Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Confesiones de Un Alma Rota
Confesiones de Un Alma Rota
Corrección:
Revisión Final:
Les pido por favor que si deciden leer este contenido, no lo lean como
jueces, léanlo como personas que están también vulnerables a vivir ya sea
directa o indirectamente —en el caso de un amigo o familiar víctima de
abuso— esta historia.
Y para aquellos que han sufrido algo semejante les reitero que... No están
solos, alguien estará dispuesto a creerles y ayudarlos.
¡Saludos!
Contenido
ó
í
í
í
í
í
í
í
í
í
í
í
í
í
Sinopsis
Algunas personas podrían considerar mi historia como una entre muchas
dentro de las estadísticas.
Cuando suceden cosas terribles, cosas como las que me pasaron a mí,
considerarla como una más en la estadística, es como regar sal en la herida.
La forma en la que te marca, te hiere y te lastima, es profunda, intensa y
eterna. Cuando te arrebatan todo lo que tienes, cuando te despojan de lo
crees de ti misma, te pierdes.
Hay heridas, golpes y ataques físicos que duelen, pero cuando no sólo
lastiman tu cuerpo sino también tu alma, recuperarte es una lucha sin fin
contra los recuerdos que día a día ahogan tu mente.
Las cientos de personas que han pasado por lo mismo que yo, de forma
directa o indirecta y han venido hoy, aquí, a comprobar que cuando abres tu
boca y pides ayuda, puedes empezar a sanar como yo.
Camino los pocos pasos hacia el podio. Joslyn, la chica que lidera la
campaña a la cual estoy dándole un rostro, me presenta y luego sonríe para
que ocupe su lugar. Me aferro unos segundos a la mano de Esteban, pero
como lo he hecho últimamente, termino de recorrer la distancia sola, porque
puedo. Porque soy capaz.
Miro a cada rostro que se encuentra cerca de mí. Hay tantas personas
jóvenes, niñas incluso. Mi corazón duele al pensar que posiblemente algo
como lo que me sucedió a mí, pudo haberles ocurrido también.
»Hay ataques físicos que dejan cicatrices, pero cuando dicho ataque no
sólo lastima tu cuerpo, sino también tu alma, te pierdes, te rompes. He
intentado acabar con mi vida dos veces —Levanto mis manos y enseño mis
cicatrices. Cicatrices que hasta hace dos años volvieron a abrirse para
acabar conmigo—, porque creía que no podía más. Que no podría continuar
con tanto dolor dentro de mí. Las cicatrices de nuestro cuerpo pueden ser
maquilladas, pero las de nuestras almas ni siquiera llegan a cerrarse, y si lo
hacen son tan frágiles que en cualquier otro momento vuelven a abrirse.
Algunas personas asienten en comprensión, otras derraman algunas
lágrimas y tratan de disimularlo ocultando sus rostros en los folletos o sus
teléfonos móviles.
Esta es mi historia.
Capítulo 1
Seis años antes…
—¡Anna ven aquí! —grita mi madre desde la cocina de casa. Dejo la tarea
a medio hacer y camino hacia ella para averiguar qué necesita.
—Dime, mami.
Tomo el recipiente que me pide y ayudo a verter la masa rosa que será
parte de mi enorme pastel de cumpleaños. Con una sonrisa contemplo las
catorce velas en la mesa de la cocina. Sí, hoy es mi cumpleaños número
catorce.
—Vale.
—¡Papá! —grito cuando veo el enorme oso de peluche que mi padre trae
en sus brazos.
—¿Y Didier?
—Christian Arboleda.
—¿¡Qué!?
—¿Por qué no? Ese chico ha estado detrás de An desde que tienen la
misma clase juntos. ¿Dime que se lo diste, Emy?
Soplo fuertemente para poder apagar las catorce velas del hermoso
pastel. Logro apagar diez, Kate y Nia me ayudan con el resto. Mamá sirve el
pastel y papá me ayuda a desenvolver mis regalos.
—Es perfecta.
Es una hermosa bailarina de ballet, está un poco opaca y sin brillo, pero
una pintada y quedará perfecta. Abrazo a mi amiga y termino por destapar el
resto de mis presentes. Dos cupones de librería, una gargantilla y un nuevo
teléfono móvil son el resto de mis regalos.
—Gracias, Nia.
—¡Qué idiota!
—Feliz cumpleaños.
—No me respondas de esa manera, soy tu padre y quien paga por todo lo
que comes y vistes.
—Ni para limpiar sirves. —Me empuja tan fuerte que tropiezo y caigo
contra el mesón de atrás, golpeándome fuertemente en la espalda—. ¡Qué
torpe eres! Y qué pendeja. —Se burla. Regresa a la sala y enciende el
televisor. Limpiando las lágrimas de mis ojos, cierro la llave del agua y
decido subir.
