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La Modernidad supuso una nueva forma de dominación que implicó, por un lado, la separación
entre el poder político y el poder eclesiástico y, por otro, abonó a la concentración del poder
disperso de los feudos a partir de la conformación de Estados Nacionales. Este proceso vino
acompañado de un cambio en la forma de relación entre gobernantes y gobernados, donde era
necesario reemplazar los viejos vínculos personales de fidelidad que articulaban el orden antiguo
por lazos de cohesión a partir de un sentimiento de pertenencia a una nación. De este modo, se
consideraba imprescindible la necesidad de educar al soberano generando una conciencia
nacional que tuviera como referencia un pasado común y permitiera forjar la identidad nacional.
En este sentido, en la modernidad se crea una red de instituciones destinada a socializar a las
nuevas generaciones en los principios, los valores y las reglas del nuevo orden, de modo que
éste fuera internalizado y naturalizado, para poder gobernar hombres libres e iguales (Rose,
1997). Es así como, los sistemas educativos fueron constituidos en los inicios de la Modernidad
y estuvieron fuertemente articulados con el proyecto moderno de construcción de la legitimidad
de este nuevo orden y de su sujeto político: el ciudadano. Entonces, el orden moderno dotaba
de sentido a la institución escolar frente a la nueva organización política y social que se articulaba
con el modelo económico capitalista.
En términos globales el éxito de la escuela como modo de socialización hegemónica en la
modernidad resulta indiscutible y está fuertemente vinculada con su capacidad para materializar
los valores de la modernidad en la medida que posibilitó el acceso a la ciudadanía, al trabajo, a
la cultura y alzaba la promesa del progreso individual, es por eso que el sistema educativo fue
muy valorado por la sociedad en su conjunto (Tiramonti, 2004). Asimismo, se depositó en la
escuela la tarea de garantizar la igualdad de oportunidades, bajo el supuesto que, de este modo
se terminaría con las diferencias sociales de origen y con los límites que los estamentos les
asignaban a los distintos grupos sociales en el medioevo. Sin embargo, la desigualdad socio-
económica de los ciudadanos pasó a explicarse por el principio del mérito. En este sentido, la
meritocracia, como ideología triunfante de la modernidad, expresa la creencia en un progreso
indefinido donde el mérito ubica a los individuos en el lugar que le corresponde en función de sus
capacidades (Hobsbawn, 1964). Esta ideología le otorgó a la escuela la potestad de decidir
quienes tenían la capacidad y las habilidades para obtener las credenciales que les permitieran
ocupar las posiciones claves de la estructura social, a través de la aplicación de estrategias de
selección.
BIBLIOGRAFÍA:
DUBET, François (2018). Los desafíos de la justicia escolar. Ciudadanías. Revista de Políticas
Sociales Urbanas N°3, 2do semestre 2018 (pp. 7-24)
MATERIAL DE CONSULTA:
BECERRA, Manuel (2020) ¿Por qué no abrimos antes google classroom? Disponible en:
http://revistaanfibia.com/ensayo/no-abrimos-google-classroom/