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La tarde de hoy decido tomarme un café en aquel lugar que tiene una terraza que da a

los jardines y la calle peatonal de Punta Cana Village. La mesa de la esquina esta vacía,
es el lugar perfecto para escribir. Se que no hay mucha gente porque son las 5:00pm y
en este pueblo las personas comienzan a salir una hora mas tarde para caminar un
poco antes de la cena. Frente a mi hay una mesa ocupada por un hombre que lleva
espejuelos, sentado en la segunda mesa de hierro cerca de la pared, parece que
también acaba de llegar, solo escribe por su celular, su cara de preocupación y sus
movimientos delatan su ansiedad, no para de comerse las unas, esta tratando de
arreglar una terrible discusión que tuvo con su esposa antes de salir de la casa, porque
no había llegado a comer a la casa y ya le había explicado varias veces que se había
retrasado en una cita y no le dio tiempo llegar. Pero ella no le cree porque un ano atrás
el había estado mintiéndole con otra mujer, aunque ella decidió perdonarlo, le había
costado mucho volver a confiar en el.
El camarero, que creo haber escuchado se llama Hortensio, sale para preguntarle que
desea ordenar, el hombre de los espejuelos levanta la vista casi sin poderla despegar
de su aparato, contesta y vuelve y reanuda su tan agitada conversación. Hortensio
regresa al otro lado del café a continuar con su labor ya que tiene que alimentar a sus
tres hijos que aun están pequeños, y los tres nacieron al mismo tiempo, porque su
esposa no podía tener hijos y después de muchos intentos, finalmente quedó de
trillizos; cansado de llevar todo el día trabajando desde las 7:00am y ya cayendo la
noche le pide a su compañera María, una chica de aproximadamente veinte años, muy
amable por cierto, que cuando hablé con ella no tenía conocimiento de cosas del menú
porque es nueva, a la que contrataron porque necesitaban llenar la posición urgente,
no le dieron tiempo para entrenarse, entonces ella se queja con Hortensio y le explica
que no puede cubrirle la cena, porque tiene miedo de quedarse sirviendo sola.
Mientras escribo escucho un ruido y unas carcajadas a mi derecha, logro mirar de
reojo y me topo con un grupo de cuatro chicas que parecen de otro lugar, están malas
de la risa y no logro entender de que se ríen, trato de escuchar porque me intriga, pero
están a unas cuantas mesas de mi. Se que la mas delgada se llama Juana porque la
trigueña dijo su nombre, están sin sus familias y escucho que vinieron a una despedida
de soltera de una de las amigas, llegaron en autobús desde la capital, claro esto es un
destino turístico que mejor lugar para celebrar una despedida de soltera. A la rubia se
le quedó el vestido que usaría en la noche para la despedida, ahora entiendo, se están
riendo y haciendo bromas de como llegaría la chica sin su vestimenta, todas le
comentan de prestarle un vestido. La mas alta está como ausente, prefiere no hablar
mucho pues había dejado a su hijo de apenas siete meses con un poco de fiebre, ella
casi no venia, pero su madre se quedó con el y la motivó a que hiciera ese viaje con sus
amigas para que se distrajera ya que acaba de pasar por un traumático divorcio.
Algo me lame los pies e interrumpe mi concentración de aquella mesa. Es un lindo
perrito que anda suelto, me pregunto quien es el dueño, y finalmente se acerca un
niño corriendo, se detiene frente a mi, se queda fijo mirándome con aquellos ojos
azules claros, su padre lo llama y los dos volteamos al mismo tiempo para ver, un
hombre de estatura no muy alto, de piel canela y muy apuesto. Vuelve y lo llama con
mas prisa pues tienen que llegar al supermercado que esta cerrando en treinta
minutos y necesitan comprar algunas cosas que faltaron para la cena que se esta
preparando de despedida de su hijo mayor, quien se va a estudiar a los Estados
Unidos. El niño me dice adiós con la mano y comienza a correr de nuevo con su perro.

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