Escucho que habla con sus amigos por teléfono, sólo espero que no
decida invitarlos a casa. Ninguno de ellos me agrada y son unos completos
cerdos.
Tu abuela debe ser operada, cariño. Esta noche será larga para
nosotros. Asegúrate que todo esté bien cerrado y vete a dormir. Te
queremos, cielo. La abuela dice que siente haber interrumpido tu
celebración, por supuesto que le dije que no era su culpa. Te amamos.
Mis ojos van hacia el rostro del mencionado y toda mi piel se vuelve de
gallina. Los ojos duros y cargados de intenciones que, aunque soy muy joven
para supuestamente saberlo, tengo por lo menos noción de lo que es.
—Ya se los he dicho, necesita un poco de mano dura para volverse una
mansa paloma.
—Díselo tú. Aunque creo que ya te escuchó —Se burla—, como todos.
—¡No me toques!
—No pueden hacerle mucho daño. No quiero que mañana sea muy obvio
que hemos jugado con ella un poco.
¿Qué?
Oh Dios.
Las risas de los tres hacen que mi cuerpo se sacuda y mi corazón lata
desbocado. Debido a su pequeña distracción, logro esta vez con éxito,
salirme de su firme apretón y entonces corro fuera de este lugar, incluso si
tengo que saltar por la ventana, lo haré.
—¡Ayudaaaaaaa!
¡Zas!
—Será mejor que cierres el pico cariño, —Parpadeo y luego veo el cuchillo
en su mano—, si no quieres que te enseñe lo que puedo hacer con esto en
cada espacio y orificio de tu cuerpo.
—Nadie va a ayudarte, mocosa. —La risa vacía de Didier hace que mi piel
pique y mi corazón se sacuda violentamente.
Agitada y dolorida por la fuerza que sus manos ejercen en cuerpo, intento
recobrar el aliento que me falta. Aun así, cansada y agotada, reúno
nuevamente las fuerzas para continuar luchando.
—¡Suéltenme! Ayu…
—Que te calles, ¡joder! —Mi antebrazo arde y siento algo líquido correr
por mi brazo.
—No se acerquen.
—¿A esa anciana? Por favor. —Resopla y ríe—. Mira mocosa, esta familia
y cada miembro de ella me importa una mierda. Y si por dejar que mis
amigos jueguen contigo, obtendré algunos favores, ¿por qué no habría de
garantizar que puedas servir a nuestros propósitos?
Toma con sus manos mi pijama y tira. Jadeo y empujo su pecho, pero es
demasiado fuerte.
—Creo que tendremos que callarla por las malas, por las buenas no quiso
entender. —Mi mirada se detiene en el cuchillo que sostiene Héctor. Su
sonrisa es diabólica—. Esto dolerá, nenita. Y no será bonito.
—Qué bonito. Lástima que deba romper esas lindas y sexys bragas
blancas.
—¡Nowwwww! —Mi grito no hace nada para detener las toscas manos que
desgarran mi ropa interior. El aire golpea mi piel y el pánico se incrementa
con la determinación de salir de esto. Ilesa.
—No tanto como tú, Didier. Yo podré ser un maldito enfermo, pero jamás
te dejaría tratar así a la mocosa de mi hermana.
Han pasado seis meses desde esa noche en la que me perdí a mí misma.
Veinticuatro semanas desde que ellos se apoderaron de mi cuerpo y de mi
alma a su paso, 183 días desde qué fui ultrajada y humillada de la manera
más vil y despiadada.
Pensé que estaba drogado, ebrio o cualquier otra cosa, pero no. Estaba
muy consciente de todo y de todos. Su pie no dejaba de tocarme bajo la
mesa y sus ojos, a pesar de su sonrisa, no dejaban de advertirme que debía
permanecer callada. Lo hice, sólo por esa noche.
Kate, Nia y Emy también intentaron averiguar qué sucedía conmigo, pero
me alejé de ellas. Al fin y al cabo una era la hermana del monstruo que
había acabado conmigo. Insistieron por un par de meses, pero luego se
dieron por vencidas. Aunque en los pasillos, cuando cruzamos miradas,
puedo ver el dolor y las preguntas en sus ojos frente a mi cambio radical.
Ahora soy toda una figura en la escuela.
Cambié mi modesta ropa, por una más atrevida. Mi mente se olvidaba los
feos recuerdos nocturnos cada vez que un chico coqueteaba conmigo; en el
día yo era una estrella de la actuación, siempre feliz, siempre coqueta. En las
noches, dejaba que ellos me destruyeran y luego me acurrucaba a llorar y
tratar de remendar mis heridas.
He vivido este juego por los últimos meses y aunque me alivia por unos
momentos, la herida y el dolor nunca cesan.
