Está en la página 1de 72

Este documento es distribuido sin fines de lucro, con la debida

autorización de la autora. Toda copia total o parcial está


prohibida. Si lo compartes, por favor dar crédito publicando los
links de redes sociales que se encuentran al final. Apoya a la
autora comprando sus libros en Amazon. ¡Gracias!

Safe Creative 2016. Maleja Arenas.


Todos los derechos reservados.
ISBN: 1607138366481
Créditos

Corrección:

Revisión Final:

Diseño Portada y Pdf:


Dedicatoria
Para todas aquellas personas que han pasado por el infierno y aun así,
lograron encontrar su camino de regreso, lucharon y hallaron una entre mil
razones para vivir.

Son guerreros que merecen reconocimiento por su dura batalla.


Aclaración
Este es un proyecto corto, que llegó a mí desde hace algunos años. La
historia está basada —no es literalmente la misma historia— en una
paciente de hace algunos años, cuando aún estábamos en la universidad y
realicé mis prácticas.

Muchos de sus pensamientos y frases están aquí descritos, recalco que,


esta historia no se crea con el fin de alabar un acto tan violento como lo es
una violación, al contrario, por medio de ésta busco demostrar como una
persona que ha sufrido tal abuso y crueldad, logra salir adelante gracias a
su familia, sus amigos y sus muchas ganas de vivir nuevamente.

He catalogado esta obra como de contenido adulto, pues aunque no


redactaré detalles explícitos, ya que para mí fueron bastante chocantes, se
encontrarán con algunas descripciones o párrafos que cuenten los hechos.

Les pido por favor que si deciden leer este contenido, no lo lean como
jueces, léanlo como personas que están también vulnerables a vivir ya sea
directa o indirectamente —en el caso de un amigo o familiar víctima de
abuso— esta historia.

Y para aquellos que han sufrido algo semejante les reitero que... No están
solos, alguien estará dispuesto a creerles y ayudarlos.

¡Saludos!
Contenido

ó
í
í
í
í
í
í
í
í
í
í
í
í
í
Sinopsis
Algunas personas podrían considerar mi historia como una entre muchas
dentro de las estadísticas.

Ojalá fuera así de simple.

Cuando suceden cosas terribles, cosas como las que me pasaron a mí,
considerarla como una más en la estadística, es como regar sal en la herida.
La forma en la que te marca, te hiere y te lastima, es profunda, intensa y
eterna. Cuando te arrebatan todo lo que tienes, cuando te despojan de lo
crees de ti misma, te pierdes.

Hay heridas, golpes y ataques físicos que duelen, pero cuando no sólo
lastiman tu cuerpo sino también tu alma, recuperarte es una lucha sin fin
contra los recuerdos que día a día ahogan tu mente.

Se supone que él estaba ahí para protegerme, se supone que nada de


esto sucedería. Pero ya sabes lo que dicen de suponer…

Muchas veces puedes estar equivocada.


Prólogo
—Puedes hacerlo, Anna. Estás aquí y eres capaz de cualquier cosa que te
propongas. —Su fría mano estrecha la mía y continúo observando la pared
frente a mí con ansiedad—. Eres una guerrera, todos somos conscientes de
tu historia y aun así, míralos. Están aquí por ti, porque eres su heroína.

Fuerzo una sonrisa que no es para nada un reflejo de mis verdaderos


sentimientos. Estoy petrificada, asustada, ansiosa, temerosa. Estoy hecha
un lío nervioso. Pero lo prometí, le aseguré a mi padre que estaría aquí, que
diría la verdad y que sería ese icono, el rostro de la tragedia que ayudaría a
aquellos que aún siguen ocultándose en la oscuridad.

—Estamos listos, cuando ustedes lo estén. —La voz de Claudia me


sobresalta. Miro hacia Esteban, mi compañero en esta travesía. Además de
considerarlo un amigo ahora, él era mi terapeuta. Sí, todavía estoy en
tratamiento psicológico. Después de cuatro años.

—Un momento, por favor —pide y vuelve a estrechar mi mano en una


pregunta silenciosa.

Asiento y me levanto, aliso las líneas de mi pantalón y acomodo mi


cabello tras la oreja. Respiro profundo y cuadro mis hombros. Camino junto
a Esteban hasta las puertas dobles del auditorio, la luz de los reflectores me
ciega momentáneamente, pero unos pasos adelante puedo contemplarlo
todo.

Me congelo y mi respiración se atasca.

Esteban, adivinando lo que pienso y siento, estrecha mi hombro y se


detiene esperando por mí. Busco sus ojos verdes que siempre logran
calmarme, me sonríe y respondo con más sinceridad esta vez. Esto no es
sólo por mí, por lo que me sucedió. También lo es por ellos.

Las cientos de personas que han pasado por lo mismo que yo, de forma
directa o indirecta y han venido hoy, aquí, a comprobar que cuando abres tu
boca y pides ayuda, puedes empezar a sanar como yo.
Camino los pocos pasos hacia el podio. Joslyn, la chica que lidera la
campaña a la cual estoy dándole un rostro, me presenta y luego sonríe para
que ocupe su lugar. Me aferro unos segundos a la mano de Esteban, pero
como lo he hecho últimamente, termino de recorrer la distancia sola, porque
puedo. Porque soy capaz.

—Buenas noches. —Me felicito internamente por no titubear. Aunque es


muy notable la ronquera en mi voz. Carraspeo lejos del micrófono y luego
continúo—: Joslyn Ferrer ha dicho poco o mucho de mí. Ustedes ya conocen
mi nombre, sin embargo lo repetiré por educación. Padre, aquí estoy
demostrando que he adquirido tus modales. —Bromeo y logro algunas
sonrisas del público—. Mi nombre es Anna María Durán, tengo veinte años y
he sido víctima de abuso sexual.

Cierro mis ojos unos momentos, necesitando controlar las imágenes y


recuerdos que se desbordan en mi mente. Inhalo una vez más y continúo.

»Sé que no es fácil para muchos aceptarlo, pedir ayuda y exponer su


vulnerabilidad ante todos. Pero hoy, estoy dispuesta a hacerlo para que
aquellos que aún siguen sufriendo en silencio, no lo hagan más. —Algunas
personas toman sus móviles y empiezan a grabar. Aunque me incomoda,
sabía que esto podría pasar. Estamos en la era de YouTube. Todo es posible
de ver en estas redes—. Muchos consideran mi historia una más en medio
del transcurrir de esta sociedad, que cada día se pierde entre mares de
violencia y sangre. Ojalá fuera tan sencillo para mí, o para quienes hemos
sobrevivido a una violencia como ésta, sería mucho más fácil si simplemente
tuviéramos un botón de suprimir y los recuerdos amargos desaparecieran.
Pero no es tan fácil, créanme.

Miro a cada rostro que se encuentra cerca de mí. Hay tantas personas
jóvenes, niñas incluso. Mi corazón duele al pensar que posiblemente algo
como lo que me sucedió a mí, pudo haberles ocurrido también.

»Hay ataques físicos que dejan cicatrices, pero cuando dicho ataque no
sólo lastima tu cuerpo, sino también tu alma, te pierdes, te rompes. He
intentado acabar con mi vida dos veces —Levanto mis manos y enseño mis
cicatrices. Cicatrices que hasta hace dos años volvieron a abrirse para
acabar conmigo—, porque creía que no podía más. Que no podría continuar
con tanto dolor dentro de mí. Las cicatrices de nuestro cuerpo pueden ser
maquilladas, pero las de nuestras almas ni siquiera llegan a cerrarse, y si lo
hacen son tan frágiles que en cualquier otro momento vuelven a abrirse.
Algunas personas asienten en comprensión, otras derraman algunas
lágrimas y tratan de disimularlo ocultando sus rostros en los folletos o sus
teléfonos móviles.

»Decir la verdad no es tan fácil. Y menos cuando la sociedad en vez de


apoyarnos y acogernos para protección, nos juzgan y señalan: “Ahí va
aquella a la que violaron”, “Pobre chiquilla, tan joven y ya la echaron a
perder”. Si tan sólo supieran el daño tan profundo que hacen esas palabras,
calan hasta los huesos y asientan la idea que han sembrado dentro de
nosotros. De que no somos nada, de que no valemos nada, que estamos
perdidas y que es mejor no vivir. Me tomó dos años, dos años, abrir mi boca
y gritar no más. —Una lágrima se derrama de mi ojo y recorre con tristeza
mi mejilla. No la limpio, dejo que vean en ese pequeño camino de agua
salada todo mi dolor—. Dos años para detener a aquella persona que día
tras día, noche tras noche, violentó mi cuerpo y mi alma. Y todo por temor,
por el miedo a ser señalada, rechazada, desechada y humillada más de lo
que ya lo era.

»Se suponía que debía protegerme, que me amaba. Yo era su familia,


sangre de su sangre. —Rio sin ganas y niego con mi cabeza—. Se supone
que una niña de catorce años debe sonreír y emprender el camino a buscar
sus sueños, que debe pintar arco iris y corazones con el nombre del chico de
la escuela que le gusta, que debe planear las pijamadas y escapadas a las
ferias, y todas estas maravillosas cosas que hacemos en nuestra
adolescencia. Pero en mi caso no fue así. No. —Mi garganta se reseca y mi
corazón se acelera porque sé qué viene en la siguiente confesión. Tomo un
poco de agua, acomodo mis hombros y con la cabeza en alto continúo—: A
mis catorce años, justo unas horas después de haberlos cumplido, mientras
dormía en mi habitación y frente a la ausencia de mis padres, mi hermano
mayor, ese hombre que se suponía debía cuidar de mí y sus dos mejores
amigos, entraron a mi cama, quitaron las sabanas y robaron mi inocencia de
la manera más cruel, vil y dolorosa —Ignoro los jadeos colectivos y no me
permito buscar sus rostros. No puedo hacerlo si quiero seguir hablando y no
romperme—; pero no sólo fue esa noche, fueron demasiadas. Tantas que he
perdido la cuenta. Sin embargo, las imágenes no se van, la sensación de sus
manos sobre mi piel, sus horribles palabras, las miradas lujuriosas y
morbosas, sus voces… nunca se van, nunca las olvido, jamás las pierdo.

»Esos hombres robaron mi ser, quebraron mi alma y mancharon mi


cuerpo. No ha sido fácil, no crean que estar aquí frente a ustedes,
diciéndoles todo esto es como quitar una curita. No lo es, pero soy
consciente que es necesario, porque muchas y muchos están pasando por
algo semejante y por ese temor, por el miedo, se callan y permiten que sigan
rasgando su ser. He venido aquí a contar mi historia, a darles testimonio de
que aunque herida, rota y un poco perdida; he encontrado razones para
querer sanar, unir mis piezas y reencontrarme conmigo misma. Porque
aunque esta vida no siempre es justa, hay muchas otras razones para querer
vivirla.

Esta es mi historia.
Capítulo 1
Seis años antes…
—¡Anna ven aquí! —grita mi madre desde la cocina de casa. Dejo la tarea
a medio hacer y camino hacia ella para averiguar qué necesita.

—Dime, mami.

—Toma esa cacerola cariño y tráemela. Necesito terminar tu pastel.

Tomo el recipiente que me pide y ayudo a verter la masa rosa que será
parte de mi enorme pastel de cumpleaños. Con una sonrisa contemplo las
catorce velas en la mesa de la cocina. Sí, hoy es mi cumpleaños número
catorce.

—Deja de comerte el relleno, no quedará nada para esta noche. —Golpea


suavemente mi mano y sonríe.

—Lo siento, mamá. Pero que conste que está delicioso.

—Gracias, cariño. Ve y sigue con tus tareas.

—Vale.

Durante la siguiente hora trabajo en mi proyecto de español, mientras


ella sigue con el pastel. Poco más de las cinco, todo en la cocina queda listo
y se sienta a ayudarme.

—¿Dónde está la hermosa cumpleañera?

—¡Papá! —grito cuando veo el enorme oso de peluche que mi padre trae
en sus brazos.

—Feliz cumpleaños, cariño. —Besa mi mejilla y me entrega mi presente.

—¡Es tan lindo! Gracias, pa’.

—Es con mucho cariño, princesa.


Camina hacia su estudio y mamá me pide que ayude a decorar la mesa y
ubicar los platos y vasos de mi cumpleaños. Pronto mis mejores amigas
Sonia, Emily y Katherine, llegan con sus regalos para festejar con mi familia.

—¿Y Didier?

—No lo sé, amor. Le he llamado tres veces y no responde.

Mi corazón se contrae un poco ante la mención de mi hermano. Didier es


cuatro años mayor que yo y aunque antes nos queríamos demasiado, ahora
sólo nos soportamos el uno al otro.

Él me considera una mocosa consentida y caprichosa. Yo lo veo como un


holgazán que no se preocupa por su familia. Pero no siempre fue así. Hace
algunos años Didier era el mejor hermano, el mejor hijo y el mejor en todo.
Desde su accidente en bicicleta y el hecho de no poder volver a jugar fútbol,
se ha convertido en un desconocido para esta familia.

—Ese chico va a escucharme. Se lo dije, le recordé que debía estar


temprano para celebrar el cumpleaños de su hermana.

—Probablemente esté con Héctor y sus amigotes. —Es lo más probable.


Mamá asiente y toma el teléfono.

—Didier, ¿dónde estás? —Hace una pausa para escuchar la respuesta de


mi hermano. No debe ser buena ya que se torna roja y resopla—. ¿Cómo que
cuál es mi problema? Mucho cuidado, jovencito. Podrás tener dieciocho años
ya, pero sigo siendo tu madre y puedo preguntar en dónde vas a estar. —
Escucho un grito fuerte del otro lado de la línea. Miro con disculpa a mis
amigas cuando la voz de mamá se eleva—. ¡Será mejor que te presentes en
casa o no tendrás más dinero para gastar en tus necias amiguitas y los
inestables de tus amigos!

Algo debe responder Didier, pero es interrumpido cuando mi madre


cuelga.

—En un momento estará aquí.

Respira profundamente y va hacia la cocina para traer el pastel.

—Lo siento chicas, drama familiar.

—No te preocupes An, mi hermano es igual de idiota que el tuyo. —


Sonrío hacia Nia. Su hermano es Héctor, el idiota e imbécil mejor amigo del
mío.
—¿Sabes quién me preguntó por ti esta mañana en la escuela?

—¿Quién? ¡Emy, dime!

—Christian Arboleda.

—¡No! —gritamos las tres ante la noticia de Emy.

Christian Arboleda es, hasta el momento, el chico más lindo de la


escuela. Cursa un año más que nosotras, pero por obra divina tenemos la
misma clase de inglés. Y gracias al cielo, es muy bueno en ese idioma, yo no
tanto. He tenido un enamoramiento por él desde hace un año.

—Sí —continúa Emy—, está mañana que no fuiste a clase de inglés, le


preguntó a todos por ti. Era de lo único que hablaba Danna.

—Danna —gruño con desdén.

La chica es la eterna novia de Christian. Bueno, él aún no sabe que lo


son. No obstante, la chica lo reclama como tal.

—Exacto. Estaba súper molesta por el interés de Chris en ti.

—¡Que tonta! Él ni siquiera sabe que existe.

—Lo sabemos Nia, aun así se empeña en marcar territorio.

—¿Qué mas dijo? —pregunto entusiasmada.

—Que si alguien tenía tu número, que por favor se lo diera.

—¿¡Qué!?

Por la santa trinidad. Chris quiere mi número.

—No puedes estar hablando en serio —susurra con asombro Nia.

