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Han pasado casi ocho meses desde el asesinato de George Floyd a manos de la
policía de Minneapolis el 25 de mayo de 2020, acontecimiento que disparó en
los Estados Unidos una ola de protestas raciales, que se sumaron a las
manifestaciones feministas y de inmigrantes, sectores particularmente
perseguidos por el discurso del –todavía hoy– ocupante de la Casa Blanca. Y
aunque la pandemia del nuevo coronavirus pareció poner entre paréntesis estas
manifestaciones, la carrera electoral con motivo de las elecciones
presidenciales del año anterior dieron un nuevo aire a movimientos sociales
como el Black Lives Matter, cuyas cabezas más visibles fueron tratadas en su
momento como chivos expiatorios por portales de internet como Breitbart, que
les acusaban recurrentemente de atentar contra los valores y el espíritu
americano.
Lo que vimos en los brotes de protesta racial, y en el auge del movimiento social
en Estados Unidos, es el reclamo de amplios sectores de la sociedad frente a un
Estado que ha sido incapaz de incorporarlos correctamente dentro de su
estructura social; la reacción de los grupos supremacistas frente a estos
movimientos sociales se encuentra alentada por una idea que impide vincular
efectivamente dentro del “alma de la nación” a la población afrodescendiente, a
la que se le niega ser parte efectiva del proyecto nacional. La ausencia de una
salida a esta situación se hizo evidente una vez más dentro de los discursos de
los dos contendientes a la presidencia de la potencia norteamericana en las
elecciones de noviembre de 2020.
The Soul of the American Nation se convirtió así un significante flotante, en los
términos de Laclau, que remite a una cadena de sentido dentro de un discurso
político que puede ser utilizado de forma indistinta por cualquier persona para
defender cualquier ideología (Landau, 2006). Esta discusión sobre el alma de la
nación ha reemplazado la, esa sí muy vigente, discusión sobre la democracia y
la ciudadanía.
La izquierda en su laberinto
En esta lógica, podríamos comenzar por señalar que los problemas actuales de
la izquierda pasan porque los movimientos sociales se han limitado a reaccionar
frente al accionar del poder sin llegar a denunciar orgánicamente las razones de
la injusticia –léase, sin proponer transformaciones económicas o políticas– como
la ampliación de la definición de democracia. Así, la denuncia de la injusticia,
como en el homicidio de Floyd o en la separación forzada de padres e hijos
inmigrantes en la frontera con México[2] se ha quedado limitada a señalar con
toda clase de adjetivos a los votantes de la derecha (o de otras facciones de la
propia izquierda o del centro), pero manifestándose incapaces de encontrar un
modelo de accionar que articule a estos actores progresistas en torno a una
acción común.
Dos autores que se encuentran en orillas políticas distintas, Félix Ovejero y Juan
Carlos Monedero, ubican en los principios del setenta esta incapacidad de
acción de la izquierda política. Ovejero (2018) señala que el infantilismo tomó
las toldas de la izquierda desde el 68’ francés, haciendo que esta renunciara
definitivamente a las banderas de la ilustración[3] para dejárselas a los
liberales. Monedero (2018) por su cuenta, afirma que la izquierda ha perdido
las razones por las cuales luchar, “ha perdido la utopía”. Mientras que la
derecha encontró en el fomento del individuo consumista a su sujeto de la
historia, la izquierda perdió desde la década del setenta su sujeto histórico y
también su orientación.
Lo anterior ha dejado sin resolver a los marginados por esta selección: por esa
razón el problema de los afroamericanos, de las mujeres y de las familias
separadas en la frontera ha derivado en el movimiento social del Black Lives
Matter, del feminismo, y de los indocumentados e inmigrantes que buscan
precisamente ampliar el sentido de la democracia, mostrando que ha sido la
reducción de su sentido el que le ha llevado a su actual crisis que se recrudece
con la pandemia y el estancamiento económico, haciendo cotidianas las escenas
de los mítines y acciones terroristas de grupos de la alt-right, como sucedió
durante la toma del capitolio en Washington del 6 de enero de 2021.
Bibliografía
[1] En este punto resulta difícil omitir que la Guerra de Secesión hace siglo y
medio se dio precisamente por esta intención de ampliar la definición de
ciudadanía a los esclavos negros de las plantaciones algodoneras del sur de los
Estados Unidos. Ante ello, no es casual la sobreabundancia de banderas
confederadas ingresando al capitolio de Washington.