—Lo sé. Así de increíble soy. —Finjo una sonrisa, al igual que fingí el
orgasmo anterior. Este chico puede ser muy lindo, tener un buen cuerpo,
pero es un completo idiota.
He tenido mejores.
Debí haberme ido con Steven, el sí sabe qué hacer con una chica en su
cama.
—Perra.
Al infierno.
A mi tormento.
No sé si algo pasó con sus amigos o si tuvo otra discusión con mis
padres, lo único de lo que estoy segura, es que ha proyectado esa furia en mi
cuerpo. Todavía puedo sentir el control de sus manos en mis brazos y mi piel
escose en los lugares que mordió con fuerza.
—¿Vas a hablar o qué? Ha habido otras veces en las que al menos finges
y gimes como puta. Esta noche, sin embargo, has sido peor que una muñeca
inflable. —Se burla—. ¿Acaso el niñato con el que jugaste esta tarde no supo
hacértelo mejor?
Mis ojos se cierran. Trato de alejar su voz, los recuerdos de esa noche y
de miles de noches anteriores, pero es imposible.
—Así que esta es la pequeña —dice el hombre que hace unos segundos
me fue presentado como Román. Me sacudo al sentir el roce de sus fríos
dedos contra mi brazo—. No mentían cuando decían que es una cosita
deliciosa. —Mi hermano y Héctor ríen. La supuesta fiesta que habían
planeado para hoy se compone solo de ellos tres y una puta que acompaña a
Román y me ve como si fuera la mierda en su zapato.
—Te dije que valdría la pena —comenta Héctor. Sus ojos de desplazan al
igual que los de Román, por todo mi cuerpo—. Y cuando la presionas un
poco, deberías ver lo gata salvaje que se vuelve.
—Debe ser una de las buenas, si quieren algo de mi lote tienen que pagar
un buen precio por ello. —Los ojos claros del proveedor regresan a mi
rostro—. Bien, es hora de probar la mercancía.
Los ojos de Román brillan con malicia. Esta noche sé que voy a sufrir
más que nunca. No puedo evitar controlar los temblores de mi cuerpo.
—Tú y tus locas fantasías. —Ríe Román—. Ya ven chicos, por eso es que
la amo tanto.
Primero, porque no pude mirar a los ojos desde ese día, hace casi un año,
a mi madre. También porque me volví más y más irritable, grosera y violenta
con ellos.
Román volvió, por supuesto que lo hizo. ¿Dónde más podría encontrar a
una niña con la cual pudiera hacer lo que quisiese y nadie lo castigaría? En
ningún lugar. No puede nadie imaginar las cosas que me ha hecho y las que
me ha hecho hacer.
Lo único bueno —si es que puedo llamarlo así— de esta nueva situación,
había sido que Didier estaba últimamente tan drogado que ya había dejado
de entrar tan frecuentemente a mi habitación. Pero eso no detuvo a Héctor,
ni a Román, o a Gustavo —el nuevo torturador de la fórmula.
Cada chico, incluso aquellos hombres casados con los que coqueteo y
dejo que me toquen, son mi escape, mi herramienta, el salvavidas que utilizo
cuando las manos y los cuerpos a los que no puedo decir que no, me toman
y me lastiman. Pensar en ellos o imaginarlos, me ayuda a ahuyentar el dolor.
Si tengo un orgasmo, uno que sea mío, por mi decisión, me siento libre,
normal, como cualquier chica que disfruta del sexo y de su cuerpo. Pero en
el momento que acaba y los dejo, el dolor, la sensación de repulsión, las
voces de mi cabeza, me regresan a ese momento, cuando los monstruos me
reducen a un cascaron vacío… a nada.
—¿En qué piensas? —La voz de Nicolás, el chico con quien he tenido
sexo, me saca de mis pensamientos.
Tiene unos increíbles ojos verdes que me hacen suspirar, una linda
sonrisa, buen cuerpo, dos años mayor que mis casi dieciséis años, educado
y respetuoso, detallista, con hoyuelos. Hace suspirar a cualquier chica.
—¿Qué?
—He dicho…
—Por favor —bufo—. Todos saben perfectamente qué clase de chica soy.
Y así pasaron tres semanas de cita en cita. Mentiría si dijera que no fue
divertido y emocionante. Ha sido algo fresco y nuevo para mi vida. Es por
ello que hoy, cuando me regaló mi primer ramo de flores y oso de peluche,
no pude evitar arrojarme a él y hacerlo mío.
—¿Tu hermano?
Esa noche los recuerdos de Nico fueron suficientes, tanto así que Román
se disgustó un poco al ver que no recibía de mi parte tanto llanto ni tantas
quejas. Según él, estaba demasiado dispuesta a recibirlo y parecía que
disfrutaba de sus caricias.
