿Tu padre?

Se había quedado muda y no quiso


dar explicaciones. Pensó que sería en otro día
el apropiado para contar toda aquella
historia. Solo le hacían eco esas palabras que
Ragnar Olsen había repetido.

66
Paluca de Perulapán

Capítulo 8

S
í al Chelón le hubiesen dado
potestad para nombrar aquella
tierra la hubiese bautizado
como El Paraíso. Se sentía en uno a pesar de
todas esas inconveniencias que encontraba
en ajustarse a este mundo subtropical. Le
había puesto cara dura a la diarrea de los
primeros días, le hizo caso omiso a los
zancudos y los telepates y, ese día que llegaba
por el desayuno a casa de don Jesús Alfonso
Aguilar y Aguilar le llevaba la noticia a
Alomdra como un suceso sin el sentido de la
pena que un macho salvadoreño a toda costa
hubiese evitado reconocer: ¡Tengo piojos! -le
dijo. -quizá la muchacha tuvo más pena que
el propio Ragnar Olsen. ¿Qué diría la gente sí
se diera cuenta que tengo un novio piojoso? -
reía a su cuestionamiento interno. La verdad
que el Chelón no los conocía y había sido la
niña Conchita quien con una vista aguda a sus
setenta y cinco años los había divisado

67
Paluca de Perulapán

caminando en su sombrero de alas de pijullo.


La verdad que estaba muy infestado, pues
hasta en sus vellos púbicos encontró liendres.

Le quiso rociar carburo en su melena


rubia y peinarlo con las típicas peinetas finas
para librarse de aquellos parásitos. Él la
detuvo y le dijo:

- ¿Crees que me puedes conseguir


miel de abeja?
- ¿Miel de abeja? ¿Para qué?
- Para deshacerme de estos insectos.
- ¡Miel de abeja!
- Si… mi madre siempre ocupaba miel
de abeja para espantar a cualquier
bicho. Es lo que ocupaba para
espantar a las cucarachas.
- ¿Cucarachas?
- ¿No las conoces? Son tan feos como
los piojos, solo que son mucho más
grandes.

La verdad que en La Esperanza no


existían las cucarachas y hasta el nombre a

68
Paluca de Perulapán

Alomdra le sonó cómico, pero desde que el


padrecito Gregorio Macanche introdujo las
letrinas en este poblado, estas después de
cinco años aparecieron y daba la casualidad
de que fue para esos días que el extranjero
aparecía por aquellas tierras. Años después,
esta peste tenía su origen y quizá un injusto
legado para toda la historia que el Chelón
enhebraría junto a la gente de este pueblo.

Con el futuro suegro siempre tuvo


una buena relación. Por esos días le contaba
que estaba haciendo trato para comprar
media finca del viejo Rufino Locadio Mora
Aguilar. Intentó disuadirlo proponiéndole
que él se pudiera regresar a vivir a aquella
casa y que podría ocupar el terreno donde
encorralaba a las gallinas para levantar otra
casa o construir su propio cuarto junto a lo
que ya estaba construido. Le habló de los
hermanos Guillén que eran los que podrían
elaborar los adobes y de Chicho Joaquín quien
era el mejor ingeniero y arquitecto innato de
aquellas tierras. Hablando con aquel viejo
quien era uno de los más reconocidos de La
Esperanza comenzaba a descubrir la sencillez

69
Paluca de Perulapán

y grandeza de esta gente. Gente laboriosa que


a pesar de aquel grado de ignorancia que
también descubría, no necesitaban saber
mucho para sobrevivir en esta tierra. En una
de esas pláticas el viejo como todo un padre
que se ocupa del bienestar de su querida hija
le hizo la pregunta más simple y el hombre
escuchó la respuesta más compleja y difícil de
entender:

- ¿Y a qué te vas a dedicar hacer?


- ¡Perdón, no entiendo!
- ¿En qué pensas trabajar? Porque con
esa palita y piochita de juguete que
vos tenés, por aquí no se avanza
mucho. -El Chelón había sonreído.
- Bueno mi señor, pienso en
convertirme en maestro.
- ¡Maestro! ¿Maestro de qué y de
quiénes?
- Profesor de escuela… mire que por
aquí necesitamos uno.
- Mira chelito, no sé si vos y yo
miramos lo mismo, pero, por aquí no
hay escuela ni bichos con el tiempo
para aprender algo que no

70
Paluca de Perulapán

necesitamos aquí. Mira… yo no sé


leer esos garabatos y mi hija si sabe
leerlos y aquí nos tenés a los dos.
- Si don Foncho, pero debemos
entender que cada día el mundo se
hace más chiquito. – Y aquella
expresión el viejo nunca la entendió.

La finca de don Rufino Locadio Mora


Aguilar la compró por la exorbitada suma de
ciento cuarenta y dos colones con la
condición de que el viejo y su mujer se
quedarían en la casa de bahareque hasta los
finales de sus días. El Chelón tendría acceso a
todo el terreno con la condición de que nunca
borraría de su topografía el cafetalito y
algunos árboles que don Locadio le había
señalado. Era un contrato verbal y como
testigo estaba el cura Gregorio, don Jesús
Alfonso y su nuevo amigo, Chicho Joaquín. De
esta manera se efectuaban los contratos pues
no había títulos de propiedad y los límites de
cada terreno eran los imaginarios de los
recuerdos ancestrales. En él visualizaba ver
crecer a sus hijos y hacerse viejo junto a su
Alomdra. Soñaba despierto e imaginaba a sus

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Paluca de Perulapán

hijos morenos corriendo por el cafetal,


subiendo a los árboles de paterno y de
guayabos o imaginando a una hija tan bella
como su Alomdra hacerse esas trenzas y, que
fueran ellos los que un día cerraran sus dos
espejos azules al expirar la paz de su vida en
una tierra como lo era de pacífica La
Esperanza.

