Está en la página 1de 3

LA MÁQUINA DE AMAR POETAS II

Rara vez un toro se enamora de una reina, rara vez sale a la luz el
amor inconfesado que duerme en el fondo del odio, pero rara vez un hilo
se corta por el peso de una esperanza, rara vez un fuego no enciende
otro fuego, rara vez un poema no llama a otro poema…

En mi pequeña celda cabe el mundo


Aquí los continentes
tienen casa.
Bogan los hombres
tejen las mujeres
parlotean los niños
y los pájaros.
En mi pequeña celda cabe el mundo.
Caminan, vida al hombro,
los muertos de Viet Nam.
Prenden fuego los árabes.
Cargando su mochila
avanza América Latina.
Viene Norteamérica negra
con sus soles,
la Francia comunera y colegiada,
la cabalgata del futuro
sobre potros indómitos.
En mi pequeña celda cabe el mundo.

Jaime Galarza Zabala, poeta, periodista y ensayista, fue el primer


Ministro de Ambiente del Ecuador. En 1974 publicó El festín del
petróleo que le valió la cárcel en plena juventud. Esta injusticia movió a
Julio Cortázar a visitarlo en prisión y a levantar firmas entre
intelectuales y políticos de América y Europa para que fuera liberado.
Rara vez un pueblo reconoce a su poeta, y esto ocurrió con don Jaime
Galarza, porque una revuelta de mujeres se movilizó y así lograron, por
entonces, su liberación. El pasado 28 de julio cumplió 90 años.

Síntesis
El espacio es siempre el mismo
hay mutaciones que no se notan
en el abismo de las galaxias.
La duda es si la idea
se aferra a la piel del árbol
o vaga eternamente
en los ecos de la raza
como el sexo de las caracolas
y uno es la hormiga, caminado
las venas desparejas
de larva, saliva y sangre.
Ese hilo incierto de la vida
derrumbando pirámides
y gladiadores
y uno siente también
ese pedazo de árbol
con los cuatro rumbos del oxígeno
adheridos a la carne.

Pedro Antonio Salinas es de San Nicolás, y el verbo ser, por tratarse de


un poeta, no sólo lo sitúa en ese pequeño, histórico y significativo
espacio geográfico, sino que también contiene una apropiación. Pedro es
del río y de la noche, de la sabiduría y la humildad, del empedrado de
las calles y de la isla. Rara vez el poeta cierra los ojos, pero cuando lo
hace, igualmente, mira. Pedro bebe de la generosa copa que la poesía
comparte con sus poetas silenciosos, enormes y fundamentales.

Quinoto
Esta planta te va a dar muchas satisfacciones
-mi madre hablaba
sostenía la cosecha
en su delantal a cuadros como un nido-.

Yo miraba las hojitas enceradas


el fruto ácido y pequeño
la cáscara comestible agridulce.

Ella se fue un día.

Cada otoño
aguardo ávida
la cosecha
de los pesados racimos naranjas.

Marta Ortiz es una poeta y narradora rosarina que nos hace ver lo
universal en lo particular, lo inmenso, en lo pequeño. Su poesía nos
previene de reducir la palabra a un significado, toma el detalle, el gesto
y reelabora la experiencia desde un punto de vista estético y emocional,
aunque también, con cierto filamento social que no grita, pero susurra
poderosamente. Y cuando la lectura va haciendo en nosotros su
camino, rara vez se puede resistir la tentación de abrir el trasfondo del
lenguaje.

Lengua para hablar…


Lengua para hablar, y al hablar la llamo.
Pero no acude, como si en su actual condición
tuviese otro nombre. Tal vez
lo que cambió fue mi lengua,
se volvió a sus oídos irreconocible.
Callo. Para no caer trazo, con tiza,
signos sin sentido alguno en una pizarra;
abrazo una fe que hasta una rata rechazaría
y bebo de un vaso vacío, a pequeños sorbos,
en la hora en que el alba es una hipótesis.

Carlos Barbarito es de Pergamino, lleva publicados más de veinte libros


de poemas y también sobre artes plásticas. Su poesía toma la palabra,
esa misma que usamos todos, esa que está en los manuales, en los
diarios, en la calle pero, en su alquímica decisión de decir, funda un
discurso poético muy propio y hace que el lector se detenga en el mayor
y más poderoso bien de la humanidad: el lenguaje. Juntos vibran en el
asombro que no naturaliza su razón de ser dialógico.

Rara vez un lector que ha experimentado la lectura de una imagen


poética podría negar que la poesía dice aquello que el lenguaje no sabe
que puede decir.

Miriam Cairo
cairo367@yahoo.com.ar

También podría gustarte