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LITERATURA ALEMANA 2020

APUNTE: FEMINIMOS. CATEGORÍA DE HOMOSEXUALIDAD

FEMINISMOS
Su emancipación hará posible que la mujer sea un
ser humano en el sentido verdadero.
Emma Goldman

Si hablamos de revoluciones y cuestiones de géneros y sexualidades no podemos dejar


de precisar algunas cuestiones sobre la llamada primera ola del feminismo. Más allá de
que las conceptualizaciones en torno a oleadas no funcionan necesariamente del todo
bien para las revoluciones feministas en otros espacios que no sean Estados Unidos o
Europa continental, creemos que resultan construcciones conceptualmente útiles para
pensar las derivas de los movimientos sexo-políticos y las apariciones de momentos de
emancipación, revolución y liberación en diferentes contextos históricos.
Los feminismos no son una novedad del siglo XX sino que se pueden pensar en un
sistema de rebeliones y revoluciones de larga data pero que choca muchas veces con la
invisibilización (o directamente borradura) que ha realizado la historia heteropatriarcal
sobre las mujeres que pelearon por la liberación y la emancipación. Así y todo existen
trabajos, rastreos y trayectorias que nos permiten ver que no es sencillo hablar de un
feminismo, sino que deberíamos pensar el movimiento como un conjunto de feminismos,
con acuerdos, desacuerdos, tensiones y muchas complejidades.
Según Susana Gamba (2007) el feminismo (aunque a veces aparezca nombrado en
singular, pensemos siempre que se trata de algo colectivo y heterogéneo) busca, si
tenemos que simplificar, “un cambio en las relaciones sociales que conduzca a la
liberación de la mujer a través de eliminar las jerarquías y desigualdades entre los sexos.”
(Gamba, 2007: 144). Siguiendo a Gamba también podemos pensar los feminismos como
un sistema de ideas que busca cambiar las relaciones de desigualdad y opresión sexual.
Por supuesto que no se trata de un movimiento sexo-político homogéneo ni cerrado, pero
sí hay puntos en común como la lucha contra el sexismo o la lucha de las mujeres contra
la discriminación. También resulta importante pensar que los feminismos son un
movimiento complejo pero que históricamente han funcionado en la acción y la puesta en
práctica, como señala Ana María Bach: “el feminismo es un movimiento complejo que se
ha desarrollado en diversos planos, fundamentalmente a partir de las praxis.” (Bach,
2015: 24).
Una definición ya clásica del feminismo es la que ofrece Karen Offen (la leímos también
en el mapa de conceptos de la clase anterior): “El feminismo se nos presenta como un
concepto capaz de englobar una ideología y un movimiento de cambio sociopolítico
fundado en el análisis crítico del privilegio del varón y de la subordinación de la mujer en
cualquier sociedad dada. La piedra angular del edificio ideológico del feminismo, su
categoría fundamental de análisis, es, por supuesto, el género, o la imagen diferencial del
comportamiento de los sexos, que la sociedad ha construido sobre la base de las
diferencias fisiológicas. Esto hace que el feminismo plantee cuestiones que conciernen a
la autonomía o la libertad personal, con referencias constantes a aspectos fundamentales
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de la organización social que en las sociedades occidentales se centran en la vieja
discusión sobre la familia y su relación con el estado, y en la injusta distribución histórica
del poder político, social y económico entre los sexos subyacentes en este debate. El
feminismo se opone a la subordinación de la mujer al hombre en la familia y en la
sociedad, así como a las pretensiones de los hombres de definir lo que es mejor para las
mujeres sin consultarlas; se enfrenta, por lo tanto, frontalmente al pensamiento patriarcal,
a la organización social y a los mecanismos de control. Su objetivo es destruir la jerarquía
masculinista, no el dualismo sexual. El feminismo es necesariamente pro mujer aunque
esto no significa que tenga que ser antihombre, de hecho, en el pasado, algunos de los
defensores más importantes de la causa de la mujer han sido hombres. El feminismo
exige que el poder social, económico y político de una sociedad dada se reestructure de
forma que exista un equilibro entre las mujeres y los hombres, apelando a una humanidad
en común en beneficio de los dos sexos pero respetando sus diferencias. Responde a un
reto fundamentalmente humanístico que plantea cuestiones como las de la libertad y la
responsabilidad individual, la responsabilidad colectiva de los individuos hacia el resto de
la sociedad y los modos de relación con los demás. A pesar de ello, el feminismo ha sido,
y todavía es, un desafío político a la autoridad y la jerarquía masculinas en el sentido más
profundo: “la aspiración última”, como Claire Moses ha expuesto, “es revolucionaria”. En
lugar de ésta yo utilizaría la palabra “transformación” que no tiene tantas connotaciones
de violencia física” (Offen, 1991: 130-131).
Para pensar, entonces, la historia de los feminismos podemos usar el concepto de olas
más allá de su artificialidad y su centralidad para pensar corrientes norteamericanas y
europeas puede tener su utilidad para analizar movimientos e historias sexo-político-
disidentes de rebelión contra el hetero-patriarcado).