Siempre tuvo la esperanza de que


algún día él podría motivar y cambiar la
mentalidad de aquella gente y sentir esa
satisfacción que le provocaba de cómo
Alomdra expresaba esa admiración y
atracción al conocimiento y siempre imaginó
enseñar a leer y escribir a todo aquel pueblo
e incluso visualizaba que algún día La
Esperanza fueran multilingües, pues él les
enseñaría a hablar su idioma natal, inglés,
francés y un alemán quebrantado que
aprendió de su padre. La idea le hacía feliz y
con Alomdra y su prima Lola, encontraba la
recepción eufórica como cuando por primera
vez estas vieron el primer libro de sus vidas.
Alomdra había leído el título detenidamente:
Cuentos de Barro… Salarrué.

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Paluca de Perulapán

Era una rutina religiosa sentarse


todos los días bajo el fresco del almendro y
escuchar leer aquellos sencillos cuentos que
los hipnotizaban sin poder sentir que ellos
mismos eran los personajes de estas
historietas. Ragnar Olsen así lo percibía y se
sentía atraído por esa sencillez que se
reflejaba en los ojos inocentes de esta gente e,
incluso sentía algunas ráfagas iracundas en
contra de los españoles de cómo habían
mancillado esta tierra. Alomdra con esa
mirada fresca y oscura iluminaba y daba vida
al color de ese amor sublime que Ragnar
Olsen descubría en ese rostro chapudo y
labios delgados y rojizos como los pétalos de
un rosa. Recordaba ese beso que le robó, el
único que había probado de una boca
temerosa con ese rocío del sudor de las
cuatro de la tarde por encima de su labio
superior, el cual le pareció deliciosamente
sazonado por la sal de esta tierra y, el cual le
mantenía cautivo sin sentir esa nostalgia de
los labios gélidos de las mujeres de la nieve.

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Paluca de Perulapán

Una de esas tardes que leían aquellos


cuentos, Alomdra le preguntó que era todo
aquello blanco que se miraba en una
fotografía en blanco y negro donde Ragnar
Olsen le mostraba quien era su madre. - ¡Es
nieve! -le dijo. Hasta ese momento Alomdra
no sabía que era la nieve y no sabía cómo se
miraba y se sentía el hielo. En la tierra de
Cuscatlán el agua o el refresco de horchata se
sentía fresca gracias a las sombras y a los
guacales de morro. Los ríos donde parecía
corrían agua fría para los locales, para Ragnar
eran aguas termales y nunca lo vieron con
una chumpa o suéter en esos días de invierno
que compartió con todos ellos. En su vehículo
de carga que dejaba al otro lado del río y
ahora en cuidado en una casa cerca de aquel
camino fluvial, se llevó a la familia de
Alomdra a la capital para que conocieran el
hielo, que vieran lo que era un televisor y por
primera vez Alomdra conocía el lago de
Ilopango, el cual confundió con el mar.
Alomdra se sentía estar en un sueño, todo
aquello era una fantasía, pero lo mismo para
Ragnar, aquel mundo, igual a los cuentos de
Salarrué, le parecían eran una ficción. El
mismo mundo en ambos extremos que se

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Paluca de Perulapán

consolidaban para hacer una utopía en ambas


mentes.

Alomdra sintió una inmensa pena


cuando Ragnar Olsen en una de esas tardes se
desembolsó un manojo de billetes con las
instrucciones que se comprara los mejores
vestidos y zapatos para el día de su boda. No
era su costumbre y ella se lo dejó saber: - ¡No
lo puedo aceptar y esto es mucho pisto para
una boda! - Ragnar la convenció que
retuviera aquel dinero y que él se haría cargo
de buscar los músicos y de preparar algunos
aspectos de la fiesta y que ella buscara ayuda
para las cosas de la cocina, que ella y su
familia sabrían mejor que hacer para tal
evento. También le agregó que no sintiera
pena por tomar aquel dinero, pues entre
algunas semanas serían marido y mujer.

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Paluca de Perulapán

Capítulo 9

P
or aquellos días hizo el mismo
recorrido sobre una yegua
camino a Suchitoto, pues hasta
allí estaba la mejor costurera de la región, la
misma que había confeccionado el vestido
que un día encargó para la boda frustrada por
las fatalidades del destino con ese amor
juvenil de nombre Meme. Le acompañaba su
padre y dos de sus cuatro hermanos, los
mismos que hicieron el recorrido cinco años
antes. Pasaron por los mismos ingenios a
tomar el vicio espumoso de las cañas y a
cargar los atados envueltos en tuzas que eran
demandados en una tierra de gente dulce
como La Esperanza y, volvería a hacer aquel
mismo recorrido una vez más para ir por los
vestidos ordenados para la más magna
ocasión de su vida.

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Paluca de Perulapán

Una mes antes se hicieron las


amonestaciones y el poblado de La Esperanza
una vez más escuchaba del futuro enlace
matrimonial entre María Alomdra Aguilar y
Aguilar y el caballero Ragnar Olsen. Desde
entonces la casa de adobes de don Jesús
Alfonso Aguilar y Aguilar se vio mucho más
iluminada que todas las demás en esas
noches de ansiedades a la euforia de lo que
era un gran acontecimiento por aquellos
lugares. El Chelón había llevado tres
lámparas Coleman y aquella casa arcaica se
miraba igual de nostálgica como se miraba en
el día; brillaba en la oscuridad como un
pincelazo de un sol amarillento al alba y para
todos fue de gran admiración.

