Está en la página 1de 5

Cronistas de Indias

A lo largo del siglo XVI se desarrolló un nuevo género literario, las crónicas de Indias, sobre los
temas, los hombres y las cosas que constituían “la maravilla de América” o “la novedad indiana”.
La Crónica y la Historia. En algunos de estos libros encontramos como sinónimo de historia, el
vocablo “crónica”. De modo que recordar la trayectoria y el sentido que tienen ambos vocablos
en el siglo XVI, no es mera curiosidad etimológica.

En primer lugar, historia (que proviene del griego ἱστορία) se emplea, en la antigua Grecia (y
es así como al parecer lo emplea Herodoto) en el sentido de ver o formular preguntas
apremiantes a testigos oculares; y significa también el informe de lo visto o lo aprendido por
medio de las preguntas. El sentido de este vocablo no contiene, de ninguna manera, el
componente temporal de su definición. Es quizás por esta razón por lo que Tácito denomina
anales al informe de lo pasado; en tanto que llama historia al informe de los tiempos de los
cuales, por su trayectoria vital, es contemporáneo. Tal definición la recoge San Isidoro en sus
Etimologías y se repite, todavía, en los tratadistas de la historiografía en los siglos XVI y XVII. La
ausencia del componente temporal explica el nombre y el concepto de “historia natural”; y es
así como lo encontramos, en los siglos XVI y XVII hispánicos.

Crónica, por el contrario, es el vocablo para denominar el informe del pasado o la anotación
de los acontecimientos del presente, fuertemente estructurados por la secuencia temporal.
Más que relato o descripción la crónica, en su sentido medieval, es una “lista” organizada sobre
las fechas de los acontecimientos que se desean conservar en la memoria. En el momento en
que ambas actividades y ambos vocablos coexisten, es posible encontrar, al parecer, crónicas
que se asemejan a las historias; y el asemejarse a la historia, según los letrados de la época,
proviene del hecho de escribir crónicas no sujetándose al seco informe temporal sino hacerlos
mostrando más apego a un discurso bien escrito en el cual las exigencias de la retórica
interfieren con el asiento temporal de los acontecimientos. Los vocablos de anales y crónicas,
acuñados en la Antigüedad, son los vocablos principales que se conservan en la Edad Media
para asentar acontecimientos notables. Anales y crónicas estaban ligados a las prácticas de la
Iglesia y a la confección de calendarios y de ciclos pascales.

Las dos actividades que designan ambos vocablos [crónica e historia] tienden, con el tiempo, a
resumirse en la historia la cual, por un lado, incorpora el elemento temporal y, por el otro,
desplaza a la crónica como actividad verbal. Los anales y las crónicas tienden a desaparecer
hacia el siglo XVI y se reemplazan por las narraciones históricas del tipo gesta o vitae. Ya hacia
el siglo XVI los antiguos anales y crónicas habían ido desapareciendo gradualmente y fueron
reemplazados por la historiae (narración del tipo gesta o del tipo vitae, éste último, que irá
conformando la biografía). Es este, al parecer, el sentido en el que se emplea el vocablo
“crónica” en los escritos sobre el descubrimiento y la conquista.» [Walter Mignolo: “Cartas,
crónicas y relaciones”. En: Luis Iñigo Madrigal (Coordinador): Historia de la literatura
hispanoamericana. Madrid: Cátedra, 1998, vol. 1, p.75-76]

El término cronista comenzó a utilizase más tarde para designar al autor de relatos
contemporáneos. La historia se fue convirtiendo en disciplina, cuyo objetivo es narrar y explicar
el pasado. El cronista se convirtió en el simple relator de hechos desnudos, recopilador de
fuentes o escritor costumbrista. Con el desarrollo del periodismo, el de cronista se convirtió en
un oficio con pautas cada vez más claras y específicas.
Las crónicas de Indias son una fuente para conocer no sólo la historia del descubrimiento y
conquista de América, así como del desarrollo histórico de los virreinatos de ultramar, sino
también del mundo prehispánico.
Estas crónicas se inician con el famoso Diario de a bordo de Cristóbal Colón, en el que describe
de manera pormenorizada sus primeras impresiones de las Antillas. Estas descripciones inician
una larga serie de crónicas dedicadas a la descripción de múltiples aspectos de la naturaleza y
de las culturas americanas, entrelazados con los propios hechos de los españoles en el largo
proceso de colonización de los reinos de Indias.