¿Y cómo es eso de las olas?


Todo en esta gran historia de la sexualidad, la subversión y el género es complejo. No hay
una posición del todo uniforme respecto a las oleadas, por eso, vamos a comentar
algunas de las diferentes formas en las que se las ha pensado.
Una posibilidad es tomar la idea de que la primera oleada va desde la Revolución
francesa (con fechas entre 1789/1792) hasta la Segunda Guerra Mundial y la segunda a
mediados de los años sesenta. También se habla de una tercera oleada en los años
noventa pero vamos a optar por tomar el concepto de olas sólo para la primera y la
segunda. Vamos a detenernos por ahora en la primera oleada y volveremos sobre la
segunda en otra clase.

Primera oleada
En algunas versiones la primera oleada comenzaría en la Revolución francesa, aunque
hay otras variantes que piensan la primera oleada para mediados/fines del siglo XIX hasta
los años treinta del siglo XX (Pilcher/Whelehan, 2004; Weeks, 2011; Gil, 2011). En el caso
de esta segunda variante, para las feministas anteriores al siglo XIX se habla de
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iniciadoras, precursoras o protofeministas, aunque estas conceptualizaciones no son
cerradas y hay discusión al respecto (Offen, 1991: 113).
En la primera ola una de las cuestiones que logra una gran coalición feminista es la lucha
por el derecho al sufragio (de ahí el feminismo sufragista, que es uno de los feminismos
que emerge en el siglo XIX y principios del XX).
Weeks, que opta por la periodización en tres grandes olas, marca que algunas
discusiones sobre el sexo, el lesbianismo y la prostitución ya generaban tensiones en los
feminismos desde el siglo XIX, pero la lucha por el acceso a la ciudadanía logró unificar
reclamos de corrientes muy diversas (Weeks, 2011: 96-97). Pensemos que hacia fines del
siglo XIX, en el marco de la aparición de diferentes revoluciones de colectivos oprimidos,
la emancipación de las mujeres no es simplemente el derecho al sufragio, sino que es la
lucha política por el estatuto de sujeto y ciudadana en un sistema heteropatriarcal que
consideraba a la mujer un ser sin alma y fuera de la idea de sujeto con derechos. En ese
marco, la lucha logra ser integral y se convierte en un momento revolucionario feminista
fundamental para los movimientos políticos sexo-disidentes.
Karen Offen marca ese momento de fines del siglo XIX como la oleada en la que se
comienza a utilizar la palabra feminismo en el sentido reivindicativo. Por eso opta por usar
feminismo y feminista a partir de 1890 (Offen, 1991: 116). Offen señala que, aunque el
término no se usaba antes del siglo XIX, a posteriori se usó para englobar cualquier causa
a favor de la mujer llevada a cabo entre 1400 y 1800, para Offen esto es medio anárquico
y anacrónico (Offen, 1991: 113).
Volviendo a la historia de la primera oleada, Susana Gamba marca que a mediados del
siglo XIX comienza la lucha organizada y colectiva de los feminismos en un sentido
moderno. Por supuesto que antes había habido mujeres que lucharon por la
emancipación y la liberación en diferentes momentos históricos como el Renacimiento, la
Revolución francesa o las revoluciones socialistas pero sus participaciones eran
subordinadas y, en algún sentido, atomizadas. Según Gamba, es a partir del sufragismo
del siglo XIX que se comienza a reivindicar la autonomía de las mujeres. Por eso ella elige
hablar de precursoras para las mujeres que lucharon con anterioridad al siglo XIX.
En el contexto de la Revolución francesa Gamba señala la importancia de Olympe de
Gouges,1 que en 1791 escribe la “Declaración de los Derechos de la Mujer y la
Ciudadana” como respuesta a la “Declaración de los derechos del hombre” que borraba la
posibilidad del acceso de la mujer a la ciudadanía. En su declaración de Gouges marca
que los derechos de la mujer están limitados por los del hombre y busca lograr una
reformulación. Siendo partidaria de la revolución, su reclamo le cuesta ser guillotinada por
el gobierno de Robespierre, al que adhería.
También en el mismo período Gamba señala la importancia de Mary Wollstonecraft (nada
más y nada menos que la madre de Mary Shelley Wollstonecraft, la escritora de
Frankestein (1838), uno de los textos que podemos pensar como destestabilizadores de