Chicho Joaquín había sido designado


por el Chelón con el honor de ser el padrino
de su boda religiosa y como testigo al
matrimonio civil. Por aquellos días se les
miraba juntos, pues Ragnar descubría ese
talento nato en aquel hombre que debería
rondar sus treinta años y que era ese
personaje de respeto y admirado por su
despliegue de imaginación. Había sido

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Paluca de Perulapán

Chicho Joaquín quien conceptualizó las ideas


del padre Gregorio Macanche al introducir las
letrinas. Chicho diseñó un inodoro de madera
y él le había agregado una tapadera. Toda La
Esperanza le copió sus canales de vara de
bambú para recolectar el agua llovida y
gracias a Chicho, la erosión de la calle
principal cerca de la ermita dejó de ser un
problema anual, pues les pidió a todos que
cada vez que pasaran por el río llevaran dos
piedras si no llevaban más carga. Les dio a
todos la hechura del tipo de piedra y en un
año habían empedrado los cincuenta metros
que eran problema. Su casa de adobes era la
mejor diseñada y construida gracias al
sentido común de su congénita locura de usar
su caña de pescar y los plomos para nivelar al
más alto nivel de precisión cualquier pared o
viga. Fue el mismo Chicho Joaquín quien por
esos días guanaqueaba al rubio nórdico y le
hacía entender todo aquello que Ragnar no
entendía en los cuentos de Salarrué. Con él
aprendió nuevos modismos, regionalismos
modernos que aparecían como una burleta
del doble sentido a esa idiosincrasia
cuscatleca. Lo comenzó a fregar con tantas
bayuncadas que un día a dirección del mismo
Chicho, el Chelón se apareció una tarde con

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Paluca de Perulapán

una expresión que hizo a Alomdra echarse


una carcajada: - ¡Alomdra, estoy enculado de
vos! -le dijo.

Fue de las pocas cosas que la hicieron


reír por aquellos días, pues sin encontrar
motivos a medida que se acercaba esa fecha
de su enlace matrimonial, parecía que las
brumas de la tristeza le embargaban. Sentía
una tensión descomunal de esos malos
presagios que volvían a retornar desde que
había aceptado contraer nupcias. Desde ese
último día que vio al fantasma de Meme salir
de su casa no había vuelto a aparecérsele más
y, aun así, sentía como sí algo la acechara
cuando caminaba de vez en cuando a solas
por las estrechos caminos de este lugar.
Aquella tensión llegó a la cúspide cuando
regresaba del pueblo con su prima Lola y uno
de sus hermanos, después de ir a confesarse
con el padre Gregorio Macanche. Eran las
tempranas horas de la tarde y venían en sus
caballos y ya habían subido la serpentina
cuesta y se acercaban a la ermita y de repente
los caballos no quisieron dar un paso más.
Estaban a solo unos cuantos metros de su

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Paluca de Perulapán

casa y esta se divisaba desde la última vuelta


donde comenzaba la empedrada. Alomdra y
Lola se bajaron de sus caballos y
emprendieron caminando, dejando a su
hermano a que se ocupara de las bestias. En
el momento no tenía nada en su mente y solo
le apresuraba todo el trabajo que tenía en su
casa. Caminaba frente al árbol de pitos y
aunque siempre evitaba verlo, aquel día
volteó a ver y miró a la mujer sentada en una
rama, con el cabello tirado hacia el frente de
su rostro, como si se lo estuviese peinando.

A sus oídos había llegado la


experiencia de algunos del pueblo,
especialmente la que contaba el señor
Locadio, su tío y, la que contaba Ovidio
Guillén quienes decían, se salía de su tumba
para contemplar la de su amor eterno. Sintió
que se le pusieron fríos y pesados los pies y
llegó con escalofríos sudando una fiebre.
Entró a como pudo en el cuarto de su casa, le
pidió a Lola que se quedara con ella y durmió
toda la tarde y toda la noche hasta el alba de
un nuevo día.

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Paluca de Perulapán

Ragnar Olsen también había vivido


ese acecho, pero lo manejaba con esa
curiosidad que lo caracterizaba. La
Esperanza era esa tierra sobrenatural, que se
vivía en otra dimensión o divagando entre
frecuencias. Los cuentos de Salarrué
complementaban el encanto de este pueblo y
en una tierra mágica como la de Cuscatlán,
toda ilusión podría ser realidad y su verdad
en cualquier momento podría ser tocada con
esa magia con la que se paría una leyenda. Y
es por eso de que cuando se la encontró
saliendo de los cercos y la tuvo frente a él sin
poder ver su rostro, supo que las letras de
aquel escritor contemporáneo no eran en sí
su imaginación, sino que, él era simplemente
el polvo mágico de esta tierra.