—Mírame muy bien, Anna. —Toma mis manos y las aprisiona en una de
las suyas—. Si cierras los ojos, voy a cortarte, vas a mirarme cada vez que
haga esto. —Corre una de mis piernas e introduce fuertemente dos dedos en
mí. Dolor estalla ante la invasión inesperada. Me estremezco y jadeo—. Así
es, quiero verte sufrir. —Me retuerzo lejos de su mano, pero me aprisiona
con su pecho, evitando que me aleje. Me asalta con sus dedos una y otra vez
pidiéndome que lo vea hacerlo. Lloro cuando su pulgar frota mi clítoris. Sé lo
que intenta, quiere que me venga, quiere contaminar mis memorias, mis
recuerdos—. Di mi jodido nombre —pide. Niego y lloro—. ¡Dilo, maldita sea!
—No.
—Ya tienes a alguien en quien pensar cuando estén dentro de ti, mocosa.
Ahora levanta tu asqueroso culo y aléjate de mí. —Llorando me levanto y
camino hacia mi cuarto—. Por cierto, —su voz me detiene antes de cerrar mi
puerta—, si vuelves a ver al muñequito de hoy, o a cualquier otro, le
haremos una visita a cada uno. Tal vez, a alguno le divierta el pequeño
videíto que acabamos de hacer contigo.
—Calma cariño, con calma. —La misma voz de antes. Ahora que la nubla
de mi mente se evapora, me doy cuenta de que suena demasiado familiar—.
Oh, mi pequeña.
Mamá.
—¿Mamá? —grazno.
—Anna cariño, ¿de qué hablas? ¿Cómo puedes pensar que dejaría morir
a mi hija? —llora—. No sé la razón por la cual lo hiciste, no entiendo cómo
puedes querer separarte de nosotros, dejar de vivir. ¿Cómo puedes no
considerar que esto nos destruiría?
—No quiero vivir más, no quiero, no quiero. ¿Por qué me encontraste?
¡Nunca están y justo cuando necesitaba estar sola, regresan y evitan que
pueda salvarme! ¡Los odio! ¡Ustedes hacen de mi vida un infierno!
—Por supuesto que no. Me tomo muy en serio a mis pacientes y sus
problemas.
—¿Qué? ¿Estás insinuando entonces que soy una maniática que quiere
hacerles daño? Ellos son los que me han hecho daño a mí —bramo con
furia—. Y si crees que son buenas personas, déjame recordarte un dicho por
ahí: “Las apariencias engañan”.
Sus ojos se estrechan un poco hacia mí, toma nota de algo en su
cuaderno y vuelve a hablar.
Resoplo.
—¿No lo es?
Lloro por algunos minutos ante sus ojos, sólo me observa con atención.
Me entrega un pañuelo, desvío la mirada hacia otro lado, no agradezco por el
trapo con el que limpio mis lágrimas, no. Me ordeno una y otra vez a mí
misma, calmarme. No quiero darle más municiones a este tipejo y que piense
que soy una reina del drama.
—No —dice—, sólo puedo fumar los fines de semana. ¿Sabes lo molesto y
difícil que es sacar el olor de marihuana del cuerpo?
—¿No se supone que para eso están los perfumes y las mentas? —Me
escucho a mí misma diciéndolo.
—Sí, pero imagínate cuánto gastaría en esas cosas. Por ahora tengo un
sueldo de mierda, así que tendré que acostumbrarme.
Parpadeo varias veces, no puedo creer todo lo que este tipo ha admitido.
—No quiero hablar —respondo. Veo que sus ojos brillan por unos
segundos y comprendo que precisamente eso fue lo que hice hace un rato.
Hablé, no, le grité algunas cosas sobre mí.
Totalmente cierto.
Desde que estoy aquí, todo ha ido mejor para mí. No tengo más visitas en
la noche, ni hay algún hombre usurpándome. El primer día pensé que esto
era un castigo de mis padres, pero me he dado cuenta que ha sido lo mejor
que me ha pasado. Ellos vienen de visita cada domingo, mi abuela ha venido
dos veces. Didier no lo ha hecho y estoy muy agradecida por ello. Pero cada
vez que Esteban presiona, con esa forma suya tan discreta, para que hable
sobre lo que me ha sucedido, me retraigo.
—No, es lo que quieres que sea —dice. Es tan cínico al decirlo que ni
siquiera me mira a los ojos, claro que no podemos confiarnos. Aunque sus
ojos no estén en mí, siempre está analizando todo. Mi tono de voz, mi
reacción, mis gestos, la postura de mi cuerpo… todo.
—¿Quieres que me vaya? ¿Es eso? —La pregunta sale más como una
acusación.