1Para ampliar sobre las precursoras de la Ilustración cf. PULEO, Alicia H. (Ed.) Condoret, De Gouges, De
Lambert y otros. La Ilustración olvidada. La polémica de los sexos en el siglo XVII. Barcelona: Anthropos,
1993.
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la categoría de ser humano y que ha sido leído desde una perspectiva de monstruo sexo-
subversivo), que en 1792 escribe “Vindicación de los derechos de la mujer”, un texto que
plantea demandas a favor de la mujer, igualdad de derechos en todos los niveles, acceso
al divorcio, entre otras cuestiones.
Con posterioridad pero ya en un contexto latinoamericano Flora Tristán vincula las
reivindicaciones de la mujer con las luchas obreras y en 1843 publica La unión obrera,
donde propone la idea de una Internacional de trabajadores y señala que “la mujer es la
proletaria del proletariado” (Gamba, 2007: 144-145; Offen, 1991: 106).
Silvia Gil señala que las mujeres en el siglo XIX se organizaron como colectivo alrededor
de dos grandes reclamos, el derecho al sufragio y el acceso a los estudios superiores, un
reclamo que venía de muchas precursoras anteriores pero que en el siglo XIX logra una
colectivización que confluye en un movimiento político emancipatorio. Esta lucha logró sus
avances pero con el tiempo hubo una cierta disolución de los reclamos ante las tensiones
y diferentes posiciones. Algunas otras grandes figuras de esta primera oleada del
feminismo del siglo XIX que se pueden mencionar son Flora Tristán, Harriet Taylor-Mill, y
ya en el siglo XX, Concepción Arenal, Rosa Luxemburgo, Alexandra Kollontai o Emma
Goldman (Gil, 2011: 34).
Siguiendo con la historización norteamericana uno de los grandes hitos de la primera
oleada es la declaración de Seneca Falls en Nueva York en 1848(Kate Millet menciona
también la primera convención femenina contra la esclavitud en 1837 como un
antecedente importante). Como venimos viendo, uno de los aglutinantes es la lucha por el
voto de la mujer (Gil, 2011: 34; Offen, 1991: 106). En ese sentido, Karen Offen marca que
esa búsqueda de derechos iguales a los de los varones hace que algunxs etiqueten a
este momento del feminismo como “feminismo de la igualdad”, aunque eso resulta un
poco impreciso porque las corrientes feministas de la primera oleada (a veces etiquetadas
como “feminismo de la igualdad”) son heterogéneas y conviven con diferentes
articulaciones políticas. La oposición de primera oleada (feminismo de la igualdad) contra
segunda oleada (feminismo de la diferencia) a veces utilizada con fines conceptuales no
resultaría del todo precisa, ya que ambas tendencias en general han convivido en
diferentes momentos (Offen, 1991: 108). Kate Millet llama a la primera oleada “primera
fase de la revolución sexual” y la ubica entre 1830 y 1930:
Las tres últimas décadas del siglo XIX y las tres primeras del XX
presenciaron un notable aumento de la libertad sexual de ambos sexos y,
en particular, de las mujeres, quienes hasta entonces se habían visto
frenadas por la amenaza de ver profundamente menoscabada su
reputación, en una sociedad que imponía duras sanciones como castigo de
la ilegitimidad.” (Millet, 1970: 129)

¿Cuándo empieza a utilizarse la palabra “feminista”?