La miraba de vez en cuando


contemplando las tumbas, pero en los últimos
días se la encontraba caminando de frente y
siempre al mirar atrás, quedaba un vacío
silente y frío… muchas veces más frio que el
invierno nórdico de Ragnar Olsen. Aquellos
días se tornaron grises y una llovizna
comenzó a caer sin cesar por los últimos días

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Paluca de Perulapán

de abril, hasta llegar a mayo. Se presagiaba


un temporal que bien podría afectar aquella
fecha de su boda, pero ya se había fijado una
fecha en las amonestaciones, amigos y
familiares habían sido invitados y aquel
temporal no iba a obligarlo a posponer todo.
Tenía un plan de ir por el cura y traer sí era
necesario al abogado de oficio hasta la
recóndita Esperanza para que cerrara el
contrato matrimonial. Ocupado en ese
pensar estaba en esos días cuando le
sorprende con sus palabras la niña Conchita
al decirle:

- ¡Tenés valor mi chelito! Mira que


casarte con la Lomdra si hay que
tenerlos bien puestos.
- ¿De qué habla niña Concha? ¡No le
entiendo!
- Pos por hay que dicen, que el que se
quiera casar con esa cipota primero
le sale la huesuda antes de llegar al
altar.

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Paluca de Perulapán

No lo había entendido muy bien,


pues al igual que don Locadio la señora
Conchita no tenía dientes y las palabras le
salían casi sopladas y, aunque estaba en ese
proceso de aprendizaje cultural, no asociaba
el figurativo de la huesuda con un presagio a
la muerte. Rió cuando Ovidio Guillén se lo
explicaba con esa emoción empujada por la
chicha y entre palabras quebrantadas le
decía:

- ¡Uta mi chero! Yo por esa yegua


también me moría.
- ¿Morirse por quién?
- Pos por la Alomdra. Por hay dicen
que el que se quiera casar con
Alomdrita, se va pal hoyo. Vos no te
preocupes, que yo te la cuido mi
Chelón.

Todo aquello le parecía cómico al


noruego Ragnar Olsen, pero el día que lo
vieron bajar para el pueblo para confesarse
con el padre Gregorio Macanche y estar listo
para la esperada ceremonia de su boda, fue el

83
Paluca de Perulapán

último día que lo vieron respirando el aire


silvestre de la tierra en la que quería sembrar
sus sueños. Lo encontraron muerto dos
kilómetros abajo del cruce, arrastrado por el
río.

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Paluca de Perulapán

Capítulo 10

L
a conmoción de aquella noticia
comenzó después de todos
esos días nublados y que
finalmente, la borrasca infernal de la última
noche escampara. Tendría que regresar esa
misma tarde, pues con Chicho Joaquín
intuyendo que el tiempo mejoraba habían
acordado en comenzar a hacer una enramada
para ese gran día de la fiesta. Chicho llegó
cuando el sol estaba sobre él y se admiraba
que el Chelón quien era el único hombre con
un reloj que siempre se le miraba llevar
colgado en su porta cincho, no apareció en
toda aquella tarde. El siguiente día, Chuy, el
hermano de Alomdra se daba a la tarea de ir
a buscarlo al pueblo e indagar con el padre
Gregorio Macanche. Encontró la respuesta
menos esperada, pues al igual el padre estaba
sorprendido por la falta de seriedad de un
hombre como lo era de responsable Ragnar
Olsen. Había visto el viejo vehículo de carga

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Paluca de Perulapán

que dejaba al otro lado del río, pero la gente


del lugar que lo cuidaba nunca respondió al
llamado desde el cerco y Chuy se sintió
intimidado por la jauría que había salido
ladrando a recibirlo. Regresó con la misma
intriga con la que se fue: ¿Dónde estaba
Ragnar Olsen?

Desde ese momento se dieron a la


tarea de buscarlo por todos los lugares que
conocían eran parte de su rutina, pero nadie
daba nota del espigado hombre rubio.
Temiendo lo peor y con la mala espina que
siempre le dio la familia Guillén, pero en
especial Ovidio, junto a su hijo y con su
revolver entre los pantalones don Jesús
Alfonso, llegaron a confrontarlo:

- Ovidio, ¿vos no tenés nada que ver


con que el Chelón se haya ido?
- ¡Como cree mi respetado don
Foncho! Usted sabe que el chelito y
yo somos bien cheros. Desde que
Chuy vino a buscarlo me he dado la

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Paluca de Perulapán

vuelta por allí para ver si doy con él


y, nadie lo ha ojeado.
- Sé que en el fondo no te caía muy
bien el chele, por eso te pregunto.
- ¡Que va don Foncho! Usted sabe que
el Chelón es un alma de Dios y por
aquí usted sabe que se le quiere.
Aquí, ni los chuchos le ladraban a ese
baboso.

Era la verdad, don Foncho no sabía


que era Ragnar Olsen quien había pagado la
chicha y el chaparro de los últimos meses y no
permitir que Ovidio Guillén atravesara a esos
límites de la odiosa goma que lo convertía en
un demonio. Nadie daba razón de Ragnar,
pero Alomdra desde esa mañana que todos
comenzaron a buscarlo supo que su
presentimientos se harían realidad, pues
venía viviendo la misma incertidumbre y
malos presagios de cinco años atrás. Nunca
imaginó o, le pasó por la cabeza que el
hombre huyera para evitar aquel
compromiso, aunque de alguna manera
deseaba esto último a saber que algo malo le
había pasado al hombre que de alguna

87
Paluca de Perulapán

manera le llegó a cambiar la perspectiva de la


vida. Se mantuvo retraída en su cuarto y solo
miraba el vestido blanco enmudecida. A las
tres de la tarde de ese día llegaron los cipotes
con la noticia.

