Está en la página 1de 128

Asdfghjklzxcvbnmqwertyuiopasvesti

giosdfghjklzxcvbnmqwertyuiopvestig
iosasdfghjklzxcvbnmqwertyuiopasdf
ghjklzxcvbnmqwertyuiopasdfghjklzx
VESTIGIOS
cvbnvestigiosmrtyuiopasdfghjklzxcv
Novela
bnmqwertyuiopasdfghjklzxcvbnmqw
2009

ertyuvestigiosiopasdfghjklzxcvbnmq
JULIÁN NEGROMANTI

vestigioswertyuiopasdfghjklzxcvbnm
qwertyuiopasdfghjklzxcvbnmqwerty
uiopasdfghjklzxcvbnmqwertyuiopasd
fghjklzxcvbnmvestigiosqwertyuiopas
dfghjklzxcvbnmqwertyuiopasdfghjklz
xcvbnmqwertyuiopasdfghjklzxcvbnm
qwertyuiopasvestigiosdfghjklzxcvbn
mqwevestigiosrtyuiopasdfghjklzxcvb
nmqwertyuiopasdfghjklzxcvbnmrtyu
iopasdfghjklzxcvbnmqwvestigiosrtyu
iopasdfghjklzxcvbnmqwertyuiopasdf
ghjklzxcvbnmqwertyuivestigiosopas 1

dfghjklzxcvbnmqwertyuiopasdfghjklz
“A veces una iluminación inesperada se producía
en tu entendimiento, y era el gusto sabroso de
aquellas intuiciones lo que te sostenía y alentaba
en el áspero camino de tus lecturas”

“Adán Buenosayres” Leopoldo Marechal

2
PRIMERA PARTE:
TAN SIMPLE COMO ESO

3
–Colega, ¿qué le parece si aprovechamos que hoy salimos temprano para ir a
tomar algo y conversar?
–Eh, está bien… ¿cómo me dijo que se llamaba?
–José Domínguez.
–Sí, lo sabía, pero no estaba seguro.
–¿Ve? Ya hace una semana que trabajamos en la misma sección de la empresa
y todavía ni nos acordamos con certeza de nuestros respectivos nombres, ¿cómo puede ser?
Esto hay que remediarlo de inmediato, ¿y qué mejor que ir a un bar y, copas mediante,
conversar sobre la vida? Le confieso que, debido a ciertos hechos que me ocurrieron tiempo
atrás y que luego le explicaré, ando medio flojo de amistades, por eso me gustaría cosechar
nuevas, porque ¿quién dijo que amigos son únicamente los que se conservan desde la infancia
o el colegio? Yo creo que, como en el amor, en cualquier momento de la vida uno puede
reconocer a quien será un gran amigo, de esos que duran por tener códigos que se parecen a
los propios: ¿no le parece?; bueno, basta de cháchara y pongámonos en camino. ¿Usted tiene
móvil propio?
–Me temo que no.
–No hay nada que temer, que para algo tengo mi vehículo. Por suerte, es una
de las pocas cosas que todavía conservo. Lo dejé estacionado acá afuera. Ahí está ¿lo ve? Es
ese azul ahí enfrente.
–Bonito coche.
–Gracias. Lo cuido bastante. No quiero estropearlo como estropeo todo. Pero
no tengo que quejarme tanto, ya me lo dijo el último psicólogo que visité: “hay que ser
optimista, sacarse de la mente las frases negativas que lo acucian, pensar en positivo, y actuar
siempre siguiendo sus propios impulsos”. ¿No es una manera rara de expresarse en un
psicólogo?; parece un consejo fácil de seguir, pero en verdad cuesta horrores, sobre todo si
uno se habituó a encerrarse dentro de sí mismo como si eso evitara los conflictos. Suba,
póngase cómodo. Ajústese el cinturón de seguridad.
–¿Va a andar muy rápido?
–No, no empiece a temblar que soy muy prudente, por eso no quiero descuidar
ningún detalle. Siempre hay que atenerse a las normas de seguridad. ¿O usted no sabe las
probabilidades que todos tenemos de morir en un accidente de tránsito a lo largo de nuestra

4
vida? Son bastante superiores a las que pueda creer. Una vez hice algunos cálculos
estimativos, en base al número de habitantes de este país, el número de muertes de los
últimos cinco años y el promedio de vida (!) ¿Qué es esa cara? ¿No se me habrá apichonado,
no? No se asuste, que yo hablo pero no sé realmente nada de estadísticas. Los argentinos
solemos ser licenciados en todo, pero es solamente una impostura que mamamos desde que
nacemos. Ahora relájese que voy a poner música: ¿le gusta Pink Floyd?
–No me desagrada.
–Entonces ahí va, espere que encuentre el Cd. Ya está. Si le gusta Pink Floyd
creo que nos vamos a llevar bien. Como le estaba diciendo, este último psicólogo desde el
vamos me pareció un profesional raro, no anda con vueltas, es práctico, conversa con uno
como si fuera un amigo, no tiene ínfulas de “ser superior que mira en la mente de los demás”,
en serio te lo digo ¿lo puedo tutear?
–Claro, ¿cómo no?
–Es un hombre extraño, calvo pero con el pelo largo que le sale de atrás, si lo
conocieras verías qué personaje, tiene un bigote puntiagudo, semejante al de Salvador Dalí.
Debe tener entre 35 y 40 años de edad, pero también puede ser un poco más joven o un poco
más viejo, no sé, no apostaría a acertar la edad del tipo. Le habla a uno como si lo conociera
de toda la vida, y frunce el ceño para decir las cosas más banales, pero claro, esas banalidades
esconden lo más importante para los problemas de uno. Además, y este detalle me parece
importante, no es admirador de Freud, cosa rara en la Argentina, donde el grueso de
psicólogos llevan a Edipo bien dentro del alma como si fuera un manual para arreglar todos
los problemas del mundo. No, este tipo no. Si bien estudió acá en el país, me dijo que su
aprendizaje más grande lo obtuvo al margen de la carrera, y en forma autodidáctica. Eso me
puso feliz, por eso decidí darle una oportunidad, y ya hace 8 meses que estoy con él, mientras
que al resto los dejaba antes de llegar a los 2 meses. Disculpame: ¿te aburro con mi charla?
–Para nada, estoy de lo más entretenido.
–Se lo ve feliz a usted, (disculpe, dije que lo iba a tutear) se te ve como a una
persona feliz.
–Y es verdad, estoy en pareja con una mujer a la que amo, y el trabajo en la
empresa realmente me gusta, así que puedo decir que en la actualidad tengo bastantes
momentos de felicidad.
–“Bastantes momentos”, claro, la felicidad no es un estado permanente, son
momentos fugaces, como usted bien lo dice, y sin embargo yo creo que esos momentos, si
abundan, nos mantienen en un estado de alegría al que podemos sin miedo llamar “felicidad”,

5
pero sí, lo entiendo, en realidad es fugaz, bien fugaz, como el tiempo, y no es que me quiera
poner a filosofar, pero se me hace inevitable. Pienso en otra época en que fui tan feliz durante
algunos meses con el amor de una mujer, y ahora me doy cuenta de que todas esas noches,
todas esas horas y minutos y segundos que pasé junto a ella no son más que una débil chispa
en mi memoria, y que aquello que supo arder como el fuego más sagrado no me trae ahora
más que dolor… mire, ahí hay un bar de aspecto tranquilo: ¿qué le parece?
–Me parece perfecto.
–Espere que ubique un lugarcito para estacionar, y no se crea que se salvó de
lo que le venía diciendo, es decir, se salvó momentáneamente, pero allá adentro le voy a
contar toda la historia, porque le aseguro que es algo que merece la pena ser escuchado con
atención. Antes de que me pasara esto yo era un hombre como usted, es decir, un hombre
feliz, pero después salí mal parado… ¡mire, ahí está yéndose un auto! A ver si entra. Perfecto.
Bajemos. ¿Y la llave? No, acá está. Bueno, ya cerré. Parece un lindo lugar. Espero que sirvan
un buen whisky.
–Apuesto a que sí.
–¿Dónde prefiere sentarse: adentro o afuera?
–Donde a usted le sea más cómodo.
–Adentro entonces. Pase usted primero. Allá, en esa mesa junto a la ventana.
(…) Acá, sí. Ahí viene el mozo. ¿Entonces usted también toma whisky?: mire que yo invito.
–Sí, lo voy a acompañar en el gusto.
–¿Caballeros, qué van a ordenar?
–Traiga dos whiskys dobles de la mejor marca que tenga, con hielo.
–¿Algo más?
–Por ahora no.

***

–Ah, ¡qué rico que está esto!


–Sí, hacía rato que no bebía.
–Yo siempre tengo alguna botellita en casa, pero no me malinterprete, no es
que sea alcohólico, pero unos tragos cada tanto me permito… bueno, ahora que ya estamos
ambientados permítame que le cuente… antes que nada quiero aclararle que la historia que le
voy a contar comienza igual que todas las historias de amor del mundo: es decir, de una
manera inesperada, sin que uno pueda advertir que eso que al principio es sólo seducción

6
termine transformándose en algo que uno acostumbra llamar, tal vez por comodidad, amor.
También quiero que sepa que como esto no es un cuento, no me voy a limitar a contarle los
hechos esenciales, más bien me explayaré cuanto quiera, incluso en detalles que a usted, al no
haber protagonizado mi historia, le parecerán triviales. Bueno, empiezo; las cosas ocurrieron
mas o menos así: un sábado por la noche, aburrido de estar en casa esperando en vano a que
me llamara algún amigo para salir, decidí hacerlo solo: hacía rato que no me iba por ahí y
pensé que esa era una buena oportunidad, así que agarré las llaves del coche, lo puse en
marcha y me fui hasta un pub del que me habían hablado muy bien. No bien llegué al lugar
me planté junto a la barra y empecé a probar unos tragos. El precio de los mismos no era bajo,
pero como no tenía ánimos para andar (estando sobrio) tentando suerte con cada mujer que
apareciera, y para no sentirme un idiota, empecé a emborracharme. Una o dos horas después
de estar ahí sentado tomando, pensé que lo mejor era irme, ya que debía conducir y no quería
arriesgarme a un accidente. Me levanté de la silla medio mareado y recorrí el lugar con la
vista: en ese momento noté que una muchacha me estaba observando desde una mesa cercana,
sola. No bien la vi tuve la sensación de que me había estado mirando desde hacía rato,
esperando el momento en que me diera vuelta y la advirtiera. Quiero aclararle, colega, que de
inmediato me atrajo su manera de mirarme: la inclinación lánguida de esos ojos oscuros, el
gesto de leve represión mezclado con una ternura sin límites, ¡debería haberla visto con sus
propios ojos!; también me llamaron la atención sus labios abultados, sensuales; en fin, que ese
conjunto de detalles me enamoró, sí: fue tan simple como eso. Lo que no fue tan simple, la
forma en que se desarrollaron las cosas hacia el final de la historia, pero para eso falta. Lo
primero que hice en ese momento fue acercarme a su mesa y, descaradamente, sentarme a su
lado. Hablé como pude, tartamudeando, dije cuanta idiotez se me cruzó que me pareciera
graciosa, y comenzamos a dialogar animadamente. Había onda: ella sonreía todo el tiempo
(incluso cuando no le hacía chistes) y bebía los tragos que yo pedía sin ninguna moderación.
Dos o tres horas después salimos del lugar y subimos a mi automóvil. En el recorrido que nos
separaba de mi casa me dijo muy suelta que su nombre era Alejandra, que tenía 24 años y
vivía con sus padres. Los datos me parecían insignificantes mirándola, ya que lo que a mí me
interesaba era su cuerpo, la vitalidad y alegría que desparramaba por todas partes: los grandes
ojos oscuros, la cabellera larga, un poco desprolija, las manos delicadas, las piernas delgadas
pero bien formaditas, su silueta ceñida en un vestido blanco escotado: en definitiva, yo estaba
embobado, hipnotizado. Ya en casa, aprovechando que vivía solo, la amé en mi cuarto, en el
living, en el baño, en cada lugar que encontramos hasta agotar la ansiedad de esa primera
noche.

7
Cuando decidimos despedirnos (yo tenía que trabajar al otro día, ella tenía que
despertarse en su cama) le dije que la llevaba hasta su casa. No vivía muy lejos: unos tres o
cuatro kilómetros de distancia, en un barrio no muy lindo, en una calleja estrecha en la que no
funcionaba ningún farol, en una casita sin patio delantero y con la fachada sucia y
descascarada.
Antes de que bajara del coche quedamos en que al otro día nos encontraríamos
en el mismo pub; yo volví a mi casa, dormí como un tronco y cuando me levanté trabajé sin
dejar de pensar en ella ni por un minuto. Por la noche la encontré de nuevo radiante, vestida
de celeste y negro; le dije que fuéramos a mi coche, ella aceptó sin reparos, pero cuando
arrancaba para el lado de casa me dijo que no, que una vez en cada lugar; yo le pregunté si no
estaban sus padres en su casa, y me respondió que claro, pero que así sería más divertido. No
entendí qué podía ser lo divertido hasta que me hizo estacionar el coche a dos cuadras de la
casa, correr sujetados de las manos a través de la calleja oscura y desierta, abrir la puerta de
calle sin que chirríe y (luego de atravesar el pasillo con sigilo para que no nos oyeran) entrar a
su habitación. En la pieza desordenada, llena de humedad, entre muñecos de peluche y lápices
labiales, controlando el ritmo y la fuerza de los actos para no gritar como poseídos, entendí
del todo la nueva gracia delicada, muy diferente a las maneras de la noche anterior. Así
seguimos, de aquí para allá, sumidos en lo que yo ya creía (note mi ingenuidad) una felicidad
eterna. Unos meses después llegó su cumpleaños número 25: pasado el mediodía la llamé por
teléfono y, fingiendo haber olvidado la importancia de la fecha, le dije que la extrañaba y que
la quería ver. Quedamos en encontrarnos a dos cuadras de su casa. Cuando se arrimó a la
ventanilla del auto la besé en la boca y luego le extendí el paquete de bombones y un ramo de
rosas magníficas (¡mire que tonto enamorado!) ella me agradeció, pero me pidió que le
guardara los regalos; dijo que en ese momento no podíamos vernos, ya que iba a pasarlo con
su familia, y agregó que pronto iba a tener noticias. Yo pensé, celoso como soy, que en
realidad se iba a encontrar con sus amigos, o a planear algo especial para esa noche
dejándome afuera, pero lo que pasó fue del todo grato e inesperado para mí: a las diez y media
de la noche sonó el timbre en la puerta de mi casa y cuando abrí ¿qué encontré?: ¡Alejandra
sola, vestida como una diosa y muy maquillada, y una sonrisa cruzándole la cara!; encargué
un par de pizzas y una docena de empanadas por teléfono a una rotisería cercana, y destapé un
champán que siempre tenía preparado por si las moscas; empezamos a brindar por ella, por
estar juntos, e intercambiamos mimos hasta que llegó la comida; decir “comimos” es una
manera de resumir el hecho de que ella probara apenas bocado; después hicimos el amor largo

8
tiempo. En uno de los lapsos de descanso me tomó de una mano y, mirándome a los ojos con
intensidad, dijo que tenía que aclararme algo.
–¿Qué?– pregunté sorprendido. Bajó los ojos antes de hablar: “no me llamo
Alejandra, mi verdadero nombre es Natalia”. “¿Y por qué me mentiste?” pregunté, más
alarmado por la seriedad con que lo decía que por el hecho en sí. “No es que te haya mentido
a vos, sino que ya nunca digo mi verdadero nombre cuando todavía no conozco bien a la otra
persona, y es que considero que el nombre es una de las cosas más importantes de mi
identidad, y otra cosa que no te conté es que me gusta el arte, estudio pintura y escultura, y me
ejercito en un pequeño cuarto escondido en los fondos de mi casa”. Yo no entendí la razón
que la había llevado a ocultarme hasta ese momento esos hechos, pero no me pareció que la
novedad modificara el concepto que yo tenía de ella, después de todo su identidad estaba
formada para mí por su cuerpo y por su forma de ser, y no por su nombre o por sus
pasatiempos. Igual interpreté esa escena como algo favorable. “Después de todo ―pensé―
esto no puede ser más que un signo de que me tiene confianza, de que me ve como a alguien
especial en su vida”. Para gratificarla por sus confesiones la besé, le hice unos masajes y
dediqué el resto de la noche a satisfacer sus gustos. Claro, amigo, usted me entenderá, yo
estaba contento: a partir de esas dos confesiones que me hizo a título personal yo presumí que
ella iba a ser mía para siempre, pero me equivocaba.
Después seguimos bien por un tiempo, alternando su casa y la mía, y nunca
nos cruzamos con sus padres ni fuimos a ver a los míos, y a pesar de esa falta de compromiso,
pasaban los meses y yo continuaba encandilado por sus ojos oscuros (que me contemplaban
como se contempla a una obra de arte) y por su manera despreocupada de reír y de tomarse
las cosas, pero como nada dura para siempre, y menos la felicidad cuando es de tal magnitud,
una noche comencé a notar cierta forma extraña de actuar en Alejandra (perdón, en Natalia:
sucede que todavía hoy dudo sobre cómo llamarla): ya no me miraba tanto cuando
hablábamos, ni eran tan frecuentes nuestras relaciones sexuales y carecían de la intensidad
que al principio nos volvía locos; yo intentaba el diálogo y ella lo rehuía cuanto le era posible,
incluso dejó de frecuentar el pub y yo ya no tenía forma de ubicarla, hubiera sido una necedad
golpear la puerta de su casa, arriesgarme a que atendieran sus padres (no me conocían) y no
entendieran nada. Lo peor del caso es que yo la quería con el alma y hubiese sido capaz de
permanecer junto a ella aun si se le hubiera dado por imponerme como condición no tener
relaciones de índole sexual, hasta tal punto llegaba mi locura. Desesperado decidí, el primer
sábado después de que no supe más de ella, plantarme en la esquina de su casa hasta verla
salir y poder engancharla para hablar. Cuando terminé de cenar, me fui en el coche hasta su

9
barrio, lo estacioné a la vuelta de su casa y me quedé agazapado contra el muro de un terreno
baldío; sabía los riesgos que corría: que algún vecino me viera y, asustado, me denunciara a la
policía; que me afanaran el auto; que Natalia decidiera, esa noche, no salir y quedarme
clavado durante horas en la calle. Por suerte nada de eso ocurrió y mis instintos me dieron la
razón: a eso de las once y media la vi asomar por la puerta, sola, vestida de jean y remera roja.
Se dirigió directo hacia la esquina donde yo me encontraba; atravesó las sombras sin siquiera
verme. Yo me acerqué por detrás y le toqué un brazo; sentí su temblor en el mismo momento
en que le decía “Natalia”. Ella se dio vuelta y me miró mal. “Qué susto que me diste” dijo,
llevándose una mano al pecho como para controlar el ritmo de sus latidos, “no te das idea del
susto…casi me matás”. “No fue mi intención asustarte –dije en tono conciliador- solamente
quería hablar con vos, no sabés cuánto te extraño, siento como si nos conociéramos desde
hace un lustro”, “no digas idioteces, haceme el favor, si nos conocemos hace muy poco,
algunos meses, nada” y yo, desesperado ante su réplica: “pero ¿ya no me querés?” y su
respuesta atravesándome de lado a lado “¿alguna vez te dije que sí?”, y comenzó a apurar el
paso. Yo me puse a pensar en la respuesta y me di cuenta de que tenía razón; nunca me había
dicho que me amaba, y cuando yo se lo decía ella sonreía con inocencia o simulaba no
escuchar, incluso a veces cambiaba de tema. Ya suficientemente humillado, y para no
sentirme todavía más, subí al coche y me marché, pensando en lo estúpido que había sido al ir
a buscarla.
Pasaban días, semanas y yo me consumía, ni bien salía de trabajar, en atados
de cigarrillos y botellas de ron, acompañadas de interminables lecturas nocturnas de novelas
policiales. Tiempo después decidí ir al pub en que nos habíamos conocido: lo hice con la
esperanza y el temor de encontrarla. Ya en el lugar, acodado en la barra, tomando y fumando,
esperé con impaciencia. Algo entrada la noche, la vi bailando en un rincón con un hombre
alto y no muy delgado, de pelo largo tirado hacia los costados que le tapaba las orejas. El
hecho de que estuviera acompañada no me sorprendió, ya que sabía que Natalia no había
nacido para la soledad. Lo que no sabía era si acababan de llegar al lugar o si ya estaban desde
antes y yo no los supe advertir. ¿Qué importaba? La cosa es que ella estaba en el lugar y que
yo estaba decidido a encararla en la situación que fuera, por lo que me levanté y comencé a
caminar hacia ellos; en un primer momento no me vieron, pero cuando estuve a un par de
metros, ella se dio vuelta y me miró. “Alejandra” le grité, pero ni se mosqueó, y advertí en un
relámpago que me había confundido de nombre. Corregí: “Natalia, Natalia”, y entonces sí se
me acercó y, estando a mi lado, dijo “¿qué te pasa, no entendiste que lo nuestro terminó hace
rato?”. Me quedé helado, pensando la manera en que le rogaría para que volviera, entonces el

10
hombre que estaba con ella se acercó y, sin mirar a ninguno de los dos, preguntó “¿pasa
algo?”. A mí no me gustó el tonito con que el tipo inquirió, y el alcohol me incitaba
ciertamente a pelear pero, incluso en el estado de ebriedad en que me encontraba, advertí que
él era notablemente más vigoroso que yo y que una pelea a mano limpia estaba perdida de
antemano. Mi raciocinio me llevó a optar por el silencio. Natalia lo tomó de un brazo, le dijo
algo que no llegué a escuchar, y se alejaron del lugar mirándome con desprecio. Salí a la calle
eufórico de bronca. Fui a donde había dejado estacionado mi coche. El pibe que hacía las
veces de cuidador nocturno se me acercó para pedirme las monedas implícitamente pactadas.
Al ver que yo ponía el automóvil en marcha soslayando su presencia, comenzó a golpearme la
ventanilla. Otro cuidador se acercó por delante para ver qué pasaba. Le juro, amigo, que si no
se corre a tiempo lo atropello al arrancar. “Hijo de puta” pensaba de camino a casa “a ese tipo
lo tendría que matar”, y al pensar en eso me refería al acompañante de Natalia, y no al infeliz
cuida-coches, después de todo no tenía nada que ver, solamente estaba intentando ganarse la
moneda. ¿Qué le parece, amigo, si hacemos un alto para pedir otro whisky? Ahí está, ya
viene el mozo, acaba de ver mi seña.
–¿Qué desean, caballeros?
–Otra medida de whisky, para ambos. Nada más.

***
–Ahora que tenemos recargados los vasos, puedo proseguir con la historia
¿verdad, colega?
–Soy todo oídos.
–Bueno, ¿por dónde estábamos? Ah, sí, ya recuerdo. Al otro día del
encontronazo en el boliche, ya más tranquilo, reflexioné que el tipo no tenía nada que ver, no
podía saber lo enganchado que yo había quedado y, posiblemente, sólo la quisiera por su
cuerpo. Esos pensamientos me aliviaron, pero no hicieron que dejara de pensar en ella.
Pasaron, no sé, cuatro, cinco meses y como continuaba llevándola impresa en
mis retinas y en mi piel, decidí que, o hacía algo para verla o terminaría matándome.
Desesperado, engendré la idea de ir a su casa, hablar con sus padres, llevar todo a sus últimas
consecuencias, sin entender de qué manera pero creyendo que algo se me ocurriría, y si no,
mala suerte, tendría que improvisar.
El primer domingo luego de que se me ocurriera la idea, no bien cayó la tarde
me peiné y me vestí bien, me puse un perfume suave y subí al coche. En el auto, camino a
casa de Natalia, ensayaba gestos y palabras para caer bien a sus padres. Llegué al lugar y

11
estacioné justo frente a la puerta. Como no estaba preparado a afrontar lo que fuera que se
avecinara bajé del coche con prisa y golpeé sin vacilar, no era cosa de ponerse a pensar y
arrepentirse y ya nunca más poder juntar coraje para volver. Esperé un tiempo (no sé
realmente cuánto, pero creo que cosa de un minuto) y al ver que nada pasaba volví a golpear.
Seguía sin percibir ningún ruido, y el clima desolado de esas calles me hacía sentir peor que
antes. Mi ansiedad me llevó a golpear por tercera vez, aplicando mayor fuerza en esta
ocasión; ni bien lo hice la puerta se abrió sólo lo necesario para que se vieran dos ojillos y una
boca de dónde provino la débil voz de mujer mayor: “señor ¿qué se le ofrece?”; de inmediato
respondí: “señora, disculpe, soy un amigo de Natalia, pasaba a visitarla”. Terminé de decir
eso y la puerta se abrió del todo con una brusquedad que me causó miedo: junto a la señora
estaba parado un hombrecito de anteojos de la misma estatura y similar edad que su mujer;
ambos me miraban con una expresión que sólo podría explicarse como una mezcla de estupor,
curiosidad y miedo. Se miraron un instante y luego el hombrecillo, sacándose los anteojos y
abriendo los ojos enormemente, dijo: “¿cómo, no se enteró? La pregunta (conectada
íntimamente a la expresión del hombre, a la situación en que estábamos inmersos y a mi
estado anímico) me causó un escalofrío que casi me mata. Mi rostro debió verse muy pálido y
mi voz debió sonar muy quebrada cuando (luego de hacer un ademán negativo con la cabeza)
pregunté “¿de qué?”, como para que de inmediato se sintieran en la obligación de hacerme
pasar al comedor y ofrecerme un asiento.
Ya sentado y recobrada un poco la tranquilidad, escuché con atención lo que el
hombre me contó. Entre lo que recuerdo, me dijo que Natalia había muerto exactamente 50
días atrás en circunstancias extrañas, tan extrañas que la policía no había podido determinar si
la muerte había sido un accidente, un suicidio o un asesinato. También me dijo que ellos
moverían cielo y tierra para obligar a que la justicia diera con la verdad. Mientras el hombre
me decía todo esto, la señora, madre de Natalia, no podía contener las lágrimas, que en el
transcurso de la conversación se transformarían en llanto furioso y, finalmente, en silencio.
Por mi parte tampoco pude contenerme, y mi rostro debió haberse visto terriblemente afligido
como para que la anciana pareja advirtiera que yo había tenido en mucha estima a Natalia, y
también como para despejar de sus cabezas la horrible intuición que los asaltó en cuanto me
vieron tras la puerta (lo sé porque luego me lo dijeron) de que yo la había matado. Entre otras
cosas, me contaron que en los últimos tiempos antes de su muerte, Natalia había sido vista
(todo esto no sé cómo lo supieron) acompañada por un hombre de unos treinta años, alto y de
pelo largo (de inmediato tuve la intuición de que se trataba del mismo tipo con el que ella
estaba la noche en que yo fui al pub, pero para que no me interrogaran me quedé callado) con

12
quien acudía regularmente a locales nocturnos, y que ese hombre levantaba sospechas, aunque
todavía no se había encontrado dato que lo incriminara. Medio aturdido por las novedades, y
luego de darles mi más sentido pésame a los dos ancianos, me levanté de la silla y, flojo de
piernas, llegué hasta mi auto. Ya había oscurecido. Demás está decir que esa noche (pensando
en Natalia cadáver y en ese tipo que, durante el poco tiempo en que lo había visto la noche en
que fui al pub, no sé por qué, había logrado causarme mala espina) no logré pegar un ojo. No
bien apagué la luz y me acosté en la cama, me asaltaron infinidad de imágenes sobre muertes
de lo más variadas, mezcladas con imágenes de Natalia sonriendo o llorando, o Alejandra
desnuda y excitada en el furor del amor de las primeras noches; imágenes de entierros
ignotos, de noches de lluvia sobre tumbas solitarias; imágenes de gente rodeando un cadáver
y comentando estupideces; imágenes de violencia y sangre, en fin, todo tipo de imágenes a las
que uno no está acostumbrado comenzaron a cruzarse en mi mente a velocidades insondables
mientras un calor intenso hacía arder mi piel y temblores sacudían mi cuerpo desde adentro;
para colmo, algo se retorcía en mi estómago, una especie de bola impulsada por una fuerza
centrífuga.
Haciendo un terrible esfuerzo de voluntad, me levanté y (intentando hacer
volar todas las alucinaciones de muerte) corrí hasta el interruptor para, acto seguido, encender
la luz. Mi sombra me siguió hasta el baño, donde cautelosamente abrí la cortina de la ducha
por miedo a que alguien me estuviera acechando del otro lado con ansias de matarme.
Levanté la tapa del inodoro y vomité todo lo que había comido durante el día. Salí del baño y
corrí hasta el living. Iluminé de inmediato. No aguantaba más a que se hiciera de día. Para
tranquilizarme, puse un poco de música que me volvió más loco. Algunas preguntas me daban
vueltas en la cabeza ¿Cómo podía ser que no me hubiera enterado por los diarios o por la tele
de ese asesinato? En algún lugar debió haberse hecho público, pensé. Aturdido, prendí la tele
y dejé en un canal de dibujos animados; de golpe, el cansancio había empezado a pesar sobre
mis párpados. Lo único que recuerdo antes de dormirme, es la claridad del día colándose por
el tragaluz. No sé qué soñé, pero debió ser algo bueno, ya que al despertar sentí cierta paz
interior; pronto la paz se vio interrumpida por oleadas de frío y calor: me toqué la frente y
supe que tenía fiebre. Llamé al trabajo y avisé que iba a faltar porque me sentía enfermo.
Prometieron que me iban a mandar un médico que inútilmente esperé algunas horas,
recostado en el sillón del living, viendo cualquier pavada en la tele. Mientras me concentraba
en la pantalla, tratando de no pensar en nada más, una extraña intuición me acometió, a la vez
que escalofríos traspasaban mi columna: era una sensación que parecía decirle a mi cerebro:
“todo lo que te contaron ayer es mentira, Alejandra… no, Alejandra no, Natalia está viva, no

13
murió nunca, ahora mismo está en su casa matándose de risa con sus padres por lo bien que
resultó la mentira para alejarte para siempre”. En un instante, como por arte de magia, la vida
entera había pasado a ser una ficción: el tiempo pasado con Alejandra, quiero decir, con
Natalia, el deseo saciado por el sexo, los gestos hermosos, naturales, despreocupados de ella
(de Alejandra, no de la que conocí después como Natalia), sus ojos amplios, profundos,
oscuros pero limpios como el agua y llenos de sol, su larga cabellera perfumada, todo
convertido en una gran mentira, una ilusión de la que era imposible escapar; y el cuento de la
muerte, una trampa grande como el miedo que me había causado la noticia pero incomparable
al miedo que entonces me causaba pensar que era una mentira. ¿Podía ser realmente una
mentira? “No, no, la cara de la madre (me decía yo), sus lágrimas, sus temblores no podían
ser una mentira, solamente que no está el cuerpo de Alejandra (es decir, de Natalia) para
confirmarlo ni para negarlo, y no es cosa de ir a buscar en un cementerio una tumba, y aunque
pudiese hacerlo, la tumba no sería una prueba suficiente, habría que ir más lejos, profanar la
tumba y ver la cara de Natalia durmiendo bajo tierra para cerciorarme, pero todo eso no es
algo que haga la gente normal, a todos les basta con creer en lo que les dicen y a mí tiene que
pasarme lo mismo, ya que soy normal, y no puedo estar especulando con algo tan grave, de
ninguna manera” ―y continuaba pensando, en medio de mi fiebre― “tiene que ser verdad lo
que me contaron los ancianos, debo respetar la palabra de los padres de Alejandra (Natalia)”.
De golpe se me cruzó de nuevo la imagen del cadáver amado que mi mente morbosa había
inventado para atormentarme. Lo peor de esa imagen eran los ojos, que miraban hacia mí
como desorbitados, como si se hubiera congelado en ellos el momento de la muerte trágica.
Habiendo dormido sin sacarme siquiera las zapatillas, me levanté del sillón y
fui directamente a la calle donde me dejé inundar por el sol para ver si me volvía un poco el
espíritu al cuerpo agotado. El pálpito de que ese tipo la había asesinado no me dejaba en paz.
Los días siguientes, ocupados en el trabajo, había conseguido sumergirme
nuevamente en cierta cotidianidad, aunque teñida por los colores ásperos de una idea de
venganza. Los hechos eran irrebatibles; una vez Alejandra (esa Alejandra maravillosa que me
confesó su verdadera identidad ―sí, ¡a mí!― y no la otra, la ya Natalia que dejó de amarme)
fue asesinada, había que buscar al culpable y devolverle el acto dándole muerte; después de
todo, si el tipo no había sido el asesino, a la hora en que la amenaza de muerte se cerniera
sobre él, sus ojos, la expresión de su mirada y el movimiento de su cuerpo indicarían si era
inocente, y si su expresión mentía con la inocencia para salvarse, peor para él: debería vivir el
resto de su vida con el remordimiento de haber matado sumado a la conciencia de que alguien