—¿Por qué no? Ese chico ha estado detrás de An desde que tienen la
misma clase juntos. ¿Dime que se lo diste, Emy?

—Por supuesto que lo hice Kate.

—Oh Dios Santo. Creo que sufriré un colapso.

—No. No lo hagas. Es tu cumpleaños y aún no hemos tenido pastel. —


Gimoteo ante las sacudidas que me da Nia—. Puedes tener tu ataque de
histeria cuando estés en la soledad de tu habitación.

—Está bien. Voy a calmarme.


Y contrario a mi afirmación, corro a mi habitación para tomar el móvil y
tenerlo a mano. Sólo por si alguien decide llamar.

Alguien como Christian Arboleda.

—Feliz cumpleaños a ti… feliz cumpleaños querida Anna. Feliz cumpleaños


a ti.

Soplo fuertemente para poder apagar las catorce velas del hermoso
pastel. Logro apagar diez, Kate y Nia me ayudan con el resto. Mamá sirve el
pastel y papá me ayuda a desenvolver mis regalos.

—¿Una caja de música? Oh Dios, Nia. Es hermosa. —Abrazo a mi mejor


amiga. Amo las cajas musicales, en mi cuarto tengo una que me dio mi
abuela cuando tenía cuatro años. Es un hermoso carrusel y cada vez que
voy a dormir, la escucho por unos momentos.

—La encontré en esa tienda de antigüedades que tanto visitas.

—Es perfecta.

Es una hermosa bailarina de ballet, está un poco opaca y sin brillo, pero
una pintada y quedará perfecta. Abrazo a mi amiga y termino por destapar el
resto de mis presentes. Dos cupones de librería, una gargantilla y un nuevo
teléfono móvil son el resto de mis regalos.

Terminamos nuestros trozos de pastel hablando de mil cosas y riendo.


Justo cuando estoy despidiéndome de mis amigas en la puerta, veo el auto
de Héctor dejar a mi hermano frente a la entrada.

—Bien, será mejor que nos vayamos antes de que a tu hermano se le


ocurra decir algo y me cabree.

—Gracias, Nia.

—Mocosas —gruñe Didier a mis amigas, pasa por mi lado y ni me


registra.

—¡Qué idiota!

—Dímelo a mí, Kate. Pero es mejor así.

—Cuídate nena, nos vemos mañana en la escuela.


—Nos vemos Nia, gracias chicas.

—Feliz cumpleaños.

Entro a casa y ayudo a mi madre en la cocina. Papá baja corriendo las


escaleras de casa hablando por teléfono.

—Tranquila mamá, ya vamos para allá. Llamaré al 123.

—¿Qué sucede con Marina? —pregunta mamá dejando la mesa sin


recoger.

—Tropezó con una de sus plantas y al parecer se ha roto la muñeca.


Toma el abrigo cielo, iremos para llevarla al hospital.

—¿La tita estará bien?

—Sí cariño. Sólo es su muñeca. ¡Didier! —Mi hermano no asoma la


cabeza de su habitación a pesar del grito de mi padre—. ¡Joder! ¡Didier! Ven
aquí ahora mismo o subiré por ti y no será bonito.

Unos minutos después, escucho los pasos lentos y pesados de mi


hermano.

—¿Qué? —pregunta con altanería.

—No me respondas de esa manera, soy tu padre y quien paga por todo lo
que comes y vistes.

—Lo que sea, ¿para qué me llamas?

—Didier —advierte mamá.

—La abuela ha sufrido un accidente. Tu mamá y yo iremos para llevarla


al hospital, necesito que cuides de la casa y de tu hermana hasta que
regresemos.

—Bien —gruñe y se deja caer en el sofá, tomando un trozo de pastel que


sobró de la mesa de centro—, cuidaré de la malcriada.

—¡Es suficiente! —El grito de mi padre nos sobresalta, mi hermano por el


contrario, sigue imperturbable—. Me tienes hasta las narices con tu actitud,
será mejor que empieces a respetarnos o…

—Me pondrás de patas en la calle. Deberías cambiar el discurso, es


aburrido ya.

—Tú, pequeño hijo de…


—José —grita mi madre y detiene a papá de abalanzarse sobre mi
hermano que sonríe desde su posición en el sofá—. No es hora de discutir,
tenemos que ayudar a tu mamá. Y tú —Señala a mi hermano—, deja de
provocarnos y haz algo productivo de una vez por todas.

Un gruñido animal es la única respuesta de Didier. Me despido de papá y


mamá y me dispongo a limpiar el resto de la decoración de mi cumpleaños.

—Te falto ahí, mocosa. —Ignoro a mi hermano y continúo lavando los


platos.

Una mano aprieta mi antebrazo fuertemente.

—Dije: te falto ahí, mocosa.

—Suéltame. —Halo mi brazo intentando zafarme, pero lo único que


consigo que es que duela.

—Ni para limpiar sirves. —Me empuja tan fuerte que tropiezo y caigo
contra el mesón de atrás, golpeándome fuertemente en la espalda—. ¡Qué
torpe eres! Y qué pendeja. —Se burla. Regresa a la sala y enciende el
televisor. Limpiando las lágrimas de mis ojos, cierro la llave del agua y
decido subir.

Escucho que habla con sus amigos por teléfono, sólo espero que no
decida invitarlos a casa. Ninguno de ellos me agrada y son unos completos
cerdos.

Tomo el móvil nuevo, que mi padre ya había configurado y reviso un


mensaje que llegó hace dos minutos de mamá:

Tu abuela debe ser operada, cariño. Esta noche será larga para
nosotros. Asegúrate que todo esté bien cerrado y vete a dormir. Te
queremos, cielo. La abuela dice que siente haber interrumpido tu
celebración, por supuesto que le dije que no era su culpa. Te amamos.

Suspiro y me preparo para irme a dormir, después de limpiar mis dientes


y ponerme el pijama, bajo las escaleras para asegurar las puertas y ventanas
—el idiota de mi hermano no creo que pueda hacer algo tan simple como
eso. O tal vez no le dé la gana—, pero al llegar al primer piso me encuentro
con Héctor y dos amigos más de mi hermano. Suspiro y decido volver a mi
cuarto. Es lo mejor para no tener que lidiar con ese grupo de tontos.

Le doy cuerda a mi caja de música y me adentro en mis sábanas. Entre


la inconsciencia recuerdo que no aseguré la puerta y me levanto para
hacerlo. Antes de lograrlo, se abre. Los ojos desenfocados de mi hermano me
reciben y cuando veo su sonrisa siniestra, un escalofrío se cuela por todo mi
cuerpo. Es en el momento en el que abre su boca para hablar, veo a sus dos
amigos tras él y es ahí, cuando percibo la verdadera amenaza.

—Buenas noches, mocosa.


Capítulo 2
—¿Qué… qué haces aquí? —Cada célula de mi cuerpo me pide que corra.
Que huya y me ponga a salvo.

—No tengo idea, pero Héctor quería desearte feliz cumpleaños.

Mis ojos van hacia el rostro del mencionado y toda mi piel se vuelve de
gallina. Los ojos duros y cargados de intenciones que, aunque soy muy joven
para supuestamente saberlo, tengo por lo menos noción de lo que es.

Me cubro, o trato de hacerlo, con las sábanas de mi cama. Héctor, para


estar tan ebrio y drogado como siempre está, es mucho más rápido y me
alcanza antes de que logre hacerlo.

—¿Qué demonios te pasa? ¡Suéltame! —Trato de sacudirme de su agarre,


pero es demasiado para mí. Teniendo en cuenta que el chico levantaba pesas
desde los trece años, ha desarrollado fuerza y músculo.

—Tienes razón. —Vuelve sus ojos rojos y divertidos a mi hermano—.


Tiene garras, la condenada.

—Ya se los he dicho, necesita un poco de mano dura para volverse una
mansa paloma.

—Didier —siseo. Héctor aplica más fuerza a su apretón, causando dolor.


Es probable que mañana tenga una pronunciada marca en el lugar que tiene
bajo sus garras ahora—, dile a tu amigo que me suelte.

—Díselo tú. Aunque creo que ya te escuchó —Se burla—, como todos.

—Sabes, pequeña mocosa… —Me estremezco de miedo cuando su otra


mano acaricia la piel de mi clavícula descubierta. ¿Por qué carajos decidí
usar una maldita batola de dormir?—. He estado observándote por algunos
días. Ya no eres tan niña como antes.

—¡No me toques!

Golpeo su mano, sólo ríe. Mi golpe es tan insignificante comparado con


su fuerza. Cuando me sacude con intensidad, demostrando que no tengo
oportunidad contra él, que puede abordarme y tratarme como una muñeca
de trapo, todos se carcajean, disfrutando de mi estado vulnerable y frágil.

Es que mi pequeña estatura de un metro cincuenta y siete centímetros,


contra su metro noventa, no tiene oportunidad. Además, mi peso es de
cuarenta y nueve kilos, el suyo un poco más de setenta y tres.

—Me estás haciendo daño —susurro con terror—, por favor.

Didier camina sin preocupación hasta mi cama y se deja caer cruzando


los brazos tras su cabeza.

—No pueden hacerle mucho daño. No quiero que mañana sea muy obvio
que hemos jugado con ella un poco.

¿Qué?

Una gota de sudor se desliza por mi columna. Terror, el más increíble y


crudo terror se cuela por todo mi cuerpo.

Corre, corre. Huye, sálvate.

—Awwww, el hermanito ahora sí se preocupa. —La burla de Héctor sólo


hace que mi hermano ría aún más, como Miguel, su otro amigo.

—Seremos un poco rudos, Didier. Pero, ¿a qué mujer no le gusta duro?

Oh Dios.

Las risas de los tres hacen que mi cuerpo se sacuda y mi corazón lata
desbocado. Debido a su pequeña distracción, logro esta vez con éxito,
salirme de su firme apretón y entonces corro fuera de este lugar, incluso si
tengo que saltar por la ventana, lo haré.

—Atrápala —ordena Héctor, pero me tiro hacia la pared. Alcanzo a evitar


a Miguel y correr fuera.

De dos o de a tres, no soy muy consciente de ello en estos momentos, voy


bajando las escaleras para llegar a la puerta de entrada. Escucho detrás los
gritos de Didier y el resto de sus amigos, me concentro en seguir mi camino
y alcanzar el maldito pomo de la puerta.

Sólo unos cuantos pasos más, sólo un poco y lo…

—¡Te tengo! —Un grito es cortado de mi garganta cuando el suelo me


recibe y saca todo el aire de mí. Héctor me ha tacleado y ahora estoy bajo su
cuerpo—. No te muevas así, cariño o terminaré muy pronto.
Se ríe y grito con todas mis fuerzas.

—¡Ayudaaaaaaa!

¡Zas!

Un puño me golpea en la cara y mi cabeza rebota contra el piso


golpeándome la nariz. Mis ojos se llenan de lágrimas debido al dolor y siento
que todo da vueltas a mi alrededor.

—¡Calla a la pequeña puta! —grita Miguel, acercándose por un costado.

—Te dije que no la golpearas en el rostro. ¡Joder! Ahora van a preguntar


qué pasó.

—Cállate idiota. Dijiste que estaba dormida, es tu culpa.

—Ayu… —Soy sacudida nuevamente, gimo de dolor cuando me tapa la


boca y lastima mi nariz. Me levanta del suelo y llevándome a su pecho,
dejándonos frente a frente.

—Será mejor que cierres el pico cariño, —Parpadeo y luego veo el cuchillo
en su mano—, si no quieres que te enseñe lo que puedo hacer con esto en
cada espacio y orificio de tu cuerpo.

Me estremezco fuertemente cuando mi mente asimila sus palabras.

¿En qué momento llegamos a esto?

—Así está mucho mejor. —Palmea mi mejilla. Lágrimas se derraman de


mis ojos manchando mi rostro.

—Lindos pantys, hermanita. —No puedo mirar a Didier en este momento.


Estoy demasiado petrificada entre las garras de Héctor, que me impide
mover cualquier músculo de mi cuerpo.

—Qué ternurita. Y yo que te creía más de vaquitas y cerditos. —Vuelvo a


estremecerme, cuando uno de sus dedos traza el triángulo de mi ropa
interior. Un gemido de agonía se escapa de mis labios y las ganas de gritar y
correr se hacen más intensas—. Ni lo pienses, voy a hacerte mucho daño si
abres esa boca y pides ayuda nuevamente.

—Nadie va a ayudarte, mocosa. —La risa vacía de Didier hace que mi piel
pique y mi corazón se sacuda violentamente.

—Didier… por favor. No me hagas esto —sollozo—. Por favor, soy tu


hermana. Diles que no me lastimen.
—¿Por qué habría de hacer algo así? —Camina hasta donde Héctor
continúa aprisionándome—. Sólo nos estamos divirtiendo.

—Didier —ruego. Se encoje de hombros y palmea la espalda de Héctor.

—Ahora sabrás mocosa qué se siente perder todo lo que eres.

Alguien ayúdeme. Por favor.

—Que empiece la verdadera fiesta. —Sonríe. Y se ve igual de tenebroso


que mi hermano—. Vamos a darte el mejor regalo de cumpleaños, chiquilla.

—Por favor —susurro en pánico.

—Estarás diciendo eso más adelante, bebé. Vamos.

—¡NO! —Peleo contra el agarre de sus brazos. Gruñe cuando golpeo su


mandíbula. Didier viene y ayuda a retenerme, mientras Miguel intenta tapar
mi boca.

—¡Hijo de puta! La perra me mordió.

—Deja el maldito escándalo y ayuda a callar a esta estúpida.

Sigo sacudiéndome y me sujetan más fuerte. Me aprietan con tanta


intensidad que sollozo de dolor. Contra mi voluntad y luchando con toda mi
energía, entre los tres me llevan hacia mi cuarto. Muerdo y pateo sus
cuerpos, pero logran someterme fácilmente.

Agitada y dolorida por la fuerza que sus manos ejercen en cuerpo, intento
recobrar el aliento que me falta. Aun así, cansada y agotada, reúno
nuevamente las fuerzas para continuar luchando.

—¡Suéltenme! Ayu…

—Que te calles, ¡joder! —Mi antebrazo arde y siento algo líquido correr
por mi brazo.

—¡Te puedes calmar de una puta vez!

Didier se abalanza sobre Héctor y golpea su cara. Aprovecho ese


momento para alejarme de ellos, reviso mi brazo y encuentro una cortada de
no más de siete centímetros y poco profunda.

—Les he dicho mil veces que no podemos dejarle marcas.

—¿Y crees que no va a decirles a todos? —gruñe Héctor—. Necesitamos


mostrarle que si abre la jodida boca una vez más, la próxima cortada será en
otro lugar —Sus ojos centellan maldad pura—, o en alguno de sus padres.
Tal vez podríamos visitar a esa abuelita que vive sola, sin quién la cuide.

Jadeo y regreso su atención a mí. Esta vez no hay puerta o ventana


cerca, por lo que para salir, debo enfrentarlos. Tomando la lámpara de mi
cama, los amenazo como si fuera una espada.

—Tómala y hagámoslo de una vez. —Miguel sonríe ante la orden de


Héctor—. Has estado tentándonos por mucho tiempo. Creyéndote demasiado
buena para una jodida revolcada. Te probaré esta noche que te has perdido
de mucho.

—No se acerquen.

—¿O qué? —Ríe Miguel— ¿Vas a golpearnos con esa lámpara de


unicornios?