—No estoy posponiendo nada y acá tengo muchos amigos. —Me cruzo de
brazos y me recuesto en mi asiento molesta. Me observa atentamente. Esa
mirada, como todas las veces, me incomoda y no puedo evitar apartar la
mía. Odio que haga eso—. Está bien, no tengo a nadie.
Didier me visita dos días después, exigiendo que salga pronto y me quede
definitivamente callada para siempre. De lo contrario alguien pagará por mi
arrebato. Le doy el dedo medio y lo dejo en la sala de visitantes solo.
Hace once meses mi madre fue diagnosticada con cáncer de seno. Hemos
luchado, han luchado con la enfermedad, no han podido ganarle. Ahora, de
la hermosa mujer, sólo queda un saco de huesos y piel. Esta situación ha
sido bien aprovechada por Didier y sus amigos. Mamá permanece más en el
hospital y papá con ella, lo cual les ha permitido tenerme a su disposición.
He querido irme, dejar de ser, de vivir. Pero al ver el dolor en los ojos de
mi madre, la angustia en los de mi padre… no puedo.
He sido una completa perra con ellos estos años. Desde la muerte de mi
abuela, me convertí en un ser rencoroso, grosero y cínico. Soy más agresiva,
he desertado en el colegio, tengo un trabajo de mierda como “la chica de las
palomitas de maíz” en el cine y he intentado ahorrar lo suficiente para
largarme de aquí.
Pero, a pesar del rencor que tengo hacia mis padres, por siquiera no
enterarse de mi situación, decido quedarme. Irme los devastaría.
—Tu madre debe quedarse esta noche, también. ¿Puedes resolverlo sola,
cariño?
No. No puedo, necesito que vengas a casa y cuides de mí. Necesito que
alejes a esos hombres, a mi hermano. Necesito que me salves.
—Bien.
Termino la llamada y marco mi salida. Tomo mi mochila, camino hacia la
parada de bus.
—Hola Mar —saludo. Veo que mi ruta se aproxima, así que le doy un
encogimiento de hombros.
—Sólo hazlo suave. Sí, así —jadeo. Marvin obedece y disminuye su ritmo.
No cierro mis ojos en ningún momento. Necesito tener un recuerdo, algo que
me libere cuando no esté al mando.
Ver una película es lo que no hicimos. Estaba tan desesperada por algo
de contacto suave y por un nuevo recuerdo en mi cabeza, que asalté al pobre
chico segundos después de cerrar la puerta. Debo decir que aunque parece
un inocente y virginal niño, es muy bueno en la cama.
—No tengo novio, ni tampoco quiero uno —aclaro. Niega con su cabeza y
va hacia el baño.
Será mejor que vengas, perra. ¿Dónde y con quién putas te andas
revolcando?
Turno doble. Regreso en una hora.
A mí no me engañas. Lo pagarás.
—Me voy. Gracias por todo —digo. Sus ojos se abren y luego entrecierran.
—Sí. Sólo fue sexo con un compañero. —Abrocho mi camisa del uniforme
y tomo mi mochila—. Cuídate, Marvin.
—Te dije que ibas a pagarlo muy caro. —No alcanzo a responder antes de
que su puño golpee mi rostro. Escucho una risa a lo lejos, pero no logro
identificarlo bien. El golpe me ha dejado aturdida y casi inconsciente.
¿Embarazada?
Estoy embarazada.
No, por supuesto que no estoy bien. Estoy embarazada, a los dieciocho
años. No tengo idea de quién es el padre y me aterra, tanto mi estado, como
el saber de quién es.
Las náuseas, el cansancio y sueño, el retraso, los mareos. Era muy claro,
o tal vez sólo estaba en negación. Otra ola de arcadas me sacude el cuerpo y
debo inclinarme más sobre el retrete.
—¿Por qué? ¿Por qué me haces esto? —grito al techo. Golpeo el suelo del
baño hasta que mis nudillos sangran— ¿Qué te he hecho? ¿Por qué permites
esto? ¿Acaso disfrutas verme sufrir? Eres un sádico hijo de puta. Maldita
seas, hijo de puta. ¡Maldito seas!
Golpeo todo lo que veo en el baño, estoy furiosa, iracunda, dolida, herida.
¿Cómo es posible? ¿Acaso no le basta con lo que ellos me hacen? Ahora me
da un bebé, un bastardo. Estoy acunando en mi vientre alguna
descendencia de las personas más horribles de este mundo. Ellos vienen,
arrebatan todo de mí. ¿Y ahora los voy a premiar dándoles un hijo?
No, no lo haré.
No les voy a dar el gusto, no los dejaré ganar. No esta vez. Una risa
histérica se desliza de mis labios. Esos hijos de puta no me volverán a tener.
