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¿Qué representa los celta?

Los celta puede verse como un espíritu instintivo y poco amigo de los formalismos,

una imaginación tendente a lo fantástico, una natural inclinación por lo

sobrenatural y las transformaciones personales, hasta llegar a la metamorfosis,

y una amistad por las zonas húmedas y brumosas. Todo esto parecía darse en el

oeste de Europa, ya que fue el lugar donde se asentaron los celtas durante más

tiempo, así como la región en la que mejor se percibe, en la actualidad, esta

sensibilidad. los celtas producían una artesanía superior, que correspondía a un

universo que pocas veces formó un estado, mucho menos un imperio, como

tampoco una nación; sin embargo, dio forma a una cultura común, que llegó a casi

todos los rincones de Europa, aunque pareciera sentir una preferencia por los

países occidentales. Su influencia se manifestó como una siembra mágica,

realizada por medio de conquistas, asentamientos más o menos prolongados o

incursiones sin grandes consecuencias. Puede afirmarse que los celtas fueron

creadores de líneas y volúmenes, los cuales eran manejados con una libertad de

invención que no tuvo equivalentes en el arte antiguo. También su filosofía

mostraba una gran novedad, al tornar como ejemplo la Naturaleza, en especial las

masas arbóreas, a las que terminó por individualizar, con el propósito de asignar

una especie a cada uno de sus hijos.

Todo lo anterior se debió a que la sociedad celta había sido perfectamente

estructurada, de tal manera que las clases superiores daban trabajo a los artistas

y, al mismo tiempo, educaron a su pueblo para que gustase de las formas


armoniosas, creyera en el trabajo colectivo, confiase en la magia y convirtiera su

destino en una proyección hacia lo infinito. Además, sintiera tanto amor y respeto

por lo suyo, que lo defendiera hasta con la vida, como una necesidad digna de ser

transmitida de padres a hijos, en una cadena tan firme e irreductible, que ha

perdurado, en muchos países, hasta nuestro tiempo.

Necesidad de vivir con el mito

Al estudiar la existencia de los celtas aparece más el mito que lo real,

dando idea de que este pueblo acostumbraba a servirse de la imaginación para

interpretar lo que veía. Quizá por eso ha perdurado más que ninguno, gracias a

que su influencia llegó por las vías subterráneas del espíritu, conquistó la

sensibilidad de las gentes y moldeó una esencia digna de ser perpetuada, al

contener lo más puro y, al mismo tiempo, lo más enigmático del ser humano:

Querer reunir a todas las tribus celtas que poblaron Europa en un solo

grupo daría pie a una falacia, ya que nos encontramos con una diversidad de

características físicas, de comportamientos y de costumbres muy heterogéneas.

Sin embargo, se puede encontrar una raíz ideológica común: el deseo de

organizar una sociedad ideal sin perder el concepto del heroísmo, a pesar de que

quienes alimentaban esta idea fueran ganaderos, agricultores, cazadores o

comerciantes.
Otro punto en común de todos ellos era su adoración a unos dioses relacionados

con los bosques, a los que llegaban a ofrecer sacrificios humanos. La evidencia de

que no se sentían hermanos de razas la tenemos en los centenares de guerras

que libraron entre ellos y, en un plano más tribal, con la facilidad que peleaban por

un simple insulto.

A lo largo de su época más gloriosa, los celtas ejercieron una gran influencia sobre

toda Europa. Como eran unos grandes herreros y forjadores, llevaron estas

tecnicas por el norte de los Alpes y el suroeste del continente. Así los campesinos

de la Galia o de la Península Ibérica pudieron utilizar arados y guadañas de hierro,

a partir del momento que se unieron, en muchos casos luego de ser invadidos por

la fuerza, a estas tribus extranjeras. También consiguieron mejorar, entre otras

cosas, los carros tirados por bueyes al montar la llanta sobre el aro de la rueda en

el momento que era sacada, todavía caliente, de la fragua. Unos vehículos que ya

podían circular por caminos pavimentados con troncos, piedras y matorrales.

Una característica muy peculiar de los celtas era su adaptación a los lugares

donde llegaban, sin dejar de mantener sus esencias básicas. Lo mismo que

ellos sabían transformar muchas de sus costumbres, lograban que los nativos

tomaran un gran número de las suyas, en una simbiosis cuyo mejor ejemplo lo

tenemos con los celtibéricos. En este caso resultó tan profunda la conjunción que

dio pie a una nueva cultura y, al mismo tiempo, a una raza distinta. Los

arqueólogos dividen las primeras fases de la prehistoria celta en los periodos de

Hallstatt (700-500 a.C.) y La Tène (500 a.C. y siglo I de nuestra era), 15


E.Martinez – octubre 2006 que son los nombres de dos poblaciones, una austríaca

y la otra suiza, donde se han localizado mayor cantidad de objetos antiguos.

Las minas de sal de Hallstatt se encuentran en Austria, precisamente en la

montaña Salzberg junto a un lago alpino muy hermoso. Se sabe que fueron

explotadas en el siglo IX a.C. por los celtas. Siempre se había contado con esta

información, debido a los continuos hallazgos de restos, hasta que en 1846

George Ramsauer se decidió a realizar una investigación en toda regla.

Ramsauer era el encargado de la mina cuando terminó este importante trabajo

arqueológico; no obstante, lo comenzó diecisiete años atrás, cuando

desempeñaba el empleo de simple minero. Sin ningún tipo de ayuda oficial,

utilizando el tiempo libre y olvidando en muchos casos hasta sus compromisos

familiares, lo que resulta sorprendente ya que tenía veinticuatro hijos, realizó uno

de los mayores estudios sobre asentamientos y necrópolis celtas

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