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Conferencia Imontes Viii Jornadas Alfos¡nsíes San Miguel
Conferencia Imontes Viii Jornadas Alfos¡nsíes San Miguel
* INTRODUCCIÓN
Entre una fecha y otra, el devenir histórico de la nueva aljama, que habría
de convertirse en la primera de Andalucía y la segunda de Castilla, después de
la toledana, correría parejo al desenvolvimiento de la nueva sociedad sevillana,
nacida de la conquista, que pasó a formar parte de pleno derecho, como es
sabido, de la civilización cristiana occidental.
Sin embargo, poco a poco, este concepto del otro fue complicándose
mucho más, hasta llegar, al final de la Edad Media, a su rechazo total. Rechazo
que, en el caso castellano, estuvo representado, en lo que hace a los judíos, con
su expulsión definitiva, en 1492, y, para el caso de los conversos que
judaizaban, con la implantación de la Inquisición, en 1480.
Así pues, todo este largo y complicado proceso, tuvo una clara
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representación en Sevilla, ciudad que, si bien sólo compartió una realidad
general en todo el mundo cristiano contemporáneo, también, algunas veces, se
adelantó, en el tiempo, a estos acontecimientos generales y otras los vivió de
una manera más virulenta. Este fue el caso del asalto a la Judería de Sevilla de
1391, del que habremos de ocuparnos a continuación.
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anterior, sino que llegó a contar, en los años que precedieron al pogrom de
1391, entre 450 o 500 vecinos.
Tal enemistad, más o menos solapada, salió a la luz, por primera vez,
según las noticias que poseemos, en 1354, cuando los judíos sevillanos fueron
acusados de profanar la Hostia. Con relación al que podemos considerar como
el primer pogrom sevillano, son pocos los datos que nos han llegado, por lo que
resulta difícil sacar conclusiones sobre la importancia de esta persecución. De
todas maneras, es posible pensar que pudo ser uno de los resultados, más o
menos inmediatos, de los años depresivos que siguieron a la expansión de la
primera gran epidemia de la peste negra. Pero, sin duda, este fue el primer
síntoma - habría otros muchos - de una enfermedad que golpearía duramente a
la sociedad castellana de la última Edad Media: el odio a los judíos.
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mentalidad popular antijudía terminó por conformarse en Castilla a partir del
triunfo de la dinastía Trastámara. Sin embargo -y a pesar de que la propaganda
antisemita fue uno de los principales argumentos utilizados por Enrique de
Trastámara contra su hermano, Pedro I, durante la guerra civil- una vez
proclamado rey, tanto el nuevo monarca, como los nobles que lo habían
apoyado en la lucha fratricida, se dieron cuenta de que los judíos eran
absolutamente irremplazables en un buen número de funciones de tipo público,
sobre todo en las relacionadas con las finanzas, por lo que el monarca y sus
consejeros hubieron de olvidar uno de los puntos básicos de su programa de
gobierno: el que pretendía acabar con el papel predominante que los judíos
habían representado en épocas anteriores, sobre todo con Pedro I.
Esta fue, sin duda, la causa por la que algunos hebreos, especialmente los
más próximos a la corona, volvieron a ostentar en el reino su antigua posición
privilegiada.
Dicha "deslealtad" por parte de la nueva dinastía y de sus nobles, era algo
inaceptable para los grupos inferiores de la sociedad castellana, por lo que no
resulta nada extraño que, ya en el mismo reinado de Enrique II, el sentimiento
popular antisemita fuera in crescendo, sin que nada pudiera hacer para evitarlo
el poder público, ya que no sólo no contaba con su anuencia, sino todo lo
contrario.