—Lo intentaré. —Aunque no voy a acabar con ellos ni aplastarlos como


cucarachas; por lo menos podré defenderme, hacerles algo de daño y así
poder huir para pedir ayuda.

El sonido de alerta en mi móvil vuelve a distraerlos. Didier lo toma de mi


mesa de noche y aprovecho para abalanzarme hacia adelante y golpear a
Miguel.

—¡Mierda! —grita y se aleja de la ventana, que ahora es mi ruta de


escapar.

—Mocosa del carajo. —Didier me alcanza antes de que logre moverme


siquiera—. Te vas a quedar quieta Anna, o voy a hacer que tu querida Tita
pague por todo.

—No serías capaz, tú quieres a la tita.

—¿A esa anciana? Por favor. —Resopla y ríe—. Mira mocosa, esta familia
y cada miembro de ella me importa una mierda. Y si por dejar que mis
amigos jueguen contigo, obtendré algunos favores, ¿por qué no habría de
garantizar que puedas servir a nuestros propósitos?

—Y nuestros propósitos —Me congelo cuando siento el aliento de Héctor


cerca de mi cuello—, requieren menos ropa de tu parte.

Toma con sus manos mi pijama y tira. Jadeo y empujo su pecho, pero es
demasiado fuerte.

—No, suéltame. Didier. ¡Papá! ¡Mamá!


Pataleo de nuevo y araño sus brazos y cuello. Maldicen y me arrojan con
brutalidad sobre la cama. Muerdo y grito. Una mano golpea mi mejilla, pero
continúo gritando.

¿Dónde están los vecinos?

¿Acaso nadie me escucha?

Didier logra juntar mis manos y elevarlas sobre mi cabeza, colocándose a


horcajadas sobre mí, ríe cuando me retuerzo contra su agarre y sollozo al
verme impedida. Maldigo su existencia y la de sus estúpidos amigos. Levanto
una pierna para patearlo en su entrepierna, una mano me detiene antes de
hacerlo y ahora tampoco puedo mover mis piernas.

—¡Auxilioooo! —Recuerdo que hace un tiempo, en la escuela, nos dijeron


que si éramos atacados, gritáramos “fuego”. Eso llamaría más la atención de
las personas. Con este nuevo conocimiento, abro mi boca y grito lo más alto
que puedo—: ¡Fuego!

—¡Que te calles, pendeja!

—Creo que tendremos que callarla por las malas, por las buenas no quiso
entender. —Mi mirada se detiene en el cuchillo que sostiene Héctor. Su
sonrisa es diabólica—. Esto dolerá, nenita. Y no será bonito.

Usa una de mis camisas sucias arrojadas al suelo para amordazarme.


Grito y meneo la cabeza, pero logra adentrar la camisola en mi boca y en
segundos siento un nuevo corte en mi estómago.

—Arrrrgggg. —Más y más lágrimas se derraman. Sollozo y gimo contra la


tela de mi camisa. La que usé hace unas horas para celebrar mi
cumpleaños.

—Qué bonito. Lástima que deba romper esas lindas y sexys bragas
blancas.

—La pureza de la vida. —Se burla Miguel.

—¡Nowwwww! —Mi grito no hace nada para detener las toscas manos que
desgarran mi ropa interior. El aire golpea mi piel y el pánico se incrementa
con la determinación de salir de esto. Ilesa.

Sin el mayor daño posible.

Sin permitirles tomar lo que quieren de mí.


Con toda la fuerza que puedo reunir, empujo mi torso hacia arriba. No
logro quitar de encima a mi hermano, pero sí logro desestabilizarlo lo
suficiente para que suelte un poco mis manos. Aprovecho la oportunidad y
empujo nuevamente, Héctor tropieza hacia mi mesa de noche enviando mi
caja de música al suelo y rompiéndola a su paso.

—Maldita imbécil —gruñe y se recompone, pisando los trozos rotos del


regalo más importante y especial para mí—. Por más que te resistas cariño,
no lograrás que desista. Verte así de salvaje sólo hace que desee domarte
mucho más.

Toma el cable de la lámpara astillada en el suelo y lo extiende hacia


Miguel.

—Amárrala. Ya me cansé de esperar.

No dejo de pelear incluso cuando el peso de Miguel me oprime, sólo sigo


luchando.

—Eso es gatita, aráñame más fuerte. Me gusta el dolor.

—Eres un idiota, Héctor.

—No tanto como tú, Didier. Yo podré ser un maldito enfermo, pero jamás
te dejaría tratar así a la mocosa de mi hermana.

—¿Tú crees que si de verdad me importara permitiría esto? —Mi corazón


se rompe totalmente cuando escucho esas palabras—. Vamos hombre, para
mí es como cualquier puta. Sólo que esta ha tomado todo lo que era mío.

Me mira, directo a los ojos, proyectando todo el odio y resentimiento que


puede tener dentro.

—Debe pagar por ello.


Capítulo 3
Seis meses.

Han pasado seis meses desde esa noche en la que me perdí a mí misma.
Veinticuatro semanas desde que ellos se apoderaron de mi cuerpo y de mi
alma a su paso, 183 días desde qué fui ultrajada y humillada de la manera
más vil y despiadada.

Después de esa noche no volví a ser la misma, literalmente. No queda ni


rastro de la chica feliz y alegre que era. Mis padres creen que es una etapa
de la “adolescencia”, que tengo un corazón roto o sigo alguna moda. Y es que
mi cuerpo, que ya no es mío, ha cambiado. He sabido aprovecharme de ello,
para olvidar, para borrar las huellas que noche a noche ellos dejan.

Mi tormento no acabó cuando estuvieron dentro de mí. Porque cada uno


se tomó su tiempo y dijeron que lo disfrutaron. Me lo repitieron con cada
embestida, con cada golpe de sus caderas. Yo, yo sólo sentí el más horroroso
dolor y pérdida. Con cada empuje mi corazón y mi alma se fracturaban.
Intenté cerrar los ojos, gritar, defenderme; pero no lo logré. Ellos ganaron,
me destruyeron y siguen haciéndolo. Sus sucias palabras, las caricias no
bienvenidas, sus besos no deseados, vienen cada noche —que les es
posible— y vuelven a romperme. Una y otra vez. Nunca acaba, nunca
termina.

Esa noche, cuando Didier —el último en lastimarme— dejó mi


habitación, Héctor regresó para hacerlo hasta que el sol se asomó por la
ventana. Mis padres no llegaron hasta la media mañana, cuando ya no
había nada que rescatar, resguardar o salvar de mí.

Me levanté, aun cuando mi cuerpo protestaba por el dolor, arrojé las


sábanas ensangrentadas a la basura —después de haberlas despedazado—
y lavé mi cuerpo hasta que mi piel se tornó dolorosamente roja. Limpié los
condones, que los desgraciados no fueron capaces de recoger y me encerré
todo el día dentro del baño de mi habitación. Vomitándolo todo junto a las
lágrimas que caían de mis ojos.
Papá y mamá subieron varias veces para ver qué sucedía conmigo, les
mentí y dije que había comido demasiado la noche anterior y me sentía mal.
Lo dejaron estar. Pregunté por mi abuela y supe que se encontraba bien.
Didier tampoco salió de su habitación hasta la hora de la comida, cuando
mamá nos obligó a bajar. No quise ir, inventé mil excusas, pero la hora de la
comida era importante para mi madre; y terminó por hacer que me sentara
en la mesa, frente a Didier y su malvada sonrisa.

Las náuseas no se hicieron esperar, la ira tampoco. ¿Cómo podía


sentarse en la misma mesa, sonreír y actuar como si nada hubiera pasado?
¿Acaso no había sangre en sus venas? ¿Cómo podría sostenerles la cara a
mis padres, cuando hace unas horas me había lastimado de esa manera?

Pensé que estaba drogado, ebrio o cualquier otra cosa, pero no. Estaba
muy consciente de todo y de todos. Su pie no dejaba de tocarme bajo la
mesa y sus ojos, a pesar de su sonrisa, no dejaban de advertirme que debía
permanecer callada. Lo hice, sólo por esa noche.

A la mañana siguiente me reporté enferma y le dije a mi madre que


necesitaba hablar con ella. Las lágrimas caían de mis ojos cuando me senté
en la sala y busqué su abrazo. Pero antes de que pudiera abrir mi boca, mi
padre llegó nervioso y asustado, diciendo que alguien había intentado atacar
a la abuela. Habían entrado a su casa, afortunadamente seguía en el
hospital, rompieron todo lo que pudieron encontrar a su paso. No robaron
nada. Habían sido ellos. Cuando el alboroto pasó, mamá regresó a nuestra
conversación, volví a mentir y dije que un chico me había roto el corazón.

Esa noche, Didier volvió a visitarme y no fue para leerme un cuento.

Regresé al colegio tres días después, no hablaba con nadie. Mi cabeza


sólo recordaba una y otra vez sus palabras, sus cuerpos sobre mí. Repetía y
repetía todo. Tenía miedo de que alguien me tocara, me notara, me hablara.
Creía que también me lastimarían de esa manera.

Christian intentó hablarme, mi corazón tartamudeó por unos minutos,


antes de recordar el daño que un hombre puede hacer y salí huyendo de su
presencia. No volvió a intentar conversar conmigo nunca más.

Kate, Nia y Emy también intentaron averiguar qué sucedía conmigo, pero
me alejé de ellas. Al fin y al cabo una era la hermana del monstruo que
había acabado conmigo. Insistieron por un par de meses, pero luego se
dieron por vencidas. Aunque en los pasillos, cuando cruzamos miradas,
puedo ver el dolor y las preguntas en sus ojos frente a mi cambio radical.
Ahora soy toda una figura en la escuela.

Soy la golfa, la come hombres, la puta.

Es que, ¿qué otra opción tenía?

De alguna manera debía quitar sus marcas de mí, no dejar que mi


cuerpo les perteneciera. No los dejaría tenerme. Cuando lo entendí gracias a
Cecilia, la golfa número uno del colegio, me permití ser dueña de mí misma
por esos momentos. Así que lo hice con Aarón, Sebastián, Juan Gabriel,
Leonardo, Andrés, Julio y todos los demás chicos que querían probarme.

Los dejé tomarme, no porque no tuviera opción, lo hice porque en


realidad era mi decisión y no la de ellos.

Cambié mi modesta ropa, por una más atrevida. Mi mente se olvidaba los
feos recuerdos nocturnos cada vez que un chico coqueteaba conmigo; en el
día yo era una estrella de la actuación, siempre feliz, siempre coqueta. En las
noches, dejaba que ellos me destruyeran y luego me acurrucaba a llorar y
tratar de remendar mis heridas.

He vivido este juego por los últimos meses y aunque me alivia por unos
momentos, la herida y el dolor nunca cesan.

—Eso fue… ¡guau! —jadea Iván. Sale de mí y se deja caer a mi lado, en


su cama.

—Lo sé. Así de increíble soy. —Finjo una sonrisa, al igual que fingí el
orgasmo anterior. Este chico puede ser muy lindo, tener un buen cuerpo,
pero es un completo idiota.

Me levanto de su cama y busco mi ropa. Me visto frente a él, rodando mis


ojos al ver la estúpida y petulante sonrisa.

No me hiciste ver nada, idiota.

He tenido mejores.

Debí haberme ido con Steven, el sí sabe qué hacer con una chica en su
cama.

—¿Por qué te vas? Puedes venir aquí y repetir en unos minutos.

—No repito, lo siento —murmuro y salgo de su habitación, estrellando


ruidosamente su puerta.

Afortunadamente sus padres no están.


—¡Que perra eres! ¡Ni que fueras una diosa del sexo! —grita. Lo escucho
bajar las escaleras. Me vuelvo y con la más fría de mis sonrisas le espeto:

—Por lo menos no soy un polvo de gallo.

Su rostro se colorea, aprieta sus puños y gruñe:

—Perra.

—Sí, sí. Eso no me afecta.

Salgo rápidamente de su casa y camino de regreso a la mía.

Al infierno.

A mi tormento.

Y no tengo un chico lindo y sexy en quien pensar cuando él tome lo que


quiere de mí.
Capítulo 4
Sale de mí y gruñe. Yo sólo puedo seguir contemplando el techo de mi
habitación mientras las lágrimas, que siempre intento no derramar, se
escapan de mis ojos.

Esta vez fue más duro y crudo. Incluso le di la bienvenida al dolor.

No sé si algo pasó con sus amigos o si tuvo otra discusión con mis
padres, lo único de lo que estoy segura, es que ha proyectado esa furia en mi
cuerpo. Todavía puedo sentir el control de sus manos en mis brazos y mi piel
escose en los lugares que mordió con fuerza.

—Esta noche estuviste demasiado dócil, mocosa —dice. Sube su


pantalón y se sienta en el borde de mi cama. Enciende un cigarrillo y empuja
con su dedo mi caja de música.

No respondo. Cubro mi cuerpo con las sabanas. A diferencia de él, que


sólo se baja el pantalón, debo estar totalmente desnuda. Ni siquiera usa un
puto condón, es una suerte que no me haya contagiado algo y que optara
por tomar la píldora. Una vez intenté decirle que debía hacerlo, me golpeó y
luego atacó a mi abuela. No volví a sugerirle nada, simplemente le permití
hacer con mi cuerpo lo que se le antojara.

—¿Vas a hablar o qué? Ha habido otras veces en las que al menos finges
y gimes como puta. Esta noche, sin embargo, has sido peor que una muñeca
inflable. —Se burla—. ¿Acaso el niñato con el que jugaste esta tarde no supo
hacértelo mejor?

Mis ojos se cierran. Trato de alejar su voz, los recuerdos de esa noche y
de miles de noches anteriores, pero es imposible.

—Héctor se pasará mañana. —Me tenso inmediatamente después de


escucharlo. Héctor es peor que mi hermano, es brutal y cruel. Me estremezco
recordando la última vez que me tocó. No pude caminar bien por dos días—.
Oh —Ríe entre dientes—, te emociona saber que viene tu hombre favorito.
Recuerda portarte bien, Anita, traeremos un amigo a la fiesta.
—¿Qué? —Me estremezco nuevamente, no debí haber mostrado reacción
alguna. El temor se desliza en mis huesos al escuchar que otro chico vendrá
por mí.

Mis padres saldrán de cena mañana, es su aniversario y mamá ha


preparado una velada romántica para mi padre. Didier ha aprovechado para
hacer una fiesta. Lo ha hecho antes, pero siempre, quienes visitan mi cuarto
son él o Héctor. Miguel no volvió a tocarme desde esa noche, incluso dejó de
juntarse con mi hermano. Lo he visto un par de veces en la ciudad, a veces
me ve con dolor y vergüenza, otras no es capaz de reconocer mi existencia y
una sola vez pude ver arrepentimiento.

Lo ignoré, es demasiado tarde para ello.

—Lo escuchaste perfectamente. Mañana vendrá un amigo, quiere conocer


nuestro juguetito. Es un buen proveedor, así que pórtate bien y todos
estaremos sanos y salvos.

Oh Dios mío. Mi hermano me usará para obtener drogas.

El escalofrío que me recorre esta vez es demasiado fuerte. Rompe a reír,


pero procura no hacer demasiado ruido para despertar a mis padres que
duermen en su habitación en la planta baja. Escupe el suelo y deja su
cigarro entre el hueco de la caja musical.

