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De pronto oyóse a lo lejos un aullido general de toda la jauría; los indios que marchaban delante se

detuvieron, exclamando en el dialecto coreguaje: ¡chaí! ¡chaí!, que quiere decir ¡el tigre! ¡el tigre!; y en
seguida emprendimos todos la carrera, para evitar si era posible que el jaguar matase alguno de los
sabuesos. Diez minutos emplearíamos a lo sumo en llegar a donde los perros ladraban; hallámoslos a
todos rodeados del tronco enorme de un caucho, que tenía muchas raíces adventivas, o mejor dicho,
un grupo de troncos, que por yuxtaposición se habían ido soldando unos con otros naturalmente, hasta
el punto de formar uno solo como estriado y de unos dos metros de diámetro. Al ver la actitud de los
perros, conocieron los indios que se habían equivocado en sus cálculos, y que no era un tigre, sino un
cafuche, el que se ocultaba bajo las raíces de aquel grupo de troncos; porque el primero de estos
animales, al verse perseguido, busca siempre como amparo las ramas de algún árbol corpulento, a

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