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SEMINARIO DE TÉCNICAS CUANTITATIVAS Y CUALITATIVAS PARA EL ANÁLISIS HISTÓRICO

PRÁCTICA 1 ANÁLISIS CUALITATIVO DE FUENTES LITERARIAS ANTIGUAS BLOQUE I 2017/2018

TEXTO 1.
Tito Livio, Historia de Roma desde su fundación (Prefacio)
(según traducción de J. A . Villar Vidal -ed. Gredos, 1990)

Motivaciones y objeto de su obra


No sé con seguridad si merecerá la pena que cuente por escrito la 1
historia del pueblo romano desde los orígenes de Roma; y aunque lo
supiera, no me atrevería a manifestarlo. Y es que veo que es un tema viejo y manido, al aparecer continuamente 2
nuevos historiadores con la pretensión, unos, de que van a aportar en el terreno de los hechos una documentación
más consistente, otros, de que van a superar con su estilo el desaliño de los antiguos. Como quiera que sea, al menos 3
tendré la satisfacción de haber contribuido también yo, en la medida de mis posibilidades, a evocar los hechos
gloriosos del pueblo que está a la cabeza de todos los de la tierra; y si entre tan considerable multitud de historiadores
queda mi nombre sin relieve, me servirá de consuelo la notoriedad y el peso de los que me harán sombra. La tarea 4
es, además, enormemente laboriosa; pues, de una parte, se retrotrae a más allá de setecientos años y, de otra,
arrancando de unos principios muy modestos, ha llegado a cobrar tales proporciones que ya se dobla bajo el peso de
su propia grandeza. Además, estoy seguro de que a la mayoría de los lectores no les agradará gran cosa la relación de
los hechos originarios y subsiguientes, y tendrán prisa por llegar a estos acontecimientos recientes en que la fuerza
del pueblo largo tiempo hegemónico se autodestruye. Yo, por mi parte, espero, además, obtener esta contrapartida 5
a mi esfuerzo: apartarme, al menos mientras dedico toda la concentración de mi mente a recuperar esta vieja historia,
del espectáculo de las desventuras que nuestra época lleva viviendo tantos años, marginando cualquier preocupación
que pudiese, si no desviar mi ánimo de la verdad, sí al menos generar inquietud en él.
Los hechos previos a la fundación de Roma o, incluso, a que se hubiese pensado en fundarla, cuya tradición 6
se basa en fabulaciones poéticas que los embellecen, más que en documentos históricos bien conservados, no tengo
intención de avalarlos ni de desmentirlos. Es ésta una concesión que se hace a la antigüedad: magnificar, 7
entremezclando lo humano y lo maravilloso, los orígenes de las ciudades; y si a algún pueblo se le debe reconocer el
derecho a sacralizar sus orígenes y a relacionarlos con la intervención de los dioses, es tal la gloria militar del pueblo
romano que su pretensión de que su nacimiento y el de su fundador se deben a Marte más que a ningún otro la
acepta el género humano con la misma ecuanimidad con que acepta su dominio.
Pero ni de estos extremos ni de otros similares, como quiera que se los mire o se los valore, voy a hacer mayor 8
cuestión. Estos otros son, para mí, los que deben ser centro de atención con todo empeño: cuál fue la vida, cuáles 9
las costumbres, por medio de qué hombres, con qué política en lo civil y en lo militar fue creado y engrandecido el
imperio; después, al debilitarse gradualmente la disciplina, sígase mentalmente la trayectoria de las costumbres:
primero una especie de relajación, después cómo perdieron base cada vez más y, luego, comenzaron a derrumbarse
hasta que se llegó a estos tiempos en que no somos capaces de soportar nuestros vicios ni su remedio. Lo que el 10
conocimiento de la historia tiene de particularmente sano y provechoso es el captar las lecciones de toda clase de
ejemplos que aparecen a la luz de la obra; de ahí se ha de asumir lo imitable para el individuo y para la nación, de ahí
lo que se debe evitar, vergonzoso por sus orígenes o por sus resultados. Por lo demás, o me ciega el cariño a la tarea 11
que he emprendido, o nunca hubo Estado alguno más grande ni más íntegro ni más rico en buenos ejemplos; ni en
pueblo alguno fue tan tardía la penetración de la codicia y el lujo, ni el culto a la pobreza y a la austeridad fue tan
intenso y duradero: hasta tal extremo que cuanto menos medios había, menor era la ambición; últimamente, las 12
riquezas han desatado la avaricia, y la abundancia de placeres el deseo de perderse uno mismo y perderlo todo entre
lujo y desenfreno.
Pero las lamentaciones, que ni siquiera en caso de ser necesarias serán bien recibidas, dejémoslas a un lado al
menos en los inicios de la gran obra que va a comenzar. De mejor gana empezaríamos —si entre nosotros se estilase 13
como entre los poetas— con buenos augurios y votos y súplicas a los dioses y diosas para que nos lleven a feliz
término, habiendo empezado esta gran empresa.

