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Historia Social de la Educación II

Bloque I – Texto 3

“Ampliar la Nació n”
Annino, Antonio

La Crisis del Consenso Liberal

A lo largo de las tres primeras décadas del siglo XX se fue consolidando en la América
Hispánica una nueva idea de nación con fuertes rasgos antiliberales. Los protagonistas de este
cambio fueron las capas medias intelectuales urbanas en mayor parte muy jóvenes, que
buscaron en la política y en las artes un camino hacia una nueva identidad nacional.

El protagonismo de las capas medias urbanas en los años veinte fue una manifestación de
disconformidad política en contra del orden liberal que se había consolidado en las dos últimas
décadas del siglo XIX. Compartían la idea de una nación liberal decimonónica como algo
restringido, inacabado, incapaz de expresar la verdadera identidad nacional. En estos a ños, la
palabra “oligarquía” asume un papel central en los idiomas políticos.

Los jóvenes intelectuales denunciaron la involución del liberalismo continental hacia


regímenes cerrados en si mismos, dominados frecuentemente por presidentes fuertes, que
controlaban las elecciones y tomaban sus decisiones por encima de los congresos. De ahí las
reiteradas denuncias en nombre del Pueblo contra la Nación de los propietarios liberales, y la
búsqueda de una nueva idea de Nación, más amplia y por ende popular.

A los jóvenes ideólogos antiliberales, la comunidad campesina les apareció como un sujeto
originario y culturalmente homogéneo, susceptible por tanto de ser el fundamento de la
verdadera Nación. El indigenismo en México y Perú tuvo el importante papel de sentar las
bases del nacionalismo.

Antes de la quiebra de 1929 y de los nacionalismos antiliberales, América latina fue sacudida
por una oleada de revueltas rurales. La más famosa fue la mexicana.

Un dato a destacar es que entre 1850 y 1900 la población del continente latinoamericano pasó
aproximadamente de 30.5 a 61.9 millones de habitantes, mientras que el incremento entre
1900 y 1930 fue del 68%. El fenómeno fue más acentuado en los países del cono sur debido a
las olas de inmigrantes europeos.

Durante los primeros años del siglo XX sucedieron rebeliones agrarias. La violencia de los
estallidos sugiere además que a partir de los últimos años del siglo XIX algo se había roto en
los equilibrios existentes. El ya citado incremento demográfico fue sin lugar a duda un factor
desencadenante, más si consideramos las pautas de crecimiento del comercio interior
estimulado por los ferrocarriles. Los estudios indican a este propósito dos hechos claves: un
alza de los precios y una baja de los ingresos de la población rural.
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Los desequilibrios en el campo evidenciaron un gran límite de la experiencia liberal. El


proyecto de una Nación de propietarios medianos que debían conformar una nueva sociedad
civil, se transformó en una Nación de unos pocos grandes propietarios. La experiencia liberal
fue considerada como un fracaso histórico. Sin embargo, el proyecto liberal en muchos países
tuvo un fuerte apoyo popular hasta las últimas dos décadas del siglo XIX, cuando el
reformismo se transformó en la rígida ideología de un orden social sin cambios. Los liberales
latinoamericanos miraban a Francia, Inglaterra, y a EEUU, como a modelos que había que
imitar para lograr la civilización moderna, pero los fundamentos de los regímenes
decimonónicos fueron de matiz hispánica. Muchas constituciones latinoamericanas fueron
inspiradas en las constituciones de aquellos países.

Paradoja apartente, el consenso hacia el liberalismo disminuyó considerablemente cuando los


gobiernos lograron sentar las bases de un orden nacional estable. El desarrollo hacia final del
siglo de verdaderas políticas fiscales, la consolidación de un presupuesto, y en algunos países
como Chile, Argentina, Venezuela, Colombia, la formación de ejércitos más autónomos
institucionalmente frente a las élites locales, modificaron los sistemas de lealtades entre los
centros y las periferias nacionales. Las tradicionales autonomías locales, fundamento del
consenso liberal, empezaron a ser cuestionadas. Muchos actores empezaron a defender sus
intereses apoyándose directamente en el estado y en sus instituciones, debilitando así las
antiguas prácticas negociadas con las comunidades campesinas.

En los países donde se desarrollaron las academias militares con la ayuda de técnicos europeos
(alemanes y franceses); se crearon las condiciones para destruir las bases de poder de los
caudillos regionales, cuyo apoyo había sido a veces determinante para la causa liberal. En los
primeros años del siglo XX empezó a perfilarse así un fenómeno que en dos décadas adquirió
un papel clave: la intervención autónoma de los militares en la arena política.