14
lo había acechado y de que ese alguien en cualquier momento podía regresar para (ni bien su
rostro delatara la culpabilidad) perpetrar definitivamente la venganza.
Entre ese tipo de meditaciones, el tiempo pasaba y yo ya había conseguido
registro para portar un arma. Regularmente afinaba mi puntería en un club de tiro en el que
me había asociado: llegado el momento, quería ser certero con el blanco humano. No sé si
debo aclarar que mis amigos de esa época, notándome raro, fueron alejándose de mí
gradualmente. No me importó.
Trabajando y trabajando pasaban los meses y yo ya me iba haciendo a la idea
de que nunca iba a encontrar al tipo y de que podría vivir toda mi vida sin cargar con un
asesinato, pero la memoria de Natalia no se me borraba, y yo seguía portando el arma por si la
casualidad decidía cruzarme con el asesino.
Un día, para holgazanear un poco, alquilé cuatro películas y pedí licencia en el
laburo: tenía planeado estar todo el día tirado en el sillón, comiendo una rica picada y
tomando cerveza, pero en medio del segundo film me di cuenta de que ese día Alejandra, de
haber estado viva, cumpliría 27 años; de repente mil cosas se me pasaron por la cabeza a la
vez. Pegué un salto del sillón, me bañé (no sé para qué: inconscientemente debí contemplar la
posibilidad de encontrarme con Alejandra viva) me vestí como para una fiesta, busqué el arma
que cada día descargaba y guardaba en el cajón, la cargué como cada día, la metí en mi
cintura como cada día, cubriéndola con una de las largas camisas que poblaban mi placard,
tomé un trago de cerveza, terminé de ver la película y me metí en el coche. Encendí la radio:
moviéndome por el dial encontré a Lennon cantando Yesterday y lo dejé, pero no me
apaciguó; recorrí las vacías calles de mi barrio a escasa velocidad, intentando encontrar una
tranquilidad que sabía imposible: mi interior era un volcán a punto de hacer erupción.
Mientras manejaba para el lado de su barrio se me ocurrió que si había sido una mentira, en
casa de Natalia ese día todo sería ruidoso, habría muchos autos a su puerta y gente adentro
emborrachándose, incluso sus padres. Pronto me di cuenta de que pensar eso era,
probablemente, una idiotez, pero qué importaba ya: ¿acaso toda mi vida no había sido una
idiotez, una incoherencia? Tan lento manejé, tantas vueltas di en el coche que cuando llegué
al barrio de Alejandra ya estaba oscureciendo. Además, en mi torpeza no había pensado en
cargar nafta y me quedé varado a unas cuadras de su casa. Cerré bien el coche e hice lo que
me quedaba de camino a pie; me parecía casi mágico caminar por ese barrio que ya pertenecía
a otro mundo, o a otro estrato de mi mente. Pensé que el miedo y la memoria me iban a jugar
una mala pasada, haciéndome ignorar la casa cuando la viera, pero no fue así: la distinguí a
unos cien metros de distancia, y todo parecía normal, salvo el hecho de que un tipo alto

15
estuviera cruzándose de vereda justo en el momento en que yo me acercaba. De inmediato
pensé que era él, el asesino, mi único sospechoso, que había ido a visitarla, pero como no lo
había visto salir de la casa, y este tipo era algo más delgado que el que yo recordaba, decidí no
seguirlo; preferí contemplarlo alejándose en la dirección de la que yo había venido, aunque
por la vereda contraria. Mi pulso se tranquilizó cuando me encontré frente a la puerta de
Natalia y vi la casa totalmente a oscuras y silenciosa, además de estar las persianas cerradas
por completo: ese silencio sepulcral era lo mínimo que merecía Alejandra en su cumpleaños.
Sus padres estarían durmiendo, o en lo de parientes que se verían en la obligación de
consolarlos cada aniversario. Aliviado, me di vuelta y comencé a caminar hacia donde sabía
que me esperaba mi vehículo. Conseguir nafta sería difícil, había que caminar muchas cuadras
y prefería pasar la noche en el auto y por la mañana salir hacia la estación de servicio. Pensé
que no encontraría obstáculos hasta mi coche, pero al fondo de la calleja volví a ver la silueta
del tipo flaco y alto, esta vez acercándose. Por un momento se me cruzó por la cabeza que
debido a su manera gratuita de asustarme merecía morfarse una bala del calibre que llevaba en
mi cintura.
Nervioso como me encontraba, decidí esperar a que estuviera cerca mío para
resolver realmente lo que haría, pero mi propósito se vio frustrado por el repentino desvío del
tipo. Se había metido entre las sombras de la vereda, y como había muchos árboles ya no lo
podía ver. Dos o tres minutos más tarde volvió a aparecer, y se quedó parado en medio de la
calle, fumando. Algo en esa figura larguirucha me tenía a maltraer, y no sabía qué era. Me
acerqué al hombre y le dije “disculpe”, mientras lo miraba a la cara. Como los faroles de la
calle no andaban, la única luz que había era la de la Luna, pero no me permitía ver bien los
rasgos de la cara, aunque percibía tenuemente que su rostro era anguloso y sus labios algo
abultados. Lo que sí podía percibir claramente era la gorra que llevaba puesta y sus grandes
orejas. Tomé coraje y le pedí fuego. Me extendió su cigarrillo y, apoyando la brasa contra el
mío, lo encendí con cautela, pitando profundamente pero con delicadeza, después le devolví
el suyo. Me molestaba el hecho de que el tipo no hablara y pareciera tan tranquilo. Su silencio
me resultaba intencionadamente enfático (al menos con todo el énfasis que puede tener un
silencio fuera de discurso). Le agradecí por el fuego y seguí caminando, entonces escuché su
voz que pareció salir de un subterráneo: “joven, espere” me di vuelta y vi nuevamente su
silueta desgarbada y fijé mi atención en los contornos de su cabeza, de la que sobresalían las
amplias orejas. “¿No nos conocemos?”, agregó, ahora con la voz atemperada, y aun así dando
la sensación de que quebraba la noche como si fuera de cristal. “No creo” respondí con
inseguridad. “¿Me acompaña un par de cuadras?” propuso inesperadamente. Accedí a su

16
pedido y comenzamos a alejarnos del lugar hasta encontrar una calle iluminada. Se ve que el
tipo también tenía ansiedad por ver mi aspecto real. No bien levanté mi vista y lo miré a la
cara sentí un susto que me hizo dar dos pasos hacia atrás. “U…usted es…”. El hombre me
interrumpió: “sí, soy la última persona que estuvo con ella”. En un primer momento no le
creí, y pensé que debía, fuera quién fuese, hacerle pagar lo pesado de la broma, y me llevé la
mano a la cintura. El contacto con el metal me hizo recobrar la tranquilidad que tantos meses
me había costado conseguir y tan pocos minutos me habían bastado para destrozar. Decidí
estar atento y observar sin siquiera un pestañeo. El tipo acababa de terminar un cigarrillo y ya
sacaba otro, lo encendía y, luego de echar la primera y sugestiva bocanada, me miraba con sus
oscuros ojos bondadosos: “debe saber” –comenzó a decir, no sin cierto temblor en la voz–
“que cuando yo la conocí, ella andaba todavía con usted”; “no –lo interrumpí con enfado–, no
sabía” y me asaltó un deseo enorme de partirle la cabeza de un culatazo, y ya estaba por sacar
el revólver cuando, (tal vez adivinando mi intención) realizó un gesto con la mano,
acompañado de un brillo especial transmitido por su mirada; decidí dejarlo satisfacer la
necesidad de pronunciar sus palabras (no sabía qué palabras iba a pronunciar, pero tenía la
certeza de que hablaría) luego continuó: “sí, aunque duela, debe saberlo, total, lo que quedó
en el pasado permite dejar a un lado la ansiedad y digerir. No sé por qué, pero cuando
Alejandra me conoció (en ese entonces era Alejandra para mí, también lo debe haber sido
para usted), me prefirió a mí. Usted dirá: ¿Cómo pudo quererlo, con esa figura?, y debo
decirle que yo, antes de la tragedia, hacía ejercicios y me alimentaba bien, dormía más,
cuidaba mi pelo y compraba buena ropa; en fin, llevaba una vida plena. Incluso mi cara
cambió, se volvió más huesuda, menos consistentes mis pómulos. Ahora, y aunque me cueste
decirlo, me entregué plenamente al tabaco y a la bebida. Todos estos cambios se los debo a la
muerte súbita de Alejandra (permítame recordarla por ese nombre). Si no me cree, intente
recordar mi aspecto la noche en que tuvimos ese encuentro: ¿lo recuerda?, seguramente que
sí, como yo siempre lo recordé a usted a la perfección, y es que todo lo que tenía que ver con
ella era digno de mi atención. Permítame agregar que hasta tuve pena por lo que pudiera
ocurrirle, ya que noté perfectamente su estado al ver que Alejandra ya no quería saber nada
con usted. No se enfade, que no hubo nada sucio en el asunto. Quiero que sepa que no
tuvimos relaciones hasta que lo dejó: ella no era capaz de serle infiel, por eso terminó
abandonándolo. Por cosas sueltas que me dijo, tengo la certeza de que a usted lo amó. Al
principio, entre ella y yo todo andaba de maravillas, pero, como sucede casi siempre, las
relaciones comienzan a desgastarse; por la época del incidente en el boliche, todavía
marchaba sobre rieles nuestra relación, pero debo admitir que su aparición me causó alguna

17
inquietud. Ella comenzó a comportarse de una manera extraña: era como si ya no me amara,
o mejor, como si su amor estuviera escindido. En un primer momento pensé que en su mente
y en su alma estaban interfiriendo ciertas reminiscencias que la aparición de usted le habría
suscitado, pero después, indagando, descubrí o vislumbré que había razones más profundas,
que tenían que ver únicamente con ella, razones que estaban más allá de lo que usted y yo
habíamos hecho o hubiéramos podido hacer”. En ese momento, el hombre hizo una pausa que
aprovechó para largar algunas volutas de humo mientras esperaba alguna reacción de mi
parte. Yo no sabía qué decir, y me quedaba pegado a la visión de sus grotescas orejas,
resaltadas aún más por la gorra que le cubría parte del pelo cortísimo; pero también, de tanto
en tanto, observaba los rasgos delicados conservados a pesar de la muerte de Natalia: mentón
amplio, nariz recta, labios gruesos y mirada lánguida, algo irónica, que me hacía estallar en
deseos de matarlo para que dejara de contar mentiras que de nada servían. Llevé nuevamente
mi mano a la cintura, con la intención de ponerlo nervioso, pero finalmente tomé del bolsillo
los cigarros. El hombre me extendió fuego. Encendí y, luego de dar un par de pitadas, dije:
“no me consta que ella me haya dejado porque no me amaba más. Tal vez la razón fuera más
poderosa, más dura para mí: aunque me cueste admitirlo, creo que ella encontró en usted un
gran amante, y lo creo porque recuerdo perfectamente la manera en que lo miraba esa noche
en el pub, era exactamente la misma mirada que me dedicaba a mí los primeros días que
estuvimos juntos, e incluso más intensa. Ah, y no creo en nada del resto de lo que me dijo: eso
de la fidelidad, puras pavadas. Tampoco creo que me haya dejado de amar del todo,
solamente que se cansó de mis problemas o comenzó a interesarse más por los suyos.” Se
hizo un silencio. El tipo bajó la cabeza y yo me di vuelta para irme. “Bueno ─dije─ creo que
ya no queda nada por decir” y comencé a alejarme. De golpe, la voz del hombre resonó en
mis oídos con tanta gravedad que de inmediato me invadió un miedo enorme: “espere, falta
una cosa”. Me di vuelta y lo miré a la cara: “¿qué?” pregunté. El tipo bajo la cabeza y así, sin
mirarme, dijo: “el día en que ella me dejó, me sentí terriblemente afligido; no podía
comprenderlo de ninguna manera, yo, que creía que, desde que me confesó su verdadero
nombre y su gusto por las artes, la tendría en mis manos para siempre. Por supuesto no me
resigné y comencé a seguirle las huellas por donde fuera que pasara. Quería saber si estaba
enamorada de alguien, o simplemente deseaba libertad. Pude comprobar que no amaba a
nadie, pero tampoco era del todo libre, era de naturaleza dual: de día era una muchacha
recatada y llena de dotes artísticas (créame porque llegué a ver algunas de sus pinturas y
esculturas), pero de noche su ansiedad sexual la hacía salir a buscar hombres que la
contentaran. Este hecho, más que aliviarme, me enfureció: si hay algo que no deseaba, era ver

18
a Natalia (o Alejandra, como usted lo prefiera) convertida en una puta. Como me había
convertido en su sombra (y en mi propia sombra, ya que de mí no quedaba más que el reflejo
opaco de lo que había sido) no me costó nada encontrar el momento oportuno” en ese instante
el tipo dejó de hablar y encendió otro cigarrillo, que me pasó a mí. Después encendió uno
para él. Yo, ansioso por saber el resto, dije: “¿el momento oportuno para qué?”; fumó un poco
y, todavía con la mirada dirigida al suelo, habló con lentitud: “fue en un boliche que estaba
tan lleno que casi no se podía caminar. Yo había estado un buen rato observándola bailar y
besarse con un muchacho rubio, casi un pibe. En un momento se separó de él y comenzó a
subir las escaleras que llevaban a la pista de baile V.I.P, yo apuré el paso y de golpe… la tenía
tan cerca, ella no me había visto, yo estaba tan borracho que…”, ”¿que qué?” le grité, para
que reaccionara. Entonces el hombre levantó la cabeza y me dirigió una mirada contrita. Sus
labios temblaban y los míos también. Habló: “ella estaba justo pegada a la baranda, yo fui y,
apoyándole una mano en un hombro le dije algo, (no me acuerdo qué, de veras, no me mire
así porque si lo recordara se lo diría: ya no tengo ánimos ni para mentir, tan destruido estoy)
no sé si ella escuchó exactamente lo que le dije, lo que sí recuerdo (y es como si la estuviera
viendo en este mismo momento) es que se rió de mí despectivamente (ahí noté que también
ella estaba algo ebria) y sacudió el hombro para desprenderse de mi mano, entonces yo,
borracho como estaba, intenté retenerla, pero se me fue la mano, sí, al ver que no me hacía
caso, creo que la empujé, no sé si con la intención de matarla, pero sí, lo admito, la empujé,
fue así de simple…”. furioso, saqué el revólver y, encarándolo, le apoyé el caño en la cabeza:
“¡hijo de puta!”, le grité, y el hombre, entre sollozos, volvió a hablar: “yo estaba muy
borracho, y no soportaba verla así, tan distinta, entregada, día a día, a desconocidos que
aprovechaban su confusión, ni la indiferencia que tenía hacia mi, entonces la empujé sin
pensarlo, aunque no creo ahora que mi intención fuera realmente matarla; por desgracia,
Alejandra fue a dar al piso de abajo, con tanta mala suerte que se rompió la cabeza. Yo creo
que si ella no hubiese estado tan borracha no caía, no puedo entender de qué forma ese
empujoncito pudo hacerla pasar por encima de la baranda. Al instante hubo gente gritando y
corriendo; yo me escabullí entre el tumulto y rajé del lugar, pero eran varios los que huían
despavoridos, por lo que nadie se percató de mi culpabilidad. Al otro día leí la noticia en el
diario. Los titulares decían “¿accidente u homicidio?”. Como a Alejandra los peritos le
encontraron alcohol en la sangre y la policía no tenía ni idea de quién había sido el culpable,
hablaban de un accidente, y hasta llegaron a pensar en un suicidio. Yo no podía entender
cómo nadie me había registrado, habiendo tanta gente: era algo que no entraba en mis
cálculos. Comencé a sentir culpa, y hasta estuve a punto de entregarme y confesar todo, pero

19
finalmente no lo hice.”. Cuando terminó de decir todo esto, cayó de rodillas en la calle y,
bajando la cabeza, comenzó a gemir como si fuera (tal vez lo era) un animal dolorido. Yo
estaba convertido en una furia, y mis manos temblaban. Lo agarré del pelo y le puse el caño
en la boca: “¿así que te sentís culpable? ¡hijo de puta!, mirame a la cara cuando te hablo,
mirame porque es lo último que vas a ver en tu vida” y, justo cuando estaba por gatillar, el
hombre me miró con esos ojos oscuros, lánguidos, que sugerían cierta represión, y fue en ese
momento que comprendí que Natalia no estaba del todo muerta, ya que sobrevivía en ciertos
rasgos que le había traspasado a él, como esa manera tan tierna y frágil de llorar; o el dibujo
sensual de sus labios gruesos, pero sobre todo sobrevivía en esos ojos tan profundos que me
miraban con una mezcla de miedo y ansiedad. Como ya era un hecho que no podría
dispararle, guardé el arma y me puse a acariciarle la nuca, y el tipo lloraba desconsolado,
como un niño, lloraba y lloraba porque no sabía que ella había muerto para sobrevivir en él.

20
SEGUNDA PARTE:

LA EDAD DESEADA

21
EN EL PATIO

Es lo más lindo pasarla en el patio así solitos cuando no están los adultos
vigilando, el sol tan brillante cayendo en picada sobre las lajas y los yuyos, los grillos
intentando llamar la atención sin lograrlo, María corriendo de acá para allá haciéndome gestos
y muecas de burla hasta que la alcanzo y le agarro las manos para estrujárselas; o si estoy de
buen humor la ayudo a hacer una ronda entre las margaritas y el canto de los pájaros, y sin
ninguna mirada de un mayor trepamos al pino y nos raspamos las rodillas, o bajamos y nos
tiramos tierra a los ojos mientras en algún lugar desconocido papá trabaja y adentro de casa
mamá prepara las camas y limpia todo sin un segundo para podernos mirar. Por eso no nos
queda otra que jugar pero bien, haciendo todo el lío posible, y como la tonta de María es
bastante tranquila, yo voy y piso las flores plantadas más recientes, o me dejo caer desde una
rama muy alta frente a su mirada asustada, y si se me acerca Negrita ¡ay, qué perra tan linda!
y me subo a su lomo, le ordeno: ¡avance, gire a la izquierda, retroceda!, María me grita que
me baje, que no la maltrate así a la pobre perra, pero yo sigo arriba de ella, dándole
indicaciones hasta que no sé por qué empieza a gruñirme, entonces me bajo y le digo perra
mala mala mala, y le doy con una rama en el lomo, pórtese bien porque si no hoy no come,
María me pregunta si no me cansó ya ese juego y quiere volver a trepar al árbol aunque sabe
lo peligroso que es para ella y me llama, Juancho vení ayudame, y yo voy porque como soy
varón tengo más fuerza y le hago patita y le doy un fuerte impulso y ya está, el vestidito se le
levanta y la bombachita blanca que ya está negra de tanto jugar se le ensucia toda hay que
pensar que mamá se va a enojar, siempre están enojándose los grandes porque si no se
aburren, yo no sé porqué los grandes no juegan, ¿qué es lo que les ocurre? ¿Cómo se divierten
si están todo el día de acá para allá y hablan mucho de plata, que no hay plata, que no cobré,
¿nunca tienen tiempo para sentarse y mirar los dibujitos animados o subirse a un árbol y
observar el jardín desde la altura que todo se ve más bonito? Yo nunca voy a ser adulto
porque ser adulto debe ser insoportable, tener que trabajar, prefiero ser pájaro, volar todo el
día por el cielo azul y cuando se le da a uno la gana ir un poco más abajo y cagarle encima en
la cabeza a alguien, y darle picotazos a los nenes que intentan bajarnos de un piedrazo, eso
sería lo mejor, y no tener que andarle pegando a los nenes porque me cargan porque tengo un

22
ojo un poco más grande que el otro o porque no sé jugar bien al fútbol y alguna vez hice un
gol en contra, es un asco la vida así, cuando cuesta hacer amigos todo porque les gusta cargar
y cargar hasta que uno se enoja y va y les pega, y ya se ponen a llorar y van y le dicen a la
seño los maricones, no se aguantan una, los padres no les enseñan a pelear? Ya les voy a dejar
los ojos violeta a ver qué hacen si les pego en serio, y no solamente en los hombros como
suelo hacer, si no aprender van a salir todos unos blandos, no van a poder hacer nada bueno
por el país, actúan como nenas, no quieren subir a los árboles por si se lastiman o si se
ensucian, son unos cagones y juegan como mujeres a la pelota, y yo voy y trabo fuerte y me
cobran siempre falta dicen que soy un bruto que no puedo jugar porque los lleno todos de
moretones, me dicen Juancho controlá tu fuerza o no jugás más pero bien que si la cuelgan me
llaman a mí para que suba a los árboles o trepe las paredes que haya que trepar, son unos
interesados por eso me dejan jugar, y después se burlan de mí porque dicen que soy un
patadura, y entonces si varios me burlan los miro uno por uno y al que me muestra más miedo
voy y lo surto, por cagón, le pego primero un par de piñas en los brazos tipo paralítica y si no
se defienden los aporreo en la cabeza, y así el elegido termina llorando y a ver si alguien se
atreve a defenderlo voy y le pego también, y le pego más por buscarme, no, esos a mí no me
usan más, ya un día voy a hacer un gol de chilenita o de taquito y van a ver, no se van a burlar
más de mí, porque si practico, un día me tienen que salir esas jugadas, aunque chilena nunca
le vi hacer a ninguno pero taquito sí, Gonzalo hizo varias veces goles de taquito y hasta
alguno de rabona y de palomita, y se ríe vanagloriándose y todos van y lo abrazan y le
palmean la espalda felicitándolo y él me mira y se sigue riendo como refregándome en la cara
su gloria, ya va a ver cuando lo agarre, ni bien me diga algo, ni bien se le vaya el educado por
un segundo y me largue algún insulto o me diga algo va a ver, le voy a pegar por todas las que
ya me contuve, le voy a pegar tanto que se le va a sangrar la nariz y los labios, porque no
sabe con quién se mete, ya va a ver, voy a meter un gol de chilena y va a ser a mí al que
feliciten, no lo va a poder creer, todos sus goles van a quedar en el tacho de la basura y va a
tener que traer a Maradona o a Messi para que lo volvamos a admirar, es un idiota, lo odio,
siempre con esa sonrisita que hace que los chicos lo feliciten y que las chicas le escriban
cartitas de amor, no sé quién carajo se cree que es, se vanagloria porque es lo único que sabe
hacer, ya le voy a partir la cara y no lo van a mirar más, ya van a ver, cuando termine el
partido y juntemos las monedas para comprar la coca entre todos yo me la voy a quedar un
buen rato antes de dar el sorbito, y si Gonzalo me dice algo o me mira con esos ojitos y esa
sonrisita le voy a partir la botella en la cabeza, aunque esté llena, y a ver si alguien se atreve a
decirme algo.

23
EN EL HOSPITAL

¡Qué feo estar acá, otra vez en el hospital! está lleno de gente vieja y hay un
olor que no se aguanta, olor a desinfectante o algo así mezclado con olor a chivo que la gente
parece que no se baña es horrible yo le dije a mamá que no me traiga al hospital prefiero
quedarme en casa viendo la tele y dejar que el brazo se me cure solito, le dije una y mil veces
que ya está bien, así enyesado ya está seguro, trato de convencerla de que no fue tan grave el
golpe y de que tarde o temprano se me va a curar pero como ella también tiene que hacerse un
chequeo no sé de qué porque nunca entendí aunque ya se lo haya preguntado mil veces, pero
odio estar acá!, y mamá que me dice todo el tiempo “María, portate bien” y yo no hago caso,
mientras más me dice más me quejo y más me muevo de acá para allá y miro mal a la gente y
canto en voz cada vez más alta: ¡la-La-LA! no sé que le molesta dejarme sola en casa tiene
miedo que me quede sola pero a mí no me da miedo total los fantasmas no existen y
solamente Juancho se puede creer esas tonterías y lo del hombre de la bolsa y toda esa basura,
no sé por qué Juancho le tiene miedo a todo, él que es varón y yo entonces que soy mujer
tendría que gritar por cualquier cosa y no, no le tengo miedo a nada salvo a las ratas que si
veo una me subo a una silla y hasta que desaparece no paro de gritar y Juancho le tiene miedo
también y además a las arañas y a las cucarachas, a mí las cucarachas solamente me dan asco,
no pueden hacer nada son inofensivas pero viven entre la basura y parece que huelen la caca
de lejos y les gusta porque siempre están en el baño y son muy rápidas es difícil matarlas a las
malditas pero las ratas son peores porque mueven las patitas tan rápido que no se sabe para
dónde van a ir y encima mamá dijo que las ratas traen enfermedades y papá dijo que sí, que a
esas ratas inmundas que pueblan el país hay que hacerlas desaparecer a todas y miró a mamá
riéndose y yo y Juancho también nos empezamos a reír porque nos pareció gracioso pensar
que el país estaba repleto y que papá podía salir y hacerlas desaparecer a todas de una por arte
de magia, pero a mamá no pareció darle mucha gracia lo que papá dijo porque se llevó un
dedo cruzado sobre los labios como ahora me hace acá en el hospital, no quiere que haga
ningún ruido, yo no estoy hablando pero me muevo de acá para allá y choco las suelas de mis
zapatos contra el piso, y me tiro a ver si las cerámicas me dan un poco de fresco que hace
mucho calor acá además de haber olor a camión de vacas, pero bueno, va pasando la gente,
muy lentamente pero pasan, yo canto por dentro muchas canciones bonitas y así se me hace
más fácil soportar todas las fealdades, así no es tan grave estar acá, con un brazo y un codo
lastimados que casi no los puedo ni mover, menos mal que mamá me llevó antes a esa
enfermera que vive a un par de cuadras de casa y me dieron la inyección, porque el dolor era

24
insoportable, ¿y qué sería esa inyección?, para mí era mágica, si no no se entiende como se
me fue el dolor tan fuerte que me hacía llorar, y se me fue de un rato a otro, es increíble, de
verdad increíble, como si un hada mágica hubiera apuntado con su varita hacia mis huesos
doloridos ¿Cuánto faltará para que nos atiendan? Ya no me sé más canciones y es terrible,
terrible estar acá pensando en lo mal que está la gente, porque los veo los veo y no puedo
dejar de mirarlos: hombres con las piernas enyesadas, niños con vendas en la cabeza, gente en
sillas con rueditas, y este olor que llena el hospital, y el ruido que me agarra en la pancita del
hambre, le tengo que decir a mamá que vayamos a comprar algo, galletitas o alfajores, ahí le
pido, ya, ya, pero está charlando con una señora y no parece escucharme ¡mamá, mamá!: ¿me
comprás algo para comer? Al fin me escuchó, dice que no porque ya nos están por llamar, y le
respondo que todavía falta un año, y estoy por entrar en berrinche y se abre una puerta, el
hombre con delantal blanco grita nuestro apellido.

25
HORMIGAS
Juancho está sentado junto a una fila de hormigas negras. Yo me acerco a
molestarlo:
–¿Qué hacés?
–Mato hormiguitas.
–Pobres… ¿no ves que están trabajando?
–Sí, pero son chiquititas y débiles, no pueden contra mí, no tienen manera de
defenderse. Mirá María como la agarro a esa y la corto en dos; fijate: ¡las dos partes siguen
caminando por separado!
–Allá hay una hormiguita roja.
–A esa dejala, vení y matá de éstas.
–No, yo no mato a ninguna, a mí no me gusta matar insectos…
–Sos una aburrida, no pasa nada con torturarlas un poco, mueren rápido, no
sufren… además, después van al cielo.
–No, no van al cielo, solamente las hormigas voladoras van al cielo.
–Pero a estas cuando mueren les crecen las alas, y se van volando hasta llegar a
las nubes, y ahí se quedan… menos a las que parto en dos. A esas no les salen alas, se quedan
para siempre separadas, dando vueltas sin ver por dónde caminan. Si la reina las ve las manda
a liquidar, porque ya son inútiles, en vez de ayudar a la sociedad son un estorbo. Hay que
darles de comer y no pueden trabajar ni nada.
―¡Sos cruel!: ¿a vos te gustaría que te mutilen el cuerpo y que después te
maten?
―Pero yo no podría sobrevivir a que me corten en dos, además no me dejaría
tan fácil que me maten unos gigantes.
―¿Y cómo harías? ¿a ver?
―Correría más rápido que ellos y me escondería atrás de los árboles, o
buscaría un arma para dispararles, porque papá tiene un arma escondida, ¿vos sabías?
―¡Tonto!, ¿cómo papá va a tener un arma? ¿no sabés que solamente los
policías pueden tener armas, para defender la ley y a los buenos?, se lo escuché una vez a la
tía. Y papá no es policía, así que cómo va a tener un arma, siempre tan estúpido vos, Juancho.
―Sí que la tiene, me creas o no, y yo lo sé porque lo vi hace poco sacarla de
un cajón dónde está la ropa de él. Lo vi que levantaba unas remeras y de ahí abajo sacó la
pistola, era una pistola negra, la miró un instante, la revisó y después se la guardó en el
chaleco.
26
―No digás mentiras porque te van a castigar.
―Pero si no son mentiras, yo te digo nomás lo que vi…
―Entonces voy a ir y le voy a preguntar, a ver si son todas unas mentiras tuyas
nomás o si es verdad, pero no creo porque ya sabemos que en vos no se puede confiar nada.
―No, por favor no le digas nada.
―¿Ves que estás mintiendo entonces?
―No, no miento.
―Sí que mentís porque si no no te molestaría nada que yo le pregunte.
―Pero es que se puede enojar, sabés que a él no le gustan los buchones, él dijo
siempre que nunca nos metiéramos en sus cosas ni andemos hablando nada con extraños.
―Pero papá no es ningún extraño tarado.
―No le digas tarado a papá.
―A vos te dije tarado, taradúpido.
―Bueno basta pará de insultar y no le digás nada no seas tonta.

27
CUMPLEAÑOS

¡Por fin mi cumpleaños! Siempre me gustaron los cumpleaños, y ya estaba


desesperada hace rato por una fiesta, ¡y en mi propia casa! ¡Mi propia fiesta!, ya vinieron
varias de mis amiguitas y todavía siguen llegando, lástima que esté el tonto de Juancho, yo lo
echo pero no se va, y me amenaza con el puño, me dice “vení y sacame, vas a ver los golpes
que te doy”, y va hasta la mesa y se toma un vaso de coca tras otro, y se mete en la boca
chizitos y papitas de a mil, no se da cuenta que últimamente está engordando, mis amigas lo
miran y se ríen de él, y él se cree que porque es un gracioso y nada que ver, se ríen de que
tiene la panza hinchada y de cómo morfa, “tonto, andate a la pieza a jugar con los autitos que
te regalaron en tu cumpleaños” le digo para ridiculizarlo, pero él prefiere andar husmeando
entre mis regalos, se acerca a los paquetes y no puede contener las ganas de romper los
papeles y mirar qué hay adentro, por suerte estamos mamá y yo que lo vigilamos todo el
tiempo porque si no ya hubiera abierto todo, ¡no sé que puede haber de interesante para un
chico!, en cualquier momento los empiezo a abrir así Juancho se deja de joder, seguro que me
regalaron muchos perfumes, no sé, es siempre lo mismo y está bien andar oliendo bien, pero
ya tengo cantidad de perfumes que me compra mamá regularmente, ¡preferiría que fueran
todas muñecas, o que me regalen ropa! Pero la mayoría son tacañas, sus papás son tacaños, y
van a alguna feria y compran el perfume más trucho que ven, así con unos pocos pesos ya
tienen el regalo, y yo me doy cuenta después de probármelos porque mamá me dijo que los
perfumes buenos duran 24 horas o más y la fragancia de los truchos se va en dos o tres horas,
entonces es fácil comprobarlo, pero lo de que los buenos duren 24 horas no sé, una vez mamá
me compro uno que me dijo que era caro y bueno, y yo me lo puse y me quedé mirando el
reloj para ver cuánto tiempo duraba, pero después de estar mucho despierta me quedé dormida
hasta el otro día y cuando me levanté ya no se sentían las fragancias, yo no sé si no será una
exageración lo de las 24 horas, nunca lo voy a poder comprobar, (¡) ¿Qué pasó? ¿Qué fue ese
ruido? Ah, explotó un globo, ya me asustaba, pero fue un segundo nomás, (¡) ahí explotó otro,
qué raro dos tan seguidos, (¡) otro, ah, está vez lo vi, fue Juancho que debe tener algo en la
mano, un alfiler o no sé qué para explotarlos, sí, fue él, lo veo que se está riendo y ahí va de
nuevo, quiere asustar a las chicas, ser el centro de atención.
―¡Mamá, mamá, decile que pare!
―Qué pasa María, ¿no ves que estoy preparando las salchichas para servir en
platitos?
―Pero decile a Juancho que pare de explotar globos, es un tarado.

28
―Los globos explotan solos, hija.
―No, te digo que es él mamá, ¿no ves cómo se ríe cada vez que explota uno?
―A ver… Juancho, vení que mamá te quiere dar un sánguche para que te
alimentes…
Ahí lo está agarrando mamá, le sacó algo de las manos, lo reta, bien bien bien,
yo sabía que era él, ¡ahí viene mamá para acá!
―¿Era él o no má?
―Sí, tenías razón mi vida, tenía un escarbadientes, se ve que me robó uno de
la cocina, yo ya los tenía preparados para que pinchen los pedazos de salchichita, no te
preocupes que ya lo reté y no creo que moleste más.
―Sí, va a seguir molestando con otra cosa, ¿acaso no lo conocés?
―Bueno, cualquier cosa llamame, yo voy a la cocina a seguir con los
preparativos, sabés que tengo que ir y venir constantemente a la mesa, para reponer las
gaseosas y los salados a medida que se acaban…
―Andá tranquila, yo te aviso si hace algo malo.

***

Empiezo a abrir los regalos, las chicas me rodean para saber si me gustó lo que
me trajeron. Como lo suponía, hay muchos perfumes¸ una muñeca muy fea de tan gordinflona
que es, crayones como los que ya tengo (¿Y ahora de qué manera disimulo que los regalos me
resultan feos y aburridos?; se me va a notar en la cara el malhumor, y no puedo ser así, no
puedo quedar mal con mis amigas, me van a detestar).