Mis ojos siguen derramando lágrimas. Lo veo salir de mi habitación y


corro hacia la caja para quitar el cigarro que ha empañado el interior con su
humo. Me levanto y arrojo el cigarro al suelo, lo pateo y piso, imaginando
que es el imbécil de mi hermano. Me dejo caer nuevamente y lloro. Sollozo,
me sacudo, me abrazo a mí misma y maldigo mi vida. Unos minutos después
tomo la caja de música, la llevo hasta el baño y mientras intento limpiar mi
cuerpo, dejo que la música me traiga algo de paz. Así sea sólo por unos
segundos.

—Así que esta es la pequeña —dice el hombre que hace unos segundos
me fue presentado como Román. Me sacudo al sentir el roce de sus fríos
dedos contra mi brazo—. No mentían cuando decían que es una cosita
deliciosa. —Mi hermano y Héctor ríen. La supuesta fiesta que habían
planeado para hoy se compone solo de ellos tres y una puta que acompaña a
Román y me ve como si fuera la mierda en su zapato.
—Te dije que valdría la pena —comenta Héctor. Sus ojos de desplazan al
igual que los de Román, por todo mi cuerpo—. Y cuando la presionas un
poco, deberías ver lo gata salvaje que se vuelve.

Vuelven a reír, incluso la puta lo hace. Me encojo aún más.

—Debe ser una de las buenas, si quieren algo de mi lote tienen que pagar
un buen precio por ello. —Los ojos claros del proveedor regresan a mi
rostro—. Bien, es hora de probar la mercancía.

Un sollozo se escapa de mi boca al escuchar esas palabras. Sé


exactamente a lo que se refiere y no puedo evitar sentir miedo y repulsión.
Didier toma mi brazo y me sacude, golpea mi mejilla y gruñe en mi oído.

—La abuela puede sufrir otra horrible caída si no te comportas.

—No. No le hagas nada —susurro aterrada.

—Entonces… hazlo bien.

—¿Algún problema? —pregunta Román.

—Ninguno amigo —responde Héctor—. Anna solo necesita unas cuantas


palabras de motivación.

Los ojos de Román brillan con malicia. Esta noche sé que voy a sufrir
más que nunca. No puedo evitar controlar los temblores de mi cuerpo.

—¿Están seguros de que sus padres no regresarán hasta tarde?

—Completamente —responde Didier—. Yo mismo me aseguré de ello.


Mamá creerá que se ha ganado una estadía en la suite del hotel porque sí.

Dios mío. Eso los detendrá en el lugar toda la noche.

—Bien. Lo quiero en la cocina —dice la puta. Mis ojos se abren en


confusión—. Quiero que la montes en la cocina, cariño.

Bilis se acumula en mi garganta. Ella quiere que me viole en la cocina de


mi madre y quiere ver cómo lo hace.

—Tú y tus locas fantasías. —Ríe Román—. Ya ven chicos, por eso es que
la amo tanto.

—Vamos. —Me empuja Didier. Me resisto, no voy a permitir que


manchen el espacio donde mi madre tararea y ríe cada día. Está bien que
usen mi habitación, ese lugar sólo me pertenece a mí; pero la cocina es su
territorio y no puedo permitirme tener un recuerdo negro en un lugar donde
tantas veces he reído—. ¡Joder! Anda.

—Didier… no. —Me cubro demasiado tarde, su mano golpea nuevamente


mi rostro.

—Vas a hacer lo que te digamos. ¿En serio quieres llevarme la contraria?

—No, no. Sólo… ahí no. Llévalo a mi cuarto.

—Ella lo quiere ahí, es el cliente, quien pide cómo y dónde lo quiere.

—Pero es la cocina de mamá —lloro.

—¿Y? Muévete mocosa. No me hagas repetirlo una vez más —gruñe. Me


estruja. Héctor ríe viniendo hacia mí también. Toma mi cabello y hala mi
cabeza hacia atrás—. Recuerda muy bien lo que sucede si no cumples.

El recuerdo de mi abuela golpeada, porque aparentemente un hombre


ebrio la confundió con un poste, me llega a la mente.

—Está bien, lo haré —sollozo. Dejo que me empujen hasta la cocina,


cierro mis ojos en cuanto llego y sus manos empiezan a desnudarme.

Román se acerca tras de mí y susurra porquerías que me hacen temblar


llena de pánico. Me repito unas mil veces que es sólo una pesadilla, trato de
recordar cada chico con el cual he decidido dormir para mitigar la sensación
de sus callosas manos, el dolor cuando aprieta mis senos con violencia, el
escozor de su barba mientras recorre mi piel con sus dientes, las náuseas
cuando me hace besarlo y tocarle. Reprimo mis gemidos lastimeros cuando
introduce su pene en mi boca, lloro cuando escucho las risas de todos a mi
alrededor y me encojo cuando Didier me golpea por no ser capaz de tomarlo
profundo en mi boca.

Cuando entra de forma violenta en mí, me dobla y golpea mi interior, tan


fuerte no puedo ahogar mis gritos… vuelvo a romperme.

Me rompo, me deshago, me quiebro en mil pedazos, escuchándolo decir


lo sucia que soy, mientras sus tres espectadores lo animan a hacerme más
daño.

Cuando termina y es el turno de Héctor, no puedo más que tararear la


música de mi caja para olvidar mi cruda y cruel realidad.

No quiero vivir más.


Capítulo 5
Once meses después.
Mi cumpleaños vino y se fue. No lo celebramos, claro que no.

Primero, porque no pude mirar a los ojos desde ese día, hace casi un año,
a mi madre. También porque me volví más y más irritable, grosera y violenta
con ellos.

Sé que no es su culpa que mi hermano me lastime, pero desde el día de


su aniversario número veinticuatro, han salido muchas noches,
permitiéndole usarme a su antojo.

Román volvió, por supuesto que lo hizo. ¿Dónde más podría encontrar a
una niña con la cual pudiera hacer lo que quisiese y nadie lo castigaría? En
ningún lugar. No puede nadie imaginar las cosas que me ha hecho y las que
me ha hecho hacer.

He intentado negarme, incluso cuando pidió hacerlo en la habitación de


mis padres, pero siempre he recibido un castigo. Justo dos días después de
que me opuse a usar la sala de mí casa para ser violada por los tres, mi
abuela sufrió un incidente con el gas de su casa y el carro de mis padres
apareció con los frenos cortados.

Ahora, con el maldito de Román y su mujerzuela Sully —encantados con


su juguete— no sólo tenían más respaldo para chantajearme, si no que
tenían más poder sobre mí. Tanto así, que en varias ocasiones había tenido
que ir a su propia casa.

Lo único bueno —si es que puedo llamarlo así— de esta nueva situación,
había sido que Didier estaba últimamente tan drogado que ya había dejado
de entrar tan frecuentemente a mi habitación. Pero eso no detuvo a Héctor,
ni a Román, o a Gustavo —el nuevo torturador de la fórmula.

He dormido con tantos chicos en mi escuela y en la ciudad, que me es


imposible reconocer con quién he estado y con quién no. Mis padres ya se
han enterado de los rumores sobre lo puta que se ha vuelto su hija. Han
intentado hablarme, pero les grito y me escondo en mi habitación. No tienen
derecho a juzgar mi único método de escape, de liberación, de contraste con
mi realidad.

Cada chico, incluso aquellos hombres casados con los que coqueteo y
dejo que me toquen, son mi escape, mi herramienta, el salvavidas que utilizo
cuando las manos y los cuerpos a los que no puedo decir que no, me toman
y me lastiman. Pensar en ellos o imaginarlos, me ayuda a ahuyentar el dolor.

Si tengo un orgasmo, uno que sea mío, por mi decisión, me siento libre,
normal, como cualquier chica que disfruta del sexo y de su cuerpo. Pero en
el momento que acaba y los dejo, el dolor, la sensación de repulsión, las
voces de mi cabeza, me regresan a ese momento, cuando los monstruos me
reducen a un cascaron vacío… a nada.

—¿En qué piensas? —La voz de Nicolás, el chico con quien he tenido
sexo, me saca de mis pensamientos.

Le sonrió coquetamente y froto su abdomen desnudo.

—En ti y en lo increíble que fue.

No miento, Nicolás realmente ha sido de otro mundo. Y no sólo porque


me tomó tres semanas conquistarlo, cuando por lo general sólo necesito una
sonrisa sugestiva, y listo. No, él me dejó muy claro que no me quería para
una noche y ya. Al principio me enojé, mucho, luego lo seguí observando en
el colegio, en la calle y me gustaba, lo quería. Es uno de los chicos más
guapos que he visto.

Tiene unos increíbles ojos verdes que me hacen suspirar, una linda
sonrisa, buen cuerpo, dos años mayor que mis casi dieciséis años, educado
y respetuoso, detallista, con hoyuelos. Hace suspirar a cualquier chica.

Después de intentarlo dos veces más y que él desechara mis avances,


lloré. Vi en él algo que me hacía anhelarlo, la forma en la que trataba a las
chicas, en la que me miraba sin juzgarme, sólo me veía a mí y no a la fama
de ser una mujerzuela fácil. Lo quería, lo necesitaba para llenar mi mente de
sus recuerdos.

Dos días después de su rechazo, estaba sentada en la cafetería, cuando


lo vi caminando hacia mí. Lo fulminé con la mirada y entonces sonrió, esa
sonrisa hizo que mi corazón tartamudeara. Lo ignoré cuando se sentó a mi
lado, fingí que no le oía cuando me habló, pero cuando su mano tomó mi
barbilla y me hizo mirarlo, no pude dejar de contemplar sus lindos ojos.

—¿Quieres ir a cenar conmigo mañana en la noche?


Parpadeé, arrugué mi frente en confusión y volví a parpadear.

—¿Qué?

—He dicho…

—Sí —interrumpo—, ya sé lo que has dicho. No entiendo, ¿por qué


querrías invitarme a cenar?

—Me gustas. Se supone que cuando a un chico le gusta una chica, la


invita a salir. —Sonríe y se encoje de hombros.

Me permito contemplarlo unos segundos antes de romper a reír.

—Nico, si quieres acostarte conmigo, no tienes que llevarme a una cita.


Soy fácil de obtener —respondo. Hay una sonrisa amarga en mi rostro al
decirlo.

—No —gruñe. Su frente se arruga en disgusto—. No quiero sólo


acostarme contigo. Quiero salir contigo, de verdad me gustas Anna.

—Por favor —bufo—. Todos saben perfectamente qué clase de chica soy.

—No, no sé quién eres. —Sonríe—. Por eso te invito a salir. Quiero


conocerte.

Y así pasaron tres semanas de cita en cita. Mentiría si dijera que no fue
divertido y emocionante. Ha sido algo fresco y nuevo para mi vida. Es por
ello que hoy, cuando me regaló mi primer ramo de flores y oso de peluche,
no pude evitar arrojarme a él y hacerlo mío.

—Tengo que irme —susurro entre sus brazos.

—¿Qué?¿Por qué? —pregunta.

—Tengo que acompañar a mi tita. Ha estado enferma —miento.

—Oh, bueno. —Se levanta, la decepción marcando su rostro—. Te llevaré.

—¡No! —grito, confundiéndolo—. Lo siento. No te preocupes, mi hermano


vendrá por mí.

—¿Tu hermano?

—Sí —respondo. Busco mi ropa y empiezo a cubrirme. Nicolás se acerca


y me ayuda. Besa mis labios y me regala una de sus sonrisas. Una que
llevaré en mi mente esta noche, cuando tenga que dejarles a ellos hacer lo
que deseen conmigo.
Quince minutos después, Didier hace sonar el claxon desde la calle. Ha
llegado la hora. Me aferro a Nicolás cuando me abraza, grabando su aroma y
su calidez. Se ríe y bromea sobre no querer separarme de él, lo cual es un
poco cierto. Le doy una sonrisa tensa y camino de regreso a mi cruel vida.

Esa noche los recuerdos de Nico fueron suficientes, tanto así que Román
se disgustó un poco al ver que no recibía de mi parte tanto llanto ni tantas
quejas. Según él, estaba demasiado dispuesta a recibirlo y parecía que
disfrutaba de sus caricias.

Si tan sólo hubiera sabido que no pensaba en él.

Sonreí al escucharlo decir que no había obtenido satisfacción de ello. Que


quería una chica que sufriera y llorara. Amenazó un poco a mi hermano y a
Héctor y luego procedió a golpearme. Todo el tiempo sonreí disfrutando de su
frustración.

—Vas a pagar muy caro esto, mocosa —gruñe Didier en mi oído. Me


encojo de hombros.

—Hice lo que me pediste, hermano. Lo dejé tomarme.

—¡No! No lo hiciste. Cerraste tus putos ojos y empezaste a gemir como si


lo disfrutaras. Si quisiéramos una maldita estrella porno, contrataríamos a
una puta. —Se abalanza sobre mí y me estruja—. Queremos dolor, llanto,
sufrimiento. Será mejor que dejes de pensar en ese noviecito tuyo cuando
estemos dentro de ti, de lo contrario no nos servirás de nada.

—Mi cuerpo es de ustedes, Didier. Pero mi mente, es mía. Y lo que haga


con ella es mi problema. —Ambos nos sorprendemos ante la valentía
repentina que brota de mí.

Sus ojos se estrechan y me empuja hacia la pared, desgarra mi ropa


interior y se despoja de la suya. Es la primera vez que lo veo desnudo. Hay
marcas de quemaduras en todo su cuerpo, es horrible verle. Mis ojos van
hacia los suyos y susurro su nombre cuando veo el rencor y la ira en ellos.

—Mírame muy bien, Anna. —Toma mis manos y las aprisiona en una de
las suyas—. Si cierras los ojos, voy a cortarte, vas a mirarme cada vez que
haga esto. —Corre una de mis piernas e introduce fuertemente dos dedos en
mí. Dolor estalla ante la invasión inesperada. Me estremezco y jadeo—. Así
es, quiero verte sufrir. —Me retuerzo lejos de su mano, pero me aprisiona
con su pecho, evitando que me aleje. Me asalta con sus dedos una y otra vez
pidiéndome que lo vea hacerlo. Lloro cuando su pulgar frota mi clítoris. Sé lo
que intenta, quiere que me venga, quiere contaminar mis memorias, mis
recuerdos—. Di mi jodido nombre —pide. Niego y lloro—. ¡Dilo, maldita sea!

—No.

—Vas a decirlo, maldita puta. —Saca sus dedos y me empuja sobre la


mesa del comedor—. Sostenla —pide. Héctor viene y agarra mis manos.
Peleo, pero como siempre, su fuerza es mayor que la mía. —Vas a
jodidamente amar y recordar esto, hermanita —grito cuando lo siento entrar
en mí desde atrás, me embiste con crudeza, su mano llega hasta mi sexo y
empieza a estimularme.

Grito, lloro y le pido que no lo haga, lucho contra la presión que se


construye, trato de alejar el orgasmo que se está formando, pero incluso a
pesar de las risas de Héctor, de mi hermano diciendo una y otra vez lo sucia
y puta que soy, me vengo. Y es ahí cuando definitivamente me pierdo.

—Ya tienes a alguien en quien pensar cuando estén dentro de ti, mocosa.
Ahora levanta tu asqueroso culo y aléjate de mí. —Llorando me levanto y
camino hacia mi cuarto—. Por cierto, —su voz me detiene antes de cerrar mi
puerta—, si vuelves a ver al muñequito de hoy, o a cualquier otro, le
haremos una visita a cada uno. Tal vez, a alguno le divierta el pequeño
videíto que acabamos de hacer contigo.