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SEMINARIO DE TÉCNICAS CUANTITATIVAS Y CUALITATIVAS PARA EL ANÁLISIS HISTÓRICO
PRÁCTICA 1 ANÁLISIS CUALITATIVO DE FUENTES LITERARIAS ANTIGUAS BLOQUE I 2017/2018

TEXTO 2.
Tito Livio, Historia de Roma desde su fundación (Libro II,23)
(según traducción de J. A . Villar Vidal -ed. Gredos, 1990)

Pero la guerra con los volscos era inminente y, por otra parte, la ciudad,
Sobre el problema de las deudas
enfrentada consigo misma, estaba encendida por el odio intestino entre
y la reacción de la plebe
senadores y plebeyos, debido sobre todo al esclavizamiento por las deudas.
Protestaban con indignación de luchar en el exterior por la libertad y el 2
imperio, y estar en el interior convertidos en esclavos y oprimidos por sus conciudadanos; de que la libertad de la
plebe estaba más a salvo en la guerra que en la paz, entre enemigos que entre compatriotas. Aquella animosidad, que
por sí sola iba tomando cuerpo, se vio avivada por la desgracia hiriente de un individuo. Un hombre de edad avanzada 3
se precipitó en el foro llevando sobre sí las señales de todos sus sufrimientos: sus ropas estaban cubiertas de mugre,
y más desagradable aún era el aspecto de su cuerpo consumido, lívido y macilento; por si esto fuera poco, lo largo 4
de su barba y cabellos había dado a su rostro una expresión salvaje. Desfigurado como estaba, se le reconocía, sin
embargo, y se decía que había mandado una centuria y se enumeraban otros brillantes hechos de armas,
compadeciéndolo todo el mundo; él mismo mostraba las cicatrices recibidas dando cara al enemigo, como testimonio
de haber peleado honrosamente en más de una ocasión. Al preguntarle por qué tenía aquel aspecto, por qué estaba 5
tan desfigurado, como lo rodeaba una multitud a manera casi de una asamblea del pueblo, dijo que, mientras él estaba
en el frente en la guerra contra los sabinos, sus tierras habían sido devastadas y no solo se había quedado sin cosecha,
sino que su granja había sido incendiada, sus bienes todos saqueados, su ganado robado; en esa racha tan
desafortunada para él, se le habían reclamado los impuestos y había contraído una deuda; ésta, incrementada por los 6
intereses, le había hecho quedarse, primero, sin la tierra de su padre y de su abuelo, después sin los demás bienes y,
finalmente, como si fuera una enfermedad contagiosa, había alcanzado su cuerpo, y su acreedor lo había arrojado no
a la esclavitud, sino a una mazmorra y a una cámara de tortura. Acto seguido, mostraba la espalda hecha una lástima 7
por las huellas recientes de los azotes. Al verlo y escucharlo se eleva un enorme griterío. La agitación no se
circunscribe al foro, sino que se extiende en todas direcciones por la ciudad entera. Los deudores, cubiertos o no de 8
cadenas, se lanzan a la calle por todas partes pidiendo protección a los ciudadanos. No hay rincón donde no se
encuentre un voluntario para unirse a la revuelta. Por todas partes numerosos grupos vociferantes corren por todas
las calles en dirección al foro. Los senadores que incidentalmente se encontraban en el foro corrieron un grave peligro 9
al caer en medio de aquella multitud y, sin duda, hubieran sido objeto de agresión física, de no ser por la pronta 10
intervención de los cónsules Publio Servilio y Apio Claudio en orden a reprimir la revuelta. La multitud, vuelta hacia
ellos, exhibía sus cadenas y todas sus miserias; decían que esto era lo que habían ganado, renegando de las campañas 11
militares en que habían tomado parte, unos, en un sitio y, otros, en otro; pedían, en tono más de amenaza que de
ruego, que convocasen al senado. Rodean la curia con la intención de ser ellos los árbitros, los moderadores de las
deliberaciones públicas. Los cónsules reunieron a los senadores que pudieron encontrar, un número muy reducido; 12
a los demás, el miedo los mantenía alejados no ya de la curia, sino incluso del foro, y no podía hacer nada el senado
por falta de asistencia. Entonces, la muchedumbre empezó a pensar que se burlaban de ella, que estaban ganando 13
tiempo y que la ausencia de senadores no era casual, no se debía al miedo, sino que estaban ausentes para bloquear
el asunto, y que los propios cónsules andaban con subterfugios, y que, sin lugar a dudas, sus desgracias eran tomadas
a broma. Se estaba ya a un paso de que ni siquiera la majestad consular pudiese contener la irritación del pueblo, 14
cuando, al fin, los que dudaban si corrían mayor peligro esperando o acudiendo, se presentan en el senado. La curia
contaba, al fin, con asistencia suficiente, pero ni siquiera los propios cónsules, no ya los senadores, eran capaces de
ponerse de acuerdo. Apio, hombre de natural vehemente, opinaba que había que tratar el problema haciendo uso de 15
la autoridad consular: deteniendo a uno o dos, los demás se estarían quietos; Servilio, más dado a soluciones
moderadas, estimaba que era más seguro y más fácil doblegar la revuelta que quebrarla.

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