Camino hacia mi cuarto y tomo la caja de música de mi abuela, regreso al
baño y la dejo a un lado de la tina, le doy cuerda.
El sueño pronto llega y le doy una dichosa bienvenida, más que feliz de
encontrar, por fin, la oscuridad.
Capítulo 9
—Hola, Anna. —Parpadeo varias veces hacia la persona que está frente a
mí.
—Vine a ver cómo estabas. Deseaba volver a verte, pero debo admitir que
esta situación no es lo que esperaba. —Sonríe, pero su sonrisa es triste. Mis
ojos se alejan de su rostro y procesan las otras formas de la habitación,
paredes inmaculadas, la máquina a mi lado, el sonido bip-bip, las
intravenosas en mis manos, el fuerte olor a desinfectante. Estoy en un
hospital.
—Otra vez, no me dejó ir, otra vez —susurro. Las lágrimas se derraman
por mis mejillas, niego una y otra vez con mi cabeza. No lo entiendo, no
comprendo. ¿Acaso no entiende que quiero irme de aquí?— ¿Por qué? ¿Por
qué? Ya no quiero estar aquí, no quiero, no quiero…
—Bien. Yo me quedaré con ella hasta que esté aquí. —El hombre dueño
de esa voz, se nota cansado. Intento abrir mis ojos, pero estoy muy cansada.
Oh no, soy yo. Soy yo, habla del bebé que llevo dentro.
—Papá, no te lamentes por mí. No hay nada por qué llorar —balbuceo.
—¿Cómo qué no? Eres mi bebé —gime—. Oh cariño, ¿dime por qué lo
haces? Te juro que cambiaremos todo. Lo haremos mejor, mamá saldrá de
esto, seremos felices. ¿Qué te hace falta? ¿En qué hemos fallado?
Ver sus lágrimas me remueve todo. Está sufriendo, no como lo he hecho
por estos últimos cuatro años, pero su dolor es palpable. Quiero sentirme
culpable por causarle ese dolor, pero el remordimiento es más fuerte.
—No hay nada, entiende papá. No quiero estar aquí, no quiero vivir.
—¿Pero por qué? ¿Qué te hemos hecho? ¿Acaso nos odias tanto? ¿Dónde
nos equivocamos contigo? Hemos estado ahí para ti, te hemos dado todo, mi
niña. Dime qué hacer, dime qué debo hacer para que nos ames nuevamente,
para que ames vivir —brama desesperado. Limpia sus mejillas y se levanta—
. ¿Es el padre del bebé? ¿Te hizo daño? Si no quiere responder, te ayudaré,
lo resolveremos como familia. No lo necesitas cariño y no te juzgaré.
—Anna —llora. Intenta abrazarme, pero su toque, su olor, sus rasgos son
tan semejantes a Didier, que imágenes regresan rápidamente a mi mente y
empiezo a gritar—. Anna cariño, ¿qué pasa? ¡Anna!
—¡Noooo! ¡No me toques, no! Por favor… No, no, no. ¡NO! ¡Aléjateeee!
Miro con terror al médico que se adelanta un poco. En sus manos hay
una tabla donde están algunas hojas que supongo son los exámenes.
—Señor José, voy a pedirle que por favor vaya y tome un poco de aire. Su
actitud no está ayudando en nada a Anna —gruñe Esteban. Viene hacia mí y
toma mi mano en apoyo.
—Bien. Te dejaré sola, pero sólo por ahora. —Su rostro se ubica frente al
mío y con la mayor convicción dice—: Volveré en unos momentos y
hablaremos quieras o no. No debes tener miedo, estoy aquí y voy a
acompañarte en cada paso que des, te ayudaré, te cuidaré y jamás creeré
algo diferente de ti. Eres una guerrera, te han lastimado y aun así, aquí
estás.
Se equivoca. No lo soy.
Sola para acabar con la tortura que empezó hace cuatro años.
Cierro mis ojos y ahogo una maldición. No puedo creerlo, ¿qué demonios
he hecho mal? para que cada vez que lo intente, alguien me regrese de
nuevo.
O no.
—Te necesito.
Capítulo 11
—¿Mamá?
Tras ella, papá viene arrastrando los pies. Se ven tan miserables,
abatidos y perdidos, como me he sentido esos últimos años.
—Lo siento tanto, pequeña. Oh Dios, ¿cómo pude ser tan ciega? —Cubre
su rostro con ambas manos y llora. Extiendo mi mano hacia ella, buscando
consuelo y tratando de dárselo. Verla de esa manera me rompe el corazón.
—Te hemos fallado, te hemos fallado —gime, mi padre pone sus manos
en sus hombros y trata de consolarla.
Verla derrumbarse de esa manera por mí, mueve una fibra profunda.