29
LA PROFESORA DE DIBUJO

Como mamá sabe que a mí me gusta dibujar y colorear y que soy la mejor de
mi grado, (y de paso para que Juancho se distraiga un rato y deje de molestar), decidió pagarle
a una chica para que nos enseñe arte. La profesora de arte (así se presentó) se llama Natalia,
es una chica joven, mamá dice que debe tener veintilargos, pero yo creo que no puede pasar
de veintidós o veintitrés, pero claro, ella no quiere admitir que la chica es bonita y muy joven
y está en la edad deseada, yo no sé por qué no contrató a una vieja si después se iba a poner
celosa, de todas maneras a mí me cae bien porque la profe es una simpática y no solamente
nos enseña a pintar si no que a mí también me deja peinarla como yo quiero y me presta sus
lápiz de labio además de unas temperas que trae porque sabe que a nosotros a veces nos falta,
y también el lápiz para los ojos y otros para colorear los dibujos, a mí me gusta dibujar chicas
con diferentes vestiditos y diferentes peinados, y hacer algún arbolito detrás, y un sol, a veces
también me enseña la profe a hacer animales, el otro día me enseñó a hacer un conejo, y el
conejo de ella era relindo, tenía orejas bien largas y ojos saltones porque un mago lo sostenía
por las orejas y era parte de un truco de magia, el mago tenía una galera en una mano y al
conejito en la otra, el conejo sacaba la lengua agitado y le saltaban gotitas de transpiración, la
profesora me dijo mirá se hacen así las gotitas, ves qué fácil, y hacía con el lápiz un
movimiento muy suelto, lo sostenía de una manera muy graciosa el lápiz y yo y Juancho nos
reíamos y ella nos decía que se sostenía de esa manera para dibujar pero a nosotros nos
resultaba muy incómodo y entonces seguíamos agarrando los lápices como siempre lo
habíamos hecho, igual que se agarra una lapicera para escribir, y así nos daba mejores
resultados, pero igual mi conejo era una porquería, la profe me dijo que no, que mi conejo
estaba muy bien pero yo me doy cuenta la diferencia cuando miro el que hizo ella, y le
pregunto si lo puedo pintar y me dice que sí y empiezo a darle con los lápices al mago, le
pinto la capa y la galera de azul, eso sí que lo sé hacer muy bien, muy cuidadosamente que
nunca se me corre de las márgenes; en cambio Juancho hizo un conejo lastimado, todo lleno
de sangre y a un chico tirándole piedras, el chico estaba bastante bien dibujado pero el conejo
era cualquier cosa, solamente dos palitos que hacían de orejas y una cabeza deforme y el color
rojo tapándole la cabeza y el cuerpo, mucha mucha sangre, el tonto se reía y la profe le decía
muy bien muy bien, seguí así, pero enseguida ya estaba aburrido y hacía un avioncito con su
dibujo y lo tiraba lejos “profe me lo puede alcanzar” y ella iba a buscarlo, se agachaba para
tomarlo del suelo y Juancho la miraba, y la Profe se lo traía y él volvía a tirarlo, y le volvía a
pedir y ella, siempre como distraída, hacía lo que le pidiera, pero yo me cansaba y lo

30
empujaba para que no la distrajera más, porque así no nos podía enseñar bien y le decía tonto
pará un poco de joder, hay que aprovechar la clase, y el idiota iba, agarraba los lápices, los
revoleaba y empezaba a hacer berrinche y la profe con mucha paciencia los juntaba, no le
decía nada a él que la miraba y se le acercaba y le acariciaba el pelo y ella le sonreía y decía
“andá a dibujar” tan suave lo decía con sus labios grandes y su sonrisa simpática que Juancho
obedecía sin chistar, y volvía a dibujar una de sus porquerías que no se entienden nada porque
él no sabe y yo sí pero la profe es mejor porque es más grande y yo espero un día poder ser
como ella tan buena dibujante, y tan linda, que tiene el pelo una barbaridad de hermoso y se
hace unos claritos tan lindos, y se la ve siempre media distraída pero tan linda, sí, un poco
bajita pero delgada y con silueta como para ser modelo de esas que salen en la televisión, yo
también voy a ser modelo porque me gusta probarme ropas y posar, un día voy a posar para
los fotógrafos y voy a salir en las tapas de las revistas y voy a ser conocida y ganar mucha
plata, estoy segura porque mamá siempre me dice que soy muy linda, aunque no sé, no sé, en
la escuela los nenes están locos por Caro aunque a mí algunos me miran también y mamá me
dice que tengo unos ojos y un pelo hermoso pero yo no sé, a veces me miro al espejo y sí, me
veo mis ojitos brillando y me gustan, y el pelo cayéndome sobre la frente tan suave y
pregunto “espejito espejito, ¿quién es la más linda del mundo” y la respuesta es siempre
“¡tú!”, siempre siempre siempre y nunca va a haber una respuesta diferente porque si no no sé
que hago, me tomo una poción mágica para dormir para siempre y si no un veneno, que
también hace dormir y es más fácil de conseguir porque en muchas películas la gente
envenena a otra y en los cuentos de hadas siempre hay alguna pócima para hacer el bien o el
mal, son tan lindos los cuentos de hadas pero nunca aparecen las hadas en la realidad, yo
todas las noches las espero, a veces las llamo y si llega a aparecer una le voy a pedir el vestido
más lindo y que la vuelva ciega a Caro así ya no puede peinarse ni caminar como modelo y ya
nadie le presta atención. Entonces yo soy la más linda de la clase, y todo el mundo que dice
“miren a María, la única modelo de su clase, y además tan linda tan inteligente y dibuja
bárbaro” y todas me van a envidiar y van a querer ser mis amigas nada más y no de Caro, y yo
voy a mandar y la voy a hacer expulsar de la escuela y cuando esté en otra escuela voy a
pedirle al hada que la haga que pueda volver a ver porque si no pobrecita la van a maltratar
además de que no va a poder ver los dibujitos animados nunca más ni mirarse al espejo tan
bonita que es, y ya va a tener suficiente castigo con que la echen de su escuela y no vuelva a
ver a sus amigas de siempre, por eso que no siga ciega, no, si no me voy a sentir mala
culpable como las de las novelas que ve mamá, y yo no quiero ser la mala de la novela que es
odiada por todo el mundo, yo quiero ser la admirada por todos y por todas, la que tiene

31
belleza y la más linda ropa y es querida por todas menos por las envidiosas,
no puede ser tan tonto este pibe se la pasa haciendo taradeces y no aprovecha las clases que
paga mamá con plata de papá, es un tonto así nunca va a aprender a hacer nada en la vida
siempre haciendo tonteras lío con tal de no hacer caso y estar un rato sentado porque no puede
es más fuerte que él y parece que no hay manera de arreglarlo un día se va a dar cuenta de lo
torpe que es porque no va a lograr nada en la vida el tontito, menos mal que va a tener una
hermana rica que lo va a poder mantener haciéndolo trabajar, limpiarle la casa, lavarle los
hermosos vestidos de seda a mano con jabones especiales es un tonto de
veras, una vez dijo miren, dibujé un “murciégalo”, ni siquiera sabe pronunciar bien las
palabras, encima ese dibujo no se parecía en nada a un murciélago, era una mancha borrosa
con alas y ojos sangrantes, nada más él quiere ser jugador de fútbol no se
da cuenta que es un patadura y no hace más que molestar a los demás y mamá ya no sabe
cómo ponerle límites, a veces él me pega y después dice que yo lo estaba molestando pero eso
es mentira claramente, yo no le hacía nada, le decía que tiene que estudiar más porque si no
va a ser un burro para toda la vida, y nunca va a jugar bien a la pelota porque no tiene idea y
él me decía que un día iba a ser como Messi, y que iba a jugar en España y ganar millones de
euros y que la hinchada española iba a corear su nombre y que todos lo iban a admirar y hasta
el rey y la reina; pero yo sé que es mentira, que nunca el rey ni la reina lo van a felicitar a
Juancho, porque es un bruto y sería injusto que esas altezas se fijaran en él, que es tonto y
malo y una vez me pegó en la pepa

32
EN EL PATIO (II)

Siempre es lindo estar en el patio desmembrando hormigas, usando a la


Negrita de caballo, tirándole piedras a los pájaros, sal a las babosas, o mirar a María cuando
se sube a los árboles y sacudirle las ramas para que se asuste, levantarle el vestidito y
amenazarla a pincharla con una rama, escupirla cuando no se da cuenta, en ese pelo tan liso y
lindo que tiene, y a veces ella baja y me pide que le vaya a buscar unas golosinas de las que
mamá esconde en el placard porque a la noche siempre le agarran ganas de comer algo dulce,
María no se anima porque tiene miedo que la descubran entonces voy yo con mucho cuidado
tratando de no hacer ningún ruido, me fijo bien que mamá esté distraída haciendo limpieza en
algún cuarto o en el baño, me meto en su pieza y abro la puerta del armario despacito
despacito, trepo y saco una barrita de chocolate o de cereal y algún alfajor y se lo llevo y ella
que me espera afuera con cara ansiosa le doy la barra y el alfajor pero ya sabe que no es
gratis y le hago prometerme que va a cumplir y ella me dice sí bueno pero dame que como y
después ya vas a ver, entonces le doy las golosinas y se las come desesperada y le queda la
boca sucia de chocolate y se chupa los dedos, entonces ya más tranquila me dice que vayamos
bien al fondo, detrás de los arbustos, y ahí se empieza a bajar la bombacha y se levanta el
vestido riéndose y me muestra la pepa y una vez hasta me dejó tocar, y nos reímos yo no sé
por qué, por ahí porque engañamos a los adultos, allá en el fondo no nos pueden vigilar todo
el tiempo mientras jugamos somos libres y nadie puede decirnos no hagas eso, no te subas
encima de la Negrita no pises las flores no se suban tan alto a los árboles, no, no pueden
porque no nos ven, mamá no puede estar vigilándonos el día entero y papá trabaja, así que el
patio se vuelve como un cielo para nosotros dos que tenemos toda la tarde para hacer lo que
queramos y aprovechamos y corremos de acá para allá, si hace calor prendo la manguera y
empapo a María y a la Negrita de arriba abajo y de esa manera estamos contentos y después a
la noche si papá le grita a mamá porque no le gusta la cena o por cualquier otra cosa lo
podemos soportar mejor sabiendo que al otro día cuando volvamos de la escuela la casa va a
estar tranquila y mamá nos va a cocinar panchos o hamburguesas o milas o tortilla de papas y
gaseosa o jugo porque mucha Coca hincha, y la tele prendida en el canal de los dibus a un
volumen tan alto que mamá se enoja, y después de eso la vuelta al patio, sí, a la libertad, a la
alegría…

33
LA PROFESPRA DE DIBUJO (2)

Lo que más me gusta en el mundo son las clases de dibujo y pintura, y Juancho
también está encantado, pero más que nada con Natalia, porque yo sé que a él no lo atraen
para nada las artes plásticas, pero las chicas le encantan, y Natalia es tan hermosa, con sus
largas pestañas y sus labios anchos, y encima explica bien algunas cosas, hoy me enseñó a
dibujar una casa con un fondo de montañas, habla tan suave, es tan buena maestra: si yo hacía
algo mal ella me tomaba de la mano y me iba guiando el lápiz, y entonces salía un dibujo
hermoso, con la casita perdida entre las montañas y un cielo nublado, y gaviotas alejándose, y
después ella se iba a atender a Juancho, que llamaba la atención desde la cocina pateando la
mesa y las sillas, y yo continuaba con el dibujo pero como ella tardaba mucho en volver me
fui a buscarla a la cocina, y cuando llegué Natalia estaba subiéndole el pantalón y el cierre de
la bragueta, seguro que el bruto le pidió que lo llevara a hacer pis, o se hizo encima y ella le
tuvo que cambiar los calzones, cuando me vio me dijo anda a seguir dibujando que ya voy, y
yo volví y agregué más nubes, quería dejar el cielo bien nublado, pero no tan lleno de líneas
porque si no no se iba a entender nada y a mí me gusta que hayan muchos detalles pero que se
siga entendiendo bien clarita la idea principal, entonces borré algunas y lo dejé así, y después
puse un par de montañas más y la profe al ratito volvió y en la parte de abajo de la hoja hizo
dos caballitos pastando, todo con muchas líneas y sombras (ella siempre complicaba mis
dibujos), y Juancho vino junto a nosotros con una hoja y se puso a dibujar, y respiraba medio
agitado, el tonto siempre anda corriendo como un loco de acá para allá hasta que no da más.
Su dibujo resultó muy feo, una enana muy mal dibujada, borroneada, lo único que se le
notaba era el pelo largo y la falda y algo como una fruta en la boca, no sé qué fruta era porque
estaba muy mal dibujada, este Juancho nunca va a hacer un dibujo digno, está loco y es tonto,
y Natalia no sé por qué lo felicita por sus dibujos, tendría que decirle la verdad así entiende de
una buena vez que tiene que dedicarse a otra cosa ya que no sirve para algo tan delicado como
las artes plásticas.

34
NUEVAS COSAS

Bonita sorpresa nos llevamos con Juancho el día que papá llegó de trabajar con
una tele nueva entre los brazos. ¡Ahora hay dos teles en la casa y podemos ver los dibujitos
cuando se nos canta sin necesidad de cortarles el noticiero o lo que sea que estén viendo a
mamá y papá! La tele no es que sea nueva-nueva, es usada, pero es nueva para la casa, eso sí,
tiene una pantalla mucho más grande que la vieja y se ve mejor la imagen, con mucha más
claridad. Mamá estaba contenta pero le preguntó a papi de dónde la había sacado; él dijo que
la compró en una tienda de cosas usadas. “Espero que dure” dijo mamá, “ya sabés cómo son
las cosas éstas, las compran averiadas por dos pesos, las reparan así nomás, y después se las
encajan al primer croto que ven” “te advierto que yo no soy ningún croto” respondió papá,
“además, no importa si dura poco porque me costó una ganga. ¡Ahora vayamos a enchufarla
en la pieza de los chicos y que la disfruten!”, de esa manera zanjó la cuestión papá, y cargó la
tele y nos pidió que lo acompañáramos a la pieza, dejando a mamá con cara de tener ganas de
seguir discutiendo.
Al otro día a Juancho y a mí nos costó mucho trabajo levantarnos para ir a la
escuela porque la noche anterior papá había llamado a un conocido para que viniera a
conectarnos el cable, y como el tipo vino de inmediato y resolvió todo, nos quedamos viendo
dibujitos hasta muy tarde. Fue así: nos caíamos de sueño pero pensábamos: “media hora
más”, y cuando terminaba el capítulo y empezaba otro dibu, nos cedíamos otra media hora, y
estuvimos de esa manera hasta que el cansancio nos venció y nos quedamos dormidos con la
tele prendida y todo. Claro, no podíamos creer tener tele en la pieza, más dibujos animados
las veinticuatro horas del día, y poder ver cuando quisiéramos sin salir de nuestras camas, lo
malo es que mamá tuvo que renegar mucho a la mañana para despertarnos, y fue hasta su
cuarto y le dijo a papá, que dormía: “qué buena idea tuviste, ahora no los levanto ni con una
grúa”. Y papá se despertó, dejó la cama malhumorado, vino a nuestro cuarto, nos pegó tres
gritos, y viendo que no hacíamos caso fue hasta su pieza y volvió mostrándonos la hebilla de
un cinturón, entonces no nos quedó otra que levantarnos de inmediato y comenzar a vestirnos
para ir a la escuela ¡y nosotros que esperábamos faltar para ver toda la mañana la tele! Igual,
de a poco nos fuimos acostumbrando y ahora ya es normal tener tele en la pieza, claro que eso
no quita que de noche sigamos viendo programas, aunque ahora le hacemos caso a mamá y a
la una apagamos; por desgracia, como todo no puede tenerse en esta vida, de pronto nos
encontrábamos con que teníamos tele y cable pero nos habíamos quedado sin profesora de
dibujo. “¿Qué pasó qué Natalia no volvió a venir?”, le preguntó una vez Juancho,

35
desesperado, a mamá. “No sé”, respondió ella, “intenté ubicarla pero no hay nadie en la casa,
y ningún vecino me supo decir nada; simplemente parece que se fue un día y no volvió más”.
Desde que se enteró de eso, Juancho se puso más violento, si es posible. Mamá ya nos
consiguió una profesora nueva, que enseña bastante bien, pero claro, es una señora grande, y
yo sé que a Juancho le gustan las mujeres jóvenes.

***

Una semana después de lo de la tele papá llegó a casa con una licuadora, pero
esta sí era nueva, la trajo en caja con manual y todo. “Tomá amor, para vos ¿te gusta?”, le dijo
a mamá. Ella puso una cara como de extrañada más que de contenta, pero la agarró y esa
noche hizo unos licuados de banana bárbaros: Juancho fue el que más bebió.
Después de la cena, cuando ya estábamos en nuestra pieza viendo dibus,
escuché que papá y mamá estaban discutiendo (Juancho no escuchó porque está medio sordo,
creo que a causa de que pone la tele muy fuerte y se acerca mucho a la pantalla para mirar); lo
que pude oír fue que mamá le preguntaba a papá de dónde había sacado esa licuadora, y papá
le decía que la había comprado y ella le replicaba con reproches como: “¿de dónde sacás plata
de golpe si siempre te estabas quejando?”, y papá “siempre alcanzó la plata que yo traje para
que comamos todos y nos vistamos y para que los chicos vayan a una escuela digna de una
manera digna” después no escuché más porque cerraron la puerta de su cuarto y Juancho
subió un poco más el volumen de la tele.

***

Un mes más y en casa ya era casi todo nuevo: había pocillos y bandejas de
porcelana para el café, un equipo de música nuevo, videojuegos, una batidora, cubiertos de
plata, cortinas de colores varios, sillas de roble, un tablero de ajedrez de ébano, una cuchilla
de carnicero de hoja reluciente en la que papá se miraba como en un espejo, en fin, montones
de cosas útiles y no tan útiles, y mamá ya parecía haberse acostumbrado a que las cosas
fueran así: no discutía, se callaba la boca y le indicaba a papá dónde era mejor colocar lo que
iba trayendo. Así la casa fue quedando tan llena que ya no había dónde colocar las cosas
viejas. Los trastos ocupaban la mitad de nuestro cuarto y gran parte del patio. El lavarropas
viejo fue suplantado por uno nuevo, la pequeña heladera quedó, pobre, en medio del pasillo
que separaba nuestro cuarto del baño, suplantada ahora por una nueva, grande y con freezer.

36
Con Juancho andábamos saltando en una pata de la alegría, ocultándonos por toda la casa, que
venía a ser para nosotros una especie de laberinto o selva metálica. Pero todas esas novedades
no fueron nada comparadas con la última: ayer a la noche escuchamos simultáneamente el
ruido de las llaves en la puerta y un maullido de gato. Salimos de nuestra nave (armada con
dos sillones viejos y unas mantas) y (la comandante Negrita adelantándose a nuestro paso)
corrimos hasta la puerta de entrada de la casa, ésta se abrió y vimos aparecer a papá con una
criatura en brazos. Negrita, exaltada, no paraba de saltar y ladrar en dirección al bulto. Mamá,
que también había escuchado el maullido, se acercó por detrás de nosotros y puso el grito en
el cielo: “¿qué es esto?”. Papá le dijo, con tono azucarado: “tranquilizate, es por unos días
nomás. Tomá, acunalo, no sé, tratá de calmarlo que las mujeres son mejores para este tipo de
situación”. Mamá lo tomó entre sus brazos mirándolo a papá con odio. “Ya vas a ver vos” le
dijo. Juancho preguntó de dónde había salido: yo le expliqué que lo había traído la cigüeña
desde París, pero no sé si me creyó, porque me miró con desconfianza, mamá lo llevó a la
cocina y lo apoyó sobre la mesa, luego desapareció dando un portazo. Con Juancho lo
examinábamos atentamente: era pequeñito, tenía poquito pelo en la cabeza, de un color rubio,
y ojitos claros, como de cielo, y no paraba de hacer berrinche. Lo acaricié y se calmó un poco,
pero tiempo después volvió a llorar y a gritar como si lo estuviéramos golpeando. Papá vino y
nos preguntó por mamá. “Salió” le dijimos, y él insultó al cielo. Al rato volvimos a escuchar
la puerta: era mamá que regresaba con leche y una vieja mamadera que Juancho ya había
dejado años atrás. La llenó y la metió en el microondas que estaba aún sin estrenar. Sonó el
timbre, mamá abrió la portezuela y, mientras alimentaba a la criatura, comenzó a decirle
cosas feas a papá, como “¿en qué andarás metido vos, atorrante?” y otras por el estilo, pero
cuando vio que la criatura dejaba de chupar el biberón y, calmosa, la miraba sonriente, mamá
le dio una tierna caricia en una mejilla y enseguida unas palmaditas en la espalda para que
eructara. Después todos nos quedamos observando en silencio como esa cosita se dormía
entre sus brazos. Esa noche el bebé durmió en la cama grande con mamá y papá. Al otro día
papá apareció con una cuna. Mamá le preguntó reiteradas veces cuándo se lo iba a llevar, a lo
que él respondía invariablemente: “dentro de poco”, pero todas las noches aparecía con ropita
nueva para el bebé y con golosinas para Juancho y para mí, de esa manera nosotros
acallábamos nuestros celos. Con el tiempo fuimos aceptando que teníamos un nuevo
hermanito (y Juancho seguramente se gozaba por anticipado pensando en las zurras que le iría
a dar cuando tuviese la edad adecuada), y mamá, por su parte, terminó aceptando que no era
más que un nuevo niño al que criar.

37
***

Ahora ya no tenemos a Natalia, pero en compensación tenemos un hermanito


nuevo.

38
LA MUÑECA

Es un tonto Juanchi, qué pibe tonto. Tonto y más tonto, malo. Siempre viendo
esos programas con hombres grandotes que se pelean en un ring, se tiran unos encima de los
otros, se parten sillas en la cabeza, se dan patadas y codazos, no es gracioso, nada graciosa
tanta violencia, y este tonto de Juanchi por eso está cada vez más malo y siempre le pega a los
compañeritos en la escuela, todo por las influencia de las luchas, le encantan, es fanático del
más fuerte, del de pelo largo que siempre le gana a los malos, y él después va y le gana a
todos en el aula, no le pueden decir nada que ya va y les pega, y papá lo alienta, le compró
unos guantes de boxeo y le enseñó a pelear, y cuando mamá lo reta a Juanchi porque la
llaman del colegio diciendo que le pegó a alguien, papá la reta a mamá explicándole que el
chico solamente se defiende, y siempre termina con un: “¿preferirías que le peguen a él?; si
los otros son unos maricas que lloran ni bien los tocan ¡allá ellos carajo!, mi hijo no tiene la
culpa de no haber nacido maricón” Y lo dice todo muy serio y levantándole la voz a mamá
que a veces le discute pero mucho no se anima porque papá cuando se enoja se pone rojo y
levanta la mano como insinuando que él tiene más fuerza y que por eso hay que darle la
razón, y una vez que discutieron muy feo al otro día vimos a mamá con la cara muy lastimada
y le preguntamos que le pasó y nos dijo que se había golpeado en la oscuridad contra la
puerta, claro, con lo nerviosa que la habrá dejado el loco de papá: ¿acaso no sabe que no tiene
que tratar así a las mujeres, no sabe que somos más débiles y delicadas, y que lo mejor para
nosotras es que nos regalen flores y bombones y nos sonrían dulcemente, que nos besen con
pasión y nos organicen cenas con velas, y vestirnos con un bonito vestido, arreglarnos bien,
maquillarnos la cara y pintarnos los labios, y que una amiga nos arregle el pelo, o ir a la
peluquería y de paso conversar con la peluquera y las señoras que están siempre ahí
chusmeando cosas interesantes, de los romances entre actores y de las peleas entre las
vedettes por ver quién es más diva, pero lo que más nos gusta es cenar a la luz de las velas sin
tener que cocinar y que el hombre sea apasionado como en las novelas lo es el galán, sí, nos
gusta eso, nos hace felices que se preocupen por nosotras y que nos hagan regalitos y nos
hablen con tranquilidad y galantería, y que por favor no nos griten nunca que para eso
estamos nosotras que tenemos vos más finita y chillona y usamos de los gritos para combatir
el corazón duro de los hombres, ablandarlos un poco, sacarlos de su tensión, les podemos
hacer masajes o gritar, hacerlos sentir bellos o quebrarles el alma como a una copa de cristal,
las dos cosas sirven y mamá hace muy poco lo segundo porque papá levanta la voz más fuerte
que ella si lo contradice en algo, y la mira con unos ojos que parece que la va a matar, aunque

39
eso solamente lo hace de los nervios, no sé por qué se pone así de golpe él que es tan bueno y
cariñoso con nosotros, y a veces nos compra golosinas y a mí collarcitos de juguete y pulseras
tan lindas, todo tan colorido, y a Juancho soldaditos y pistolas con balas de plástico y esas
esposas que le trajo una vez y que el maldito usó conmigo, y cuando me vio así me empezó a
amenazar y mamá estaba afuera pero yo lloré tanto y grité tan fuerte que al final me escuchó y
vino y lo retó, le pegó en la cola, y Juancho salió corriendo riéndose, le dijo a mamá que no lo
tocara más porque si no la iba a matar ni bien consiguiera un arma de verdad y mamá me sacó
las esposas y dijo “este chico no puede ser, va a terminar en un reformatorio si sigue así” y de
verdad es terrible, ayer yo me puse a jugar con mis muñecas para distraerme, las peinaba, les
cambiaba la ropa, las acunaba, les daba besos en la boca, toda feliz estaba hasta que el tonto
de Juancho entró en mi cuarto riéndose.

–Salí, taradúpido, ¿por qué venís a mi pieza a molestar? Andate a la tuya.

–Vamos a jugar afuera.

–No, no quiero, ¿no ves que estoy jugando con mis muñecas?

–Dale, vení, vamos, estoy aburrido y afuera está lindo.

–Dejame en paz, no quiero.

–¿Y esa muñeca que tenés en las manos? ¿De dónde la sacaste?

–Me la regaló la tía Cristina…

–Tirala, es fea…

–¿Por qué la voy a tirar si me encanta?

–Porque es distinta a todas las demás que tenés. Son todas blancas, y esta es
negra…

–¿Y qué tiene que ver?: a mí me gusta.

–Pero es fea de verdad, no es linda como Natalia.


–¿Qué, te gusta Natalia, la anteojuda del grado? Ahora vas a ver, se va a
enterar toda la escuela.
–No, tarada, yo digo de la profe de dibujo, vos sabés, ella sí es hermosa.
–Y ahora resulta que la profe es una muñeca.
–Sí, yo lo escuché a papá un día que ella llegó y él abrió la puerta “pasá.
muñeca”.

40
–Pero lo habrá dicho en broma, vos no entendés nad… ¡salí nene dejá de
empujarme!
–¡Ya la tengo!
–Devolvémela o le aviso a mamá.
Pero no me la devuelve y encima sale corriendo. Pibe tonto y malo, “mamá,
mamá, Juanchi me sacó la muñeca que me regaló la tía, ¿dónde estás má…? mami, mami…”,
no está por ninguna parte, ah, pero en el baño veo luz. Abro la puerta…
–¡Mamá, mamá!
–María, salí que me estoy bañando. No se entra en el baño cuando hay alguien.
–Ya lo sé.
–¿Entonces por qué lo hacés?
–Es que el tarado de Juanchi me sacó la muñeca y no me la quiere devolver.
–Decile que digo yo que te la devuelva, y si no esperá a que termine de
bañarme…
Cierro la puerta y me pongo a buscar a Juanchi por toda la casa… en la pieza
de él no está, en el comedor tampoco, en la pieza de papá y mamá… ¡tampoco!, ya sé, tiene
que estar atrás, en el patio, a ver…
–¡Te encontré!: ¿dónde dejaste mi muñeca?
–No sé, buscala, yo me voy adentro a ver la tele.
–No, tonto, no te vas nada, decime dónde está la muñeca o le digo a mamá.
–Me voy, me voy.
Y se fue nomás, el tonto, siempre haciéndome enojar, ya va a ver cuando
llegue papá, le voy a contar lo que me hizo, y también le voy a decir que le anda pegando a
todos y que se saca malas notas, espero que papá se saque el cinto y le de su merecido, ¡ya va
a ver!
Comienzo la búsqueda. Atrás del tilo, entre las plantas, me agacho, me meto en
medio de unos yuyos y encuentro a la Negrita echada durmiendo, pero de mi pobre muñeca,
nada. Sigo buscando, en la hamaca, detrás del tronco ese para sentarse, y no, no está por
ninguna parte, ya sé: ¡el pino!, corro hasta él, y ahí la veo a mi muñe, esa mancha negra
destacada del resto, por desgracia: ¡está colgada de una rama muy alta! ¿Cómo hago para
subir?; mente en blanco, mente en blanco, entonces se me enciende la lamparita, y se me
ocurre llevar una roca, pero como es muy pesada para levantarla, la hago rodar hasta el pie del
árbol, y ahora sí alcanzo la primera rama del pino, y de ahí paso a la segunda y a una tercera
un poco más alta. ¡De qué manera me raspo las rodillas!, ¡y estos zapatitos qué me hacen

41
sentir tan incómoda! Con gran esfuerzo paso a la cuarta rama que hace un ruidito como crac
crac, y paso a la quinta que está fácil, muy cerquita de la cuarta que se acaba de caer. Miro
hacia arriba y faltan varias ramas para llegar a la muñeca, la pobre está ahí arriba solita, debe
tener miedo de caerse, porque sabe que si se cae se parte la cabeza, no es tonta, pero no grita
porque como es tan educada prefiere comportarse bien, pero ella no merece que la cuelguen
tan alto, ¡hay que ser malo para hacerle eso!, trepo, trepo: ya me empiezo a cansar pero ¡estoy
tan cerquita!; piso mal en una rama, me tambaleo, ¡ay, que me caigo! Por suerte logro
agarrarme de la rama siguiente, ¡y acá está la muñeca! ¿Pero qué le pasó? ¡Le falta un ojo!
¿Quién te hizo eso, mi vida? ¿Hermosa, cómo te lastimaste? ¿Fue el malvado de Juanchi, no?
¿Por qué no me contás? ¿Tenés miedo, no?, mi vidita, no llorés, ya va a pasar, ya te vamos a
conseguir un ojo postizo, hasta entonces vas a poder ver solamente la mitad del mundo, la otra
mitad lamentablemente no la vas a entender hasta que mi mamá te pueda cocer el ojo. Bueno,
ahora agarrate fuerte de mí que voy a empezar a bajar del árbol, agarrate ¿eh? Una rama y otra
rama, ¡otra más! Un, dos, tres, ¡va! Salto de acá para allá, y cada vez estamos más cerca de la
tierra, quedan poquitas ramas para llegar donde las flores nos esperan, ¿ves, mi vida, a las
margaritas que nos saludan desde abajo? Bailan, nos sonríen, son un canto a la vida, tiernas y
amables se regocijan en su danza eterna. Salude mi negra, agite la mano, crac, crac, crac, ¡uy!,
esta rama, me… esta vez sí me caigo… (¡) …
–Mamá, mamá, buahh, buahh.
–¿Qué te pasó María?, por el amor de Dios…

42
TERCERA PARTE:

EL DIARIO DE JOSEFINA

43
¿Ante quién me postraré, a quién hablaré de mis
espinos y de mis zarzas duras, de este dolor que
surgió en tarde ardiente y que aún es en mí?
“El juguete rabioso” Roberto Arlt

Viernes. ― Empiezo un diario, y prometo escribir en él la verdad y nada más que la verdad,
ser sincera hasta en las cosas más íntimas y más secretas, aunque duela. ¿Y no es acaso la
vida una prueba constante?; después de todo, si Jesús tuvo que soportar el peso de la cruz y la
corona de espinas: ¿por qué no vamos a sobrellevar nosotros, insignificantes seres, pequeñas
angustias? Por suerte en el cuello llevo siempre el rosario que me regalo mamá, que me
protege de los males de este mundo, y el ángel guardián siempre está a mi lado, invisible pero
poderoso, acompañándome en los trances más difíciles. ¡Con estas compañías no puedo
fracasar!; además, el mundo no parece tan malo si uno hace un esfuerzo por pensar en las
cosas buenas: hay gente que va a la iglesia y dona ropa y dinero para los pobres, mamá que
siempre que va a la panadería a comprar facturas les convida algunas a unos morochitos que
viven en una choza que queda por el camino, y como ya la conocen, cuando la ven pasar se
quedan atentos esperando a que vuelva para que no se le olvide la generosidad. Yo un día la
acompañé y pude ver la cara de alegría, el brillo en los ojos de esos mocosos al llegar la
medialuna o el cañoncito de dulce de leche a sus manos, esas cosas a una la ponen alegre,
aunque claro, después tengan que volver a su casa de piso de tierra y soportar los gritos de su
histérica madre y el autoritarismo de un padre borracho, pero bueno, una no puede resolver
todos los problemas ajenos ni hacerse cargo de toda la maldad y miseria que hay en este
mundo… ¡ni pensar en las guerras, en las que mueren miles de inocentes, hombres y mujeres,
y hasta niños y bebés que ven su vida súbitamente destruida, y todo por el negocio que hacen
unos pocos que están en lo más alto de la pirámide!. Por suerte tengo a papá que siempre me
habla de cosas importantes como esa, porque no es bueno andar ignorando la realidad de este
mundo como suelen las chicas de mi edad, que por ahí ni saben a lo que se exponen si no se
cuidan, y después aparecen embarazadas al poco tiempo de ponerse de novias por primera vez
¡si un hijo fuera el único problema!; como yo estoy bien enterada, ya que mamá y papá
siempre me hablaron de esas cosas, y yo voy y les hablo a todas las amigas que puedo, y las
convenzo para que ellas hagan lo mismo con otras, así si se arma una cadena está bueno
porque todas se enteran, y entonces si después a alguna le pasa algo grave no puede decir que

44
sea porque no estaba enterada, ya si una sabe y no se cuida significa que le falla la cabeza, y
contra eso lamentablemente no se puede luchar, tenemos libre albedrío y las decisiones que
tomemos corren por nuestra cuenta.

