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Las reliquias

asado el bienaventurado mártir san Lorenzo; las cuales cosas


todas aquí conmigo traje devotamente, y todas las tengo.”

Esta descripción, que pudiera parecer, absurda no lo era tanto


en su momento, pues como hemos ido viendo, en el mundo de las
reliquias los límites son escasos. Y de hecho reliquias como las
citadas en esta novela realmente existen o llegaron a existir.
La mayoría de ellas guardadas celosamente en el Sancta-
sanctórum de Roma, y es que por motivos desconocidos todo
apunta a que las reliquias más estrambóticas han sido poco a
poco cobijadas en esta capilla tan hermética. Ocasionando que
la existencia de reliquias tan fascinantes como “un rayo de luz
de la Estrella del Portal de Belén” hayan quedado en una duda
perpetua.
No sucede los mismo, con los ángeles, quienes pese a ser enti-
dades inmateriales aportaron también su granito de arena al mun-
do de las reliquias. Buena muestra de ello son plumas del arcángel
San Miguel en Lliria (Valencia) y de San Gabriel en Sangüesa (Na-
varra) aunque de este último arcángel, también hay plumas en la
colección privada de José María Kaydeda. Claro que la pregunta es
obvia ¿Cómo se consiguen las plumas de un ángel? La tradición lo
resuelve fácil: las pierden durante sus apariciones a los humanos,
como le pasó a San Gabriel durante la Anunciación.

Opus Angelicus.
Caminando por los particulares derroteros en los que se aden-
tra el fenómeno de las reliquias, podemos llegar a la misma corte
celestial, pues existen otras reliquias directamente relacionadas
con lo angelical, por ejemplo huellas, como la dejada por un arcán-
gel en el madrileño pueblo de Navalagamella.

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Miguel Zorita Bayón

Allí según el libro “Grandezas de San Miguel”, en las proximi-


dades del pueblo, tuvo lugar la aparición de tan distinguido arcán-
gel al bueno de Miguel Sanchéz, un pastor que temeroso de que
sus vecinos le tratasen “como a un rústico idiota” pidió al arcángel
alguna evidencia de su aparición, para lo cual el San Miguel dejó
estampada su mano en la corteza de un árbol cercano.
Y es que no sólo se obtuvieron reliquias de estas potencias ce-
lestiales, si no que también participaron activamente en localizar
otras reliquias.
A los ángeles se les atribuía el
traslado de la Casa de la Sagrada Fa-
milia desde Nazaret a Loreto (Italia)
aunque como ya se sabe, bien pudo ser
un error de traducción, pero no fue la
única reliquia que llevaron de aquí para
allá estos curiosos personajes.
San Ildefonso
Un trozo de la Cruz de Cristo perteneciente al patriarca de
recibiendo la
casulla que la Jerusalén, dice la tradición que fue trasladado por dos ángeles
Virgen le re-
al castillo-santuario de Caravaca, donde el clérigo Ginés Perez
galó, Tímpano
de la Catedral Chirinos había pedido una cruz para satisfacer la curiosidad mor-
de Toledo.
bosa que sentía el rey de la taifa de Murcia, por los ritos cristianos.
Cuenta también la leyenda que cuando aparecieron los ángeles
con la reliquia a cuestas, al rey Benahud y todos los suyos no les
quedó otro remedio que bautizarse, surgiendo así la tradición de
la Cruz de Caravaca.
Pero no fue el único “regalo” traído por los ángeles, pues ya
que hablamos de reliquias conceptuales, no podemos olvidar la
casulla con la que la Virgen y los ángeles obsequiaron en Toledo a
San Ildefonso con la célebre frase: “Tu eres mi capellán y fiel no-
tario. Recibe esta casulla la cual mi Hijo te envía de su tesorería”

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Las reliquias

eso si, con la condición de ser utilizada exclusivamente durante


las celebraciones dedicadas a Nuestra Señora.
Otra reliquia traída por los ángeles es una de las más concep-
tuales, consistente nada más y nada menos que en “el último sus-
piro de San José” depositado por un ángel en la correspondiente
iglesia de Blois (Francia). Una reliquia que salvo que tuviese un
dueño anterior, habríamos de entender que fue una reliquia guar-
dada en el cielo durante siglos.
En esta misma linea nos encontramos ángeles constructores y
escultores de lo que se ha llamado “opus angelicus” (obra angeli-
cal), tal es el caso del Monasterio de Ágreda (Soria) en cuyas obras
al parecer participaron dos de ellos. Del mismo modo, aunque dis-
frazados de peregrinos otros ángeles (o quizás los mismos vaya
usted a saber) tallaron en un tiempo récord la estatua yacente de
la Virgen del Tránsito (Zamora). Cosa en la que los peregrinos
celestiales parecen tener especial maña pues en Camporreal (Ma-
drid) se cuenta una leyenda semejante.
Recoge Amalia Fernández en su libro Leyendas de los Pueblos
de la Comunidad de Madrid, la leyenda de un ser celestial que dis-
frazado de peregrino acudió al pueblo de Carabaña pidiendo limos-
na, los vecinos, estos con lo que buenamente pudieron ayudaron
al visitante, que después de comer un poco continuó su marcha a
Camporreal. Allí repitió la operación mendigando por sus calles,
aunque con menor éxito que en Carabaña, finalmente con lo poco
que recogió y lo que le sobró de la ocasión anterior, se albergó en
la posada.
A la mañana siguiente y en vista de que el peregrino no salía
de la alcoba, la posadera abrió la puerta encontrando dos escul-
turas de Cristo de diferentes tamaños. Bajo las cuales es halla-
ban dos carteles en los que se anunciaba que la mayor escultura

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Miguel Zorita Bayón

era para Carabaña y la menor a Camporreal. Lamentablemente


los regalos divinos no siempre fueron bien aceptados y aquella
diferencia entre los carabañeros y los campeños acabó poco
menos que a improperios, montando “un cristo” (y nunca mejor
dicho) en el lugar del milagro.
Muy semejante es la leyenda en Morata, otro pueblo cercano
en el que se cuenta que un peregrino dibujó un Cristo con un tro-
zo de yeso en una pared de la que era imposible borrarlo dando
origen a una ermita años después. No obstante quizás la obra
angélica más conocida sea la Cruz de los Ángeles de Asturias,
también atribuida a unos misteriosos ángeles, los cuales ocultos
bajo la apariencia de orfebres, llegaron ante el rey Alfonso II, al
cual convencieron para que les dejarse tallar una cruz muy espe-
cial, tras cuya entrega desaparecieron tan misteriosamente como
habían llegado.
La pieza de orfebrería resultó ser tan distinta a todas las cru-
ces de la zona que despertó el interés de estudiosos e historia-
dores, los cuales llegaron a la conclusión que tan peculiar estilo
correspondía con los talleres de Lombardía, con los que Alfonso II
pudo establecer contacto gracias a su amistad con Carlomagno.
Lo cual daría cierto sentido, a la súbita aparición y desaparición
de aquellos joyeros “celestiales”.

El valor de lo singular.
Uno de los elementos claves de las reliquias es su originalidad, no
solo por la espectacularidad que supone lo diferente, si no tam-
bién por la dura competencia en un campo tan abonado de abso-
lutamente todo. Es por ello, que ya no sorprende el hecho de que
determinados objetos rayen lo esperpéntico en pos de lograr la
originalidad. Había reliquias cuyo valor residía en la antigüedad, a

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