Jadeo, horrorizada. No me di cuenta en qué momento lo hicieron, pero


Didier reproduce algo en su móvil y escucho mis propios gritos pidiéndole
que se detenga. La bilis sube y no puedo contenerla, corro hacia mi baño y
me dejo caer en el sanitario. Vomito todo lo que tengo en mi estómago y lo
que no.

Trato de levantarme apoyándome en el lavamanos, pero estoy tan débil


que caigo nuevamente, llevando conmigo el recipiente con mis productos.
Todos se esparcen en el suelo, pero uno particularmente llama mi atención.
Me arrojo hacia él, pues veo mi salida definitiva. El fin para esta tortura. No
parpadeo siquiera cuando corto mis muñecas, no siento dolor cuando la piel
se abre y la sangre brota, ni siquiera me doy cuenta de que caigo y mis
párpados se cierran.

Sólo quiero irme, alejarme de todo y de todos, de esta agonía, de esta


vida, de este dolor. No quiero sentirme así, sucia, usada, avergonzada. No
quiero que vuelvan a tocarme, volver a escucharlos o a sentirlos. No quiero
que vuelvan a tomar mi cuerpo ni mi mente o mi alma.
Estoy tan entumecida que tampoco me doy cuenta que mi mamá ha
abierto la puerta de mi baño, que grita desesperada. No me percato que se
arrodilla delante de mí, de la sangre manchando sus rodillas, ni las lágrimas
rodando por su rostro.

No me doy cuenta de nada más hasta el siguiente par de días, cuando


despierto en la habitación de un hospital y me percato de que no pude
obtener mi salida. Otra vez alguien acabó con ella.
Capítulo 6
—¿Cariño? —susurran.

Estoy en algún lugar realmente oscuro, pues no puedo ver absolutamente


nada. La voz nuevamente susurra palabras de afecto y muevo mi cabeza en
su dirección, descubro que no hay oscuridad, son mis ojos cerrados los que
no me permiten ver a mi alrededor. Suspiro e intento abrirlos.

La luz del techo me ciega inmediatamente, escucho un suspiro de alivio y


siento una mano un poco fría en mi frente. Trato de alejarme, pero no logro
moverme correctamente. Abro mi boca para decir que está demasiado frío,
pero mi voz sale como si fuera un fumador crónico.

—Calma cariño, con calma. —La misma voz de antes. Ahora que la nubla
de mi mente se evapora, me doy cuenta de que suena demasiado familiar—.
Oh, mi pequeña.

Mamá.

—¿Mamá? —grazno.

—Shhh. Aquí, toma un poco de agua. —Me ayuda a levantarme un poco


sobre la mullida cama. Contemplo las paredes blancas, las sábanas y los
aparatos de hospital. Recuerdo entonces el intento de acabar con mi tortura
y al ver que he fracasado, me echo a llorar mientras observo mis muñecas
vendadas—. No, mi niña. No llores más, lo siento tanto cariño. Perdóname
por no estar más pendiente de ti.

—¿Por qué lo detuviste? ¿Por qué no me dejaste en el suelo? —sollozo. Mi


madre jadea y veo como sus ojos se llenan de lágrimas.

—Anna cariño, ¿de qué hablas? ¿Cómo puedes pensar que dejaría morir
a mi hija? —llora—. No sé la razón por la cual lo hiciste, no entiendo cómo
puedes querer separarte de nosotros, dejar de vivir. ¿Cómo puedes no
considerar que esto nos destruiría?
—No quiero vivir más, no quiero, no quiero. ¿Por qué me encontraste?
¡Nunca están y justo cuando necesitaba estar sola, regresan y evitan que
pueda salvarme! ¡Los odio! ¡Ustedes hacen de mi vida un infierno!

—¡Anna! —grita. Lágrimas se derraman por sus mejillas. Quisiera


sentirme mal por ella, de verdad. Acabó con mi salida, estropeó mi única
salvación. Es una mujer egoísta que prefirió dejar que continuara muriendo
lentamente en vida, a dejarme ir. Ni siquiera están en casa ahora—. ¿Qué
hemos hecho para merecernos tu odio?

—Nada —gimoteo—. Absolutamente nada, eso es lo que han hecho.

Me observa con horror y dolor. Mi padre entra en ese momento, viéndose


como la mierda. Hay enormes bolsas en sus ojos, las mismas que las de mi
madre. Hay barba de varios días en su rostro, tiene el cabello desordenado,
como si hubiera estado tirando de él.

—¿Anna? ¿Princesita? Oh Dios —gimotea. Corre hacia mi cama y trata de


tocarme con delicadeza. Lo alejo—. ¿Qué sucede? —pregunta. Sus ojos van
hacia mi pálida y horrorizada madre.

—Quiero que se vayan —gruño. Ambos permanecen congelados en su


lugar y se miran horrorizados—. ¡Quiero que se larguen! ¡Déjenme sola!
¡Váyanse! —grito. Tan alto y tan fuerte, que varias enfermeras ingresan para
tratar de controlarme. Empiezo a sollozar fuerte—. ¡Es su culpa! ¡Es su
culpa! ¡Malditos todos!

—Anna —jadea mi madre entre lágrimas.

—¡Aléjate de mí! ¡Vete! ¡Te odio! —Las enfermeras me inyectan algo,


siento como si mi cabeza fuera a explotar y me hace falta el aire. Unos
brazos me sostienen fuerte a la cama. Siseo, grito, pataleo, pero las fuerzas
poco a poco me abandonan. Entro en pánico, otra vez están sometiéndome.
Chillo fuerte—: ¡No! ¡No me toques! —Mis ojos empiezan a hacerse pesados.
Lucho contra ello, intento mantenerme despierta para saber qué es lo que
harán conmigo. Pero no lo logro, lo último que alcanzo a susurrar es—: Todo
es su culpa.

—Hola Anna, soy Esteban Muñoz. —Ignoro al hombre joven que se ha


sentado a mi lado—. Tus padres y tu médico han recomendado que
permanezcas un tiempo con nosotros. Sé que no es lo que quieres, pero
verás que disfrutarás de tu estancia aquí. —Mis ojos siguen contemplando el
estúpido cuadro de colores que hay en esta maldita oficina—. Hoy sólo
empezaremos con una charla corta, ¿bien? Nos conoceremos un poco.

Veo como remueve sus manos en su regazo, un ademán de sonrisa se


dibuja en mis labios, está tan asustado de mí. En verdad, parezco un
demonio salido de una película de exorcismo.

—Cuéntame algo de ti —pide. Permanezco en silencio sin volverle a ver.


Suspira, toma una pelota del escritorio y la aplana en sus manos—. Bien, si
tú no quieres hablar entonces vas a escucharme a mí. Ya sabes que me
llamo Esteban, bueno recién me gradué de la facultad de psicología, este
centro de rehabilitación es de mis padres y vine a trabajar aquí para adquirir
algo de experiencia…

¿Qué? El idiota está experimentando conmigo. Ni siquiera ha trabajo antes


en esto.

—¿Acabas de admitir que no tienes idea de cómo abordarme y aun así


pretendes hacerme terapia?

—Nunca antes he tenido pacientes suicidas, por lo general eran


depresivos o corazones rotos. —Por el rabillo del ojo veo que se encoje de
hombros. El pendejo se encoje de hombros. Lo miro directamente.

—¿Me estás jodiendo, cierto? —gruño mi pregunta.

—Por supuesto que no. Me tomo muy en serio a mis pacientes y sus
problemas.

—Yo no soy tu paciente y lo mío no es un problema que puedas resolver


con unas cuantas sesiones de charlas de mierda. Tampoco creas que soy
una malcriada que intenta llamar la atención de sus padres, lo que hice no
es un juego.

—No hablo mierdas. ¿Tú lo haces? —Su pregunta me descoloca. ¿Qué


mierda con éste tipo?—. La verdad es que tampoco creía que hubieras
querido llamar la atención de tus padres. Son buenas personas, no creo que
hayan hecho algo mal.

—¿Qué? ¿Estás insinuando entonces que soy una maniática que quiere
hacerles daño? Ellos son los que me han hecho daño a mí —bramo con
furia—. Y si crees que son buenas personas, déjame recordarte un dicho por
ahí: “Las apariencias engañan”.
Sus ojos se estrechan un poco hacia mí, toma nota de algo en su
cuaderno y vuelve a hablar.

—¿Estoy equivocado entonces?

Resoplo.

—Creo que te equivocaste de profesión. Ni siquiera sabes qué mierda


pasa conmigo y ya dices que mi vida es perfecta.

—¿No lo es?

—¿Acaso crees que si lo fuera hubiera hecho esto? —Enseño mis


muñecas vendadas.

—Eso es un corte muy profundo, si aún sangran. Tomará días y


probablemente queden cicatrices —acota. Aunque sus palabras no llevan
maldad en sí, estallo.

—¡¿Crees que esto es un maldito juego?! —gruño—. ¡No lo es! Mi vida es


una completa mierda, no es perfección como tú lo crees y no soy una
malcriada que intenta obtener la atención del mundo. Si me corté es porque
de verdad quería morir. ¡Yo quería morir! —sollozo—. Quería ser libre, pero
ella llegó justo a tiempo, jamás han estado ahí cuando los necesité y cuando
decido acabar con todo el dolor por mi cuenta, ¡aparecen! ¿Por qué no estaba
antes? ¿Por qué? —lloro. Empiezo a temblar, las lágrimas siguen
derramándose por mis mejillas. Esteban intenta acercarse, pero me tenso y
retraigo en mi asiento. Sus ojos vuelven a estrecharse y escribe nuevamente.

Lloro por algunos minutos ante sus ojos, sólo me observa con atención.
Me entrega un pañuelo, desvío la mirada hacia otro lado, no agradezco por el
trapo con el que limpio mis lágrimas, no. Me ordeno una y otra vez a mí
misma, calmarme. No quiero darle más municiones a este tipejo y que piense
que soy una reina del drama.

—¿Cuál es tu color favorito? —pregunta, debido a que he logrado


calmarme un poco.

—¿Eh? —Lo miro confundida.

—¿Tu color favorito? —repite.

—Creo… creo que el azul.

—El mío también, especialmente el azul cielo. —Frunzo más el ceño.


¿Qué le pasa a este loco?
—¿Estás loco o te fumaste algo antes de venir aquí? —pregunto. El sólo
sonríe.

—No —dice—, sólo puedo fumar los fines de semana. ¿Sabes lo molesto y
difícil que es sacar el olor de marihuana del cuerpo?

Mis ojos se abren antinaturalmente. ¿Qué clase de demente tengo al


frente?

—¿No se supone que para eso están los perfumes y las mentas? —Me
escucho a mí misma diciéndolo.

—Sí, pero imagínate cuánto gastaría en esas cosas. Por ahora tengo un
sueldo de mierda, así que tendré que acostumbrarme.

Parpadeo varias veces, no puedo creer todo lo que este tipo ha admitido.

—¿Eres consciente de que todo lo que has dicho puedo usarlo en tu


contra?

—Mira, acabas de hablar como policía. —Sonríe y siento mi propia


sonrisa querer salir también. Muerdo mi mejilla—. Además, estoy seguro que
me guardarás el secreto. —Escribe algo en su libreta nuevamente y me entra
curiosidad. Estiro mi cuello, pero parece notarlo, así que cierra el cuaderno y
lo deja sobre el escritorio. Me sonríe nuevamente y con un ademán me
despide—. Puedes regresar a tu habitación.

Confundida, me levanto y camino hacia la puerta. Escucho que llama mi


nombre.

—El menú de hoy es bistec y patatas. Por si te interesa, es mejor hacer la


fila después de las 1:30pm. Alicia entrega los trozos más grandes a esa hora.

—Eres un ser extraño —digo—. En serio, no sé qué haces aquí.

—Estoy aquí para que hables conmigo.

—No quiero hablar —respondo. Veo que sus ojos brillan por unos
segundos y comprendo que precisamente eso fue lo que hice hace un rato.
Hablé, no, le grité algunas cosas sobre mí.

—¿Aún sigues creyendo que me equivoqué de carrera? —pregunta. No


respondo y salgo de la oficina.

No reconoceré que el idiota hizo un buen trabajo hoy y tampoco le diré


que la pequeña sonrisa que llevo ahora, es gracias a él.
Capítulo 7
3 meses después…
—Aún no vas a decirme, ¿verdad? —Mis ojos se vuelven hacia Esteban.
Estamos a punto de terminar una de las sesiones a las que asisto dos veces
por semana. Ya llevo más de dos meses en este lugar y he logrado adaptarme
rápidamente—. Voy a terminar creyendo que no quieres irte y por eso te
niegas a hablar sobre lo que sucede.

Totalmente cierto.

Desde que estoy aquí, todo ha ido mejor para mí. No tengo más visitas en
la noche, ni hay algún hombre usurpándome. El primer día pensé que esto
era un castigo de mis padres, pero me he dado cuenta que ha sido lo mejor
que me ha pasado. Ellos vienen de visita cada domingo, mi abuela ha venido
dos veces. Didier no lo ha hecho y estoy muy agradecida por ello. Pero cada
vez que Esteban presiona, con esa forma suya tan discreta, para que hable
sobre lo que me ha sucedido, me retraigo.

Sé que sospecha y soy consciente de lo bueno que es en esto. He estado a


punto de derrumbarme y decirlo todo. Pero me detengo antes de hacerlo. No
soy capaz de decirle que he sido usada como juguete sexual por mi hermano
y sus amigos, hemos creado algo así como una amistad. Sí, soy sólo su
paciente, pero nadie me ha tratado de la forma en la que lo ha hecho, y
aunque no le he mencionado sobre la violación, sí le he comentado otras
cosas, cosas mías, he preguntado por otras y desde ahí, la confianza poco a
poco ha crecido.

—No sé a qué te refieres. —Me encojo de hombros, rueda sus ojos—. Ya


te lo he dicho, tuve una mala ruptura.

—Sigues diciéndome eso, tal vez algún día te convenzas a ti misma —


responde. Gruño y le doy una mala mirada.

—Es lo que es.

—No, es lo que quieres que sea —dice. Es tan cínico al decirlo que ni
siquiera me mira a los ojos, claro que no podemos confiarnos. Aunque sus
ojos no estén en mí, siempre está analizando todo. Mi tono de voz, mi
reacción, mis gestos, la postura de mi cuerpo… todo.

—¿Quieres que me vaya? ¿Es eso? —La pregunta sale más como una
acusación.

—Sí —suelta. Y es como si un balde de agua fría me fuera derramado


encima. Quiere que me vaya. No me quiere aquí, también soy algo en su
zapato para él—. Detente —brama. Sus ojos están muy enfocados en mí—.
Quiero que te vayas de este lugar, porque tienes una vida ahí afuera, una
vida que debes descubrir, explorar y disfrutar, allá en el mundo. Aquí sólo te
escondes y no afrontas tus problemas. Basta ya de posponer lo inevitable.

—No estoy posponiendo nada y acá tengo muchos amigos. —Me cruzo de
brazos y me recuesto en mi asiento molesta. Me observa atentamente. Esa
mirada, como todas las veces, me incomoda y no puedo evitar apartar la
mía. Odio que haga eso—. Está bien, no tengo a nadie.

—¿Y bien? —Levanta una de sus cejas. Y ahora es quien se cruza de


brazos.

Muerdo mi mejilla para evitar decirle alguna cosa, probablemente mala.


Comienza a tamborilear sus dedos en su muslo y me siento a punto de
gritarle que deje de ser tan idiota. Suspiro cuando alguien toca a la puerta.

—¿Sí? —pregunta. Ni siquiera mira hacia la puerta.