La Nación Nacionalista

En los últimos años la historiografía define con la palabra “nacionalismo” todos los procesos
de construcción de las identidades colectivas modernas, asociadas a un proyecto de estado-
nación. Se han enfatizado los intentos de imponer una cultura superior y única a sociedades
con una pluralidad de culturas, y se ha puesto de relieve el papel de los sistemas educativos. El
fenómenos nacionalista cubre así un arco cronológico de casi dos siglos.

Los intelectuales de las capas medias urbanas libraron una fuerte batalla política y cultural
para “ampliar la nación”. A lo largo del siglo XIX la construcción de una identidad nacional
en los distintos países de Hispanoamérica utilizó a menudo modelos culturales europeos y en
parte norteamericanos. La meta imaginaria fue lograr ser como Francia o Inglaterra, aunque
este suceso implicó en muchos casos el rechazo del pasado colonial o precolombino. Los
festejos para el IV centenario del primer viaje de Colón, o las ceremonias para los primeros
centenarios de las independencias, nos muestran como en la construcción de nuevos lugares de
la memoria nacional, se juntaron reivindicación del pasado y entusiasmos europeizantes.

La cultura de los años veinte cuestionó radicalmente este modelo de conciliación entre pasado,
presente y futuro: los intelectuales que buscaron ampliar la nación tomaron actitudes
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antieuropeas y hasta antioccidentales. Se busca el elemento “originario” de la nación, como


alfo que se contrapone a las demás identidades existentes. Los años 20 marcaron un nuevo
rumbo en el itinerario iberoamericano en la idea de nación.

Hay un desfase entre el movimiento de las ideas y los demás procesos. Durante las dos
primeras décadas de este siglo, sigue en pie el proyecto de una nación de propietarios. Con
muchas variantes, desde México hasta Argentina, la crisis del consenso liberal no cuestiona la
centralidad de la tierra como fundamento de viejas y nuevas formas de identidad colectiva.

Una de las grandes diferencias entre la intelectualidad nacionalista americana y la europea de


la época es que si bien las dos comparten una actitud muy crítica frente a la tradición liberal,
la idea de ampliar la nación se mide con dos realidades bien distintas, que van a marcar otros
tantos rumbos a un tema clave de las culturas nacionalistas: la modernidad. Esta palabra
encierra para los intelectuales europeos de los 20 un conjunto de valores indisolublemente
vinculados con el mundo de la industria, o más bien de la sociedad industrial. La mirada de los
intelectuales de la América hispánica es distinta: la modernidad es la lucha contra el latifundio
como lo muestra el ejemplo de México y de su revolución. De ahí que el otro gran tema de la
época, el descubrimiento de las masas como sujetos nuevos de la política, adquiera en América
un perfil distinto: el crecimiento de la población entre 1870 y 1920 provoca una presión sobre
la tierra y una fuerte inmigración hacia las ciudades. La urbanización hispanoamericana no es
producto de la industrialización sino de una crisis del mundo rural que se desarrolla a lo largo
de todo el siglo XX, marcando profundamente las percepciones de los actores involucrados en
el fenómeno. Las masas urbanas del continente son preindustriales, actúan muchas veces con
modalidades diferentes de las expectativas de los nuevos grupos intelectuales.

El problema del régimen político

¿Cómo se da el gran salto hacia el nacionalismo institucional de los años 1920-40? ¿En qué
medida se realizaron las expectativas de los intelectuales?

Se consolida un tipo de régimen totalmente distinto de lo imaginado, que no tiene ninguna


reorización previa, ningún padre intelectual, ninguna filiación directa o supuestamente tal: el
populismo.

Entre el nacionalismo de los 20 y el de los 40 hay que situar un acontecimiento igualmente


imprevisto que modificó el itinerario de la problemática nacional: la crisis de 1929. La
percepción del definitivo fin de una futura nación de propietarios sólo se vuelve clara a partir
de esta crisis externa al mundo hispanoamericano. La deslegitimación del libre comercio y de
las alianzas económicas internacionales obligan a las elites a desarrollar una reflexión nueva
(para ellas) sobre los nexos entre estado y nación. Se produjo un rápido deterioro de las
economías latinoamericanas después de 1929.

Los países más autónomos pusieron en marcha contra ellas políticas económicas, monetarias y
fiscales, como el abandono del patrón oro, la liberación de la emisión monetaria, el control de
cambios, la suspensión temporal del servicio de la deuda externa. Estas medidas condicionaron
las actitudes de las élites, ya entre los años 30 y 40 hay como una convicción común que las
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respuestas a 1929 representan la primera etapa de una conquista o reconquista de la soberanía


nacional.

Después de la gran crisis de 1929 la percepción de la identidad nacional como baluarte para la
defensa de un patrimonio común frente a las amenazas externas sale de los ámbitos
restringidos de los grupos intelectuales para ingresar tumultuosamente en los de la política de
los estados. Tumultuosamente porque los procesos de redefinición de lo que es o no “nación”
empiezan por primera vez a tener peso en los conflictos políticos internos de cada país, a tal
punto que las décadas siguientes a 1929 son una etapa de fuerte inestabilidad política.