Sábado.― Hoy es sábado, las chicas deben haber salido, y yo acá encerrada mirando la tele,
ellas deben estar en el boliche, tomando cerveza y bailando alocadas, les encanta hacer que
los chicos les paguen lo que beben, y se llevan cualquier cosa a la boca si viene de arriba (y
no lo digo con doble sentido, aunque no sé… quién sabe, quién pudiera verlas en todo
momento), igual, no es tan malo quedarse acá en casa, ¿acaso la felicidad no reside en estar
tranquila?: estoy bien de salud, fea no soy, tonta tampoco, más bien pienso que soy linda y
bien inteligente… y si tengo todo esto a favor: ¿porqué estoy como intranquila?, hay una
ansiedad en mi cabeza, un leve mareo, un deseo de salir de casa y perderme en medio de la
noche, sí, aunque me aterre la idea, ya se sabe que como están las cosas una mujer no puede
andar sola a cualquier hora, sería lindo ser hombre, en ese sentido, y mejor si se mide uno
noventa y se usa chaqueta de cuero, patillas y pelo largo, sería divertido, nadie se atrevería a
decirle nada a uno, iría a un bar sola (quiero decir: solo), me acodaría en una barra, pediría
una cerveza, no, una ginebra, sí, mejor una ginebra, me tomaría varias medidas, y ya entrado
en tono empezaría a chamullar a cada mujer atractiva que se me acercara. Todas mis palabras
estarían enfocadas en llevarme a la chica del lugar. Ni bien ella asintiera mínimamente, la
tomaría de la mano, la llevaría afuera y, luego de subirla a mi motocicleta, enfilaría directo
para un albergue, y ahí ¡que se agarre!, porque la penetraría con violencia (¿pero qué estoy
diciendo?: ¡soy toda una dama!). Sería muy lindo saber lo que se siente ser hombre, al menos
por un día. ¿Cómo sentirán ellos al hacer el amor?, ¿será muy distinto que siendo mujer?,
¿qué sentimientos tendrán?: no sé, no sé, y nunca voy a saberlo; lo que sí sé con certeza es
que me compraría una moto, una chaqueta de cuero, y aprendería a tocar guitarra eléctrica.

Domingo.― Los domingos fueron hechos para ir a la iglesia y para aburrirse, pero el
verdadero motivo es descansar, aunque papá en rigor no para nunca, ¡hasta el día que destinó
Dios al descanso lo utiliza para ganar dinero!; a mamá (yo coincido) le parece una barbaridad.

45
Lunes.― Si no fuera porque nos la pasamos hablando de chicos, sería muy aburrido ir al
colegio, casi insoportable diría: matemáticas, gimnasia, inglés ¡por Dios! qué infierno, qué
tortura, la profesora de educación física me tiene entre cejas, siempre me manda a mí a hacer
los ejercicios de muestra, y me grita si hago algo mal, o me dice, con su voz de macho cabrío
“Josefina, si usted sigue así va a tener que venir en Diciembre a rendir, y ahí la voy a hacer
transpirar el doble” y si yo, cansada de esa humillación (porque realmente para mí es una
humillación, no encuentro otra palabra) decido faltar a la clase; a la semana siguiente, ni bien
llego, me dice: “Josefina, me parece que se va a ir directamente a Marzo, y ahí no va a haber
quien la salve, la voy a hacer adelgazar diez quilos” y algunas de las chicas se ríen, y me
miran como si yo estuviese gorda, pero igual intento no hacer caso, sé que abundan las
malditas, las envidiosas, por suerte tengo a Pao y a Nati, que son amigas de oro, diamantes en
bruto, si no, ¡no sé qué haría!.

Martes.―Hoy vino temprano a verme Natalia; yo de entrada la noté triste: le pregunté qué le
pasaba y no aguantó y se largó a llorar. Con mis dedos le sequé las lágrimas, la acaricié, jugué
con su cabello, le di besitos en la frente y en las mejillas, y en ese momento ocurrió algo
inesperado: nuestras miradas se cruzaron: hubo una especie de conexión, yo supe lo que ella
estaba pensando y ella supo lo que yo pensaba, entonces las dos cerramos los ojos y (fue un
momento mágico, pero no sé si escribirlo, por miedo a que lo descubran mis padres, o por
miedo a volver al diario y ponerme mal si esa situación dejó de existir al momento de leerlo,
pero bueno, como prometí ser sincera con mi diario me la juego y lo escribo, total ¿qué les
importa a los demás mi intimidad?): lo que pasó fue que nos besamos, solamente un leve
contacto de nuestros labios, pero muy dulce, y me hizo presentir muchas cosas.

Miércoles.―Volvió a venir. Mis viejos no estaban, pero por las dudas nos encerramos en mi
cuarto. Le di dos vueltas de llave. Natalia miraba con ternura desde mi cama; se había
recogido el pelo en dos coletas. ¡Estaba tan hermosa, tenía los ojos delineados, el rouge le
hacía los labios todavía más sensuales que de costumbre, una blusa color crema y una
minifalda muy cortita!; me acerqué a ella y la besé en el cuello a la vez que aspiraba el
perfume exótico que se había puesto. No pude adivinar de qué marca se trataba; ella me sacó
de mis pensamientos y tomándome por las mejillas me besó los párpados, la nariz y,
finalmente, los labios. Yo metí una mano por debajo de su blusa y le acaricié los senos: los

46
pezones se le pusieron erectos. Se los envolví entre el pulgar y el índice y ella gimió; le quité
la blusa y el sostén; le lamí el cuello, comencé a bajar, llegué a sus pechos firmes, los
humedecí con la punta de mi lengua; en un momento su gemido me sonó a queja, entonces la
miré a los ojos y le dije “Nati ¿estás segura de que querés hacerlo?”, en respuesta me pasó
unos dedos acariciantes por la nariz y comenzamos a besarnos, esta vez con lengua y todo.
Ella me sacó la remera, nos acariciamos, nos dimos chupones desesperados, yo bajé, la tome
por la cintura, le levanté la falda, comencé a quitarle la tanguita con los dientes y… ahí parece
que algo le pasó por la mente, porque me preguntó ¿Qué estamos haciendo, Jose? Tuvimos
que vestirnos muy rápido; me pidió que le abriera la puerta y se fue de casa sin saludarme,
como si yo fuera la culpable de algo.

Jueves: Anoche soñé que viajaba en un micro con gente absolutamente desconocida. En un
momento del trayecto noté que iba sin zapatillas, y aunque la gente no me mirara, sentía una
enorme vergüenza. “¿Cómo puede ser que haya salido descalza de casa?: no, no puede ser,
alguien debió robarme sin que lo advirtiera, pero es imposible, nunca me quedé dormida…”
pensaba dentro del sueño. Era desesperante. El chofer me hizo bajar del micro y me encontré
en una región desconocida para mí. La gente del pueblo se burlaba ante cualquier pregunta
que les hiciera. Yo insistía una y otra vez pero parecían gozar de mi desinformación. Me metí
en una librería. En un rincón, me paré a hojear un libro de poemas de Safo. Un hombre de
aspecto desaseado me pidió de mala manera que me quitara de ahí, aclarando que ese era su
lugar. Como yo no me movía, el hombre se bajó los pantalones y comenzó a defecar enfrente
de mí. Repugnada, me empecé a alejar, pero otros hombres me impidieron el paso, me
empujaron de un lado a otro, me patearon la cartera y el celular (no sé de dónde habían salido
esos objetos, pero supe que eran míos y que ya no los podría recuperar). Comenzaron a
golpearme hasta que caí al suelo. Pensé que me iban a patear la cabeza, pero en cambio me
escupieron desde todos lados: yo me cubría la cara con ambos brazos, quería perderme dentro
de mí, en un abrazo mágico, pero la humillación seguía, y cuando se hizo tan intolerable al
punto en que ya me sentía morir, desperté agitada. Corrí al baño, me paré frente al espejo:
estaba pálida y despeinada; me mojé la cara, agarré un cepillo y, en el living, arrojada en el
sillón, prendí la tele y me peiné mientras observaba impávida una carrera de autos.

47
Viernes: Son las cuatro de la madrugada. Obviamente, si estoy frente a este diario es porque
no me puedo dormir. ¿Cómo explico que lo que sucedió hoy fue lo más genial que me pasó en
la vida?: debido a que el lunes tenemos examen de biología y Natalia no sabe nada de la
materia, me pidió si, a la salida del colegio, la podía ayudar a estudiar. Yo le dije que sí,
porque sé bastante de la materia, pero en verdad sospechaba algo más detrás de ese pedido.
Vinimos a casa. Entramos. Mis padres, por suerte, no estaban, ya que salieron al teatro. Le
dije si quería tomar algo: me pidió un té con leche. Preparé dos tazas y también tosté unos
panes para comerlos con manteca. ¡Estaba tan amorosa Natalia, tan tierna me resultaba
bebiendo el té de a sorbitos! Con la mano izquierda mantenía el libro de biología bien abierto,
con la derecha sostenía la taza; el índice de la izquierda señalaba (a la vez que la mano
impedía, con la presión, que el libro se abriera) diferentes párrafos, que eran los que yo
tendría que resumirle para que estudiara; la derecha se encargaba de inclinar cada tanto
suavemente la taza. Luego de cada sorbito, Natalia me sonreía. ¡Yo desfallecía ante tanta
ternura! Cuando apoyó sobre la mesa la taza con el último resto de té con leche, comenzó a
explicarme lo que ya entendía para que yo no perdiera el tiempo en resúmenes que ella no
necesitaba; mientras la oía hablar, yo comía tostadas, untándolas bien de manteca y cubriendo
su superficie con mucha azúcar. En verdad no estaba prestando atención a lo que me decía; en
cambio me esforzaba en atraer su atención lamiendo con la punta de mi lengua una tostada,
intentando limpiarla de azúcar y manteca. Cuando terminó y cerró el libro, le pedí que me
acompañara a mi pieza, con la excusa de que le quería hacer escuchar un compact nuevo.
Mientras caminábamos hacia mi cuarto, le dije que no se preocupara, que esa misma noche le
haría los resúmenes y al otro día por la mañana se los alcanzaría hasta su casa. Ya en la pieza,
sentadas ambas en mi cama, ella me preguntó qué música era esa que tenía que oír. Le dije
que cerrara los ojos. ¿Para qué?, preguntó con los párpados ya bajos. La besé en la boca; ella
sonrió. “¿Y la música, Jose?”; le levanté la blusa y le besé los pechos, mientras metía mis
manos por debajo de su falda. “Ya empiezo a sentir la música” dijo suspirando, y se fue
dejando caer, de espaldas, sobre la cama. Le bajé la bombacha y comencé a lamerle el clítoris:
los suspiros de Natalia se transformaron en gemidos. Me tomó una de las manos y se la llevó
a la boca, comenzó a lamerme los dedos. ¡Fue tan emocionante descubrir nuestra verdadera
naturaleza! ¿Cómo explicar las sensaciones que tuve durante esos minutos? ¿Y Natalia?, creo
que ella también la pasó muy bien, quizá hasta mejor que yo; luego de vestirnos me saludó
con un simple “hasta mañana” y un beso en la mejilla. Yo le estuve haciendo los resúmenes
hasta las cuatro menos cuarto de la madrugada, después me lavé los dientes y finalmente me

48
senté ante este cuaderno, sobre el que escribo estas palabras. Ahora me voy a acostar así
mañana bien temprano le llevo los apuntes hasta su casa.

Sábado: ¿Por qué habrá sido tan parca hoy conmigo Natalia? ¡ni siquiera me hizo pasar a su
casa! Me atendió en la puerta muy apurada, agarró las hojas con los resúmenes y dijo que se
metía a estudiar hasta el lunes, y luego un “chauuu, nos veeemos” cantarín que me sonó
burlón. ¿O será idea mía? Tal vez no me haya pasado ni la hora porque realmente esté
preocupada por el examen. Pero ella es una chica inteligente, seguro que va a aprobar.

Domingo: Anoche tuve un sueño muy extraño, más que extraño, extrañísimo: soñé que era un
cura. ¿Qué querrá significar?, ¿habrá escrito Freud alguna vez sobre eso?: no lo creo, sólo yo
puedo soñar algo tan disparatado, tan sinsentido. Recuerdo que era un cura muy
malhumorado, y escupía el vino que me servían los monaguillos; pero eso sí, nada de insultos,
simplemente demostraba mis estados de ánimo con ese tipo de gestos. Para dar a entender que
alguien había hecho algo mal, lo llamaba y cuando lo tenía frente a mí, le eructaba en la cara.
(¿Cómo puedo ser tan blasfema durante mis sueños, señor?, perdóname, es que no están bajo
mi control, no tengo manera de refrenarlos). Si la comida que me servían no me gustaba,
estornudaba sobre el plato y obligaba al cocinero o a la cocinera (no recuerdo el sexo que
tenía el encargado de las comidas) a comer hasta el último bocado. Durante la misa me
dedicaba a observar detalladamente a los fieles, sobre todo a los del sexo femenino. Si había
una mujer de una belleza extrema, le preguntaba enfáticamente “¿quieres salvar tu alma,
hermana?” “sí, padre”, “entonces sube a este sagrado altar”; cuando la muchacha subía, yo le
pedía que se desnudara de la cintura para abajo y le hacía inclinar su torso hacía adelante,
entonces tomaba una copa y la colocaba debajo de la vulva de la muchacha: “haz fuerza
hermana”, y la muchacha comenzaba a tensionar todo su cuerpo, hasta que, luego de mucho
sufrir, llenaba la copa de miel; entonces yo le pedía que se vistiera y la hacía regresar a su
lugar. A un gesto de mi mano el coro de niños comenzaba a cantar una canción que me sumía
en sentimientos místicos; levantaba la copa hecha cáliz sagrado y me bebía la miel. Un calor
comenzaba a expandirse a través de todo mi cuerpo: me quitaba la sotana y comenzaba a
rascarme la piel, que a esa altura estaba roja. “Señor, señor, sálvame”. Un gong estruendoso
acababa con el coro de los niños, la piel se me comenzaba a caer y surgía una nueva, un dedo
más surgía al lado de cada pulgar de mis manos: me llevaba los doce dedos a la frente. El

49
gong volvía a sonar, ahora más fuerte, las campanas de varias iglesias repicaban en mis oídos,
finalmente caía de rodillas, los ruidos cesaban y una luz muy fuerte me iluminaba la cara. Me
levantaba traspirando; solamente unos calzones cubrían mis partes pudendas; entonces abría
mis labios ardientes y, febril, decía “hermanos, pueden irse en paz con el señor”, y todos
respondían al unísono “y con su espíritu” “AMEN”. Fue en ese momento que desperté, muy
extrañada de mi sueño. Hasta entonces en todos mis sueños había sido yo misma. ¿Cómo, de
golpe, podía ser cura, es decir, un hombre?; me está dando miedo, si sigo soñando este tipo de
cosas seguramente Jesús se va a enojar conmigo. Prometo (y lo hago por escrito, señor, para
no poder romper mi palabra, y para no olvidar) rezar un rosario por día, a cambio de que me
limpies mi mente de sueños tan impuros.

Lunes: Luego del examen le pregunté cómo le había ido. “Pienso que bien” respondió
sonriente, y me agradeció por los resúmenes, por lo demás no me llevó el apunte en todo el
día. Más bien pareció que, junto a Paola, me rehuyeron toda la jornada. No importa, si hoy
está así ya mañana se le va a pasar. Seguro que anda confundida, no sabe qué pensar sobre lo
que hizo. Capaz que le contó a Paola y la otra ya le llenó la cabeza para que se alejara de mí.
¿Me estarán viendo como a una rarita?: ¿y qué me importa si es así?, yo soy como soy, les
guste o no, pero tal vez todo sea idea mía, ya veré.

Martes: Hoy le busqué la mirada todo el día durante la clase, pero ella estaba siempre mirando
hacia adelante, hacia el pizarrón; cuando le hablaba me respondía con monosílabos; me dice
que la perdone, pero que a partir de ahora va a prestar más atención durante la clase, porque si
no se va a llevar todas las materias. Si fuese verdad estaría bien la excusa, pero las dos
sabemos que ella es una chica inteligente, y que no necesita estar tan atenta para aprobar: al
igual que yo, con ponerse a leer un día antes le alcanza y le sobrar para rendir bien los
exámenes. Espero que, de a poco, Natalia vuelva a ser la de antes.

Miércoles: Disculpame diario, que moje tus páginas delicadas con este llanto grosero, pero
sucede que tuve una noticia terrible: ¡la estúpida de Natalia se puso a salir con un pibe del
colegio!; seguro que ni le interesa, y lo hizo nada más que para alejarme a mí. ¿Cómo puede

50
hacer eso, estar con alguien que no quiere sólo para fastidiarme?: no sé cuánto tiempo más
voy a tolerar esto.

Jueves: Todo el día persiguiéndola, intentando llevarla aparte para decirle todo lo que siento
por ella, todo lo bueno que podría ofrecerle, ¡incluso sería su esclava a cambio de sus labios y
de su mirada, de su sonrisa, de sus pechos, de su voz! Daría mi mundo por Nati, por estar
pegada al calor de su cuerpo. Yo soy una chica fina, muy hermosa, y estoy haciendo dieta
para bajar estos dos o tres quilos de más, pero mala figura no tengo, ya no como más pan con
manteca y azúcar, desde hace tres días como galletas de lino. ¿Qué hay de malo en mí como
para que ella me ignore? Nada, nada, nada.
¿Nada?

Viernes: por la mañana. Acabo de despertar de un sueño agitado. Recuerdo de manera muy
difusa la siguiente escena. Habíamos ido al cine con Nati a ver una película de terror. En una
escena una muchacha es perseguida por un hombre que lleva un gancho en la mano izquierda.
La protagonista se mete en un establo en el que no hay ningún animal, y entre fardos de paja
se arrodilla, y permanece temblando. El asesino la descubre. Del miedo yo me abrazo a
Natalia. El asesino le atraviesa con el gancho un pecho, la muchacha (con los ojos
desorbitados por el dolor y gritando muy fuerte), cae desangrada. Nati, ante el horror de la
escena, se levanta de la butaca y sale del cine corriendo. Yo me levanto y advierto que todos
los espectadores tienen la misma cara del asesino, el mismo gancho en el brazo izquierdo.
Intento salir corriendo pero veo que la salida está cubierta por otro espectador casi igual a los
demás, pero con una luz que le sale de la boca sonriente. El tipo me mira. De un salto
aparezco frente a la pantalla. El asesino de la película me ve y dirige el gancho hacia mí. Me
arrojo hacia un costado, la pantalla se hace trizas, el asesino cae frente a la primera hilera de
butacas, los espectadores le clavan sus ganchos por todas partes, hasta que advierten, no sé
cómo, que se trata sólo de un actor, y no de un asesino real. Yo me meto por el agujero que
dejó la pantalla y escapo del cine por una puerta lateral. Natalia está en la calle intentando
correr, pero en realidad no avanza, permanece como congelada en el lugar, moviendo piernas
y brazos desesperadamente. La llamo y gira media cabeza hacia mí, me observa con un solo
ojo y, aterrada, comienza a correr, ahora realmente, alejándose de mí; la sigo varias cuadras
por la peatonal Lavalle, son altas horas de la noche. Las luces de los escaparates están

51
encendidas, los locales abiertos, pero no hay ningún ser vivo en las calles. Natalia corre y,
cada vez que se da vuelta y me ve, grita horrorizada; para tranquilizarla digo: “Nati, soy yo,
soy yo, Jose, Josefina, no corras”, pero no me hace caso; de golpe nos encontramos frente al
Obelisco: ella salta una reja y se mete por una puertita en el monumento. Yo no me animo a
saltar el enrejado, tengo miedo de que las lanzas me desgarren la piel. Escucho un grito que
viene del cielo; miro hacia arriba y veo que Natalia está parada en un balcón muy elevado,
casi en la punta del Obelisco. Su grito terrible me llega desde las alturas: “José (sí, José me
decía en el sueño; ni Jose ni Josefina), si me seguís persiguiendo te voy a matar”. A mí se me
cae una lágrima, entonces veo que el Obelisco comienza a caerse justo sobre mí, y me aplasta.

Por la noche: el sueño de ayer fue horrible, y encima no se me ocurrió mejor idea que anotarlo
no bien me levanté; tendría que empezar a prescindir de tomar nota de las cosas
desagradables; aunque me temo que si lo hiciera no tendría nada para escribir, sea sueño o
realidad. Peor que ese sueño fue tener que soportar a Natalia besándose con el novio frente a
mí durante todo lo que duraron los recreos; es una maldita: lo besa y me mira sonriente. Yo
me siento cada vez más desesperada; no sé cómo voy a hacer para volver a conquistarla, pero
algo tengo que planear.

Sábado: No me llamó, no la encontré en la casa, su madre no me dijo adónde fue: ¿habrá


estado todo el día con el noviecito?: tendría que matarlo a ese idiota granujiento. ¿Cómo le
puede gustar con todas las pústulas que tiene en la cara?

Domingo, a la mañana: Hoy voy a pasar todo el día en la iglesia, arrodillada, rezándole a Dios
para que haga que Natalia se enamore de mí, o para que al estúpido ese le pase algo malo y se
dejen de ver. Espero que se apiade y me oiga.

Lunes: Se fue, sí, se fue, se fue de mí, y creo que se fue para siempre: no veo manera de
volver a atraerle, ya no nos vamos a besar más, finalmente tengo que admitirlo, la Natalia que
gustaba de mí volvió a ser la de antes. Hoy se lo pregunté de frente, y ella me dijo que no le
gusto, es más, aclaró que no le gustan las mujeres, que lo nuestro fue sólo un error, algo sin
importancia, y que en cambio ahora está bien de novia, que me olvide de todo.

52
No importa: yo le deseo, con quien elija estar, lo mejor, porque ella es una buena persona,
nunca le hizo daño a nadie, por eso confieso que quiero que, a pesar de mí dolor, la felicidad
la envuelva, porque su felicidad va tarde o temprano a hacerme feliz a mí, va a atenuar mi
dolor, y el tiempo también; ¿cómo le confieso que nunca estuve tan satisfecha como con ella?:
nunca un hombre me había hecho sentir tan bien; desconocía mi naturaleza hasta enconces, y
gracias a ella… ¿será correcto seguir siendo amigas, habiendo pasado por lo que pasamos?; a
mí no me gusta estar junto a ella y no poder tocarla como antes, ahora no bien le acaricio el
pelo, y ella se evade: ¿tan pronto se olvidó de lo que pasamos juntas?, ¿no me quiere más o no
quiere aceptar su condición?; no puedo responderlo, Natalia siempre va a ser un misterio para
mí, un misterio muy atractivo, parte de esta vida inexplicable en la que todo está cubierto
como por un velo. ¿Logré destapar un poco de ese velo? Ya no importa, tarde o temprano
Dios me va a ayudar, y va a volver a poner delante de mí a alguien como Natalia, y va a hacer
que me ame… sí, algún día, pero hay que ver si aguanto la ansiedad, y el dolor de ver a
Natalia; cuando no aguante más voy a agarrar una soga, pero estoy segura de que Dios me va
a conseguir a alguien rápido, porque yo rezo el rosario todas las noches, y los domingos voy a
misa, dejo mi limosna, además Dios aprieta pero no ahorca, está bien, está bien, juro que no
me voy a ahorcar, pero si no consigo a nadie agarro un cuchillo y me hago un corte
longitudinal en las venas, sí, yo no voy a hacer como esos suicidas que equivocan la dirección
del corte, ¿pero qué digo? DIOS me va a ayudar, porque ÉL es la luz, ÉL es la esperanza, ÉL
es el amor, ÉL es el perdón… sí, ya nada importa, a partir de ahora doy por terminado este
diario, y ni bien pueda lo voy a quemar, si llego…

53
CUARTA PARTE:
NADA ETERNAMENTE

54
Llegará el día en que habrás perdido de vista tu altura
y tu bajeza la verás harto cerca de ti; y tu misma
sublimidad te espantará como si fuese un fantasma.
Día llegará en que gritarás “todo es falso”.
“Así habló Zarathustra” Niestzche

Está jodida la calle, dice el vecino de acá la vuelta, y la madre del vecino, y lo
dicen las amigas de la madre, y los pendejos que se falopean en la esquina, lo dicen en los
noticieros (pero con otras palabras), lo dicen todos, también los políticos se lo dicen a sus
guardaespaldas mientras beben champú sentados en los puf de sus quintas o mansiones, y es
verdad: en el momento menos pensado te ponen un chumbo en la cabeza para sacarte los
cinco pesos que llevás en el bolsillo con la intención de comprar el paquete de fideos con el
que pensaban tirar vos y toda tu familia. Tu panza cruje, te recita el alfabeto completo, te
putea de arriba abajo, y viene un cabeza y te da un culatazo en la nuca: caés al piso, te
desangrás, ves borrosamente al pibe rajar, está bien, pensás, él es igual a mí, él también tiene
hambre, le crujen las tripas, no tiene la culpa de haber nacido en una casucha con un padre
alcohólico y golpeador, desocupado y una madre pedigüeña. Ahora el pibe va a poder
comprarse un paquete de fideos para paliar el hambre que carga como una cruz desde hace
días, te da lástima, sí, a pesar de que estás en el piso desangrándote, no sabés si a punto de
dejar la vida, pensás que la corona de espinas que lleva clavada en la frente desde la cuna no
es culpa suya, no es culpa suya la desigualdad del mundo, no es su puta culpa que en los
campos de la Argentina se coseche diez veces más de lo que se necesitaría para alimentar a
todo el país, no, él sabe que otros tienen demasiado y él nació sin posibilidades de nada, por
eso te afanó tus cinco míseros pesos, tampoco fue su intención pegarte de la manera en que lo
hizo, pero estaba drogado, volando por el paco que consume para no sentir el hambre, tal vez
los cinco pesos no sean usados para comprar fideos, seguramente esos pesos irán a engordar
los bolsillos de los contrabandistas de falopa, pero qué importa, si el mundo sigue girando, los
políticos siguen dando sus discursos que siempre a algunos les parecen verdaderos, las
grandes potencias siguen planificando guerras, la gente sigue yendo al teatro, los trenes
siguen andando (eso último lo leíste en una novela de Arlt), tu novia continúa pensando en
vos, alguien planea un crimen, alguien una venganza, todo sigue sucediéndose, las aguas
están envueltas en su devenir mientras vos estás tirado desangrándote, a quién le importa,
creés agonizar, se te vienen todos los momentos de tu vida a la mente, pero lo que más te

55
llama la atención es ese par de ojos que te miran con ternura, esos labios abultados, ¿te
acordás de su nombre? No, no estás seguro de cómo se llamaba, algo está fallando en tu
mente mientras yacés ahí, desangrándote, pero de lo que sí te acordás es de la forma regia en
que cogían, eso sí que no se te olvida, son eternos esos momentos en que estaban juntos y ella
era tu esclava, sí, porque solamente le gustaba ese tipo de sexo, y te pedía que la ates a la
cama, y vos la atabas ¿te acordás? Y de pronto advertías que tenerla así desnudita e inmóvil te
excitaba sobremanera: ¿cómo puede ser que te hayas olvidado de su nombre? ¿De veras no lo
recordás?, hacé un poco de memoria che, que tantos placeres te prodigó ella con su boca con
su vagina y con su ano, pensá, dale, pensá, ¿qué te cuesta? ¡Pueden ser los últimos momentos
de tu corta vida!, y si podés decir que no fuiste un desgraciado es gracias a que la conociste a
ella ¿te acordás lo inocente que eras antes de que ella (esa, la de los labios abultados, la que
dibujaba muy bien ¿todavía ves la caricatura que hizo sobre vos?: era perfecta) te llevara a
una cama? Vos pensabas nada más en conocer a la mujer de tu vida, tratarla con ternura, tener
dos o tres hijos y llevarlos de la mano al colegio, ¿y qué pasó después?; la creías tan noble al
mirarla a la cara, y luego en la cama, ya la primera vez te pidió que la ataras, y no conforme
con eso te exigió que agarraras un cuchillo de la cocina y se lo pasaras por la piel, y vos no
querías ir a buscarlo, ya eso te parecía demasiado pero ella insistió e insistió hasta que sus
súplicas fueron órdenes para vos, y cuando volviste y te le subiste encima, y le pasaste el filo
del cuchillo suavemente por el cuello, apenas marcándola y ella empezó a gemir, te diste
cuenta de que te gustaba, y te desnudaste, y agitándole el cuchillo cerca de los ojos la
obligaste a que introdujera tu pene erecto entre sus labios, y ella no se resistió un segundo,
pasó su lengua por tu glande, y luego fue, despacio, introduciéndose todo en la boca,
exasperadamente, y la humedad te calmó, y el leve filo de sus dientes te produjo escalofríos
¿todo eso y no te acordás de su nombre?, algo debe estar comenzando a fallar en tu cerebro,
algunas neuronas específicas que guardan los nombres, pero esperá… antes te acordaste de un
escritor ¿y ahora? Ahora estás destrozado, no podés pensar con coherencia, al menos no con
la que desearías, tu mente es un caos, tu conciencia no para, ahora
ahora sos sólo uno más entre seis mil millones o quién sabe realmente la
cantidad exacta, sos una hormiga más, no sos nada, te estás muriendo y te compadecés de tu
agresor y de la mujer que amaste, y con una voluntad que no sabés de dónde sale abrís los
ojos y ves una jeta pálida que te observa, lo reconocés, es el trolo del barrio, el marica que
siempre te fichó pero que nunca se atrevió a decirte nada porque sabía que lo sacarías de una
patada en el culo, ahora te mira te mira te mira, no sabe qué pensar ni qué carajo hacer, si ir a
avisarle a alguien, telefonear a la policía o simplemente rajarse, deseás gritarle puto vení

56
ayudame, por favor ayudame y después te cojo, pero la voz no te sale, sentís que no tenés voz
ni vos, no sos vos, sos extraño a vos, como en esas pesadillas horribles en que estás en tu
cama y te querés mover pero se te hace imposible, y escuchás la voz de tu familia que viene
de otro cuarto y querés llamarlos, te quemás los pulmones por el deseo de gritar pero ni el
mínimo sonido sale de vos, sin esos ojos esos labios esos pechos es todo una mierda y no vale
la pena vivir, es una mierda el mundo pensás por centésima vez en tu vida, pero esta vez lo
pensás con todas las ganas y lo creés realmente, todas las fibras de tu alma pujan en este
instante por esa verdad que late en tu interior
“es una verdadera mierda” volvés a pensar, “está jodida la calle” resuena en tu
mente a la manera de un coral, tantas personas te lo dijeron, y no lo entendiste, no decidiste
quedarte encerrado en tu casa para siempre, no te atrincheraste, no te fuiste al fondo del mar o
a la luna, no, saliste a la calle sabiendo lo jodida que estaba, decidiste arriesgarte a pesar de
que te lo advirtieron los noticieros, los diarios y las viejas del barrio, todos te lo dijeron una y
mil veces para que se te grabara en la cabeza, te hablaron de inseguridad a más no poder pero
vos, claro, sos terco, y saliste a comprar fideos para tranquilizar a tu estómago en pena, y
ahora todo tu ser está en pena, tu alma puja por salirse de tu cuerpo y elevarse a las alturas del
éter, olvidate de todo, olvidate de esa mujer que se te entregaba por completo y te pedía que la
golpees, que se la metas con más fuerza, olvidate de esa mujer que se deshacía en gemidos
como ninguna otra mujer que hayas encontrado después, olvidate de su boca inusual, de su
mirada tierna y ardiente como el agua para el té (¿estás delirando o qué?; ¿ves las palomas?)
olvidate, olvidate, creés que es un sueño e intentás reír, pero no podés, solamente tenés la
figuración de la risa en tu cabeza, pero tus labios están duros como entumecidos, no producen
ningún movimiento y mucho menos una sonrisa, por eso olvidate de todo, ya estás en el
horno, dejá de lado esa boca sensual, esa curva increíble que termina en el orto, ese balanceo
rítmico, la sensación suave y dulzona de removerle todo, ¡OL-VI-DA-TE! ¿y qué es tu novia
actual a comparación de ella?, pero olvidate de verdad, olvidate con todo el cuerpo, olvidate
con cada suspiro y cada pensamiento, te puede matar el recordar, te puede torturar, olvidate,
olvidate, olvidate
olvidate de que existís, de que tenías proyectos, ser arquitecto, construir una
ciudad hecha de torres alrededor de una laguna, tender puentes entre los edificios, poner
parques en el hall de cada uno de los edificios, con pasto, ombúes, arenero, juegos, una
estatua que te recordara a la mujer amada, esa que despertó el sadismo en tu interior a través
de las ideas que te metía en la cabeza, olvidate de los polvos formidables que te echabas y los
que te pensabas echar, olvidate del sueño y de la pesadilla, de la vida, ese otro sueño a veces