—Doctor Muñoz, su paciente de las tres ya ha llegado —dice Janeth, su


secretaria. Vuelvo a suspirar, feliz de haberme librado de sus preguntas.

—Bien. Nos vemos dentro de cinco días, Anna. —Asiento y me levanto


rápidamente. Camino sin hablar con nadie hacia mi cuarto.

Los cinco días nunca llegan.

Didier me visita dos días después, exigiendo que salga pronto y me quede
definitivamente callada para siempre. De lo contrario alguien pagará por mi
arrebato. Le doy el dedo medio y lo dejo en la sala de visitantes solo.

Al siguiente día, recibo una llamada de mi madre. Mi abuela sufrió un


accidente de auto y falleció instantáneamente.

Todo fue mi culpa.

Mi madre me saca del centro, asisto al velatorio y entierro como un


zombie. No derramo ni una sola lagrima, la culpa no me lo permite. Mis
padres se sobresaltan por mi actitud, yo amaba a mi abuela como a nadie,
siempre fui su nieta favorita. Su consentida. Por ello, el no haber derramado
ni una sola lagrima, los asustó.

Esa noche, después de que todos los dolientes se fueran de casa, no


recibí visitas en mi habitación, aunque no fue necesario que un hombre me
lastimara. Los recuerdos y el terror que ese cuarto me generaba, fueron
suficientes para no poder dormir.

Mi tranquilidad sólo duró unos meses. Papá y mamá no dejaron de


supervisarme después de mi salida y mi negativa a volver. Esteban estuvo en
contacto y habló con mis padres con respecto a sus sospechas. Estallé y fui
tan convincente al decir que era un mentiroso y que sólo sufrí una crisis por
una mala ruptura, que me quedé totalmente sorprendida conmigo misma.

Como lo esperaba, esa noche Didier me visitó. No fue bonito, no fue


agradable, no fue doloroso, fue mucho más. Todas mis esperanzas se habían
perdido.
Capítulo 8
Dos años después…
El tiempo ha pasado tan lento para mí. Tener dieciocho años no significa
nada. Podría irme de aquí, pero la vida ha sido un poco injusta conmigo.
Que digo injusta, ha sido una mierda.

Hace once meses mi madre fue diagnosticada con cáncer de seno. Hemos
luchado, han luchado con la enfermedad, no han podido ganarle. Ahora, de
la hermosa mujer, sólo queda un saco de huesos y piel. Esta situación ha
sido bien aprovechada por Didier y sus amigos. Mamá permanece más en el
hospital y papá con ella, lo cual les ha permitido tenerme a su disposición.

He querido irme, dejar de ser, de vivir. Pero al ver el dolor en los ojos de
mi madre, la angustia en los de mi padre… no puedo.

He sido una completa perra con ellos estos años. Desde la muerte de mi
abuela, me convertí en un ser rencoroso, grosero y cínico. Soy más agresiva,
he desertado en el colegio, tengo un trabajo de mierda como “la chica de las
palomitas de maíz” en el cine y he intentado ahorrar lo suficiente para
largarme de aquí.

Pero, a pesar del rencor que tengo hacia mis padres, por siquiera no
enterarse de mi situación, decido quedarme. Irme los devastaría.

—Tu madre debe quedarse esta noche, también. ¿Puedes resolverlo sola,
cariño?

No. No puedo, necesito que vengas a casa y cuides de mí. Necesito que
alejes a esos hombres, a mi hermano. Necesito que me salves.

—Sí. Puedo hacerlo.

—Gracias cariño. Estaré a sólo una llamada. Cualquier cosa me dices.


Cuídate y buena noche.

¿Cuidarme? No es tan fácil papá, no lo es.

—Bien.
Termino la llamada y marco mi salida. Tomo mi mochila, camino hacia la
parada de bus.

—¡Hey Anna! —Me vuelvo hacia la voz de Marvin, mi compañero de


trabajo. Es un chico agradable, de la misma estatura, un poco delgado y
torpe, sin embargo es lindo.

—Hola Mar —saludo. Veo que mi ruta se aproxima, así que le doy un
encogimiento de hombros.

—Veras, Anna. Yo estaba pensando que… —Se sonroja fuertemente—,


tengo esta película sobre ese libro que te gusta y me preguntaba si,
¿querrías verla conmigo?

¿En serio? Tengo la excusa perfecta para no ir a casa hoy.

—Por supuesto —contesto. Sus ojos se iluminan inmediatamente y


sonríe.

—¿Vamos? —pregunta. Asiento y le permito llevarme a su casa.

—Sólo hazlo suave. Sí, así —jadeo. Marvin obedece y disminuye su ritmo.
No cierro mis ojos en ningún momento. Necesito tener un recuerdo, algo que
me libere cuando no esté al mando.

Ver una película es lo que no hicimos. Estaba tan desesperada por algo
de contacto suave y por un nuevo recuerdo en mi cabeza, que asalté al pobre
chico segundos después de cerrar la puerta. Debo decir que aunque parece
un inocente y virginal niño, es muy bueno en la cama.

Jadeo de nuevo y gruñe. Unos minutos después, ambos colapsamos en


su sofá. Mi teléfono suena por décima vez en la noche.

—Deberías contestar —dice con desconfianza.

—No tengo novio, ni tampoco quiero uno —aclaro. Niega con su cabeza y
va hacia el baño.

Reviso mi teléfono, es otro mensaje de Didier.

Será mejor que vengas, perra. ¿Dónde y con quién putas te andas
revolcando?
Turno doble. Regreso en una hora.

A mí no me engañas. Lo pagarás.

Un estremecimiento me recorre el cuerpo, al imaginarme lo que me


sucederá esta noche. Mis ojos se humedecen, pero me limpio el rostro. Tomo
mi ropa y me visto.

—¿Qué haces? —pregunta Marvin, ha terminado en el baño.

—Me voy. Gracias por todo —digo. Sus ojos se abren y luego entrecierran.

—¿Qué? ¿Gracias? ¿En serio te estás yendo, después de lo que pasó?

—Sí. Sólo fue sexo con un compañero. —Abrocho mi camisa del uniforme
y tomo mi mochila—. Cuídate, Marvin.

No espero su respuesta. Camino rápidamente hacia la calle y detengo un


taxi. Llego a mi casa, a mi torturador, en menos de treinta minutos.

—Te dije que ibas a pagarlo muy caro. —No alcanzo a responder antes de
que su puño golpee mi rostro. Escucho una risa a lo lejos, pero no logro
identificarlo bien. El golpe me ha dejado aturdida y casi inconsciente.

Una manos van a mi torso y rompen la tela furiosamente, caigo en el


suelo y siento la sangre correr desde mi labio y mi nariz. Toso y trato de
removerme, pero el dolor de cabeza y las lucecitas no me dejan. Alguien
patea mi estómago, una mano hala fuertemente mi cabello. Siseo de dolor y
escucho más risas, otro golpea mi cabeza, esta vez más fuerte. Mi visión se
torna borrosa, pero aún los puedo sentir tocándome, riendo y gritando.

No sé exactamente cuántos fueron, no tuve siquiera tiempo de pensar en


Marvin, pero de lo que sí me di cuenta, es que fui usada, como una muñeca
y saco de boxeo por más de un hombre.

Al siguiente día amanecí en cama, dolorida y drenada mental y


emocionalmente. Me reporté enferma en el trabajo y les dije a mis padres
que alguien me había atracado anoche, pero no recordaba mucho y me
negué a denunciar.

Ni siquiera en mi horrible condición, Didier me dejó descansar esa misma


noche.
Nueve semanas después…
No, esto no puede estar pasando, no, no, no.

—Creo que deberíamos remitirte a tu clínica de atención, Anna. La


prueba es positiva.

No puedo siquiera responder a la enfermera del trabajo. Estoy tan


aterrada en estos momentos. Mi corazón se ha detenido, ¿o es el tiempo? No
lo sé, pero el frío que siento en mis huesos es intenso.

¿Embarazada?

Estoy embarazada.

—¿Anna? ¿Estás bien?

¿Qué clase de estúpida pregunta es esta?

No, por supuesto que no estoy bien. Estoy embarazada, a los dieciocho
años. No tengo idea de quién es el padre y me aterra, tanto mi estado, como
el saber de quién es.

Voy a entrar en pánico. Estoy entrando en pánico.

Me cuesta respirar, siento un dolor en el pecho y el abdomen, mi corazón


se ha acelerado y… no puedo ver. No puedo…

Corro, corro rápido y sin mirar a nada ni a nadie. Abordo un taxi y a


medias le pido que me lleve a casa. Lágrimas se derraman por mis mejillas,
sollozo y jadeo tan fuerte que el conductor detiene varias veces el auto y me
pide que le permita llevarme a un hospital. Le grito que no lo haga.

Tropiezo por la puerta de mi casa y corro al baño para devolver lo poco


que ha retenido mi estómago hoy.

¿Cómo es que no lo vi venir?

Las náuseas, el cansancio y sueño, el retraso, los mareos. Era muy claro,
o tal vez sólo estaba en negación. Otra ola de arcadas me sacude el cuerpo y
debo inclinarme más sobre el retrete.

Esto no puede estar pasándome. ¿Qué demonios le he hecho a Dios para


que me castigue de ésta manera?
Un hijo, un bebé de alguna de esas bestias, monstruos. No puedo, no
puedo tener algo así dentro de mí.

—¿Por qué? ¿Por qué me haces esto? —grito al techo. Golpeo el suelo del
baño hasta que mis nudillos sangran— ¿Qué te he hecho? ¿Por qué permites
esto? ¿Acaso disfrutas verme sufrir? Eres un sádico hijo de puta. Maldita
seas, hijo de puta. ¡Maldito seas!

Golpeo todo lo que veo en el baño, estoy furiosa, iracunda, dolida, herida.
¿Cómo es posible? ¿Acaso no le basta con lo que ellos me hacen? Ahora me
da un bebé, un bastardo. Estoy acunando en mi vientre alguna
descendencia de las personas más horribles de este mundo. Ellos vienen,
arrebatan todo de mí. ¿Y ahora los voy a premiar dándoles un hijo?

No, no lo haré.

—¡Te odio! —rujo. Arranco el cajón de la pared y lo arrojo al suelo. Los


vidrios del espejo se derraman por el suelo, los filos me recuerdan mi
anterior y fallido intento de quitarme la vida. Esta vez no hay nadie que me
detenga.

No les voy a dar el gusto, no los dejaré ganar. No esta vez. Una risa
histérica se desliza de mis labios. Esos hijos de puta no me volverán a tener.
Camino hacia mi cuarto y tomo la caja de música de mi abuela, regreso al
baño y la dejo a un lado de la tina, le doy cuerda.

Tomo uno de los pedazos quebrados y me arrodillo, miro mis muñecas y


corto las manillas que he dispuesto en ellas, para ocultar las marcas que me
hice anteriormente. Con otra carcajada me deshago de ellas y suspiro
satisfecha con el primer corte y las gotas de sangre. Pero no me siento
tranquila, hasta que es lo suficientemente profundo, como para que la
sangre se convierta en un río.

Corto la siguiente muñeca y sonrío complacida. Me adentro en la tina y


dejo abierta la llave. Me recuesto y estiro mis piernas, sólo espero que todo
pase rápidamente. Cierro mis ojos y sin dejar de sonreír tarareo la melodía
de la maldita caja de música.

El sueño pronto llega y le doy una dichosa bienvenida, más que feliz de
encontrar, por fin, la oscuridad.
Capítulo 9
—Hola, Anna. —Parpadeo varias veces hacia la persona que está frente a
mí.

—¿Esteban? —bramo confundida. ¿Dónde estoy?— ¿Qué está pasando?


¿Qué haces aquí?

—Vine a ver cómo estabas. Deseaba volver a verte, pero debo admitir que
esta situación no es lo que esperaba. —Sonríe, pero su sonrisa es triste. Mis
ojos se alejan de su rostro y procesan las otras formas de la habitación,
paredes inmaculadas, la máquina a mi lado, el sonido bip-bip, las
intravenosas en mis manos, el fuerte olor a desinfectante. Estoy en un
hospital.

—No. No otra vez —sollozo—. No debían encontrarme, esta vez no.

—Anna, shhh tranquila. —Sus manos vienen hacia mi cuerpo


gentilmente, me tenso y por instinto reacciono alejándome de su toque.
Comprime sus labios en una sola línea. Puedo ver el músculo de su
mandíbula moverse—. No voy a hacerte daño.

—Otra vez, no me dejó ir, otra vez —susurro. Las lágrimas se derraman
por mis mejillas, niego una y otra vez con mi cabeza. No lo entiendo, no
comprendo. ¿Acaso no entiende que quiero irme de aquí?— ¿Por qué? ¿Por
qué? Ya no quiero estar aquí, no quiero, no quiero…

—Anna —murmura con dolor. Intenta nuevamente acercarse. Esta vez, lo


veo venir y no me importa. Le permito tomarme en un abrazo. Necesito
apoyarme en alguien, porque no comprendo lo que sucede.

Me toma un tiempo calmarme, sólo lo logro gracias al medicamente que


me inyectan. Entre el sueño y la vigilia, logro ver a Esteban acariciando mi
cabello y le escucho susurrar algunas palabras.

—Todo va a mejorar, te lo prometo.

Quiero creerle, pero no puedo.


—Su padre ya está en camino, al parecer la madre de la paciente está
enferma y recluida en el hospital del norte. —Escucho la voz de una mujer a
lo lejos.

—Bien. Yo me quedaré con ella hasta que esté aquí. —El hombre dueño
de esa voz, se nota cansado. Intento abrir mis ojos, pero estoy muy cansada.

—Es tan joven, por sus heridas ésta no es la primera vez.

—No lo es —gruñe el chico.

—Afortunadamente el bebé está bien.

¿Bebé? ¿Qué bebé?

Oh no, soy yo. Soy yo, habla del bebé que llevo dentro.

—No —gimo—. No bebé. No.

—Shhh. Anna estoy aquí. No te preocupes, estoy aquí. —Alguien viene y


toca mi frente. Sigue diciéndome que estaré bien y aunque me gustaría
creerlo, no puedo.

—No quiero ese bebé —susurro—. No lo quiero, es un monstruo, como su


padre —jadeo. Me falta el aire—. Lo es.

—Calma. Sólo descansa. Respira, vamos Anna, respira —pide. Obedezco


e intento respirar. Logro calmarme y regreso a mi sueño.

—Anna. —Me vuelvo hacia Esteban, quien llega a mi lado y toma mi


mano.

Desperté esta mañana y no se encontraba a mi lado. Veo que sostiene


un vaso de café en su mano libre. Me da nuevamente una sonrisa, a pesar
de la tristeza, se ve aliviado.

—Esteban —digo—. ¿Qué sucedió? ¿Quién fue esta vez?

Sus ojos brillan, no sé qué piensa en estos momentos, pero entiende lo


que pregunto.
—Tu hermano —dice. Mi cuerpo se tensa inmediatamente.

El maldito fue quien me encontró y llamó a emergencias. ¡Qué hijo de


puta! Me hubiera dejado morir.

—¿Quieres hablar? —pregunta con cautela. Niego y alejo mi rostro. Sabe


que estoy embarazada. No sé por qué razón no he vuelto a entrar en crisis.
Tal vez sea algún sedante—. Lo haré por ambos. Sé que mentiste Anna,
alguien ha estado lastimándote y lo estás protegiendo. No entiendo el
porqué, pero comprendo que lo hagas. No es lo que quiero y créeme, estoy
tratando de ser profesional aquí y no dejar que mi personalidad y mi moral
se hagan presentes, para evitar obligarte a decirme quién es o tal vez
acorralar a tu familia para averiguarlo. —Su mano estrecha suavemente la
mía—. No obstante, a pesar de todo lo que pienses, hay una solución, ayuda
y voy a protegerte. Estaré aquí cada día, esperando que decidas no callar
más y me cuentes quién es el maldito hijo de puta que te ha hecho daño y
es, probablemente, el padre del hijo que llevas.