Los niños lo habían encontrado


flotando donde se empozaban las aguas dos
kilómetros del cruce para llegar a La
Esperanza. No hubo testigo alguno de lo que
ocurrió, pero todo hacía sospechar que
Ragnar Olsen subestimó las corrientes del río
que debido a la lluvia de los últimos días se
habían acrecentado. El padre Gregorio
Macanche fue avisado y se apareció junto al
juez de paz del pueblo y se hizo cargo de los
tramites, decidiendo en enterrarlo en un
cementerio de San Salvador, anticipando que,
si algún día alguien de su familia aparecía, no
tendrían que ir a visitar una tumba a un lugar
tan remoto como era esta tierra en ese
entonces.

Nuevamente, nunca vio el cuerpo, no


había asistido a su entierro y cuando los

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Paluca de Perulapán

cipotes entraron a dar la noticia a don Jesús


Alfonso Aguilar y Aguilar y ella lo escuchaba
a la distancia, tomó el vestido blanco recién
confeccionado y con sus propias manos lo
hizo pedazos y se echó a llorar. Al igual que
cinco años antes, nadie logró convencerla a
salir por los siguientes dos días de su cuarto.
Desde entonces pareció envolverse en un
espíritu anacoreta, desde entonces muy poca
gente la vio sonreír y sabía que sería señalada
con algún sinónimo de la maldición por toda
la gente de su pueblo, pues verdaderamente
así se comenzó a sentir.

Los recuerdos de Meme y el Chelon


seguían ahí, los tenía siempre en la mente y
de repente los soñaba en la catalepsia de la
noche o en esos momentos que su mente
divaga en el recuerdo. Dos besos de Manuel y
uno de Ragnar Olsen. Todos besos robados
con esa emoción de la sorpresa que siempre
se negó a corresponder, aunque deseaba
hacerlo. Una mujer de esa época no podría
mostrar esos deseos, aunque en su interior se
revolvía un volcán de pasión mucho más
enorme de los que hablaba aquel hombre

89
Paluca de Perulapán

nórdico. Por tanto, se derretía en esas


pasiones de la inocencia y mitigadas por la
naturaleza en sueños tan húmedos como el
clima de esta tierra subtropical. Don Jesús
Alfonso Aguilar y Aguilar la protegió con
tanta vehemencia y algunas veces alteró su
sentidos al explotar iracundo en contra de
quien insinuara maldición alguna. Casi le
daba un puñetazo a Ovidio Guillén cuando en
cierta ocasión en una de esas borracheras
había exclamado: - No me importaría
petatearme, sí algún día su hija Alomdrita me
aceptara.

Lo único que le llegó con los meses


fueron los cuadernos en los que de vez en
cuando Ragnar escribía apuntes con esa
curiosidad de la geología y entre todo aquello
en tinta china de un color azulado había leído
lo siguiente:

- Cuscatlán, ¡que hermosa tierra! Me


he vuelto adicto a sus guayabas y a la
mirada morena que como el atado de
dulce sazona este paraíso. Tierra del

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Paluca de Perulapán

petate, del loroco y las pacayas… me


gustan estas palabras. También me
gusta la palabra Alomdra, aunque yo
le llame Alondra… aquí es difícil
detectar la diferencia en esta
fonética a la que me acostumbro.
Pero me gusta Alomdra… realmente
estoy enculado de ella.

Todo transcurría con la monotonía


de un pequeño pueblo como La Esperanza. El
canto de los cenzontles, la algarabía de los
pericos, el enloquecido cacaraquear de las
gallinas pasaba como siempre desapercibido,
así como el ruido agudo de los grillos y el
brillar tímido de las luciérnagas. En La
Esperanza no había tantas conmociones y las
grandes notas trágicas en el recuerdo habían
sido la muerte de Tina, Meme y el chele
Ragnar Olsen. Quizá los traspasos de la
familia Guillén alborotaban el polvo del
pueblo en ciertas ocasiones, pero después de
esa sensación anacoreta que la espigada
muchacha había contagiado al talpetate de
esta tierra llegó el dardo que afligía y pintaba
de incertidumbre a aquel pueblo: Una tarde

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Paluca de Perulapán

como cualquier otra, después de vivir por


dieciocho meses los ritos de otro luto, María
Alomdra Aguilar y Aguilar desapareció en la
esperanza y dejaba atrás esa bruma de
oscuridad y angustia…había desaparecido.

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Paluca de Perulapán

Capítulo 11

L
a sensación de aflicción y
angustia estaba en toda la
familia Aguilar y Aguilar, pero
esta se miraba más reflejada en el viejo Jesús
Alfonso, el padre de Alomdra. Aquel día había
comenzado con la rutina como siempre,
atizando la hornilla junto a su prima Lola.
Hicieron todos los quehaceres de la mañana
con esa inercia que conllevaba el afán hacia
las tareas de la tarde y Lola solo la vio entrar
a su cuarto, pero nunca la vio salir. Le buscó
por toda la casa y los corrales de los animales
hasta que la delgada Lola había entrado en
aflicción y se fue en busca de su prima a los
tulares que por aquellos tiempos cultivaban
su familia. Don Jesús Alfonso sintió que algo
andaba mal… tenía ese frío presentimiento
cuando Lola se apareció por los cercos. Se fue
junto a su sobrina y comenzaron a preguntar
de casa en casa. Nuevamente llegó al rancho
de los Guillén porque siempre le despertaron

93
Paluca de Perulapán

desconfianza los de aquella familia, aunque él


era el padrino del hermano menor de los
Guillén. Viendo en los ojos de aquel hombre
la desconfianza en su aflicción, Ovidio Guillén
le dijo: -Usted sabe mi don Foncho, aquí en
este pueblo nadie se atrevería ponerle una
mano a su Alomdrita… aquí se le quiere y se
le respeta. ¡Usted sabe que yo a toda su
familia le tengo buena fe! - El mismo Ovidio y
sus hermanos se unieron en la búsqueda,
pero por más que hollaron los caminos y
veradas más recónditas de este pueblo, nadie
había visto a Alomdra.