Hay dos grupos de cronistas: los que habían estado en América o habían sido protagonistas de
alguna de las hazañas de la conquista, y transmitían vivencias personales o noticias adquiridas
en el entorno americano, y los que elaboraron sus propias obras reuniendo la información a
través de las noticias de otros o lecturas de escritos oficiales o privados, sin haber estado nunca
en el Nuevo Mundo.
Al primer grupo pertenecen descubridores, soldados, religiosos y funcionarios que
desempeñaron algún papel en este proceso, junto con los indígenas y mestizos que se
incorporaron a él.
El segundo está formado por la mayoría de los representantes de la historia oficial, que
escribieron desde sus despachos, aunque manejaran un caudal inmenso de información de
segunda mano, acumulado por los centros de la administración, como el Consejo de Indias,
creado en 1524 para atender los temas relacionados con el gobierno de los territorios
españoles en América. Fue este Consejo el que creó la figura del cronista mayor de Indias. En
1744, Felipe V decidió que el cargo de cronista mayor debía pasar a la Real Academia de la
Historia, sin embargo, se sucedieron algunos nombramientos más al margen de esta institución.
La publicación de las crónicas fue, en muchos casos, tardía. Muchos autores no alcanzaron a
ver sus obras impresas. Aún hoy se siguen publicando obras inéditas, que en su tiempo
circulaban en círculos muy reducidos o fueron usadas como fuente por cronistas posteriores.

Cronistas oficiales de Indias: El cargo de cronista de Indias se inicia con la documentación