Nunca, incluso cuando los dolores del cáncer son muy fuertes, se ha dejado
vencer; pero ahora frente a mí, le es imposible no hacerlo. Mi propio dolor se
hace presente y lloro, mueve su silla para estar más cerca, toma mi mano y
mi padre nos abraza, mientras lloramos.
Unos minutos después, Esteban entra de nuevo… sus ojos me observan
con intensidad. Nos regala un pañuelo a los tres y nos consuela a todos. Le
agradezco con una pequeña sonrisa.
—Lo siento. —Mi voz se rompe. Papá corre hacia mí para abrazarme, se
detiene un momento temiendo que sufra otro ataque, pero no pasará, lo
necesito. Le miro y debe entender lo que pido, retoma su camino y me atrae
hacia él, estrechándome. Ambos lloramos.
—No. Quien nos falló fue Didier —dice mi madre. Esteban permanece a
mi lado, se tensa con la mención de mi hermano, pero se relaja cuando tomo
su mano por apoyo.
Ambos nos miramos, en sus ojos veo el aliciente para que hable con mis
padres, para que cuente todo, para que denuncie, para que deje salir todo de
una vez. Asiento, es hora de enfrentar mis demonios. Tomo aire y cierro mis
ojos por unos momentos, dejo salir el aire y las palabras.
Poco a poco les cuento todo. Mi madre jadea, mi padre maldice y Esteban
estrecha cada vez más fuerte mi mano. Al terminar de contarles el infierno
que viví, lloramos nuevamente. Papá dice que desde ayer, Didier está privado
de la libertad, Héctor y el otro hijo de puta que abusó de mí, se encuentran
desaparecidos, pero los están buscando.
—Hola mami.
—Aún no tengo nombre, pero soy tuyo —responde. Da dos pasos hacia mí
y retrocedo temerosa. Se detiene y sus labios tiemblan, mi rechazo lo hace
sentir mal y si no hago algo pronto va a llorar.
—No, no llores.
—No me quieres, eso fue lo que dijiste. Lo siento, no pensé que llegar te
haría daño. Dios me dijo que era mi tiempo, perdóname mami —susurra.
Estrecha sus manitas juntas cuando no respondo su petición de tomarlo—. Me
iré si quieres, pero… sólo me gustaría poder abrazarte. Sólo un abrazo mami,
quiero recordarte por siempre.
Oh. Dios. Mío. ¿Qué clase de monstruo soy? Es un bebé, un inocente niño,
alguien que no tiene responsabilidad por lo que me pasó.
—Eres la mamá más perfecta que pude haber pedido. Despierta mami,
cuídate mucho quiero volver a verte pronto.
Miro hacia mi abdomen que aún permanece plano y una pequeña sonrisa
se dibuja en mis labios. Lo haré.
—Al bebé —respondo. Sus ojos se abren un poco por la sorpresa, pero
luego una cálida sonrisa adorna su rostro.
Es tan bueno saber que alguien es capaz de ver más allá de tu coraza. La
mayoría de la gente sólo ve lo que les enseñas, tu máscara y tu sonrisa falsa;
muy pocos o casi nadie, se esmera por ver más adentro, realmente
entenderte antes de juzgarte. Esteban limpia mis mejillas, acaricia mi rostro
y aunque no lo pido a viva voz, me da algo que necesito, un beso. Un beso
real, de una persona que me conoce entera y no se asusta o huye por ello.
Debido a sus sentimientos y nuestra —lo que sea que tenemos— tuvo
que remitirme a otro colega suyo, para realizar la terapia psicológica. Papá
puso en venta la casa y nos mudamos a un apartamento. Mamá, a pesar de
sus esfuerzos y la medicina, no mejoraba.
El primer mes pasó y con él, el segundo. Didier fue juzgado y encontrado
culpable de acceso carnal violento con menor de catorce años, lesiones y
maltrato psicológico. Debido a mi confesión sobre sus amenazas, se abrió
una investigación frente a la muerte de mi abuela. Héctor y Román fueron
detenidos, el segundo ya tenía algunos procesos pendientes con la ley, por lo
que el fiscal encargado de mi caso me aseguró que no volvería a verlo en
mucho, mucho tiempo. Miguel aceptó su responsabilidad de esa primera
noche, confesó todo y me rogó perdón mil veces. No lo he perdonado, aún.
Las consultas con el psicólogo y con mi médico han estado bien. Samuel,
no es ni de cerca tan divertido como lo era Esteban, pero es muy bueno en lo
que hace. Poco a poco voy viendo la luz y aceptándola en mi vida, sin
importar si resalta o no mis heridas en proceso de cicatrización.
Los médicos sólo le dan un par de meses de vida. Es un golpe duro para
todos. Con Didier condenado a treinta y cinco años de prisión, la prensa
sensacionalista, mi parto a pocas semanas y las pesadillas nocturnas, esa
noticia me cae como un balde de agua fría.