57
terrible y a veces paradisíaco, olvidate del cine y de los libros, de la música mágica, de los
saxos nocturnos que resonaban en tu cabeza, olvidate de la prestidigitación, una paloma vuela
sobre tu cabeza, el marica desapareció, (¡puto cogido cagón!) tu mamá debe andar
preocupada, la pobre vieja, con lo estresada que anda, la calle está jodida, te lo avisaron los
noticieros, y vos paveando, desatento, agitando el billete de cinco pesos como si fuera guau de
divertido, olvidate de tu voz, olvidate de tu miedo a volverte loco, de tu miedo a que te
asesinen, olvidate porque ya no podés volverte loco, olvidate porque ya estás asesinado, tu
cuerpo yace en medio de esa calle de barrio que es tu barrio, tu calle, ya fuiste loco, estás ido,
sos un cuerpo más que va a acabar enterrado en breve, nadie va a decir de vos, “murió el
malogrado arquitecto” no, no sos nadie todavía y ya sos nada eternamente, seguís sufriendo
pensando en el dolor de tus seres queridos cuando se enteren, tus fibras siguen vibrando ante
el recuerdo de esa muchacha abierta de piernas atada a tu cama, la paloma agitada, la paloma
de la paz roja de sangre, la palomita tierna que abre la boca esperando el agüita, pero bueno
ya está qué le vas a hacer, fuiste bueno nunca embromaste a nadie y no merecías acabar así
por cinco míseros pesos que ya deben estar en los bolsillos de un narco, sí, fuiste realmente
muy bueno, pero fuiste, flaco, “fuiste” en el sentido de “sonaste”, se acabó lo que se daba, no
sos nadie nada nunca, aprendételo, no significás, estás vacío por dentro, tu cerebro se
desangra, no esperes una redención que no existe porque nunca existió, no creas de repente en
un creador en el que nunca creíste, no le reces, no busques en tu mente los versos religiosos
que no te sabés porque nunca los memorizaste en la clase de catequesis, esto es una rendición,
sí, eso es
¿te acordás de que no le prestabas atención al profesor?, no te
arrepientas, no creas súbitamente en algo en lo que nunca creíste ni un ápice, liberá tu ego,
liberá tu ansiedad de ser alguien, de hacer algo todo el tiempo, escapate de tu ser, ya no sos no
fuiste no serás nunca más, volá, te afanaron, te atacaron sin darte tiempo a reaccionar, te tocó
a vos, que nunca hiciste nada malo en contra de nadie, solamente en contra de vos, fuiste
tímido en la infancia, (tenés calor), después conociste a la gran mujer de tu vida y la perdiste,
(qué calor: sentís sed, sed de ser y de agua), y de qué manera la perdiste, sí, cómo no te vas a
acordar, siempre estuvo esa escena clavada con chinches en una región de tu cerebro, siempre
tuviste el tierno rostro de esa muchacha perversa clavado en el órgano de la ansiedad, en ese
lugar inubicable del cerebro, siempre te alteró la paz, y se te aparecía ante tus ojos cada vez
que tenías sexo con tu actual novia, excitándote en todo momento, ahora olvidate, ya está, ya
pasó, para qué seguir pensando, fuiste tímido miles de veces, también te tiraste abajo cada vez
que alguien te decía que eras muy bueno dibujando planos, ciudades y ciudadelas imaginarias,

58
siempre quisiste hacerle creer a los demás que eras menos de lo que realmente eras, te metiste
tanto en tu modestia que tu modestia te absorbió por completo, apagó tu personalidad,
olvidate ya, lo único que hiciste bien fue sacar tu animalidad con esa, la mujer de tu vida, pero
ya, paloma, olvidate ¿no ves que estás muerto o a punto de morir? No, no, muerto no puede
ser, tu conciencia sigue activa, y un tenue resplandor atraviesa tus párpados ya cerrados
¿qué pasa, aquel marica habrá avisado? ¿No
advierten en tu casa tu larga ausencia? Qué pasa, ¿alguien se acerca por el jardín?, es una
muchacha, se te acerca y te sonríe, ¿te acordás de esa nena pecosa de trenzas que incendió tu
interior en la infancia? Ahí está, se te acerca, hay un brillo que te molesta los párpados, ahí
viene, muy cerca, te apoya una mano detrás de la cabeza, acaricia tu cabello, te besa los
párpados, ya estás viendo mejor, abrís los ojos a la realidad:
–¡Mamá!
–Sí, soy mamá, quedate tranquilo, yo te sostengo, ya te puse una venda para
cortar el derrame de sangre, papá fue a llamar una ambulancia, vas a tener que agradecerle a
ese muchacho que vino corriendo a avisarnos que te atacaron, parece que no fue hace mucho,
si no ya estarías muerto y bañado en un charco de sangre, pero no, no te preocupes, los
médicos te van a salvar.
te habla tranquila pero se le nota que está agitada y contiene los
deseos de llorar. Es tan tierna ella, te dio la vida y ahora te revive, el calor de su brazo te da
energía, el palpitar de su cuerpo de paloma, pero de nuevo los ojos se te cierran, las cortinas
se bajan, ahora todo se va volviendo blanco, de vuelta estás en cualquier parte, te despegás del
suelo, ¿y tu mamá?, ¿era un sueño?, ¿una ilusión? No, no, convencete de que el marica fue y
avisó, tu papá ya debe haber llamado a la ambulancia, tienen que llegar enseguida, ¿cuánto
tiempo pasó? Descansá, hijo, no fuerces la mente, no murmures, tenés que estar calmo, ser
fuerte, soportar el dolor, ahí se acerca una sirena, ¿la escuchás? Ya llega, ya llega, está cada
vez más cerca. Llega llega llega. Ves nubes que anuncian tormenta, hay ángeles volando a tu
alrededor, pero no estás muerto, simplemente no sabés si soñás, no distinguís de la vigilia, ya
no tenés vigilia, pero una voz te llega desde lejos, una voz tierna, la voz de la mujer que te
preparaba la leche de chico, la voz que te decía buenas noches y luego te daba un beso, una
caricia en la cabeza, te tapaba y te apagaba la luz del cuarto, esa voz te llega, te dice que la
ambulancia está en camino, que te tranquilices, todo va a estar bien, papá ya está acá, ahí está
la ambulancia, ahí se ve, está a dos cuadras, ya llega, ¿qué le pasó? ¿puede hablar? ahí llega,
no te muevas, te están agarrando los enfermeros, ya sé que te duele, te suben a la camilla, yo
voy con vos, no te preocupes, papá también está acá. Vas a estar bien, en serio, vas a estar

59
bien. ¿Y esa mujer que te daba todos los placeres? ¿dónde está? ¿vive? ¿está en alguna parte,
se arremolina, está pensando en alguien, vuela por las noches en los sueños esa mujer la
muchacha de tu vida, cómo se llamaba cómo se llamaba? No te acordás, sí te acordás, lo tenés
en alguna parte flotando, ese nombre, ¿cómo era? Te daba todos los gustos, te fabricaba
nuevos, te abría la boquita en el momento final, te miraba tierna, te gemía y sonreía ¿cómo se
llamaba?
¿Alejandra?, no, no, la calle está jodida, sí, y nadie sabe qué hacer

60
QUINTA PARTE:
POMENORES DE UN EXCÉNTRICO RESENTIDO
(Memorias de un escritor)

61
No basta saber, sino también aplicar el
saber; no basta querer, es preciso obrar.
Goethe

1
Cuando terminaba de ducharme, cuando terminaba de secar cada poro de mi
piel, cuando la sensación de frescura se evaporaba, sentía como si regresara de un sueño
luminoso y difuminado, para salir a un mundo áspero, difícil a la naturaleza de que estoy
hecho.
A los nueve meses salimos del mundo acuático para vivir lo que dure nuestra
vida en un medio hostil. A mí esto me resulta insoportable: es como si mi ser no hubiera
olvidado nunca ese ambiente primigenio del que fue arrebatado sin previo aviso; por eso, al
finalizar cada día, luego lidiar con el peso de mi propio cuerpo desplazándose sobre la pobre
dimensión de los suelos, por las noches me acometía el sueño de nadar. En mis sueños me
veía nadando en las profundidades de los mares, pero no en esos tenebrosos abismos llenos de
bestias marinas que posiblemente sean los verdaderos mares, sino en mares luminosos,
frágiles, con ciudades de cristal y princesas acuáticas. Estos sueños, si no eran invadidos por
pesadillas, se extendían hasta más allá del amanecer.
De la duración de estos sueños, de la calidad de la fantasía con que habían
surgido durante las sombras de la noche, dependía el estado anímico con el que cargaba luego
durante el resto del día.
Como sé que es imposible pasar la vida soñando o en la ducha, salgo resignado
al mundo por el cual circulan los seres pesados, los seres estancados sobre sus dos patas, y
como tengo conciencia de que pertenezco a esa raza detestable, intento mimetizarme,
mezclándome en sus costumbres espantosas para arañar al menos un poco de su sucia
felicidad, hundiéndome en el barro social como lo hacen los otros para no sentirme
completamente aislado. Es evidente también que si uno sale a la calle debe hacer frente al aire
denso, contaminado y a la tierra que el viento levanta, la tierra que se pega a la piel quitándole
toda su tersura y color. Estos riesgos son inevitables, y además está el agua que se acumula
junto a los cordones de la calle y, mezclándose con la tierra, se transforma en cúmulos
barrosos que los automovilistas maliciosos se encargan de hacer saltar sobre la dermis de los

62
peatones desprevenidos. Como yo voy siempre alerta, extremando las precauciones para que
eso no me ocurra, mis temores se ven disminuidos notablemente, pero en alguna época esas
cosas me sucedían, entonces, sucio, echaba a correr y hasta mi hogar no paraba.
Dije que fuera del agua era lento, pero si alguna mancha flagelaba mi piel,
como por arte de magia me veía asaltado por una energía casi diría sobrehumana: una vez
corrí, cubierto todo el cuerpo de agua sucia (luego de haber sido mancillado por el barro que
levantó un colectivo, no sé si adrede), dos kilómetros en unos pocos minutos. Lástima que en
esa época no sabía que mi velocidad hubiera bastado para vencer a las carreras en las
competiciones bonaerenses: hoy en día, por más que quisiera y entrenara para ello, mis
pulmones asqueados no soportarían mucho tiempo respirar el aire de las calles. Siguiendo el
hilo anterior, recién interrumpido, digo que cuando llegaba a mi casa me metía de inmediato a
la ducha y (en medio de una desesperación comparable a la de una mujer que acaba de ser
violada) raspándome con las uñas me sacaba la mugre que cubría mi piel y me la enjabonaba,
frotando una y otra vez (consumiendo a veces más de un jabón) hasta dejar la superficie de mi
cuerpo reluciente y perfumada. Por lo general, después de uno de esos terribles sufrimientos
causados por el barro, caía rendido sobre un sillón o sobre el colchón espumoso de mi cama;
entonces me dormía rápidamente, y me soñaba muy atormentado, en medio de pesadillas en
las que llovía barro mientras yo andaba desnudo por calles transitadas y toda la gente se reía
de mí desde el resguardo de sus paraguas.

2
Mis amigos (si es que realmente alguna vez alguien fue amigo mío) decían que
mi personalidad, mi forma de actuar, de reaccionar frente a determinados hechos de la vida, y
mis costumbres, eran las propias de un loco. Los médicos lo llamaban paranoia. Mis padres,
que gustaban de los eufemismos, decían a sus amigos y conocidos que yo era un excéntrico.
En lo personal, esa última denominación es la que siempre más me gustó: no sé por qué nunca
la utilicé, en cambio aceptaba la inventada por mis amigos (y, pensándolo bien, también por
mis enemigos).
En el colegio, ni bien tenía alguna conducta reprochable y los profesores me la
remarcaban, yo me excusaba diciendo que estaba loco; entonces, pensando ellos tal vez que
esos actos por los que me juzgaban eran realmente los propios de un loco, me dejaban en paz
sin aplicarme ninguno de los castigos que los demás a veces recibían por cuestiones mucho
más nimias que las que a mí me concernían. Por ejemplo, un día golpeé a un compañero en la

63
cabeza, mientras él se encontraba reclinado sobre el cuaderno en el que escribía,
produciéndole un terrible chichón, como venganza a un escupitajo en la cara que el maldito
me había prodigado un mes atrás. La profesora salió corriendo desesperada del aula para
volver, a los pocos minutos, junto al director general. Esta aparición de la máxima autoridad
del establecimiento era suscitada por un deseo de reordenar el caos e infundir un poco de
respeto. La profesora, entre lágrimas, le explicaba al director, (hombre barbudo y de lentes,
abundante en carnes), el salvajismo de mi acto para con un compañero. La tipa decía que yo
era un monstruo incapaz de tener una reacción humana, como pedir perdón. Decía que yo
estaba demente y que un día le iba a matar a un alumno. También decía que deberían
encerrarme durante muchos años para intentar educarme en las cosas más básicas, y aun si se
hiciera eso (aclaraba) creía que yo continuaría siendo un caso perdido, y que nunca podría
integrarme a la sociedad. En ese entonces yo escuché las palabras con gesto y oído
displicente, ignorando lo que pudieran contener de proféticas. Cuando la profesora terminó
con su discurso, el director se me acercó y, posándome una mano en el hombro, me preguntó
con el tono cordial del que cree que todo puede resolverse hablando:
―¿por qué hiciste eso?
“Porque estoy loco” contesté yo, y respondí con mirada tierna al gesto
bondadoso del gordo. “Es cierto, es cierto, está loco” gritaba la profesora, deshaciéndose en
llantos y furia. Tan furiosa estaba y tanto lloraba, que no podía controlar los mocos y entonces
se atragantaba y se trababa al hablar. El director, acercándose a ella, con palabras suaves la
persuadía de que se tomara el día, ya que creía que estaba estresada y le iba a hacer bien
descansar, entonces, la mujer, humillada, incomprendida, entre llantos se fue a su casa. El
director se hacía entonces cargo de la clase, dictaba los ejercicios del día y, no bien tenía un
momento libre, me llevaba aparte y me interrogaba sobre los motivos verdaderos de mí
accionar: “le pegué porque me escupió en la cara” respondí, y mientras lo decía sentía como si
el escupitajo estuviera en ese mismo momento deslizándose por mis mejillas, envenenando mi
ser completo esa saliva ajena a mi piel; también rememoraba la desesperación que me llevó a
limpiarme la cara con la manga del buzo que tenía puesto, ya desde entonces urdiendo la
venganza que debería ocurrir sorpresivamente, dado el tamaño y la fuerza superior de quién
me ofendió. Entonces el rostro serio pero inevitablemente bonachón del director me sacaba
del recuerdo y me hacía regresar a la clase. Habiendo escuchado mi respuesta, el director se
acercaba al pibe con el ojo hinchado y, llevándoselo a un rincón, lo interrogaba como a mí, y
era tanto el respeto que todos le tenían que automáticamente le decían la verdad. Supongo que
el pibe no fue la excepción, y que le contó sobre el escupitajo (obviando por vergüenza o

64
descuido que el hecho había ocurrido un mes atrás), ya que el director de inmediato se lo llevó
del aula tomándolo de un brazo y lo suspendió por dos días. Yo, por supuesto, quedé libre de
castigo gracias a mi locura, que me privaba de todo albedrío para accionar y, por ende, de
toda culpabilidad.

3
Creo que de alguna manera oscura las palabras que esa profesora me espetaba
delante de todos cada vez que yo cometía algún acto de los que ella calificaba como
“inhumanos” o “crueles” habían ido acumulándose por estratos en alguna región de mi
conciencia hasta terminar por tener un peso que, si bien no actuaba en forma directa sobre mí,
lo hacía al menos en forma elíptica. ¿Cómo podía saberlo?: no lo sabía, recién ahora me
parece comprenderlo, mirando retrospectivamente los hechos, advirtiendo que por esa época
yo comenzaba a sentirme distinto a los demás, creyéndome en algún sentido culpable de eso,
y aunque mi soledad me provocara los más terribles sufrimientos, en esa época todavía no
hacía nada por imitar las nauseabundas maneras sociales de actuar de los demás, ya que en el
fondo estaba convencido de que siguiendo mis propios senderos lograría cumplir mis anhelos,
incluso sin saber con certeza en qué consistían.

4
Y aun así, conservando esa manera de pensar más allá de mi presencia en las
clases, cada tanto intentaba ser uno más del rebaño.
Recuerdo los sábados por las noches: me bañaba, (quedándome una hora bajo
la ducha) me vestía de la mejor forma que sabía (y, digamos de paso, de la mejor forma que
podía, dado el exiguo placard con que contaba), me rociaba el cuello con algún suave perfume
y partía en busca de alguna discoteca o bar que no me amedrentara. El problema con las
discotecas era que se formaban largas filas para entrar, y si hay algo que yo odiaba con el
alma era esperar. Para entrar directamente a uno de esos lugares bailables había que ir mucho
más tarde, y más tarde costaba más cara la entrada, cosa que me parecía ridícula, ya que si
uno va más tarde puede estar menos horas en el lugar, y pagar más por menos no entra en la
lógica de nadie; igual yo no aguantaba muchas horas ahí dentro, pero pagar más no podía
porque no contaba con dinero para derrochar; por eso iba temprano y tenía que bancarme esas

65
largas filas en las que todo el mundo miraba y se creía mirado. Las miradas iban y venían, de
atrás hacia delante, de una punta a otra de la fila, como si fuera una peste dispersándose a
través de los pacientes aglutinados en una sala de hospital. Las muchachas más osadas
pasaban vestidas con sus minifaldas y amplios escotes, meneando las piernas y los pechos
exageradamente, dejando perfumes mortales y excitaciones inyectas en las venas de todos los
muchachos y, por qué no, también de algunas muchachas. Las miradas de estas verdaderas
femmés fatales eran, en su mayoría, esquivas y altaneras. A pesar de que uno intentara
resistirse cuando una de estas mujeres pasaba, inevitablemente terminaba mirando: yo,
hechizado, me daba vuelta y seguía el recorrido de unas piernas y unas nalgas deliciosas, y en
mi repentino prurito me arrepentía de haber salido esa noche, en lugar de haberme quedado
en mi casa con la práctica onanística asegurada. Ganas no me faltaban de invocar a Onán en
medio de la fila, y alguna vez (mediante artes demasiado sutiles como para explicar
rápidamente) no habré dejado de hacerlo, pero por lo general me reprimía como el resto del
rebaño, ya que, como ya dije en algún momento de la historia, a pesar de mis
“excentricidades”, en muchos aspectos me mimetizaba con el resto.
Retomando, además de esas miradas altaneras había otras, diametralmente
opuestas (es decir cabizbajas) de muchachos rotosos que pasaban frente a la fila con un brazo
extendido y la mano abierta hechizados por la posibilidad de que alguna moneda cayera
milagrosamente sobre su áspera piel. Si, de pronto, como por arte de magia, sentían sobre la
agrietada superficie de sus palmas el contacto del sucio metal de una moneda, levantaban
instintivamente la vista y su mirada se teñía durante momentos por un destello de alegría y
agradecimiento al alma que se había apiadado; ahora, si las cosas salían mal y a lo largo de la
fila no recibían ni una moneda, no importaba, porque alejados una o dos cuadras de la
discoteca, se quedaban acechando la aparición de algún grupito endeble y adinerado al que
despojar por la fuerza. Claro que la tarea no era nada fácil, ya que la gente, por tener dinero,
no es menos agresiva ni mejor educada, y los ladrones tienen igual o más miedo que los que
no roban, ya que estos últimos salen a la calle sabiendo que las posibilidades de que los
asalten son ínfimas, mientras los primeros salen directamente a arriesgar el pellejo. ¿Cómo sé
que los ladrones tienen miedo? La respuesta es tan simple como irrefutable: porque algunas
veces yo mismo estuve en ese bando. Sí, lo admito, unas cuantas veces salí a afanar ¿y?; no
lo hacía por necesidad ni por diversión, sino por despecho. El tema era sencillo: agarraba un
cuchillo de cocina, me vestía en forma harapienta (cosa que no era necesaria, pero a mí
siempre me gustó mimetizarme, meterme en los papeles que voy a actuar) y salía bien entrada
la noche a buscar una calle por donde presumía pasaría gente blanda. Amenazando a giles

66
logré hacer bastantes pesos, pero un día un cheto solitario se me plantó y de una patada me
voló el cuchillo de la mano. Como presentí que la siguiente patada iría a buscar mi mandíbula,
decidí salir corriendo y hasta mi casa no paré: desde esa noche no afané más, total, algo de
plata me daban mis viejos; además, yo quería estar del lado de los cómodos, así que cada
tanto volvía a los boliches, cada tanto volvía a alegrarme viendo como otros se hacían con el
dinero de unos giles, y cada tanto, también, tuve que resignar unos pesos para que no me
clavaran. Pero la noche a la que ahora quiero hacer referencia, curiosamente no vi ningún
robo ni disturbio en la calle. Ya había pasado una hora desde que llegué a la fila y la misma
no había avanzado más que un par de metros. Estando ahí parado, aburrido y fumando hasta
reventar mis pulmones, las miradas que más me molestaban eran las desafiantes de los
musculositos que creían tener no sé qué supremacía, y en verdad eran superiores y podían
bajar a pura trompada a cuatro como yo, pero de lo que no se daban cuenta era de que no
tenían ningún mérito, siendo grandotes como eran. Al fin y al cabo, yo también me habría
hecho el malo con pibes semejantes a mí de haber sido grandote como ellos. Me daba bronca
mostrar un aspecto tan debilucho, bronca e impotencia, ya que en una época había ido al
gimnasio y meta hacer fierros, bíceps, bíceps y más bíceps, y en dos meses mis brazos se
habían hinchado, y el resto del cuerpo seguía igual porque no lo trabajaba casi nada, pero me
cansé, después de esos dos meses de exigencia comencé a sentirme débil y no podía levantar
ni la mancuerna más liviana, tal vez debido a que no tomaba ninguna vitamina y mi dieta (las
comidas que mi madre solía preparar) estaba compuesta por fideos, arroz y (a veces, cuando
el presupuesto lo permitía) algo de carne. A los pocos días de dejar el gimnasio, mis brazos se
desinflaron y volvieron a estar flacos como antes. Igual, nunca hubiera llegado a ser como
ellos, como los musculosos tan respetados en las fila, ya que nunca quise acceder a esa mierda
antinatural que son los anabólicos. De sólo pensar en contaminar mi cuerpo con esas cosas,
me horrorizaba. Por eso después (y la noche a que hago referencia está incluida) tuve que
bancarme que algunos giles me miraran como me miraron. Mi único consuelo era que en la
fila había cientos de miradas débiles, reprimidas como la mía. Bastaba con que algún día nos
pusiéramos de acuerdo y el mundo sería nuestro.

5
A mí me gustaría poder decir, como cierto personaje de Dostoievski, que soy
un hombre cínico y desagradable, pero no lo digo, ya que no es verdad, y no es que a mí me
importe que cada cosa que diga contenga verdades: como comprenderán, siendo esta mi

67
forma de pensar, es lógico que aún me moleste mucho menos en decir falsedades. Ahora, si lo
pienso bien, tengo que decir que si me preguntan si soy un cínico, podría contestar
negativamente sin sentir que estoy faltando a la verdad. En cuanto a lo de desagradable, creo
que en algunas ocasiones puedo llegar a serlo.
Casi siempre que recuerdo a la profesora de la escuela secundaria
insultándome, llamándome loco o cruel, se me viene a la mente la época en que asistía al
tercer grado. No se por qué, ya que en esa época nadie me llamaba loco o cruel, aunque todos
lo pensaban para sus adentros. Recuerdo una vez que estábamos haciendo unos collages: un
compañero, precisamente aquel que yo consideraba mi mejor (o mi único) amigo, apoyó su
pomo de pegamento sobre mi brazo y presionó con fuerza, llenándome la piel, desde el bíceps
hasta la muñeca, de esa sustancia inmunda y olorosa. Por impotencia y por bronca, (bronca
que se veía acrecentada por la risa jactanciosa acompañada de mirada maliciosa con que mi
amigo me observaba luego de su travesura) no pude hacer otra cosa que largarme a llorar. La
maestra, que estaba a cargo del grupo, se me acercó y me preguntó qué me pasaba; como yo
no le decía nada para no enterar a todo el mundo de la sustancia blanca que cubría mi brazo, y
como ella era medio cegatona y no logró darse cuenta de lo que pasaba, pensó que lloraba por
puro capricho y me mandó a un rincón del aula. Yo me sentí solo, más solo e infeliz que
nunca en ese rincón, observado continuamente por mis compañeros y compañeritas, que me
miraban con malicia o compasión, ambos sentimientos igual de detestables, y estuve llorando
a cántaros hasta que sonó el timbre que anunciaba la salida y pude ir y arrojarme a los brazos
de mi madre, que me preguntaba con ternura qué me había pasado; yo le mostré el brazo y
ella me lo acarició y me lo besó, pero únicamente en las partes en que el pegamento no lo
cubría. Ni bien llegamos a casa me metió en la ducha y me enjabonó hasta que toda la
sustancia infame se despegó de mi piel. Recuerdo el agua que caía, tierna e incesante, sobre
mi piel. Recuerdo la mirada blanda de mi madre, que parecía avanzar a través de la luz hasta
posarse sobre mi cuerpo. Sí, la mirada de mi madre, mirada profunda, oceánica, y sus manos
de dedos finos y largos que frotaban el jabón sobre mi piel, acariciándome durante instantes
efímeros pero esenciales: sus yemas eran blandas y me producían calor, sus yemas
acariciantes, sus ojos acuáticos, sus brazos dulces, su dulce voz. Recuerdo perfectamente esa
felicidad, el agua que caía y bañaba mi piel, me llenaba de armonía, caía y se disolvía en
innumerables cristales de sonidos, provenientes de distintas distancias; el agua estaba
omnipresente, sí, y producía una melodía difícil y fantástica, el agua se hacía una con mi piel,
era una sinfonía dirigida por mi madre y sus manos de espuma, era magia salida de sus dedos
largos y finos como varitas; el agua era locura, el agua era la cura, era la región en donde los

68
sueños se hacían realidad mientras el contacto con la piel durara. Todavía hoy, siendo ya un
hombre de edad madura, recuerdo a la perfección las manos acuáticas de mi madre, y diría
que, por momentos, puedo sentir que acarician mi piel y me provocan sensaciones
inexplicables.

6
Y a pesar de ese baño, a pesar de los cuidados de mi madre, al otro día me
había levantado con manchas rojas sobre los sectores de piel en los que el maldito me había
puesto pegamento. Esas manchas duraron más de diez días durante los cuales no pude asistir a
la escuela. Yo odiaba la escuela, y si hubiera sido por mí, la hubiera abandonado por
completo, pero me molestó sobremanera no poder asistir a la misma por negligencia ajena, así
que estuve en casa todos esos días mirando en la tele dibujitos animados mientras en mi
interior se iba gestando la venganza.

7
Cuando no estaba pensando en venganzas, me sentaba al piano y tocaba
tranquilamente algunas piezas fáciles que por esa época mi madre me enseñó, algún minueto
del libro de Ana Magdalena, alguna paginita de Mozart, una sonatina de Clementi. Como no
era un prodigio, disfrutaba ejecutando (decir “interpretando” sería exagerar) ese tipo de
bagatelas de estudiante. Pero ya siendo tan pequeño mi deseo genuino (que me ocultaba a mí
mismo por todos los medios de mi inteligencia) era aporrear el piano con alguna violenta
sonata de Beethoven: desgraciadamente mi escasez de técnica y la pequeña amplitud de mis
manos me lo impedían, con lo cual mi anhelo quedaba truncado, generando fuertes
turbulencias en mi sistema digestivo, marejadas que luchaban por salir de mi interior y
respirar el mismo aire que los mortales respiran.

8
Yo no era malvado, puedo asegurarlo con tranquilidad, pero a veces los deseos
de venganza se me prendían al cráneo como serpientes voraces y me cegaban con su poderoso

69
veneno. Yo intentaba por todos los medios sacarme de la cabeza los rencores, pero mi sistema
nervioso ya estaba alterado hasta el punto en el que ni siquiera el agua podía tranquilizarme.

9
Naturalmente, no bien las manchas se fueron de mi cuerpo, volví a asistir a la
escuela. A quien había sido mi mejor amigo ya ni siquiera lo consideraba compañero, es más,
había pasado a ser mi enemigo número uno aun sin declarárselo.
Disimulando los deseos de venganza que uno de esos días perpetraría, resolví
saludarlo cada tanto para que creyera que en cualquier momento nuestra amistad podía
reanudarse; además, de esa manera, lograba que él anduviera desprevenido. El instrumento de
mi venganza ya lo tenía pensado: usaría, durante la clase de taller, un punzón, aunque todavía
no tenía resuelta la perturbadora cuestión de donde enterrárselo, pero el lugar que más me
atraía era uno de sus lindos ojos.
Como yo había regresado a la escuela un martes y las horas de taller de
plástica se daban los lunes, tuve que armarme de paciencia para no tirar abajo mis planes
tomando la venganza antes de tiempo y de manera más floja.

10
Cuando llegó el domingo por la noche en vano intenté dormir, en vano pensar,
en vano calmar mi corazón acelerado; aún cuando mantuviera mis ojos cerrados, una imagen
se sucedía ante mí una y otra vez: la de mi mano avanzando, rauda y traicionera, hacia el
rostro delicado de mi amigo. En mi fantasía, al enterrarse el punzón en la pulpa fresca del ojo,
éste estallaba instantáneamente, desparramando sangre por todas partes, cubriendo mi cara (ya
que me mantendría muy cerca de él para poder ver bien el proceso) y formando charcos en el
suelo, inundando el aula debido a la hemorragia incesante: “basta, basta” me decía yo, “tengo
que dormir para poder estar bien despierto al momento de cometer el acto”. Todos los intentos
de dormir fueron inútiles: la luz del sol comenzó a colarse en la habitación a través de las
pequeñas rendijas rectangulares que dejaba la persiana entreabierta, y yo todavía continuaba
despierto; además, me sentía agitado y como con fiebre en todo el cuerpo, tal era mi estado de
exaltación.
Cuando, una hora después, mi madre vino a despertarme para ir a la escuela,
intenté hacerme el dormido, pero ella insistió porque yo tenía muchas inasistencias y no podía

70
desperdiciar ni un día más, por si volvía a enfermarme nuevamente en el año. Así que no me
quedó otra: tuve que bañarme y vestirme, tomar el desayuno, ver como mamá me preparaba la
mochila con los útiles ―guardando primero los cuadernos, las pinturitas, la brillantina, la cola
de pegar, el papel crepé, la tijerita y, finalmente, el punzón celeste (sí; ahora me vuelve a la
memoria ese detalle que me resulta, no sé por qué, tan desagradable: el punzón del color del
cielo durante un día despejado)― y subir al micro que me llevaría al lugar donde debería
afrontar la ejecución del plan que, con ligereza, había elaborado.

11
Ni bien entré al aula, la futura víctima de mi venganza fue el primero en
acercárseme y saludar: para colmo, me saludó como lo hacía cuando éramos muy amigos;
dándome suaves golpecitos en la espalda y gritando una frase en un idioma secreto que
habíamos inventado: “jaluca garden poc”, lo que significaba, sólo para nosotros dos, “buen
día camarada”. Ya no recuerdo el origen de ese idioma, lo que sí recuerdo es que éramos dos
soldados en guerra contra el mundo de los adultos; pero para mí todo eso se había terminado,
ya que un camarada no debía, bajo ningún concepto, humillar a otro llenándole un brazo de
pegamento delante de insignificantes “civiles”, (para nosotros, nuestros compañeros eran
pobres ciudadanos que no tenían fuerza para combatir contra el poder de los adultos; de ahí lo
humillante que me resultó que me rebajara de esa manera el día en que me hizo lo que, hoy ya
puedo aceptar, fue una inocente broma) por eso no le devolví las palmaditas amistosas ni el
saludo secreto.
El resto del día trascurrió con calma (exceptuando esa leve sensación de
aceleramiento del corazón que sentía dentro de mí cuerpo) hasta que llegó la hora del taller.
Cada uno sacó sus elementos, se puso a recortar y pegar intentando lograr alguna forma en la
que se entreviera una casa un auto y/o un arbolito acompañados de un cielo sol nubes o un
mar, montañas, edificios. Yo no hacía nada, tenía la mente aturdida de celeste de tan fijo que
miraba el punzón que mi mano derecha empuñaba con una firmeza un tanto vacilante.

12
Una vez, ya terminada la escuela secundaria, tuve un amigo muy bueno cuyo
nombre no voy a citar. Tan bueno era, tan generoso hacia los demás, que terminé optando por
dejar de verlo. Entiéndase: para mí era terrible tener siempre cerca a una persona inigualable
en virtud; a mí me hubiera gustado ser él, pero ni siquiera pude asemejarme. El muchacho era

71
muy ingenuo y simpático, y en boca de todos estaba su bondad: llamaba la atención entre la
gente en un grado que para mi pobre personalidad era inconcebible: yo no conozco la
naturalidad, la ingenuidad. A menudo caigo en pozos profundos, casi nietzscheanos. El
Zaratustra de Nietzsche decía que quien desciende a las mayores profundidades, en cuanto se
levanta se transforma en un ser más duro, más fuerte, y ya no cae ante nada. Esto es
completamente falso: por mi parte, debo decir que viví en los abismos más insondables
durante días y noches, y cuando por fin regresaba a tierra seguía siendo el mismo tipo de
siempre, o aun más frágil si cabe.
Yo era (y soy: tal vez seguiré siendo) como un cristal que se resquebraja de a
poco, y cada vez se nubla, se opaca más. Quiero aclarar, además, que es imposible evitar
nuevas caídas, ya que el hombre, como se ha dicho numerosas veces, es el único animal que
cae dos o más veces en un mismo error; yo tropiezo y tambaleo (siempre fue así) cada 7 u 8
días, y aun con mayor frecuencia. Ah, y cuando se cree haber caído en lo más bajo, y se sale
con la satisfacción de pensar que con la nueva experiencia adquirida nunca se volverá a una
situación parecida, una futura zambullida nos demostrará que el abismo carece de fondo. De
esta forma, siempre se puede llegar más lejos, siempre se puede ser más miserable de lo que
se ha sido, siempre se puede uno transformar en un ser más subterráneo, siempre hay nuevas
alucinaciones insoportables para nuestra (lamentablemente) temeraria imaginación. Me
inquieto sobremanera (al tiempo que indescriptibles escalofríos recorren mi cuerpo) de sólo
pensar en los tortuosos caminos que llevo recorridos: infinidad de paisajes inconcebidos
pueden aún presentarse ante mi mirada neurótica, desolada, inconsolable. Mi única alegría es
tener la certeza de que el Eterno Retorno es una patraña inadmisible (sería insoportable saber
que tendría que revivir cada momento de esta vida en diferentes lapsos de la eternidad). Mi
alma es un amasijo de dolores, de anhelos incumplidos, de culpabilidades efímeras y
punzantes, de maldades y violencias reprimidas.
¿Qué ser humano habrá llegado más lejos en el umbral del sufrimiento?
¿Escaparé alguna vez de esta extraña condición?
¿Lo haré todavía de éste lado de la cordura?
El territorio donde brillan los astros no fue hecho para mí… moriré mucho más
abajo, casi en el centro mismo de la Tierra, sepultado por montañas y capas de diversa
consistencia… y pilas de cadáveres.
¡Cómo me gustaría ser mi amigo!