Aquella mujer de veintisiete años era


toda su vida, la niña de sus ojos. Como padre
quería a todos sus cinco hijos, pero Alomdra
no era solo su primogénita, la única hembra,
sino que además esta, desde que entró a su
adolescencia tenía un enorme parecido a su
madre, quien murió intentando parir a su
sexto retoño. Alomdra era esa conexión con
su juventud, ese recuerdo que tenía de su
mujer a falta de alguna fotografía familiar.
Alomdra le transportaba a ese pasado
mágico, la muchacha era ese retrato.

94
Paluca de Perulapán

La angustia de don Jesús Alfonso


trascendía en toda esta tierra y conforme
pasaban los días, las semanas y los meses, se
fue haciendo a la idea popular, de alguna
manera aceptándola, pues no tenía otra
respuesta lógica la desaparición abrupta de
su hija: - ¡Era la maldición lanzada por la
Tina! -Llegó hasta contemplar la idea de
exhumar sus restos óseos y dejar que el
mismo río se los llevara lejos de aquella tierra
que siempre le brindo alegría y esperanzas.
Desde ese entonces la flacucha Lola se hizo
cargo de los quehaceres de la casa de su tío y
desde entonces la corpulencia del viejo Jesús
Antonio, se fue reduciendo al igual que su
alegría por la vida.

Casi dos años tuvieron que pasar


para que aquel otro misterio de la
desaparición de Alomdra rodara los
suficientes grados para encontrar la claridad.
Nadie en La Esperanza ató cabos a la
coincidencia de que Narciso Joaquín al igual
había desaparecido de aquella tierra
exactamente por los mismos días que a

95
Paluca de Perulapán

Alomdra se la había tragado la tierra.


Obviamente nadie buscaba o daba por
desaparecido al ingeniero y arquitecto innato
de este pueblo y quién podría decir que el
flacucho de Chicho Joaquín se haya podido
robar nada más ni nada menos a la hija de don
Jesús Alfonso, la mujer más bella de este
pueblo. Era platicador con todo el mundo,
pero tímido con las mujeres. Jamás nadie en
La Esperanza recordaba a Chicho Joaquín
lanzar un piropo a alguna muchacha, mucho
menos que se le haya conocido novia o mujer
alguna. Siempre fue inseguro con las mujeres
y lo único que lo rescataba de caer en los
estereotipos de la crítica popular, era que
siempre dio la impresión con cierto alarde
ante todos los demás, que tenía mujeres en
otros pueblos. La verdad que siempre estuvo
enamorado de la espigada Alomdra, pero
nunca tuvo el valor de acercársele y las veces
que se encontró a solas con la muchacha, se
sentía acorralado y siempre buscó como salir
librado de la magia que siempre le provocó la
belleza de la muchacha.

96
Paluca de Perulapán

Fue Alejandro, aquel amigo en


común de Meme y de Alomdra, el mismo que
llevó la primera mal noticia siete años atrás:
Su hija y Chicho Joaquín, viven juntos en el
poblado del Guayabal. El viejo de don Jesús
Alfonso no supo cómo reaccionar, en ese
momento tenía sentimientos encontrados
que le eran muy difícil de entender. Se sentía
feliz saber que su hija estaba viva, pero sentía
un odio superlativo en contra del que él
consideró su amigo. No sabía cómo lo
mataría, sí con el filo de su sampedrano o con
el plomo de su revolver y no esperó a que
saliera un nuevo sol; le dijo a uno de sus hijos
que preparara las bestias, que tendrían que
salir en esos mismos momentos.

Vivían en una casa de esquina en un


pueblo en crecimiento. Al principio llegaron
como inquilinos, pero con los meses y otras
decisiones imprevistas compraron aquella
casa de adobes y techos de tejados arcaicos.
Alomdra contaba con aquellos billetes que le
había encomendado el finado Ragnar Olsen y
con ello y con las ideas de Chicho Joaquín, en
aquel terreno Chicho había hecho un horno y

97
Paluca de Perulapán

juntos en esos meses se esforzaban con


mucha pasión a un negocio que les daba la
satisfacción del progreso. Eran pareja, vivían
ya como marido y mujer, pero todo esto no
había comenzado así; Chicho tenía
imaginación para muchas cosas, pero menos
a cómo llevarse a una mujer a la cama. Aquel
éxodo de La Esperanza era una caminata de
amigos que, con el tiempo la muchacha ya de
veintiocho años se convenció que aquel
hombre era ese ser destinado para ella. Y es
que Chicho Joaquín le proporcionó todas esas
seguridades que una mujer espera de un
macho y entre todo eso Alomdra encontraba
siempre un gesto noble, el esfuerzo en común
que la sacaba de todas aquellas depresiones y
sentimientos de culpa y Chicho Joaquín era
platicador y, con su genuina intensión
fraternal lograba sacarla de sus brumas. Ella
dio un paso más y con el tiempo aprendió a
amarlo.