Dentro de este contexto deben ser entendidas las quejas que Enrique II
recibió de los procuradores del reino en las Cortes de Burgos, en una fecha tan
temprana como la de 1367, donde ya se aprecia con claridad la doble actitud de
los Trastámara ante los judíos: por un lado la conciencia de su impopularidad,
por otro la certeza de la necesidad que la corona y el reino, en general, tenían de
ellos: TEXTO 1
Sin embargo, el proceso no había hecho más que empezar, ya que durante
el reinado de Juan I el aumento del antisemitismo corrió parejo a los fracasos
padecidos por este monarca en política exterior y a la crisis económica que se
derivó de ellos. No obstante, no sería hasta la subida al trono de Enrique III
cuando el fervor popular contra los hebreos que, hasta entonces, no había sido
más que verbal, se transformó en un decidido afán de aniquilación física del
pueblo deicida, que tuvo su culminación en los pogroms de 1391.
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Por lo que se refiere al ámbito socio-económico, son muchos los
historiadores que tratan de relacionar las persecuciones antijudías de 1391 con
la crisis social que resultó de la coyuntura depresiva que padeció el mundo
occidental durante estos años, por lo que se sumarían a las muchas revueltas
sociales que se produjeron en Europa hacia el último tercio del siglo XIV. Es
verdad que, por entonces, los castellanos y, en el caso concreto que nos ocupa,
los sevillanos, hubieron de soportar -aparte de las consecuencias lógicas
derivadas de la guerra civil- toda una serie de calamidades naturales, como
epidemias, pestes, sequías carestías ... que amenazaban la supervivencia diaria,
sobre todo, de los menos afortunados. Si a esto se suma el hecho de que las
profesiones más conocidas de los hebreos eran aquellas relacionadas con la
recaudación de impuestos -tanto reales como concejiles- y con el comercio del
dinero y los préstamos usuarios, y que, por más que en ellas sólo estuviesen
implicados un grupo minoritario de judíos, servían de definición a todo el
pueblo deicida, no resulta nada difícil de comprender que, en medio de una
coyuntura dramática, las masas populares de Sevilla creyesen ver la solución a
todos sus problemas en la devastación y saqueo de la judería.
" ... E todo esto (hace alusión a los sucesos de 1391 en Sevilla) fue
cobdiçia de robar más que devoçión ... "
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Entre los segundos, merece la pena que nombremos a don Diego Ortiz de
Zúñiga, que lo define como " varón de exemplar vida, pero de zelo menos
templado que conviniera.”
Por lo que sabemos, sus predicaciones contra los judíos dieron comienzo
ya en el reinado de Enrique II, recrudeciéndose en tiempos de Juan I. Tanto uno
como otro lo amonestaron por ello en numerosas ocasiones. La postura de la
corona con respecto al arcediano, queda gráficamente sintetizada en el albalá
enviado por Juan I a don Ferrant Martínez, el 25 de agosto de 1383, donde se
asombra de que éste no sólo predicase contra los judíos, sino de algo que era
mucho más grave, de que afirmase -sin su consentimiento ni el de la reina- que
esto les complacía. Por tanto le ordena, con toda dureza, que cese en sus
predicaciones y que "sy buen christiano queredes ser, que lo seades en vuestra
casa, más que non andedes corriendo con nuestros judíos de esta guisa, por
quel aljama desa çibdat sea destroyda por vuestra ocasión e pierdan lo suyo".
Por tanto, todos los supuestos parecían ser los oportunos para que tuviese
éxito el asalto a la judería sevillana, según lo expresa en su crónica un testigo de
los hechos, el canciller don Pero López de Ayala: TEXTO 3
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tarde, concretamente el 5 y el 6 de junio, la furia antisemita se desencadenó,
otra vez, sobre Sevilla, realizándose el asalto definitivo a la aljama sevillana,
ante la impotencia del nuevo alguacil mayor de la ciudad, don Pero Ponce de
León, señor de Marchena, sucesor de don Alvar Pérez de Guzmán, nombrado
almirante de Castilla. IMAGEN DE LA PLAZA DE SANTA
MARTA, POR DONDE, SEGÚN LA TRADICIÓN, ENTRARON LOS
ASALTANTES DE LA JUDERÍA, POSIBLEMENTE POR LA PUERTA
QUE DABA A LA ACTUAL CALLE MATEOS GAGO,
ANTIGUAMENTE LLAMADA DE LA BORCEGUINERÍA
"El año 1391, lunes y martes, cinco y seis días del mes de junio, en
Seuilla, se comenzó el robo de la judería de Sevilla, y tornaron algunos
christianos por fuerza; y en Córdova se comenzó jueves y viernes, ocho y nueve
días del dicho mes " (J. de M. CARRIAZO: Anales de Garci Sánchez, jurado
de Sevilla. "Anales de la Universidad Hispalense", vol. XIV, Sevilla, 1953, p.