72
13
Durante años viví traumatizado por un hecho que ahora me causa gracia: no
saber besar. Esto, que parece tan estúpido e insignificante, torturó enormemente mi
adolescencia. Si bien yo sabía lo que era el contacto de unos labios femeninos sobre los míos
(ya que todas las noches mi madre me saludaba con un beso en la boca) ignoraba lo que se
siente al contacto entre dos lenguas. Los sueños a veces parecían querer llenar ese vacío, pero
la repugnancia que sentía al entrar mi lengua en contacto con la lengua de otra chica
(imaginaria) me hacía desconfiar de la veracidad de esa sensación. ¿Por qué soñaba eso, si en
el estado de vigilia me atraían únicamente las mujeres?; además ¿cómo podía yo saber la
manera en que se sentía eso si nunca lo había experimentado en la realidad?; ¿o acaso en los
años más lejanos y oscuros de mi infancia había intercambiado saliva con otra persona y
ahora no lo recordaba, y en mis sueños esa sensación salía a flote mezclada con mis ideas
sobre el tema? Eso es algo que nunca sabré. Lo que sí recuerdo es la sensación de inferioridad
que me provocaba el presumir que ya todos mis compañeros de escuela habían
experimentado eso que a mí hasta algo más tarde me fue vedado. Y era raro, ya que esa
nimiedad me hacía creer que mi cociente intelectual se veía disminuido, aun sabiendo a
ciencia cierta que mi superioridad frente al resto era total, debido a que una vez el profesor de
matemática nos había hecho un test y a todos les había dado normal, mientras que mi puntaje
se disparaba hasta elevarme a la categoría de superdotado, y si bien ese test no me parecía
más que un idiota juego de velocidad para resolver problemas de lógica (que para nada
contemplaba todos lo aspectos de la inteligencia), el resultado venía a confirmar
(paradójicamente, porque yo así lo deseaba) mi idea de que yo era superior en cuanto a
inteligencia en general (excepto, claro, la inteligencia para relacionarse con mujeres, cuestión
que me parecía tan importante a la vista de los demás, que creía que por sí sola bastaba para
que los otros me vieran como un ser inferior).
Recién muchos años después comprendí que yo no era un bicho raro para las
mujeres. Rememorando, veo cómo en la escuela secundaria una de mis compañeras (una de
las tres más lindas de la clase, y la única inteligente) se me acercaba cada tanto para hablarme;
me es imposible recordar las cosas que me decía, sólo sé que estando frente a ella, yo
experimentaba un calor interno muy poderoso que me paralizaba el alma y el habla. Debo
admitir ahora que estaba (aunque la palabra me de asco) enamorado, y cada vez que recuerdo
esos acercamientos (y cada vez que veo su rostro, sí, porque eso lo recuerdo perfectamente, en
detalle: recuerdo sus pómulos algo llenitos y colorados; recuerdo sus labios delicados;
recuerdo sus pestañas largas, sus ojos marrón claro, su cabellera lacia, la nariz que le daba un

73
perfecto equilibrio al conjunto) se me quiebra algo dentro del cuerpo, un cristal o la materia
de que esté hecha el alma, y me asaltan deseos de llorar: claro, en ese entonces, siendo un
adolescente confundido y acomplejado, no podía comprender que muchacha tan bonita
estuviera interesada en mí. ¿Qué hubiera ocurrido si hubiese escuchado los impulsos
provenientes de mi interior, ese interior diminuto y reflexivo que luchaba por expandirse,
cómo sería hoy mi vida, cuánto del ser subterráneo y libresco que soy en la actualidad habría
quedado en el camino? ¿A qué cimas del arte me hubiera llevado una vida feliz?, ¿cuántos
míseros pensamientos me hubiesen sido ahorrados por las noches, evitando así el insomnio
contumaz que incluso hoy a menudo me consume? ¡Oh, pasado irrecuperable!: ¿en qué oculta
dimensión del universo estás? ¡Oh, Dios maligno!: ¿cuánta risa te provocan mis penas?

14
Cierta sensación de asombro causada por lo meramente visual, me llevaba de
vez en cuando a visitar museos. Digo me llevaba porque realmente había una fuerza de
atracción que comenzaba en mi cerebro y pronto se trasladaba a mis piernas, y éstas,
caminando solas, se contentaban únicamente estando frente a cuadros y esculturas: no es que
fuera un verdadero amante de las artes plásticas, pero mi pobre imaginación visual llevaba a
menudo a mi cerebro a una especie de estado de monotonía, y como yo no prendía el televisor
nunca (hasta el punto de no tener certeza de si el viejo aparato andaba), ni era de salir al cine,
intentaba terminar con mi llanura visual contemplando, preferentemente, óleos y acuarelas.
¿Cómo puede ser que unas representaciones estáticas me atrajeran más en esa época que una
buena película? Tal vez quería sentirme aun más alejado de las masas de lo que ya lo estaba
desde la trágica muerte de mis padres.

15
Fue en un museo que conocí, hace muchos años, a una mujer; mejor dicho: ella
me conoció a mí. Yo había estado largo tiempo absorto contemplando un cuadro de Bosch; de
pronto una voz susurrante me sacó de mis ensueños.
“Disculpame, el museo está por cerrar”
Me di vuelta. La voz crispada provenía de una muchacha de aspecto frágil:
pequeños senos presentados al mundo mediante una chomba ceñida, baja estatura, minifalda
que insinuaba curvas nada desdeñables, piernas delgadas pero de bella forma y delicada tez; y

74
lo más llamativo (al menos para mí) era su cara, pequeña y todo lo angulosa que podía ser sin
verse demasiado masculina, ojos negros sin ningún brillo, cabello oscuro, algo desordenado,
labios abultados. Se ve que el conjunto me afectó de extraña manera, ya que tuve una súbita
erección que me molestó por el resto de la jornada.
“Está por cerrar” repitió, pero esta vez con una voz algo más fuerte y grave,
ambiguamente varonil, que increíblemente surgía de su aparato fonador.
“¿Acaso pertenecés a la seguridad del museo?” dije nervioso y algo serio.
“No” –respondió riéndose, quizá pensando que lo mío era una broma– “lo digo
porque creo que no tenés noción del tiempo que hace que estás parado frente a esta pintura:
¿te preguntarás cómo lo sé?: bueno, lo sé porque llegué hace tres horas y me paré acá, un
poco detrás tuyo, sin que me hayas advertido, y todo el tiempo lo pasé alternando entre la
contemplación de la pintura y la de tu actitud absorta, sin saber qué era lo más extraordinario.
¿No es cierto que es cautivante ésta pintura?”
–Sí. Tiene mucho misterio, mucha fantasía– respondí, y ella abrió los ojos bien
grandes, esperando que continuara con la descripción, seguramente previendo coincidencias
entre la opinión que ella ya tenía formada sobre la obra y la que yo estaba a punto de expresar,
pero le corté la expectativa cambiando de tema (es que no quería defraudarla con una pobre
opinión que poco tendría que ver con lo que internamente sentía al contemplar ese cuadro tan
lleno de símbolos) –¿no me dijiste que estaban por cerrar?
–Ah, sí: tenés razón– y me empezó a seguir hacia la salida. Ya afuera dijo:
–¿Qué calor hace, no?: tengo ganas de tomar algo.
–¿Vamos a un bar?– pregunté, sorprendiéndome ante mi súbita valentía.
–No sé, estoy un poco apurada.
–No te lo estoy preguntando. Vamos.
Me metí en la primera confitería que saltó a la vista. Ella me siguió sin más
vacilaciones.
Dentro de mi mente empezaban a formarse escenas de desnudez compartida.

16
Promediando el tercer jarro de cerveza, le dije:
–Tenés lindos ojos, Natalia– me acababa de decir que se llamaba Natalia. –Te
dan una expresión como de madona de cuadro de Botticelli.
Pestañeó con cierta poesía.

75
–En serio te lo digo, no es un simple halago.
–Y vos tenés los ojos chispeantes- retrucó.
–¿Como qué?
–Como de quién tomó mucha cerveza.
–Esperaba un elogio– dije sonriendo.
–Era una broma. La verdad es que tenés lindos ojos vos también.
Ella no despegaba ahora su mirada de mi rostro; yo no podía sacar mi atención
de las pequeñas puntas de los pezones que dejaba traslucir su chomba. Era raro, pero esos
senos tan escasos, que deberían pasarme desapercibidos, causaban en mí una ansiedad
morbosa: me imaginaba encima de ella, arrancándole la chomba de un tirón, besando su piel
delicada, sobando, lamiendo, sorbiendo, mordiendo sus pezones. Tanto me excité en el
transcurso de esa imaginación que en un momento sentí la polución abajo. Después de esto el
interés que tenía por ella se moderó: era como si hubiese salido de una fiebre y ahora pudiera
alejarme de la cama y de mi cuarto para volver al mundo, luego de una larga convalecencia.
Igual, me quedé sentado, conversando, sabiendo que (no sé a título de qué mecanismo secreto
de la mente que todos poseemos), de concretarse, la realidad sería muy superior a la fantasía.
La remé como pude, pero no obtuve el ansiado número de teléfono. Lo máximo que logré fue
fijar una cita en el museo una semana más adelante.
Con esa sola promesa me fui satisfecho.

17
Finalmente fui a la cita, aun con todo el miedo que me causaba pensar que
Natalia no asistiría, ya que como dijo Oscar Wilde: “los corazones son para romperse, y no
para transformarse en piedra” o algo así.
Gracias al buen estado anímico en que estaba sumido en ese entonces por haber
conocido a Natalia, estaba dispuesto a hacer caso a la célebre frase, a riesgo de acabar en la
lona.

18
La cita en el museo fue fantástica. Muchos de los cuadros expuestos esa vez
me parecieron realmente hermosos, pero frente a la belleza de Natalia palidecían. Yo estaba

76
embobado, y no me regocijaba para nada de ello; es más, una región de mi mente luchaba con
todas sus fuerzas para reprimir mis impulsos.
Cada vez que se frenaba frente a un pintura yo daba un par de pasos más y me
quedaba a un costado de ella, más o menos a un metro y medio de distancia, y le observaba su
pequeña cabeza de perfil, su labio inferior que sobresalía más que el otro (llevándome a
imaginar las posibles virtudes de una fellatio), sus piernas increíbles que súbitamente daban
unos pasos hacia atrás para dejarla en posición de contemplar la pintura con un visión más
panorámica.
A veces, mientras ella señalaba la pintura y elogiaba ciertos aspectos técnicos
que lejos estaba yo de comprender, retrocedía a cierta distancia y la miraba de espaldas:
disfrutaba del contraste entre el color fuerte de su falda y la tenue calidez de sus piernas. La
delicada línea de su cintura, las nalgas pomposas, me sumían en un estado de ensueño, quizás
por eso me parecía estar ante una pintura impresionista: lo veía todo como desde detrás de
una pecera: se me nublaba la vista, su cuerpo flotaba ante mí entre destellos amarillos, sus
palabras me mecían cálidamente, había un nerviosismo en el fondo de cada cosa, una
fragilidad inexplicable. Me hubiera gustado llevarla a mi casa en ese mismo instante, meterla
en la ducha, enjabonarle el cuerpo…
Pasábamos de un salón a otro; ella hablaba eruditamente de cada cuadro, daba
opiniones unas veces impregnadas de la más pura fantasía, otras exquisitamente técnicas. Yo
prefería no perderme mucho tiempo entre tal aluvión de palabras, en cambio observaba los
colores de los cuadros, los rasgos difuminados de los rostros (cuando éstos existían en el
cuadro), a veces me ensañaba con la geografía de los cuerpos, los comparaba con lo angélico
de Natalia. Rara vez el pintor llegaba a dar vida en sus seres ese aspecto entre sensual y etéreo
de mi compañera.
Pasábamos de un salón a otro y ella continuaba hablando con entusiasmo,
señalaba un cuadro, se acercaba tanto que parecía querer meterse dentro de las pinturas, de
pronto estiraba un dedo, no para señalar, sino para acariciar la pintura; yo me ponía nervioso,
quería avisarle que eso estaba prohibido, que podía venir un guardia a reprendernos e incluso,
en mi paranoia, pensé que nos podían multar, pero ella seguía comprobando la materialidad
de los cuadros, hablaba de texturas, de técnicas. En sus vaivenes, por momentos su cuerpo se
acercaba tanto al mío que parecían ambos a punto de colisionar, pero por último el choque no
se producía y todo quedaba reducido a una especie de roce que pertenecía más a mi
imaginación que a la realidad.

77
Esas puntas de pezones me volvían loco: ¿quién me prohibía tocar esa obra de
arte?; ella se daba el gusto de tocar lo que quería. En mitad de un salón, bien frente a la vista
de un guardia, se puso a manosear una estatua de una especie de David de Miguel Ángel:
tocaba su cabello crespo, pasaba sus palmas por los pectorales gimnásticos del mármol, y el
centinela no atinaba a decir nada. Yo lo miraba como incitándolo a que la advirtiera, pero el
tipo seguía indiferente, y ella seguía impúdicamente encimando sus manos sobre la escultura,
incluso apoyaba uno de sus zapatos sobre el pie derecho del ser de mármol. “Es hermoso” me
dijo, “esa suavidad, esos bordes: ¿por qué no tocás?”. “Vamos”, le dije, y la tomé de un brazo,
desplazándola del lugar, y ese solo contacto me despertó nuevamente una excitación titánica.
Instantes después, imperceptiblemente ella se alejó de mí, librándome de ese contacto
torturante. “Mirá este cuadro, qué belleza” me dijo, y yo no entendía realmente cuál podía ser
la belleza de una mujer dibujada con líneas torcidas, un ojo encimándose sobre el otro, la
nariz puesta en cualquier lugar, el brazo surgiendo de su cabeza, una oreja en el lugar de un
seno. Horrible, esperpéntico me parecía. Ella observaba extasiada, yo volvía a posar mi
mirada en sus pequeños pechos, en la chomba sugestiva; ¿quién era el guardián de esa mujer?;
¿por qué no me le arrimaba y la tomaba por los hombros, hundiendo mi lengua en su boca?;
¿por qué contemplaba las obras de arte sin tocarlas, siendo la táctil una forma de posesión
más perfecta que la visual? Cientos de preguntas yo me hacía, y ninguna respuesta llegaba de
mi propio interior.
Así se pasó la tarde. Cuando salimos fuimos a una confitería. Volvimos a
hablar y reír entre jarros de cerveza. Nuevamente todo terminó en una cita.

19
No sé porqué, pero el día en que se debía concretar la siguiente cita, sentí tal
temor que me vi impedido de concurrir. Mi respiración estaba agitada en demasía, mi rostro
rojo, mi frente caliente, súbitos cólicos me hicieron ir al baño cada cinco minutos. Todas estas
torturas duraron una hora; después, un exceso de vigor vino a llenar mi cuerpo, me devolvió
el color normal de piel, la respiración se normalizó: me vestí rápidamente, llamé a un
automóvil y partí hacia el lugar del encuentro. Calculaba que si ella me apreciaba realmente,
esperaría el tiempo necesario hasta que yo hiciera acto de presencia. Cuando bajé del coche
habían pasado hora y media del horario de la cita. Presentí que ella estaría dentro de la
confitería, bebiendo una jarra de cerveza, desesperada por mi llegada. Mi corazón vaciló al
abrir la puerta del lugar. Entré y observé todas las mesas: había muchas personas, entre éstas

78
muchas eran mujeres, muchas jóvenes, algunas lindas, finalmente, ninguna era Natalia. Volví
a mi casa compungido, me eché en la cama y hasta el otro día no desperté.

20
Fracasé, lo admito, y ustedes podrán pensar que por eso soy un estúpido, y
hasta yo por momentos lo creo, pero sí hay algo que nunca nadie puso en duda es mi
inteligencia. Me han dicho loco, antisocial, resentido, orgulloso y hasta malévolo, pero
estúpido o burro: ¡jamás! Me gustaría serlo, ¡así tendría una excusa para justificar mi fracaso!
Pero resulta que sé algo de piano, que escribo (cuando me lo propongo) de una manera pulcra
y hasta estética, y que soy muy bueno con las computadoras; que diseño admirablemente y
soy rápido para las matemáticas y para las palabras cruzadas; en definitiva, que tengo mucho
potencial para las artes y para las ciencias. Ah, me olvidaba: ¡también dibujo bastante bien!
Ustedes se preguntarán: ¿cómo es que fracasó socialmente?, pero yo no le voy a dar
explicaciones a nadie, tampoco voy a andar por ahí mendigando caricias y otras ternuras;
jamás cedo ante mis impulsos así como así: en algún momento deseé ganarme la vida tocando
el piano o escribiendo, y nunca me rebajé a salir a la calle por el peligro de que los ignorantes
me arrojaran monedas: ¡la plata siempre me la gané haciendo bien lo que otros hacen mal!;
jamás fui a un bar a tocar ante oídos complacientes: prefiero las ruindades del diseño gráfico,
puras matemáticas visuales, a la cobardía de interpretar en público obras de otros.

21
De Beethoven cuentan sus biógrafos que durante muchos momentos de su vida
vivió en la soledad y en la miseria más completa. Por lo menos él, al ser un genio, tenía el
consuelo de la creación (pero: ¿era realmente un consuelo, o será que, al fracasar en su vida
personal, no le quedaba otra que volcarse a su arte?).
Señalan los biógrafos que sus días de mayores tormentos coinciden con la
gestación de sus más grandes obras. De esto podemos deducir que el aislamiento está bien en
los más grandes genios, pero en un caso como el mío: ¿para qué sirve? En numerosas
oportunidades me lo pregunté, pero nunca pude darme una respuesta medianamente
satisfactoria. Al menos sé que dentro de mi casa no corro el riesgo de humillaciones; además,
mi labor, al realizarse por completo mediante computadoras, me facilita cumplir mis deseos
de aislamiento. Conversando con la empresa para la cual trabajo (¡sí, a veces sé tratar con la

79
gente!) logré arreglar (cediendo una pequeña suma) para que todos lo meses me traigan mi
sueldo a mi domicilio. También contraté a una persona (un vecino rengo de muy buen talante)
para que me vaya a pagar las facturas y, dos veces por semana, me haga las compras
indispensables para mi supervivencia: carne, verduras, frutas, pastas (¡nada de polenta ni latas
de conservas!), jabón (muchos), papel higiénico, pasta dentífrica, en fin, todo lo que se
necesita para llevar adelante un hogar. A veces, para ayudarlo con algunos pesos extra, le doy
algunas tareas más al diligente muchacho: pasar un plumero por acá, hacer las camas por allá,
barrer o encerar los pisos, cortar el césped del frente (pero la comida me la cocino siempre yo:
en eso no le hago concesiones a nadie; otra cosa sería si mi madre viviera…).

22
En algún momento conté que iba a los boliches, no a bailar, que es algo que
siempre me repugnó como lo que más, sino a estudiar las actitudes de la gente, y de paso
intentaba imitarlos un poco para sentirme más “pueblo”. Bueno, una de esas noches, ya muy
de madrugada, luego de haber fracasado (placenteramente, vale aclararlo) en mis intentos de
encontrar un alma gemela dentro de un cuerpo que avivara mi perezoso deseo, caminando las
calles llenas de baches e iluminadas por pobres faroles, pensaba en las masturbaciones en que
me sumiría ni bien me encontrara en la oscuridad de mi cuarto, en la blandura de mi lecho; y
es que mi soledad me condenaba a ese mezquino pero complaciente placer tan antiguo como
el mundo. Además (pensaba, al mirar las casas con sus ventanas apagadas y su silencio
mortuorio) en cada parte de la ciudad y en ese mismo momento estaba lleno de personas
masturbándose: los niños se removían inquietos en sus sueños auspiciosos, los adolescentes se
solazaban frente a las imágenes que les proveían las revistas pornográficas, los adultos
intentaban ocultar su acto solitario a la vista de sus parejas, los ancianos recobraban por
instantes la lejana juventud con toda su carga de audacia e ingenuidad.
¿Qué había de malo en los actos de toda esa gente y en el que yo esperaba
cometer, para mi desahogo, ni bien llegara a mi habitáculo?: la respuesta es… ¡nada!; no hace
falta ser demasiado filósofo para saber que la moral es una creación humana (y como tal,
susceptible de cambios), basta con pensar un poco. Y si no nos alcanza, la naturaleza misma
está para mostrarnos la relatividad de las normas morales: ¿o acaso los monos, animalejos de
lo cuales (según cierta eminencia científica) nuestra raza desciende, no se masturban? ¡Sí! Y
lo hacen a la vista de todo el mundo, aun frente a la mirada de los infantes que, con la mayor

80
inocencia, preguntan a sus padres qué es eso que su vista (recién nacida al complicado
mundo) no comprende.

23
En una ocasión en que me sentía ofuscado de tantas ideas de venganza,
traumas, pálpitos y temores que revoloteaban por mi mente, me dirigí al baño y, frente al
espejo, intenté dibujar en mi rostro la sonrisa más amplia posible. Ya estaba harto de ser un
pesimista y de andar por la vida con una cara de culo claramente delatora de mi permanente
estado de ánimo, por eso falsifiqué esa sonrisa en mi rostro. Mirándome al espejo, sentí que
me era imposible fingir júbilo, ya que la mirada y las precoces arrugas de mi frente mostraban
el hastío de forma irrefutable. Aun así mi invento funcionó: en la calle la gente me miraba y
me sonreía, incluso algunos (sobre todo ancianos y ancianas) me decían “buen día”. Muy
ingenuamente pensé que a partir de ese momento mi vida cambiaría para siempre. Respirando
con fuerza, hinchaba el pecho ante cada persona que pasaba y miraba a los muchachos de mi
edad (y un poco más grandes también) con una suficiencia que podía hacer creer que me
encontraba dispuesto a enfrentar y vencer a cualquiera en una competencia física: por suerte
nadie me desafió ni insultó, ya que pronto se habría descubierto el engaño, saltando a la vista
mi miedo y debilidad.
La cuestión era diferente cuando me cruzaba con una chica atractiva: mi
sonrisa se hacia más amplia, mi pecho se hinchaba más, mis manos se desplazaban por el pelo
alisándolo, mi paso se hacía más firme, mi mirada más soñadora; yo no sabía que esa actitud
no servía para nada, y que lo que las chicas esperaban era que uno las divirtiera a través de
mentiras (yo no las conocía), de dinero (yo no lo tenía) o de demostraciones de superioridad
(no me lo creía), fueran éstas físicas o artísticas, y para eso había que acercarse a ellas en el
colegio o en las reuniones de amigos (reuniones que para mí no existían y, salvo en la más
remota infancia, nunca existieron), pero yo no quería someterme a esos juegos, porque creía
que sería vencido en cualquier propuesta, y esa creencia, estoy seguro, hubiera bastado para
ser realmente derrotado. Pero en ese momento (con la sonrisa clavada en mi rostro como si yo
fuera un experimentado clown) ni todos juntos esos pensamientos me hacían desistir de mi
novedosa idea de hacerme pasar por persona feliz: me acercaba a los perros y los acariciaba,
jugaba con ellos, ayudaba a los ciegos y a las ancianas a cruzar las calles, convidaba con un
sándwich a los niños de aspecto necesitado, intervenía en las discusiones tratando de moderar
los ánimos y ahuyentar a quienes se metían con intenciones de armar pelea, y en el colegio

81
defendía con mi verba a quienes, por debilidad de mente o falta de actitud, ni siquiera podían
articular palabras en su defensa. Quiero aclarar que con mis acciones no pretendía asegurarme
un paraíso que en mi agnosticismo veía improbable. Tampoco creía que mis acciones
pudieran mejorar el mundo, pero sí pensaba (por cierto, muy ingenuamente) que si me
mantenía en esa actitud positiva frente a todos los hechos podía elevarme en vida por sobre el
resto de los seres humanos, elevarme aunque no fuera más que por mi bondad, y que está
bondad me traería, por inercia, beneficios personales. En la ceguera de mi mente joven
imaginaba que los beneficios provendrían de parte de gente que admirara la bondad. El
problema era que esa clase de gente siempre escaseó, salvo tal vez entre los devotos de alguna
religión, pero yo siempre detesté a los religiosos y no supe aceptar ni una felicitación de su
parte, además (por no sé que suerte de superstición que me asaltó en aquella época) creía que
en algún momento un golpe de suerte me devolvería todo lo que yo daba y con creces: eso me
llevaba a pensar cosas como que ganaría la lotería, o que me haría famoso a través de las artes
que cultivaba en la soledad de mi cuarto, o que conquistaría el amor de una muchacha
seráfica. Desgraciadamente la lotería la ganaban (y la ganan) sólo jugadores empedernidos, la
fama la obtienen artistas con contactos o con mucho talento (y estos últimos escasean), y el
amor de muchachas seráficas lo obtienen hombres con dinero o con facha o, en última
instancia, fanáticos religiosos, pero todo eso lo sabría más tarde, con la visión que me
formarían los años de experiencia; en cambio, las razones por las que, poco tiempo después,
dejé de lado mi altruismo, fueron muy distintas.

24
Debo admitir que mis desmesuradas aspiraciones literarias son las principales
causantes de mis más desastrosos insomnios. De qué manera mantengo mi trabajo siempre al
día en el estado de semi-sonambulismo en que vivo, es algo que ni remotamente puedo
responder. Noches enteras las sufro planeando novelas que nunca escribo; pienso decenas de
personajes, creo miles de conflictos, de situaciones extravagantes que nunca pasaré al papel.
Todo esto, sumado a los volúmenes de cuentos y de poesía que planea mi mente febril, me
impiden concentrarme en la trama de la novela que empecé hace añares y que se estancó a los
pocos capítulos

25

82
¡Buen día señora, buen día señor!, decía durante el corto lapso (unos dos o tres
meses) en que transcurrió mi altruismo. ¡Buen día perro!, y me acercaba y le prodigaba mis
caricias, aun cuando la sarna le hiciera supurar el lomo pelado y rojo. Hasta llegué a llevar a
un par de canes enfermos al veterinario, haciendo cargo a mis padres de los gastos que
ocasionaron su cura. ¡Buen día pájaros! gritaba hacia el cielo y hacia los árboles, extendiendo
mi mano y agitándola en saludo a esas criaturas voladoras a las que, por primera vez en la
vida, no envidiaba su libertad ejercida en forma tan grata. Y demostré mi gratitud liberando al
canario que mi madre tenía encerrado en una jaula en su habitación. La pobrecita lloró mucho,
ya que le daba de comer y le cambiaba el agüita todos los días, pero yo la consolé diciéndole
que Dios le había abierto la jaula para que volara muy alto y se posara junto a su trono;
obviamente, mi madre no me creyó, pero, ante mi bello argumento, y ante las caricias y los
besos afectuosos con los que la consolé, resolvió no indagar más en el asunto y contentarse
pensando en lo bien que estaría el pájaro surcando con sus alas su hábitat natural. Igual,
aunque yo hiciera este tipo de actos en cierta medida reparadores, sabía que el mal seguía
existiendo sobre la Tierra, y en mi barrio había tres o cuatro niños que a diario lo cosechaban.
Un día en que me encontraba leyendo tirado en el sillón del living de mi casa, en un momento
distraje mi vista a través de la ventana y vi a un chiquillo pasar corriendo con una honda en
sus manos. Dejé caer el libro y salí a la calle, siguiéndolo sin que advirtiera mis pasos.
Cuando por fin frenó, fue para apuntarle a un pájaro que se encontraba posado sobre un cable
de alta tensión. Yo me agaché, tomé una piedra que encontré en la calle y se la arrojé al niño
con intención de que golpeara cerca de él para que, con el susto, desistiera de sus planes, pero
la suerte quiso que el tiro me saliera desviado, además de que una ráfaga inesperada le dio aún
más velocidad a la piedra, que fue a golpear justo en la nuca del niño. Yo corrí y me escondí
detrás de un árbol. Asomé la cabeza y vi que había quedado en el suelo boca arriba y no se
movía. Tenía una mancha roja en el cuero cabelludo. Pensé que lo conveniente sería ir a casa
y avisarle a mi vieja para que intentara curarlo o llamara a un médico, pero en medio de mis
cavilaciones el niño se levantó y, llorando, corrió hacia la esquina, pasando justo frente a mí
sin advertir mi presencia. En la esquina se quedó quieto y comenzó a gritar. A los pocos
segundos apareció la madre del niño y, abrazándolo, le pregunto qué era lo que había pasado;
el niño, entre los llantos que lo hacían moquear, decía cosas incomprensibles, entonces yo me
acerqué y cuando la joven madre me miró le dije que desde mi casa había escuchado gritos y
salí a ver qué pasaba. El niño me miró y comenzó a señalarme y a gritar más, seguramente
intuyendo mi culpabilidad, y luego, ya más calmado, le explicó a la madre el golpe que había
sentido en la cabeza. La mujer me miró primero con enojo, pero pronto advirtió que yo era el

83
que en un día reciente había entrado a la iglesia para donar, en un acto qué a mí mismo me
había sorprendido, ropa y comida robada de mi propia casa. Como la señora manejaba el
tema de las donaciones, me estaba muy agradecida, y recordando mi acto, me pidió disculpas
por la culpabilidad que me había atribuido su hijo, y se tranquilizó pensando que todo había
sido un accidente. Yo le pregunté qué estaba haciendo el niño en esa calle, con una honda en
la mano, entonces la madre miró a su hijo y notó que escondía algo en el bolsillo: lo revisó y
encontró el arma y muchas piedras-proyectiles. ¿Estabas por matar a un pájaro? le preguntó
enojada, frunciendo mucho las cejas para asustarlo, y como el nene, avergonzado, se quedara
silencioso, la mujer volvió a hacer la pregunta, obteniendo por respuesta un balbuceo
incomprensible: “Eso fue un castigo de dios por querer lastimar a una de sus criaturas; no lo
vuelvas a hacer: ¿entendiste?, si no, Dios va a devolverte la piedra nuevamente” le dijo
zamarreándolo, y comenzaron a alejarse. A mí me dio mucha bronca que el chiquillo fuera
vestido con unas bonitas zapatillas que yo había visto en la bolsa de donaciones, e incluso la
mujer llevaba puesto un sombrero que yo le había robado a mi madre, y ellos no eran gente
pobre, pero no dije nada para no armar escándalo, aunque adopté como medida no volver a
donar nunca más nada a la iglesia, ya que su política corrupta me molestaba sobremanera. Lo
único bueno de ese día había sido la salvación que yo había hecho de una criatura, evitando
que el granuja arrojara la piedra.
Cuando caminé los pasos que me separaban de casa, vi al pájaro despegando
del cable y volando por encima de mi cabeza, como agradeciendo mi acto.

26
Si bien, (como ya demostré al proteger al pájaro de las pedradas del niño), amo
a los animales, algunas veces, como para desquitarme del odio y la impotencia que me causan
las acciones de la gente, he sentido deseos de patear a un perro en el lomo, a cualquier perro,
no importaba si el can fuera pequeño y escuálido o grande y gordo, o que tuviera un suave
pelaje o unas lanas de oveja más que de perro, ni que fuera sano o sarnoso, limpio o
maloliente: cualquiera de estos animales sirve para sentirse poderoso, y si no vean como los
educan algunos hijos de vecino, correa en mano, tensando la cuerda asfixiante cada vez que el
pobre inocente no responde a los caprichos de su amo. ¿Qué pasaría ―yo me preguntaba― si
uno tomara venganza de esos inocentes por mano propia, asesinando a sangre fría al amo y
señor hijo de puta?: el resultado sería años de degradación en una prisión pensada para
inhumanos como aquel sobre el que uno hundió su puñal, y no para el justiciero.

84
¿Soy contradictorio, al empezar diciendo que a veces me surgen deseos de
patear un perro, y terminar haciendo su defensa? No, no lo soy, sólo aparento serlo. Afirmo
que a los animales solo los maltrato en mi imaginación, pero en la realidad no soporto ver a
un animal siendo maltratado. ¡Animal es el ser humano que maltrata a la naturaleza,
envenenando todo lo que encuentra en el camino! (incluidos los ecosistemas). Por fortuna
(para quienes piensan como yo), la Tierra está, lentamente, despertando del letargo, y no
faltará mucho para que expulse de su seno a la humanidad, en forma definitiva. La incógnita
es cómo lo hará, ya que es variada la gama de recursos que tiene a su disposición para
aniquilarnos.

27
Yo no era solamente superior en cuestiones de lógica, también tenía
creatividad, prueba de esto es el concurso literario que organizó la escuela y que yo gané
durante el curso del cuarto grado de la educación primaria. La composición fue la siguiente:

CARTA DE UN EXTRATERRESTRE:

Venimos de un planeta muy lejano. No podemos decirlo de inmediato, pero


nuestro paradero es cercano a sus pequeños cerebros, de animales como monos erectos. Ya
no trepan árboles, salvo en la infancia, ya no comen tanta banana: su pensamiento se abre
hacia las estrellas, lo que los hace volverse soberbios; no tienen sentimientos, buscan solo la
cópula y algunos besos, más allá de eso les gusta el sueño: sueñan con autos, mansiones,
chicas de plástico, buena ropa y comida cara.
No venimos en son de paz; vale aclarar que lo nuestro tampoco es la guerra,
lo único que buscamos es alimentarlos bien para acabar con el hambre, con nuestra hambre:
los engordaremos y luego los degustaremos en nuestras cenas intergalácticas. Seremos
cómplices de la devastación. Seremos, por un tiempo, humanos.
Bueno, basta de tontas palabras, ¡prepárense!