Cuando don Jesús Alfonso entró de


una manera sorpresiva a la casa de la pareja,
los clientes que se encontraban en el lugar
salieron despavoridos en una conmoción

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Paluca de Perulapán

delirante cuando vieron aquel revolver entre


las cejas de Chicho Joaquín. Alomdra con una
voz energética le gritó desde el patio: -
¡Deténgase… ese hombre será el padre de su
nieto! – No había visto a su hija, su pasión de
odio le había cegado y estaba a punto de halar
el gatillo. Ella le tuvo que gritar de nuevo: -
Escuche lo que Chicho tiene que decir y sí
usted decide matarlo, me mata a mi después…
porque sí usted no lo hace, le juro que yo me
mato.

Estaba en su segundo trimestre de


gestación y era por eso de que no lo había
reconocido. Quedó impávido y con los
segundos con sus manos temblorosas se llevó
el revolver a su bolsillo. Sus ojos estaban
rojizos y su frente sudaba profusamente.
Nunca le pidió explicación o se dirigió a
Chicho Joaquín, más este le dio la misma
explicación que meses atrás Alomdra había
escuchado del muchacho:

- Aquella tarde caminaba por el


cementerio y lo vi por primera vez.

99
Paluca de Perulapán

Todos hablaban de que miraban a


Meme por esos lugares y a mí nunca
se me había aparecido. Iba pensando
en él cuando pasaba por el
cementerio y por el palo de mangos,
ahí estaba como esperándome. Me
dio miedo y por un momento pensé
en echarme a correr, pero quizá él
supo lo que pensaba y me dijo que no
corriera, que solo quería decirme
algo: -Llévate a Alomdra de aquí y no
le digan nada a nadie, ni a su padre o
hermanos. Solo así la Alfonsa será
feliz y que sí alguna vez desea volver
a casarse, que no lo haga… es de esa
manera que la Tina mantiene ese
conjuro pues se mantiene por la
ermita y escucha las
amonestaciones. Llévatela y sean
felices.

Aquella explicación le pareció tan


convincente a don Jesús Alfonso, lo mismo
que en su momento le había parecido a la
muchacha. Cuando Alomdra había escuchado
aquella frase de boca de Chicho Joaquín:

100
Paluca de Perulapán

“Llévatela y sean felices”. – Se le había erizado


la piel, pues algo similar le había dicho Ragnar
Olsen cuando fue testigo de aquel hombre
saliendo de su casa y que sangraba de la boca
y nariz. Don Jesús Alfonso recobró la
compostura escuchando aquellas palabras y
no tuvo otra que la de pedir disculpas y dar
las gracias a Chicho Joaquín. Fue el secreto
mejor guardado de todo aquel pueblo, pues
don Jesús Alfonso había hecho jurar a
Alejandro y al único hijo que lo acompañó en
aquella tarde. No podría arriesgar el
bienestar de su hija y que aquel rumor llegase
al fantasma de la malvada Tina. Borraba los
pensamientos de su hija cada vez que pasaba
por la ermita y dejó que su hija fuese feliz con
aquel hombre que lo haría abuelo de cuatro
nietos.

La verdad que aquella sorprendente


anécdota era una invención del mismo
Chicho. Siempre fue un escéptico de todas
aquellas cosas sobrenaturales, que incluso
ponía en duda el dogma de la religión
dominadora. Un día con los efectos del
chaparro se le ocurrió tal historieta y a

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Paluca de Perulapán

Alomdra le pareció que tenía muchas


coincidencias y no dudó en decirle que estaría
lista para el siguiente día. Ni Chicho Joaquín
ni María Alomdra podrían haberse
arrepentido de tal decisión, pues les iba muy
bien en aquel poblado que crecía
demográficamente y que verdaderamente
eran una familia feliz. Por mucho tiempo no
regresó a la tierra de La Esperanza, hasta
veinte años después, el día que recibió un
telegrama: -Hoy murió nuestro papá, mañana
lo enterramos.

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Paluca de Perulapán

Capítulo 12

A
l igual que no dudó en salir de
La Esperanza, tampoco
dudaría en regresar a dar los
últimos respetos a su amado padre. Llegaban
a los linderos de un arenal, pues ya no era el
mismo río de dos décadas atrás. Estaba seco
a pesar de que era un tres de mayo, la época
de lluvias en estas zonas del hemisferio.
Subió la cuesta serpentina hoy mucho más
ancha que el camino aquel que bajó por
última vez veinte años atrás. Pero a pesar de
que los caminos se ensancharon la
perspectiva era que todo se había reducido.
La ermita estaba cambiada, la habían
emblanquecido con cal y las láminas podridas
se habían reemplazado con tejas. El palo de
pitos ya no estaba ahí, pues después le dirían
que en una de esas borrascas electrizantes un
rayo lo había pulverizado. Divisó la cruz y
todas las cruces del poblado adornados con el
colorido papel crepe y frutos colgados. Desde

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Paluca de Perulapán

ahí divisó los árboles de morro, el almendro y


el paterno de su casa. La casa y la pileta se
habían reducido, como ley de ese destino
infalible de todo aquello que envejece debe
conllevar. Y con ese mismo luto con el cual un
día salió de su casa, regresaba con un luto
diferente; hoy enterraría a su amado padre.

La vieron entrar con la emoción del


asombro, que incluso Alejandro quien junto a
un hermano de Alomdra sabían de su
existencia tuvo la sensación de ver un
fantasma. Lola y los demás hermanos de la
muchacha quedaban anonadados y los pocos
que existían de aquella época y que tenían un
vago recuerdo de ella, nunca imaginaron que
se trataba de María Alomdra Aguilar y Aguilar
a sus cuarenta y ocho años. Llegaron justo
minutos antes a que salieran para el sepelio y
Chicho Joaquín se unió al grupo de los que
cargarían con un féretro de pino crudo en su
color natural.