Escuchar nuevamente que estoy embarazada hace que lágrimas pasivas


rueden por mis mejillas. Esteban me abraza, suspiro en su pecho, pero me
niego a hablar. Estoy tan avergonzada, tan humillada, tan… vacía y
cansada, que no veo razón para decir algo. Dice que va a protegerme, pero lo
hecho, hecho está. Ya no hay nada que salvar, nada que proteger.

—¡Oh mi niña! —solloza mi padre. Se deja caer de rodillas al lado de mi


cama, lo que queda de mi corazón, duele al verlo así.

Nunca, ni siquiera la primera vez que intenté quitarme la vida, cuando


mi abuela murió, o ahora, que mi madre está lentamente desapareciendo; él
se ha derrumbado de esa manera. Llora y se lamenta por varios minutos, tal
vez horas. No estoy segura, el medicamente me tiene algo dopada y no tengo
sentido del tiempo y espacio muy claro.

—Papá, no te lamentes por mí. No hay nada por qué llorar —balbuceo.

—¿Cómo qué no? Eres mi bebé —gime—. Oh cariño, ¿dime por qué lo
haces? Te juro que cambiaremos todo. Lo haremos mejor, mamá saldrá de
esto, seremos felices. ¿Qué te hace falta? ¿En qué hemos fallado?
Ver sus lágrimas me remueve todo. Está sufriendo, no como lo he hecho
por estos últimos cuatro años, pero su dolor es palpable. Quiero sentirme
culpable por causarle ese dolor, pero el remordimiento es más fuerte.

—No hay nada, entiende papá. No quiero estar aquí, no quiero vivir.

—¿Pero por qué? ¿Qué te hemos hecho? ¿Acaso nos odias tanto? ¿Dónde
nos equivocamos contigo? Hemos estado ahí para ti, te hemos dado todo, mi
niña. Dime qué hacer, dime qué debo hacer para que nos ames nuevamente,
para que ames vivir —brama desesperado. Limpia sus mejillas y se levanta—
. ¿Es el padre del bebé? ¿Te hizo daño? Si no quiere responder, te ayudaré,
lo resolveremos como familia. No lo necesitas cariño y no te juzgaré.

Niego con mi cabeza, o eso intento.

—No quiero a este bebé. Es un monstruo, no lo quiero. Si quieres


ayudarme, sácalo de mí y déjame ir. Déjame ir papá, por favor, déjame ir.
¡Déjame ir! —farfullo. Mi voz se va tornando alta y chillona, el efecto del
sedante pasando rápidamente—. ¡Quiero morir! ¡Es justo! Necesito ser
libre… déjame serlo. ¡Por favor!

—Anna —llora. Intenta abrazarme, pero su toque, su olor, sus rasgos son
tan semejantes a Didier, que imágenes regresan rápidamente a mi mente y
empiezo a gritar—. Anna cariño, ¿qué pasa? ¡Anna!

—¡Noooo! ¡No me toques, no! Por favor… No, no, no. ¡NO! ¡Aléjateeee!

Me sacudo y agito, tan violentamente que las intravenosas lastiman mi


piel y sangro. Dos enfermeras ingresan, seguidas de Esteban, una de ellas
toma a mi padre y lo aleja, mientras la otra va por una jeringa e inyecta algo
en mi bolsa de fluidos. Esteban intenta detener mis agitados movimientos.
Mi corazón late a un ritmo tan fuerte, que literalmente me duele el pecho, el
aire trata de escapar y aunque intento, por instinto respirar, no logro hacerlo
bien. Las manos de Esteban nuevamente frotan mi espalda, pero los
recuerdos, sus palabras, todo; está tan vivo en mi mente ahora, incluso con
el sedante opacando y adormeciendo mi cuerpo, me oigo susurrar:

—Didier no, no más por favor… para. Me lastimas.


Capítulo 10
Sé que algo no está bien, incluso antes de abrir los ojos.

Es el aire, se siente pesado. Tantas emociones lo sobrecargan y creo que


es eso lo que me despierta nuevamente.

Y tengo toda la razón al abrir mis ojos.

Parpadeo varias veces, para encontrar a dos policías, un médico, dos


enfermeras, un Esteban muy furioso y a mi padre desconsolado, hablando
entre ellos.

El primero en percatarse que estoy despierta es Esteban. Viene


rápidamente hacia mí.

—Hey —saluda. Lo observo con aprehensión. ¿Qué hace la policía aquí?

Debe notar mi miedo al verlos, pues trata de calmarme; pero cuando mi


padre me observa con esa mirada tan lastimera, culposa y desolada, entro
en pánico nuevamente.

¿Qué he dicho? ¿Qué sucede?

—Calma, Anna. Está todo bien ahora. Estás a salvo.

¿Bien? ¿Él cree que todo está bien?

Jadeo y empiezo a respirar rápidamente, las enfermeras vienen hacia mí


y preparan otra inyección, pero Esteban las detiene. Me pide que respire,
que me concentre en él, en su voz. Lo hago y poco a poco me calmo un poco.

—¿Qué está pasando? —grazno.

—Lo sabemos —dice. Mis ojos se abren y otro ataque de pánico


amenaza—. No —espeta con exigencia—, no vas a entrar en pánico. Vas a
escucharme y a hablar. —Mi padre chasquea y arremete contra Esteban por
su agresividad, pero contrario a lo que piensan, funciona. La ansiedad y el
miedo se alejan y me quedo absorta en él—. Después de lo que pasó ayer, lo
que dijiste y tus respuestas hacia el contacto masculino, especialmente el de
tu padre y tu reacción al mencionar a tu hermano estos días, como en las
sesiones de hace dos años; y tu reticencia y rencor hacia el feto que crece en
ti, le he pedido al doctor que te examinara y hemos confirmado mis
sospechas.

Miro con terror al médico que se adelanta un poco. En sus manos hay
una tabla donde están algunas hojas que supongo son los exámenes.

—Hemos realizado un examen riguroso en la señorita Durán, presenta


laceraciones y muestras de violencia sexual en sus genitales femeninos, así
como en el ano y recto. Algunas están cicatrizadas y otras son recientes.
También hay ciertas marcas de dientes y contusiones en su cuerpo que se
encuentran sanando.

—Dijiste que te habían asaltado —balbucea mi padre. Está a punto de


caer nuevamente y lamentarse en el suelo.

—Señor Duran —reprende Esteba a mi padre.

—¿Por qué mentiste? —pregunta. Sus desesperados ojos me ven y a la


vez no lo hace. El silencio es mi única respuesta—. ¿Anna? —Vuelvo mi
rostro hacia la ventana—. Responde, ¡maldita sea!

Su grito me hace estremecer y vuelvo a llorar. Mi padre tira de su cabello,


angustiado y desesperado.

—Señor José, voy a pedirle que por favor vaya y tome un poco de aire. Su
actitud no está ayudando en nada a Anna —gruñe Esteban. Viene hacia mí y
toma mi mano en apoyo.

Mi padre mira confundido a Esteban. Suspira, niega con su cabeza y sale


apresuradamente del cuarto. Las lágrimas se hacen presentes y me cubro el
rostro para llorar por el dolor y la vergüenza que siento.

—Anna, debes decirnos qué sucede.

—No puedo —sollozo.

—Sí, sí puedes hacerlo.

—No. Déjame sola, quiero estar sola.

—Bien. Te dejaré sola, pero sólo por ahora. —Su rostro se ubica frente al
mío y con la mayor convicción dice—: Volveré en unos momentos y
hablaremos quieras o no. No debes tener miedo, estoy aquí y voy a
acompañarte en cada paso que des, te ayudaré, te cuidaré y jamás creeré
algo diferente de ti. Eres una guerrera, te han lastimado y aun así, aquí
estás.

Se equivoca. No lo soy.

No le doy alguna señal de que he entendido, parpadeo y permanezco


inmóvil, esperando que se vaya. Entiende mi silencio y respeta mi decisión
de dejarme sola.

Sola para idear una forma de salir definitivamente de esta.

Sola para acabar con la tortura que empezó hace cuatro años.

—No lo harás. —Me sobresalto al escuchar la voz de Esteban a mi


espalda.

Cierro mis ojos y ahogo una maldición. No puedo creerlo, ¿qué demonios
he hecho mal? para que cada vez que lo intente, alguien me regrese de
nuevo.

—Abre los ojos, Anna. Estoy aquí y lo estaré mientras respiremos.

Suspiro y me aferro al marco de la ventana. Lo siguiente que siento son


unas manos que me toman por la cintura, trato de esquivarle sosteniéndome
fuerte, pero su fuerza termina por hacerme ceder y me alejan de mi tercer
intento de acabar con mi vida. Es un piso siete, era probarle que muriera.

O no.

Pero por lo menos el bebé no sobreviviría.

—Te tengo —susurra en mi oído. Me estremezco y sólo cuando el limpia


mis lágrimas, me percato de que nuevamente estoy llorando—. A pesar de la
tristeza que hay en tus ojos, del vacío que puedas sentir, si miras bien,
puedes encontrar mil razones para vivir, así como yo encuentro una para
que lo hagas…

—¿Y cuál es? —musito, confundida.

—Te necesito.
Capítulo 11
—¿Mamá?

No puedo creer lo que estoy viendo.

Está aquí, en mi habitación del hospital, postrada en una silla de ruedas,


viéndose totalmente devastada y enferma.

—Anna —susurra con su voz queda y ronca por la enfermedad—. Mi bebé


—solloza. Intento levantarme de la cama, pero los cables que me conectan a
las máquinas y los fluidos no me lo permiten.

Tras ella, papá viene arrastrando los pies. Se ven tan miserables,
abatidos y perdidos, como me he sentido esos últimos años.

—Lo siento tanto, pequeña. Oh Dios, ¿cómo pude ser tan ciega? —Cubre
su rostro con ambas manos y llora. Extiendo mi mano hacia ella, buscando
consuelo y tratando de dárselo. Verla de esa manera me rompe el corazón.

¿Cómo puedo culparla por lo que me ha pasado?

Está rota, herida y arrepentida. Lo puedo ver en sus ojos, escuchar el


dolor en sus sollozos y quejidos. Sus hombros huesudos se sacuden una y
otra vez, y sus manos, llenas de moretones por la quimioterapia y las agujas,
no hacen mucho por ocultar su rostro de mí.

Un rostro que me ve con el horror y la culpa, desasosiego y sufrimiento.

—Mamá, no llores. Estoy… —Bien no estoy, no voy a mentir sobre eso.


Además, mi aspecto es todo lo contrario a bien—. Lo intento.

—Te hemos fallado, te hemos fallado —gime, mi padre pone sus manos
en sus hombros y trata de consolarla.

Verla derrumbarse de esa manera por mí, mueve una fibra profunda.
Nunca, incluso cuando los dolores del cáncer son muy fuertes, se ha dejado
vencer; pero ahora frente a mí, le es imposible no hacerlo. Mi propio dolor se
hace presente y lloro, mueve su silla para estar más cerca, toma mi mano y
mi padre nos abraza, mientras lloramos.
Unos minutos después, Esteban entra de nuevo… sus ojos me observan
con intensidad. Nos regala un pañuelo a los tres y nos consuela a todos. Le
agradezco con una pequeña sonrisa.

—Lo siento. —Mi voz se rompe. Papá corre hacia mí para abrazarme, se
detiene un momento temiendo que sufra otro ataque, pero no pasará, lo
necesito. Le miro y debe entender lo que pido, retoma su camino y me atrae
hacia él, estrechándome. Ambos lloramos.

—No debes sentirlo. Lo lamento yo cariño. Oh princesa, cómo te hemos


fallado, te hemos fallado tanto.

—No. Quien nos falló fue Didier —dice mi madre. Esteban permanece a
mi lado, se tensa con la mención de mi hermano, pero se relaja cuando tomo
su mano por apoyo.

Ambos nos miramos, en sus ojos veo el aliciente para que hable con mis
padres, para que cuente todo, para que denuncie, para que deje salir todo de
una vez. Asiento, es hora de enfrentar mis demonios. Tomo aire y cierro mis
ojos por unos momentos, dejo salir el aire y las palabras.

Poco a poco les cuento todo. Mi madre jadea, mi padre maldice y Esteban
estrecha cada vez más fuerte mi mano. Al terminar de contarles el infierno
que viví, lloramos nuevamente. Papá dice que desde ayer, Didier está privado
de la libertad, Héctor y el otro hijo de puta que abusó de mí, se encuentran
desaparecidos, pero los están buscando.

—Anna, cariño. ¿Y el bebé? —Mi madre pregunta. Debo ocultar mi rostro


de todos, esa es la pregunta que más temía y la única que de verdad, no le
encuentro respuesta.

Duele, duele saber que tengo en mi vientre algo, producto de un suceso


tan horrible y cruel. ¿Y si se parece a ellos? ¿Cómo podré olvidarlo todo si
tengo un eterno recuerdo? ¿Qué le diré cuando pregunte por su padre?
¿Nacerá bien?

Son miles y miles de preguntas que inundan mi cabeza y a ninguna le


encuentro solución.

—Yo… —Me atraganto y siento que me falta nuevamente el aire—, no lo


sé.
—Lo que decidas, te apoyaremos —dice mi padre. Puedo escuchar el
recelo y el dolor en su voz.

No respondo. Ni siquiera he tomado una decisión concreta sobre ese


bebé.

—Hola mami.

Me estremezco al escuchar esa pequeña voz. Dejo caer el plato en el lavabo


y me vuelto hacia el origen de esa vocecita.

—¿Quién eres tú? —pregunto.

El pequeño niño, de ojos expresivos y sonrisa tierna, me sonríe. Es muy


hermoso, tiene un hoyuelo en su mejilla derecha, su cabello es exactamente
del mismo color que el mío y sus ojos son dos piscinas de azul profundo.

—Aún no tengo nombre, pero soy tuyo —responde. Da dos pasos hacia mí
y retrocedo temerosa. Se detiene y sus labios tiemblan, mi rechazo lo hace
sentir mal y si no hago algo pronto va a llorar.

—No, no llores.

—¿Por qué no me amas? —Demasiado tarde, una lágrima baja por su


mejilla—. Yo te amo, lamento que mi existencia te cause tanto daño, mami. No
quiero que sufras. ¿Me perdonas?

—Tú… yo… no sé de qué hablas —balbuceo. El niño vuelve a acercarse y


estira sus manitas hacia mí. No debe tener más de cuatro años.

—No me quieres, eso fue lo que dijiste. Lo siento, no pensé que llegar te
haría daño. Dios me dijo que era mi tiempo, perdóname mami —susurra.
Estrecha sus manitas juntas cuando no respondo su petición de tomarlo—. Me
iré si quieres, pero… sólo me gustaría poder abrazarte. Sólo un abrazo mami,
quiero recordarte por siempre.

Oh. Dios. Mío. ¿Qué clase de monstruo soy? Es un bebé, un inocente niño,
alguien que no tiene responsabilidad por lo que me pasó.