Los partidos latinoamericanos de los 40 son mucho más débiles, mucho más parecidos a los
del siglo XIX, elitista, electoralista, no muy vinculados a programas que no seas genéricos. En
fin, el perfil fundamental sigue siendo el de partido de notables, en el sentido que la lealtad
local o particular prevalece sobre la “nacional”.

¿El Estado actor supremo?

Hacia los años 40 las naciones nacionalistas son distintas de las imaginadas por las nuevas
generaciones de intelectuales antes y después de la gran crisis de 1929: muchos rasgos del
pasado liberal, permanecen todavía fuertes y capaces de limitar los cambios impulsados por
distintos grupos sociales y políticos.

¿En qué medida se puede hablar, como se hace, de un fortalecimiento del Estado después de la
gran crisis de 1929? Los Estados tienen una capacidad de coacción que en siglo XIX no
existía. Guerras como la del Pacífico y la del Chaco han impulsado la institucionalización de
las Fuerzas Armadas.

En las dos décadas que preceden la segunda guerra mundial, se afirma un idioma que se puede
definir “estatalista”, que construye una imagen del Estado como un actor por encima de las
partes y al que todos hacen referencia para legitimar sus actuaciones.

Aparecen proyectos de cambios radicales y revolucionarios, de izquierda como de derecha.


Son bien conocidos los intentos revolucionarios de los socialistas, comunistas, y hasta
anarquistas. Sin embargo, hubo también movimientos de derecha que se inspiraron en las
experiencias fascistas europeas.

Los resultados de las medidas económicas tomadas por las élites son positivos para las viejas
clases, porque se logra desarticular el conjunto de fuerzas sociales que habían lanzado el reto a
los equilibrios de la época liberal. Si se acepta como fecha símbolo 1929, los fundamentos del
orden pos-liberal empiezan a vislumbrarse entre 1935 y 1940 tras la derrota de los intentos
reformistas o revolucionarios de los radicalismos de izquierda o derecha.

En vísperas de la segunda guerra mundial las capas medias ya no monopolizan la idea de


nación nacionalista. El proyecto, o mejor dicho, el discurso nacionalista esta en las manos de
los militares, de una parte de las élites terratenientes, y de las burocracias estatales que lo
difunden a otros actores, como los sindicato y los grupos marginales de las áreas urbanas. Es
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un hecho que este discurso tan radical formalmente no se traslada a las áreas rurales con la
notoria excepción de México.

Las capas medias están políticamente fragmentadas tras los intentos radicales de los años 20 y
30, y pueden ser recuperadas por el nuevo orden gracias a las nuevas políticas redistributivas.
El consenso de las capas medias es importante para consolidar la imagen de un “Estado
fuerte”, a pesar que la realidad sea bastante diferente.

Lo que sí es fuete, a partir de los años 30, es el poder presidencial. Existe ya una tradición,
bien conocida, acerca del “señor presidente” en las repúblicas latinoamericanas. Después de la
gran crisis de 1929 la figura del Jefe del Estado adquiere una relevancia extraordinaria. A
partir de la crisis de 1929, el poder presidencial ya no modera solamente, sino que tiene que
movilizar directamente muchos recursos para garantizar el nuevo orden.

En los años 20 se puede apreciar una mayor difusión de las organizaciones sindicales a lo
largo del continente. Los regímenes de los años 30 y 40 transforman los sindicatos en una
institución gubernamental para controlar las capas populares urbanas. El consenso que se
logra se explica con el mecanismo redistributivo que ejercen los sindicatos acceso a la
ocupación para los que se vinculan a la institución bajo cualquier forma defensa corporativa de
los salarios y facilidades de consumo ya que el sindicato reserva a sus miembros cupones para
los alimentos, organiza vacaciones, formas asociativas, etc.

Todos los regímenes de la época hasta los más radicales y carismáticos, como el peronismo o
el de Vargas, no “exportan” los modelos de movilización política al campo. Las áreas rurales
quedan fuera de la sindicalización, con la notoria excepción del México cardenista.

Los llamados populismos constituyen un tipo de regímenes fundamentalmente mixtos, unos


híbridos de sistemas “notabiliarios” y de burocracias con cierta base popular. Los regímenes
posliberales representan una coalición y un compromiso entre actores sociales y políticos muy
diferentes entre sí, cuyo éxito se debe fundamentalmente a la coyuntura internacional (la crisis
y la 2da. guerra mundial) y a su capacidad de aislar las fuerzas que habían amenazado el orden
social.

El nacionalismo triunfó definitivamente tras la gran crisis de 1929, y con el nacionalismo se


popularizó un nuevo imaginario político con sus dos pilares: el Estado fuerte y la nación
ampliada o más bien renovada.

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