Ángel nace el trece de agosto del dos mil catorce, a las cuatro y veinte de
la tarde, sano y fuerte. Mi presión estaba demasiado alta por lo que tuvieron
que inducirme el parto y dejarme siete días en recuperación. Mamá no
puedo estar cerca de Ángel, por lo que Esteban y papá se hicieron cargo
mientras estaba inconsciente.
Papá se derrumbó el primer día, al siguiente se levantó, por mí, por Ángel
y por nuestra familia. Para mí tampoco fue fácil, pero Ángel fue el motor que
impulsó mi vida desde el momento en que soñé con él. Las exequias de
mamá se hicieron al siguiente día, la cremaron y arrojamos sus cenizas en el
río al que le gustaba llevarnos de pequeños.
Al principio me escandalicé, le grité por pedirme algo tan difícil para mí,
pero al llegar a casa y recordar el miedo y todas las veces que he sido
señalada y he escuchado lo susurros de la gente; me di cuenta de que se
necesitan más personas que a viva voz expresen el verdadero infierno que
padecemos y dejen de vernos con lástima. Es tiempo de que actuemos, tanto
víctimas, como el resto del mundo.
Capítulo 13
Presente…
—Mi primera conferencia es esta —digo en el micrófono. Los rostros
tristes y afligidos sonríen un poco ante mi confesión—. Ustedes son los
primeros en escuchar de mis labios, mi verdadera historia.
—Mi hijo, aquel que pensé que era mi castigo y tortura eterna, resultó ser
mi salvador, al igual que Esteban. No encontré mil razones para vivir, hallé
menos que ese valor. Sin embargo, aquellas han sido suficientes para
romper las cadenas invisibles que me ataban al pasado y afrontar el futuro
con una sonrisa. —Sonrío, percatándome apenas de mis lágrimas—. No ha
sido fácil, no lo será para nadie. Como he dicho, las heridas, las cicatrices
son frágiles, pero se puede. Yo… —palmeo mi pecho—, lo he logrado, lo estoy
logrando. Es una lucha día a día con mis demonios. Siempre persiste ese
fantasma, esa constante que te hace cuestionarlo todo. Esta vida no ha sido
justa conmigo y podría decir que he sido un mártir, pero he comprendido
que se necesitan duras pruebas y verdaderos infiernos para forjar a los
guerreros a que se conviertan en referentes que ayuden y valoren las cosas
buenas, cuando llegan. Yo estoy convencida que soy una guerrera, estoy
segura que soy una luchadora, más que una sobreviviente, porque no he
dejado que lo malo me domine y guíe mi vida, he sobrepasado sus garras y
he llegado hasta aquí.
»Aún hay tropiezos, ¿quién dijo que cada camino es fácil? Todavía lucho
cada día, pero ¿saben qué es lo bueno? He ganado y sigo ganando. —
Esteban viene a mi lado y toma mi mano. Papá sube al auditorio con mi
bebé en sus manos. Ángel me ve y sonríe, pero al escuchar el murmullo y los
jadeos de los presentes, se pierde entre los rostros de la multitud
sonriendo—. Mi corazón se está sanando, mi vida ha sufrido pérdidas, pero
también ha ganado, mi hijo, mi padre, Esteban; Joslyn, Sara, Eliana y todas
mis amigas, aquellas que han vivido lo mismo de manera directa o indirecta
y han encontrado en mí el apoyo que encontré en ellas. —Papá me entrega a
Ángel, beso su mejilla y balbucea cerca del micrófono. La multitud se
enternece y llora—. ¿Qué cambiaría mi pasado si pudiera? Sí, muchas veces
lo he pensado, pero luego cuando veo este hermoso rostro que me llama
mamá, cuando siento las manos y los besos de quien hoy es mi pareja y
compañero de viaje en este camino; cuando veo la felicidad en los ojos de mi
padre, cuando siento que mi madre me sonríe desde el cielo… comprendo
que, si decido cambiar algo, si decido quitar algo del dolor y el sufrimiento
que viví… —Me detengo para tomar algo de aire—, la vida que tengo ahora,
las personas que son parte de mí, probablemente no estarían. Y eso, estas
sonrisas —señalo a mi bebé—, me hacen saber que no cambiaría nada
porque él, esto, mi vida ahora, vale la pena y la de ustedes también.
—Por último, quiero que todos recuerden esto: El dolor es inevitable, pero
el sufrimiento es opcional. No callen, no guarden, no se compadezcan…
rompan el silencio.
Fin
Sobre la Autora
Maleja Arenas
Maleja Arenas
Grupo:
Maleja Arenas (mis novelas)
Maleja Arenas