Como ya vimos en el siglo XIX comienzan las reivindicaciones que usan el término. Para
Offen el término es sumamente complicado en sus primeros usos históricos y señala que
para los historiadores europeos no se usó mucho antes del siglo XX (Offen, 1991: 108). El
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origen se da en Francia, féminisme y resulta bastante reciente. Muchas veces se ha
atribuido, según Offen, erróneamente a Charles Fourier, ubicándolo en la década de
1830, pero su procedencia sigue siendo incierta. Sólo se sabe que su uso empezó a
generalizarse en Francia en la década de 1890 como sinónimo del movimiento de
emancipación de las mujeres: “la primera que se proclamó “feminista” en Francia fue la
defensora del sufragio de la mujer Hubertine Auclert, quien, al menos desde 1882, utilizó
el término en su revista, La Citoyenne, para describirse a sí misma y a sus
correligionarias.” (Offen, 1991: 108-109)
La palabra feminista tiene gran aceptación en la prensa después del primer congreso
público feminista de París organizado en mayo de 1892 por Eugénie Potonie-Pierre y el
grupo Solidarité. Para 1894-95 los términos llegan a Gran Bretaña y aparecen en
publicaciones en otros idiomas, hacia fines de los años noventa, según Offen llega a
países como Argentina y Estados Unidos (Offen, 109-110). Hacia el siglo XX surgen
algunas voces críticas respecto al verdadero alcance de la igualdad del sufragio, como
Emma Goldman que señala que el logro del voto no llegó acompañado de una verdadera
igualdad y un acceso a la política (Goldman, 1906). Igualmente los logros de la primera
oleada son determinantes para momentos posteriores de los feminismos, como señala
Kate Millet: “Las reformas aportadas a la abyecta posición legal de la mujer constituye uno
de los mayores triunfos logrados por el Movimiento Feminista durante la primera fase de
la revolución sexual” (Millet, 1970: 135)