La culpa y el dolor me hacen lanzarme hacia él. Lo tomo en mis brazos y lo


estrecho en mi pecho. Su cuerpecito se sacude con el llanto y repite una y otra
vez que lo siente.
—No, no es tu culpa. No llores bebé, perdóname tú a mí. Perdóname —
sollozo—. Tú eres inocente, eres un angelito.

Sus bracitos me aprietan con toda la fuerza que tiene en su pequeño


cuerpo. Me dice que me ama, me dejo caer con él en mis brazos. Lloro y le pido
perdón por algún tiempo. Cuando ambos logramos controlarnos, me mira,
sonríe y acariciando mi mejilla; dice las palabras que me impulsan a seguir
adelante:

—Eres la mamá más perfecta que pude haber pedido. Despierta mami,
cuídate mucho quiero volver a verte pronto.

Me da un tibio beso, siento una nueva lágrima descender por mi mejilla. Su


manita vuelve a limpiarla y juntamos nuestra frente.

—Siempre estaré a tu lado. Te amo, mami.

—Te amo, hijo.


Capítulo 12
Despierto sintiéndome con un poco de nuevas fuerzas.

Miro hacia mi abdomen que aún permanece plano y una pequeña sonrisa
se dibuja en mis labios. Lo haré.

—Pronto nos veremos, pequeño.

—¿A quién le hablas? —pregunta Esteban, viniendo hacia mí.

—Al bebé —respondo. Sus ojos se abren un poco por la sorpresa, pero
luego una cálida sonrisa adorna su rostro.

—Me alegra saberlo. —Se sienta a mi lado y sigue sonriendo—. Te ves


diferente. Hay una nueva luz en tus ojos, espero que hayas encontrado una
razón para vivir.

—La hallé. —Palmeo suavemente mi estómago—. Está aquí, esperando


por mí. —Asiente. Baja su cabeza, contemplo su perfil preguntándome qué
significan todas sus palabras, sus acciones y el hecho de que no se ha
despegado de mí en ningún momento—. ¿Por qué? —pregunto. Su frente se
frunce en confusión, aclaro—: ¿Por qué yo? ¿Por qué dices que me
necesitas? No pensé que me vieras de esa manera. No soy una buena
persona.

—Lo eres —asegura. Sus ojos me observan atentamente ahora—. Desde


la primera vez que te vi y luego cada vez que estábamos en sesión, pude ver
el valor que hay dentro de ti. Eres la persona más fuerte y valiente. —
Resoplo. ¿Valiente? Nadie que se calle y permita lo que permití, es una
persona con valor—. Lo eres. ¿Acaso crees que aguantar el infierno que
viviste por tanto tiempo es de cobardes? Tener el valor de atentar contra tu
vida requiere cierto nivel de fuerza de voluntad. No importa si pensamos que
es una solución errada. No hablar de ello y aun así seguir soportándolo,
seguir viviendo, eso no lo hace cualquiera. Todos tenemos un límite, Anna.
Un lugar donde ya no hay más motivo o razón para seguir soportando todo.
Llegaste al tuyo, pero eso y la decisión que tomaste, no te hace menos
valiosa o fuerte que otros.
»En cada momento que estuve cerca, vi tu lucha, aunque no te dieras
cuenta, veías la belleza en lo feo. Eras amable y bondadosa, cuando los
demás no mostraban lo mismo. —Su mano acaricia mi rostro—. Te vi, cada
vez que ayudabas a Ronnie a comer sus alimentos porque su cuerpo no le
permitía mover sus manos, o cuando acompañaste a Mónica cada noche que
lloraba por temor a la oscuridad; esa vez que ayudaste a Eleonor en la
cocina porque no tenía un ayudante. El día en que estuve muy enfermo de
gripe y no me presenté, fuiste a la cocina y me enviaste unas galletas para
que me sintiera mejor. —No puedo creer que recuerde todo aquello—. Hay
belleza y bondad en ti, eso hizo que viera más allá de tus heridas, dolor,
sufrimiento y encontrara un corazón, que aunque necesite sanar, vale la
pena el esfuerzo y tiempo que tome hacerlo.

Sus palabras llegan tan profundo que me es imposible no derramar más


lágrimas.

Es tan bueno saber que alguien es capaz de ver más allá de tu coraza. La
mayoría de la gente sólo ve lo que les enseñas, tu máscara y tu sonrisa falsa;
muy pocos o casi nadie, se esmera por ver más adentro, realmente
entenderte antes de juzgarte. Esteban limpia mis mejillas, acaricia mi rostro
y aunque no lo pido a viva voz, me da algo que necesito, un beso. Un beso
real, de una persona que me conoce entera y no se asusta o huye por ello.

—Estaré contigo, te ayudaré hasta donde me lo permitas y esperaré por


ti. Porque estoy completamente seguro de que tú y ese bebé valen la pena.

Los siguientes días no fueron fáciles. Aunque aseguré que no intentaría


volver a atentar contra mí misma, tuve que regresar al centro y empezar
terapia. Mis padres y Esteban estuvieron junto a mí, al pie del cañón.

Debido a sus sentimientos y nuestra —lo que sea que tenemos— tuvo
que remitirme a otro colega suyo, para realizar la terapia psicológica. Papá
puso en venta la casa y nos mudamos a un apartamento. Mamá, a pesar de
sus esfuerzos y la medicina, no mejoraba.

El primer mes pasó y con él, el segundo. Didier fue juzgado y encontrado
culpable de acceso carnal violento con menor de catorce años, lesiones y
maltrato psicológico. Debido a mi confesión sobre sus amenazas, se abrió
una investigación frente a la muerte de mi abuela. Héctor y Román fueron
detenidos, el segundo ya tenía algunos procesos pendientes con la ley, por lo
que el fiscal encargado de mi caso me aseguró que no volvería a verlo en
mucho, mucho tiempo. Miguel aceptó su responsabilidad de esa primera
noche, confesó todo y me rogó perdón mil veces. No lo he perdonado, aún.

Las consultas con el psicólogo y con mi médico han estado bien. Samuel,
no es ni de cerca tan divertido como lo era Esteban, pero es muy bueno en lo
que hace. Poco a poco voy viendo la luz y aceptándola en mi vida, sin
importar si resalta o no mis heridas en proceso de cicatrización.

Me realizan miles de estudios y exámenes lo siguientes tres meses. Voy


mejorando físicamente. Mamá no tanto. Últimamente permanece más en la
clínica que en casa. Sólo hasta hace unos días logré sentir a mi bebé. Grité
tanto que asusté a todos, pero luego sonrieron cuando les conté lo sucedido.
Esteban se ha convertido en una constante, incluso fue el primero en traer
un regalo de bebé a casa.

Unas hermosas pantuflas de osito.

El domingo pasado conocí a sus padres, me recibieron con cariño. Nunca


se me juzgó o señaló, contrario a los vecinos y muchas otras personas que
conocieron mi rostro cuando los medios divulgaron el horrible caso de abuso
familiar.

Cuatro meses más y mamá pierde la lucha contra el cáncer.

Los médicos sólo le dan un par de meses de vida. Es un golpe duro para
todos. Con Didier condenado a treinta y cinco años de prisión, la prensa
sensacionalista, mi parto a pocas semanas y las pesadillas nocturnas, esa
noticia me cae como un balde de agua fría.

Sufro un ataque de pánico que acelera mi parto y debo ser intervenida de


urgencia.

Ángel nace el trece de agosto del dos mil catorce, a las cuatro y veinte de
la tarde, sano y fuerte. Mi presión estaba demasiado alta por lo que tuvieron
que inducirme el parto y dejarme siete días en recuperación. Mamá no
puedo estar cerca de Ángel, por lo que Esteban y papá se hicieron cargo
mientras estaba inconsciente.

La presión no bajó hasta el primer mes de vida de mi bebé. Estuve con


medicamentos y hospitalizada todo ese tiempo. Mamá tuvo algunos días
lúcidos y como Ángel estaba en casa, pudo conocerlo. Me esperó hasta que
logré salir del hospital. Esa tarde cenamos los cinco juntos, me acosté a su
lado, hablamos poco debido a su condición, pero nos perdonamos la una a la
otra. Murió esa noche, a mi lado, sosteniendo mi mano y yo la suya.

Papá se derrumbó el primer día, al siguiente se levantó, por mí, por Ángel
y por nuestra familia. Para mí tampoco fue fácil, pero Ángel fue el motor que
impulsó mi vida desde el momento en que soñé con él. Las exequias de
mamá se hicieron al siguiente día, la cremaron y arrojamos sus cenizas en el
río al que le gustaba llevarnos de pequeños.

Para el primer año de Ángel, mi hermano murió intentando huir de una


nueva audiencia como testigo en contra de Román. Bajó del auto y con
esposas y todo, corrió hacia la avenida. Un auto que pasaba lo arroyó. Su
muerte fue instantánea. No lo lloramos, no lo lamentamos. Papá reclamó su
cuerpo para que no terminara en una fosa común. Lo enterró en el
cementerio central, lejos del panteón familiar. No se lo merecía, pero era
familia y el padre de mi bebé.

Ese mismo año, Esteban me declaró oficialmente sus sentimientos y a


pesar de mis miedos, le confesé los míos. Aunque no es un romance de
novelas lo que siento por él, es amor y es lo que cuenta. Mi padre encontró
una fundación de víctimas de violación. Junto con mi psicólogo y Esteban,
me motivaron a asistir y participar de las charlas.

Conté mi historia y vi como muchas de las otras víctimas encontraba en


mí un poco de fuerza para continuar, muchas de ellas no podían creer que
acepté quedarme con mi hijo; pero cuando le conocieron, cuando lo vieron,
entendieron que ese bebé fue mi ángel salvador.

La directora de la fundación, Joslyn FitzGerald, me habló sobre una


campaña de sensibilización y concientización hacia la violación, la
indiferencia de muchos y el silencio de las víctimas. Deseaban que fuera la
imagen y contara mi testimonio a miles de personas que podrían estar
viviendo lo que yo viví.

Al principio me escandalicé, le grité por pedirme algo tan difícil para mí,
pero al llegar a casa y recordar el miedo y todas las veces que he sido
señalada y he escuchado lo susurros de la gente; me di cuenta de que se
necesitan más personas que a viva voz expresen el verdadero infierno que
padecemos y dejen de vernos con lástima. Es tiempo de que actuemos, tanto
víctimas, como el resto del mundo.
Capítulo 13
Presente…
—Mi primera conferencia es esta —digo en el micrófono. Los rostros
tristes y afligidos sonríen un poco ante mi confesión—. Ustedes son los
primeros en escuchar de mis labios, mi verdadera historia.

Algunas personas dejan derramar lágrimas de dolor, empatía,


admiración.

—Mi hijo, aquel que pensé que era mi castigo y tortura eterna, resultó ser
mi salvador, al igual que Esteban. No encontré mil razones para vivir, hallé
menos que ese valor. Sin embargo, aquellas han sido suficientes para
romper las cadenas invisibles que me ataban al pasado y afrontar el futuro
con una sonrisa. —Sonrío, percatándome apenas de mis lágrimas—. No ha
sido fácil, no lo será para nadie. Como he dicho, las heridas, las cicatrices
son frágiles, pero se puede. Yo… —palmeo mi pecho—, lo he logrado, lo estoy
logrando. Es una lucha día a día con mis demonios. Siempre persiste ese
fantasma, esa constante que te hace cuestionarlo todo. Esta vida no ha sido
justa conmigo y podría decir que he sido un mártir, pero he comprendido
que se necesitan duras pruebas y verdaderos infiernos para forjar a los
guerreros a que se conviertan en referentes que ayuden y valoren las cosas
buenas, cuando llegan. Yo estoy convencida que soy una guerrera, estoy
segura que soy una luchadora, más que una sobreviviente, porque no he
dejado que lo malo me domine y guíe mi vida, he sobrepasado sus garras y
he llegado hasta aquí.

»Aún hay tropiezos, ¿quién dijo que cada camino es fácil? Todavía lucho
cada día, pero ¿saben qué es lo bueno? He ganado y sigo ganando. —
Esteban viene a mi lado y toma mi mano. Papá sube al auditorio con mi
bebé en sus manos. Ángel me ve y sonríe, pero al escuchar el murmullo y los
jadeos de los presentes, se pierde entre los rostros de la multitud
sonriendo—. Mi corazón se está sanando, mi vida ha sufrido pérdidas, pero
también ha ganado, mi hijo, mi padre, Esteban; Joslyn, Sara, Eliana y todas
mis amigas, aquellas que han vivido lo mismo de manera directa o indirecta
y han encontrado en mí el apoyo que encontré en ellas. —Papá me entrega a
Ángel, beso su mejilla y balbucea cerca del micrófono. La multitud se
enternece y llora—. ¿Qué cambiaría mi pasado si pudiera? Sí, muchas veces
lo he pensado, pero luego cuando veo este hermoso rostro que me llama
mamá, cuando siento las manos y los besos de quien hoy es mi pareja y
compañero de viaje en este camino; cuando veo la felicidad en los ojos de mi
padre, cuando siento que mi madre me sonríe desde el cielo… comprendo
que, si decido cambiar algo, si decido quitar algo del dolor y el sufrimiento
que viví… —Me detengo para tomar algo de aire—, la vida que tengo ahora,
las personas que son parte de mí, probablemente no estarían. Y eso, estas
sonrisas —señalo a mi bebé—, me hacen saber que no cambiaría nada
porque él, esto, mi vida ahora, vale la pena y la de ustedes también.

La multitud estalla en aplausos, lágrimas, sonrisas, jadeos, susurros,


todo suena y llena la habitación. Esteban me besa y estrecha mi mano,
orgulloso. Papá me sonríe y Ángel, mi pequeño me observa atentamente, veo
en sus ojos el amor que siente por mí. Su madre, que aunque tiene un alma
rota, ha logrado enmendar y pegar cada pedacito que fue arrancado.

—Por último, quiero que todos recuerden esto: El dolor es inevitable, pero
el sufrimiento es opcional. No callen, no guarden, no se compadezcan…
rompan el silencio.

Fin
Sobre la Autora
Maleja Arenas

Psicóloga de la Universidad Antonio Nariño en Cali, Colombia.


Tiene 25 años, es madre de un pequeño de 3 años al cual
ama y adora con todo su corazón. Desde pequeña amó la
lectura. Su primer libro fue “Relato de un Náufrago” de Gabriel
García Márquez. Vive con su esposo, su pequeño y su
mascota Kira (rescatada de las calles) en la ciudad de Cali.
Ama el chocolate, el café y cualquier chuchería que pueda
comer, amante profunda de los libros y las historias de amor.
Es una soñadora y romántica.
Sus novelas terminadas son:
 ¿En tu casa o en la Mía?
 Tu Plato de Segunda Mesa (Menú de Corazones # 1).
 Mi Postre Prohibido (Menú de Corazones # 1,5).
 Entre Letras y un Café
 Almas (Entre el Cielo y el Infierno # 1)
 Cuidado Con las Curvas
 Amor, Sexo y Música (Entre Letras y un Café #2).
 Confesiones de un Alma Rota.
Próximos Proyectos:
 Vino Tinto (Menú de Corazones # 2).
 Enséñame tu Juego (Amor en Juego # 1).
 Sombras (Entre el Cielo y el Infierno # 2)
 Desde Mi Ventana.
 Reino Oscuro (Doce Reinos # 1)
 Recuérdame Quien Soy.
 Se Armó Cupido.
Maleja Arenas (Autora)

Maleja Arenas

Grupo:
Maleja Arenas (mis novelas)

Maleja Arenas

También podría gustarte