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China, por su parte, que había sido siempre la cabeza de su propio sistema
internacional, había dejado su posición de líder luego de que en 1894 perdiera una
guerra definitiva contra Japón y, a mediados de siglo, tras los desastres de la
Segunda Guerra Mundial, enfrentó una cruenta guerra civil que terminó con la
victoria del Partido Comunista Chino, encabezado por Mao Zedong, y la república
partida en dos Estados.
En 1946, el mundo empezaba a ser regido por las políticas y las acciones militares
emprendidas y dirigidas por Washington y Moscú, que dieron forma a un nuevo
orden internacional dirigido por una dimensión formal, representada por las
Naciones Unidas, y una informal, encarnada en la Guerra Fría. Esta última, que en
los hechos modeló y dio realidad al orden internacional y posibilitó una geopolítica
específica, terminó en 1991. Los Estados europeos pasaron a ser potencia de
segundo orden, conservando unas credenciales históricas, pero pocas palancas
de poder real.
Sin embargo, pronto fueron apareciendo los rasgos que definen el mundo
contemporáneo: del mundo occidental la única potencia de alcance global era EE.
UU., y su alcance de poder resultaba un poco ambiguo, con una influencia
variable, a pesar de que a lo largo de las últimas décadas ha acumulado una
riqueza y un poder económico poco comparable con otros competidores.
Para el 2001, luego de los atentados del 11 de septiembre, EE. UU. Inició una
expansión global sin precedentes bajo la idea de que podría controlar los cambios
y el rumbo político de Asia Central, a través de dos guerras, la de Afganistán, más
enmarcada en la necesidad de una venganza rápida contra Al Qaeda -red
terrorista protegida por el régimen de los talibanes- y la guerra de Irak, con la que
pretendía mostrar una posible vía de democratización de Oriente Medio,
abriéndole un camino de adhesión al mundo occidental, entre otras razones.
Las dos guerras fueron un gran fracaso estratégico y dejaron claro que se produjo
un movimiento del centro geopolítico hacia el mundo asiático.
Las tres, a su vez, están entre los países que han adquirido una relevancia cada
vez mayor en el desarrollo científico y la aplicación tecnológica en el mundo, y
como si fuera poco, concentran la mayor población del planeta.
Con base en esa dinámica, China lanzó, hace ya más de un lustro, la red de
comercio y de influencia política llamada informalmente ‘la nueva ruta de la seda’,
que a través de ferrocarriles, carreteras y puertos marítimos conecta a más de
sesenta países, en medio de una red que tiene como centro a la propia China.
Este grupo está seguido por otro más heterogéneo, en el que encontramos a la
Unión Europea, con su ambigüedad; Japón, Turquía, Arabia Saudí, Irán y quizá
Sudáfrica en el ámbito africano.
Sin embargo, es China el que desde la última década lidera los grandes cambios
globales y las principales transformaciones geopolíticas del mundo, toda vez que
reúne características claves como una suficiente y atractiva capacidad
demográfica, crecimiento económico sostenido –más allá de sus vaivenes–,
capacidad científico-técnica creciente y liderazgo cada vez más reconocido,
además de una clara estrategia global de comercio e influencia.
Se dejó de lado el TPP y tomó la vía de las sanciones comerciales, los aranceles y
la guerra comercial. Hasta el momento, para China, estas acciones han sido una
dificultad, aunque no representan el final de su economía. Más bien el impulso que
necesitaba para diversificar sus principales socios comerciales, sus aliados
geopolíticos y, en últimas, mejorar su posición estratégica global.
https://www.portafolio.co/internacional/asi-fue-como-china-se-convirtio-en-una-
potencia-economica-mundial-538082
Febrero 18 de 2020