Segunda oleada
En el contexto del avance de los movimientos de mujeres en la segunda mitad de los
sesenta empezaron a discutirse formularse ideas y políticas revolucionarias. Se
publicaron libros clave para el feminismo como Sexual Politics (1970) de Kate Millet, The
Dialectic of Sex: The Case for Feminist Revolution (1970) de Shulamith Firestone, The
Female Eunuch (1970) de Germaine Greer, Patriarchal Attitudes: Women in Society
(1990) de Eva Figes, entre otros (Bryson, 1992). Un ejemplo paradigmático fue la
publicación de Sexual Politics (1970) de Kate Millet, que se constituyó como uno de los
textos más importantes del feminismo de la segunda ola. Y junto a otros cruces textuales
y activistas del movimiento de mujeres, devienieron modelos que marcaron el surgimiento
del movimiento de liberación gay-lésbica.
El libro de Millet, producto de su tesis escrita en 1969, trabaja una de las nociones más
importantes del feminismo de la segunda ola con la introducción del concepto de
patriarcado, al que define como un sistema de dominación y disciplinamiento de las
mujeres (Millet, 1970: 69-71). La conceptualización de Kate Millet se realiza en torno a la
idea de que el poder toma la forma de la dominación masculina sobre las mujeres en
todas las áreas de la vida, pero está tan enraizado en las estructuras sociales que simula
una falsa naturalidad. De acuerdo a Millet el poder patriarcal de los varones sobre las
mujeres es básico para el funcionamiento de todas las sociedades y se extiende en todas
las instituciones formales del poder y más allá, porque sobrepasa divisiones de clase y
etnia. De ahí que la famosa frase de Millet “lo personal es político” se convierta en un
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concepto central para pensar el patriarcado y tiene una influencia muy importante en la
liberación gay-lésbica (Bryson, 1992: 166). En su libro postula una teoría de la política
sexual, una suerte de teorización del patriarcado en la que Millet “se propone demostrar
que el sexo es una categoría social impregnada de política.” (1970: 68). El trabajo de
Millet es muy importante para diversas áreas de pensamiento y teoría. A partir de un
análisis vinculado a diversas disciplinas (historia, crítica literaria, política, etc.) Millet
aborda la historia y el desarrollo del concepto de patriarcado. Entre otras cuestiones,
resulta importante para la crítica y la teoría literaria feminista el abordaje que hace del
concepto de patriarcado en textos literarios. Millet localiza ejemplos de desarrollos
patriarcales en la literatura de autores masculinos canónicos para oponerlos a un ejemplo
subversivo de la norma como puede ser la homosexualidad abyecta planteada en los
textos del francés Jean Genet. Vamos a volver sobre esto al final de esta gran deriva en
forma de libro. Ahora, creo que (aunque suene obvio) al patriarcado de Millet hoy en día
ya podríamos, siguiendo a diferentes derivas teóricas sexo-disidentes y transgénero,
nombrarlo como cis-hetero-patriarcado.
Este momento de los sesenta y setenta también resulta clave para el desarrollo de la
teoría feminista como tal: siguiendo a Susana Gamba, ésta “se refiere al estudio
sistemático de la condición de las mujeres, su papel en la sociedad y las vías para lograr
su emancipación. Se diferencia de los estudios de la mujer por su perspectiva estratégica.
Además de analizar y/o diagnosticar sobre la población femenina, busca explícitamente
los caminos para transformar esa situación.” (Gamba, 2007: 144)
En algunas de las versiones de la historia de los feminismos ocurre lo que se etiqueta
como “segunda ola” o “segunda oleada” del feminismo (o los feminismos, recordemos
que, aunque a veces lo escriba en singular es una palabra que creo hay que pensar
siempre en plural). Tomando los aportes de textos “fundacionales” como El segundo sexo
(1949) de Simone de Beauvoir, una nueva revolución feminista política y sexual asume
nuevas derivas. Con la frase que resume el texto de de Beauvoir, “No se nace mujer, se
llega a serlo”, los feminismos se abren a una revolución que va a combatir y dejar atrás el
período contrarrevolucionario conservador de la posguerra. Como señala Gamba, en este
“nuevo” feminismo se afrontan otros desafíos: la reivindicación del placer sexual como
derecho de las mujeres, la denuncia de la negación del placer y el sexo de las mujeres
por el privilegio de los varones en el patriarcado, entre otras cuestiones (Gamba, 2007:
146). El clítoris como órgano de placer asociado al sexo y la libertad de las mujeres ilustra
el empoderamiento que logran sectores del feminismo en esta segunda oleada.
Siguiendo la síntesis que realiza Gamba (2007: 146-147), en la segunda ola hay muchos
grupos y tendencias divergentes, de ahí que haya que pensar en el movimiento feminista
como algo plural y colectivo. Para Gamba, la segunda ola iría desde los años sesenta
hasta comienzos de los ochenta y se podría sintetizar (siempre de formas conceptuales
que nunca son verdades rígidas ni totalizadoras) en tres grandes corrientes: radical,
socialista y liberal; y las tres entrecruzadas por dos tendencias, feminismos de la igualdad
y feminismos de la diferencia (Gamba, 2007: 147). Recordemos que la tendencia
“igualitaria” viene desde la primera oleada y en esta segunda ola se comienza a
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desarrollar, entre otras corrientes, el feminismo de la diferencia, en alusión a la diferencia
sexual. Estas tres grandes corrientes, entrecruzadas por esas dos tendencias son parte
de las múltiples y complejas divisiones (no necesariamente contrarías entre sí) de los
feminismos de la llamada segunda ola (al menos en la versión que seguimos en esta
deriva). De esas corrientes, el feminismo radical es una aparición de la segunda ola, en la
que surgen textos claves para el feminismo radical como La dialéctica de los sexos (1970)
de Shulamith Firestone o el libro de Kate Millet antes mencionado. En esta corriente se
plantea la necesidad de una nueva forma de organización de la sociedad, basada en otro
tipo de comunidades y otras formas de sociabilización que vayan en contra de la
dominación patriarcal: “El feminismo radical tiene como objetivos centrales retomar el
control sexual y reproductivo de las mujeres y aumentar su poder económico, social y
cultural; destruir las jerarquías y la supremacía de la ciencia; crear organizaciones no
jerárquicas, solidarias y horizontales.” (Gamba, 2007: 147). Esta corriente tiene su
desarrollo inicial en los aportes de feministas estadounidenses como Millet y Firestone.
La corriente del feminismo socialista tiene coincidencias con los feminismos radicales,
pero postulando que la lucha feminista hay que insertarla en la problemática de combate
al capitalismo. En cambio, la corriente del feminismo liberal, con peso más que nada en
Estado Unidos, propone que el capitalismo es el sistema de poder que ofrece mayores
posibilidades de lograr la igualdad entre los sexos. En esta corriente, el acceso al poder
económico y a la educación serían las herramientas para lograr la igualdad de las
mujeres. La tendencia del feminismo de la diferencia, como una de las líneas de esta
segunda oleada aparece en los setenta en Europa y Estados Unidos, con mucha fuerza
en Francia e Italia. Es una tendencia que reúne feminismos muy heterogenos y, como
señala Gamba, apuesta a la diferencia sexual, es decir, a una revalorización de lo
femenino en oposición a la conformación cultural del patriarcado y a los mecanismos de
poder del mismo, considerando el poder uno de los privilegios del varón en ese sistema
patriarcal de dominación. Esta tendencia se contrapone al feminismo de la igualdad, que
tiene antecedentes directos en la Ilustración y el feminismo de la primera oleada, en
particular con las sufragistas (Gamba, 2007: 146-147) y, en algún sentido, articula la
búsqueda de la igualdad ciudadana y la equiparación con los varones en la sociedad
pública.