reunida por Pedro Mártir de Anglería, que pasa en 1526 a Fray Antonio de Guevara. Juan López
de Velasco sigue los papeles del cosmógrafo mayor Alonso de Santa Cruz. Antonio de Herrera
es nombrado cronista mayor de Indias en 1596, y publica entre 1601 y 1615 la Historia general
de los hechos de los castellanos en las islas y Tierra Firme del mar Océano, conocida como
Décadas. Antonio de León Pinelo (recopilador de las leyes de Indias), Antonio de Solís y Pedro
Fernández del Pulgar cubrieron el cargo durante el siglo XVII. En el siglo XVIII, se crea la Real
Academia de la Historia, que trabaja paralela al Archivo General de Indias. Destaca en esta
etapa Juan Bautista Muñoz con su Historia del Nuevo Mundo, que quedó incompleta.
Cronistas destacados: Bernal Díaz del Castillo, Fernando de Alva Ixtlilxóchitl, Inca Garcilaso de
la Vega, Pedro Cieza de León, Hernán Cortés, López de Gómara, Diego Durán, Francisco
Ximénez, Fray Toribio de Benavente, Fray Bernardino de Sahagún, Fray Francisco Vásquez.
DIARIO DE VIAJE (1492)
Cristóbal Colón
-Fragmentos-
“Vuestras Altezas, como católicos cristianos y Príncipes amadores de la santa fe cristiana y
acrecentadores de ella, y enemigos de la secta de Mahoma y de todas idolatrías y herejías,
pensaron de enviarme a mí, Cristóbal Colón, a las dichas partidas de India para ver a los dichos
príncipes, y los pueblos y tierras y la disposición de ellas y de todo, y la manera que se pudiera
tener para la conversión de ellas a nuestra santa fe; y ordenaron que yo no fuese por tierra al
Oriente, por donde se acostumbra de andar, salvo por el camino de Occidente, por donde hasta
hoy no sabemos por cierta fe que haya pasado nadie. Así que, después de haber echado fuera
todos los judíos de vuestros reinos y señoríos en el mismo mes de enero mandaron Vuestras
Altezas a mí que con armada suficiente me fuese a las dichas partidas de India; y para ello me
hicieron grandes mercedes y me ennoblecieron que dende en adelante yo me llamase Don, y
fuese Almirante Mayor de la Mar Océana y Virrey y Gobernador perpetuo de todas las islas y
tierra firme que yo descubriese y ganase, y de aquí en adelante se descubriesen y ganasen en la
Mar Océana, y así me sucediese mi hijo mayor, y así de grado en grado para siempre jamás.”
“…pensé de escribir todo este viaje muy puntualmente de día en día todo lo que hiciese y viese
y pasase, como adelante se verá (…) También, Señores Príncipes, allende de escribir cada noche
lo que el día pasare, y el día lo que la noche navegare, tengo propósito de hacer carta nueva de
navegar”.
Jueves y Viernes, 11 y 12 de Octubre
“Luego se ajuntó allí mucha gente de la isla. «Yo, porque nos tuviesen mucha amistad, porque
conocí que era gente que mejor se libraría y convertiría a nuestra Santa Fe con amor que no por
fuerza, les di a algunos de ellos unos bonetes colorados y unas cuentas de vidrio que se ponían
al pescuezo, y otras cosas muchas de poco valor, con que hubieron mucho placer y quedaron
tanto nuestros que era maravilla. Los cuales después venían a las barcas de los navíos adonde
nos estábamos, nadando, y nos traían papagayos e hilo de algodón en ovillos y azagayas y otras
cosas muchas, y nos las trocaban por otras cosas que nos les dábamos, como cuentecillas de
vidrio y cascabeles. En fin, todo tomaban y daban de aquello que tenían de buena voluntad. Mas
me pareció que era gente muy pobre de todo. Ellos andan todos desnudos como su madre los
parió, y también las mujeres, aunque no vi más de una harto moza. Y todos los que yo vi eran
todos mancebos, que ninguno vi de edad de más de treinta años: muy bien hechos, de muy
hermosos cuerpos y muy buenas caras: los cabellos gruesos casi como sedas de cola de caballo,
y cortos: los cabellos traen por encima de las cejas, salvo unos pocos detrás que traen largos,
que jamás cortan. De ellos se pintan de prieto, y ellos son de la color de los canarios ni negros ni
blancos, y de ellos se pintan de blanco, y de ellos de colorado, y de ellos de lo que hallan, y de
ellos se pintan las caras, y de ellos todo el cuerpo, y de ellos solos los ojos, y de ellos sólo el nariz.
Ellos no traen armas ni las conocen, porque les mostré espadas y las tomaban por el filo y se
cortaban con ignorancia. No tienen algún hierro: sus azagayas son unas varas sin hierro, y
algunas de ellas tienen al cabo un diente de pez, y otras de otras cosas. Ellos todos a una mano
Son de buena estatura de grandeza y buenos gestos, bien hechos. Yo vi algunos que tenían
señales de heridas en sus cuerpos, y les hice señas qué era aquello, y ellos me mostraron cómo
allí venían gente de otras islas que estaban cerca y les querían tomar y se defendían. Y yo creí y
creo que aquí vienen de tierra firme a tomarlos por cautivos. Ellos deben ser buenos servidores
y de buen ingenio, que veo que muy presto dicen todo lo que les decía, y creo que ligeramente
se harían cristianos; que me pareció que ninguna secta tenían. Yo, placiendo a Nuestro Señor,
llevaré de aquí al tiempo de mi partida seis a Vuestras Altezas para que aprendan a hablar.
Ninguna bestia de ninguna manera vi, salvo papagayos, en esta isla.»
Sábado, 13 de octubre (Fragmento).
“… Y yo estaba atento y trabajaba de saber si había oro, y vi que algunos de ellos traían un
pedazuelo colgado en un agujero que tienen a la nariz, y por señas pude entender que yendo al
Sur o volviendo la isla por el Sur, que estaba allí un rey que tenía grandes vasos de ello, y tenía
muy mucho. Trabajé que fuesen allá, y después vi que no entendían en la ida. Determiné de
aguardar hasta mañana en la tarde y después partir para el Sudeste, que según muchos de ellos
me enseñaron decían que había tierra al Sur y al Sudoeste y al Noroeste, y que éstas del Noroeste
les venían a combatir muchas veces, y así ir al Sudoeste a buscar el oro y piedras preciosas. Esta
isla es bien grande y muy llana y de árboles muy verdes y muchas aguas y una laguna en medio
muy grande, sin ninguna montaña, y toda ella verde, que es placer de mirarla; y esta gente harto
mansa, y por la gana de haber de nuestras cosas, y temiendo que no se les ha de dar sin que den
algo y no lo tienen, toman lo que pueden y se echan luego a nadar; que hasta los pedazos de las
escudillas y de las tazas de vidrio rotas rescataban hasta que vi dar dieciséis ovillos de algodón
por tres ceotís de Portugal, que es una blanca de Castilla, y en ellos habría más de una arroba de
algodón hilado. Esto defendiera y no dejara tomar a nadie, salvo que yo lo mandara tomar todo
para Vuestras Altezas si hubiera en cantidad. Aquí nace en esta isla, mas por el poco tiempo no
pude dar así del todo fe. Y también aquí nace el oro que traen colgado a la nariz; más, por no
perder tiempo quiero ir a ver si puedo topar a la isla de Cipango.”

También podría gustarte