Por supuesto que el concurso no lo gané “oficialmente”, ya que las máximas


autoridades de la escuela se vieron obligadas a retirar la obra por cuestiones “políticas”. Igual,
yo me enteré de mi victoria gracias a que la profesora de literatura (debido seguramente a un
cargo de conciencia de su mente cristiana) se vio en la obligación de informarme, aunque en

85
privado, (y a pesar del odio que me tenía desde siempre debido a los altos cuestionamientos
que yo le hacía en clases) de que mi obra había sido, en primera instancia, la elegida. De esta
manera, lo único que yo gané fue tomar un desprecio absoluto hacia la chica que había
quedado finalmente como ganadora (recuerdo, no sin placer y sorna, que su nariz era la más
grande del colegio). Su composición (tanto fue el impacto vomitivo que me produjo que casi
la recuerdo palabra por palabra) era así:

LA MARGARITA

La margarita es flor linda y sincera


Y canta cuando el cielo brilla
Yo me acerco siempre a esa maravilla
Y me siento bella como la margarita

28
Hoy, revolviendo unos papeles de adolescencia, encontré un texto que decía
así:

Despertar,
estirar los músculos,
digerir algo vigorizante, salir a la calle,
posar la vista en la claridad del día,
correr ignorando las miradas,
elevarse antes de dar con un muro,
no esperar nada de la gente,
no esperar nada del azar,
amar, sobre todo, a los animales

Acá se interrumpe el escrito. No sé por qué ahora lo transcribo en mis


memorias, no me parece que tenga méritos literarios. Quizás me atraiga porque rescata una
esperanza que tuve en algún momento y ya no poseo (ni creo que vuelva a poseer).

86
29
En una época lo único que calmaba mi ansiedad por las noches era escuchar
música de Mozart. Eso sí, nada de arias de óperas ni lieder: la voz humana, a esas altas horas,
podía alterarme los nervios a niveles insospechados. En cambio, algún concierto de piano, una
sonata, un cuarteto de cuerdas, podían ser un remanso para mi espíritu. En esos momentos de
paz no podía entender cómo en otros tiempos la música de Beethoven era la que me
regocijaba tanto. ¿A qué insistir en el patetismo, en las sonoridades duras, en la lucha
imaginaria contra adversarios olímpicos? Aunque tal vez su sinfonía pastoral, más allá de la
tormenta, podía perdonarse, y también ciertas variaciones de carácter festivo. Pero no, para mí
era una consigna, en ese entonces, escuchar a Mozart y a nadie más, y no estaba dispuesto a
traicionarlo.

30
Otro papel en un cajón, pero este no de la adolescencia, sino más reciente, del
cual (hasta encontrarlo hoy) había olvidado por completo su existencia:
Una pelusa, flotando ante mi vista.
La pelusa unos centímetros más allá del lugar de origen.
Esa pelusa que se mueve, imprevisible (ahora, suavemente; de pronto, con
celeridad), frena, retoma.
Esa pelusa se mueve al ritmo de mis nervios, como si fuera un reflejo de mi
mente o mi interior.
Esa pelusa. Traza círculos, arabescos, signos para nadie, ininteligibles para
mí.
¿Qué relación hay entre esto que surgió de cualquier parte (o tal vez no surgió
nunca, siempre estuvo ahí) y mi conciencia, mi existencia?
¿Qué relación entre el hombre y las palabras? Esa pelusa es parte –signo- de
un lenguaje inexplicable (lo inexplicable ¿constituye un lenguaje?)
Continúa mi mirada sobre esa pelusa, el devenir de esa pelusa. ¿Qué le
deparará este universo? ¿Hacia dónde la llevará la inercia?
La pelusa ¿qué se puede decir de una pelusa igual a todas? (igual, porque no
vale la pena prestar demasiada atención a las pelusas como para captar –si es que las
tienen– sus singularidades)

87
Cronología de un itinerario: en la primera hora, luego de dar algunos rodeos,
la pelusa se alejó casi un metro y medio de su punto de origen.
Una hora después, se encontraba a menos de medio metro del punto de
origen, pero en dirección opuesta a su primer distanciamiento.
Ahora (tres horas después de que me apercibí de su existencia) se encuentra
casi en el mismo punto de origen. (Ya no: acaba de desplazarse cinco o seis centímetros).
Ahora parece empecinarse en mantenerse dentro de un pequeño radio de acción de unos diez
centímetros respecto al punto de partida. Ronda, ronda, amaga irse, pero siempre termina
volviendo, como si su existencia dependiera de mi atención sobre ella (¿y acaso no es así?)
Acaba de rozarme un pie, tímidamente: hizo contacto y se alejó, como si
estuviera atemorizada ante el encuentro con un nuevo agente del sistema.
Fue una caricia el contacto, y un estremecimiento.
Comienzo a pensar que esa pelusa no es una simple pelusa: hace 24 horas que
la observo y no parece abrigar intenciones de marcharse. Cada tanto (los intervalos no
superan las dos horas) vuelve a su punto de origen. Los párpados se me cierran, pero resisto
con toda mi energía al sueño, no pretendo dormirme hasta que la pelusa se marche y haga su
vida…

Abro los ojos y comprendo que continúo sentado en la silla, no sé cuanto


tiempo pasó, pero una suave cosquilla en el talón derecho se repite una y otra vez, hasta que,
finalmente, para; supongo que se trata de la pelusa, la cual, furiosa por mi indiferencia,
acudió a sus medios para despertarme. Esas cosquillas no pudieron ser casuales, hubo cierta
intención (lo que supone una voluntad) en la intensidad con que fueron ejecutadas. Empiezo
a inquietarme frente a la inteligencia de esa pelusa.

No sé ―no interesa― cuánto tiempo dormí. Lo que sí comprendo es que mi


vida ya no es la misma.

31
Todavía recuerdo la expresión atónita de mi amigo cuando me vio
acercándome hacia él con el lindo punzón celestito empuñado con el filo hacia abajo, mi
mano en alto, amenazante.

88
Todavía recuerdo mis nervios en un momento tan importante, que podía
cambiar mi vida y mi conciencia para siempre.

32
Detesto, hoy en día, a Mozart, lo detesto como a ningún otro compositor,
detesto todo lo que hay en él de complaciente, de cortesano, sí, porque la suya es música de
corte, música para regocijo de oídos aterciopelados de reyes. Lo detesto aun sabiendo que era
un compositor de genio (y tal vez lo deteste más por eso); por rehuir en casi la totalidad de sus
obras a los cromatismos y a las disonancias. Lo detesto por sus melodías ceñidas al estrecho
corsé de la época. Lo detesto por la ingenua sonrisa que se extiende por encima de su música
y a través de los siglos hasta llegar a nosotros, triunfal en toda su popularidad.

33
Luego de días de terrible sufrimiento, en los que pensaba interminablemente en
la “para siempre perdida Natalia”, caía rendido sobre un sillón o sobre el colchón espumoso
de mi cama; entonces podía dormir tranquilo, soñando que nadaba sobre lagos profundamente
azules, o dormía muy atormentado, en medio de pesadillas en las que, súbitamente,
comenzaba a caer barro de los cielos, y yo andaba desnudo por calles transitadas observando a
toda la gente que se reía de mí desde el resguardo de sus paraguas.
Otros sueños comenzaban bien, conmigo en una playa solitaria, observando el
mar hermoso y diáfano, pero de golpe el día se transformaba en noche y de las aguas surgía la
sombra de mi madre. En esos sueños ella me atemorizaba a tal punto que yo terminaba
huyendo tan aturdido que no encontraba lugar en que tomar un descanso.

34
Una de esas noches que pasé en un boliche me encontraba (como siempre)
desdeñoso e inútil, pero súbitamente sentí que mi mentalidad (¿?) o, por decirlo de otra
manera, mi estado anímico, era distinto, más amable conmigo y, por ende, para con el resto.
Comencé a pensar que yo no era tan distinto a los otros, y me figuré que estaba en igualdad
de condiciones con cualquier pibe para conquistar una mujer: después de todo, yo no soy (me
decía) más estúpido que los demás, ergo, también yo puedo fingirme estúpido, a tono con lo

89
que estos lugares exigen. La cuestión es que hasta mangueé un cigarrillo y, lo que es más
terrible, me animé a fumarlo: era increíble sentirme bien cada vez que pitaba e ingería esas
sustancias que ensucian los pulmones hasta dejarlos negros. Si a esto le sumamos el hecho de
que también ingerí alcohol, se entenderá porqué me sentía extrañado, tenue, casi volátil en ese
ambiente parpadeante y lleno de música infernal: todo eso colisionaba sobre mi sistema
nervioso y me empujaba a actuar de manera muy distinta a la habitual en mí. Era como si mi
cuerpo cobijara un alma ajena a mi ser, un alma imponente y mandona que me sobrepasaba.
Una de las órdenes que me dio esa alma alterna fue fumar aún más, si era posible hasta que la
laringe me reventara de tanta toxicidad (y tan insidiosa era la orden que no me bastó con el
pucho que había mangueado: tuve que ir y comprarme un atado). Otra orden: beber más y
más cerveza. Ya medio entonado me metí en la pista repleta y comencé a embromar a cada
piba que pasaba. Harto de que siguieran de largo, a veces con mal gesto, a veces sonrientes,
tomé a una del talle y le hablé al oído. Como no frenó pero tampoco se soltó de mí, decidí ser
insistente: tanta poesía espontánea y bohemia metí en su cabeza que finalmente se dignó a
mirarme y conversar conmigo.
“¿Así que sos poeta…?” me dijo con su tierna voz. Sus ojos destellaban en un
color indefinido que se me metió de inmediato en mi alma.
“¿Poeta yo? Por favor, no me insultes, no podría dedicarme a algo tan bajo
como a escribir versos” le dije seriamente, pero sonrió, tomándolo a broma.
“Me gustaron esas cosas que me dijiste, vos sabés, en estos lugares no suelen
decirse cosas tan delicadas…”
Le habían gustado de veras mis palabras; yo no podía creerlo, (por pudor no
voy a transcribir ni una de las frases pretenciosamente poéticas que le dije) y seguimos
conversando hasta que nos sentimos aislados del resto. Era como si nos encontráramos dentro
de una burbuja, cruzándonos miradas desfallecientes. Yo sentí asco por esa nueva sensación
mezcla de felicidad y excitación que se apoderaba de mí y estuve a punto de embarrar la
situación diciéndole algo desubicado, pero el cambio repentino de la música infernal a una
música suave y lenta propició a la chica el momento de pegarse a mi lado y abrazarme.
Indescriptible es el acaloramiento interno que sentí: sus senos parecían traspasar su blusa y mi
remera hasta hacer contacto sus pezones con mi piel. Advertí que la chica me hacía recordar
(tal vez debido a sus labios abultados, pero creo que no sólo por eso) a Natalia. Tuve una
erección súbita y floté en el éter por unos instantes, luego me desplomé sobre la tierra
(simbólicamente, claro está), malherido, y todo sin que nadie lo notara. Bailamos largo rato,
mejor dicho (yo nunca supe bailar) nos mecimos en el lugar tiernamente, rostro sobre rostro, y

90
me preguntaba en qué estaría pensando ella (¿en su príncipe azul, o en si tendría yo auto o
casa propia?). Yo pensaba en sus labios carnosos que todavía no me animaba a besar; un
espacio nebuloso llenaba mi interior de un sentido metafísico, incomprensible, y luego unas
palabras improvisadas resonaron en mi conciencia:
A la gente le gusta expirar
a mí me gusta la vida
aferrarme a esta vitalidad tan nueva
tan mía
por eso es que acontezco
(como el agua)
en este pretérito prenatal
y en este futuro post mortem
mirando el rostro de mis antepasados italianos y españoles
buscando la máscara del desconocido dios que fue y será
más allá de Mí
más allá de Nos
más allá de Lo
Y así era yo, tan pesado que no podía disfrutar de un momento, siempre mi
inconsciente enviando concepciones oscuras de lo más profundo de mi ser hacia la superficie
de mi conciencia que transfigura todo en palabras, en signos. Me sentía torpe, único, bebido,
casi agotado. Sin poder controlarme más tiempo tomé las mejillas de la chica con ambas
manos e intenté besarla, pero me corrió la cara.
“¿Qué te pasa, no te gusto?” inquirí en un tono fuerte, casi de gritón.
“Al final sos igual que todos” me respondió. Y aunque parezca mentira, esa
frase me produjo un enorme alivio.
“Ya sabía yo que eras una farsante. No te gusto, así que no sé cuales eran tus
intenciones al ponerte mimosa” dije, intentando embrollar algo que debía ser simple.
“Idiota, sí que me gustás, pero estoy muy sensible, hace dos días me peleé con
mi novio y ahora quiero ir lentamente”
Me resultaron tan tediosas esas palabras que estuve a punto de salir disparado.
No sé por qué no lo hice. En cambio dije:
“Bueno, bueno criaturita, no te pongas así, que el mundo sigue en pie y el cielo
continúa arriba” (me detuve un instante para reír interiormente de mi muy imbécil discurso,

91
luego proseguí): “vamos a conocernos mejor”, y le corrí tiernamente un mechón de pelo que
caía sobre su frente. Ella sonrió ruborizada.
“Sí” dijo: “para empezar, no sé tu nombre todavía”
Pronuncié mi nombre en forma tan baja y dubitativa (y es que hacía tantos
años que no lo pronunciaba) que ni yo mismo pude oírlo, y luego le pregunté a ella cómo
diablos se llamaba.
“Me llamo Natalia, pero me dicen Maga” dijo. Yo estuve a punto de estallar en
carcajadas. Me parecía muy estúpido que le dijeran así. Me hacía pensar en la heroína de una
novela que de adolescente (ahora no entiendo cómo) había disfrutado tanto, pero me puso
serio el hecho de que se llamara Natalia, me hacía recordar a la otra, a la que conocí en el
museo.
“¿Es por el personaje de Rayuela?” pregunté, sin poder contenerme.
“No, al personaje de Rayuela le dicen La Maga”
“me cago en la diferencia” pensé, pero, obviamente, no lo dije, y dudaba,
creyendo recordar que en la novela le decían Maga también, sin ese “La”. Finalmente
reaccioné y pude seguir conversando:
“¿Y por qué te dicen Maga?”
“Ya te vas a enterar”, susurró ella, poniendo cara que pretendía ser pícara.
“¿Cuándo?” pregunté, y en ese momento se le acercaron tres chicas que
enseguida comprendí eran sus amigas. Como el boliche ya estaba por cerrar y sus amigas le
insistían para ir en busca de un taxi, presintiendo que me estaba por dar la despedida, me
anticipé y la despedí yo.
“Nos vemos otro día” le dije.
“Sí, nos vemos” me respondió. Y nos saludamos con un beso en las mejillas y
un abrazo.
Cuando salí del local bailable ya era de mañana. El tiempo estaba muy
caluroso. Comencé a caminar las veinte cuadras que me separaban de mi casa. Más o menos a
mitad de camino, muy transpirado, sintiéndome observado por sus ojos que flotaban, gigantes,
en el cielo, comprendí que me había olvidado de pedirle su número telefónico.

35
¿Cómo carajo nos íbamos a ver si no teníamos un puto dato uno del otro?.
Salvo ella mi nombre de pila (si es que lo escuchó en medio del bochinche) y yo su estúpido

92
apodo y su primer nombre (creo), nada más sabíamos uno del otro. Aunque el reconocimiento
visual era una posibilidad (la única y más importante) estadísticamente era casi imposible
volver a encontrarnos casualmente en esta mugre tan amplia de ciudad. Igual basé mis
esperanzas en que la piba podía ser habitué del local, o cuando menos asistir de vez en
cuando, así que para el sábado siguiente me apersoné de nuevo en la disco. Lo primero que
hice fue dar una recorrida por el lugar (me abría a codazos y a sutiles empujones entre los
apiñamientos) pero tanta era la gente, que incluso de haber ido y venido varias veces de punta
a punta no hubiese estado seguro de que Natalia “La Maga” (perdón: “Maga”) no se
encontraba allí, en algún rincón del que casualmente se podría marchar en el momento mismo
en que yo llegara, para ir, por ejemplo, al baño de damas, y en ese caso sí que sería
inaccesible para mí.
Volví a fumar, volví a beber, (y si seguía así iba camino a ser adicto) volví a
versear minas y a tomarlas por el talle, pero esa noche no resultaba, así que pensé seriamente
en ir tras el primer esperpento (sin desmerecer a los esperpentos) que se me cruzara. En un
momento dado, una muchachita morocha, bajita, algo cuadrada de torso pero de buenas tetas,
se cruzó en mi camino y decidí que sería mi blanco. La perseguí para ver a dónde se dirigía.
Fue a la barra y se compró un trago. Cuando se dio vuelta puse la sonrisa más amplia a mi
disposición. Imaginé que me asemejaría a un payaso con esa risa grotesca clavada, pero no
debió ser así, (si no habría que pensar que a la chica le gustaban los payasos) ya que,
sonriente, me pregunto qué me pasaba.
“Nada…” dije, ahora en pose de galán “simplemente que te vi pasar y me
pareciste tan bella, me hiciste acordar a una muchacha que conducía un programa de
televisión hace algunos años, creo que también desfilaba, o era modelo publicitaria…”
“¿Cómo se llamaba la muchacha a la que me parezco?” preguntó, francamente
ilusionada, los ojos brillantes, amplios, seguramente pensando en lo feliz que sería
comentándole eso a sus amigas, en lo orgullosa que se sentiría, pero claro, para eso necesitaba
saber el nombre de la modelo, aunque más no fuera para legitimar meramente su parecido, ese
maravilloso parecido que siempre, para su sorpresa, le había pasado inadvertido. “¿Cómo se
llama?” repitió con visible ansiedad.
“No sé, no me acuerdo”, susurré, ya que no podía llegar tan lejos con la farsa.
“¿Y en qué programa trabajaba?”.
Insistente la chica.

93
“Tampoco lo recuerdo”, mientras comenzaba a probar el trago que ella me
acababa de pasar. Era una bebida fuerte, con vodka, algún licor frutado y yo qué sé cuantas
cosas más, la cuestión es que de inmediato me sentó mal en el estómago.
“¿Y cómo era el programa?” dijo, y ya me tenía los huevos al plato.
“No sé” respondí, desganado, bebiendo de un impulso hasta casi vaciar el largo
vaso.
“Más o menos… ¿de qué trataba?”
“Qué sé yo” dije, apoyando el vaso ya vacío en la barra, y tomándole la cabeza
fuertemente con ambas manos (“vos no te me vas a escapar”) la besé. En el mismo momento
en que mi lengua hacía contacto con la suya viscosa y yo advertía por la cercanía extrema los
numerosos granitos sebosos que poblaban sus mejillas, una oleada de acidez me subió a la
garganta seguida de unos reflujos estomacales. La chica se soltó de mí repentinamente y
escupió la parte de mi vómito que había llegado a su boca. Me miró como si se encontrara en
la peor de sus pesadillas y comenzó a gritar: “asqueroso, inmundo hijo de puta” y corrió en
dirección al baño. Mucha gente había dejado de bailar y me rodeaban a mí y a mi charco, y
me miraban con desprecio. Yo me imaginé pálido, la nariz roja, los pelos revueltos, entonces
dibujé una amplia sonrisa para completar mi aspecto de arlequín, y los miré a todos desde mi
distante altura, soberbio y desdeñoso, y luego, viendo como todos se abrían paso para evitar
ser tocados por el payaso vomitón, me dirigí a la salida del lugar, así, sin lavarme ni nada.
Por suerte, y como si los dioses me comprendieran, afuera rompió a llover con
vigor; entonces yo comencé a quitarme la ropa, ahí, en la misma calle llena de bares, discos y
gente pululando: me saqué la remera y suspiré aliviado por el agua que me mojaba el pecho y
la espalda; me saqué el pantalón y ya unos cuantos me miraban preocupados, señalándome y
comentando entre ellos, cosa que me hizo sonreír de felicidad. Después me saqué las
zapatillas y las medias y, por último, me bajé el slip y lo eché a un lado. Una mujer gritó,
otras reían y me señalaban, yo levanté mis brazos sobre la cabeza, las palmas de mis manos
apuntando al cielo, como en señal ancestral de agradecimiento por la lluvia. Algunos
patovicas comentaban algo entre ellos y se daban órdenes que nadie cumplía. Una de dos: o
me tenían un respeto reverencial o me temían creyendo que era un loco. El agua caía,
interminable, era una con mi ser: mi piel absorbía, sedienta. Ya ni un rastro del vomito sobre
mí, en mí. De pronto una sirena de patrullero resonó a la distancia. Alguien se había decidido,
seguramente, a delatar al ridículo, al anómalo gracioso, al fracasado e impúdico arlequín.
Tomé mi ropa y salí disparado. Como era tan rápido corriendo (ya lo advertí al comienzo de
estas memorias) nadie llegó a reaccionar. Me imagino a los policías escuchando a los testigos,

94
poniendo cara de comprensión, asintiendo ante cada comentario, pensando en las estupideces
por las cuales les hacían perder tiempo, a ellos, los defensores del orden establecido.

36
Si a veces salgo por la mañana al jardín trasero de mi casa, es para acostarme
sobre el rocío y humedecer mi piel asfixiada. Pero este baño de naturaleza no me exime de
mis preocupaciones: fácilmente caigo en la reflexión del tipo filosófico-mística.

37
Caía el agua, el agua que se dispersa sobre la tierra y promueve sus olores.
Caía el agua y era esa sensación de completo sobre vacío.
Caía el agua y era ese torbellino dentro de los caracoles de los oídos.
Caía el agua y era la música del alma. Era el ser, era el yo.
Caía el agua y era el juego de los sentidos, la propagación.
Caía el agua y no era señalamiento, era estar en paz, ser uno con el mundo.

38
Qué placer para mi espíritu cuando comencé a comprender, súbitamente, la
música del compositor más sensitivo, nervioso, íntimo, neurasténico y psicológico de todos
los tiempos: (Con perdón de los wagnerianos):
Schumann, Robert Schumann.
Sí, así, tan simple, hermoso y sonoro su apellido: Schumann. Su música
pianística no tiene comparación en su época: melodías intrincadas, transcurriendo a tempos
por momentos ahogados, calmos, súbitamente rápidos, vertiginosos, saltando a través de
ritmos quebrados, convulsivos, y por detrás, casi como una letanía, otra voz más íntima, que
avanza por grados conjuntos, una voz que parece de mariposa herida, de serafín terrestre, de
alma torturada por su complejidad. ¿Para qué afanarse en traducir a palabras una música que
expresa todo lo que está fuera del alcance de la palabra, todo lo que sucede por dentro, como
mundos en miniatura en los que tiene lugar lo fantástico, lo cotidiano, lo legendario, lo
penoso, lo carnal, lo idílico, lo inverosímil, lo demencial?

95
¿Cómo podía no haber entendido antes tanta genialidad, cómo podía haber sido
tan sordo?
Finalmente mi cuerpo había liberado de su esclavitud al alma para que ésta
pudiera abrirse paso desde las cuevas en que se encontraba oculta, hasta las cimas de las más
altas montañas, para luego elevarse hacia las enigmáticas oscuridades del espacio
inconmensurable.

39
El tono excesivamente perfumado de la página anterior, quizá semejante al de
las afectadísimas páginas del despreciablemente romántico Werther goethiano, no va en
desmedro de lo sincero de mi amor hacia el genial músico Alemán. Su música siempre me
hará flotar en un quebradizo orbe de ternura mágica: y un sentimiento así, en medio de esta
tierra infernal, no es para nada desdeñable.

40
Todavía me acordaba de Maga; sus ojos se me aparecían con frecuencia en
sueños, y una vez despierto, se desvanecían como pompas de jabón: en la vigilia los ojos que
se me aparecían eran los de la otra Natalia, más bonita, más natural, más sensible.

41
Es increíble cómo, de a poco, de unas discretas memorias, estos escritos fueron
transformándose en una especie de diario de mis emociones más íntimas: ¡cuán bajo he caído!

42
Yo, que nunca tomaba alcohol si no era en un boliche, comenzaba por esos
tiempos a sentirme buen amigo del vino. ¡Oh, Dionisos –pensaba–, Dios de la danza y de la
lujuria, compañero de los solitarios, levantador de abúlicos, mensajero alado, por fin te
conozco!

96
De esa manera, con su honrosa compañía, la música se volvía más apasionada
en mi interior, y el paso tiempo pesaba menos sobre mi físico; pero las escalas de terceras,
que empezaba a dominar en el piano, se volvían imposibles en medio del mareo dionisiaco.

43
Aquí va uno de mis tantos escritos que quedarán en el olvido de mis cajones:
Nos esparcíamos como gotas nocturnas, pero no nos tocábamos, nunca nos
tocábamos, siempre esperábamos el encuentro que jamás se producía, era algo fatal, el
destino que se imponía a nuestra voluntad, modificando continuamente nuestra vida, echando
por la borda nuestros deseos, y el cielo se crispaba, se crispaba como se crispan los árboles
en invierno.
Y por otras calles, por otros senderos, en infinidad de pueblos otros andaban
un camino diferente.
Un vagabundo y sus camas hechas de papel de diario, un vagabundo y sus
sueños de cartón, en plazas, bajo puentes, en soportales.
Un niño con un globo que hacia el cielo se escapa
Una promesa que vuela
Pájaros, pájaros, pájaros

44
Todavía me acongojo pensando en ese día en que el punzón celeste se
mantenía firmemente apretado entre mis dedos y mi alma temblaba ante la mirada estupefacta
de mi compañero. Al principio él estaba ahí, sonriente, tan concentrado en su labor, y yo sólo
esperando llevar a cabo el plan que me liberaría de la angustia acumulada por la infamia
recibida de quien creí, alguna vez, fuera mi mejor amigo.
Llegado el momento, me acerqué rápidamente hacia él, con el punzón listo
para ser enterrado en sus pupilas, y ya teniéndolo a tiro, levantó la vista y me miró con
expresión atónita. Mi corazón pareció dar un tumbo, mi mano tembló; sentí que mi rostro
palidecía: en un último impulso desesperado (“no te me vas a escapar” me dije internamente,
intentando sacar ánimos de donde escaseaban) sujeté el punzón con renovados bríos, y ya
estaba mi brazo por tomar el envión definitivo, cuando mi compañero sonrió con tanta
inocencia, creyendo que se trataba de una broma o de un juego, y su mirada radiante y la

97
expresión de su rostro, en conjunto, me parecieron tan angelicales, que automáticamente mi
mano se aflojó dejando caer al piso el arma rencorosa, derrumbando definitivamente mis
planes. Hoy pienso en el alivio de no cargar en la conciencia un acto tan atroz como arruinar
la vida de otra persona, pero el simple hecho de haber estado tan cerca, y el posible mundo de
remordimientos que eso hubiera desencadenado para mí, me llenan de escalofríos y de
sensaciones indescriptibles, tan particular y hondamente tenebrosas que me llevan a pensar a
menudo en el suicidio.

45
Voy a seguir escribiendo, recogiendo las gotas que caen de mi cuerpo
Voy a seguir buscando resultados que se escapan
Voy a seguir inundándome en estas escrituras inéditas
Voy a seguir

46
Tanto me entusiasmaba en una época la poesía, que hasta llegué a escribir una
especie de poema-manifiesto.
Una vez, saliéndome de mi habitual traje de ermitaño, me acerqué
amistosamente (con toda la simpatía de que era capaz) a la redacción de una revista literaria
que nunca había leído y, luego de conversar un rato con el director, lo insté a que leyera mi
texto. Extrañamente, sumergió de inmediato su vista en la copia que le acerqué: cuando hubo
terminado de leer, me dijo (no sin cierto rictus que vislumbré desdeñoso): “a pesar de no
coincidir con las ideas expresadas en su poema, y sólo porque respeto la diversidad de
tendencias y opiniones, haré lo posible por publicarlo”. Guardándome de hacer comentario
alguno ante tamaña muestra de afectación y petulancia, le estreché la mano y me retiré
intentando evitar hacer el mínimo ruido al cerrar la puerta.
El texto salió publicado (sin modificación respecto al original que presenté)
dos o tres meses después de mi encuentro con el director. Eso sí, al terminar el poema
apareció, a pie de página, una aclaración del director. Ambos textos se reproducen a
continuación:

98
¡Oh, poeta, siembra poemas, que para eso has nacido!

poemas que sean como racimos


de uvas
y déjalos crecer como tales
y si no quieres sembrar
esculpe las palabras que llevas adentro
procurando siempre que sean un poco inauditas
y que tengan sentido al menos para un loco

hazlo sin cuidado


ya que nadie impedirá que tales tu árbol interno
y lo desparrames en papeles

despréndete de esa dura corteza que llevas adentro


vomita los carozos y atiende tus perezas
habla con franca libertad
activa tus regiones reprimidas l
y que la palabra s a t e
así, literalmente
brinque y dance a lo largo del papel y de la vida
y que nunca te dé vergüenza ser poeta
aun cuando quedemos pocos y sea la risa
la bandera de nuestra propia debilidad

no te des gracia
otros te la ofrecerán de a puñados
no te debilites en lo oscuro
que siempre llegó el día
incendia tu morada y que tu mirada se encienda
sé peregrino de las regiones donde circunda la luz
duerme sobre palabras palaciegas y cúbrete de
[ramas
aliméntate de empanadas y de sopas de letras

99
y de postre una metáfora
o un helado adjetivo joven
una sagrada metonimia
unas palabras cruzadas e increadas
pero que sea un giro hondo y anhelado en tu vida
y que te acompañe en la subida hasta llegar a las
[gradas
donde Dios te espera con sus ritmos renovados
con sus enigmas cristalinos y su palabra vana

(Nota del Director): aclaro ante los estimados lectores de la revista que no
concuerdo para nada con las ideas sobre “creación literaria” que expresa este “poema-
manifiesto”, y que si lo publico, es únicamente para no ser contrario a los ideales
democráticos que siempre sostuvimos en esta redacción. Descreo del arte que es producido
con total libertad, hecho que significa poco o ningún apego a las complejidades heredadas de
la tradición literaria. No veo en este poema una cuidada elaboración métrica, y menos aun
musicalidad alguna; además, (y para no extenderme demasiado en un asunto que no merece
ocupar valiosos espacios de esta revista) quiero expresar el desagrado que me producen los
siguientes versos: “(siembra) poemas que sean como racimos/ de uvas/ y déjalos crecer como
tales”; para empezar, desdeño la rebuscada metáfora sobre los poderes inspiradores de la
bebida; sinceramente no creo que nadie pueda crear maravillosos versos sólo por la influencia
del vino; luego, “esculpir” un poema es contrario a dejarlo crecer “como tal”. Esta
contradicción deja en claro lo erróneo en la concepción del poema. Creo que esta muestra
basta para expresar los porqués de mi desacuerdo.

47
¿Pueden creer, queridos lectores, lo que acabo de transcribir más arriba? Jamás
pensé que una revista literaria pudiera estar manejada por tamaño imbécil conservador
hipócrita y jactancioso con pretensiones simultáneas de demócrata, de magnánimo y de crítico
literario. La verdad es que en ese momento deseaba que se muriera junto a su mediocridad, y
que sobre su tumba salivara, de la manera más asquerosa posible, cuanto poeta haya sido
desdeñado por persona de pluma tan infame. ¿Cómo no pudo advertir que la metáfora de los

100
racimos de uva se refería, no solo al poder dionisiaco del vino, sino también a un tipo de
creación arborescente?; ¿es que alguien con pretensiones de crítico literario podría ignorar
este sentido?; ¿solamente quería rebajar la voz de un joven poeta, o era un hombre de moral
tan excesiva que lo llevaba a censurar realmente el verso de los racimos de uva? Estas
incógnitas se me despejaron luego de leer los gazmoños textos que habían aparecido (sin
notas de desagrado del director) en el mismo número que había sido publicado mi polémico
(al menos para la mentalidad del director) poema.

48
A pesar de lo que piensen de mí quienes me conocieron, debo decir que poseo
una profunda piedad por el dolor humano; también tengo que aclarar que esta piedad poco o
nada tiene que ver con religión alguna: mi piedad surge principalmente de los inmensos
dolores que sufrí ante diversas situaciones en que me colocó la vida. De ese dolor que sufrí en
alma propia (dolor tan intenso que ha llegado a sumergirme en las tinieblas de la soledad y la
melancolía más profunda) surgió mi piedad ante el dolor de otras personas a las que considero
más débiles, mentalmente, que yo, como para poder salir a flote de tales situaciones. En ese
sentido me considero un privilegiado: poseo un sistema especial en mi cuerpo que genera alas
en los momentos en que más hundido me encuentro, alas que me elevan a las alturas más
sublimes, paraísos del arte, sentimientos de superioridad con los que relativizo todo fracaso
personal.
A veces me surge una duda ¿es o no una virtud la piedad que siento por la
especie humana, tanto en los momentos en que me abismo en el infierno como aquellos en
que me elevo más allá de las nubes?: me temo que nunca sabré qué utilidad puede tener ese
sentimiento en alguien que no aporta nada para mejorar el mundo.

49
Siempre tuve un enorme deseo de aprender la lengua alemana, pero me
empeciné en estudiarla solo. Quería disfrutar de las óperas y/o de los lieder de Mozart,
Beethoven, Schumann Brahms, Mahler y Schoenberg en su idioma original, entender mejor
sus vidas, pero me fue imposible. Apenas si me quedó de ese aprendizaje frustrado el

101
recuerdo de unas pocas palabras, como leben, tod, mond, sonne, ich, meine, lieben, erde,
seele, geist, nacht. Tendré que continuar escuchando toda esa música como si fuera música
pura, instrumental.