HOMOSEXUALIDAD
Como señala Ricardo Llamas, “Alemania tiene un papel fundamental en la historia
contemporánea de ‘la homosexualidad’.” (Llamas, 1998: 102). El papel de los debates
sobre la homosexualidad en Alemania a fines del siglo XIX es relevante para pensar el
activismo y los futuros movimientos identitarios en el siglo XX. Las oleadas feministas
tienen mucho que ver con otros movimientos sexo-políticos disidentes y las matrices de
subversión de género y sexualidad en muchos casos se superponen, o podríamos decir
que son parte de un mismo sistema de rebeliones desobedientes. De forma parecida a lo
que vimos antes con el feminismo, se pueden encontrar redes genealógicas, históricas y
afectivas que vinculan la relativa situación de liberación de las disidencias sexuales en las
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grandes metrópolis europeas como Berlín o París durante los años veinte (que fue
cortada de raíz por el nazismo con la Segunda Guerra Mundial) con algo que quedó
latente e hizo eclosión hacia fines de los años sesenta. Me interesa señalar con esto que
los períodos posteriores de movimientos políticos sexo-disidentes no son apariciones
únicas y aisladas, sino que podrían formar parte de un pasado y una historia disidente que
desafían las ficciones de nación y lenguaje.
Ya Didier Eribon señala el vínculo entre el movimiento homosexual del siglo XIX y el
modelo gay:
Se ve que la existencia de un “mundo gay” no surgió de repente con los
disturbios de Stonewall de 1969, desencadenados por una redada de la
policía en un bar de Nueva York, y cuya celebración, al año siguiente,
supondría el nacimiento del contemporáneo Orgullo Gay. Tales disturbios
se produjeron, precisamente, porque esta subcultura existía ya desde hacía
mucho tiempo. Es cierto que, en casi todos los países occidentales, los
años cincuenta y sesenta (y antes los años cuarenta y el período de guerra)
habían impulsado a la subcultura homosexual a una clandestinidad más
rigurosa que en los años veinte y treinta. La represión se había vuelto
mucho más intensa que en los años anteriores a la guerra (en Francia, en
1960, el Parlamento votó una enmienda para definir la homosexualidad
como una “plaga social”, junto al alcoholismo y la prostitución).
Por consiguiente, lo que surgió a comienzos de los años setenta, y se
expandió durante los años ochenta y noventa, se inscribe en el tiempo
largo de la cultura urbana y en el legado de esos estilos de vida que
labraban la reputación de las ciudades en la “Belle Époque” y en los “años
locos”. (Eribon, 1999: 39)

Algo parecido a lo que ocurre con a la primera oleada o revolución sexual y lo que algunxs
llaman “reflujo” de los feminismos de principios del siglo XX hacia el período de posguerra
de los cuarenta y cincuenta. Más allá de las diferencias, muchos de los modos de
enunciación y contenidos del modelo gay de los años sesenta y setenta tienen
prefiguraciones significativas en las polémicas en torno a la ciencia sexológica, la moral
tradicional y la legalidad a principios del siglo XX en Alemania (Llamas, 1998: 353).
Y en el marco de la apropiación y patologización de la categoría de homosexualidad por la
ciencia sexológica a fines del siglo XIX, aparecen los primeros movimientos
autodesignados homosexuales de la historia, caracterizados por usos reivindicativos de la
homosexualidad, ya considerada en ese contexto como una práctica patologizada y
degenerada. Dentro de esos movimientos, surge el nombre de Magnus Hirschfeld (1868-
1935).

Apunte realizado por Facundo Saxe (facusaxe@yahoo.com.ar)

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