24, nº 77).
Y el segundo, el gran analista sevillano del siglo XVII, don Diego Ortiz
de Zúñiga: TEXTO 4
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impunidad, incluso el más directo inductor de los hechos, el arcediano de Écija,
a quien nadie se atrevió a enfrentarse, ya que ostentaba la máxima autoridad
eclesiástica, por entonces, en Sevilla. Pero había otras razones, tal vez más
profundas, resumidas en el hecho de que el poder civil, tanto a nivel municipal,
como real, asumió una postura muy característica de la Edad Media: por una
parte comprendían la necesidad económica que Castilla tenía de los judíos y
eran conscientes de su obligación de salvaguardar el orden y la ley, pero, por
otro lado, no sabían cómo reaccionar ante una revuelta popular, cargada de
numerosos presupuestos, fundamentalmente religiosos, y justificada, desde el
punto de vista moral, por el arcediano de Écija. Por todo ello, pensaron que tal
vez lo mejor fuese esperar a que todo se solucionase por sí solo, al tiempo que
les parecía que destruir una ciudad para defender una judería era pagar un coste
demasiado alto. Así lo expresaba un escritor del siglo XVII, don Cristóbal
Lozano, en su historia de los Reyes Nuevos de Toledo:
*LAS CONSECUENCIAS
Sea como fuere, las consecuencias del pogrom de 1391 en Sevilla fueron
numerosas y decisivas, no sólo para los judíos, sino también para los cristianos.
Como es natural, fueron los primeros quienes tuvieron que sufrir directamente
las secuelas del asalto. Estas fueron fundamentalmente tres: la muerte, el
destierro y la conversión.
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Por consiguiente, tanto entre los judíos, como entre los cristianos, fueron
los estamentos populares los que hubieron de sufrir las más penosas y directas
consecuencias de estos duros acontecimientos.
TEXTO 7
Año 1395
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contribuir en ella, porque según escribió Enrique III a la Catedral de Sevilla, el
22 de mayo de 1396, ni el arzobispo, ni el cabildo ni ningún otro clérigo del
arzobispado sevillano tenían que pagar, por quanto me fue informado que
quanto en ellos fue les desplogo del dicho robo y lo estorbaron quanto
podieron.
Año 1391
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documentación en el Archivo Municipal de Sevilla, fechada en 1392, que ya se
refiere a la collación de San Bartolomé el Nuevo.
No obstante, todo parece indicar que fueron mucho más cuantiosos los
bienes hebreos cedidos a personas individuales, todas ellas directamente
relacionadas con la corte. Así, en primer lugar, el 29 de julio de 1392, Enrique
III hacía merced a su camarero, Ruy López Dávalos, de las pertenencias de los
judíos sevillanos que habían dejado Castilla y también de las de aquellos
conversos que, habiendo renegado del cristianismo para volver a sus antiguas
prácticas, se habían visto obligados, igualmente, a abandonar el reino.
A pesar de todo, una entidad mucho más importante tuvo la donación que
hiciera Enrique III a su mayordomo mayor, don Juan Hurtado de Mendoza, y a
Diego López de Estúñiga, su justicia mayor, de todas las sinagogas de Sevilla y
de todos los propios e bienes que las dichas sinagogas habían y de los bienes
que la aljama de los judíos solían tener comúnmente, cesión que les fue
confirmada por el rey el 9 de enero de 1396, aunque todo parece indicar que la
donación había tenido lugar años antes, por el tiempo en que se repartieron los
demás bienes de los judíos sevillanos, inmediatamente después de la
destrucción de la judería. El documento de confirmación, perteneciente al
archivo de los duques de Béjar, título posteriormente integrado en la Casa de
Osuna, fue recogido, a finales del siglo XVIII, por el historiador Fr. Liciniano
Sáez: TEXTO 9
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de que el rey ejerciese el gobierno personalmente, lo que coincidió, como
sabemos, con su viaje a Andalucía, a finales de 1395 y comienzos de 1396.