50
Conseguí, hace poco, unas partituras de un compositor ruso. Su nombre es
Alexander Scriabin; el de la obra, “Preludes”. Son todas piezas breves. Algunas duran menos
de un minuto y las más largas no llegan a los tres. Por las tardes me siento al piano y,
acariciando las teclas, interpreto los preludios más fáciles. A veces llueve y observo tras el
ventanal las gotas mientras la música flota en el aire como buscando un átomo sobre el que
posarse. Al igual que Schumann, Scriabin a menudo parece querer expresar una sensación
desnuda, un sentimiento, un estado anímico más que una idea musical. El preludio Op.11
número 13 me habla de un juego de seducción muy inocente, hecho de miradas esquivas y
tímidos ademanes. Siguiendo las notas escritas con mi mirada ausente, presiono las teclas y
me inundo de escalofríos, se me vienen a la mente imágenes de la infancia, niñas lánguidas, o
el rostro de Natalia (la primera, la del museo); pero todo esto es tan personal que ni vale la
pena decirlo, y escribirlo (como lo acabo de hacer), creer que una súbita idea o sensación
(obtenida a través de una música creada por otro) sea un hallazgo que puede ser compartido y
hasta eternizado, es nada más que un acto de egocentrismo. Un buen músico callaría y sólo
actuaría de médium entre la música y el oyente: mi excusa es que yo no soy un buen músico,
ergo, puedo opinar todo lo que quiera sobre el significado de tal o cual melodía.

51
Hace poco tiempo (un mes atrás como mucho) comencé a sentirme asfixiado
de estar dentro de casa. Parte de esa sensación opresiva se debió a una novela que comencé
hace años y todavía no sé cómo finalizar. Ese día ya me había hartado de leer y releer los
capítulos, advirtiendo algunos errores en el hilo de la trama que me hacían pensar en la
imposibilidad que tendría de cerrar esa compleja historia en la que basaba todas las
esperanzas de una gloria póstuma, ya que mis poemas y cuentos seguro iban a seguir
descansando eternamente en un cajón esperando por un editor que yo ni siquiera buscaba. El
caso es que si seguía encerrado intentando hilar esa historia que de tan arborescente se me
hacía difícil de cohesionar, iba a terminar por borrar, con un simple clic, todos lo capítulos

102
que tan trabajosamente había escrito a lo largo de años. Para no hacer eso, para no desesperar,
para no estrellar al CPU (que nada tenía que ver con mi impotencia creadora) contra la pared
de mi cuarto, decidí salir a caminar. Como sabía que afuera estaba lloviendo, pensé cuán
gratificante me resultaría el paseo, así que me abrigué ligeramente y me largué a las calles.
El cielo plomizo, anubarrado, me hizo sonreír. La gente corría (malhumorada y
sin paraguas) bajo la lluvia que el servicio meteorológico no había sabido pronosticar,
ignorantes todos del regocijo que a mí me producía. El agua fluyente, de corte diagonal, era
una suave caricia sobre mi rostro y mis manos.
En un momento dirigí mi mirada hacia el asfalto ya que un brillo especial
llamó repentinamente mi atención: era un reguero de una sustancia singular, que yo antes
jamás había visto, y que se extendía por varias calles que recorrí con cautela. Lo más extraño
es que la gente no parecía advertirlo, ya que seguían sus caminos mirando nada más que hacia
adelante, intentando eludir al resto de los peatones. Yo continuaba extasiado, siguiendo el hilo
perlado, metiéndome por calles angostas, atravesando avenidas atestadas de tiendas
comerciales, con gente bajo los toldos mirando llover. Finalmente el reguero me hizo pasar
más allá de unas fábricas, hasta ir a dar a un parque público, lleno de flores, arbustos y árboles
de diversos tamaños. El hilo de destellos argentos continuó por un sendero de piedra caliza.
Yo creía que el parque estaba desolado, pero de golpe distinguí a un niño jugando en un
lodazal. Me repugnó verle las manos, la ropa y la cara barrosa. Continué caminando, como
hipnotizado por esa estela que se distinguía del agua debido a su brillo cambiante, en un
instante de un rojo refulgente, en otro embellecido con todos los colores del espectro. A pocos
pasos se encontraba el centro del parque, un círculo de piedra rodeado por cuatro bancos
colocados a distancias simétricas. Una estatua de ébano coronaba el centro del círculo. Era un
hombre de perfil griego, de buena musculatura, con una copa en la mano. En la placa decía
“Baco, dios de la alegría y del vino”. Me aparté de la estatua y observé los bancos vacíos.
Uno era de color amarillo, otro de color rojo, el tercero de color negro, y el último una mezcla
de los otros tres. Me senté en el último. De pronto, una mujer vestida de un rojo muy fuerte
apareció desde el lado opuesto del sendero por el cual yo había llegado al centro del parque.
Advertí que por ese lado también había un reguero brillante que terminaba (o empezaba:
¿cómo saberlo?) en el centro del parque, donde ambos nos encontrábamos. Con una mano me
hizo señas de que me levantara. Obedecí al instante, hechizado por la delicadeza del gesto,
que generaba un gran contraste con el agresivo color de su vestido generosamente escotado.
Me miró a los ojos largamente: yo no podía sostenerle la mirada, sus ojos brillaban,
seductores. Me hizo otro ademán hasta que estuve parado muy cerca de ella, casi pegado a su

103
vestido, pero sin tocarlo; posó suavemente su mano izquierda sobre mi frente a la vez que
preguntaba en un tono casi imperceptible: “¿sos vos?...” y agregó mi nombre a esas dos
palabras. Un escalofrío me recorrió las vértebras. ¿Quién puede recordar mi nombre?, me
pregunté, asombrado: “si hasta yo ya lo había olvidado”. Su mano bajó por mi cara hasta mi
barbilla, pero una isla de calor quedó flotando sobre mi frente. Era una isla de un color
amarillento, que se empezó a extender hacia mis mejillas. La mujer movió también su otra
mano hacia mi cara. Comencé a sentir un ardor a lo largo de todo mi cuerpo; sin embargo la
muchacha continuaba con sus manos posadas sobre mi cara. Súbitamente, la derecha bajó
hasta mi cuello y me prodigó caricias estremecedoras; luego ambas manos se dirigieron hacia
mi pecho, bajaron el cierre del abrigo e hicieron contacto con mi piel mojada. Comencé a oír
interiormente una melodía intrincada e íntima, sobre la cual, luego, se yuxtapuso otra melodía
igual pero algunos tonos más abajo. Las melodías se perseguían furiosamente, con breves
instantes en que destellaba la luminosidad, y por momentos parecían querer encontrarse, pero
continuaban su arduo camino, hacían amplios saltos, se enternecían y caminaban al pulso de
un corazón lento, satisfecho, calmo. ¿Era música del magnífico Bach, o de Robert Schumann?
¿O se habían mezclado ambas músicas en mi interior? Tal vez fuera una creación espontánea
mía, o algo trasmitido por el espíritu de la joven. El calor en mi cuerpo aumentaba, y mientras
las melodías continuaban su persecución por ese ahora oscuro campo cósmico de mi interior,
mi mirada se detenía en la contemplación de la larga cabellera mojada de la joven, luego era
atraído por su forma de observarme con ojos brillantes y vivos, de un color indeterminado:
“¿no me reconocés?” me dijo como en un murmullo coral que se compenetraba con las otras
voces de timbre tan perfecto que no se asemejaban a ningún instrumento por mí conocido.
Momentos más tarde, las melodías por fin se encontraron, y extrañamente, las
voces se multiplicaron diez veces, tomando diversas alturas, formando un acorde
poderosamente místico, plagado de resonantes armónicos, que me hizo comprender, como en
una visión, que me encontraba frente a Maga. “¿Por qué te dicen Maga?” pregunté, o creí
preguntar, (ya que no tengo, incluso en la lucidez de mi cuarto, ninguna certeza de que mis
palabras se hayan materializado en ese momento). La muchacha comenzó a desplazar sus
manos frenéticamente, y sentí que envolvían mi cuerpo por entero. Una sinfonía plagada de
instrumentos y de voces enigmáticas cruzó a través del horizonte confuso de mi alma. El calor
comenzó a inflamar mi interior, a la vez que las miles de voces cantantes se transformaron en
estridencias insoportables de tan virulentas, ruidos que ascendían y descendían hasta que me
sentí estallar en espasmos. La música se hundió en un decrescendo velocísimo que fue del
fortísimo más atronador al pianísimo más bajo que era posible oír; todo fue en un fracción

104
imperceptible de segundo y, de pronto, se hizo el silencio. Al lado del furor, de las mareas de
colores y sonidos, al lado de las explosiones de percusión y de las tormentas que acababan de
sucederse, ese silencio me pareció sonoro, agresivo como si me encontrara ante el final del
mundo, cuando en realidad me encontraba tirado en el suelo, en el centro mismo del parque.
Me levanté con alguna dificultad. La lluvia había cesado y por entre las nubes
asomaba un sol esplendoroso. La muchacha me daba la espalda y se alejaba de mí muy
lentamente. Era inútil volver a preguntarle por qué le decían Maga; aun así, por decir algo,
hablé, y mis palabras resonaron como si fueran las primeras luego del diluvio universal:
–¿Maga, no querés ir a tomar algo?
Ella continuó (silenciosa, con la pizca de majestuosidad en sus movimientos
cadenciosos y en su amplio vestido rojo) alejándose de mí. Fue hasta donde se encontraba el
crío repugnante recubierto de barro y lo tomó de la mano; luego, dirigiéndose al sendero por
el cual había llegado, frenó un instante, viró y, mirándome con sus ojos de color indeciso, me
respondió: “no puedo, ahora no; tal vez otro día, en un museo…” y siguió hasta el fondo del
parque, llegando hasta la calle, donde un hombre dentro de un automóvil la esperaba. Abrió la
puerta y se metió con el niño repulsivo detrás. El hombre arrancó. Yo estaba todavía
pensando en sus palabras: “¿tal vez algún día, en un museo?”. ¿No era la otra Natalia la que
había conocido en el museo? Atontado, lleno de incomprensión, regresé a mi casa, intentando
recordar la música efusiva y misteriosa, pero ni una armonía rescaté, ni una simple nota
resonó en mi mente.

52
Vuelco sobre el papel este poema que engendré hace un rato, sentado a la mesa
del comedor, con la tele (sí, me decidí a prenderla, después de tantos años…) como única
compañía de mi nerviosismo creciente. Espero que no sea el último:

Y si me quedo ¿qué?
Nadie va a venir a tocarme para saber si vivo
Nadie va a apoyar su oído sobre mi respiración
Nadie va a palpar mis frescas vísceras
Para ver si tienen alma

Y si me voy ¿qué?

105
¿Adónde voy a llegar?
Si estar acá es como estar en todos lados

53
porque amo tiemblo
…………………………………………………………………………………...

me quiero ir; todo tiende a que quiera marcharme de mí: el dolor, los
sufrimientos, los efímeros rostros sonrientes, la ternura perdida; y sin embargo algo me dice
que me quede
…………………………………………………………………………………...

cada vez más interior, y cenizas que, algunas veces, arden


…………………………………………………………………………………...

si no tiene sentido, si no hay un más allá, quién me espera, quién me


comprende, quién me evoca, quién me quiere, de este lado o del otro, en este tiempo, o en
otro (pero vivo), quién me arregla el corazón (esa maquinaria frágil), quién junta mis
pedacitos de alma, quién me sueña (¿alguien alguna vez…?), quién se estremece por mí
…………………………………………………………………………………...

soy la lluvia anhelando la tierra; la lluvia, el agua que lentamente cae y se


disuelve sobre frutos; la que se une al río y se disloca; la lluvia que arde sobre la piel
soy la lluvia, sí, esa que se ve tras la ventana…
…………………………………………………………………………………...

la conciencia
¿qué me depara para el futuro?
el cuerpo
¿qué me depara este cuerpo cansado?
si soy joven y ya se agotó mi paciencia
¿qué me espera hacia los días que se cierran?
…………………………………………………………………………………..

106
parezco un muñeco mal armado por dentro: siento piezas que vacilan, se
mueven, caen, flotan, chocan. Y EN EL CEREBRO: nubes, neblina, luces, lápidas, nebulosas,
gente (siluetas), tos, murmullos, esquemas, figuras geométricas (combinadas, desconocidas)
…………………………………………………………………………………...

no estoy vivo
no estoy muerto
soy una especie de sonido
que se enciende
y se apaga
…………………………………………………………………………………...

Natalia. No sé por qué me puse a pensar en ella. Mejor sería que se hubiese
perdido su mirada, enterrado el placer de verla sonreír, para nadie, para el olvido. Ahora su
rostro vuelve, sus gestos tan significativos, tan vibrantes en mí, aparato receptor de melodías
sutiles.
…………………………………………………………………………………..

107
ACLARACIÓN DEL EDITOR:

Con esos últimos textos, no carentes de cierto desgarramiento y que ya


muestran signos (como todo lector habrá podido advertir) del ocaso de una mente que unos
años atrás debió ser del todo lúcida (tan lúcida que jamás pudo comprender la cotidiana
realidad, ni la gracia de una vida en sociedad, con todos los éxitos y fracasos a que ésta puede
llevar), finalizan las memorias de nuestro escritor.
Quedan por publicar otras obras que el mismo dejó inéditas. Se están revisando
sus papeles, y entre estos se encuentran poemas, aforismos, unos siete relatos concluidos y
otros cinco incompletos y varios capítulos de una novela inconclusa de vital interés para el
público académico. De la repercusión de la presente obra dependerá la publicación de dicho
opus.
El público no debe ignorar a este escritor, por póstuma que sea su edición. Las
circunstancias que rodearon a su muerte, unidas al descubrimiento inesperado de su obra (de
la cual ni sus familiares tenían conocimiento), ameritan toda atención que ahora se le preste.
Ya muchos deben conocer (debido a que salió publicado en varios diarios del país) la trágica
forma en que este hombre dio fin a su vida.
Por respeto a los familiares vivos del escritor (quienes permitieron la
publicación de este texto) no hablaremos sobre el tema. Con lo dicho baste.

108
SEXTA PARTE
MENSAJES EN UN CELULAR

109
Si, claro ke me acuerdo de vos, Fabián. Había tomado pero no tanto como para no saber lo
que hacia. Lo pase bien, ese boliche esta bueno, pasan linda música y hay buen ambiente
-----------------------------------------------------------------------------------------------------------------
De: Alejandra
05/02/
19:30

Si, me gustaría volver a salir. Esta bien. Decime cuando asi arreglamos
-----------------------------------------------------------------------------------------------------------------
De: Alejandra
05/02/
19:36

Bueno, barbaro, el sábado a la noche puedo. Nos vemos un beso


-----------------------------------------------------------------------------------------------------------------
De: Alejandra
05/02/
19:43

Ya estoy llegando al bar, en cinco minutos. Me retrase, discupame

De: Alejandra
07/02/
23:50

110
Hola. ¿Como estas? Debes andar ocupado ke no me llamaste esta semana, ni 1 mensaje. ¿ya
conociste a otra?

De: Alejandra
13/02/
19:30

Ah, estabas sin crédito ¿y ke, acabas de comprar una tarjeta?

De: Alejandra
13/02
19:50

Mañana esta bien nos vemos. Podemos ir al mismo boliche si keres, mira ke no me canso tan
rapido del mismo lugar. Un beso

De: Alejandra
13/02
19:57

Si, dormi bien anoche al final, me tome un calmante y se me paso el dolor d espaldas, gracias
x preocuparte por mi al final no sos tan duro como parecias. Sos un dulce. Mañana t llamo
directamente asi hablamos

De: Alejandra
16/02/
11:30

111
¿Cómo andas che? el miércoles vamos a jugar al futbol con los muchachos, en la cancha de
siempre ¿te copas?

De: Riqui
16/02/
16:43

Después te confirmo bien la hora, pero seguro va a ser a las 8 de la noche, 8:30 como mucho,
porque mas temprano se hace imposible. nos vemos.

De: Riqui
16/02/
16:52

Dale, me encantaria ir al cine, asi variamos. Pero ya sabes ke películas dan? Trata de
conseguir un diario, y si no no importa porque nos fijamos alla mismo.

De:Alejandra
17/02
20:34

¿Y recien te das cuenta ke escribo asi? ke keres, si tengo ke poner cada acento tardo una hora,
y prefiero escribir rapido cometiendo errores. Te aviso ke no me gustan las pelis romanticas.
me gustaría ver una d terror.
De: Alejandra
17/02
20:43

112
Sos un garca fabián, no viniste a jugar al fútbol. Seguro q andas enganchado con la mina esa q
conociste en el boliche. Menos mal q había uno afuera de la cancha mirando y lo hicimos
jugar, si no iba ser desparejo. Igual está bien, vos “telo” perdiste, seguro q por ir a uno
¿entendés el chiste? De ahí nos fuimos a comer un asado a lo de Dieguito, qué le vamos a
hacer, otra vez será

De: Riqui
19/02
13:45

No, no te lo digo para hacerte sentir mal, pero espero q la semana q viene no nos falles. Si
estas caliente con esa mina está todo bien, pero me avisás q no podés y listo. Nos vemos.

De: Riqui
19/02
14:02

Hola Fabi ¿Cómo estas? Quiero que nos veamos. Tengo que decirte algo importante ¿podes?

De: Alejandra
20/02
20:31

Bueno, si vos lo pedis te lo digo asi, x mensaje, despues de todo no es tan grave: en realidad
no me llamo Alejandra, mi nombre verdadero es Natalia
De: Alejandra
20/02
20:48

113
Ah, estas aliviado, seguro ke creías ke estaba embarazada, no, x suerte se tomar las pastillas. x
lo ke veo no te afecto lo d mi nombre. Cuando t vea t explico bien xq lo de decir que me
llamo Alejandra. Un beso Fabi, te kiero.
-----------------------------------------------------------------------------------------------------------------

De: Alejandra
20/02
20:56

Hola, ¿como estas? Tengo ganas de estar apretadita a vos, ¿vos no? ¿Cuándo nos vamos a ver,
mi potro?
-----------------------------------------------------------------------------------------------------------------
De: Nati
24/02
22:43

Hola amor, feliz cumple :–), te deseo un montón de cosas lindas, xq te lo merecés, te amo,
espero ke empieces lindo el día, besos y nos vemos mañana
De: Nati
15/04
00:08

Buen día, Fabi, te extraño, te daría ahora mismo unos besitos x el cuello, te mordería
suavecito x los hombros, besos x el pecho, el ombligo y un poquito más abajo, t quiero
mucho, cuidate.
De: Nati
24/05
11: 06

114
Hola Fabián, quiero decirte que te quiero cada dia +, y me doy cuenta porque estoy pintando
mejor que nunca, este estado de felicidad me lleva a pintar paisajes hermosos, lugares
mágicos que seguro llevo en la cabeza desde siempre metidos, y necesito del amor para poder
expresarlos. Un beso. Cuidate.
De: Nati
02/06
19:30

¿Sabes que? Aunque no lo creas estoy empezando a amarte, pero amarte en serio. Por vos
pienso dejar de lado definitivamente la vida que llevaba hasta ahora. ¿ké pensás? ¿podremos
pensar en planear algo serio, algo a futuro, puedo por primera vez en mi vida confiar en
alguien por completo y entregarme también por completo. ¿Puedo o no? Pensalo bien antes de
responderme, no contestes sin ser antes sincero con vos mismo
De: Nati
13/06
22:33

Está bien, si no keres responder ahora no lo hagas, te quiero mucho


De: Nati
13/06
22:38

¿Por ké me cortaste? Andas muy despreciativo últimamente, y me parece ke esquivo también.


¿Que es lo que te molesta de mi? Pero no me lo respondas ahora a traves de un Msm. Lo q
tengas q decir guardatelo para decírmelo en la cara cuando nos veamos
De: Nati
07/07
23:45

115
Hola Fabi, cómo estás. Yo todavia no me puedo sacar de la cabeza las rubias que nos
comimos el otro dia en la fiesta que organizó Riqui. Vos seguis con esa Natalia? Estaría
bueno vernos de nuevo con las rubias.
De: Dieguito
08/07
12:42

Qué te pasa que no me llamas mas. Ya no me keres, no? Tan poco te duró el entusiasmo?
De: Nati
09/07
19:23

Qué mal che, que bajón. ¿Así que la rubia te dio vuelta la cara? A mí me fue bien con la mía.
Pero no pasa nada, no te preocupes que vos tenés a Natalia, la llamás, le decís un par de cosas
lindas y ya tenés la diversión asegurada, ¿no te parece?
De: Dieguito
10/07
11:11

¿q te pasa ahora q me decís que me amás, después de tanto tiempo q no me respondés los
mensajes? ¿te agarró de golpe el apuro? ¿me querés de repente o te dejó la otra q seguro q
tenías? Por mí te podés ir a cagar, sos un forro Fabián, ni bien te plantié algo serio comenzaste
a escaparte, ahora te jodés, vas a tener que hacerte la paja.
De: Nati
11/07
19:57

116
Dejá de hostigarme, kerés, o voy a tener que llamar a la policía, y no te hagas el vivo porque
las compañias telefonicas guardan todos los mensajes que uno envía, y con una orden judicial
voy a poder demostrar que me hostigabas con insultos y amenazas, así que andá bajando los
humos. Este es el último mensaje mio que vas a recibir, porque cambio de chip. ¿Ahora
entendes por qué no doy mi nombre verdadero ni bien conozco a la gente? Y ni siquiera hacer
eso me sirve, porque cuando entro en confianza me entrego por completo, con toda mi
identidad, y siempre termino decepcionada.
De: Nati
16/07
21:28

117
SÉPTIMA PARTE
EN BLANCO

118
¿He de irme como las flores que perecieron?
¿Nada quedará de mi nombre?
¿Nada de mi fama aquí en la tierra?
¡Al menos mis flores, al menos mis cantos!
Aquí en la Tierra es la región del momento fugaz
Ayocuan “Poema” (Siglo XV d.c)

¿qué pasa? ¿estoy loca? ¿me quedé ciega así de repente? ¿no estaba bailando
yo?
no puedo moverme, estoy mareada, tengo calor, algo se agita dentro
de mi cuerpo ¿qué es? oigo una música muy fuerte (!) ¿no pueden apagar esa música? estoy
aturdida, voy a gritar, sí, grito (!) ¿fue audible ese grito? no tengo aliento, no puedo hablar,
hay muchas sombras, alguna luz, deseo moverme, muevo un dedo, el meñique ¿de qué mano?
no lo siento, no tengo cuerpo, esa música, los murmullos, rayos de colores se mueven
alocados…(!)… calor, mucho calor ¿nadie me escucha?
una niña muy pequeña, de labios abultados, me sonríe, se inclina ante mí, me palpa la cabeza,
arde ¿quién es esa niña preciosa? me toca la frente, siento su energía atravesando mi cuerpo,
parte por parte, me toma de la mano, ayuda a aligerar mi cuerpo duro como aferrado al suelo,
¿quién es esa niña luminosa? es muy linda, tiene una cara resplandeciente de inocencia,
cabellera muy larga, vestido blanco, limpio, alas doradas de papel, la tomo de la mano y floto,
llena de su confianza, la música horrible se apagó, flotamos, somos seres alados, veo luz,
inunda mis sentidos, el calor de la niña, de su mano a mi mano, de mi brazo a la cabeza, muy
linda sensación flotar a través de este espacio cálido, y murmullos pero ya no importan, ya no,
la gente no es nada para mí, sólo la niña de mi infancia, una certeza repentina: el tiempo no
existe, todo es un vértigo con aires de eternidad, una suave brisa agita nuestras melenas, la luz
aumenta, sol muy fuerte, una playa, la niña alegre camina de la mano de un hombre y de una
mujer, un carrito de churros, el gesto del vendedor, el gusto dulce, sabroso, una pelota
playera, el agua en los pies, las olas pequeñas, el zumbido de la caracola en la oreja, el rugido
del mar, la arena húmeda, un balde, una palita, un torpe castillo, una llovizna, una sombrilla,
un arcoíris espléndido, una carrera, el mar, una ola inmensa, un susto, un encuentro, abrazos,
alegría, flotamos contentas, nos hundimos lentamente en las aguas, morada, luz que nos
cobija, no necesito nada más estando tomada de esta mano, nos soltamos, alguien se la lleva,
el vestido se le tiñe de púrpura, se aleja con su mirada triste, ¿quién se lleva a ella y a mi

119
infancia?, pena inmensa, opresión en el pecho, respiración entrecortada, no puedo llorar, la
angustia crece como un monstruo maligno, inflama el globo que llevo dentro de mi cuerpo,
deseos insoportables de gritar, tengo calor, quiero irme de acá, alejarme del murmullo (!)
¿qué pasa?
no veo nada
estoy ciega
los sonidos se apagan
sorda
no, no, hay algo
un hilo de a g u a
un bosque
un árbol inmenso
¡y la niña del vestido blanco!
me miro las manos, extiendo mis brazos, observo el vestido, mis pies que se alejan
mis piernas se estiran
los pechos me crecen, se vuelven visibles
el vestido se tiñe de rojo
hay pupitres entre la hierba, muchachos sin rostro a la sombra de unos bananos, un profesor
muy joven y atractivo con una manzana mordida en la mano, colillas de cigarros por todas
partes, un lavabo, un tomate aplastado, repulsivo
¿y el pizarrón? ¿dónde está el pizarrón?
está frente a mi vista, mis compañeros expectantes arrojan su mirada sobre mí;
tomo la tiza, dibujo un hombre desnudo, sin sexo; risas de mujeres me festejan; arrepentida,
borro la cabeza del hombre y dibujo la de un toro, y le agrego un sexo que se desparrama
hasta sus pies, los varones se ríen, se codean, todo se desvanece, estoy en el bosque sola,
desnuda; a mi lado una cama: me recuesto, rugidos de león, me cubro con las blancas sábanas,
tiemblo, presiento que la bestia me acecha, dibujo una jaula, encierro al león, soy una
estúpida, estoy acostada dentro de la jaula, no puedo moverme, me muerde la nuca, mastica
parte de mi cerebro, ¡qué calor!, me duele la cabeza, no veo nada (!)
¿qué hacen estos pínceles en mis manos? quiero pintar, mis
músculos no responden, hay varios tarros, todos con pintura roja, se derraman sobre el lienzo,
cubriéndolo por completo, qué calor, qué cielo rojizo tan vivaz, hermoso, el pensamiento se
hace más pausado, más débil, soy una beba esperando a alguien que me amamante, floto, me
elevo en vertical, ya no siento ninguna parte de mi cuerpo, el rojo se suaviza, se torna naranja,

120
se amarillea, termina en un blanco resplandeciente, voy hacia ese sol líquido, nado, nado en
puro blancor, me desvanezco… ya… no… … … … … … …

121
ULTIMA PARTE
IMÁGENES

122
Observé atentamente la numeración en la placa: los cuatro dígitos coincidían
con los que llevaba anotados en el papelito. Tomé aire varias veces en forma pausada, y
cuando sentí que ya estaba más calmo, posé los nudillos sobre la puerta y golpeé. Segundos
después la puerta se abrió, ofreciéndome la imagen de una mujer y un hombre ya entrados en
la ancianidad.
–Permítanme presentarme– dije, no sin algo de atropello– me llamo Tomás
González, yo fui compañero de Natalia en el taller de pintura, supongo que, si la dirección que
me dieron no es incorrecta, ustedes son sus padres.
–Efectivamente– gruñó el hombre, y agregó– ¿qué necesita?
–Gusto en conocerlos– dije, intentando romper el hielo– Siempre me quedé
mal por no haber podido asistir a su velatorio y a su entierro…
–Sí– acotó la mujer, con voz poco o nada entusiasmada– verá joven, resulta
que estábamos muy conmocionados por los hechos, y quisimos mantener todo en familia.
–Es lo que supuse, y creo que es más que comprensible; por eso vine ahora,
luego de más de tres años de los sucesos. Siempre quise darles mi más sentido pésame, pero
hasta hace poco no tuve el coraje de averiguar su dirección. Quiero que sepan que quienes la
conocimos nunca nos olvidamos de ella… su valor, tanto humano como artístico, era
enorme… además, no sé si lo saben, ella no era sólo artista plástica, también era poeta.
Me miraron sorprendidos, pero la mujer se repuso rápidamente y dijo:
–Sí, sabíamos algo. A veces, al entrar a su cuarto, la encontrábamos
escribiendo en cuadernos, pero ella de inmediato cubría con sus manos las hojas, como si se
tratara de algo sagrado o muy personal. Después de su muerte encontramos muchos papeles;
en algunos había escritos sobre su vida íntima, en otros poemas. Lo que nos sorprende es que
usted lo sepa, siempre creímos que Natalia lo había mantenido en secreto.
–Y creo que lo mantuvo, excepto conmigo. Pero esto es fácil de explicar:
quienes escribimos poesía tememos abrirnos a los demás y ser incomprendidos; como yo
también solía escribir en esa época, cierta vez le mostré algunos de mis poemas; ella se
entusiasmó y me confesó que también gustaba de la poesía. No le dedicaba todo el tiempo
que hubiese deseado, porque francamente estaba más volcada a esa poesía visual que eran sus
cuadros, y no se equivocaba, ya que tenía mucho más talento para las artes plásticas que para

123
las letras, pero no me malinterpreten, sus poemas también tenían cierto valor, y con el tiempo
sin duda hubiera llegado a ser buena también en eso, pero el destino toma a veces senderos
incomprensibles…– observándoles el rostro me callé, sintiendo verdaderamente que los
aburría con mis palabras. Tal vez para acabar con el silencio incómodo que se generó, me
ofrecieron pasar a la casa: algo nervioso y desganado, acepté. Ya adentro, mientras me
hablaban de las virtudes que había poseído su hija, volqué mi atención en las innumerables
fotos que empapelaban las paredes de la sala: Natalia a los 6 o 7 años de edad, vestida de
ángel, con un vestido blanco y alas doradas; Natalia adolescente sacando pecho, mirándose
orgullosa al espejo; Natalia bailando en una fiesta familiar encima de la mesa, ante la atenta
mirada de sus padres; Natalia sonriente, descalza y en traje de baño; Natalia en un primer
plano, refunfuñando; Natalia haciendo un clavado en un balneario, observada por muchachos
y muchachas; Natalia abrazada a una compañera que le acaricia el pelo; Natalia junto a una
ventana un día de lluvia, con mirada melancólica; Natalia maquillándose, coqueteando a la
cámara; Natalia en alguna tarde remota de la infancia, haciendo pompas de jabón con un
alambre; Natalia niña, desnuda de la cintura para arriba, acariciando un perro; Natalia
desbordante de felicidad, pincel en mano, rodeada por varios de sus cuadros; Natalia en el
momento feliz de saborear un cucurucho; Natalia con anteojos, una pila de libros entre las
manos, mirando con picardía hacia la cámara; Natalia vestida con calzas de un color chillón,
haciendo la vertical contra una pared. En fin, eran tantas las fotos, tantos los girones de vida
encuadrados y pegados en esas paredes, tan intensos los pensamientos y sensaciones en que
me vi inmerso, que de pronto me sentí mareado; perdido entre la euforia y el estupor, mis
piernas se aflojaron por un instante. Notando mi debilidad, la mujer me ofreció un asiento.
Poco después me traía un vaso de agua. Le dije gracias, mirándola a los ojos, y noté en su
mirada la misma expresión inefable que supo tener Natalia en sus instantes más inspirados,
con el pincel desbocándose sobre el lienzo, imprimiéndole a la tela sus mejores fantasías; la
misma expresión que en los momentos en que me recitaba sus versos con voz temblorosa,
álgida. De inmediato esos recuerdos me devolvieron a la vida, eso sí, a una vida llena de dolor
pero también llena de esperanzas, porque bien sé que la magia puede resucitar en cualquier
momento, transitando una calle equivocada, sentado a la sombra de un café perdido, o como
al desgaire, apretado entre el gentío de un subte, o en medio de un sueño reparador. El resto,
lo que le dije a los padres (antes de salir nuevamente a la intemperie del mundo y de los días),
para reconfortarlos, no tiene importancia. En cambio sí es fundamental recordar siempre estos
versos de Natalia, que permanecen inmutables en mi memoria, con el exacto tono de voz y
ritmo en que fueron expresados:

124
“El camino no ha sido marcado
nuestra voluntad lo traza con mano temblorosa
a cada instante:
nada se ha perdido salvo el pasado
y puede matarse la memoria”

125
INDICE

PRIMERA PARTE: TAN SIMPLE COMO ESO…………..………………………………….. Pág. 3


SEGUNDA PARTE: LA EDAD DESEADA……………..……………………………………. Pág. 21
SEGUNDA PARTE: EL DIARIO DE JOSEFINA.…………………………………………..Pág. 43
CUARTA PARTE: NADA ETERNAMENTE……………………………………………... … Pág. 54
QUINTA PARTE: PORMENORES DE UN EXCÉNTRICO RESENTIDO………………. Pág. 61
SEXTA PARTE: MENSAJES EN UN CELULAR…………………………………….…….Pág. 109
SÉPTIMA PARTE: EN BLANCO……………………………………………………….…….. Pág. 118
ÚLTIMA PARTE: IMÁGENES…….………………………………………………………….. Pág. 122

126
127
Averiguar sobre el concurso “premio municipal de literatura para novela inédita” y sobre el
concurso del fondo nacional de las artes. (se puede esperar hasta el año que viene para mandar
la novela al FNA) Averiguar sobre concursos de novela

Llevar a de editoriales. BAJO LA LUNA, ETERNA CADENCIA, INTERZONA, BEATRIZ


VITERBO, EL CUENCO DEL PLATA

128

También podría gustarte