Nunca había entrado a aquel


cementerio, el cual hoy se divisaba con

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Paluca de Perulapán

muchas más cruces en las tumbas. Ahí se


daba cuenta de los que habían fallecido y
alguien de su familia le daba los pormenores
de cada deceso. De esa manera se daba
cuenta de la forma trágica de la muerte de
algunos de la familia Guillén y especialmente
la de Ovidio. Los primos hermanos de la
finada Anastasia Martina Joaquín Vivas
habían crecido y por cuestiones del destino se
cruzaron en una de esas afrentas a los Guillén.
Marcelo Vivas pertenecía a las autoridades
del Orden, grupo paramilitar que por esa
época se conformaba en un poblado en
crecimiento como La Esperanza. A Marcelo
los del gobierno le habían dado un fusil checo
de la primera guerra mundial, que incluso ya
en esa época de los años cincuenta podría
haber sido considerado una antigüedad. Un
día se lo apuntó a Toño Guillén y le había
soltado el tiro dejándolo sin vida cerca de la
cuesta de los cercos. Ovidio Guillén y su
hermano menor sacaron los fusiles
requisados a aquellos dos guardias que un día
llegaron a arrestarlos y, acribillaron a balazos
a Marcelo y a uno de sus hermanos. El
siguiente día las dos familias se encontraron
en el cementerio enterrando a sus muertos y
se volvían a agarrar a machetazos. Todos los

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Paluca de Perulapán

hombres mayores de ambas familias


quedaban mal heridos que el siguiente día
solo las mujeres debieron cargar a sus
muertos, pues nadie más quería participar en
los sepelios. Entre ambas familias ocupaban
nueve tumbas en solo dos días.

Vio la tumba de don Locadio y que


cuya muerte por diagnóstico de la niña
Chepita había ocurrido por empacho, la
muerte de su esposa Conchita, la bruja dijo
que era uno de esos males ancestrales y no
porque había envejecido y se acercaba a sus
noventa años. Solo la misma Chepita había
muerto porque era el llamamiento del mismo
Dios, según afirmaba la hija de la misma
bruja, quien había heredado aquel estatus.
Alomdra contemplaba las tumbas y por
primera vez se acercó a la de Meme y de
Martina y a cada una les depositó algunas
flores. Vio el árbol de mango majestuoso en
el cerco del cementerio el cual estaba
sobrecargado de frutos verdes y todo aquello
hizo que madurara la emoción de la nostalgia
y recordaba su adolescencia creciendo entre
todos estos que ahora ya yacían muertos. En

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Paluca de Perulapán

mucho tiempo volvió a ver las piochas y palas


miniaturas que llevó Ragnar Olsen como
instrumentos de trabajo, pues las había
dejado en el cuartucho de bahareque tras una
puerta donde vivió. Ella volvió a sonreír, no
solo por las burlas que la gente le hacía al
Chelón, sino porque volvía a recordar a Moby
Dick y alguno que otro cuento nórdico.
Salieron del cementerio y aquella noche
vivieron el primer rezo con toda su familia y
los nuevos amigos que habían aparecido por
estas tierras.

Salieron la siguiente mañana con la


promesa de volver a llegar para el rezo de los
nueve días. Tomaron sus pertenencias y
comenzaron la caminata cuesta abajo al
pueblo de San Pedro Perulapán donde ya
había transporte público. Llegando de nuevo
al arenal seco su hija menor había exclamado:
¡Mira mamá, qué bonito caballo! – Ni Chicho
Joaquín ni María Alomdra podrían creerlo.
Frente a ellos tenían a aquel caballo café y de
patas blancas y el cual Meme solía llamar
Canelo. No sabían sí ante ellos tenían a un
caballo que se había tornado salvaje y

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Paluca de Perulapán

sobrepasaba las expectativas de la vida de un


equino o, sí simplemente se había convertido
en un fantasma de los muchos que divagaban
por aquellas tierras. El equino se les acercó y
de repente se paró en dos patas, relinchó y
tomó impulso en una carrera abierta que dejó
el polvo suelto del arenal y se internaba
misterioso en el paisaje morado de las
campanillas. A Alomdra se le rodó una
lágrima por la mejilla y apresurada como el
tropel de aquel caballo, así le pasaron todas
esas memorias de nuevo de su vida, el
recuerdo de Meme y de Ragnar Olsen. Siguió
caminando junto al brazo de Chicho Joaquín y
de su familia, segura de aquel viaje que le
quedaba en el tiempo, amando el recuerdo de
su amada y misteriosa tierra.

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Biografía

Paluca de Perulapán es un escritor


salvadoreño, quien nace en la pintoresca
ciudad de San Pedro Perulapán en el
departamento de Cuscatlán. Viene al mundo
un 7 de octubre de 1967. Su madre fue María
Cruz Joaquín de Carpio y es el menor entre
diez hermanos.

Debido a la guerra civil de la década de los


ochenta, hace el éxodo junto a su familia y
llegan a vivir al valle de San Fernando en el
sur de California. Se une en matrimonio con
Ena Yanira Sánchez un 22 de enero del 1990
y ese mismo año nace su unigénito Víctor
Andrés Carpio.

En el 2002 se mueve al estado de Georgia y


junto a su familia abren su negocio de
artículos y mercancía de rentas para fiestas y
es hasta el 2009 que se convierte en un
escritor novel. Para agosto del 2011 publica
su primer libro: Un Cuento Guanaco. Sigue
residiendo en Atlanta, Georgia.

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