Por tanto, si esto fue así para los cristianos, los efectos del robo de la
judería de Sevilla fueron, sin duda, mucho más traumáticos para los judíos,
aunque hubo también quien supo adaptarse, con provecho, a los avatares de los
nuevos tiempos. Sea como fuere, lo cierto es que, como es sabido, la comunidad
hebrea sevillana hubo de elegir, principalmente, entre tres opciones de futuro, a
partir de 1391: la muerte, el exilio o la conversión. Los mismos contemporáneos
fueron conscientes de esta triste realidad, según lo comunicaba, de forma
altamente poética, Hasday Crescas, astrólogo de la reina de Aragón, en una
carta enviada a la comunidad judía de Avignon:
Por lo que se refiere a las víctimas mortales del pogrom de 1391, algunos
autores antiguos, refrendados por historiadores del siglo XIX, como J.M.
Montero de Espinosa o J. Amador de los Ríos, las cuantificaron en unas 4.000,
cifra que ya había parecido exagerada a don Diego Ortiz de Zúñiga y que, desde
luego, resulta inadmisible para investigadores contemporáneos, como Ph.
Wolff, más aún si tenemos en cuenta que A. Collantes de Terán, como sabemos,
constata un contingente aproximado de entre 450 o 500 vecinos para la judería
sevillana, a finales del siglo XIV.
Así pues, y según los testimonios que han permanecido hasta nuestros
días, todo parece indicar que fue mucho mayor la cantidad de judíos que
salieron de Sevilla, especialmente con destino a los reinos vecinos, como
Portugal y Granada, y de los que se convirtieron al cristianismo.
Por todos estos motivos, es muy difícil saber con precisión el número de
judíos sevillanos que desaparecieron de una u otra forma. A título indicativo
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recogeremos la opinión de A. Collantes de Terán, quien, basándose en fuentes
indirectas, piensa que, entre las muertes, destierros y conversiones, pudo
descender la población judía sevillana, en relación a su contingente anterior al
pogrom, en una sexta parte.
Este fue, sin duda, uno de los síntomas más evidentes, y tal vez hasta
premonitorios, de la gran crisis política en la que se vería sumido el reino de
Castilla a la prematura muerte de Enrique III.
En lo que hace a los conversos, de todos es sabido que esta realidad fue
anterior a los tristes acontecimientos de 1391, tal vez como consecuencia del
afianzamiento de la mentalidad popular antisemita en la Castilla de los primeros
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Trastámara, circunstancia que se acentuó en Sevilla, debido a las predicaciones
del arcediano de Écija. Estas conversiones afectaron tanto a personas de origen
humilde, como a los judíos más señalados, caso de la familia Marmolejo, cuyo
ascenso dentro de la oligarquía sevillana ha sido magistralmente estudiado por
Angus Mackay, o de Samuel Abravanel, llamado Juan Sánchez de Sevilla tras
su conversión, que llegaría a ser contador mayor de Castilla.
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matrimoniales, con su nobleza ciudadana.
Tal vez fueron unos y otros, los conversos más ricos e influyentes y los
que conformaban los estratos medios de su estructura social, quienes mejor se
adaptaron a los avatares de los nuevos tiempos.
Sea como fuere, la mayor parte de los autores que se han ocupado del
tema, caso de M.A. Ladero Quesada, A. Mackay, F. Márquez Villanueva, N. G.
Round y otros, coinciden en afirmar que el sentimiento antisemita, en la Castilla
bajomedieval, tenía unas raíces más religiosas que raciales, por lo que el
converso, una vez recibido el Bautismo, era considerado un hombre nuevo,
absolutamente libre de culpa, a quien no se le ponía cortapisa alguna no sólo
para el normal desenvolvimiento de su vida cotidiana, sino para que pudiese
ascender hasta los status más altos del cuerpo social.
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